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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Hola

Muchísimas gracias por el apoyo demostrado :D ¡Los quiero mucho!

Perdón por el retraso. He tenido unos cuantos problemas personales, nada graves, pero sea como sea le quitan a uno la inspiración. Además, el martes 9 fue mi cumpleaños y bueno, ese día no avance nada… jajajajajaja.

Dejando eso a un lado: ¡Por favor lean las notas del autor!

Por si hay dudas, Izura y Maoritsu son personajes originales del anime. Cap 93

https://www.youtube.com/watch?v=6ehmI0tT2Tg  para que los aprecien mejor.

Este capitulo se divide en 2 partes. Porque, como les expliqué anteriormente, he tenido problemas y no está terminado del todo, aun así, quise dejarles un avance, para ir despertando la curiosidad de cómo seguirá.

Estaré trabajando de lleno en la segunda parte en el fin de semana. Y aun así, tengo un compromiso mañana y no sé como estaré de tiempo. Sí, quiero llorar. T.T

Mil disculpas, de verdad.

Capitulo 3

La llegada I parte.

 

 

—12—

 

No muy lejos del Castillo Pacto de Sangre, en medio de un espeso bosque, dentro de la zona gobernada por el Maou, existía un santuario habitado en su mayoría por magnificas guerreras y hermosas sacerdotisas. Era sin duda una fortaleza poderosa, y en verdad inexpugnable. No se veían en aquel Santuario tapices ni colgaduras historiadas, ni había un solo objeto de tela o de madera, simplemente era una cimentación a base de roca, con jardines y fuentes de agua alrededor. Allí aguardaba el espíritu de un ser importantísimo en la historia del país, aquel poderoso y legendario guerrero que fundó lo que hoy en día se conoce como Shin Makoku: El rey original, Shinou.

Antes del amanecer, el espíritu del rey original había requerido la presencia de la doncella original, llamándola entre sueños. La poderosa Ulrike desconocía el motivo, pero como Suma Sacerdotisa del Templo, estaba habituada a ser convocada para llevar a cabo los deseos de su amo y señor.

Al llegar a su destino, la pequeña sacerdotisa cruzó sus manos sobre su pecho y se hincó de rodillas para comenzar la invocación. Estaba en medio de una estancia grande y solemne, iluminada únicamente por la luz de las antorchas. Asimismo, un campo de energía cubría y atenazaba todo aquello sobre lo que se extendía, como una gigantesca marea, que sofocaba todo a su paso. En el otro extremo del salón, sobre un estrado precedido de muchos escalones, caía rasa una cascada de agua.

—Su Majestad, Shinou —imploró con su dulce voz, que se elevó y vibró contra las paredes de piedra.

Ulrike era un oráculo de más de 800 años con la figura de una niña pequeña, de largos cabellos plateados y enormes ojos color purpura. En su frente llevaba un arco de oro debajo del cual se alzaban unas cejas en forma ovalada. Sus labios eran pequeños así como sus palaras prudentes y correctas. Siendo una sacerdotisa tradicional, vestía una hakama (falda dividida) de color rojo escarlata y una camisa blanca con hombros sueltos.

Su llamado fue atendido. Ante sus ojos se comenzaba a visualizar la figura de una exquisita y peligrosa belleza. El rey Shinou tenía la apariencia de un hombre maduro y seductor. Su cabello era dorado como los primeros rayos del sol, corto y de aspecto salvaje. Sus ojos eran de un azul-celeste que bien podía compararse con el cielo. Era el mismísimo día convertido en un ser celestial.

—Mi pequeña Ulrike —le saludó su todopoderoso señor. La miraba con el rostro sereno, envuelto en una fuerza de energía dorada que flotaba a su alrededor.

—Majestad —Ulrike realizó una reverencia ante él—. He tenido un sueño, y en él me llamaba para atender un asunto importante. Dígame, ¿En qué puedo servirle?

—En efecto, gracias por atender mi llamado, pequeña —Shinou bajó lentamente las gradas del altar, complacido.

—Mi señor, usted dirá. —Ulrike levantó la cabeza y fijó los ojos en Shinou, dispuesta a cumplir sus mandatos.

—Quiero asegurarme de una cosa —respondió Shinou con su tono aterciopelado pero autoritario—, y también quiero constatar la existencia de una persona.

Shinou siempre había sentido afinidad por controlar las vidas de sus allegados. Había algo realmente cautivador en influir en los demás. Es más, mantenía siempre un ojo vigilante sobre los acontecimientos internos y globales que pudieran impactar o crear peligro para su tierra y sus gentes. Después de todo, siendo su fundador, su sangre y su corazón estaban con Shin Makoku.

—Entiendo.

Ulrike extendió los brazos y de la nada surgió una esfera de cristal con estrellas y constelaciones representadas a través de ella. Ese era su principal talento: La capacidad de ver y percibir acontecimientos y personas más allá de las distancias físicas a través de los astros.

—¿De quien desea saber? —le preguntó.

—De Yuuri —se apresuró a contestar Shinou, ubicándose al lado de ella—. Quiero saber quiénes lo rodean en estos momentos. También deseo conocer cómo le va en el amor.

Ulrike parpadeó un par de veces para asimilar lo último que había mencionado el Rey Original, sintiéndose un poco ruborizada.

—¡Majestad Shinou! —osciló, mirándolo con gesto reprobatorio. Aquellos eran asuntos privados en los cuales no estaba dispuesta a indagar.

