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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Gracias por sus comentarios.

Dejemos pasar los malos ratos y hay que sonreír.

Y antes de pasar al capítulo quiero decir, ¡Las amigas que he hecho en esta página y en esta sección son lo máximo! ¡¡Gracias!! :´D y claro, las personas que se guardan en el corazón nos ayudan siempre. ¡Gracias por estar conmigo! ¡Las quiero!

 

Capitulo 6

 

 

Rastros de desolación.

 

—21—

 

 

Blazeberly, Castillo Real.

 

Roncando en su oficina principal, dormido en un sofá, Endimión se recuperaba de los vestigios causados por la bebida en exceso. Las cortinas estaban extendidas a lo largo de los ventanales evitando así que se filtraran los rayos del sol. Le dolía la cabeza y la luz de la mañana sólo aumentaba su malestar. Desde luego había bebido lo suficiente para ver visiones. Ya era la tercera vez esa semana que se emborrachaba. La noche anterior, había mandado a hacer una fiesta pagana en el salón principal de su castillo tal como era ya costumbre en la poco respetable Corte de Blazeberly, la más libertina de toda la Zona Norte. Había invitado a todas sus amantes además de haber contratado a las prostitutas de un local cercano para que entretuvieran a los demás invitados. Fue una noche llena de baile, comida, mucha bebida y sexo.

Para desagrado del rey, un mayordomo tocó la puerta un par de veces y entró a la oficina.

—Su Majestad, lady Cecilie está aquí —le anunció con voz recatada.

—¡Hazte a un lado, Oswaldo!... —demandó la mismísima Cecilie, internándose en la oficina antes de que el mayordomo pudiera detenerla— ¡He venido a retorcer el cuello de ese miserable desagradecido que es tu amo!

Endimión se estremeció en su siesta. Su rostro adoptó una mueca de irritación y, bostezando, se deslizó del sofá, se puso de pie y estiró perezosamente los brazos.

—Retírate, Oswaldo —Naturalmente, el rey hablaba adormilado—. Atenderé a la señora…

—Como usted ordene, Majestad. —Un poco desconcertado por el saludo para nada cordial de parte de lady Cecilie al rey, el mayordomo realizó una breve inclinación de cabeza y se retiró cerrando la puerta tras de sí.

—¡Linda Chéri... qué placer tan… inesperado! —dijo Endimión apáticamente, mientras tomaba su lugar al otro lado del escritorio—. Toma asiento por favor.

Endimión indicó una silla frente a él.

Pero ella se mantuvo en pie, con las manos en la cintura, y acuchillándolo con una mirada cargada de odio puro. Por su parte, Endimión le miró de forma extraña y sonrió. Su sonrisa era especialmente grotesca, maligna. Luego se dejó caer recostado en su silla, alzó los pies por encima de la mesa y, apoyando los codos en los reposabrazos, entrecruzó los dedos de las manos, expectante.

—Te ves hermosa esta mañana, querida —Endimión ladeó la cabeza hacia la derecha y la observó con deseo—. ¿Cuál es tu secreto?, pareciera que los años no pasan sobre ti.

—En cambio tú, estás cada vez más grotesco, viejo e insoportable —soltó Cecilie, que ya hacia un esfuerzo sobre sí misma para soportar la cercanía de aquel hombre, cuyo aliento le parecía que estaba tan envenenado como su alma—. No eres más que un infeliz, una basura, un tramposo, un dictador. Eres sólo escoria ambulante…

A Endimión le importó poco la brutal franqueza de las palabras de Cecilie y chasqueó la lengua, fastidiado.

—Ya pues. Intenté ser amable, pero contigo no se puede. ¿Qué quieres?

Reposando sus manos sobre el borde del escritorio, Cecilie lo miró con seriedad.

—Mi hijo, ¿Dónde está? —demandó saber, acercándose peligrosamente a él—. ¡Responde infeliz!, cada mes tengo derecho a verlo por unos días, y ahora que vengo a visitarlo me informan que anda en una misión. ¿Qué misión? ¿Qué le ordenaste que hiciera, escoria? ¡Oye, no seas tan canalla! ¡No te aproveches de mi niño!

—Ah, son asuntos privados. —respondió él simplemente.

—¿Qué asuntos?

La mirada de Cecilie era penetrante y su tono exigía una respuesta inmediata.

—Asuntos que no te incumben, mujer. —Endimión ya había perdido por completo la escasa paciencia que tenía—. Y ahora vete, que tengo otros asuntos que atender.

