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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

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O(") (")

Hola. Gracias por su apoyo.

Aclaraciones:

Esta es una historia alternativa, que se desarrolla en el mundo original de Kyou Kara Maou. Algunos detalles pueden o no ser similares. Asimismo, las personalidades y el comportamiento de los personajes pueden variar.

Los casos que se irán abordando a medida se desarrolle la historia y no deben tomarse personal. Es solo ficción y el desenlace no necesariamente será lo que se considera correcto.

 

Capitulo 2

 

El rey que se niega a amar.

 

—8—

 

Shin Makoku, Castillo Pacto de Sangre.

 

Muy temprano en la mañana, Yuuri sintió la placentera sensación de unos labios deslizándose sobre su torso desnudo y unas manos moviéndose magistralmente por todo su cuerpo, aquello le arrebató el sueño de golpe y le obligó a abrir los ojos. Era hora de empezar un nuevo día, lleno de trabajo y sin muchos ánimos.

Sintiéndose agotado por no haber dormido lo suficiente, Yuuri enfrentó la tentación de quedarse un rato más en la cama. Recordó quien era y las responsabilidades que tenía como tal, y descartó por completo esa posibilidad.

Desde hacía mucho tiempo era el Maou, y como todo un joven de pensamiento sensato, había tomado consciencia de lo que aquel título significaba, no sólo para su vida, sino también para la vida de los demás.

Había aprendido, en los últimos años, que era capaz de muchas cosas. Capaz de gobernar una nación entera, capaz de controlar a su antojo el elemento agua, capaz de luchar contra el mal y lo más importante, ahora era capaz de darse el valor más firme cuando tomaba decisiones que tenían que ver con el rumbo de su propio destino.

No como sucedió en el pasado.

¿Y quién podía culparle de sus anteriores decisiones? A los quince años, era un joven de secundaria, enamorado del deporte y ansioso por experimentarlo todo. Cuando se transportó por accidente a ese extraño mundo por primera vez, creyó estar soñando. Le explicaron que era mitad humano-mitad demonio, que era un rey por el simple hecho de tener la particularidad asiática de tener el cabello y los ojos oscuros, y que debía acabar con el mal que amenazaba ese mundo. Fingió seguirles el juego, creyendo que seguía soñando, repitiéndose en su mente que lo que estaba viviendo no podía ser real. Después no recordaba nada más con tanta claridad, excepto la conmoción y la angustia que sintió cuando las cosas se fueron tornando más reales y las situaciones más complicadas. Por fortuna, gracias a los esfuerzos de los miembros más cercanos de su corte y también a su propio esmero, logró salir triunfador y las cosas volvieron a lo que ellos llamaban “normalidad”, aunque la mayor parte de ellas continuaba sorprendiéndolo.

De los quince pasó a los dieciséis, una edad importante en ese extraño lugar al que poco a poco le había tomado cariño. Le llegó la hora de tomar una decisión definitiva: Vivir como un humano en la tierra, donde no necesariamente sería alguien notable sino mas bien uno más del montón ó vivir como un Mazoku y tener en sus manos el poder de cambiar las cosas que a su criterio estaban mal y mejorar las que estaban bien en el mundo donde era alguien valioso y trascendente.

La decisión fue tomada a conciencia, y cuando declaró ante miles de testigos que viviría como un Mazoku, se le recompensó con una juventud prolongada: Cinco veces la vida de un humano común. Además, el espíritu del rey original, Shinou, prometió que su descendencia gobernaría después de él, en un nueva era.

En su antiguo hogar las cosas marchaban bien. La relación de sus padres era estable. Su padre, a diferencia del pasado, pasaba más tiempo en casa al lado de su cariñosa madre. Su hermano, Shori, mayor que él, era el Maou de la Tierra. Vivía en el extranjero y sólo hacía visitas ocasionales.

El tiempo fue pasando. Los días se convirtieron en meses y éstos en años. Olvidó la edad que se suponía debía tener en la tierra y comenzó a contarlos según los años de un demonio. Pero estaba claro que aún gozaba de plena juventud.

El éxito tenía un sabor demasiado dulce y eso le gustaba. La sensación de ser superior, de saberse admirado, era demasiado embriagadora. Pero aunque era uno de los hombres más poderosos de ese mundo, nunca había olvidado su humilde origen ni lo que había padecido hasta que la fortuna le sonrió. No se arrepentía de nada, pero sí le habría gustado que las cosas hubiesen dado un giro diferente después de un tiempo…

Con innumerables responsabilidades en su vida diaria, la idea de casarse parecía estar muy lejos de su mente. Pero pasó un día, que debido a un acuerdo entre un país de Mazokus llamado Zuratia y Shin Makoku, que era el país que gobernaba, se vio obligado a casarse con la princesa de aquel país lejano.

Al principio la idea no le pareció mala. Incluso le excitaba el hecho de casarse con la belleza que se presentaba ante sus ojos: Una morena de ojos verdes y largos cabellos castaños y rizados. Pero fue después, cuando empezó el cortejo, que se dio cuenta que no tenían nada en común. Durante sus citas se aburría con facilidad y no lograba encontrar cosa alguna en la que congeniaran. Y entonces comprendió que si debía pasar el resto de lo que quedaba de su vida con ella, le esperaba una vida muy infeliz. Ambos serian infelices porque no había amor de por medio.

Con aquel desafortunado descubrimiento, intentó explicar las razones de su oposición al matrimonio ante el parlamento, pero sus quejas no fueron escuchadas. Al parecer una alianza era más importante que su felicidad. Aquello lo dejó con un mal sabor de boca, pues en el fondo se sintió traicionado y utilizado. No obstante, lo dejó pasar, teniendo mayor precaución en el futuro con aquellos que se proclamaban a sí mismos como sus fieles servidores.

El día de su boda lució un semblante serio. Se arrastró hacia el altar como quien camina al cadalso. Se notaba a distancia que su matrimonio no lo satisfacía, pero todos se hicieron los ignorantes.

Para su sorpresa, aquel día se convirtió en esposo y padre al mismo tiempo, pues la morena no se presentaba sola. La morena se había casado anteriormente y del fruto de aquel matrimonio había nacido una niña muy mona y cariñosa. Y no supo si fue debido al fuerte instinto paternal que lo caracterizaba, o si fue la simpatía que aquella preciosa niña irradiaba, pero a ella la tomó como si fuera hija propia.

El tiempo continuó su curso y él mismo se encargó de hacer desaparecer a aquel jovencito ingenuo lentamente, para que su cambio no se notara tan brusco. Nadie volvería a saber de aquel que se había dejado guiar a un matrimonio arreglado fácilmente la primera vez. Nunca pudo crear la farsa de que no estaba arrepentido por haber tomado aquella decisión. No, el destino, recompensando seriamente su ingenuidad con un burlón anticipo de su futuro, le presentaba generosamente todos los días una visión de la familia más disfuncional que jamás habría querido tener.

En vista de la falta de plenitud en su matrimonio, decidió buscar lo que consideraba necesario para sobrellevar la pesada carga. Sexo. Nada lo hacía sentirse más invencible como fuera de control que el sexo. La búsqueda de abrazos más jóvenes y el calor de sucesivas amantes le dieron el alivio que necesitaba.

La primera vez que engañó a su esposa, no pudo verla a la cara por un mes entero; rehuía de ella cada vez que la encontraba en los pasillos y fue cuando decidió dormir en cuartos separados. La culpa lo inundó día y noche y se prometió que no volvería a hacerlo nunca más. Lo que más claro tuvo en su mente en esos días de meditación, fue el deseo de sentirse transportado al día anterior, para no haberse atrevido a cometer semejante bajeza.

La segunda vez fue un accidente; conoció a una jovencita muy hermosa en una fiesta y ella le demostró la simpatía que sentía por él de una manera muy grata. Luego los accidentes pasaron a ser más seguidos, después los accidentes fueron planeados y finalmente la culpa desapareció por completo.

Desde la primera vez ya habían pasado seis meses. Ahora estaba en la cama con una muchacha llamada Virginia y no creía que fuese a recordarla por nada en particular. Era un instrumento en todos los sentidos. Ninguna mujer duraba más de un par de semanas en su vida. Su amante no lo sabía, pero ya formaba parte del pasado.

Virginia continuaba en su labor de brindarle placer, ensimismada en su tarea. Sus pecaminosos labios besaban su cuello con hambre y sus manos no se quedaban quietas. Pero más que satisfacción, todos sus esfuerzos tenían el efecto contrario.

Lo estaba fastidiando.

—Querida, detente. —ordenó con voz apacible, sin inmutarse. Solía llamar “Querida” a todas para no correr el riesgo de equivocarse con el nombre.

Virginia jadeó, tratando de calmar su corazón, pero la voz del Maou, su matiz bajo e íntimo, junto con ese cuerpo de infarto que poseía, causaban que su vientre y sus muslos temblaran de excitación. Por más que lo intentó, no pudo detenerse.

—Suficiente. —Hubiera querido ser más amable con ella, pero el tono de su voz tenía un matiz cortante.

Ella se incorporó con actitud lánguida, y sus pechos se mostraron plenos e invitantes, pero el interés de Yuuri había comenzado a desvanecerse desde el principio. Sus manos en su cintura la ayudaron a que torpemente cumpliese con sus órdenes.

Vulnerable y expuesta, Virginia se quedó inmóvil. Pareció querer decir algo, pero no encontró las palabras adecuadas, así que sólo agachó la cabeza, haciéndose la resentida.

