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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Capítulo 24



Palabras que hieren.


—58—


—Yuuri... ah... Yuuri... —decía Wolfram de manera entrecortada—. Ah... Yuuri...


Y es que aquella situación no era para menos. La casa donde pasarían la luna de miel de la que Yuuri había hablado no era ni más ni menos que en una finca. La casa era preciosa, pero ninguno de los dos tuvo tiempo para fijarse en eso.


Tan pronto llegaron, Yuuri lo había besado con fuerza. Lo besó con deseo y pasión. Lo acorraló contra la pared y no se detuvo hasta llegar a su situación actual, haciendo realidad la promesa que le hizo durante el banquete de bodas.


Estaban desnudos en la cama del dormitorio principal, y Yuuri lo penetraba con fuerza, arremetiendo en su interior con ímpetu. Colocado sobre él, bombeaba con fervor y excitación. Wolfram gritaba y su esposo aumentaba la fuerza de sus embestidas con cada nueva súplica. Su boca alternaba entre sus pezones, su cuello y el lugar que mas amaba, su boca.


Pero Wolfram no se quedaba atrás, tenía sus piernas sujetas alrededor de su cintura y sus brazos sujetaban con fuerza sus hombros. En esos momentos no podía hablar, no podía encontrar el aire que formara oraciones coherentes. Cuando su boca no era acallada por la de su esposo, la única palabra que emitía era el nombre de la persona que amaba y que le estaba proporcionando un placer único e indescriptible, casi prohibido.


—¿De quién eres? —preguntó frenando de golpe.


—Tuyo, no pares ahora, te lo suplico. Tuyo.


Yuuri formó una sonrisa nunca antes vista en él y lo besó con todo el amor y el fervor que sentía por su esposo, mientras continuaba haciéndolo suyo.


—00—


La brillante luz del sol entraba en la habitación. Wolfram, todavía medio dormido, dedujo que debía ser alrededor del mediodía. Notó que algo se movía detrás de él y, apoyándose en un codo, se giró hacía el otro lado. Yuuri se estaba desperezando; sus parpados se abrieron dejando a la vista los perezosos ojos negros que había debajo. Estaba tan guapo con el cabello revuelto y con el rostro todavía adormilado que Wolfram lo admiró conteniendo la respiración.


Yuuri le había demostrado lo que es ser insaciable. Lo había poseído innumerables veces, tan apasionadamente que él había tenido que suplicarle que parase. Por supuesto que aquello traía consecuencias inevitables a su cuerpo. Le dolía el interior de los muslos, así como los hombros y la espalda.


Cuando Yuuri notó la mueca de Wolfram, se incorporó con el ceño fruncido.


—¿Te hice daño anoche?


Wolfram sonrió.


—No te preocupes —Se sentó y le plantó un beso en la mejilla—. No es nada que un baño caliente no pueda remediar


—Pediré que nos preparen un baño, entonces. ¿Tienes hambre?


—Mucha, pero no creo ser capaz de ver a la señora que ignoraste ayer en la tarde. ¿Que pensará de nosotros?


Yuuri se rascó la barbilla, fingiendo pensar.


—No lo sé... ¿que somos una feliz pareja de recién casados?


—Sabe lo que hemos estado haciendo ¡que vergüenza! —se quejó Wolfram, cogiendo la sábana y tapándose la cara, deseando poder esconderse de ella para siempre—. ¡No te rías!


—Tendrá poca imaginación si no lo deduce —respondió Yuuri entre risas—. Pero creo que anoche tus gritos solo la ayudaron a confirmar sus sospechas.


Wolfram se ruborizó y apartó la vista.


Yuuri lo miró con ternura, con deseo controlado. Lo miro como miras a la persona que te hace tan feliz tanto cuando sólo la abrazas como cuando la posees.


—Margarita es de confianza —continuó, intentando tranquilizarlo—. Está al tanto de que eres mi esposo. Le dará gusto conocerte, ella siempre ha deseado lo mejor para mí. Siempre cuidó de mí cuando solía escaparme del castillo por unos días.