—¿Cómo seguir recuperándote de la tremenda resaca que te traes encima? —Cecilie hablaba con bastante ironía, moviendo la cabeza de un lado a otro en desaprobación—. No cabe duda de que te falta mucho para llegar siquiera a los talones de mi esposo, quien era un rey admirable y respetado por todos. En cambio tu…

—¡Soy diez veces mejor que él! —gritó Endimión al tiempo que se levantaba de la silla y le agarraba el delicado mentón con una mano—. ¡Adelante, pregúntale a tu querido hijo a quien de los dos prefiere! —la retó con ira y mofa—. Ah, disculpa. Es que se me olvidaba que Wolfram no soporta tu presencia, y que si acepta verte es solo porque yo se lo ordeno.

Cecilie vio cómo Endimión esbozaba una sonrisa breve y socarrona, y desvió la mirada con un extraño nudo en la garganta.

—Levanta la cabeza, Chéri. Acepta de una vez que el pasado se queda en el pasado, las decisiones pasan pero las consecuencias prevalecen. —apretó con rabia su mentón y levantó su pálido rostro hacia él. Podía oler el miedo de la ex reina, su agitación—. Te di la oportunidad de ser mi esposa y me rechazaste. Te amé tanto como te odié. Después me propuse cambiar mi futuro y triunfar en la vida. Ahora soy alguien poderoso, la sombra de lo que un día fui. Y todo eso te lo debo a ti.

Cecilie intentó soltarse, pero Endimión agarró su cabello con fuerza para que su cara quedara a dos centímetros de la suya.

—Si, Chéri. Así como lo oyes; te debo los peores años de mi vida, pero también lo que soy. No sabes el placer que me provocó tu miedo, tu terror, tu rostro desencajado por el pánico el día que reclamé mi trono, y estoy seguro de que aquel imbécil no estaba en mejores condiciones.

Las palabras salieron frías y venenosas, mirándola a los ojos mientras ella extendía un brazo sobre el escritorio como si quisiera abofetearle. Endimión esquivó el golpe y la agarró fuertemente del brazo.

—¡Estás demente! —le espetó, nerviosa.

—Soy el demente que ha criado a tu hijo como si fuese suyo. Su linaje como Bielefeld no le permitía exigir benevolencia de mi parte o los cuidados apropiados de un príncipe, pero yo se lo he dado todo a manos llenas. No lo asesiné cuando tuve la oportunidad, ¿y sabes porque? Porque me gusta que sufras sabiéndolo lejos de ti. Me gusta que él se incliné ante mí y que me reconozca como su amo y señor. Me gusta imaginarme el rostro de Willbert al ver a su hijo amado siendo uno de mis sirvientes. —Endimión se quedó pensativo y pareció complacido. Cecilie ya empezaba a desmoronarse y él decidió rematarla con algo que sabía le dolía hasta el fondo del alma—. Y debo aceptarlo, hasta ahora no me arrepiento. Wolfram ha sido de mucha ayuda en mis planes para mantenerme en el poder.

Cecilie comenzó a llorar desconsoladamente por la rabia, por la impotencia que sentía en aquel momento. Su pasado tormentoso la perseguía sin un poco de compasión, llevándola lentamente a la desesperación. Endimión, ¿Qué más quería? Se había quedado con su único consuelo sólo por hacerle daño. Había alejado a Wolfram de ella y sembrado en él un fuerte resentimiento que no era capaz de desvanecer ni con todo el amor que una madre le tiene siempre reservado a un hijo. ¿Por qué?... ¿Por qué tenía que sufrir de esa manera?... ¿Por qué estaba atrapada en medio de un montón de mentiras?

—No olvides el trato que hicimos para que pudieras volver a verlo, Chéri…

Endimión le recordó, con crueles intenciones, las condiciones a las que se había visto sometida para poder estar cerca de su hijo.

—«Wolfram estará siempre bajo mis órdenes, cuales quiera que sean. Tal vez me tendrá tanta simpatía como tú por mis palabras, pero vivirá y eso es lo que importa, ¿verdad?»

Cecilie miró a Endimión fijamente, y de repente su ira perdió sentido. Advirtió, con dolorosa claridad, que acababa de quedar como una tonta.

—Algún día pagaras por todo el daño que has hecho. —Fueron las única palabras que fue capaz de pronunciar, a lo que Endimión soltó una carcajada burlona.

—Me quedaré aquí sentado, esperando —logró decir entre risas, liberando a su presa y volviendo a sentarse en su silla, tan cómodo y soberbio—. Así como el día en que mi joya más preciada te ame como la madre que se supone que eres para él.

Cecilie se masajeó la barbilla, la había dejado mallugada y dolorida. Tras lo cual salió a estampida de la oficina, recorriendo el pasillo hasta la salida más cercana. No podía quedarse allí y seguir escuchando en boca de aquel maldito sus peores miedos.

 

Ante todo el mundo tenía una vida feliz. Había conseguido un buen puesto en la alta sociedad Mazoku y era conocida en la Corte gracias al dinero heredado de los tantos esposos que había tenido y sus respectivos divorcios. No le cabía duda de que el matrimonio era un buen negocio.

