Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

[Reviews - 145]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

()()

(^u^)O 
O(") (")

Gracias por continuar leyendo.

Sus comentarios siempre me llenan de alegría, aunque algunos han logrado asustarme esta vez xD jejejeje. Otros me parecieron muy acertados a lo que quiero dar a entender.

Muchísimas gracias a todas!!!

¡¡Por fin, lo que tanto queríamos (me incluyo :p)!!

Comenzamos….n_n

Capitulo 4

 

El Encuentro.

 

—17—

 

 

La voz del General Brown retumbó en el patio de armas y la gente guardó silencio.

—Este será un duelo oficial, ambos conocen las reglas —dijo, y tanto Gwendal como Wolfram asintieron en conformidad—. Saluden y tomen sus lugares —les ordenó.

La tensión se notaba en el ambiente, los espectadores apenas podían reprimirse. El trato había sido contundente: Un duelo, un ganador. El perdedor debía aceptar las condiciones y peticiones del otro.

Wolfram sonrío, cada vez más animado. El combate que le proporcionaría la entrada al castillo y la cercanía al Maou estaba en sus manos. El preciado premio que lo acompañaba estaba a su alcance y lo deseaba a rabiar: Su libertad.

Casi podía tocarla con la punta de los dedos…

—Chiquillo, todavía puedes arrepentirte —advirtió Gwendal por ser amable al momento de extender el brazo para estrecharse las manos. Amaba las cosas tiernas, y ese rubiecito era adorable aunque bastante malcriado. Aún no concebía del todo la idea de lastimarlo, sin embargo, si su reputación dependía de ello, no le quedaba otra alternativa.

—¿Acaso tiene miedo? —A Wolfram no le gustó la aclaración de Gwendal. No soportaba que lo subestimaran de aquella manera. Se había convencido a sí mismo de que no tenía nada que ver con que en el pasado hubiese dependido de alguien más para defenderse. Por ahora sólo le quedaba claro que debía seguir su camino hacia adelante sin mirar atrás, fuerte, invencible y distante de todo sentimiento fraternal.

Gwendal frunció el entrecejo y adoptó una expresión de máxima concentración. Tomó su mano y se la estrechó, apretándola levemente a modo de advertencia.

—Como quieras —masculló, inflexible—. Yo te he advertido.

—Ya, tranquilos —advirtió Brown con una sonrisa—. Aún no he dado la orden para comenzar. —Se notaba que disfrutaba viendo al General Voltaire fuera de control.

Cuando tomaron distancia, Gwendal sacó la espada, y sus ojos brillaron mortalmente serios y determinados. Wolfram no había visto jamás una expresión tan aterradora como aquella, pero no se dejó intimidar. Apretó la empuñadura de su espada, cuyo metal destelló contra la luz brillante del sol del mediodía.

Hacía demasiado calor. Unas gotas de sudor comenzaron a resbalarles por el cuello y por la espalda y otras se acumulaban en su frente. Cada vez les costaba más trabajo visualizar al otro en la distancia. Nada de ello les importaba. Sus cuerpos y sus mentes estaban únicamente enfocados en acabar con el duelo y obtener la victoria.

Tras tomar cada uno sus respectivos lugares, Gwendal le dirigió una mirada irritada a Brown, lo que fue su señal para indicar de una vez el comienzo del duelo.

—¡Combatientes, listos! ¡Ahora!

Gwendal y Wolfram se abalanzaron el uno contra el otro a toda velocidad como dos toros embistiendo a la carrera. Su velocidad fue tanta, que los espectadores apenas pudieron apreciar el movimiento de sus cuerpos. Gwendal se propulsó hacia delante en el último instante y atinó una embestida con la espada hacia el costado derecho de Wolfram, quien lo detuvo con la agilidad de un felino, astuto, poderoso y veloz.

—«Es fuerte» —Gwendal intentaba disimular su asombro sin conseguirlo—. «¿Cómo es posible?...»

Wolfram no perdió el tiempo. Fue al ataque y presionó frenéticamente a su oponente para mantener la ventaja. Brazo y muñeca actuaban a las órdenes de su mente conectando instantáneamente pensamiento y acción. Los espectadores exclamaban sorprendidos ante la velocidad y fiereza de los ataques del joven doncel. Tras la breve incertidumbre inicial, Gwendal se defendió del violento asalto cómo pudo. Toda su concentración se focalizó en bloquear los ataques.

La intensidad del combate se acrecentó todavía más. La velocidad de las estocadas aumentó, despertando exclamaciones de asombro y miradas de sorpresa entre los propios miembros del ejército, quienes miraban por primera vez que su General Voltaire apenas y podía defenderse de los ataques de su contrincante.

Gwendal comenzó a mostrar signos de frustración al no encontrar la forma de detener la masiva tanda de ataques por parte de Wolfram. No era tonto, y notó de inmediato que el chiquillo había recibido entrenamiento militar. Por el rabillo del ojo vio otro movimiento muy rápido y una estocada directo en las costillas, momento que aprovechó para desviar el movimiento con un rápido giro de muñeca, desplazarse hacia atrás con un súbito salto, y hacer una pausa para recuperar el aliento.

Wolfram también saltó hacia atrás y aterrizó a un metro de distancia, levantando el polvo tras de sí. Una sonrisa de complacencia se dibujo en sus labios.

Aquello se había convertido en una contienda personal y Wolfram estaba bien dispuesto a acabar con Gwendal von Voltaire en frente de todos sin piedad. El gran General seguía mostrándose confiado, pero sabía que estaba algo nervioso de que las cosas no le resultaran bien al final.

—¿Qué no piensa atacar? —preguntó, entreviendo gozoso la ocasión para ridiculizarlo.

Los ojos de Gwendal refulgieron de puro odio.

—¡Cierra la boca!

A Gwendal le bastó aquella invitación. Decidió tomar la iniciativa y se lanzó en al ataque con la misma agilidad. Espada con espada volvieron a encontrarse. La gente animaba enfervorizada gritando en cada estocada y suspirando en cada bloqueo.

Pero Wolfram contaba ya con plena confianza y tenía la mente enfocada. Reconocía que la destreza de su oponente en el manejo de la espada era pulida y magistral, pero sus movimientos de desplazamiento ya no eran lo suficientemente ágiles y coordinados como lo eran al principio. Aquella había sido su estrategia ganadora: Agotarlo desde el inicio.

Gwendal parecía estar totalmente fuera de sí. Un frío atroz corría por todo su cuerpo como una fuerza interna que tenía que expulsar, y sus desplazamientos continuaron siendo desenfrenados, sin medir concecuencias. 

Cruzado de brazos, Jeremiah seguía cada movimiento con ojos de águila. Dorcascos, un soldado muy nervioso y escandaloso encargado de las caballerías, de gran nobleza y corazón, parecía preocupado por el General. Su mente se batía a duelo entre ir y avisarle al Maou sobre la situación, o continuar viendo el duelo hasta el final. Su cuerpo respondió por sí solo, se quedó clavado en el suelo, sin moverse ni un centímetro, con la vista clavada en el centro de la zona de combate.

Wolfram comenzó a analizar a su frustrado oponente. Lo puso a prueba con movimientos rápidos, atacando los costados, para medir el tiempo de reacción. Su cansancio era evidente. Sus pies no seguían el mismo ritmo que los movimientos de su brazo y los golpes no se impregnaban con la misma fuerza.

—«¡Ya te tengo!» —Wolfram decidió que había llegado el momento. Se rió por lo bajo. Sus ojos brillaban con furor y emoción—. «¡Eres mío, Voltaire!»