Lo último llamó mucho la atención de Wolfram. No quería ni imaginar que estaban pasando la luna de miel en la casa donde Yuuri solía traer a sus amantes. Él no sería capaz, ¿o si?


La inseguridad y los celos hicieron mella en Wolfram y su boca expresó sus pensamientos sin consultar a su cabeza y a la razón.


—Vienes desde hace mucho a este lugar... ¿trajiste alguna vez a una de tus...? —Era un cobarde, no se atrevió a terminar la pregunta. Por fortuna,Yuuri entendió perfectamente.


—No he venido con nadie más, si eso te tranquiliza. —Yuuri tomó su barbilla y lo hizo mirarlo a los ojos. No encontró mentira en ellos—. Compré esta propiedad para escaparme y relajarme de todos los compromisos y obligaciones, y de aquellos que solo me traían problemas y preocupaciones. Nunca consideré la idea de convertir mi santuario de retiro en una cabaña de amor. —Sonrió y le plantó un beso en los labios—. Pero ahora es distinto, porque quiero compartir la belleza y la paz de este lugar contigo.


—Lo siento —Wolfram se regañó a si mismo por comportarse como un chiquillo inmaduro. Se dio cuenta que ninguno de los dos tenía que rendir cuentas de lo que había vivido antes de conocerse o de las decisiones que había tomado en el pasado. Y que si había un mentiroso en la relación no era Yuuri sino él.


—Tomaré mi compensación ahora mismo si no te importa —dijo Yuuri al tiempo que lo tumbaba en la cama y se posicionaba encima de él—. Seré delicado esta vez —añadió, mientras le deslizaba una mano por debajo de las nalgas para levantarle las caderas y acercarlo a él. Movió las caderas y acarició su preciosa entrepierna con su miembro.


—Espero... espero que esto no sea lo normal en ti —protestó Wolfram, aunque sinceramente no le molestaba en absoluto el apetito sexual de su pareja—. No será así todo el tiempo, ¿verdad?


—Ummm, ya veremos, mi hermoso demonio de fuego, ya veremos —respondió él, riendo. Entonces empezó a moverse y le hizo el amor con suma lentitud, con movimientos suaves y certeros. Haciendo cada segundo inolvidable.


—00—


En el castillo Pacto de Sangre se llevaba a cabo una bienvenida. La añorada visita no era ni más ni menos que la princesa Greta, que regresaba a su hogar tras culminar el primer periodo de estudios en el internado de Cavalcade.


La llegada de la princesa había aglomerado de tareas a los sirvientes, entre preparar sus dulces y pastelitos favoritos, cocinar su estofado favorito, comprar obsequios de bienvenida y adornar con arreglos florales desde el comedor hasta su dormitorio, sin olvidar colocar la alfombra roja frente a las estrada principal del castillo.


Una sonrisa adornaba el rostro de las doncellas que esperaban con ansias la llegada de la princesa, sin dejar de sentir curiosidad por la notoria ausencia de su padre, del que ya se había corrido el rumor que había contraído matrimonio con su amante a escondidas.


Cuando el carruaje se detuvo, la reina ya la esperaba en la entrada, junto a su tío Mao y los Consejeros más cercanos al Maou.


—¡Madre!


Ahí estaba Greta, el tesoro del Maou, con su dulce sonrisa y su alegría contagiosa, lanzándose a los brazos de su madre, que la estrechó con ternura entre los suyos.


—¡Mi niña, bienvenida!


La imagen fue apreciada por los presentes, a quienes no se les borraba la sonrisa del rostro. Uno a uno fueron dándole la bienvenida tras unos minutos de espera. Cuando fue el turno de Anissina, esta no pudo contener las lágrimas de felicidad que le provocaba el volver a tener entre sus brazos a su querida aprendiz.


Greta estaba absolutamente contenta con la calurosa bienvenida. Había extrañado Shin Makoku, a su madre, a su padre, a quienes consideraba sus tíos, a su tía Anissina, a Gisela, incluso a las doncellas que solían hacerle compañía; Effee, Solly, Lasagna, Sagría y Doria.


Y tras intercambiar risas y abrazos, Greta no pudo dejar de preguntar por su padre, cuya ausencia le había dejado un mal sabor de boca.