Cecilie van Bercoviah, como se hacía llamar, se consideraba una mujer de la ciudad, pocas veces había necesitado aislarse del mundo y del ruido. Le encantaban las fiestas, amaba ser el centro de atención, y disfrutaba mucho más conocer gente nueva.

Su vida era feliz, sí. La familia que ocultaba era reducida; su hermano mayor, su legítimo cuñado, alguna tía segunda, algún primo y un poco más. Pero todos ellos estaban en un país lejano; uno al que nunca volvería. Por el momento, su único y verdadero amor estaba concentrado especialmente en su hijo, pero por desgracia no tenía una buena relación con él. Aún así, no se rendía cuando él le echaba en cara el haberlo abandonado. Al contrario, sonreía ocultando el paño oculto del dolor para mantener la esperanza de que algún día la perdonara. Gracias a ello, tenía mucho tiempo libre que, con el paso de los años, lo fue ocupando para viajar por todo el mundo en un barco que compró. ¿Parejas? Muchas, pero hacía tiempo que estaba sola. No por su físico, ella poseía la belleza que cualquier mujer podría envidiar. Era muy delgada pero con curvas; tenía una inmensa y tupida cabellera rizosa color dorada, unos ojos dormilones color verde esmeralda, piernas inmensamente largas que no dudaba en lucir con su vestuario y un aire de realeza que embelesaba a cualquier hombre. Sin embargo, por alguna razón no podía mantenerse en una relación duradera, y eso era porque ninguno llegaba a llenar el vacío que su amadísimo Willbert von Bielefeld había dejado en ella. Lo que buscaba en los hombres era algún parecido a él, pero con el tiempo se daba cuenta que si bien encontraba una característica similar, ninguno poseía todas las cualidades de aquel que fue su verdadero amor.

Tenía una vida feliz, sí. Lo cierto era que lo tenía todo pero a la vez no tenía nada. Esa era su cruda realidad. Durante las largas horas de soledad en su residencia en la capital de Blazeberly, había soñado el día en que su hijo estuviera a su lado, sonriendo y llamándola «Madre» con todo el amor y el orgullo que esperaba. Aquella era su lucha diaria, y nunca se daría por vencida.

 

—Chéri sama…

La nombrada detuvo su camino y por fin se dio cuenta de que había llegado al jardín de la entrada principal, sumida en sus pensamientos. Allí, al pie de las gradas de piedra, estaba Joshua. El joven de elevada estatura, que siempre exhibía en su apuesto rostro una brillante sonrisa llena de amabilidad, ahora no parecía tan feliz.

—Joshua, cariño —Cecilie se enjugó la cara y apartó de ella todo rastro de lágrimas—. Me alegra verte… bueno, a ti tan siquiera.

El chico subió rápidamente las gradas para acercársele. Para él no había pasado desapercibido el tono de tristeza que había empleado. A medida que la distancia entre los dos se redujo, pudo sentir el aroma del perfume que manaba desde la piel de la hermosa ex reina, rosas de jazmín y lavanda.

—Es por Wolfram, ¿No es así? —Joshua hablaba en voz baja para que nadie más pudiera oírlo. Fue entonces que Cecilie dio rienda suelta a sus inquietudes.

—Estoy preocupada por él, Josh. Nadie me dice nada y…

—Shhh… espere —Joshua advirtió de que había mucha gente alrededor de ellos; doncellas, caballeros, jardineros y otros cortesanos—. Sígame, por favor… —indicó en voz tan baja que Cecilie tuvo que esforzarse por captar las palabras, su comportamiento era demasiado misterioso y eso la inquietó aún más.

Arrastrando a Cecilie, el muchacho peliazul atravesó el jardín, dejando atrás a toda aquella gente, pisoteando las hojas amarillas amontonadas en el suelo a gran velocidad. Por último llegaron a una habitación oculta y silenciosa de un edificio abandonado donde una masa de húmedas telarañas adornaba las paredes antiguas de adobe. Nadie se acercaba a ese lugar por lo que era ideal para hablar en secreto.

—Aquí podremos hablar con más libertad —dijo Joshua, mirando cauteloso por la ventana.

Pasaron exactamente cinco segundos antes de que el pánico dominara a Cecilie. Su cara reflejó preocupación e incluso un poco de temor.

—¿De qué se trata?, ¿En qué horrible misión está envuelto mi hijo, Josh?

«¿En qué horrible misión está envuelto mi hijo…?» con aquel pensamiento, Joshua tensó la mandíbula y la miró con nerviosismo. Se sentía culpable y con una sobrecogedora sensación de tristeza porque sus deseos egoístas le hubieran forzado a aceptar decisiones erróneas que bien podrían poner en peligro la vida de quien amaba. Sin embargo, no había sido una condena, sino una libre elección por parte de Wolfram. Tuvo libertad de elección. Si, la tuvo. Y decidió entregarse en cuerpo a un desconocido por su libertad. La sola idea le hacía hervir la sangre. Quería evitarlo a toda costa.