Shinou frunció los labios formando un gesto ceñudo e infantil.

—¡No me mires de ese modo! —rezongó—. ¡Es importante!

—Si usted lo dice… —replicó ella, suspirando y cerrando los ojos con resignación.

A continuación, Ulrike comenzó a concentrarse en observar los astros para cumplir con la petición de Shinou. Pasaron alrededor de cinco minutos en completo silencio antes de que expusiera lo que había logrado deducir.

—El rey Yuuri está rodeado de personas que le estiman —comenzó a decir—. Es muy querido por su pueblo y le tienen mucho respeto. Pero así como tiene aliados, también tiene enemigos dentro y fuera de sus dominios.

Shinou asintió, pero eso era algo que ya sabía. Luego de otro momento en el que prosiguió con la meditación, Ulrike frunció el ceño, inquieta.

—La influencia negativa más poderosa viene del Norte, un país de esa zona —dijo apresurada. Su respiración se detuvo de súbito por un instante y abrió los ojos llenos de angustia—. ¡La vida del rey Yuuri corre peligro si esas personas se acercan a él! ¡Lo quieren ver muerto!

El rostro de Shinou cambió al instante para convertirse en un auténtico espejo de la rabia que sentía. Apretó los dientes y entrecerró los ojos hasta que no fueron más que dos pequeñas líneas.

—¡Lo sabía! —masculló, cerrando los puños con fuerza y temblor. Pero hay de quienes intentaran adueñarse de sus tierras, pues lo pagarían caro. Sin embargo, no todo estaba perdido aún, pues entre sus propias premoniciones había algo más—. Ulrike, siento que hay alguien que se va a acercar a mi Maou elegido con irreversibles intenciones. Tengo un presentimiento acerca de esa persona y quiero constatarlo.

Ulrike asintió con determinación y volvió a enfocar sus ojos en la esfera de cristal, quedándose todavía más inquieta con lo que dedujo.

—La estrella de la reina Izura se aleja kilómetros de la de Su Majestad Yuuri —expuso con certeza—. En cambio, una estrella con un fulgor más brillante y esplendoroso se acerca rápidamente para situarse a su lado. Le brindará consuelo y amor, pero también le traerá sufrimiento y desdicha.

—¿De quién se trata? —preguntó Shinou, de pronto muy intrigado y la vista fija en la esfera de cristal.

—No es completamente un extranjero y además es un doncel —respondió Ulrike con voz apacible, aunque la inquietud no dejaba de embargarla por dentro—. La sangre que corre por sus venas es originaria de estas tierras. Y es alguien que tiene derechos sobre un trono. No estoy segura si el de Shin Makoku o el de alguno de los países del Norte, pero me queda claro que tiene sangre real. Su resplandor es brillante y fuerte, muy similar al suyo y al de sus descendientes, Majestad Shinou.

Ulrike miró al Rey Original y pudo advertir que sus últimas premoniciones habían sido complacientes para él. ¿Qué guardaba entre manos?, se preguntó.

—Es él… —susurró Shinou con una sonrisa—. ¡Es él! —repitió haciendo énfasis.

—¿Él? —Ulrike enarcó una ceja algo confundida, y luego volvió a mirar hacia el frente tratando de adivinar—. ¿Quién?

—Y pensar que todo este tiempo lo creía muerto… —Shinou al igual que Ulrike, no dejaba de mirar la esfera de cristal. Sus ojos azules brillaban con una mezcla de gratitud y perplejidad—. Pero yo sentía dentro de mi corazón que mi descendiente había sobrevivido a aquella tragedia, así como su madre, que aún hoy en día se hace pasar por muerta.

Aquello bastó para que Ulrike comprendiera de una vez por todas de lo que Shinou estaba hablando. ¿Pero, cómo?, se preguntó. Lo miró atónita, se mantuvo inmóvil, sin atreverse a mover un sólo músculo excepto los de su boca a duras penas.

—La reina Cecilie —susurró con una voz grave y profunda. Mientras le hablaba se giró hacia él y alzó la cabeza—. Entonces, la estrella que se acerca apresuradamente a Su Majestad Yuuri es…

—Así es, es él. —Shinou afirmó con un gesto e intentó desechar aquella sensación de peligro inminente que lo embargaba. Ulrike abrió todavía más los ojos, incapaz de asimilar las recientes revelaciones—. Mi descendiente está vivo, aun cuando se corrió la voz de que la familia completa había muerto en la tragedia de Blazeberly y perdimos todo rastro de ellos.

Ulrike palideció y se quedó boquiabierta, luego junto las manos apretándolas mucho y la embargaron un conjunto de emociones contradictorias: Alegría, tristeza, tranquilidad, e incluso angustia.

—¿Pero porqué su descendiente habría de traer tristeza a Su Majestad Yuuri? —cuestionó finalmente, su voz fue apenas un leve murmullo.

Shinou suspiró y negó con la cabeza, en un gesto evidente de frustración.

—Eso no lo sé. Tampoco sé que cuales son sus verdaderas intenciones —No pudo reprimir un suspiro—. ¡Agh! Por primera vez no tengo la certeza absoluta de algo—renegó.

Un sonido a su espalda lo sobresaltó.

—Mejor que sea de esta manera. No meterás tus traviesas manos en asuntos que ya no son de tu incumbencia.

Shinou reconoció la voz a su espalda.