Yuuri lanzó un suspiro al tiempo que se incorporaba de la cama, sintiéndose un completo miserable y permitiéndose un momento para observarla con atención. Virginia tenía el cabello alborotado y rizado, los ojos con un brillo febril. Tenía la boca más roja que de costumbre y algo hinchada por los besos. Estaba a su disposición, y quizá por eso no le apetecía en aquel preciso instante. Se sentía vacío, pero no con la clase de vacío que el sexo podía llenar.

Yuuri se pasó las manos por el cabello en un acto de desesperación. Definitivamente tenía que encontrar a su persona predestinada, pensó con la misma amargura de todos los días y la molesta sensación de no ser dueño de su propio destino. Deseaba con todas sus fuerzas encontrar a aquella persona a la que debía entregarle su corazón y fidelidad por decisión propia. Era un chico romántico después de todo, y solamente quería encontrar a su complemento ideal, aquella persona que era la otra parte de su verdadero yo.

No podía seguir echando a perder su vida ni la de esas pobres inocentes por absurdos arrebatos.

—Verás, tengo una junta importante esta mañana. No lo tomes como algo personal, pero debes irte ya —intentó explicarse, suavizando su expresión y su tono de voz.

Ella se desperezó y alzó la cabeza. Su larga melena rubia caía seductoramente sobre uno de sus pechos de rosados pezones.

—Por favor, todavía no. Aún es temprano. Creí que querría relajarse un poco más, anoche me avisaron que estaba muy estresado.

La joven dejó deslizar los dedos sobre el pecho de su amante y trazó un círculo alrededor de su plana tetilla color cobre.

—Déjeme consentirlo, Majestad…

Yuuri le tomó la mano, deteniéndola en el acto; sintió que de nueva cuenta comenzaba a ganarle el fastidio y que la irritación crecía en su interior, reemplazando todo vestigio de deseo que pudiera quedarle. En ese momento, cuando ya había llegado la hora en que ella debía partir, sólo quería que se pusiera en marcha de una vez.

—Se buena chica, Virginia. Vístete y sal de la habitación tan sigilosa como siempre.

Tras soltar un suspiro de fastidio, ella se levantó de la cama y comenzó a recoger la ropa tirada con brusquedad, torpeza y lentitud.

—Está bien, Majestad —dijo ella, haciendo pucheros.

Virginia estuvo dispuesta a no ofrecer resistencia. Sabía la posición en la que encontraba frente al rey y que no podía esperar más de él. Se puso la ropa y salió de los aposentos reales tan silenciosamente como había llegado. Yuuri la contempló hasta que desapareció con una extraña sensación de alivio.

Volvió a suspirar profundamente y después se rió entre dientes, pero en su risita no pudo advertirse nada que denotara satisfacción. Tuvo la vaga sensación de que ésta sería la última vez que sería infiel. Por el bien de su cordura.

Volvió a acostarse y permaneció en la cama durante algunas horas más, reflexionando su comportamiento con el mismo malestar en el pecho, experimentando aquel sentimiento que llamaban culpabilidad, en medio de esa enorme y fría habitación.

 

 

—9—

 

 

Dos horas después, Yuuri Shibuya, 27º Maou de Shin Makoku, se despertó cuando uno de sus más fieles servidores abrió las cortinas de su dormitorio y le deseó buenos días con voz muy alegre, y le resumió la agenda que tendría que cumplir.

Como de costumbre, Yuuri comenzó el día practicando sus ejercicios matutinos, después tomó un rápido baño y se vistió con su habitual atuendo hecho a la medida, consistente en el típico —gakuran— de las escuelas de su natal Japón, aunque con el tiempo se había ido modificando hasta que finalmente se le añadieron bordados en color dorado en las mangas y cuello para darle la elegancia que un rey debía proyectar.

Se abrochó el último botón dorado de su chaqueta y se peinó el cabello como lo arreglaba habitualmente. Luego exhaló un profundo suspiro, pensando en todo lo que tenía que hacer durante el día. Le esperaba una larga junta semanal con sus más cercanos consejeros y necesitaría de toda la paciencia que pudiera reunir. Si le quedaba tiempo, tenía planeado dar su paseo diario por los alrededores del castillo y por las afueras. No importaba cuán detallados fueran los informes de sus consejeros, no había nada como ver y oír las cosas por uno mismo.

Cuando despertaba más temprano, le encantaba contemplar el orden progresivo de las actividades en el castillo. Cada día, justo antes del amanecer, los soldados se agrupaban para iniciar los entrenamientos matutinos. A las siete de la mañana, las sirvientas se disponían a preparar el desayuno para todos ellos y el aroma del pan caliente comenzaba a escaparse de la cocina. Los gritos de los vendedores de ambulantes y los mensajeros reales se escuchaban a lo lejos. Realmente, tranquilidad no era la palabra más apropiada para aquel sitio; ajetreo era el único término que podía transmitir una cierta idea de sus dinamismos.

Elegante y, como siempre, de un aspecto inmaculado, Yuuri bajó por fin la magnífica escalera del castillo con la majestuosidad y el digno porte que había aprendido con el tiempo y las clases de etiqueta.

—Su Majestad.

Yuuri se condujo hasta el comedor del primer piso, saludando en el camino a los guardias y a las doncellas del servicio que se encontraban al pie de las escaleras haciendo su habitual reverencia.

Al entrar al comedor, sólo encontró a su esposa sentada en la silla que siempre ocupaba al lado derecho del pie de la mesa. Un malestar conocido se instaló en su estomago al momento de verla; el que se originaba a causa del nerviosismo, la vergüenza y el remordimiento.

—Buenos días, mi señor —lo saludó ella tan respetuosa y prudente como siempre, poniéndose de pie al momento—. Me preguntaba si tenía intensiones de levantarse.

Ignorando el comentario de doble sentido, Yuuri se aproximó a ella y le besó el dorso de la mano al tiempo que hacía una reverencia.

—Buenos días, mi señora —replicó ásperamente. Luego recorrió la habitación con la mirada, observando que él y su esposa eran los únicos ocupantes de aquel enorme comedor. Seguramente sus consejeros ya lo estaban esperando para empezar la junta semanal sobre los asuntos del reino. Disimulando su fastidio, se volvió hacia su mujer, con un semblante más atractivo y sonriente—. Me alegra tener tu compañía esta mañana, creí que desayunaría solo.

Y lo decía de corazón. Tal vez no amaba a Izura en el sentido en que todo mundo esperaba, pero le tenía mucho cariño. El amor no tenía cabida en los matrimonios entre miembros de la nobleza, pero se podía aprender a convivir con la otra persona sin llegar a odiarse mutuamente.

Yuuri no había tardado mucho tiempo llegar a aquella conclusión, y ahora lo único que quería era tener una vida pacífica a lado de esa mujer a la que estaba atado, por el bienestar de su hija adoptiva.

Tras tomar su lugar en la mesa, Yuuri hizo una señal con la mano a una de las doncellas para indicar que estaban preparados para comer. Esa mañana, el aroma del desayuno era especialmente apetitoso, una mezcla de pastelillos, café y crepes calientes acompañados de fruta de estación.

—¿Cómo desea el café, Majestad? —le preguntó una doncella maliciosamente.

Se trataba de Virginia, que ante la presencia de la reina, no se molestaba en fingir que no había pasado nada intimo entre ella y el rey. Se veía fresca y saludable, y las estilizadas curvas de su figura quedaban resaltadas por un delantal blanco sobre su vestido azul. Su brillante cabello rubio estaba recogido en un moño en lo alto de la cabeza, atado con una cinta del mismo color que el vestido. La sonrisa de la muchacha se extendió por completo cuando el rey le prestó atención.

Yuuri se puso pálido al verle, con los ojos abiertos como platos y la boca abierta. Izura no se inmutaba ante su comportamiento. Se quedó allí, al lado de su marido, viendo cómo se ponía nervioso ante la presencia de su amante.

—Solo café negro esta mañana, gracias. —Logró responder cuando encontró su voz y pudo ser capaz de fingir indiferencia. Se encargaría luego de mandarla a trabajar lejos, muy lejos de Pacto de Sangre, para que en el futuro no se convirtiera en una molestia.

Virginia le sirvió una taza de humeante café, y le dedicó una sonrisa más antes de volver junto con las otras doncellas. Yuuri cogió el tenedor y comenzó a juguetear con los crepes rellenos de mermelada de fresa. Se le había ido el apetito.

—Gracias, Virginia, puede retirarse —ordenó Izura con la gallardía y el porte que caracterizaba a una reina instruida desde joven para tales funciones. El que esa mujer fuera la amante de turno de su marido, no le daba derecho a sentirse superior—. De aquí en adelante, será Doria quien se encargue de servir el desayuno.

Virginia le sirvió el café a la reina antes de retirarse y ella la miró con furia antes de tomar cautelosamente un sorbo.

—Como ordene, Su Majestad.

Virginia lo dijo casi rechinando los dientes, como si se preparara para un ataque del enemigo, cosa que, en efecto, se produjo a los pocos minutos, cuando su mirada azulina se batió en duelo con la mirada color jade de la reina. Luego se dio la media vuelta, dispuesta a abandonar el comedor.

Agradeciendo la oportuna intervención de su mujer, Yuuri tomó un bocado de crepe bañado en mermelada y lo tragó ayudado por un buen sorbo de café. La sensación fue muy placentera y le ayudó a endulzar el mal momento.

—Debo decir —observó Yuuri con mejor humor—, que estás excepcionalmente hermosa esta mañana, Izura.

Incluso sin maquillaje, Izura era una auténtica belleza. Era una combinación exótica de piel morena y ojos verdes como jades. Contempló su largo cabello castaño, entrelazado en dos largas trenzas que caían hasta sus turgentes pechos. Se le habían soltado algunos mechones de su  cabello y se habían arremolinado en torno a sus sienes y sobre sus pómulos haciéndola parecer adorable. Ningún hombre podía admirar su belleza y elegancia sin hacerle un cumplido.