¿Sería correcto decírselo a Cecilie? Joshua se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía entre la espada y la pared, se sentía extraño. Toda su seguridad se deslizaba lentamente hasta terminar en el suelo. La posibilidad de ser odiado por sus demás compañeros y por el mismísimo Wolfram le ponía una banda en la boca que le imposibilitaba el habla. Respiró profundo y por fin se armó de valor, pues de nada servirían las evasivas. La cosa ya no tenía remedio. Hubiera tenido que comprenderlo antes. Todo quedó decidido entonces. Ahora, tarde o temprano, tendrían que enfrentarse con la trágica situación.

—Esto es algo que pocos sabemos ya que es información confidencial.

La cara de Joshua estaba pálida y tenía los ojos vidriosos, como si quisiera dar rienda suelta al llanto. Con ello la desesperación y la inquietud de Cecilie únicamente aumentaron.

—No me tortures más, y dímelo.

—Wolfram no se encuentra en el país sino en el extranjero, en un país llamado Shin Makoku, lejos de aquí —dijo Joshua a toda prisa—. Endimión pretende adueñarse de ese reino por medio de él.

Cecilie se quedó inmóvil, sin estar muy segura de haber escuchado bien.

—¿Cómo…? —inquirió con un hilo de voz; contuvo el aliento, esperando. Sólo esperando la respuesta.

—Sí, así como lo oye. Wolfram se encuentra en Shin Makoku. Su misión es destruir el matrimonio del Maou y tomar el lugar de Consorte Real, casándose con él… —Los puños de Joshua estaban firmemente apretados y su voz baja e inexpresiva hacía que la historia pareciera aún más horrible—. Y una vez que esté en la cima y lo tenga a sus pies, lo matará a sangre fría y le entregará el reino a Endimión en bandeja de plata.

Cecilie le miró aturdida hasta que el significado de sus palabras se abrió paso en su cerebro, haciendo que le resultara casi imposible respirar.

—¡No! —gimoteó agarrándose el cabello con las dos manos, desesperada. Sentía como si el corazón se le hubiera estrujado dolorosamente en el pecho—. ¡No! ¡No! ¡Mi hijo no puede estar en Shin Makoku…!  Es… es imposible.

Demasiadas incógnitas invadieron su mente de una sola vez. ¿Cuáles eran los verdaderos planes de Endimión? Se suponía que tanto ella como su hijo estaban muertos para los demás, que nunca, nunca volverían a Shin Makoku. Que nadie nunca volvería a saber de ellos. ¿Por qué ahora? ¿Por qué Wolfram? ¿Por qué mandarlo a sembrar el caos a su propio país de origen, allá donde estaban sus tíos, su autentica familia? «Familia…» el color se le fue por completo de la cara con aquel último pensamiento ¡Por el amor de los dioses!

—¡No, qué horror!

—Chéri sama, tranquilícese. —Joshua la miró en silencio y, por fin, se le acercó y le rozó suavemente el hombro con la mano. Se conmovió profundamente al ver las lágrimas que había en los ojos de la ex reina.

—¡No puedo, Josh! ¡No puedo…! —Cecilie permaneció en pie ante él, temblando de rabia contenida. Joshua le tomó la mano. La pobre estaba petrificada, helada hasta la médula de los huesos—. ¡Maldito Endimión! ¡Mil veces maldito Endimión! —farfulló con desprecio.

Joshua retrocedió, cauto ante su reacción.

—No me haga pensar que fue un error contarle esto…

—No, Joshua, es lo más acertado que pudiste haber hecho, por el bien de mí hijo. —Cecilie se quedó en silencio unos segundos mientras su cerebro procesaba toda la información que acababa de recibir. Después inspiró profundamente y dejó escapar el aire con unas contundentes palabras, que eran su decisión final—: Pero no puedo dejar que Wolfram ejecute con éxito esa misión. Debo hacer algo para impedirlo, y lo haré.

Cecilie se dio la vuelta, disponiéndose a salir, pero tan pronto como lo hizo se detuvo, y miró nuevamente a Joshua.

—Te agradezco mucho que me hayas informado.

Dicho esto, siguió su camino.

—¡Chéri sama!

En tanto escuchó el llamado, ella se quedó parada frente a la puerta, esperando. Joshua se le acercó, al parecer sinceramente dolido.

—Por favor… —le pidió—. Impida que Wolfram contraiga matrimonio con el Maou a toda costa. Su dignidad, su pureza, su orgullo mismo, todo lo que es, no deben perderse en cosas tan insignificantes.