Murata Ken se había acercado hasta él con tal sigilo que ni se había percatado de su presencia. No sabía cuánto tiempo había estado escuchando y eso le preocupaba, pues su Gran Sabio le guardaba un enorme aprecio a su Maou elegido.

—Esa no es manera de hablarle a tu esposo —respondió dándose la vuelta para encararlo, sorprendiéndose una vez más con aquello que ante sus ojos era una exótica belleza.

Murata Ken solía ser un humano en la Tierra, pero desde que decidió quedarse en el mundo de los demonios como «El Gran Sabio», se convirtió en una entidad divina que gozaba de una vida prolongada. Era sumamente inteligente y nadie le ganaba en el arte de la estrategia. Su rostro era redondeado y su piel nívea. Poseía un cabello negro-azulado como la noche llena de estrellas. Detrás de sus gafas resaltaban unos enormes ojos oscuros como la aurora de la luna. Era la noche convertida en una persona.

—¡No soy tu esposo! —Se apresuró a contradecir Murata con un marcado rubor en las mejillas—. Y no intentes desviar el tema.

—Eso es lo que tú dices, pero desde antes de nacer ya eras completamente mío —le tanteó Shinou con actitud arrogante—. Solo estoy esperando que lo aceptes de una buena vez para llevarte conmigo.

—Mi lugar está al lado de Shibuya —declaró Murata con seriedad y convicción.

Shinou avanzó amenazante hacia Murata, que rápidamente retrocedió dos pasos. Entonces, como si se hubiera dado cuenta en ese instante de lo que acababa de hacer, levantó la barbilla en un gesto claramente desafiante.

—El camino que has elegido está llenos de peligros. —La voz de Shinou, grave y profunda, resonó en toda la estancia—. La desdicha y la desgracia rondan a mi Maou elegido en estos momentos. Si decides quedarte a su lado te veras envuelto en acontecimientos de gran dolor. Mi amor por ti es tan grande que deseo alejarte de tales sufrimientos, aunque tú ahora no puedas entenderlo.

—Ese descendiente tuyo traerá desdicha y sufrimiento a mi mejor amigo ¿Verdad? —se limitó a decir Murata entre dientes, sus ojos llenos de coraje estaban clavados en los de Shinou—, ¿Crees que podrás evitar que yo haga algo para evitarlo?

—No hace falta que te preocupes por ese detalle —repuso Shinou en un intento inútil por persuadirlo—. Sea como sea, es mi descendiente del que estamos hablando.

Murata acomodó sus gafas y sacudió la cabeza.

—Pues aunque sea tu descendiente, no cambiaré mi decisión —aseguró con tozudez—. No habrá guerra entre las naciones más importantes de la región por la culpa de la ruptura de un matrimonio y la imposición de un nuevo Consorte Real cuyas verdaderas intenciones son desconocidas.

Al parecer Murata había escuchado todo desde el principio. Shinou maldijo en sus adentros, aquello frustraba sus planes.

—Ellos podrían darme el descendiente que quiero para mi nación —confesó después de pensar con detenimiento si contárselo o no—, sería la combinación perfecta entre lo que es parte de mi sangre y la sangre de alguien tan poderoso como Yuuri.

Absorto ante tal confesión, Murata bajó la cabeza, ensombreciendo sus ojos detrás del flequillo de su cabello.

—Lo sabía —dijo en voz baja y apretando los puños al mismo tiempo, luego volvió a levantar la cabeza para encarar a Shinou—. Sólo te interesa el prestigio de tu nombre mas no los sentimientos y el sufrimiento de una mujer tan inocente como Izura san.

—Ella ya sufre a su manera —respondió Shinou con total seguridad—. Le estaríamos haciendo un favor.

Murata sintió una punzada de desesperación al constatar que iba a perder la discusión. La postura de Shinou era demasiado firme y además era el Rey Original: nadie osaría contradecir sus mandatos si se atrevía a dar su aprobación para la anulación definitiva del matrimonio de Shibuya e Izura, a pesar de que los divorcios entre la realeza no estaban permitidos.

—Reconozco que ahora suena más convincente. —Murata estaba seguro de que no podía ganar esta vez, pero podía al menos sembrar una duda; después de todo, sus convicciones eran muy fuertes—. Pero al parecer tu descendiente quiere ver a Shibuya tres metros bajo tierra. Nada garantiza que esto no termine siendo una tragedia.

Los ojos del Gran Sabio parecían tan letales como su advertencia. Shinou inspiró profundamente, dándole parte de la razón.

—Sólo mantente en cautela cuando él se presente ante Yuuri y los demás —Shinou empleó un tono cauteloso e inocente, tratando la manera de conseguir su ayuda a como diera lugar—. Vigílalo de lejos y controla cada uno de sus movimientos. Será fácil reconocerlo pues su energía elemental es tan poderosa como la mía y posiblemente tengamos rasgos parecidos.

Murata no dijo nada, prefirió cerrar los ojos y emplear todo su autocontrol.

—¿Lo harás?, mi Gran Sabio.

«¿Acaso me queda otra alternativa?» Pensó Murata, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.

Ulrike carraspeó, interrumpiendo la conversación.

—De hecho, esa persona ya está llegando anuestras tierras.

Tanto Shinou como Murata se enfocaron en la esfera de cristal, uno ansioso y el otro preocupado. Murata se quedó pensativo, dudando, pero decidió arriesgarse y confiar en las palabras de Shinou, aunque la vida de su mejor amigo estuviera en riesgo.