—Su Majestad está de viaje, Su Alteza. Pero no se preocupe, volverá en unos días. Estoy seguro que Su Majestad estará más que encantado por su regreso —intervino Conrad. Parecía saber muy bien como actuar y que decir.


Izura lo maldijo en sus adentros.


—¿Porque no vamos adentro y nos platicas todo lo que has vivido en el internado, Greta? —dijo Anissina de pronto—. Las doncellas prepararon tus pasteles favoritos. Podemos acompañarlos con una taza de té.


La niña asintió, volviendo a su ánimo habitual.


—00—


Para sorpresa de Wolfram, Margarita, la ama de llaves de la casa grande de la finca, se esforzaba en aparentar que nada extraño había pasado, lo cual agradeció enormemente. Era una anciana muy simpática, de cabellos grises, ojos azules, y arrugas marcadas en su rostro. La comida que preparaba era exquisita, no recordaba la última vez que había probado un sazón como el suyo. Le daba la razón a su esposo por escapar del castillo solo para probar su platillos.


Ya habían hecho un recorrido por toda la casa y lo que más le había llamado la atención eran la sencillez, la limpieza y el orden por igual. Todo olía a madera de los que estaban hechos los rústicos muebles, y florecían bajo los tejados macetas de rosas y claveles con que la señora Margarita había embellecido la entrada.


Sentado en una mesa en el jardín, respirando el aire puro del campo, compartiendo una taza de té con su amado esposo, Wolfram se preguntó si se podía ser más dichoso.


—Cerca de aquí hay un lago precioso, me gustaría que lo conocieras —mencionó Yuuri, sacando a Wolfram de sus pensamientos—. Podemos nadar un rato y llevar algo de comida para merendar a la orilla, ¿que dices?


A Wolfram le fascinó la idea.


—Me encantaría.


—¡Bien! —Yuuri dejó la taza sobre la mesa y se levantó de la silla. Luego le ofreció una mano a Wolfram para ayudarle a levantarse—. ¡Vamos!


—00—


Un poco irritada por la ausencia de su padre, y un tanto inquieta por el motivo, Greta se dirigió a su habitación. Izura la siguió a contrapelo.


La reina cerró con llave y después abrió la ventana para dejar entrar la suave brisa y los sonidos del amplio jardín, y a continuación se dirigió hacia su hija.


—¿Te gustó tu bienvenida, cariño? —le preguntó, mientras se sentaba a la orilla de la cama, donde Greta se había acostado, parecía estar cansada y con deseos de tomar una siesta.


—Sí, madre —contestó con desgana, agachando la cabeza.


Izura se dio cuenta de que era el momento oportuno para soltar toda la verdad. Con un Yuuri ausente e incapaz de defenderse, y estando a solas con su hija, estaba obligada a confesar un par de cosas, pues al fin y al cabo proyectaba llevar a cabo su venganza lo más pronto posible.


No lo digas a menos que realmente vayas en serio, recordaba haber pensado, pero estaba harta de ser la burla de todos. No lo digas a menos que pretendas implicarte en cuerpo y alma, pero su alma había muerto el día en que Yuuri le confesó que ya no la amaba.


—¿Estás así por lo de tu padre? —preguntó.


La niña no respondió esta vez.


—Oh, mi tesoro. No tienes que estar triste. Tu no tienes la culpa de que se haya ido con el soldado Dietzel.


—¿Se han ido los dos? —reaccionó Greta, notoriamente desconcertada y confundida.


—No debes avergonzarte por sus actos, Greta. Por lo menos debes estar agradecida de no compartir su misma sangre.


Greta quedó perpleja un instante. Una pequeña ráfaga de viento pasó silbando junto a ella, agitando las hojas largas y bruñidas del patio, y tuvo una sensación de vértigo, que la hizo sentir flotando en la habitación.


—¿A que se refiere, madre? —Logró preguntar, sintiendo la garganta reseca. Necesitaba explicaciones. Las necesitaba, y pronto.


—Esto es muy difícil para mí, pero tengo algo que confesarte.