Si un matrimonio se basara solamente en la atracción física, seguramente tendría un matrimonio feliz, pensaba Yuuri entre la mescla de la decepción y el humor amargo. Pero no era así, y él se había propuesto no lastimar ni usar a su esposa para propósitos egoístas y únicamente carnales. Izura era una dama, y debía tratarla como tal.

Ella sonrió por el comentario de su esposo y su rostro se iluminó con un brillo angelical y atrayente al mismo tiempo. Tenía los ojos tan abiertos y las mejillas tan sonrojadas, que Yuuri quiso regresar el tiempo y no haber permitido que sus pensamientos se le escaparan de su boca.

—He tenido un sueño —dijo Izura. Su voz era firme y suave. A continuación, ella dejó el tenedor sobre la mesa, le tomó la mano y mirándolo fijamente, añadió—: Y en mi sueño venias a mí de nuevo y me abrazabas y me susurrabas que me amabas y que absolutamente todo entre nosotros se arreglaría y volvería a ir bien.

Si esperaba alguna reacción por parte de su esposo, su decepción fue absoluta. Yuuri apartó la mirada, incómodo ante la expresión implorante que vio en el rostro de ella.

—Yuuri, cariño… —Izura no se dio por vencida. Su anhelo por arreglar su matrimonio era tan grande, que lo único que pudo hacer fue lanzarse otra vez a la lucha, con la esperanza de hacerlo recapacitar—. Esposo mío, para bien o para mal, eres la persona que he elegido para pasar el resto de mi vida. Tus errores y deslices no han cambiado lo que siento por ti. Te amo. Te echo de menos y anhelo tener un hijo contigo. Estoy dispuesta olvidarlo todo si regresas a mí, arrepentido de corazón.

Un silencio turbador invadió el amplio y elegante comedor. A sus espaldas, Doria y Sangría intercambiaron miradas expectantes.

Se trataba de una declaración de amor que iba mucho más allá de lo que Yuuri podía manejar. No pudo contestar de inmediato, porque se le había hecho un enorme nudo en la garganta. Se apartó de Izura y acarició el anillo de bodas que siempre llevaba consigo, a pesar del poco o nulo significado que tenía en su vida.

—Te quiero, Izura. Siempre te querré —respondió Yuuri por fin, buscando las palabras adecuadas para poder transmitirle lo que sentía de corazón—. Porque eres mi esposa y mi deber es quedarme a tu lado.

De repente, la promesa se le antojó vacía de significado. Teniendo en cuenta la delicada situación en que se hallaban, no quería hacerle concebir vanas esperanzas.

No tenía ningún sentido fingir que se trataba de un problema que estaba a punto de resolverse. El problema no consistía en lograr algo que sabes que está a tu alcance si pones de tu parte, sino en dejar de comportarse como si no existiera. Su matrimonio pendía de un delicado hilo, eso era tan real como verdadero, y la solución estaba prácticamente perdida, porque no se puede reconstruir lo que nunca ha existido.

—Es tu deber… quedarte a mi lado —resumió Izura sin perder la calma, entendiendo el contexto de sus palabras. De pronto quería echarse a llorar.

Sin embargo, pese a todo, Izura se mantuvo firme. Y Yuuri se lo vio en la cara, vio su comprensión, mezclada con cierto grado de decepción. Y no tenía fuerzas para ver de nuevo aquella decepción, ni tenía fuerzas para hacerle daño y fingir que su sufrimiento le era totalmente indiferente. Levantó una de sus manos y le apartó el pelo de la cara para después acariciar su mejilla. Izura aferró esa bendita mano con la suya, manteniéndola pegada a su cara.

—Sí, creo que sí. —Un destello de incertidumbre apareció en aquellos ojos verdes durante un segundo—. Bueno, a tu lado y también al lado de Greta. Ella es nuestra hija y debemos procurarle un hogar estable, para que pueda crecer en armonía.

El silencio duró unos instantes. Allí estaba de nuevo la culpabilidad bullendo a borbotones en su interior y su esposa se quedó quieta, mirándolo.

—Entonces, ¿Dormirás conmigo esta noche? —Le preguntó Izura por última vez. En tal caso, mantendría una esperanza.

Pero Yuuri denegó con la cabeza y ella cerró los ojos, derrotada. El contacto terminó y ambos volvieron a acomodarse en sus respectivos asientos.

—No, no podré dormir contigo esta noche.

Las palabras ardieron pese a que ya las esperaba. Izura apretó los puños e intentó no llorar. Estaba literalmente perdida, pero al final prefirió ignorar los avisos de alerta que chillaban en su mente.

—Tendré mucho trabajo este día, probablemente terminemos tarde —le explicó su esposo, intentando ser tan amable con ella como siempre.

—Entiendo. —Izura se había venido abajo, toda esperanza se había esfumado.

—De hecho ya estoy atrasado.

Pálida y avergonzada al darse cuenta de la incomodidad que había provocado en su esposo, Izura bajó la cabeza. Logró percatarse de la mirada de lástima que le dedicaban las doncellas de servicio y decidió que aquél no era el momento ni el lugar en el que debía tratar esos asuntos. La próxima vez, hablaría con él en privado.

—Seguramente me regañaran por llegar tarde. —Yuuri alargó el brazo para tomar la taza del café y beberlo de un largo trago. Mientras se secaba la boca con la servilleta, se percató que le temblaban las manos. Y no era por demás, uno de los consejeros que le esperaban en la sala de reuniones daba mucho miedo cuando se enojaba de verdad y a la hora de las reprimendas le importaba poco el respeto que debía tenerle por ser el rey.

Izura mantuvo la mirada puesta en su plato, que permanecía entero al no haber probado ni un solo bocado.

—Por cierto, este día tendremos la visita de tu tío en la corte —dijo Yuuri con expresión más relajada—. Se quedará unos días con nosotros.

—Sí, me dará mucho gusto volver a saludarle —contestó Izura, aliviada de poder cambiar de tema—. Lo he echado de menos.

Yuuri se pasó una mano por el cabello negro y fino, un poco decepcionado. Con Maoritsu rondando cerca, tendría que cuidarse las espaldas. Era un tipo amable, pero muy entrometido y siempre trataba de abarcar toda la atención de su hija.

El silencio que llenaba la estancia les permitió oír los pasos que se acercaban. Ambos se alegraron cuando vieron a su hija entrar al comedor con paso alegre y juguetón.

—Mi princesa hermosa. —Yuuri salió al encuentro de su hija y la tomó en brazos, levantándola de un salto en medio de las risas indiscretas de las doncellas—. ¿Cómo estás? ¿Dormiste bien?

—Muy bien, papá. —La niña, de tez morena, ojos pardos y rizado cabello castaño, rodeó con dulzura el cuello de su padre en un abrazo mimoso.

Yuuri la abrazó con más fuerzas y se la comió a besos. Greta era su hija. No de sangre pero era su hija de todas maneras. Padre es el que cría, y él la había criado desde que era una pequeñita con la devoción y el esmero de tal.

Embelesada, la mujer de ojos verdes observaba cada uno de sus movimientos. El pecho le ardía y la emoción la embargaba. Había encontrado más combustible para la el amor que sentía por Yuuri. La paciencia es una virtud que tarde o temprano rinde sus frutos, y ella estaba dispuesta a esperar. Nunca lo dejaría ir, así tuviera que tragarse su orgullo.

—Buenos días, Majestades. —Conrad Weller entró al comedor después de Greta, esbozando aquella sonrisa suya tan amable y cordial.

Izura le devolvió el saludo mientras la sonrisa que había aparecido fugaz en sus labios se evaporaba igual de rápido, como si la presencia de aquel sujeto le arrebatara el buen ánimo. Le tenía mucho rencor.

Greta bajó de los brazos de su padre y corrió para abrazar al Capitán. Conrad era un hombre alto, apuesto y galante, de cabellos castaños y ojos marrones, de comportamiento impecable, actitud valiente y asimismo cariñosa. A Greta le caía bien, era algo así como un caballero real de los cuentos de princesas.

—¡Buenos días, Conrad!                               

—Buenos días, alteza —respondió él. Luego le lanzó una mirada de advertencia a Yuuri dándole a entender que no estaba ahí por gusto—. Majestad, debe acompañarme a la sala de reuniones. Los demás lo están esperando desde hace una hora.

Yuuri se llevó la mano a la cabeza, asustado y sorprendido a partes iguales. ¿De verdad llevaba tanto tiempo de retraso?

—Perdón, el tiempo se me pasó volando.

—Oh, lo sabemos —susurró Conrad, con una mueca divertida en sus labios.

—¡Esfuérzate mucho, papá! —le animó Greta como siempre tan alegre y tierna.

—De acuerdo —Yuuri le acarició la cabeza y le dio un abrazo—. Y tú pórtate bien ¿Eh?

La niña rió.

—Nos vemos más tarde. —Izura se acercó a Yuuri, lo rodeó con dulzura entre sus brazos y lo atrajo hacia ella, sintiendo el calor inundar sus venas—. Te estaré esperando de todas formas.

—Sí, mas tarde… —Yuuri intentó disimular en presencia de Greta, que los observaba encantada y con un rubor en las mejillas.

Izura escondió la cara en su cuello y respiró la fragancia que desprendía ese precioso cabello negro.  

—No puedo perderte —susurró cerca de sus labios, prácticamente pegados.

—No lo harás —respondió Yuuri en voz baja para que Greta no lo pudiera oír. Luego soltó un suspiro y le besó en la frente—. Ahora debo irme, mi amada esposa.