—Recuerda, mi Gran Sabio…

Murata miró a Shinou con expectación. Todavía estaba demasiado ocupado tratando de procesar la información que le había soltado. Shinou tenía un brillo especial en los ojos y esa sonrisa suya que le advertía que estaba planeando alguna travesura. Tuvo certeza de ello cuando escuchó sus siguientes palabras:

—El destino es cambiante y nunca es inquebrantable. Dejemos que el juego comience y veamos qué es lo que pasa…

 

 

—13—

 

 

Esa mañana, al salir de su camarote, Wolfram observó el horizonte e intentó alejar la inquietud que sentía en su interior. El barco estaba a punto de atracar. En esos instantes el alba asomaba en el cielo y el silencio de la ciudad era apenas interrumpido por el girar de las ruedas de algunos carruajes y el murmullo de los vendedores que alistaban sus puestos alrededor del muelle.

Durante el viaje que duró más o menos una semana, intentó dormir tranquilamente en varias ocasiones pero le fue imposible. Demasiados pensamientos le venían a la mente y le era imposible pensar en otra cosa que no fuera la misión que tenía encomendada. Se había bebido cuatro botellas de agua y aun así tenía la garganta reseca. Tenía el enorme defecto de tomárselo todo muy a pecho, dándole demasiada importancia al trabajo. En cuanto las primeras luces de la mañana se divisaron a lo largo de todo el horizonte, salió a buscar consuelo entre el arrullo de la marea, intentado controlar las nauseas habituales que sufría cuando viajaba a través del mar.

El frío lo ayudaba a pensar con más calma, pero en el fondo sabía que todo aquel inesperado asunto carecía de toda meditación. Intentaba mantener la cabeza fría y la mente en blanco. Era un asesino profesional, lo había hecho miles de veces y nunca había fallado, así que, por su propio bien, aquello no debía convertirse en la excepción a su regla número uno, aun cuando ninguna de sus anteriores misiones incluía seducir y acostarse con el objetivo. Tal vez ese era el pequeño detalle que le revolvía el estomago. Él no era ese tipo de personas. El mero hecho de escuchar a alguien fascinado por que otro lo tratara como a un juguete sexual para divertirse le hacía sentir náuseas. Ni siquiera tenía conocimiento de cómo era el sujeto en cuestión. Jeremiah no había vuelto a hablar del asunto y él no había querido insistir; sin embargo, no había dejado de hacerse aquellas preguntas inevitables acerca de ese Maou: ¿Sería guapo o feo? ¿Delgado o gordo? ¿Amable o egocéntrico? O peor aún, sería un gordo repugnante, pervertido e infiel con el que no querría estar cerca. ¿Y si no lo tomaba en serio? ¿Y si no conseguía que ese Maou anulara su matrimonio? Entonces no conseguiría la libertad que tanto anhelaba ni cumpliría la promesa que le había hecho a sus compañeros.

Pronto se dio cuenta que no serviría de nada sentir remordimiento. La culpabilidad es un sentimiento del que sufren sólo los débiles de espíritu y él no era de esos. Se dijo por milésima vez que eso ya no importaba. Sus sueños y esperanzas comenzarían desde cero a partir de la muerte del Maou. Le había dado su palabra a Joshua y a los demás así que no tenía más remedio que seguir hasta el final. Y lo haría, aunque no fuese lo correcto.

Después de tocar la libertad con la punta de los dedos, verse tan cerca de conseguirla y recibir la palabra de honor de ese perverso rey Endimión, la determinación se había apoderado de él. Con cada hora y cada día que pasaban, la necesidad de reclamar su libertad y la de sus compañeros lo empujaban hacia delante y deseaba acabar con todo cuanto antes.

—Por fin ya estamos aquí —dijo en voz baja, mirando el horizonte—. No es nada personal Yuuri Shibuya, pero es tu vida a cambio de mi libertad.

El mareo se tornó más fuerte, todo le daba vueltas y sentía el estómago hecho un revoltijo. Notó una violenta arcada y se echó a correr hacia las barandas de la cubierta para después doblarse por la cintura y vomitar lo poco o nada que había logrado ingerir durante el trayecto a esas tierras extranjeras.

Jeremiah lo observó vomitar, y por la borda, advirtió con aprobación, no en la cubierta. Sintió pena ajena. A Wolfram Dietzel siempre le pasaba lo mismo cuando viajaban en barco. Siempre, desde que tenía uso de razón.

Se acercó a él, dispuesto a ayudarlo.

—Ya, déjalo salir todo —le dijo sobándole la espalda cariñosamente—. Ya va a pasar.

—¡No es como si estuviera vomitando porque quiero! —bramó Wolfram a duras penas. Respiraba con un jadeo rápido y entrecortado, y ya no hacía el menor esfuerzo por controlarse.

—Oye, tranquilo Wolfy. —Jeremiah lo miró fijamente durante un largo momento. Wolfram estaba agobiado por las nauseas, con la cara morada y los ojos llorosos. Finalmente, esbozó una leve sonrisa—. Déjame ayudarte. Te ves fatal.

Wolfram intentó detectar un tono de ironía en su voz, pero no lo había. Jeremiah estaba ahí, de pie junto a su torno, mirándolo con sincera preocupación.