Cecilie parpadeó, impresionada. Podía sentir la desesperación de Joshua, y también la sinceridad que se traslucía a través de su mirada empañada. Sintió el impulso abrazarlo. Le pareció tan joven y tan vulnerable. No debía de ser fácil vivir con un amor así, sintiéndose siempre en desventaja, ocultando su sentir. Porque Cecilie sí comprendía perfectamente qué era lo que Joshua estaba diciendo entre líneas: Él amaba a Wolfram y no quería compartirlo con nadie más.

—De modo que aún no le has declarado a mi hijo tus sentimientos, ¿verdad? —preguntó Cecilie con dulzura.

Joshua negó amargamente, haciendo un esfuerzo por no ruborizarse.

—Es que es… tan huraño —Quiso soltar una risita, pero se le ahogó en la garganta—. Es difícil llegar a él, sobre todo después de lo ocurrido hace tres meses.

Cecilie se quedó de pronto pensativa. Su pecho se llenó de tristeza y su cabeza de muchas incógnitas. ¿Quién había sido el culpable? ¿Quién le dio aviso a Endimión sobre la fuga de Mathew y de Wolfram? ¿Quién más lo sabía? ¡¿Quién?! Seguro que era alguien que no quería perderlos, alguien que los quería tener cerca ¿Pero quién? Quiso indagar más sobre el tema pero no dijo nada, sino que optó por centrar la conversación en los sentimientos de Joshua, para darle un poco de consuelo.

—Tenle paciencia, cariño. Estoy segura que mi hijo notará el valor de tus sentimientos tarde o temprano.

—A menos que Jeremy me tome ventaja ahora que está cerquísima de él —soltó Joshua en tono molesto. Súbitamente, sintió celos. Amargos y bien fundados celos—. Se nota que le gusta mucho. Si hasta llegué a creer que… —Guardó silencio, arrepentido de haber comenzado la frase—. No, nada.

—¿Qué llegaste a creer? —lo animó Cecilie, pero Joshua no se dejó convencer. No podía poner acciones en alguien cuando no tenía pruebas suficientes.

—Nada, tonterías mías. Supongo que me convierto en alguien sumamente celoso cuando se trata de Wolfram.

Cecilie hubiera querido dar largas al asunto, pero no podía hacerlo.

—No te preocupes, mi hijo sabrá elegir bien entre los tres.

—¿Entre los tres? —inquirió Joshua, cruzándose de brazos y alzando una ceja.

Cecilie vio en los ojos de Joshua una expresión de recelo, de molestia y de inquietud. Estaban él y Jeremiah en la competencia por obtener el corazón de Wolfram, pero aparte y muy probablemente también se les había unido el Maou de Shin Makoku en la lucha. No dudaba que su hijo ya hubiera cautivado el corazón del susodicho.

—Bueno, ya sabes. La vida da muchas vueltas —aseguró nerviosa, haciendo una pausa antes de proseguir—. Ahora, si. Debo irme.

Joshua clavó en ella sus grandes ojos marrones y le dirigió una sonrisa capaz de derretir a cualquier mujer.

—Lo que usted diga, Madame Bercoviah.

La ex reina rió graciosamente ante la gallardía del más joven.

Antes de partir, Cecilie lo estrechó entre sus brazos. Admiraba el valor y la sinceridad del chico. Hubiera sido capaz de enfrentarse con cualquiera en defensa de lo que sentía por Wolfram, por lo que consideraba justo y por lo que creía correcto, y eso era lo que lo hacía buena persona en medio del mundo en el que se había visto obligado a crecer. Después de soltarlo y brindarle una de sus sonrisas tan características, prosiguió su marcha.

Menos mal era dueña de un gran navío y estaba acostumbrada a viajar, su siguiente parada quedaba a varios días en alta mar.

 

 

 

—22—

 

 

Shin Makoku, Castillo Pacto de Sangre.

 

La superficie del escritorio de Gwendal ya no era visible debido a la cantidad de papeles amontonados encima, pero había algo bueno en todo esto, pues ya había terminado de firmarlos todos. Informes, presupuestos, órdenes y peticiones; todo aquello que le concernía al mismísimo Maou, había sido resuelto por él.

—«Mocoso desobligado» —pensó Gwendal, lidiando con un fuerte dolor de cabeza.

Habían transcurrido dos semanas desde aquel incidente en el que por dejarse llevar por sus deseos de venganza, traspasó los límites entre lo que le es y lo que no le es permitido hacer a un superior con sus subordinados. Como consecuencia había perdido la mitad de su nuevo escuadrón quedándose sólo con veinticinco reclutas. El resto había quedado en manos de Conrad, la nueva cabeza del Consejo Real por orden del Maou. Gracias a esa resolución, ahora incluso él debía agachar la cabeza en su presencia.