Izura cerró los ojos y gritó por dentro. Era lo que más deseaba en el mundo. Cerca o lejos, era incapaz de entender la vida sin él.

 

 

—10—

 

 

Conrad condujo a Yuuri hasta la sala de reuniones, donde los amplios rayos de luz inundaban las columnas de libros prolijamente colocados sobre los estantes pegados en las paredes. Era una habitación amplia, limpia y ordenada, pero era donde Yuuri pasaba las horas más largas de su vida. En medio de la sala había una enorme mesa de madera en forma rectangular con un hombre de aspecto malhumorado sentado en el costado derecho y otro de apariencia más atractiva y amable sentado en el izquierdo.

Cuando los vieron ingresar, se pusieron de pie.

—Siempre tan puntual —comentó Gwendal von Voltaire, el tipo malhumorado del lado derecho, con un tono que no era particularmente halagador—. ¿Ya está listo o tendremos que esperar una hora más?

Yuuri tragó saliva. Sólo de pensar en lo enfadado que debía estar, un sudor frío comenzó a descenderle por la sien y un nerviosismo angustioso comenzó a invadirle.

Gwendal tenía unos ojos azules fríos como el hielo y casi nunca sonreía. Todo el mundo le tenía miedo, menos los que lo conocían más a fondo, los que conocían el secreto que guardaba detrás de su apariencia de ogro gruñón. Era un hombre fuerte, de hombros anchos y brazos poderosos. La viva estampa de un portentoso soldado con años de experiencia. Gwendal era administrador oficial de la hacienda del rey y no había otra persona que tuviera un poder similar. Yuuri lo había puesto todo en sus manos y confiaba ciegamente en él.

—De verdad lo lamento.

Yuuri se sentó tras la exquisita mesa de roble labrado. Sujetó los bordes con sus manos y al sentir el contacto con la madera se tranquilizó. Observó la pila de documentos que estaban acomodados unos sobre otros y suspiró.

—Lo importante es que ya estamos todos aquí —intervino Gunter von Christ, el hombre atractivo del lado izquierdo, con una amplia sonrisa al ver a su querido rey.

Gunter era la belleza del castillo y nadie se esforzaba en disimularlo. Según Yuuri, poseía la etérea belleza de un ángel, aquel aire de inaccesibilidad divina que contrastaba con su auténtica naturaleza y con sus habilidades en esgrima. Su cabello de seda color lila, perfectamente peinado, caía liso hasta la cintura. Sus ojos violetas irradiaban tranquilidad y equilibrio. Era la personificación del invencible y prolifero caballero al servicio de la corona. Por su dilatada experiencia y su carisma era un hombre muy respetado en la corte. Sus hazañas en la academia militar eran leyenda para todos los habitantes.

—Siempre lo consientes, por eso es que no se presenta a la hora —lo reprendió Gwendal  dando una sonora palmada sobre la mesa. Gunter lo miró con gesto serio—. Creo que deberíamos comenzar a establecer castigos por cada minuto de retraso. No sólo para el rey, sino para cualquier otro que se tome la libertad de llegar tarde.

Gwendal miró fijamente a Conrad.

—Me parece razonable —admitió Conrad, soportando la mirada de Gwendal con la misma ferocidad—. Pero si estamos atrasados ¿No sería mejor comenzar de una buena vez?

Saltaba a la vista que ese par no se llevaba tan bien como se esperaría de un par de colegas que además eran viejos conocidos.

—Tiene toda la razón, capitán —masculló Gwendal, esbozando una mueca que era lo más parecido a una sonrisa que se podía esperar en él—. Solamente estaba aclarando ciertos puntos…

—La culpa fue mía, me tomé un momento para desayunar con Izura y el tiempo se me pasó volando. —La intervención de Yuuri a favor de Conrad sólo incrementó el recelo que Gwendal y Gunter sentían por él—.  Sólo quería compartir un momento tranquilo al lado de mi esposa.

El autocontrol impidió que Gunter soltara un comentario mordaz acerca de ser un buen esposo. Conocía acerca de las aventuras amorosas del rey y también sabía quién era el precursor de sus deslices. Le desagradaba enormemente que la reina sufriera este tipo de desaires y estaba de su lado para alejar al rey de las malas compañías.

—Vaya, al parecer por fin está empezando a tomárselo en serio. La reina debe estar muy contenta —dijo Gwendal en tono agrio. No quiso quedarse callado.

De pronto el ambiente se tornó pesado.

Yuuri entrecerró los ojos. Ni siquiera había sido consciente de la llegada a ese punto. Los problemas de su matrimonio no tenían porque ser del dominio público. ¿Acaso no podían tener un poquito de consideración? Gwendal era alguien bueno, pero había caminado por una delgada línea y sobrepasado los límites.

—Suficiente —advirtió, tratando de mantener la serenidad—. Mejor comencemos de una vez por todas. Hay ciertas cosas que a ustedes no les incumbe.

En medio de un silencio incomodo, los cuatro rodearon la mesa y se adueñaron de sus asientos. Como rey, el lugar de Yuuri era el centro de la mesa para tener un amplio acceso a las caras de sus consejeros.

—Si a todos les parece bien, empezaré explicándole al rey de que tratan estos documentos —empezó Gunter. Yuuri leyó o intentó leer los papeles que tenía en frente de él detenidamente. Nadie puso ninguna objeción—. Majestad, los proyectos de educación y recreación que promovió a principios de este año han tenido una serie de dificultades como podrá observar en la figura A1 de la segunda página.

Yuuri le dio vuelta a la página y vio números en rojo.

—Los proyectos de Rocheford, Grantz y Radford están completamente interrumpidos por falta de fondos. Nuestros analistas creen que se trata de un receso temporal de la economía debido al reciente golpe que tuvieron los agricultores por falta de lluvia y que afecto el mercado en general. Como sabe, sin contribuyentes no hay fondos, y usted ordenó que se le perdonara un año de impuestos en consideración a sus pérdidas.

Yuuri se quedó pensativo un momento y después se reclinó en su silla con gesto paciente.

—¿Qué hay de la colaboración de los gobernadores? —preguntó intentando no sonar pretencioso—. Recuerdo que también ordené que las clases altas repusieran lo que se perdería de la colaboración de la clase baja.

—Pero ellos también han llegado a su límite. No están dispuestos a colaborar más de lo que están obligados a dar. Además, eso sería algo injusto. —Gunter escuchó sus propias palabras y Gwendal le lanzó una mirada de soslayo; estaba consciente de que su falta de evidencia no había pasado desapercibida.

—Si ya sé que para los estándares de la sociedad eso es injusto —Yuuri meneó la cabeza lentamente con ademán reprobatorio. En su voz había una chispa de decepción—. Porque a los de la clase alta nunca le importan sus semejantes siempre y cuando tengan la posibilidad de despilfarrar sus riquezas en cosas banales.

—Me temo que es la realidad de este mundo —reflexionó Gunter, suspirando y cruzándose de brazos.

—No solo de este mundo, Gunter, no solo de este —añadió Yuuri con pesar—. Pero aún se puede hacer algo para no detener por completo estos proyectos.

Gwendal resopló, escéptico.

—¿Y que tiene en mente? —preguntó sólo por saber.

—Por el momento haremos que los diez Nobles continúen donando la tercera parte de sus ingresos mensuales a las obras —respondió Yuuri muy confiado, aunque con un leve atisbo de vergüenza en la voz. Sabía que podía contar con Gunter y con Gwendal, pero con los demás, que no eran tan cercanos, era cosa aparte.

—¡Pero, Majestad, ellos también se están quejando! —advirtió Gunter, atónito.

—¡Por favor! ¡Esas personas comen en platos de oro, no creo que adelgacen si cambian su vajilla a una de plata! —rebatió Yuuri. Gunter le concedió la razón.

—De todas maneras no será suficiente —repuso sin terminar de estar convencido.

Yuuri comenzó a entender que sus ambiciones tenían ciertos límites. No era culpa de sus consejeros, ni de los diez Nobles, ni de las demás personas. Era simplemente que no podía cambiar el sistema en el cual se rige la sociedad. Además, no podía acelerar el ritmo de las cosas. El enorme imperio con el que soñaba no se construiría en poco tiempo.

—Bien, bien, ya entendí —dijo Yuuri a regañadientes, haciendo un puchero—. Las escuelas y los estadios de Rocheford, Grantz y Radford quedan suspendidos hasta reunir nuevos fondos. Pero —advirtió haciendo énfasis—, impondré el plazo de un año para comenzarlos de nuevo.

—Tres años y terminaremos las escuelas y los estadios de beisbol de los demás territorios en su totalidad —ofreció Gwendal, secamente.

Yuuri frunció el ceño. No estaba dispuesto a negociar.

—Un año —corrigió, alzando el mentón mientras arqueaba una de sus finas cejas oscuras.

—De ninguna manera logrará sus objetivos en tan corto plazo —objetó Gwendal—. Pero si es tanto su afán por acelerar las obras, propongo que se hagan en dos años y medio.

Yuuri cerró los ojos y respiró hondo.

—Un año y medio —propuso, obstinado—. Y es mi última palabra.

Gwendal sacudió la cabeza y maldijo en voz baja. Tuvo de reprimir su genio para tratar de controlar la ira que se iba adueñando de él. Una vez más, intentó persuadirlo:

—Dos años, Majestad —Tanto él como Yuuri parecían no ser conscientes de que hubiera más personas con ellos. Estaban en medio de una negociación de dos—. Las obras quedaran bien construidas y su nombre quedará en lo alto.

—Me rehúso.

—Necio.

—Me parece razonable la propuesta de dos años —intervino Gunter con mucho tacto.