—Te lo agradezco…

Durante los siguientes cinco minutos, Wolfram continuó vomitando mientras Jeremiah se encargaba de sujetarle el cabello de la frente y le palpaba la espalda. Aquello fue un gesto dulce de parte del chico, tanto que Wolfram se sintió enternecido e inconscientemente volvió a considerarlo su amigo.

Una tripulante muy amable se acercó a ellos con un remedio en las manos. Wolfram estuvo un poco escéptico de bebérselo, pero Jeremiah insistió en que debía hacerlo para no hacer sentir mal a la señora. Aquello resultó ser algo bueno al final, pues le quitó el malestar y el vacío que sentía en la boca del estomago.

Quince minutos después, los tripulantes bajaron del barco, un poco cansados por el tiempo de navegación, pero contentos porque había sido un viaje muy tranquilo. El puerto estaba abarrotado. La orilla estaba completamente cubierta con pequeños navíos, barcazas, botes y balsas asemejándose a un bosque de mástiles reunidos en el agua. Parecía como si todos los barcos del mundo se hubieran juntado allí. Sin embargo, nadie estaba más contento de estar en tierra firme que Wolfram. Después de recoger su equipaje, dio las gracias al capitán y abandonó el interior del barco por la escalera desplegable de madera y llenó sus pulmones con el aire fresco de la mañana dejando escapar un largo suspiro. Bien pudo haber besado la tierra bajo sus pies.

—¡Vamos, Wolfy! —exclamó Jeremiah, haciendo un gesto con la cabeza—. Sígueme y no te separes de mí.

Wolfram asintió, y después de acomodarse la capa que lo cubría de la cabeza a los pies y asegurarse la espada que pendía del cinto de su cintura, siguió a Jeremiah por el sendero del muelle.

La actividad comercial en la zona costera era fuerte, se dio cuenta. Shin Makoku disponía de todas las comodidades y avances de una gran nación, pero, sorprendentemente, muy pocas de las vanidades y extravagancias habituales en las naciones del Norte. La gente era amable y estaba dispuesta a ofrecer una mano de ayuda a los forasteros, lo cuales también eran muchos. Cientos de personas abarrotaban las calles con un mismo destino: El Castillo Pacto de Sangre, ubicado a una hora de camino a pie, según le dijo Jeremiah. Se preguntó si habían escogido una fecha especial para hacer su visita.

Algo que le llamó la atención durante el trayecto, fue una enorme construcción en forma de coliseo situada sobre una colina en las cercanías de la capital. Aquella edificación podía albergar a más de 5.000 personas, calculó. Las torres que cubrían la fachada la dotaban de un aspecto todavía más extraordinario.

—Mira —dijo Jeremiah sin detenerse, señalando la entrada de la misma construcción que le había llamado la atención—. Aquello es un estadio de Beisbol, que es a su vez el deporte oficial de Shin Makoku, declarado así por el Maou actual hace años.

Wolfram levantó una ceja, intentando mantener sus reacciones a raya.

—¿Ah, sí?

Al parecer a ese rey Yuuri también le agradaban las extravagancias arquitectónicas después de todo. Era igual que los demás y hacía lo mismo que los demás reyes: Despilfarrar el dinero del pueblo en gustos propios.

La mirada de Jeremiah se desvió hacia adelante, ya se podía observar el despliegue de la capital y el inmenso castillo Pacto de Sangre.

—Ya casi llegamos —anunció.

—¿Por qué hay tanta gente? —preguntó Wolfram en voz baja, al tiempo que se acercaba a Jeremiah. Le pareció curioso que varias personas, en su mayoría hombres, fueran por la misma ruta—. ¿Acaso vinimos en medio de algún torneo?

Jeremiah, que había estado en Shin Makoku dos semanas antes, sabía el porqué.

—Te lo explicaré, pero antes desayunaremos —respondió—. Necesitaré energías y tú también, honey-chan.

Wolfram le miró con el ceño fruncido y se quedó donde estaba.

—¡¡No me llames honey-chan!! —gritó encolerizado.

Entonces, sin mediar palabra o gesto, le dio un golpe en la cabeza. A la mierda la amistad, Jeremiah no era más que su aliado provisional.

 

 

 

Media hora más tarde, llegaron a la cumbre de la alta colina sobre la planicie que conducía a la capital y atravesaron las enormes compuertas de la misma. Wolfram no estaba demasiado impresionado, pero había ciertas cosas de la gran ciudad que conseguían penetrar el recelo que lo rodeaba con estremecimiento e incredulidad.

La capital había sido edificada con la finalidad de resguardar a los habitantes de la región de los enfrentamientos militares. Las murallas de la ciudad, edificadas de piedra y roca macizas, se alzaban formando una gran estructura protectora. En su interior latía con fuerza un potente foco comercial, cimentado a base del comercio de telas, bisutería, comida y entretenimiento. Las tierras eran ricas y estaban bien cultivadas: abundaban las huertas, las granjas y graneros y los establos, y muchos arroyos descendían en ondas a través de los prados verdes. Las grandes mansiones edificadas en la zona alta de la ciudad pertenecían, en su mayoría, a la nobleza y a los ricos mercaderes que forjaban sus fortunas con el comercio marítimo.

La capital estaba en medio de un completo ajetreo. Había entretenimientos preparados para disfrute de locales y visitantes. La enorme plaza central estaba completamente abarrotada de espectadores. Hombres armados iban y venían por las calles de la ciudad. Wolfram notó que eran, en su mayoría, jóvenes espadachines o expertos en artes marciales, vigorosos e intrépidos, aunque también había unos cuantos brabucones, enormes e intimidantes, entre ellos.