Al despertar al día siguiente de aquel desagradable suceso sintió un gran vacío en su cabeza, como si le hubiesen quitado parte de su vida, parte de lo que le había forjado como hombre. Trató de meditar la situación durante varios minutos pero su desesperación no le permitió vislumbrar una explicación que le satisficiese. Entonces decidió enfrentarse frente a frente con el mocoso rey.

 

«No creas que no me importas, Gwendal, y que te he abandonado, lo que debes comprender es que las elecciones que tomé fueron en base a lo que en aquel momento sentí correcto. Tú mismo me has aconsejado más de alguna vez de que debo ser más estricto y disciplinado. Pues bien, lo hice y contigo. No porque crea que eres un simple sirviente, sino porque te considero mi amigo. Lo sabes y lo comprendes en el fondo de tu corazón. Tu comportamiento era inaceptable y debía ponerte un alto antes de que empeorara y traspasaras más los limites», le había dicho Yuuri.

 

Gwendal cerró los ojos y suspiró. Recordaba solamente algunos detalles de aquella conversación tan liberadora. Le quedaba claro que quería al muchacho, y el mocoso rey le quería a él, también. Tan sencillo como quien quiere a un hermano menor. Solamente que esta vez, el hermano mayor fue el que aprendió la lección.

Yuuri era apenas un adolescente cuando llegó por primera vez a Pacto de Sangre. Tan ignorante como entusiasmado por aprender sus costumbres y ayudar a su pueblo. El hecho de que fuera por voluntad propia conmovió al Gwendal. Un día el joven Maou le regaló un llavero con la forma de un delfín y él había conservado el obsequio con mucho aprecio entre sus pertenencias. Después él le regaló un osito de felpa con la forma de un cerdito. Desde ese intercambió de obsequio se habían hecho buenos amigos.

El toque de la puerta lo sacó de sus pensamientos. Gwendal estiró el cuello y movió la cabeza a derecha e izquierda, algo cansado.

—Adelante. —indicó después.

—Con permiso, Gwendal —Conrad entró a la oficina. Él y su brillante sonrisa tatuada en el rostro que le sacaba de quicio—. Quería saber si ya terminaste de revisar los presupuestos mensuales para ponerles el respectivo sello.

—Los presupuestos de cada proyecto continuarán como estaban previstos —respondió Gwendal, tajante. Conrad permanecía indiferente—. Si quieres puedes revisarlos una vez más, 'Señor Maestro del Consejo de Nobles'.

Había en su voz un tono deliberadamente antipático. A Conrad se le agrandaron los ojos y pestañeó inquieto. Irónicamente, entendía su sentir. Si hasta estuvo tentado a delegar en algún colega aquella tarea que tanto horror le inspiraba, pero su yo responsable había acatado la orden responsablemente, según los deseos del rey.

—Ya, para —se quejó—. Yo no pedí convertirme en el mandamás después del Maou. Me conoces lo suficiente para saber que prefiero ejecutar otro tipo deberes que nada tienen que ver con estar atrapado en una oficina durante todo el día.

Con una ligera sonrisa, Gwendal le concedió la razón. La incómoda situación dio paso a la camaradería y Conrad pudo relajarse.

—Terminé con los demás documentos ¿Qué más necesitas, Conrad? —inquirió Gwendal ya más amable.

—Por el momento nada. ¿Puedes creerlo? lo tengo todo bajo control —se mofó Conrad de sí mismo. Era consciente de que el trabajo administrativo no era lo suyo—. Tendremos el resto del día libre. ¿Qué te parece si practicamos un poco de esgrima?

A Gwendal obviamente le gustó cómo sonaba aquello.

—Me parece bien.

—De acuerdo. —Conrad esbozó una sonrisa traviesa y lo miró con una ceja arqueada. Gwendal estaba particularmente accesible esa mañana—. Cuando te lo propones puedes ser una persona fácilmente llevadera —le dijo, solamente para molestarlo.

—¡Oye!

Gwendal gruñó y luego se puso en pie mientras Conrad soltaba una carcajada. Estaban a punto de ponerse a discutir, pero alguien entró a la oficina en ese momento.

—Buenos días, caballeros.

Se trataba de la reina Izura. Ambos hicieron una ligera reverencia.

—Buenos días, Majestad —contestaron a unísono.

Hubo un silencio que se fue alargando de modo cada vez más incómodo, mientras la reina contemplaba a Conrad con sus ásperos ojos verdes, cargados de recelo. Conrad sintió un pequeño escalofrío. La actitud soberbia de la reina tenía la maldita costumbre de sacarlo de sus casillas. La expresión de Gwendal se mantuvo indiferente mientras tanto.

—¿Se le ofrece algo, Majestad?

