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El Refugio por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Mezcla de dos historias que se me estaban ocurriendo últimamente. Igual voy añadiendo más personajes a lo largo de las actualizaciones, pero de momento solo se me ocurren que puedan estar esos, jajaja. 

Espero que la disfruten, y espero actualizar por lo menos una vez a la semana (me lo propongo como reto, ¿seré capaz?) :3.

Notas del capitulo:

Los personajes son del sensei Masami Kurumada.

Encontraron una casa abandonada al final del camino destrozado. El humo se elevaba furioso en la ciudad, pero aunque ya estaban lo suficientemente lejos de ella, el peligro y la intranquilidad no desaparecía de sus corazones.

                Shura tiró con fuerza del brazo de Mu. El primero tenía la mirada oscura como el cielo que les cubría, al igual que su pelo corto, mientras que el otro tenía los ojos del color de la esperanza y el cabello largo y lila recogido en una trenza baja.

                Corrían de la mano sin atreverse a mirar atrás, y la visión de aquella casa en ruinas les dio vida e ilusión, aunque sabían que dentro no iban a encontrar más que escombros y latas de conserva tan viejas como Monópolis. Aún así, entraron con prisa y cerraron tras ellos asegurando la puerta con el primer mueble grande que encontraron. Jadeantes, se sentaron con la espalda apoyada en la pared y la mirada perdida en el techo semi derruido.

                —¿Nos encontrarán? —Le preguntó Mu sin esperar una respuesta.

                —No lo sé —contestó sincero—, pero hace una hora que dejaron de perseguirnos.

                —¿Cómo estás tan seguro?

                —No lo estoy —ladeó la cabeza para mirarle a los ojos y le acarició la mejilla—. Lo encontraremos —le prometió, haciéndole sonreír.

                —Nos perseguirán hasta el fin.

                —Y en el fin estaremos juntos y sin peligro.

                —¿Es otra promesa? —Shura asintió.

                —Tendré que creerte.

                Shura se levantó del suelo y fue a escrutar los armarios y los cajones de toda la casa. Encontró varias latas de conserva y, para su sorpresa, el agua no estaba cortada y había un ápice de electricidad para hacer funcionar un viejo microondas.

                —Alguien pasó por aquí no hace mucho —dijo—. ¿Tienes el mapa? —Mu sacó del bolsillo de su abrigo un papel doblado y se lo tendió, pero Shura solo sonrió satisfecho.

                —Guárdalo como un tesoro.

                Después de comer, el moreno guardó unas cuantas latas en una bolsa de cuero que encontró en uno de los armarios y llenó dos cantimploras con agua tras asegurarse de que no estaba contaminada. Se dieron una ducha rápida y salieron de la casa. Shura miró por los prismáticos y descubrió, con rabia, una columna de humo que venía hacia ellos. Tiró del brazo de Mu y salieron de allí buscando un lugar menos evidente para esconderse.

                Un bosque mugriento se abrió paso ante ellos y con dificultad treparon a la copa de uno de los árboles rezando para que las ramas no cedieran. El rugido de las motos era atronador, y solo servían para asustar a las gentes que osaban oponerse al gobernador, pero ellos sabían muy bien que el miedo no les convertiría en otros esclavos. Los guardias desmontaron de los vehículos y encendieron las linternas para buscarles. Shura y Mu se resguardaron entre las ramas más gruesas y se quedaron en silencio como estatuas, aunque el corazón latía con más fuerza que los motores de los otros.

                Pasaron de largo su presencia y se internaron más entre los árboles. Al cabo de media hora regresaron a la linde del bosque mugriento, se montaron en sus motos deslizantes y se fueron, dejándoles solos.

                Bajaron del árbol con precaución y se abrazaron aliviados. Si les cogían jamás podrían conseguir sus sueños, pero aquello no era el fin de una persecución. No. Sabían perfectamente que ofrecerían una recompensa para quien consiguiera dar con ellos, y eso les complicaba las cosas una infinidad de veces. Pero no les arrebataba los sueños.

 

No se veían las estrellas en el cielo, solo una cortina negra de desesperación. Las historias les habían contado muchas veces cuán de hermosas eran esas estrellas que brillaban en el cielo antes de la era de Monópolis, pero nadie que aún viviera las había contemplado. Nadie, excepto las gentes de El Refugio.