Lograron avanzar a empujones y finalmente consiguieron lugar cerca de la ventana en un comedor decente, mezclándose con disimulo entre los forasteros. Esa mañana, el mesón estaba lleno: una cacofonía en la que se entrelazaba el repicar de cubiertos, el ruido de los platos y las conversaciones ajenas. El olor a café recién hecho provocó que Wolfram sintiera un repentino deseo disfrutar de un desayuno civilizado.

Jeremiah, aprovechando que la camarera andaba cerca, le pidió un par de huevos revueltos, tocino, pan, queso, una porción de pastel hojaldrado, unos panecillos con mantequilla, y café sin azúcar porque según él, quería guardar la línea. Wolfram sólo pidió un jugo de naranja, unas tostadas con miel y un tazón de fruta.

—Te enfermarás del estomago si comes tanto, Jeremy —advirtió Wolfram seriamente—, y después no cuentes conmigo para cuidarte.

Jeremiah estiró los brazos por detrás de la cabeza, relajado. La silla de madera crujió bajo su peso.

—Serán calorías bien utilizadas, Wolfy —respondió despreocupadamente y sonrió ante la mirada frívola de Wolfram.

—Eres imposible y siempre hablas a medias. Dijiste me contarías a que se debe todo este circo —bramó Wolfram con fastidio, al tiempo que extendía los brazos haciendo énfasis en el ajetreo que los acompañaba—. ¿Y cómo voy a lograr acercarme al Maou con tanta gente alrededor? De seguro tiene varios compromisos en agenda y poco tiempo libre. Ni siquiera notará mi existencia. —Soltando un resoplido, se recostó en su silla, se cruzó de brazos y cruzó una pierna en una actitud renuente.

Jeremiah se echó a reír de buena gana y varios comensales se les quedaron viendo con curiosidad. Wolfram le fulminó con la mirada.

—Eso no pasará —bufó Jeremiah cuando logró calmar su humor. De repente cambió su tono de voz a uno más serio y musitó, con marcado reproche—: Aun si estuvieras rodeado de miles de personas, resaltarías por sobre todas ellas como la belleza más exótica y atrayente del lugar. ¡Maldito Maou con suerte!

¿Para qué negarlo?, deseaba estar en su lugar.

A Wolfram le costó un esfuerzo abrumador no sonrojarse. Jeremiah era un joven algo presumido, pero sus rasgos no estaban exentos de cierta elegancia noble y afable, que sobre todo aparecía reflejada en sus ojos.

La camarera llegó con los platillos que habían ordenado y les sirvió el café en la mesa. Después, ella se retiró, volviéndolos a dejar a solas.

Wolfram se quedó mirando el vaso de jugo, la fruta y las tostadas que descansaban en su plato. Después, miró atentamente a Jeremiah, que ya había empezado a comer. Eligió con cuidado cómo volver a abordar el tema y optó por retomar el punto más obvio a tratar.

—Entonces... ¿Cómo planea Endimión que me acercara al… objetivo?

Le pareció correcto referirse al Maou como “objetivo” en frente de Jeremiah dada la hostilidad que había manifestado hacia él. Wolfram presintió que la rivalidad que sentía Jeremiah hacia su futuro esposo podía causar graves problemas.

—Ah, sí.

Jeremiah le dio un sorbo al café y después rebuscó en sus bolsillos.

—Durante estas fechas, el castillo Pacto de Sangre abre sus puertas a los ciudadanos que deseen trabajar de cerca al servicio del rey —le explicó por fin, extendiendo el brazo para entregarle el volante con la información.

Wolfram dejó el vaso de jugo sobre la mesa, sin hacerlo llegar a sus labios a pesar de que acababa de agarrarlo, y tomó en su lugar la hoja de papel que Jeremiah le entregaba.

—Las plazas son variadas, y van desde simples soldados hasta miembros importantes del Consejo local, no del Consejo General de los diez Nobles, sino del local que tienen ciertos cargos administrativos solamente en la capital.

—Pero nosotros no somos originarios de estas tierras y aquí dice que se debe ser ciudadano natural para aplicar a cualquiera de las plazas. —Wolfram puso el volante sobre la mesa, poco convencido de la efectividad del plan.

Jeremiah no parecía considerarlo algo tan grave.

—Falsificar partidas de nacimiento es algo sencillo —respondió con simpleza y se limitó a encogerse de hombros despreocupadamente.

—Debí haberlo imaginado.  —Wolfram soltó un bufido y se golpeó mentalmente por no haber previsto antes que tenían todo bajo control. Cerró los ojos y sacudió la cabeza.

Una vez aclarado ese detalle, Jeremiah continuó devorando su desayuno con hambre feroz.

—Yo aplicaré para formar parte de la Fuerzas Militares —dijo aún con la boca llena—, y tú aplicarás para formar parte del personal de servicio.

Los ojos de Wolfram chispearon con rabia a su lado en la mesa, ganándose una sonrisa risueña por parte de Jeremiah, que levantó su taza de café hacia él a modo de un brindis burlón.

—¿Un sirviente? —masculló con aires de indignación.

«Barrer, cocinar, lavar, servir, extender las sabanas ajenas» no formaban parte de sus actividades diarias.

Jeremiah tragó su último bocado y se limpió la boca con el dorso de la mano. «Menudos modales que tiene el muy bestia» pensó Wolfram al observarlo todavía con la indignación  en los ojos.