Izura maldijo a Conrad por ser él quien le hiciera esa pregunta. Si había buscado a Gwendal von Voltaire, era porque quería hablar con él y solamente con él.

—Lord von Voltaire… —Izura dio unos pasos hacia el escritorio para acercarse a Gwendal, ignorando hostilmente a Conrad—. Me preguntaba, ¿Sabe por casualidad en dónde se encuentra mi esposo? —expuso con aire casual—. No lo he visto en toda la mañana.

«Qué actitud tan típica de la reina Izura», pensó Conrad y esperó paciente a que Gwendal respondiera la pregunta.

—Su Majestad Yuuri se encuentra ayudando en la construcción del hospital de la capital. Qué extraño, ¿pensé que él se lo había informado? —respondió él mientras acariciaba su alargada barbilla sin mirar a ningún sitio en concreto—. En todo caso, el rey estará fuera todo el día —concluyó, fijando en ella su mirada azulada.

—Hmm… —murmuró Conrad, esbozando una sonrisa burlona.

A Izura le desagradó su sonrisa.

—Ah, sí —dijo por disimular—. Lo había olvidado.

Izura necesitaba encontrar una excusa para explicar su falta de conocimiento sobre las andanzas de su esposo solamente para no quedar como la esposa excluida y abandonada que en verdad era, pero no se le ocurría nada que sonase convencional, y la expresión de Conrad le sugería que ya lo sabía.

—Ah, Majestad. Es un día tan bonito y brillante. Le recomiendo que vaya al pueblo de compras con la princesa Greta, después pueden comer en la plaza y finalmente pasar una tarde tranquila en el parque —sugirió Conrad, bromeando sólo en parte—. Digo, para que no sienta tanto la ausencia del rey.

Gwendal había estado intentando interrumpirle, y le hizo con la mano un gesto indicando que debía callarse. ¿Por qué Conrad tenía que actuar siempre tan mezquino con la reina?

—El rey Yuuri estará aquí hasta la noche —logró decir por fin y pensó rápido para poder librar a su compañero del lío en el que se había metido, pues Izura, a pesar de ser una mujer callada, podía llegar a provocar terremotos políticos cuando se enfadaba—. Yo también le recomiendo salir. Despéjese un poco al lado de su visita, Majestad.

Izura no pareció convencerse tan fácilmente y le dedicó a Conrad una mirada severa, cuyo rostro reflejaba hostilidad y desdén en idénticas proporciones.

—Gracias por sacarme de las dudas, Lord von Voltaire —respondió Izura de manera cortante. Había estado intentando contenerse todo ese tiempo. Trató de permanecer inmutable, aunque por dentro hervía de rabia, pero su paciencia se agotó. ¿Qué derecho tenía aquel majadero para burlarse de ella? No, no podía permitirlo. De manera que, antes de salir, se dirigió a Conrad—. Una pequeña advertencia, Sir Weller. Si cree usted que los problemas personales entre nosotros suponen un obstáculo en su capacidad de razonamiento al tratar con quien es su reina, la legítima esposa del Maou, le recomiendo encarecidamente que presente su carta de renuncia.

Conrad rió desde lo más hondo de la garganta y le respondió con una pequeña reverencia burlona. Gwendal frunció el ceño, sin saber qué pensar. Realmente su amigo había perdido la cabeza. Finalmente, la reina salió a toda prisa, azotando la puerta.

Conrad pensó en todo lo que había hablado con su ahijado hacía dos semanas.

—Maldita sea, Conrad, ¿me estás escuchando?

—Lo siento, ¿qué decías?

—Decía que te has vuelto loco. ¿A quién se le ocurre enfrentarse con la reina?

—Puede que sí y puede que no —dijo Conrad lentamente con las cejas arqueadas—. Repite eso cuando te hayas encontrado en la misma situación que yo. Lo cierto es que no soporto que esa mujer me trate peor que a un perro.

Gwendal se tranquilizó. Conrad tenía razón. Probablemente, él habría reaccionado de la misma manera «Pero los perros también muerden» quiso decirle, pero le advirtió otra cosa.

—La alianza es lo único que tenemos si no queremos revivir dolorosos tiempos.

—Qué triste que la alianza sea lo único que une a la reina Izura y al rey Yuuri —Conrad se dio la vuelta, disponiéndose a salir, pero luego se detuvo y lo miró nuevamente—. Hasta para ti es fácil de comprender el gran peso que pusieron los Nobles de aquel entonces sobre los hombros de él. Porque aquel día no hubo una boda entre dos personas. Yuuri no se casó con Izura, Shin Makoku se casó con Zuratia. Espero que nadie lo juzgue cuando exija la oportunidad para amar de verdad.

¿Ironía? ¿Broma? ¿Advertencia?, Gwendal no identificó cual era el verdadero significado de sus palabras.