Alzó la espada y la descargó contra él. Gwendal alcanzó a parar el golpe, quedándose sorprendido de la fuerza de ese chiquillo. Por un instante, sus miradas se cruzaron y Gwendal pudo apreciar la furia inexplicable que impulsaba a Wolfram a ganar. Éste saltó hacia atrás y tomó una distancia considerable.

—Se acabó el tiempo —La voz de Wolfram era suave pero contundente.

Gwendal esbozó una sonrisa muy poco frecuente en él.

—Sorpréndeme.

Wolfram alzó su espada.

—¡¡A todos los espíritus que controlan el elemento fuego, obedezcan a este orgulloso Mazoku que los invoca!!

—«¡Lo sabía!, ¡Este niño no es ningún novato!»

Gwendal lo contempló estupefacto. La hoja de la espada parecía estar hecha de fuego desde la base hasta la punta. Refulgía en tonos rojizos y anaranjados como el hierro fundido, y una llama la envolvía por completo.

Wolfram se lanzó de nuevo al ataque, pero Gwendal no se dejó amedrentar, bloqueando cada uno de sus embistes. Las llamas de la espada ardían como una hoguera y dejaban escapar un suave silbido cuando cortaban el aire dejando una estela amarillenta a su paso. Cuando alcanzaban a rozarlo, le dejaban quemada la piel.

Un ataque en el costado obligó a Gwendal a bajar la guardia instintivamente para protegerse, aunque no le libró de otro roce con el fuego enardecido de la espada.

—«¡Mocoso malcriado! ¡Vas a saber lo que es pelear de verdad!» —pensó Gwendal, ya fuera de sí—. «¡No eres el único que puede controlar un elemento!, yo también te demostraré de lo que soy capaz»

Gwendal se agachó, y haciendo uso de una gran velocidad, soltó un devastador puñetazo contra el suelo formando un pequeño temblor, que dejó impresionados a los espectadores.

Wolfram retrocedió varios pasos tras el brutal impacto, perdió por completo el equilibrio durante un momento y se tambaleó. De manera sorpresiva recibió un golpe en la cara que le hizo girar la cabeza bruscamente hacia la derecha. Gwendal no le dio tiempo de reaccionar y le estampó otro derechazo en la cara. Aturdido y confuso, Wolfram dejó caer su espada, quedando vulnerable ante su oponente. Lo siguiente que sintió, fue el frío metal de la espada de Gwendal debajo de la barbilla.

—Ya no quiero golpear un rostro tan bonito, así que debes decir que te rindes. —Gwendal sonrió victorioso, presionando su espada sobre el cuello de su vencido contrincante.

La gente se quedó muda, expectante.

—Qué considerado de su parte —siseó Wolfram tras soltar una risa ahogada—. Lo tendré en cuenta en futuras ocasiones, pero esta victoria me pertenece.

Gwendal miró las manos de Wolfram que emanaban energía elemental e iban directo a su abdomen. Wolfram lo golpeó con esa misma fuerza, consumiendo hasta la última gota de energía que le quedaba.

La potencia elemental actuó como golpe de aire que mandó a Gwendal fuera de la línea blanca que marcaba el límite de la zona de combate. Si un duelista salía de esa línea, perdía automáticamente. Gwendal se estrelló pesadamente contra el suelo, de espaldas, y no pudo reprimir un gemido de dolor.

—¡Vencedor del duelo: Wolfram Dietzel, nuevo recluta de las Fuerzas Militares del Maou! —proclamó el General Brown con voz autoritaria.

Wolfram dio un paso atrás para respirar y recobrar el aliento mientras escuchaba los aplausos y gritos de aquellos que ahora eran sus compañeros. Halló el rostro de Jeremiah entre los demás novatos y éste le dedico una sonrisa de alivio, negando graciosamente con la cabeza ante su osadía y falta de raciocinio.

Wolfram estuvo cerca de perder y se la había jugado el todo por el todo con un sólo movimiento. Aquella técnica se podía realizar una tan sola vez debido al desgaste de Maryoku que se necesita para ejecutarla. Afortunadamente, la había usado en el momento justo.

No muy lejos de allí, Gwendal estaba apoyado sobre sus rodillas y escuchó el sonido de una gota de sangre chocando contra el suelo debajo de su cabeza. Había aterrizado con más violencia de la que había imaginado, y dado un golpe fuerte en la cabeza. Sus compañeros Willnoff, Volt y Brown, lo ayudaron a levantarse tendiéndole la mano.

—Fue un gran combate —musitó el Capitán Willnoff, por decir algo. Todos sabían que aquello traería repercusiones tarde o temprano.

—El joven Dietzel estará bajo mi mando —se aventuró a aclarar el General Brown—. De todas maneras, en su partida de nacimiento dice que es originario del Territorio Wincott.

—¡No! —dijo Gwendal contundentemente. Una rabia más brutal y enloquecedora ardía en sus entrañas como no lo hacía desde tiempos de guerra—. Este es mío —siseó—. Tiene agallas, tiene poder, pero le falta una buena dosis de disciplina.

—¿Lo dice en serio? —Los ojos marrones del General Brown se abrieron de par en par, parecía preocupado.

—¿Acaso cree que estoy en condiciones de bromear? —Gwendal se giró hacia el General Brown y le clavó una severa mirada para ver si tenía alguna otra ocurrencia que comentar, pero éste no dijo nada—. Y también me ocuparé de ese chico que lo acompaña, vinieron juntos ¿verdad? —agregó, mirando a Jeremiah sin disimular su desagrado. Wolfram estaba acercándose a él.

El General Brown se volteó, descansó el mentón entre el índice y el pulgar, y observó de forma especulativa al joven en cuestión.

—¡Ah! Jeremiah Crumley —Lo reconoció con gran entusiasmo—. La demostración de sus destrezas físicas también fue impecable, derrotó a un joven dos veces su tamaño en cuestión de minutos.

Gwendal entornó los ojos, pensativo.

—Jeremiah Crumley y Wolfram Dietzel —susurró para sí, sin que nadie le oyera. Negó con la cabeza, inquieto. Había comenzado a sospechar, pero dejaría pasar el tiempo para ver que tenían planeado ese par de mocosos—. Llamen a Lord von Christ, y que la segunda fase del reclutamiento empiece de una vez.

El Capitán Willnoff se llevó la mano a la frente.

—¡Como usted ordene, General Voltaire!

 

Wolfram se abrió paso entre la multitud hasta donde estaba Jeremiah.

—¡Vaya, y yo que creía que nuestra entrada al castillo sería de lo más discreta posible! —Jeremiah levantó su mano para entrechocarla con la de Wolfram—. ¡Bien hecho, Wolfy!

Wolfram se sorprendió, pero levantó la mano y aceptó el cumplido. Después, Jeremiah se acercó un poco más a él y tomó su mano izquierda. Con la otra le cogió suavemente por el cuello y le forzó a mirarlo.

—¿Estás bien? —le preguntó, escudriñando cuidadosamente su rostro. Por fortuna, los dos golpes que había recibido en la cara aún no habían comenzado a hincharse.

—Sí, estoy bien. —Wolfram parpadeó y se separó de Jeremiah. Dio un par de pasos y sacudió la cabeza—. No te preocupes por mí —Sus mejillas estaban sonrojadas, pero sus ojos delataban irritabilidad—. No necesito que nadie se preocupe por mí.

Jeremiah suspiró sin decir nada y miró a Wolfram con resignación.

 

 

Como Gwendal había ordenado, Gunter fue llamado por uno de los soldados para hacerse presente en la zona de reclutamiento. Durante el trayecto, el soldado le contó todo lo que había ocurrido durante la batalla. El Consejero Real se quedó boquiabierto. Le costaba trabajo creerlo, que un novato cualquiera derrotara a Gwendal con tanta facilidad.