—Pareces escéptico, Wolfy. —Jeremiah le dirigió a Wolfram una mirada inquisitiva, alzando una ceja.

—¡Joder! ¡¿De cuándo acá tengo la apariencia de ser un simple sirviente?!

Las palabras sonaron más alto de lo que Wolfram pretendía y su voz quedó suspendida en toda su crudeza en un vacío de silencio mudo. En algún momento se puso de pie y golpeó la mesa con brusquedad ya que era la postura que ahora mantenía. Los comensales cercanos se giraron a mirar.

—Tranquilo, tranquilo —decía Jeremiah con voz risueña mientras hacía ademanes con la mano—. Oye, tú sí que sabes llamar la atención, Wolfy chan. Por eso insisto en que no debes preocuparte de que el Maou te preste atención. Solo intenta no hostigarlo demasiado con tu mal genio y estaremos bien.

La picardía en el rostro burlón de Jeremiah contrastaba con la seriedad ofendida en los finos rasgos de Wolfram, quien estuvo a punto de saltar por encima de la mesa y clavarle un tenedor en el cuello, pero se contuvo.

—A ver si esto te queda claro: no tengo la menor intención de llegar a Pacto de Sangre como un sirviente, si he de lanzarme a los brazos del Maou, lo haré como un soldado —le advirtió mientras volvía a tomar asiento.

Jeremiah se inclinó sobre la mesa y entonces se le endureció la mirada.

—Al jefe le importa poco en qué condiciones llegues a la cama del Maou —soltó entre dientes. Su voz era un verdadero tempano de hielo, fría e insensible—. Si te acuestas con él en condición de sirviente, de soldado o hasta de Noble… lo importante aquí es que te cases con él, que lo mates y que le entregues a Endimión el reino de Shin Makoku para que podamos ser libres.

Wolfram sintió como si Jeremiah acabara de echarle su taza de café hirviendo a la cara. Sus palabras se le clavaron en el pecho y lo hicieron sentir fatal. Él se empeñaba en humillarle, siempre tenía que recordarle que no era más que una marioneta.

Jeremiah se percató demasiado tarde de las consecuencias de su arrebato. Aquello había sido una turbación que estalló rápidamente y se apoderó de sus palabras, pero sentía que no sería capaz de contenerse durante mucho más tiempo, que necesitaba hacer algo, al menos gritar bajo aquella tortura.

—Discúlpame. —Consiguió decir de alguna manera entre su desesperación.

Jeremiah luchaba con los deseos de escaparse con Wolfram y desaparecer de los dominios de Endimión así como lo había intentado el intrépido Matt. Pero sabía muy bien que era un sueño imposible. Wolfram no aceptaría y además, Endimión tenía el suficiente poder para encontrarlos en donde quiera. Sería cuestión de días para que aquel bastardo lograra dar con su paradero y después sólo les esperaría la muerte.

Wolfram se limitó a mirarle con desprecio. Ya no se molestó en contestarle. Esa era su respuesta. El odio en su mirada.

—De verdad fui un idiota —se reprendió Jeremiah a sí mismo, restregándose la cara con una mano.

—De todas formas voy a aplicar para formar parte de las Fuerzas Militares —se limitó a decir Wolfram, ignorando agrede la disculpa.

Jeremiah se cruzó de brazos y exteriorizó un suspiro.

—No podrás aplicar a un puesto militar aunque quieras y aunque estés bien capacitado para el puesto —intentó explicarle por enésima vez—. No es mi culpa que seas un precioso doncel.

—¿Por ser un doncel? —Wolfram frunció el ceño, lo que fue su señal para empezar a hablar. Quedaba claro que ya no estaba de humor para rodeos.

—Lord Gwendal von Voltaire, que es el comandante general de toda la milicia de Shin Makoku, ha ordenado que este año no se presente ningún doncel a la prueba por considerarlos demasiado débiles e inútiles.

Wolfram parpadeó un par de veces, incapaz de asimilar por completo esas palabras tan absurdas.

—¡¿Q-que?!

—A mi me parece que lo hace para no brindarle más tentaciones al Maou, suficiente tiene con que se folle a toda la servidumbre.

—¡Que imbécil! —gruñó Wolfram y dio un golpe con el puño en la mesa—. ¡Ah! Pero aún así yo iré, y le demostraré que no debe menospreciar a la gente.

—¿Hablas de ir a dar la prueba de todas maneras?, oye, Wolfy, tampoco es como si fuera tan fácil ingresar —advirtió Jeremiah con franqueza, tomando el último sorbo de su café y después volvió a poner la taza sobre el platillo—. ¿Cuál es tu capricho?, el punto aquí es hacer que ese Maou se enamore de ti, no que te vea como... no sé… como... como un rival macho-men ¿Me entiendes?

—Ese tal Yuuri Shibuya se va a enamorar de mí, pero por quien soy en realidad. No pretendo fingir ser un delicado principito azul para lograrlo, voy a ser su soldado, su guardaespaldas personal, su escudo protector, pero con tanta pasión que llegará a confiar ciegamente en mí, y es allí donde lograré tenerlo entre mis manos.

Wolfram habló con tanto apasionamiento, que Jeremiah sintió escalofríos recorrerle todo el cuerpo. Se hallaban el uno frente al otro, rodeados de un total silencio en medio de la mesa, hasta que algo en concreto captó la atención de Jeremiah.