—¿Qué?

Demasiado cansado como para explicárselo, Conrad se marchó a toda prisa.

—Nada. Te veré en un par de horas en el patio. Lleva tu mejor espada.

—De acuerdo. Si aguantas, claro. —respondió Gwendal sonriendo con su extraña mueca triunfante, despectiva y vanidosa.

 

Conrad siguió por los pasillos, naturalmente galante, hasta su oficina. El Maou no estaba en el castillo y Gunter tampoco. Sin embargo, todo estaba bajo control.

Conrad estaba bastante seguro de cuáles eran las intenciones de Yuuri... y, dicho sea de paso, ahora comprendía la razón por la que se había marchado con tanto entusiasmo a trabajar en la construcción del hospital ese día. —Está con él y eso está bien—. Pensó al tiempo que sonreía mordazmente.

 

 

************

 

 

Para disgusto de Yuuri, él no era el único en Pacto de Sangre que había caído redondito en los encantos de Wolfram Dietzel. Tal y como había predicho Gwendal, los demás soldados le iban detrás como una manada de lobos hambrientos. Hablaban y flirteaban con él, y le contaban exageradas historias de sus logros para llamar su atención.

 

—Quien tenga tiempo para andar alardeando, tiene tiempo para entrenar —le dijo Yuuri a Conrad, notablemente molesto por la situación—. Así que te doy permiso para que penalices a todos aquellos infelices que crean que nuestra respetable Escuela Militar es un lugar para conseguir pareja. ¿Queda claro?

—Sí, Su Majestad. —habló Conrad, aguantándose la risa.

—¡Es Yuuri, ¿Cuándo entenderás?!

—Ya cálmate, Yuuri. Nunca antes te había visto tan enfadado.

—¡No estoy enfadado!

—Estás gritando y diciendo improperios —señaló Conrad nada convencido de las palabras de su ahijado—. Si eso no es estar enfadado, ¿qué es?

—Si alzo la voz es con el mero propósito de ser claro —Yuuri se hizo el digno y cruzó los brazos en contraste con su cada vez más evidente molestia.

—Lo que tú digas, Yuuri —respondió Conrad con una sonrisa burlona que Yuuri no pasó por alto y que sólo lo hizo ruborizar.

 

************

 

Conrad miró por la ventana de su oficina, donde a lo lejos se veían los techos rojos de las casas tipo colonial tan característicos de la zona urbana. A menudo, ahí de pie y solo en lo  alto del castillo, reflexionaba.

—Ve por él, Yuuri —musitó en voz baja y su mirada se agudizó, profundamente decidida.

 

Continuará.

 

 

Aclaraciones.

Lamento mucho la molestia que puede causar leer a dos de nuestros personajes favoritos (Wolfram y Chéri sama) con diferentes apellidos.

Sonará tonto que una persona logre hacerse pasar por muerta solo por cambiarse el apellido, pero en el primer capítulo pudimos conocer que Wolfram a sus dos meses de nacido, aún no había sido presentado al pueblo, por lo que nadie aparte de sus progenitores y unas cuantas doncellas (de las cuales la mitad murieron en la tragedia) lo habían podido conocer. Nadie conocía incluso el nombre que había elegido Willbert para su hijo, así que lo que hizo Endimión fue cambiarle solamente el apellido. —Dietzel—, aunque de todas maneras, Wolfram se crió como un huérfano. Pero esa parte de la historia la conoceremos más adelante.

Ahora, con Cecilie. Digamos que ella se hará llamar solamente “Lady Bercoviah”, la mayoría la conoce de esa manera. Y al pueblo le quedó prohibido volver a tocar el tema de aquella trágica noche. En resumen: DESGRACIADO ENDIMIÓN. No coman ansias, que esto se va a resolver. ¡Gracias por su paciencia!

Notas finales:

¿Jeremiah o Joshua? ¿A quién de los dos prefieren?

Gracias por leer.

El siguiente capítulo será corto y estarán Yuuri y Wolfram. Veremos qué es lo que pasa.

 

¡Ahhh!! Otra cosa.

Esta semana estuve trabajando en otra historia. Y sip, es una mini continuación de “el rencor contra el amor” pero de una manera más cómica. Se llama “La caótica vida de la familia real” y serán historias que no tendrán un link entre sí. Son como varios one-shots a  veces incluso serán solo drabbles a la vez.

Pero como quedaron las cosas al final del segundo epilogo, también tendrá Mpreg (aun a mi me resulta raro debo confesarlo) 

Y eso es antes de pasar a la verdadera continuación del “rencor contra el amor”, es como la antesala. Ya que tenía pensado desde el principio hacerla, pero al final decidí hacer esta historia primero.

Díganme ¿Qué les parece? ¿Les resulta interesante?


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