Al llegar al patio, Gunter se acercó hasta donde estaban Gwendal y los otros Generales.

—En verdad no puedo creerlo —Gunter se llevó las manos a la cintura—. Cuando el soldado Maxwell me lo contó, pensé que se trataba de una broma.

—Debió haberlo visto, Excelencia —Volt sonreía con descaro—. Una cantidad descomunal de energía elemental utilizada en un golpe certero.

Gunter miró alrededor y frunció el ceño.

—¿Quién fue? —preguntó muy serio.

—El rubiecito de ojos verdes —señaló Volt con el índice, dando una palmada en el hombro a Gunter—. ¿No es una belleza?

—No es que parezca muy valiente para ser un soldado, ¿no cree? —se cuestionó Gunter, mirando a Volt con una ceja alzada, llena de reticencia.

—El joven Dietzel parecerá un chico débil, pero se ganó su lugar en el ejecito por partida doble —aseguró Brown, dándole a Wolfram mayor crédito por derrotar a dos Generales.

—¿A qué se refiere? —preguntó Gunter, desconcertado. Deseaba estar al tanto de todo lo que tenía que ver con el misterioso muchacho rubio.

—A que antes de derrotar al General Voltaire… —dijo el General Volt, interceptando la respuesta del General Brown—, el joven Dietzel ya había derrotado al General Mc-Klein.

Gunter abrió la boca, convencido de que había oído mal.

—¿Qué ha dicho?

—No creo que tenga que repetirlo —gruñó Gwendal, que seguía estando cerca de ellos y que al parecer no había dejado de escuchar la conversación—. Gunter, encárgate de los nuevos reclutas. Muéstrales sus dormitorios, hazles entrega de sus uniformes y avísales que su entrenamiento oficial comenzará mañana al alba.

—¡¿Mañana?! ¡En su estado lo más conveniente es descansar por lo menos dos días para recuperarse de las quemaduras en su piel, además del golpe de la cabeza, General Voltaire! —opinó Willnoff, cuyo semblante reflejaba desconcierto.

—He dicho, mañana —reiteró Gwendal, iracundo—. ¿Alguna otra objeción?

Gunter dio su conformidad con una desganada inclinación de cabeza.

—Descuida Gwendal, los nuevos reclutas quedan en mis manos.

Después, encogiéndose de hombros, añadió:

—Pero de todas maneras debes ir con Gisela para que te revise, Anissina también debe estar al tanto de lo que te sucedió.

Ya fuera por instinto o agotamiento, las rodillas de Gwendal temblaron en aquel momento. Parecía haber despertado de un largo sueño e intuir el peligro.

—No sé que me va a doler más… —susurró lentamente—, si el golpe en la cabeza o los gritos histéricos de mi esposa cuando me vea en este estado.

Volt, Willnoff, Brown y Gunter no pudieron reprimir unas risitas burlonas.

—Bueno, bueno —dijo Gunter, poniéndose serio—. Si me disculpan, ahora iré a cumplir con mi parte.

Tras una inclinación de cabeza a modo de despedida, Gunter se alejó con aire altivo acompañado de los Generales Volt y Brown y del capitán Willnoff, quienes le entregaron los informes oficiales con los nombres de los nuevos reclutas. La primera prueba había terminado y ahora comenzaba la segunda.

Con gesto ceñudo, Gwendal echó una última mirada al joven Dietzel, su nuevo recluta, y apretó instintivamente sus puños llenos de llagas.

—«Ni creas que te será tan fácil» —pensó con amargura y ansias de venganza. Luego se dio la media vuelta para alejarse del lugar.

 

 

—00—

 

 

—¡¡MAJESTAD!! ¡¡MA-MAJESTAD, YUURI!!

Dorcarcos llegó a la oficina del Maou casi sin aliento tras haber emprendido una carrera continua desde la zona de reclutamiento hasta el segundo piso del castillo, que era donde estaban las oficinas.

Con la lengua de afuera, totalmente agitado, el soldado se recostó contra la puerta y se llevó la mano al pecho. Le latía acelerado el corazón.

—Dorcascos —Yuuri levantó la vista de los papeles que revisaba y se lo quedó mirando lleno de confusión. No es que fuera la primera vez que Dorcascos llegaba a su oficina tan exaltado, su personalidad neurótica era algo habitual.

—¿Qué sucede, Dorcascos? —Conrad se puso de pie, se acercó al soldado, y lo llevó a una silla para que tomara asiento en frente de Yuuri.

—¡¡Su Excelencia Voltaire!! —exclamó Dorcascos con voz atónita—. ¡¡Él..!!

—¿Qué? ¿Qué pasa con Gwendal? —preguntó Cornad, preocupado—. ¿Algún problema con el reclutamiento?

Incapaz de articular palabras, Dorcascos afirmó agitando su cabeza de arriba abajo.

Yuuri tuvo un sobresalto y frunció ligeramente la frente, mientras que un suspiro moría en sus labios.

—¿Y ahora que sucedió? —preguntó con voz pausada, apoyando su cabeza sobre el borde de la mesa del escritorio.

—¡¡Un chico, un lindo doncel!! ¡¡Un duelo!! ¡¡Choque de espadas!! ¡¡Luego hubo fuego, mucho fuego!! ¡¡La tierra tembló y finalmente…!!

—¿Qué? —le preguntó Yuuri, levantando de nuevo la cabeza.

Conrad rodó los ojos y soltó un resoplido.

—A ver, Dorcascos, primero respira profundamente ¿sí? —El soldado así lo hizo y todo lo que tenía en la cabeza fue tomando su lugar—. Ahora bien, explícate mejor. ¿Dices que Gwendal tuvo un duelo con un doncel?

—Uno muy hermoso.

—¿Y qué? —insistió Yuuri, con cierta ironía.

Dorcascos se pasó la lengua por los labios resecos, y echó un vistazo hacia el otro lado del escritorio. Los ojos de Yuuri se entrecerraron en un gesto de súbita desesperación.

—El caso es el siguiente —Por fin las palabras fluían con mayor serenidad y fluidez—: Un joven doncel vino a dar las pruebas para entrar al ejército. El joven, de envidiable hermosura y elegancia, demostró ante todos asombrosas habilidades físicas, lo suficientemente buenas para entrar al servicio. Pero el General Mc-Klein quiso retarlo ante todos e intentó ridiculizarlo. Grande fue la sorpresa cuando ese joven misterioso le dio una buena paliza, que para que le cuento.

—Aja… ¿Y esto que tiene que ver con Gwendal? —preguntó Yuuri, cada vez entendiendo menos.

—¡Pues mucho, Majestad! —Los ojos de Dorcascos brillaron con emoción—. Es que cuando el General Voltaire se enteró de semejante escándalo, surgió una nueva rivalidad entre él y el joven doncel. Terminaron retándose a un duelo oficial, un duelo como pocos se han visto en la historia de este reino.

Yuuri se pegó en la cara con la palma de la mano. ¡Lo que le faltaba!

—¡Dime que Gwendal no mató al joven! —El rey parecía bastante preocupado—. ¿Cómo esta? ¿Sus heridas no son graves? ¡¿Dónde está?! —preguntó de repente, disgustado.

—Deje que Dorcascos responda una pregunta a la vez, Majestad —aconsejó Conrad. Yuuri asintió con expresión ceñuda y guardó silencio.

—Pues el General Voltaire se encuentra estable —respondió Dorcascos con inocencia, no entendiendo la preocupación verdadera del rey—. No se preocupe, sus quemaduras sanaran con unas pomadas y sus heridas también.