—A mi también —secundó Conrad. Su voz sonaba sincera y comprensiva—. Las grandes construcciones llevan su tiempo —explicó—. Hay temporadas en las que no se puede trabajar como en el invierno, lo que significa que las construcciones se verán pausadas en ese tiempo por fuerzas mayores que no podemos controlar. Es por eso que me parece más realista pensar que terminaremos las obras en dos años.

Hubo un momento de silencio usado para analizar la situación de manera profunda.

—Sí, por supuesto —respondió Yuuri, con una exhibición de entusiasmo desmentida por su prolongada pausa de duda—. Mientras tanto haremos eventos benéficos para recaudar fondos. Vestiremos a Conrad con un enorme disfraz de oso hecho por Gwendal. A las chicas les encantará; caerán desmayadas unas sobre otras.

Conrad se echó a reír. Esa era la manera que el Maou tenía para decirle: «Pagarás por no haber estado de mi lado. Idiota»

—Estoy a sus órdenes, Majestad.

—Es Yuuri. Tú me diste el nombre. —Yuuri trató de mostrar un gesto serio, pero en lugar de eso se echó a reír al imaginárselo disfrazado de esa manera. Gunter también esbozó una sonrisa divertida—. Relájate un poco, Gwendal —bromeó Yuuri—. De verdad lamento mucho si me comporté grosero contigo.

Gwendal le dedicó una mirada indiferente, pero en el fondo estaba contento de que lo tomara en cuenta. No era sólo una persona aburrida y decidida a respetar el código militar escrupulosamente, también tenía su lado amable.

—¡Por los dioses! ¡Veo un atisbo de alegría en el semblante del General Voltaire! —clamó Cornad recuperando el buen humor—. ¿Quién eres y que has hecho con él?

—Cuida tus palabras Conrad. Te aseguro que no tendrás el mismo humor cuando desfiles en las calles con tu traje de oso.

—No importa —respondió Conrad, restándole importancia—. Será divertido y tierno verte tan ensimismado en lo que es tu gran pasión: Tejer.

—¿De verdad no te importa vestirte de oso? —preguntó Gunter, incrédulo.

Conrad denegó con una sonrisa marcada en los labios. —Si son las ordenes del rey, nuestro deber es obedecer.

Gunter miró a Gwendal y se encogió de hombros. Conrad cumplía con los mismos principios que ellos. No había motivo para guardarle rencor. Al final, solamente eran unas piezas de ajedrez en un tablero manejado por el rey.

—Entonces, decidido —dijo Yuuri apoyando ambas manos sobre la mesa—. Ahora quisiera pasar a otro punto.

Todos los presentes se dispusieron a escucharle. Yuuri tomó una hoja de papel en sus manos y miró a Gwendal con gesto cansino.

—Gwendal ¿Qué significa esto? —preguntó con aires de diversión.

Gwendal reconoció de qué se trataba inmediatamente. Eran los volantes que había mandado a publicar en toda la ciudad para el reclutamiento de nuevos soldados.

—Esto, Majestad, es la inicialización del proyecto de seguridad.

—Sí, ya sé —repuso Yuuri con una sonrisa—. Pero me refería a los requisitos para entrar en las Fuerzas Militares. Es decir, ¿No crees que te pasaste un poquito con tus exigencias?, en especial la clausula de abajo con letras en rojo que dice: No se permitirá el ingreso de donceles ni debiluchos ya que el aspirante debe reunir las condiciones psicofísicas de acuerdo con las disposiciones legales vigentes para el personal de las Fuerzas Militares. Si no te consideras capacitado, por favor no hacer perder el tiempo al personal de los respectivos Comandos de la Fuerza.

—¿Y? —Gwendal parecía muy complacido de sí mismo, lo que resultaba cómico.

—¿Cómo que “¿y?”?, Gwendal así nadie querrá venir a las pruebas —Yuuri le dedicó una mirada cargada de cariño a pesar de la risa que chispeaba en sus ojos—. No puedo creer que excluyas a quienes son donceles. Aparte de lindos, algunos son muy fuertes.

—Limítese a cumplir con sus obligaciones, Majestad, que las Fuerzas Militares están en mis manos. Usted no sabe lo difícil que es lidiar con un montón de buenos para nada. La última vez fue una verdadera pesadilla.

—Si se presenta un doncel dispuesto a demostrar sus capacidades e ingresar a las Fuerzas Militares, no lo excluirás ¿De acuerdo?

Yuuri y Gwendal se sostuvieron la mirada con una tensión que empezaba a resultar insoportable. El mayor apretó los puños y resopló. No iba a regresar a una discusión.

—Bien —murmuró; se apoyó en el respaldo de la silla y miró al techo con un gruñido. Evidentemente, estaba sopesando la idea de tener que entrenar a un montón de inútiles. De repente, soltó una carcajada burlona—. Pero no garantizo que al final no quieran salir corriendo. Mis entrenamientos son duros y eficaces.

Gwendal se mostraba duro y a la vez extremamente relajado, como si no tuviese nada que perder ni nada que temer. Yuuri esbozó una sonrisa de resignación, aunque tuvo que admitir para sus adentros que había contemplado esa posibilidad. Gwendal había demostrado siempre un talento brillante para las artes militares y la estrategia. Gracias al intelecto de su General, había conseguido afianzar la posición de poder que ahora ostentaba alrededor del mundo.

—Quedado aclarado ese punto, quisiera pasar a un asunto más delicado —comenzó a decir Gunter captando la atención de los otros tres—. El consejo ha recibido una carta de Su Majestad, Saralegui. Está en prisión.

Al instante se miraron unos a otros, asustados, en búsqueda de una explicación, mientras la sorpresa y el desconcierto se extendían. La intensa luz de la mañana inundaba el gran salón de reuniones penetrando a través de los enormes ventanales.

—En prisión… ¿Por qué? —Yuuri superó el asombro y la sorpresa con gran esfuerzo, y recuperó su autocontrol.

—Al parecer participó en una batalla en la frontera que limita a Shimaron Mayor de Shimaron menor con un tal Ranzhill y fue capturado y llevado como prisionero.

Yuuri frunció el ceño, confuso. Aquello era para no creérselo.

—¿Y por qué fue el enfrentamiento? —preguntó cada vez más interesado.

—Fue para proteger sus tierras de la invasión y el dominio del rey de Shimaron Mayor, lo cual tomó como una ofensa contra su orgullo.

—Hmm... —murmuró Gwendal sin dejar de sonreír.

A Yuuri no le gustó su sonrisa.

—¿Y qué escribe? —preguntó a Gunter sin disimular su preocupación

—Ruega apoyo militar y político para ejercer presión a su enemigo para que lo deje libre.

—¿Le han respondido?

—Le hemos hecho saber que su falta de humildad solamente complicará su puesta en libertad —respondió Gunter con calma, aunque se empezaba a vislumbrar una sombra de humor en su rostro al imaginar a ese rey en tan penosas condiciones—. Alega que por ser quien es, no merece ser tratado de ese modo. Y también recalca su disposición para servir a Su Majestad fielmente, si recibe la respuesta que tanto espera.

Yuuri suspiró con una sonrisa en el rostro, recordando la manera de ser de ese joven rey.

—Es el chiflado más orgulloso de este mundo —comentó resignado—, pero le tengo aprecio. Envíenle la ayuda que necesita.

—Me opongo —intervino Gwendal, terminantemente. Todos lo miraron en silencio, intentando asimilar el significado de sus palabras—. Están atacando sus fronteras. Esto sólo puede significar que se trata de una estrategia política. Pienso que el objetivo del rey de Shimaron Mayor es ejercer presión al rey de Shimaron menor para que se integre de una vez a la alianza de las naciones del Norte. Además, Shimaron Menor nunca ha dado muestras de ser un aliado confiable para Shin Makoku, no tenemos porque inmiscuirnos en sus problemas internos.

—Alkaláh, Sigmarus, Perna, Blazeberly, Shimaron Mayor e incluso Shimaron menor son países que se rehúsan a formar parte de nuestra alianza de Naciones Unidas por la integridad —reforzó Gunter el punto de Gwendal—. Sus reyes parecen personas egoístas que sólo buscan intereses y riquezas personales. Meterse con ellos sería un error.

—¿Por qué me parece que los miembros del Consejo prefieren ser estúpidos?

Nadie respondió a la pregunta retórica de Yuuri, pero se mantuvieron a la defensiva.

—No salvar a una persona por miedos infundados, ese sería un error —refutó, claramente molesto.

—Si me permite decírselo con honestidad, Majestad —contestó Gwendal—, su debilidad es esa costumbre que tiene de decidir las cosas con tanta rapidez, antes de tomar en cuenta todas las consecuencias.

—Me muevo según mi instinto —alegó Yuuri, sin dejar de fruncir el entrecejo—, y mi instinto me dice ahora que debo ayudar a mi amigo, que es a su vez alguien que podría ser un gran aliado en tiempos venideros. —Hizo una pausa y esperó con gesto desafiante a ver si había alguna objeción.

Durante ese intervalo de tiempo, Conrad miró a Yuuri con detenimiento. Aquel chiquillo al que entregó el alma de su querida Suzanna Julia estaba madurando con rapidez, convirtiéndose en alguien más reflexivo e inflexible a la hora de tomar decisiones. Como rey, era quizá más bondadoso que sus antecesores, pero procuraba ser totalmente justo. Se sintió orgulloso de él.

—En tal caso, mandáremos la ayuda que necesita —finalizó Yuuri, satisfecho—. Por favor, Gwendal, encárgate de los escuadrones que partirán a Shimaron Mayor personalmente.

—Como ordene, Su Majestad. —No estaba de acuerdo del todo, pero en apariencia no existía excusa alguna para negarse, puesto que la decisión ya estaba tomada.