La vacilación y la consideración que acompañaba a sus palabras, la pena infinita invadía sus ojos, alertaron aún más a Greta.


—Me avergüenzo por haberte mentido, pero al mismo tiempo sé que lo hice por ti.


—No entiendo.


Izura aguardó unos minutos, luego sacó de su blusa un relicario con forma de corazón que colgaba de una cadena de oro. Lo destapó y se lo entregó a su hija.


—Siempre guardo conmigo un tesoro, ¿quieres verlo?


Greta tomó el relicario y miró el retrato que había dentro. Era de un hombre de tez morena, cabello castaño y ojos azules.


—¿Quién es?


—Él era tu padre. Tu verdadero padre.


Izura entrecerró los ojos con evidente ruindad. Por fin había pronunciado aquellas las palabras; habían brotado de sus labios como vómito verbal.


—¡Pero que dice!...


La niña profirió un alarido estridente que sobresaltó a Izura.


—Calma —susurró al tiempo que le posaba una mano sobre el hombro—. Calma, pequeña, que no te entristezca esta noticia. Debes ser fuerte.


Pero había tristeza, y mucha. Que tu madre te confiese que el hombre que has considerado como tu padre toda tu vida en realidad no lo es, significaba que toda tu vida estaba basada en una mentira. Y aún por encima de todo, no podía guardar ningún tipo de rencor hacia ese hombre, que le había demostrado su cariño en innumerables ocasiones.


Una lágrima se le coló por entre las pestañas y le rodó por la mejilla. La siguió otra lágrima, y de repente ofreció sus brazos a su madre, y ella la estrechó casi con ternura entre los suyos, dejando que sus sentimientos se abrieran a flor de piel. Tras unos momentos, Greta se separó de su madre abrumada de tristeza, pero preparada para continuar escuchándola.


—Permíteme que te hable de él —prosiguió Izura—. Lo mereces porque has demostrado ser una niña madura y sé que lo entenderás. Su nombre era Samir, Samir Kosame. Era astuto, decidido, valiente, tan escandaloso como tu cuando quieres conseguir algo. Lastimosamente las personas más buenas  son las que parten más pronto, y ese fue el caso de tu padre. El destino hizo que nos dejara muy joven, y murió siendo tu una bebita. Fue entonces que el Maou Yuuri adoptó el papel de Samir como tu padre. Él nos vio desamparadas y quiso cuidar de nosotras.


—Mi papá, bueno, Yuuri es igual de valiente por hacer eso —rebatió Greta, sin añadir que, en su opinión, su papá Yuuri era más guapo.


—¿Pero sabes que fue lo mejor de Samir?, que nunca faltaba a su palabra. Me amaba, nos amaba, no sabes cuánto. 


—Yuuri también lo hace. 


Izura pareció considerar aquellas palabras con toda meticulosidad, pero por fin meneó la cabeza.


—Nadie más que yo sabe eso. El Yuuri que yo conocí era bueno, cariñoso. Siempre dispuesto a cuidarnos. Él prometió cuidarnos para siempre.


—¿Porqué habla como si ya no lo volviese a hacer?


—Porque se aburrió de nosotras, Greta. Ya no nos quiere. Se ha marchado con su amante. Por eso ahora te enseño quien es tu padre de verdad, para que sepas quien te abandona. Tu verdadero padre nunca te haría esto. Jamás se hubiese atrevido a abandonarte.


Estas últimas palabras la hicieron estremecer de dolor. Estas palabras, pronunciadas por boca de su madre, en quien confiaba plenamente, eran como un puñal en el corazón. Greta se cubrió con las mantas y dio rienda sueltas a las lágrimas.


—00—


El lago era precioso tal y como había dicho Yuuri. No era tan extenso, pero cubría un buen trecho, y estaba escondido alrededor de hileras de árboles. El agua era como un espejo a sus pies. Debía tener una profundidad considerable en el centro. Soplaba un ligero aire, y el calor que comenzaba a sentirse los llamaba a sumergirse.


Solos en aquel lugar, Yuuri y Wolfram contemplaban su belleza, aún sin atreverse a dar el primer paso.