—Pero, Dorcascos —intervino Conrad—, el rey desea saber que tan grave está el jovencito al que Gwendal enfrentó. Es decir, pobre chiquillo, debió haber sido duro para él batirse en duelo con semejante rival.

Dorcascos frunció el ceño con extrañeza. ¿Qué tan claro necesitaba ser con este par?

—¿Qué no me escucharon desde el principio? —dijo con una mueca de disgusto—. El jovencito está perfectamente bien. Quien salió gravemente herido durante el duelo fue el General Voltaire. Fue él quien perdió el duelo.

Un silencio abrumador inundó la oficina durante un instante.

—¡¿QUEEEEE?! —preguntó Yuuri con la boca y los ojos muy abiertos.

—Así que a eso se debió el temblor que sentimos —Conrad se rascó la barbilla con aire reflexivo—. Y nosotros que creíamos que se trataba de otro invento fallido de Anissina san.

—Deja eso a un lado, Conrad…

Yuuri se puso en pie y se acercó a la ventana. Abajo, en medio del alegre y brillante paisaje, veía un pequeño recuadro marrón, el patio de armas del Castillo Pacto de sangre. Las pequeñas formas de los soldados corrían de un lado a otro, entrenando.

—Creo que me he perdido un hecho histórico: Gwendal siendo derrotado por un novato. No habrá otra oportunidad en la vida.

—A mí aún me cuesta trabajo creerlo —Por primera vez, Conrad parecía desconcertado, aunque aquello le seguía pareciendo algo inaudito.

Cuando Yuuri volvió al escritorio, advirtió que tanto Conrad y Dorcascos permanecían pensativos, en medio del silencio sepulcral.

—¿Ese joven doncel? —preguntó con curiosidad, sobresaltándolos—. ¿Es tan hermoso con dices?

—Como pocas bellezas he visto en mi vida, Majestad —aseguró Dorcascos—. Su belleza es gratamente comparable con su destreza, agilidad y precisión de ataque. Controla el elemento fuego como un experto —sonrió con descaro—. De verdad será un placer tenerlo entre las tropas.

—¡Qué asombroso! —se maravilló Yuuri— Daría cualquier cosa por conocerlo—. Frunció los labios en actitud pensativa y dudó un instante—. ¿Creen que le gustaría tener una audiencia privada conmigo? Me gustaría hacerle un par de preguntas.

—No veo el porqué no le gustaría —Conrad se encogió de hombros—. Usted es el Comandante General de todos los ejércitos de Shin Makoku, después de todo.

—Lo vi dirigirse al edificio de recepciones del castillo, Majestad —añadió Dorcascos, poniéndose de pie—. Ahora mismo los nuevos reclutas deben estar instalándose en sus habitaciones para después hacer la juramentación oficial.

—Bien, supongo que como Maou, debo darle la bienvenida al joven valiente que derrotó por primera vez a Gwendal —dijo Yuuri antes de dirigirse a la puerta—. ¡Esto será genial!

 

 

—00—

 

 

—El dolor pasará en unos minutos, Excelencia —le dijo Gisela a Gwendal, tratando las quemaduras que tenía en el abdomen, en las manos y en las muñecas con paños húmedos, pomadas y Majutsu Curativo.

Gisela era una hermosa muchacha de grandes y expresivos ojos verdes y largos cabellos del mismo color. Era la hija adoptiva de Gunter y una importante miembro del ejército. También era la directora de la clínica privada del castillo. Aunque su temperamento cambiaba según sus funciones y podía llegar a ser una persona muy autoritaria, por lo general era una muchacha educada, discreta y servicial.

—Se le veía tan indefenso que llegué a temer por él… —comentó ella de manera ocasional, y apartó la vista para concentrarse en el abdomen, que era el lugar donde el General había recibido el impacto más profundo.

Las llagas ya denotaban el estado de deterioro, de putrefacción. La sanación resultaría muy complicada. Las quemaduras causadas por magia elemental son tres veces más dañinas que las comunes.

—Así que estuviste observando el combate ¿eh? —musitó Gwendal, intentando reprimir los quejidos de dolor apretando las sábanas blancas de su cama matrimonial—. Descuida, no fuiste la única que se dejó llevar por su apariencia débil e inocente.

—Habría sido mejor no retarlo a un duelo. La única imagen que quedará gravada en la memoria de los nuevos reclutas es la de un General respetable siendo derrotado por un novato que aparte es…

No terminó la frase, y Gwendal sabía que no quería expresar aquella idea en voz alta: Es un doncel. Un patético y miserable doncel.

—Por supuesto que eso no le resta mérito al joven Dietzel —añadió Gisela. Siendo justa y humilde, era la verdad—. Me impresionaron mucho sus habilidades en esgrima. Mi padre estaría celoso de haberlo visto.

—Tal parece que no es un novato cualquiera —apuntó Gwendal, moviendo la cabeza en un gesto de asentimiento—. Y estoy dispuesto a soportar su presencia con tal de descubrir que se trae entre manos.

—Usted tiene un grave problema entre manos —advirtió Gisela sin vacilar—. Es el joven más hermoso que he visto en mi vida.

—Sí, claro —contestó Gwendal, arrugando la nariz—. Eso también.

Gisela acumuló más energía sobre el origen del dolor centrándose en curar las heridas sufridas en la parte del abdomen. Focalizó su Majutsu Curativo sobre esa parte del cuerpo irradiándolo sin descanso, intentando reparar el daño sufrido. Comprobó con gran alivio como tras largo rato, la energía sanadora conseguía actuar positivamente sobre la piel, que comenzaba a cambiar de color y a recuperar su apariencia natural.

—Listo, lo he logrado —suspiró aliviada. Dejó que los últimos retazos de energía volvieran a entrar en su cuerpo y la luz verde desapareció bajo sus manos.

—Te lo agradezco.

Gwendal intentó abandonar la cama realizando un esfuerzo enorme, pero no lo consiguió y sólo se quedó sentado donde estaba. El dolor todavía era profundo. Sus músculos no le respondían, estaban débiles. La cabeza le dolía demasiado.

—¡Debe guardar reposo, Excelencia! —advirtió Gisela un poco molesta, entregándole un frasco de pomada cicatrizante—. Y deberá ponerse esta pomada cada tres horas sobre sus heridas de manera uniforme.

Gwendal apretó el frasco de pomada entre una de sus manos lastimadas.

—De acuerdo —masculló.

De repente, oyeron unos pasos apresurados al otro lado de la puerta. Gisela se puso de pie, observándola con expectación.

—Tiene que ser Anissina —dijo Gwendal, horrorizado.

En efecto, Anissina entró pálida a la habitación que compartía con su esposo y cerró la puerta tras de sí.

—¿Cómo se encuentra, Gisela? —preguntó de golpe, sin siquiera saludar—. ¿Es grave? ¡Anda, dímelo! ¡Estoy preparada para lo que sea!

—No, descuide Anissina san —Gisela agitó las manos—. Ya todo está bajo control.

—¡No mientas!

—No miento —Gisela señaló a su paciente—. Lo ve.

Gwendal la saludó, agitando su mano temblorosa. Anissina respiró hondo, tratando de regular su respiración agitada cuando lo supo a salvo. ¿Para qué negarlo? Cuando le informaron lo que le había sucedido a su esposo se asustó tanto que había emprendido una carrera frenética en su búsqueda para cerciorarse de que estuviera bien.

—¿Por qué haces esto?

La científica empezó a caminar hacia él, llorando amargamente. La primera reacción de Gwendal fue asustarse de aquellas lágrimas, y sorprenderse al mismo tiempo de que no las disimulara. Su esposa casi nunca demostraba abiertamente lo sensible que era, ni un atisbo de debilidad en momentos críticos. Se sintió fatal, odiaba verla llorar por su culpa.