Gwendal permaneció en silencio, mas no logró ocultar su irritación. Yuuri estaba contento con el desarrollo de los acontecimientos y se puso de pie para dejar la sala de juntas.

—Estaré en mi oficina terminando el papeleo que dejé pendiente ayer —anunció y antes de salir por la puerta, se dirigió a Conrad—. Necesito hablar contigo.

Conrad respondió con un disimulado gesto de cabeza. Todos se levantaron de sus asientos al tiempo que estiraban los brazos y se masajeaban los hombros, agotados.              

—¿De qué querrá hablar el rey con un simple Capitán? —soltó Gwendal, dirigiéndole una mirada despectiva a Conrad cuando el rey se hubo marchado—. A no ser que sean secretos de faldas.

—Me limito a cumplir órdenes —respondió Conrad sin reprenderse. Gunter se acercó a él con un gesto de resentimiento y decepción.

—¡No es justo, Conrad! —lloriqueó—. La reina sufre por las constantes infidelidades del rey. ¿Qué no te da remordimiento ser el procurador de estas desfachateces?

Con la mirada apenada, Conrad se encogió de hombros. Si, sentía culpa por ser cómplice de tales agravios a la dignidad de la reina, a quien consideraba una gran dama y señora. Pero, de no encargarse personalmente de las aventuras del rey, el daño sería mucho peor.

Después de pensarlo un instante, inhaló profundamente y estuvo dispuesto a exhalar toda la verdad.

—El rey era muy infeliz de recién casado; de hecho, en un principio ese matrimonio estuvo condenado al fracaso y temía que el rey se fuese a cansar y decidiera escapar a su verdadero mundo y nunca regresar. Es por eso que le sugerí que buscara consuelo en otros brazos, que se distrajera con otros cuerpos que no le causaran tanto malestar. Él acepto sin pensarlo mucho y fue ahí donde me di cuenta que estaba llegando a su límite.

Una sensación de inquietud embargó los ojos de Gunter.

—Pero Su Majestad continúa siéndole infiel a la reina —añadió, recordando los rumores que se habían extendido entre los sirvientes del castillo.

—Sí —aceptó Conrad como si no lo pudiera creer—, pensé que sólo se trataría de una vez pero al parecer, o bien el rey de verdad repudia a la reina, o le tiene el suficiente respeto para no usarla como un simple objeto sexual. Y creo que se debe a que siendo tan joven y ella tan madura, la tomó como una madre y no como una esposa. Y lo digo porque la reina no se entregó virgen al matrimonio sino con una hija en sus brazos.

—¿Dices que Su Majestad Yuuri ve a una madre en la reina Izura? —preguntó Gunter dando un respingo.

—No sería difícil de imaginar. —Gwendal cruzó los brazos, adoptando una postura analítica—. Fue una boda sin amor después de todo. No hay pasión de por medio. Nada que los una como pareja en la intimidad.

Las mejillas de Gunter se pintaron de rosa fuerte al pensar en la intimidad del Maou. Tuvo que respirar profundo varias veces para recuperar la calma que lo caracterizaba.

—Pero por el momento lo tengo todo bajo control —expuso Conrad con un deje de cinismo en la voz, algo poco peculiar en él.

—¿A qué te refieres? —preguntó Gwendal con interés. Conrad esbozó una sonrisa suspicaz.

—Escojo a las doncellas más estresantes, infantiles y fastidiosas para distraer al rey. Ninguna dura más de dos semanas en su cama. Así me aseguro de que no pida la disolución del matrimonio y con ello la alianza queda a salvo de cualquier ruptura también.

—¡Conrad, qué listo! —Los ojos de Gunter se pusieron enormes y brillantes, sus manos se entrelazaron sobre su pecho.

Fue el turno de Conrad para cruzar los brazos y levantar el mentón, ofendido.

—Ahora… ¿Dejarán de tratarme como escoria de una vez por todas? Extraño nuestras partidas de póker.

—¡Idiota bueno para nada! —exclamó Gwendal sin una pizca de ofensa; rodeó los hombros de Conrad con un brazo y lo apretó fuertemente—. Siempre ocultas cosas y nos haces pensar cosas negativas de ti.

Conrad se carcajeó de lo lindo por el reclamo, aunque era cierto y no eran sus intenciones.

—Lo lamento.

Gunter se quedó pensativo.

—¿Qué pasa Gunter?, ¿Sigues resentido conmigo? —Conrad no había pasado inadvertido el estado de Gunter al igual que Gwendal, que también esperaba la respuesta.

—Me quedé pensando en la posibilidad de que en una de esas tantas aventuras que rey tiene, terminé encontrando a una persona que despierte su interés al punto de hacerle perder la cabeza. Algo así como… —hizo una pausa para mirar a sus compañeros y luego lo soltó lentamente—: su verdadero amor.

—En tal caso, estaríamos perdidos —resolvió Gwendal sin anestesia.

—Yo no me opondría —confesó Conrad a pesar que ya se esperaba que lo vieran de mala manera. Se acercó a la puerta y la abrió resuelto a marcharse, pero antes, agregó—: Mi deseo es que mi ahijado sea feliz. Cuando lo conocí por primera vez, supe que sería un gran rey. El rey es feliz si su pueblo es feliz, y nosotros somos felices si él lo es.

Cuando Conrad dejó la oficina, Gwendal se dio una palmada en la cara en un rictus de cansancio, luego se acercó a la mesa y se sentó con movimientos pausados.

—Necesito vacaciones —masculló con penuria.

—Su Majestad solía ser un chico tan inocente… —lloriqueó Gunter de repente. Se sentó en una silla a su lado y no pudo apartar la mirada de su larga cabellera grisácea. La llevaba recogida en una coleta como casi siempre, y cuando se sentó le cubrió la espalda con el brazo y siguió lamentándose—: Preguntaba por todo y nos hacía caso en todo. ~Ahg!~ ¡Extraño a mi Majestad!

Gwendal sintió incomodidad ante las muestras de afecto de Gunter.

—¡Estas invadiendo mi espacio personal! —Gunter se aparto como quien intenta tocar fuego—. ¡Joder!

La puerta se abrió de golpe y entró a la sala de juntas una mujer capaz de hacer temblar al gruñón General como si se tratase de un niño pequeño: Su esposa.

—¡Allí estas, esposo mío! —exclamó ella con el entusiasmo de quien encuentra por fin a su próxima víctima.

Gwendal se puso de pie como un resorte.

—¡Anissina!

La esbelta pelirroja de ojos azul cielo se acercó a él y se apoderó de uno de sus brazos, dispuesta a llevárselo al laboratorio.

—¡Vamos! ¿Qué esperas? ¡Prometiste ayudarme en mi próximo invento!

—¡No recuerdo haber prometido tal cosa!

—Lo prometiste anoche, después de…

—¡Eso es trampa! —Gwendal no la dejó terminar—. Obviamente diría que si a cualquier cosa después de tener sexo. ¡Tramposa!

Anissina hizo un puchero con los labios, ofendida.

—Considérate afortunado por contribuir a la ciencia —declaró con simpleza y luego se quejó—: ¡Qué necio eres! ¡Ya no hacen a los maridos como antes!

—¡Los de antes no tenían que poner sus vidas en riesgo! —continuó quejándose Gwendal mientras era arrastrado a la salida por su esposa.

—¡Ya deja de lloriquear!

—¡Joder mujer, me casé contigo por amor no por la ciencia!

Gunter no se aguantó la risotada mientras los veía alejarse con una gotita de sudor resbalándole por el costado de la frente, era una escena muy común en el castillo, pero siempre divertida.

 

********

 

—Aquí estoy, Majestad —dijo Conrad desde la puerta de la oficina.

—Pasa y siéntate —Yuuri dejó una carpeta sobre una pila de documentos a un lado de la mesa del escritorio mientras el recién llegado cerraba la puerta y tomaba asiento.

—¿Qué puedo hacer por usted? —se aventuró a preguntar Conrad que creía entender lo que estaba pasando por la mente del rey.

—Se trata de Virginia —respondió Yuuri yendo directo al grano—, la chica se está tomando la relación muy en serio después de unas cuantas noches. No quiero que continúe retando a Izura en frente de todos. Esta mañana se comportó de una manera que me desagradó bastante.

Conrad había acertado al pensar que Yuuri se sentía aburrido de la infantil muchacha, lo cual, por supuesto, iba de acuerdo a sus planes. Era imprescindible que el rey no se interesara demasiado en sus amantes y que confiara en él para encargarse de ellas.

—Me encargaré del asunto —Conrad esbozó la sonrisa más amable de su repertorio, pero al ser tan intuitivo cayó en cuenta de una cosa—. Pero eso no es todo, ¿Cierto?

Con un suspiro, Yuuri se levantó de la silla, se acercó al gran ventanal de su oficina y miró hacia el horizonte. Sus ojos, tan profundamente negros, se hallaban fijos en un punto en específico, como si persiguiera algo que estaba cada vez más lejos y desapareciera en la nada, después se dio la media vuelta para encarar a su más fiel y confiable servidor.

—La reina está inquieta —susurró tristemente—. Desea que le cumpla como esposo.

La sonrisa de Conrad se desvaneció por completo. Aquello se le estaba yendo de las manos. No cabía duda de que Yuuri cargaba con un gran peso encima.

—Majestad, si me permite inmiscuirme en esos asuntos tan privados —Conrad se removió en su asiento, un poco abochornado—. Creo que debería hacer lo que la reina le pide. Intentar reconstruir su vida marital, como debe ser pues —le dijo a modo de explicación.