—¿No decías que querías bañarte, cariño? —dijo Wolfram, con una sonrisa burlona—. Ya estás tardando en meterte en el agua.


Yuuri se encogió de hombros, incapaz de decidirse.


—Lo sé, pero tal vez esté halada —mencionó.


Wolfram rió, una risa preciosa.


Henachoko —Ansioso por sumergirse en el agua, se quitó la camisa y el resto de la ropa—. Cuando te decidas, atrápame si puedes —dijo, al tiempo que saltaba al agua desnudo.


Tentado y con una sonrisa pícara, Yuuri también se quitó la ropa y se lanzó al agua tras él. Wolfram nadó, intentando alejarse lo más que podía, pero Yuuri fue más rápido. Lo tomó de la cintura y giró su cuerpo para que quedara de frente a él, y en seguida lo besó. Al separar sus labios, Wolfram le rodeó el cuello con los brazos y se fundieron en un abrazo.


—¿Eres feliz? —le preguntó fijando su oscura mirada en sus esmeraldas, atenuados sólo por la luz del sol que los acariciaba suavemente.


—Sí, ¿y tú?


—Más de lo que pensaba que pudiera ser posible.


Wolfram le besó el cuello, y sonrió.


—Lo amo como jamás imaginé poder amar a alguien, Su Majestad —confesó, y fue suficiente para encender la pasión en el joven Maou, quien se ubicó entre sus piernas para que estas le rodearan la cintura y las levantó con facilidad dentro del agua.


Yuuri lo besó intensamente y con todo el sentimiento de que fue capaz. Y Wolfram se entregó a sus brazos.


—00—


—Greta, abre la puerta —suplicaba Anissina, tocando la puerta una y otra vez.


Nadie se explicaba la razón por la cual la princesa se había aislado de todos y de todo encerrándose bajo llave en su dormitorio.


—Greta, por favor.


—No tiene caso, llevas suplicando veinte minutos y ni siquiera responde —dijo Gwendal ante la insistencia de su esposa.


—Pero ¿qué podemos hacer? No es sano que una niña tan pequeña se encierre en su habitación después de regresar a su hogar tras seis meses en el extranjero. Lo normal es que quiera platicar y convivir con nosotros, y que quiera contarnos sus anécdotas ¿no creen? —expuso Anissina con evidente preocupación.


—Esta niña no está bien. Y está así por la ausencia de su padre —soltó Izura, sintiéndose más dura y hostil hacia Conrad—. Intenté hablar con ella pero no tuvo caso. Quiere verlo a toda costa.


Conrad omitió su respuesta, pero no la mirada de repulsión que le dedicó. Habían asuntos más importantes que seguirle el juego a esa loca.


—Encontré el duplicado de la llave —informó Gunter casi sin aliento tras haber buscado y corrido lo más rápido que pudo para llegar lo más pronto posible.


—¡Bien! ¡Dame la llave, de prisa! —Anissina se apresuró a ingresar la llave en el cerrojo, permitiendo que la puerta se abriera, y fue la primera en entrar seguida de los demás.


La habitación estaba en una media luz anaranjada. Un hilillo de sol se filtraba, curioso, por entre las cortinas corridas. Anissina se acercó presurosa a la cama donde reposaba un bulto debajo de las mantas, pudiendo visualizar un par de mechones castaños que sobresalían de ellas.


—Cariño mío —murmuró la inventoras al tiempo que acariciaba aquella espalda diminuta. Al no recibir respuesta no tuvo más remedio que darle la vuelta. Mayor fue su preocupación cuando la vio casi inconsciente y respirando con dificultad. Le tocó la frente sudorosa, y de inmediato abrió los parpados con miedo y preocupación—. ¡Esta prendida en fiebre! ¡Llamen a Gisela!


La noticia le cayó como balde de agua fría a Izura. Se quedó unos segundos sin reaccionar, sus sentimientos oscilaron entre la preocupación y la culpa. Con el cuerpo tembloroso, se acercó a su hija y tocó su frente, confirmando por sí misma las palabras de la inventora.


—¡Greta! —gritó dolorosamente mientras las lágrimas le empapaban las mejillas. 


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