—Es esta la verdadera naturaleza de los hombres, supongo; actúan bajo sus instintos primitivos y nunca miden consecuencias. Pues claro, por eso sostengo que la mujer es la base fundamental del desarrollo de la sociedad y del mundo entero. Nosotras actuamos usando la cabeza.

—Cariño, por favor…

Para bien o para mal, la preocupación inicial dio paso a la furia. Gwendal sentía la cabeza a punto de estallar.

—¡Que cariño ni que ocho cuartos!

Para colmo, Anissina lo zarandeó y le apretó la oreja. 

—Mi necio, atrevido y caprichoso esposo. En algún lugar recóndito existe aún el Gwendal sensato que tanto amo.

—Seguramente… —Gwendal le concedió la razón. Su voz sonaba apagada y su lenguaje gestual decía claramente que ya se había rendido.

—Por suerte para ti… —Anissina seguía gritando y, de repente, se sentó junto a él y lo abrazó contra el pecho—. La mente también gobierna los sentimientos y la sensibilidad. Y por esa parte sensible en mí, estoy dispuesta a cuidar de ti en todo momento.

Era de esta manera y no lo podía ocultar. El amor que sentía por Gwendal era más fuerte que nada de lo que había sentido en su vida. Era lo que la hacía una esposa amorosa y dedicada, disfrazada de una científica fría y desconsiderada.

Gisela salió de la habitación discretamente, sabiendo que la pareja necesitaba estar a solas.

Comprendiendo que ella ya no tenía más acusaciones por gritar, Gwendal le rodeó la cintura. Anissina no opuso resistencia, se relajó en sus brazos y se dejó hacer. Él la atrajo hacía sí y la besó en los labios. Fue un beso largo e impetuoso.

Finalmente, se retiraron a la vez.

Gwendal la miró a los ojos y recordó a la niña que tan alegremente correteaba por el jardín cuando jugaban a las escondidas, y que lo usaba como conejillo de indias para sus locos experimentos fallidos, dejándole una profunda huella en su corazón.

—Perdóname por preocuparte —susurró apenado. De pronto le entraron unas abrumadoras ganas de acunarla en su regazo y permanecer así por horas.

—¿Quién está preocupada? —Anissina hundió la cara en su pecho desnudo, inspirando su aroma varonil—. Si lloro es solamente porque estoy furiosa.

A los labios de Gwendal fue aflorando lentamente una sonrisa.

—Claro —La besó en el pelo—. Sigue furiosa durante un rato más, cariño. Ya estoy acostumbrado.

  

—18—

 

Wolfram subió a la habitación que le había sido asignada y comenzó a deshacer el equipaje. El pequeño cuarto estaba amueblado de forma sencilla. Sin embargo, se veía limpio y la cama parecía cómoda. Mientras desempacaba, pensó en todas las cosas que los sirvientes y los otros reclutas le habían contado del Maou. Gracias a su reciente popularidad, se había hecho con gran cantidad de información.

Los sirvientes tenían una opinión muy buena del rey. Para su desagrado, descubrió que el Maou no era la persona terriblemente malvada que él creía, aunque eso no cambió en absoluto su objetivo darle muerte a cambio de su libertad. De quien estaba seguro que era como una patada en el hígado, era Gunter von Christ. Durante toda la charla de bienvenida, se la pasó dirigiéndole miradas cargadas de desdén sin razón aparente. Le pareció que le guardaba cierto rencor por haber ridiculizado al General Voltaire.

Jeremiah también acomodaba sus pertenencias. Ambos debían compartir habitación y el chico no cabía de la emoción, aunque aquello no había evitado que Wolfram amenazara con castrarlo si se le ocurría la brillante idea de intentar algo impropio durante la noche. Jeremiah no dudó en jurar que se comportaría. Sabía mejor que nadie de lo que Wolfram era capaz de hacer con tal de conservar su pureza. Y no le fue realmente necesario ver la filosa espada que guardaba debajo de la almohada o la daga que siempre guardaba entre sus piernas a la hora de dormir.

Una vez que acomodó su ropa, Jeremiah guardó cuidadosamente una cesta tejida con mimbres y totalmente tapada en el armario, detrás de unas cajas.

—Tú te quedarás aquí hasta que llegué tu turno —susurró—. Pórtate bien.

—¿Listo? —preguntó Wolfram, ignorando lo que Jeremiah estaba guardando con tanto cuidado. Era tarde, y ya deberían haber bajado al jardín como se les había ordenado para finalizar con el último paso para ser parte del ejército.

—¡Eh! ¡Sí! —Jeremiah ahogó un grito, sobresaltándose—. Ya vámonos.

Wolfram observó por un largo momento a Jeremiah, y en sus ojos apareció un destello de recelo.

—Estás raro —musitó—. Algo guardas entre manos, Jeremy.

Jeremiah soltó una risita nerviosa

—¿Cómo crees? —respondió con tono ofendido—. Te equivocas, Wolfy.

—¡Jump! —Wolfram no se lo creyó tan fácil. La expresión de recelo se desvaneció lentamente, dando paso a algo que era una mueca maliciosa o una sonrisa—. Tarde o temprano descubriré que es. Por ahora, andando. Ya hablaremos después.

Jeremiah le dedicó una leve sonrisa y, sin decir nada más, abandonaron la habitación y atravesaron el pasillo hasta bajar por las escaleras y llegar al lugar del encuentro con los demás reclutas para la entrega de los uniformes.

 

La primera parte de su plan había ido bastante bien, pensó Wolfram, hasta que surgió una inesperada complicación. Fueron escoltados, no demasiado amablemente, al jardín de la cocina por unos fornidos guardias y obligados a despojarse de sus ropas y sustituirlas por unas prendas más livianas. Se trataba de una túnica blanca, corta, sin mangas. También les hicieron entrega de una toalla.

En primera instancia, Wolfram pensó que se trataba de alguna especie de ritual para bendecirlos y alejarlos de todo peligro. Por eso había permanecido de pie tranquilamente, aunque un poco confuso, hasta que Gunter von Christ había hecho gestos a dos de las doncellas que lo acompañaban, cargando unas cubetas llenas de agua.

—Mi rey no tolerará los piojos o las pulgas —dijo Gunter, sin disimular su desdén—. Sobre todo si se trata de extranjeros.

Wolfram ya lo veía venir. Ese «Lord» ya había notado que tenía un marcado acento extranjero y no le había quedado más remedio que formular una mentira acerca de su origen, diciendo que se había criado en el país de Laika a pesar de haber nacido en Shin Makoku. Una buena manera de explicar porque no tenía familiares cercanos.

Lord Gunter von Christ, con aires de superioridad, lanzó un despectivo resoplido cuando se dio la media vuelta y dio la orden a sus sirvientes para que comenzaran con el aseo general de los nuevos reclutas, indicando categóricamente que se encargaran del «mocoso rubio» con el mayor empeño posible.

Wolfram miró a su alrededor, visiblemente desanimado, y por primera vez pareció darse cuenta de que lo superaban en número y que eran peligrosos. Si hubiese sabido el destino que lo aguardaba, seguramente no se habría quedado sumisamente en aquel sitio.

La primera cubeta de agua le causó un escalofrío indescriptible. Escupió, tosió, y comenzó a temblar debido al frío. Por alguna razón, habían reservado las cubetas de agua helada para él, sabiendo que los Mazoku que controlaban el fuego eran altamente susceptibles al frío. La segunda cubeta le cayó de golpe, tomándolo desprevenido.

Wolfram se retiró el cabello húmedo de la frente con una mano temblorosa, apuñaló con los ojos a Gunter y a sus dispuestos secuaces, y se preguntó si estarían disfrutando de sobremanera con su tarea.