—No puedo —renegó Yuuri, seguro de sí mismo—. Tomar su cuerpo no me apetece, no me excita ni provoca lujuria alguna en mí. Y no tiene nada que ver con mi virilidad; de hecho, me considero totalmente capaz de realizar el acto con otras, pero no con ella…con ella no me apetece hacerle lo que un hombre debe hacerle a su esposa.

Luego de aquellas sinceras palabras, se pasó una mano por el pelo negro de su cabeza y alzó los ojos, como si al mirar arriba encontrara las soluciones a sus problemas.

Conrad se quedó sin ideas y sin argumentos. La expresión de Yuuri hablaba por sí sola; nunca podría ver a la reina Izura como mujer, no la amaba y no estaba dispuesto a forzar su corazón para amarla. Era un muchacho sediento de amor y en cualquier momento se encontraría con su persona predestinada. Aquella que amaría con todo su corazón.

«Y una vez eso suceda, nadie podrá apaciguar el fuego que desatará una serie de eventos transcendentales en la historia de sus vidas»

 

—11—

 

 

Izura, reina consorte de Shin Makoku, aguardaba nerviosa, sentada en un sofá de la sala principal del castillo. Tenía el estómago retorcido por la ansiedad, y sentía las manos húmedas. Habían transcurrido varios meses desde la última vez que tuvo una audiencia privada con su tío y estaba anhelosa por verle. Era una extranjera en un país donde tenía pocos amigos. A menudo la soledad era su fiel compañera.

La sala en el que ella esperaba estaba profusamente decorada con mobiliario hecho de roble tallado. El techo, de gran altura, estaba decorado con enormes candelabros, y las paredes se hallaban empapeladas con papel de rosas. Cortinas color vino colgaban en las ventanas, aunque no ocultaban la luz del sol. Era increíblemente hermosa, pero la verdad era que no prestaba atención en esos detalles.

Izura era una mujer de apariencia modesta y comportamiento recatado. Desde que llegó a Shin Makoku como prometida del rey, se había empeñado en ser una mujer íntegra y amable, siempre disponible al servicio de los demás.

Se dio cuenta que los miembros más importantes de la corte la consideraban demasiado madura para ser la esposa de un rey tan joven como Yuuri y tal vez un tanto ingenua, pero siempre la acogieron con los brazos abiertos. Yuuri era abordado a menudo por mujeres que tenían interés en él. Su condición de atractivo soberano con buena situación económica y una influencia social considerable, le hacía ser probablemente el hombre más codiciado del país. Por eso no se sintió tan sorprendida cuando se enteró por boca de las doncellas metiches que su esposo le había sido infiel, aunque en la intimidad de su habitación lloró amargamente, abrumada, catatónica y atormentada. Ella hubiera querido preguntarle el por qué se había atrevido a semejante bajeza, pero las preguntas se le atascaron en la garganta cuando él le reveló que estaba muy arrepentido y que si lo consideraba apropiado, le concedería el divorcio por su honor.

Aquello fue horrendo e Izura sintió un dolor en el pecho al escucharle decir eso. El dolor experimentado fue más allá de los umbrales de la percepción sensorial, se alejaban demasiado de lo meramente soportable. Su relación no siempre fue espontánea, pero, en cierto modo, siempre fue indiscutible. Su hija era la cadena que los unía. Yuuri era un buen padre para Greta a pesar de su cinismo, y sus muestras paternales la hacían enamorarse de él cada vez más con un amor tóxico. Yuuri era el padre que quería para su hija, fuese o no un buen esposo para ella. Así, con vanas esperanza se obligó a creer que todo era una pesadilla y que a lo mejor tendría posibilidad de recuperar a su marido si intentaba obviar el hecho de que le era infiel. Odiaba la traición de Yuuri, pero visualizar a su hija destrozada por una separación sin precedentes la destrozaba todavía más, sabiendo que ésta sería ni más ni menos que la victima final de sus decisiones.

Izura soltó un suspiro y en ese mismo instante, una de sus doncellas entró a la sala y se inclinó, reverente, ante ella.

—Majestad, el vizconde Maoritsu está aquí —anunció.

Izura se puso de pie para recibirlo. Ante ella ahora se encontraba el extremadamente inteligente embajador de Zuratia. A pesar de la edad, Maoritsu era alguien fuerte ya que se mantenía en forma todo el tiempo. Aquel anciano de ojos marrones, largo cabello níveo, y prominentes patillas extendidas a lo largo de la mandíbula hasta llegar a la barba, rara vez se equivocaba. Llevaba toda la vida al servicio de su familia e Izura lo conocía desde que era una niña. Siempre había estado ahí, sirviendo y proporcionándole vitales consejos. No había nadie en quién Izura confiara más.

—Hola, princesa —Abrió los brazos y avanzó hacia ella para estrecharla cariñosamente.

—Mi tío querido, te he extrañado mucho —confesó Izura, separándose de él.

—¡Estás cada vez más hermosa, mi grandiosa dama! —exclamó Maoritsu contemplándola de pies a cabeza—. ¡Qué Maou tan afortunado tiene Shin Makoku!

La expresión de Izura se ensombreció.

—Sí, muy afortunado… —murmuró y soltó una carcajada carente de alegría. Con el rabillo del ojo observó que su doncella disponía a retirarse—. Oh… Lasagna…

—¿Mi señora?

—Por favor, sirvan el té aquí —mandó con amabilidad. Ya era media tarde, la hora perfecta para tomar el té.

—Como ordene, Su Majestad. —Tras una reverencia de despedida, Lasagna se retiró dejándolos un momento a solas.

Por unos instantes, Izura le siguió distraídamente con la mirada, absorta en sus pensamientos. Luego, de repente, recordó la presencia de su tío y, tras un profundo suspiro, se volvió hacia él con la sonrisa de nuevo en los labios. Debía actuar frente a Maoritsu para que no notara su tristeza.

—Tío, tu tampoco cambias. Estas igual que años atrás. ¿Cuál es tu secreto? —preguntó mientras le indicaba que tomara asiento en el sofá.

—Mi secreto es no guardar secretos ni esconder tristezas, querida —respondió el anciano lleno de sabiduría. Jamás un gesto o emoción de su sobrina había pasado desapercibido por él.

—No es nada… yo… —Por un instante, la pena ensombreció los ojos de Izura, pero desapareció de inmediato—. No, no es nada.

—No intentes mentirme. —Maoritsu levantó la barbilla de Izura para ver su cara—. Estos ojos han llorado amargamente y este corazón está dolido.

En guerra consigo misma, Izura decidió contarle la verdad.

—Las cosas no van bien en mi matrimonio —soltó con amargura.

Maoritsu levantó ambas cejas y arrugó la frente, evidentemente sorprendido por la noticia.

—Pero, he visto con mis propios ojos que el rey es muy atento contigo. Te mira con tanto cariño, tanta devoción, que parece estar muy enamorado.

—Me temo que solo lo hace por complacer a los demás. —Izura entrecerró los ojos con rencor—, es un buen farsante.

En esos momentos ingresaron dos doncellas con las bandejas de pastelillos y las teteras y tacitas de porcelana. Durante el breve intervalo en el que las muchachas les servían el té, Maoritsu permaneció pensativo. Cuando por fin entendió lo falso y manipulador que era Yuuri Shibuya, sintió náuseas. Que alguien que parecía tan inocente fuese capaz de sostener un engaño como ése lo dejaba atónito.

Después de aceptar con gratitud la taza de té, Izura les ordenó retirarse y se acomodó en el sofá para continuar con la conversación pendiente.

—¿Cuáles son exactamente las penurias que ese rey te hace pasar? —preguntó Maoritsu. La pregunta sonó demasiado profunda, directa e imprevisible.

Izura se mordió el labio. Le comenzaron a temblar las manos, y varias gotas del té cayeron sobre la falda de su vestido. Había querido evitar precisamente eso. No quería discutir con él por su decisión de tragarse su orgullo y hacer como si nada ante las constantes infidelidades de su esposo. Era cosa suya, nadie más podía entenderlo. Nadie estaba pasado por lo mismo que ella.

—Anda, sobrina. Soy yo, tu tío Maoritsu —presionó el anciano con el entrecejo fruncido por la preocupación—. Sabes que puedes confiar en mí.

Las palabras de Maoritsu hicieron que Izura se diera valor; se enderezó en su asiento y apoyó cuidadosamente la taza sobre el plato.

—Yuuri me es infiel —Se sonrojó ligeramente, apartó la mirada para posarla en la ventana un instante, luego volvió a mirarlo—. Mi esposo me es infiel aquí mismo en el castillo. A veces son encuentros casuales con princesas de otros países y otras veces son damas del servicio, las cuales atiente con más frecuencia y les hace obsequios.

La cara de Maoritsu lo dijo todo. Se transformó en un segundo en una máscara de amargura. Su cuerpo se estremeció y sus ojos centellearon por la intensidad de las emociones que lo embargaron. Abrió la boca pero no pudo decir nada; lo esperaba todo, pero no había contemplado esa posibilidad.

—Estoy intentando asimilar todo esto, y quiero ser de ayuda —alcanzó a decir con la voz temblorosa en la garganta, reseca la boca de rencor—. Has pasado por mucho viviendo aquí y no voy a ser yo quien te impida hacer lo que creas correcto. Pero ¿Por qué te haces esto? ¿Por qué te humillas y permites que tu hija también lo haga? Ella no merece crecer en medio de una mentira.

—Greta no sabe ni sospecha nada. —Se apresuró en aclarar Izura. Maoritsu le dirigió una mirada dura y seria—. Tío, todo estará bien. Yuuri nunca nos dejará porque en el fondo nos ama y somos importantes para él. No podría vivir sin nosotras.