—¿Y cómo pretendes ingresar a las pruebas, si antes debes cumplir con los requisitos?

—No es como si tuviera un letrero en la frente que diga: Soy Doncel ¿cierto? —respondió Wolfram con total seguridad—. Y dado que soy un excelente espadachín, nadie lo notará.

Jeremiah se le quedó mirando fijamente. Lo observaba con sus afilados ojos verdes y aquellos mechones de cabello castaño y desordenado que le cubrían la frente. Mientras él estudiaba detenidamente su cuerpo, una perturbadora vergüenza se adueñó de Wolfram. Le ardían las mejillas.

—¿Q-que?… ¿Que tanto me ves?

—Seguro nadie notará tus crespas, largas y pobladas pestañas, el enorme iris de tus ojos esmeralda, la longitud de tus esbeltas y estilizadas piernas, la leve curva de tu cintura y el rojo natural que cubre tus carnosos labios —respondió Jeremiah con un tono de absoluto sarcasmo. Wolfram tragó saliva con dificultad—. No, seguro nadie notará que tienes los rasgos característicos de un doncel.

—Ya-ya entendí —murmuró Wolfram, nervioso. Estaba confuso y no sabía qué decir. En su interior surgía un sentimiento que le daba la razón—. Pero nada pierdo con intentarlo.

Jeremiah iba a protestar, pero tuvo la sensación de que malgastaría el aliento.

Se aguantaron la mirada el uno al otro, y terminaron echándose a reír.

—¡Pobre Maou, no sabe lo mandón que eres!

Wolfram se encogió de hombros.

—Va a amar hasta mis defectos, ya verás.

Le guiñó un ojo con descaro y Jeremiah se quedó quieto, sin palabras. Wolfram no lo sabía, pero el brillo provocativo en su expresión solía causar el interés de hombres y mujeres por igual.

—Oye… —Wolfram hizo una pausa para inhalar profundamente. Parecía nervioso, como si le diera vergüenza hablar sobre el tema—. ¿Cómo es…? —Desvió la mirada un instante y luego se dio valor para formular la pregunta completa—. ¿Cómo es Yuuri Shibuya?

Ya no le importó parecer ansioso por conocer a ese rey que sería, en teoría, su esposo. Estaba cansado de reprimir sus emociones y no estaba dispuesto a hacerlo en algo que le concernía tan profundamente, en algo en el que pondría en juego su integridad y sus propios sentimientos.

Jeremiah se quedó pensativo, algo indeciso. Luego miró a Wolfram, vio el brillo en sus ojos, la única expresión que había visto en ellos durante toda la mañana, y sonrió levemente.

—No voy a negar que es alguien que llama la atención —respondió—. Descuida, no es un viejo gordo, asqueroso y maloliente, aunque sí es muy infiel y tal vez te haga lo mismo a ti. Por eso debes estar enfocado únicamente en la misión, sus deslices no deberían afectarte.

Wolfram sintió una molesta punzada en el pecho. Frunció el ceño, formando un surco muy profundo y con un estremecimiento penetrante, se mordió los labios. Cuando por fin habló, su voz sonó poderosa y arrogante, nada propia de él.

—Yuuri Shibuya no va a hacer lo mismo conmigo. —Sacudió la cabeza con aquella sonrisa sagaz que parecía ir unida a sus labios. Por dentro se sentía seguro de sí mismo y de sus palabras—. Yo no estoy aquí para ser su juguete.

En esa advertencia se ponía de manifiesto la determinación que lo dominaba, pero sobre todo salía a la luz la arrogancia del futuro Consorte Real de Shin Makoku que ya trataba como suyo a un sujeto por el que no sentía ninguna simpatía.

Después de comer, se recolocaron los abrigos y salieron del mesón con paso firme. Jeremiah notó el porte y la determinación de Wolfram, y sonrió satisfecho.

Notas finales:

Aclaración: Wolfram llama a Jeremiah, “Jeremy” por costumbre, no es error de dedo. :p

Lamento que Yuuri y Wolfram todavía no se hayan encontrado por primera vez como lo había prometido. Trataré, en la medida de lo posible, de poner la segunda parte lo más pronto que pueda.

Por ahora les dejo una tarea para el siguiente capítulo en grupos de cuatro… xD na! Es broma… ah! Pero extraño ir a la escuela, en esos tiempos la vida era más simple, solamente preocuparme por hacer las tareas a tiempo para ver digimon , pokemon y dragon ball z :´D —maldita adultez—.

Ya, bueno.

Preguntas aun sin respuestas:

¿Dónde está Chéri? ¿Va a aparecer?

¿Jeremiah es amigo o enemigo del Yuuram? ¿Qué papel jugará? ¿Es bueno o malo?

¿Izura será buena o mala?

¿Revelará Shinou la identidad de Wolfram, o dejará pasar el tiempo para ver qué pasa?

¿Qué papel jugará Waltorana mas adelante? Aja…

LA MAS IMPORTANTE Y LA QUE SE RESUELVE EN LA SEGUNDA PARTE:

¿Cómo reaccionará Gwendal ante la aparición de ese chiquillo impertinente que se hace llamar Wolfram Dietzel?

A no, la más importante es esta:

¡¿Cómo rayos va a ser el primer encuentro de Yuuri y Wolfram?! ¡Escríbelo Alexis de una vez! >.<

¿Dejaré de hacer tantas preguntas? 

 

GRACIAS POR LEER. 

 


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