—¡No me toquen! —gritó cuando un par de sirviente se acercaron a él con la intención de lavarle el cuerpo. De seguro disfrutarían toqueteándolo en sus partes íntimas y eso jamás lo permitiría—. Yo puedo solo, déjenme.

—Está armando un gran alboroto —dijo Gunter, que apareció detrás de los sirvientes y lo contemplaba con total serenidad—. Esto es normal para entrar en el ejército, y ni crea que tendrá un trato especial solo por tratarse de un doncel.

Una nueva cubeta de agua cayó sobre Wolfram y no transcurrió más de un minuto antes de que sacudiera la cabeza en busca de aire, entre jadeos y maldiciones. Estaba empapado y temblaba de frío. Su túnica blanca se le pegaba a cada curva dejando poco a la imaginación. Los dos criados se relamieron los labios, ansiosos y depravados por empezar a enjabonarlo.

Wolfram sintió las lágrimas de frustración acumulándose en sus ojos al darse cuenta de que nunca podría librarse de aquellos hombres. Se inclinó hacia delante y tomó aire en un intento por calmarse. Si aquellos hombres le tocaban un sólo centímetro de su cuerpo, no sabía de lo que podía llegar a hacer. Se había aguantado hasta el momento, pero ellos no sabían ni la mitad de lo que era capaz de hacer si perdía el control.

—¡Basta! ¡Está fría! —gritó desesperado haciendo castañetear los dientes, pero su orden no pareció persuadirles. Casi derrotado, cerró con fuerza los ojos preparándose sentir aquellas manos pecaminosas recorrer sus piernas a su antojo.

Nunca las sintió.

—¡Su Majestad, el rey! —anunció un guardia con voz autoritaria.

Un sobrecogedor silencio inundó el jardín entero. Wolfram abrió un ojo, observando repentinamente a un sumiso Gunter von Christ. Ninguno de los sirvientes levantaba los ojos de la grama verde y mojada.

Wolfram parpadeó confuso y alzó la vista. ¡Por los dioses! ¿Qué había escuchado? ¡Se trataba del Maou! ¡Era Yuuri Shibuya, el rey de Shin Makoku!

—¿Qué significa esto, Gunter? —preguntó Yuuri mientras se acercaba. Todos parecían tranquilos, pero sus expresiones decían lo contrario. Aunque aquélla no era la primera vez que se ejecutaba el aseo general de los nuevos reclutas, al Maou nunca le había parecido correcta la manera en la que lo llevaban a cabo.

—Es éste muchacho. Es muy terco y reta mi autoridad —acusó Gunter deliberadamente para poner a Wolfram en una situación difícil con el rey—. Se niega a bañarse para descartar la existencia de piojos y pulgas.

Yuuri lo miró un instante, sin prestarle demasiada atención.

—Creo que él no tiene piojos —dijo, levantando el rostro hacia Gunter con una expresión acusatoria. Entonces Dorcascos se le acercó y le susurró algo al oído—. ¡Ah! ¡Él es quien derroto a Gwendal!

Dorcascos hizo con su cabeza un ligero gesto afirmativo, mientras que daba un paso hacia atrás y sus mejillas enrojecían.

Yuuri pasó de largo a Gunter para acercarse al joven doncel del que tanto le habían hablado. Cuando lo miró detenidamente, se dio cuenta que todas las habladurías sobre su belleza y elegancia no eran exageraciones. El joven se inclinó ante él con una profunda reverencia y notó el hecho de que las puntas endurecidas de sus pezones se transparentaban bajo la pegajosa tela de la túnica mojada. Yuuri sintió que la parte inferior de su cuerpo respondía ante tal visión.

—Es un gusto conocerte —dijo Yuuri, acercándose al joven en cuestión y tendiéndole una mano—. Por favor, levántate.

La suavidad de las manos del joven contra su piel, lo hizo estremecer. Conocía aquel contacto de alguna parte.

—¿Cómo te llamas?

—Wolfram Dietzel, Majestad —respondió, levantando el rostro en el cual Yuuri debió ver algo extraño y solemne, pues le miró inmóvil y fijamente.

Yuuri no pudo evitar sonreír. «Es un Bishounen.» fue el único pensamiento que se le cruzó por la cabeza.

Su cabello le llegaba realmente hasta los hombros, pues debido al agua, algunos rizos dorados habían perdido sus formas, enmarcándole el rostro. Su cuerpo no era fornido sino al contrario, era delicado y esbelto. ¿Cómo esos brazos delgados alzarían una espada en combate? ¿Cómo esas largas y torneadas piernas correrían en el vasto campo, persiguiendo a los enemigos? ¿Cómo era posible que ese ángel que tenía en frente hubiera derrotado al terrible Gwendal en batalla? No lograba comprenderlo, pero estaba seguro de que Wolfram Dietzel era la persona más hermosa que había tenido el honor de conocer en su vida.

—Es-está temblando… —notó preocupado. La voz le falló un instante. Sólo un instante.

—Soy un usuario del elemento fuego, Majestad, el agua estaba demasiado fría para mi —explicó Wolfram, mientras un vivo rubor se apoderaba de sus mejillas y sus dulcísimos ojos verdes relampagueaban.

Un chispazo de calor atravesó el cuerpo de Yuuri cuando imaginó el sonido de aquella voz sensual en su lecho. Visualizó a Wolfram Dietzel desnudo, gimiendo a causa de sus caricias, reconociendo su dominio sobre el cuerpo y el alma de él cuando se encargara de darle placer hora tras hora. Y lo escuchó gritando su nombre al momento de penetrarlo, embistiendo hondo en su interior, haciéndolo suyo y sólo suyo…

Yuuri sacudió la cabeza para apartar aquella visión, y volvió a la realidad.

—Déjeme arreglarlo —susurró. Con una caricia suave, le apartó el pelo de la cara y le secó las mejillas. Aquel contacto fue tan cálido y tan placentero, que un escalofrío recorrió el cuerpo de Wolfram de la cabeza a los pies.

Luego todo a su alrededor desapareció. Con manos firmes, Yuuri fue desabrochándose su chaqueta, botón por botón. Cuando hubo terminado hasta el último, se quitó la chaqueta por completo quedandose sólo con la camiseta blanca que usaba debajo, y se acercó aún más a Wolfram. Cuando llegó hasta el joven doncel, lo tomó entre sus brazos, protegiéndolo con su propio cuerpo. Wolfram se aferró a él, aceptando su protección ciegamente.

—Levante los brazos, joven Dietzel —le dijo al oído, y reprimió las ganas de besarle la oreja.

Como si estuviera hipnotizado, Wolfram así lo hizo. Yuuri agarró los extremos de la túnica con una mano con la intención evidente de quitársela y pasó la otra rodeando su cintura para cubrirlo de la retaguardia. Lo dejó sólo en interiores y a su completa visión. Yuuri no pudo evitar que su excitación se extendiera desde la punta de sus pies, recorriendo la rigidez de su cuerpo hasta su cabeza, reforzado por su descarado y muy poco virginal escrutinio. Deseaba recorrer aquel cuerpo con su lengua y con sus besos, tocar con sus dedos los lugares más prohibidos y jamás explorados por otros. Wolfram emanaba la fuerza y la sensualidad de un pecador. Era un demonio vestido de ángel. Era la personificación de sus deseos. Aquel complemento ideal que tanto había soñado.

Pero no todo era eterno y aquel mágico momento tampoco lo era. Yuuri cubrió la desnudez de Wolfram con su chaqueta y él mismo se encargó de abrocharla. Las manos de Yuuri temblaban de forma imperceptible mientras abrochaba los botones y cuando de vez en cuando rozaba la húmeda piel, sentía un curioso cosquilleo en los dedos.