La impotencia que su orgullo negaba, se reflejaba en sus ojos tristes y en el ligerísimo temblor en su voz. Advirtiendo la lástima que motivaba, deseó dar marcha atrás y que nunca le hubiera contado a su tío la verdad.

—Soy y seguiré siendo la reina consorte de Shin Makoku, tío Maoritsu —Izura alzó el mentón, pero por dentro se le deshacía el corazón—. Y juro por mi propio nombre y la sangre que corre por mis venas que nadie nunca ocupará mi lugar. —Apretó los puños con coraje y determinación—. ¡Nunca!

 

Virginia pelaba y cortaba unas papas para la cena, sentada frente la mesa de la cocina mientras tarareaba una canción. Effe, Lasagna, Doria y Sangría la miraban con recelo. Las cuatro doncellas le tenían cierto odio a Virginia, la consideraban una descarada por meterse con el Maou, además de considerarse superior a casusa de ello.

—Cuando Virginia termine, deberás lavar bien las papas, Doria —dijo Sangría con tono ácido. Las otras tres sonrieron de lado—. De otro modo quedaran contaminadas con el veneno de una cualquiera.

Las cuatro doncellas se miraron unas a otras y se burlaron de Virginia con las intenciones de humillarla y hacerla llorar. Sin embargo, lejos de ofenderse, Virginia les siguió el juego; alzó el mentón, desafiante, y comenzó a reírse.

—¿Acaso están ardidas? Bola de estúpidas. —Tiró el cuchillo con brusquedad, harta de ser una simple sirvienta y se plantó frente a ellas—. Es ridículo, ni siquiera me he metido con ustedes. El problema es únicamente de tres: Esa anciana de la reina, el apuesto rey y yo, o sea su próxima esposa.

Las cuatro doncellas dieron un paso hacia atrás, atónitas por haber escuchado semejante blasfemia. Lasagna fue la primera que dio el grito al cielo.

—¡¿Cómo te atreves a insultar a la reina de ese modo?!

—¡¿Cómo te atreves a inventar semejante mentira?! —lloriqueó Effe.

Virginia se llevó las manos a la cadera con una actitud pedante. Las cuatro doncellas retrocedieron, horrorizadas.

—No siento ningún respeto por Izura —soltó—, y no creo que ella ignore mi condición como amante del rey.

—¡¿Qué dijiste?!

—¡Espera, Sangría! ¡No lo hagas! ¡Nos meteremos en problemas! —suplicaba Doria, deteniendo las intenciones de su amiga por abalanzarse contra virginia y partirle la cara.

—¡Tú eres una bruja Virginia! —Lasagna apretó los puños, conteniéndose de hacer lo mismo que la otra intentaba—. De “Virginal” no tienes nada. ¡Eres una puta!

Un destello peligroso brilló en los ojos azules de Virginia. La tentación de aclarar las cosas de una vez por todas era como un molesto picor del que deseaba librarse con impaciencia.

—¡Ja! Mira cuanto me importa lo que piensen de mí, bola de inútiles —dijo entre dientes—. Cuando sea reina, las echaré a la calle a todas.

—Sueñas demasiado alto, Su Majestad Yuuri nunca dejaría a una dama como Izura sama por una puta como tú —ladró Sangría, sin dejar de amenazarla.

—¿Qué sucede aquí? —La intervención de Conrad en la cocina fue lo único que hizo que las muchachas se tranquilizaran y dejaran pasar la disputa.

—Na-nada... Sir Weller… —contesto Effe, nerviosa, mirando de reojo a las demás.

Conrad sabía que no era cierto, pero decidió hacerse el desentendido. Estaba en la cocina en búsqueda de alguien y necesitaba hablar con ella en calidad de urgencia.

—Virginia, acompáñeme un momento.

—A la orden, Sir Weller.

Antes de salir de la cocina, Virginia les lanzó una mirada maliciosa a sus enemigas y se alejó meneando impúdicamente las caderas. Compungidas, las muchachas se vieron unas a otras. La imagen de Virginia en los brazos del Maou, entristecía sus corazones en consideración a la reina.

 

—Aquí está bien —indicó Conrad a Virginia una vez se hubieron alejado lo suficiente de la cocina y de los oídos chismosos de ese cuarteto de sirvientas.

—¿Podré verlo esta noche? —preguntó Virginia con entusiasmo. Le brillaron los ojos de sólo pensar que estaría de nuevo en los brazos del rey.

—Me temo que no —respondió el Capitán en voz baja—. Y nunca más volverá a tener intimidad con Su Majestad, el Maou.

Virginia necesitó de unos instantes para asimilar lo que había escuchado. Frunció el ceño y adoptó una expresión de dolor y tristeza tan profunda que Conrad estuvo a punto de abrazarle y ofrecerle consuelo.

—No… eso… eso no puede ser —murmuró, mirando un punto fijo en el suelo. Pronto alzó la mirada de nuevo hacia él—. Sir Weller, eso no puede ser.

—Lo lamento, Virginia —continuó Conrad, manteniendo la calma—. Por supuesto que se le compensará grandemente por los servicios prestados y será restituida en el castillo del territorio Bielefeld, para que no pierda su trabajo.

Virginia se quedó absorta, totalmente sin palabras.

—El rey le envía esta muestra de gratitud —Conrad le hizo entrega de un collar de perlas; una pieza carísima y única. Ella lo recibió con las manos temblorosas—. Virginia, póngame atención —pidió. La muchacha lo miró con los ojos empañados—. Mañana la estará esperando el carruaje que la llevará a su nuevo hogar en Bielefeld. Debe empacar sus pertenencias esta noche para tenerlo todo listo mañana al alba. ¿Me entiende?

Ella asintió, perdida en sus pensamientos. Una vez cumplido su encargo, Conrad hizo una reverencia de despedida, y la dejó a solas.

Virginia dio un paso atrás. Su expresión era sombría e inescrutable, como si hubiera caído en cuenta de la realidad que la golpeaba sin piedad y sin anestesia. Sus encuentros fueron contados, pero suficientes para despertar en ella una ilusión. Ahora comprendía las advertencias de ese cuarteto de entrometidas. El rey nunca se interesaba por un amante a largo plazo; jugaba con sus sentimientos un par de veces y después las dejaba sin el menor remordimiento. Retrocedió y se dejó caer al suelo lentamente, con los ojos muy abiertos por la conmoción. Una silenciosa lágrima rodó por su mejilla.

Varias preguntas rondaban en su cabeza: ¿Habría alguien en el mundo que hiciera despertar el interés de ese rey infiel de manera definitiva? ¿Podría alguien adueñarse por completo de su corazón? ¿Quién? ¿En dónde estaba?

La mañana llegó y Virginia partió con el corazón destrozado y la dignidad por los suelos a su nuevo hogar. En esos mismos instantes, un barco atracaba en el muelle de la capital de Shin Makoku y entre sus tripulantes estaba una belleza sin igual de cabellos rubios como el oro y ojos cual joyas de esmeraldas. Sensual, inocente y astuto.

—Por fin, ya estamos aquí —dijo esa belleza en voz baja, con la mirada fija en el horizonte donde se alcanzaba a visualizar el Castillo Pacto de Sangre—. No es nada personal, Yuuri Shibuya…

Pero es tu vida, a cambio de mi libertad…

 

 

Esta historia continuará.

Notas finales:

Castíguenme por tardar tanto. Adelante, pueden reclamar si quieren. Espero que lo largo del capítulo haya compensado mi retraso, además de ser un capitulo introductorio.

Mi intensión es actualizar cada sábado o entre el fin de semana, pero en esta oportunidad no se pudo.

Bueno, con este capítulo sabemos:

Zuratia es un país de Mazokus.

Izura, Greta y Maoritsu son de raza Mazoku en esta historia.

Saralegui sigue siendo humano.

Izura es mayor que Yuuri en edad y madurez.

Greta no es hija consanguínea de Yuuri.

Yuuri sabe de la existencia de donceles, y NO ES HOMOFÓBICO. Él podría fácilmente aceptar una relación con un doncel.

Y por si tienen dudas, quisiera aclarar que a pesar de las múltiples aventuras de Yuuri, no tiene hijos regados por todas partes. Él chico toma sus precauciones siempre. Si, ya sé que fue innecesario aclarar esto, pero solo por si las dudas xD.

Yo… yo realmente me estoy esforzando con esta historia y solo espero que sea de su agrado y que no ofenda a nadie ni moleste a nadie. Voy a ser cruel por primera vez con un personaje que no se lo merece.

Antes de despedirme, quiero hacer un anuncio publicitario- Por si no lo sabían, en el tiempo que no estuve escribiendo de Kyou Kara Maou, escribí algo de una serie que como buenas Yaoistas debemos conocer: Kuroshitsuji.

Si gustan pueden leerla. Es una mini-historia. Aquí les dejo el resumen. Búsquenlo en mi… ¿Perfil? O.ó bueno por ahí donde se ven las historias de los autores xD

 

El mayordomo y la espina de la rosa. Kuroshitsuji

 

Extrañas desapariciones de parejas de enamorados conmueven y entristecen el corazón de la reina. Ciel Phantomhive recibe una carta de parte suya para que investigue el caso.

Por arte de magia en el parque de la ciudad aparece un enorme rosal que encanta a las señoritas y las incita a llevarse una rosa.

Una rosa que puede llegar a ser su perdición si su amante no la ama con un amor puro y desinteresado.

“Patéticos humanos, confunden la lujuria con la pasión y el interés por el amor. Como castigo por tu traición, pagaras el mismo precio de aquella a la que decías amar”

“Somos demonios, la lealtad no debería ser uno de nuestros principios”

“Es hora de despertar, joven amo”

 

Perdón por el espacio publicitario.

Gracias por leer. 


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