Los ojos de Milo podrían ser comparados con muchas cosas según Camus.
Algunas mañanas podrían ser comparados con los zafiros más brillosos y enormes de la tierra, con un destello inigualable que llena la habitación en la que los dos se encuentran dulcemente acostados. Que eran capaces de iluminar su alma lastimada, la cuál aún era perseguida por los acontecimientos de un ayer que nadie podría borrar.
Otras veces podrían ser comparados con el cielo, tan suaves e infinitos; con un poder hechizante sobre cualquier simple mortal como Camus se sentía cuando estaba al lado del Griego. El dulce azul era contrastado con su brillosa melena color oro, la cual se desparrama durante las almohadas todas las mañanas. El delicado azul y el dorado intenso formaban una combinación como la del cielo y el sol, haciendo que en ellos se desvaneciera el alma del guardián de la Onceava casa
También podrían ser comparados con el mar profundo, capaz de albergar vida infinita (como los ojos del griego), eran un espacio donde Camus era capaz de hundirse todas las noches durante las caricias y besos, para así regresar naufrago las mañanas a la comisura de los labios del rubio. En estos él se sentía tan seguro sabía que, al igual que el mar, los ojos del rubio servirían para perderse eternamente, que los secretos estarían en él a salvo y que su alma, siempre en pena, podría desaparecer en el infinito que representaban los ojos azules del custodio de la octava casa.
Los ojos de Milo guardaban mil y un secretos, le hacían sentir tan inferior en todos sentidos al Heleno. Puesto que dudaba que sus ojos fueran como los del griego. El galo se ponía a reflexionar y no encontraba el por qué de los ojos de Milo, los cuales eran una ventana a su alma. Con un toque de inocencia y pureza única dejaban ver el espíritu inmenso del santo de Escorpio. Reflejaban su cosmos, su valentía y pureza. El universo realmente se reflejaba en ellos, con estrellas aún en formación y millones de explosiones sucediendo al mismo tiempo. Con agujeros negros que parecían absorber todos los pensamientos y razones del pelirrojo, ojos que al igual que el universo, eran la razón de mil preguntas y teorías, pero de ni una sola respuesta.
Aunque ha decir verdad la cosa que más ama Camus de los ojos de Milo es cuando por las mañanas estos se clavan sobre él, cuando amanece bajo su resplandor (que opaca al astro mayor en el cielo). El acuariano se siente bendecido por poder vivir nuevamente junto al de Escorpio, le agradece a su piadosa y gentil diosa por el hecho de permitirles llevar una nueva vida al lado de los seres que aman. Le agradece al destino y a todos los dioses del Olimpo (con excepción de Hades por supuesto) por haberle puesto a su lado al griego, porque es cuando sus ojos, y solo los suyos, se clavan en su alma puede sentir desvanecerse, derretirse y olvidar todos sus juramentos como maestro de los hielos que hizo al prometer que nunca dejaría que los sentimientos se aprovechasen de él y lo convirtieran en un ser débil como lo era ante la mirada de Milo. Porque era justo en esos momentos cuando se convertía en otra persona y su alma dejaba su piel para fusionarse con la del Heleno, cuando las palabras no eran bastas y se escapaban de su boca en pequeños monosílabos y agradecía que el griego pudiera entender todos y cada uno de estos y que sus miradas se pudieran comunicar cuando las bocas se rendían y las palabras parecían ya no ser suficientes.
Sí, los ojos de Milo podrían ser comparados con muchas cosas según Camus. Pero ésta noche se condenaría a solo observarlos.