Una agradable calidez recorrió el cuerpo de Wolfram al sentir la prenda sobre él. Soltó un suspiro, sonriendo interiormente mientras levantaba la mirada hacia el hombre que ingenuamente lo había admitido en su vida. El Maou le estaba mirando las piernas, y lo tocaba de aquella manera tan íntima, pecaminosa, prohibida, escandalosa en frente de todos, pero no quiso resistirse ¡Dioses, era muy atractivo! Su rostro bronceado y de rasgos elegantes le confería una belleza sin igual. Tenía unos labios firmes y carnosos y el pelo oscuro, pero fueron sus ojos negros como el azabache los que lo deslumbraron.

—Listo.

Su cordial sonrisa, su alegre voz, su fácil encogimiento de hombros parecían mostrar que nada pesaba demasiado en su alma y que era uno de esos seres que no censuran, que no odian sin razón y que no acusan sin pruebas. En definitiva, Yuuri Shibuya era alguien interesante.

Sus ardientes ojos, que parecía hubieran cobrado mayor negrura y profundidad de lo acostumbrado, se fijaron en el Consejero Real.

—Mientras no les haga daño a los nuevos reclutas, no cuestionaré sus actos, Lord von Christ. Pero esta vez, se ha pasado de la línea.

—¡Ma-majestad! —farfulló Gunter, desconcertado. Pocas veces lo trataba de manera tan formal y eso le dolía. Todo por culpa del mocoso—. Discúlpeme, no era mi intención.

La voz de Yuuri permaneció fría y serena.

—Que no vuelva a suceder.

Gunter abrió la boca para decir algo, pero Conrad le puso la mano sobre el hombro. Se mantuvo en silencio y se secó la frente con la manga. Estaba pálido y sudaba frío.

—¡Y ustedes dos! —les gritó Yuuri a los sirvientes que intentaron profanar el cuerpo de Wolfram—. Vuelven a intentar ponerle una mano encima a este joven y los sacaré a patadas del castillo.

Ambos hombres asintieron varias veces con la cabeza, obedeciendo sumisamente.

—Está a salvo, joven Dietzel —susurró, volviendo a fijarse en él—. Nadie va a hacerle daño.

Wolfram se maravilló por la forma en que la mera presencia del Maou bastaba para dominar a la multitud. Todo se había convertido en un caos, pero Yuuri Shibuya había restablecido el orden en menos de un minuto.

—Tómense el resto del día libre —mandó con autoridad—. Descansen y recuperen fuerzas.

Todo mundo se alejó y esparció por los alrededores, acatando su orden. Wolfram se dijo que Yuuri era tan misterioso, y a la vez tan atrevido, como una parte suya había pensado. Su postura era firme; las palabras que salían de su boca, decididas.

—¡Muy bien!  —exclamó—. Sangría, hágame el favor de llevar un té de manzanilla a la habitación del joven Dietzel, bien caliente y con una cucharadita de miel. No queremos que se resfríe por culpa de una imprudencia.

Wolfram dejó escapar una risita breve y cristalina que a Yuuri le pareció gratamente adorable. No entendía muy bien lo que acababa de pasar. Le ardían las mejillas y le temblaban las manos de forma incontrolable.

La doncella de lentes apareció delante del monarca y obedeció en el acto.

—A la orden, Majestad.

—Se lo agradezco mucho, Majestad. —Wolfram sacudió la cabeza y se pasó los dedos por el cabello todavía húmedo con un movimiento natural y extremadamente sexy.

—«No me tientes de esta manera, Wolfram Dietzel» —suplicó Yuuri silenciosamente.

Volvió a imaginarlo desnudo y arqueándose contra él mientras ambos eran consumidos por su pasión desenfrenada. Entonces la presa se convirtió en cazador y el cazador en la presa. El ardiente juego empezaba ya a excitarle, y por eso se obligó a ser precavido. Se propuso enamorarlo con dulzura, conocerlo más a fondo, y le estimuló la idea de poder ganar aquel cuerpo pleno y hermoso, tan sólo gracias a su persona y no a un nombre sonoro y aristocrático.

—Si me disculpa —hizo una inclinación de cabeza—. Tengo algunos asuntos que atender con Sir Weller, mi mano derecha.

Conrad lo esperaba a unos metros para acompañarlo a la oficina. No era necesario que se lo dijera con palabras, ya lo sabía: tenían que hablar en calidad de urgencia.

Yuuri se dio la media vuelta y se alejó del lugar, apretando entre sus manos la furtiva prenda que había obtenido de Wolfram Dietzel, y que conservaría entre sus pertenencias más valiosas.

 

—19—

 

No se detuvo hasta llegar a su oficina. Yuuri abrió la puerta de golpe, conteniendo el aliento, y la cerró tras de sí, recostándose en ella.

Conrad se le quedó viendo sin decir nada, aún.

—¿Lo viste?… —La voz de Yuuri era un susurro anhelante—. Dime Conrad, ¿lo viste? Es… es un ser precioso. ¡Cielos! Nunca en mi vida había sentido algo como esto. Si él es el pecado, con gran placer me condenaría a la tentación.

Acunó entre su pecho la túnica blanca que todavía sostenía entre sus manos y deseó que en su lugar estuviera la persona que deseaba.

—Majestad, debe ir con mucho cuidado —advirtió Conrad mesuradamente—. Es fácil confundir el deseo sexual con el amor.

Yuuri lo miró con expresión de perplejidad y sus ojos se abrieron cada vez más a medida que la horrible idea iba cobrando forma en su mente.

—¡No! —denegó, convencido—. ¡Es él! ¡La persona especial de mis sueños!

—¿Y qué hará ahora que ya encontró a su “persona especial”? —Conrad levantó una ceja, escéptico—. ¿Quiere que escolte a Wolfram Dietzel a sus aposentos reales?

—¡Por supuesto que no!, Conrad ¿Qué pasa contigo? —Yuuri comenzó a caminar de un lado a otro en la oficina—. Wolfram Dietzel no es como mis otras amantes. Él es puro e inocente, educado, elegante y refinado. Quiero hacer las cosas bien con él.

—Me parece una valoración superficial.

—Yo sé lo que vi en él.

Yuuri se mantuvo firme. Conrad dejó escapar un profundo suspiro. Toda aquella disputa había sido innecesaria. ¿Por qué hacer tanto problema por un simple deseo sexual? En todo caso, de ser en verdad la persona que el rey tanto había esperado haría feliz a mucha gente. No a toda, pero con el tiempo entenderían; así que ¿por qué no seguir con su obstinación?

—Muy bien —se rindió—. ¿Y cómo piensa acercarse al joven?

—Quiero enamorarlo y seducirlo poco a poco… —Yuuri sentía la deliciosa excitación de la aventura circulando por sus venas. No había sentido nada igual desde su casamiento con Izura—. Quiero ofrecerle todo mi corazón para que lo guarde junto con el suyo…

—Vaya, si que le afectó —se burló Conrad de la recién descubierta faceta de Yuuri como un poeta enamorado.

—¡Hey, no te burles de mí!

Conrad reflexionó un momento.

—Me parece bien, pero ¿no es peligroso? ¿Cree que la reina se quedará de brazos cruzados? ¿Qué ocurrirá si se presenta un problema apremiante, ella intenta hacer algo al respecto y el joven Dietzel sale afectado?

Una docena de emociones encontradas se reflejaron en la cara de Yuuri: eran resentimiento, rabia, pero sobre todo determinación.

—No permitiré que nadie le haga daño —afirmó con voz siniestra—. Quien quiera hacerle daño a Wolfram tendrá que pasar sobre mí. Lo cual sería un error dado que soy una persona con un gran poder y por primera vez quiero hacer uso de él.

Conrad prefirió no insistir.

Sin embargo, Conrad quería confirmar una cosa sobre Wolfram Dietzel. Aquella mirada terrible que había visto y no podía quitarse de la cabeza no había sido un espejismo. Mientras Yuuri vestía a Wolfram, la expresión de su rostro había sido... siniestra. No había adivinado en su rostro ningún sentimiento de sumisión ante el Maou y eso era lo que más le había llamado la atención.

 

—00—

 

El té empezaba a hacer su efecto estimulante sobre sus nervios y en la temperatura de su cuerpo cosa que le proporcionó tal sensación de comodidad, que Wolfram se permitió el lujo de echar una ojeada a las afueras de la ventana.

Durmió tan profundamente que ni siquiera se despertó cuando llegó Jeremiah después de la cena. Sólo lo hizo cuando su amigo lo removió para entregarle una bandeja de comida que había conseguido gracias a sus encantos con las doncellas de servicio. Aún se sentía un poco cansado de su duro duelo contra el General Voltaire, pero tenía que platicar con Jeremiah de los últimos acontecimientos en torno a la misión encomendada.

—Durante la cena nos dijeron que nuestro entrenamiento comenzará mañana a primera hora —comentó Jeremiah, sentándose al borde de su cama—. ¿Sabes quién será nuestro Superior a cargo? “Voltaire el gruñón”

Wolfram dejó a medio camino el sándwich de jamón que se llevaba a la boca.

—¡Qué horror!

Jeremiah soltó una carcajada. Ni él mismo habría podido describir mejor aquella situación cómicamente absurda.

—Sí, lo sé.

—El idiota no debería ostentar semejante puesto —Wolfram hizo un gesto de desdén—. Lo más probable es que quiera la revancha y por supuesto que estaré dispuesto a volverlo a humillar. 

Observándolo, Jeremiah asintió.

—Tal vez.

De repente, Wolfram esbozó una sonrisa maliciosa.

—Pero antes me encargaré de darle su merecido al imbécil de Gunter von Christ. ¿Quién se cree que es?

—El Consejero Real, un amigo cercano del Maou… dudo que puedas meterte con él.

—Eso está por verse —dijo Wolfram con tono desdeñoso mientras retiraba la bandeja de sus piernas y la colocaba sobre el buró al lado de la cama—. Tendré el poder de “Consorte Real de Shin Makoku” durante un tiempo, puedo ordenar su muerte.

—Estás demasiado confiado, Wolfy —advirtió Jeremiah.

Una sonrisa ladina apareció en los labios de Wolfram. Estaba entusiasmado, enardecido, por encontrarse tan rápidamente sobre el tablero de ajedrez, seguro de tener ya la pieza que le daría el jaque-mate al rey. Sus ojos brillaron, la sangre corrió ágil por sus venas, las ideas para seducirlo brotaron dentro de su mente a borbotones, sin que él supiera muy bien cómo. Solo sabía que lo tendría a sus pies.

—Yuuri Shibuya ya está en mis manos, Jeremy —dijo con un marcado tono de malicioso regocijo—. Descuida, todo saldrá a la perfección.

 

 

Ajena a las intenciones del perverso asesino de Blazeberly para destruir a su familia y asesinar a su esposo, Izura arropaba a su hija después de haberle contado un cuento antes de dormir.

—Mamá —llamó Greta con suavidad desde la cama.

—Dime, cariño.

—Verdad que siempre estaremos unidos. Que nunca, nunca nos separaremos de papá Yuuri. —Greta miró a su madre con expectación, deseando escuchar una afirmación a sus propias palabras.

Izura se quedó sentada un momento, con el libro en su regazo.

—Te gusta Yuuri para papá, ¿verdad? —pronunció con expresión nostálgica—. No te preocupes. Tu padre y yo nos amamos mucho y nunca nos separaremos. Permaneceremos unidos, pase lo pase.

Pese a que había hablado firmemente, Greta parecía poco convencida.

—Pero, ¿Por qué ya no duermen juntos? —insistió—. Antes dormíamos los tres juntos en una sola cama. Ahora ni tu duermes con él.

Izura se tomó tanto tiempo para contestar, que Greta pensó que no iba a hacerlo. Lo cierto era que aquel interrogatorio la había tomado por sorpresa.

—Son cosas de gente grande, mi amor —respondió, yéndose por la tangente—. Ya verás que pronto volveremos a dormir los tres juntos en una sola cama. Es más, los cuatro. Quieres un hermanito ¿Verdad que sí?

El rostro de la niña se iluminó.

—¡Sí! ¡Un hermanito!

Soltando una carcajada, Izura le acarició cariñosamente la frente antes de darle un beso.

—Bueno, ahora a dormir. Ya verás como todo vuelve a la normalidad —recuperándose rápidamente, se dirigió a la puerta—. Buenas noches, Greta chan.

—Buenas noches, mamá.

Tras escuchar la contestación de su hija, Izura salió de la habitación y cerró la puerta lentamente. Demasiadas cosas rondaban por su cabeza. Demasiados problemas la aquejaban. Sin embargo, esa misma mañana había logrado un avance con su esposo y aquello le había bastado para darle un poquito de tranquilidad.

Mientras caminaba por los pasillos con actitud decidida, los sirvientes la miraban con respeto y le hacía rápidas reverencias. Su esposo ocupaba una habitación unos cuantos metros más allá de la de Greta, pero no tuvo el valor necesario para dar el enorme paso de meterse de nuevo en su cama. Quizás aún era demasiado pronto, se dijo. Había notado que durante la cena, Yuuri había estado un tanto ausente, abstraído en sus pensamientos. No tuvo la oportunidad de entablar una conversación agradable con él. Seguramente estaba demasiado cansado por el ajetreado día.  

Llegó a su solitaria habitación y avanzó hasta el balcón para poder sentir la frescura de la noche y contemplar la belleza de la luna. En algún lugar de su mente tenía una corazonada imprecisa que la perturbaba, algo que había oído acerca del reclutamiento militar pero que había olvidado. Algo relacionado con un nuevo novato. Izura estaba segura de que ambas cosas estaban vinculadas. Pero las doncellas que le servían como espías no habían querido darle más información. Fuera lo que fuese, como reina no podía permitirse dejarse llevar por chismes sin importancia. Tenía asuntos más importantes de los cuales ocuparse como el hecho de concebir un hijo pronto. El heredero del trono, el sucesor de Yuuri…. porque… ¿Qué hombre no ama a la mujer que le engendra un hijo? Un hijo de sangre la mantendría unida a él para toda la vida.

Izura levantó la vista al cielo y rogó a la luna para que le ayudara a que sus planes dieran resultado. Esperando que nada ni nadie se interpusiera en su camino.

 

Esta historia, continuará. 

 

 

Notas finales:

¿Recuerdan al Yuuri enclenque del anime?... PUES OLVIDENLO. ¡Este Yuuri no es enclenque ni es tan santo! ¡Y amémoslo porque es el protagonista principal después de Wolfy!

¡¡Wolfram llegó a Pacto de Sangre y lo que trae consigo será solo caos!!

En el siguiente capítulo:

La venganza es un platillo que se come frío… o de un solo bocado…

—¡Nadie se atreva a ayudarlo! —gritó Gwendal furiosamente.

Jeremiah apretó los puños, incapaz de dejar que aquel hombre humillara a la persona que había jurado proteger.

La presencia de Wolfram hace estragos en las decisiones de Yuuri.

—Gwendal fue demasiado lejos, Conrad---- y ya he decido lo que voy a hacer con él.

Esto y más… en el próximo capítulo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).