                Shura le contaba todas las noches cuentos sobre un lugar donde aún quedaban árboles con hojas verdes y animales sanos en los que se podían ver las estrellas y la luna, y donde la luz del sol bañaba las pequeñas briznas de hierba en el campo. No era un lugar muy grande, pero había un río de agua cristalina donde nadaban felices los peces y donde las personas los pescaban. La comida no era artificial y no había violencia en las calles. No había humo, no había contaminación, no había farolas, solo naturaleza, aquella con la que Mu jamás habría osado soñar hasta que conoció a Shura.

                —Llegaremos —le prometió otra vez al tiempo que daban torpes pasos sobre la tierra revuelta.

                Las nubes negras amenazaron con lluvia y al poco rato cumplieron su profecía. No tenían lugar donde atecharse, y a los lados solo se distinguían las sombras negras de los páramos desolados. Siempre habían sabido que fuera de la ciudad no había nada, tan solo oscuridad y muerte. El gobernador se encargaba de recordárselo a los habitantes todos los días a través de los megáfonos de las calles, y les decía que no había un sitio más seguro para vivir que Monópolis, pero Shura no era capaz de imaginar un mundo en el que nada fuera de otro color, y se había dedicado a investigar, casi desde pequeño, lugares fuera de la ciudad donde se pudiera vivir hasta que escuchó rumores sobre El Refugio.

                —¿Crees que encontraremos algún sitio para descansar? —Le preguntó Mu sacándole de su ensimismamiento.

                —No lo sé, espero que sí —bajó la mirada sin dejar de caminar.

                Sus ropas comenzaban a ensuciarse y no tenían nada más que comida, agua y algún que otro objeto sin valor. No querían llenarse los bolsillos de cosas inútiles que podrían robarles tiempo precioso de huida.

                —Seguiremos caminando hasta que demos con un lugar donde podamos dormir.

                Tras caminar durante varias horas y adivinar que ya hacía rato que había anochecido, pues el cielo estaba más negro que por el día, llegaron hasta unas cornisas de roca y Shura tuvo la esperanza de encontrar alguna brecha en ellas. Fue pegado a la fría pared inspeccionando y Mu le imitó, siendo este quien encontró una pequeña cueva donde podían echarse para dormir. El suelo estaba duro y lleno de humedad, pero era mejor que nada. Estiraron una manta raída sobre la piedra y se acostaron muy juntos para evitar el frío.

                Apenas consiguieron conciliar el sueño y les dolía todo el cuerpo, pero al menos descansaron del largo viaje y continuaron contando historias sobre el lugar que intentaban alcanzar con sus pasos.

                                                                                              ***

Las sirenas comenzaron a sonar. Alguien había escapado otra vez, y no era novedad. Cada vez más y más gente de Monópolis arriesgaba su vida para atravesar los gruesos muros que les rodeaban pensando que al otro lado encontrarían la felicidad y la libertad que nunca tuvieron, pero él sabía que se equivocaban.

                —Pobres estúpidos —dijo Milo al tiempo que mordía una manzana que acababa de robar de un puesto de fruta del gobierno—. Esta es la única vez que deberían huir, aunque sabe a rayos —dijo dando otro mordisco y escupiendo la piel.

                Se trataba de un joven rebelde de cabello largo y rubio que no dejaba de meterse en problemas. Había estado varias veces entre los barrotes del calabozo de la ciudadela, pero no le importaba. Apenas tenía dinero y vagaba por las calles robando comida y engañando a los posaderos para que le dejasen dormir en una de sus habitaciones prometiéndoles que les pagaría al día siguiente, cosa que nunca ocurría.

                —Dormiría en una casa de oro si tuviera dinero —lanzó la manzana maldiciendo por lo bajo y continuó escuchando el fastidioso ruido de las sirenas—. Los cogerán. Siempre los cogen.

                Comenzó a caminar por la calle oscura, apenas iluminada por un triste farolillo, cuando vio cómo echaban de una casa a un hombre pelirrojo que caía al barro de espaldas. Milo se acercó a él cuando le cerraron la puerta y este intentaba entrar dando golpes sin conseguirlo. Se miraron durante un largo rato hasta que el pelirrojo habló. Tenía el pelo más largo que él y los ojos rosados y rabiosos.

                —¿Qué miras?

                —Parece que tienes problemas.

                —¿Hay alguien en esta puta ciudad que no tenga problemas? —Se quitó el barro de la camisa y de los pantalones con un suspiro de fastidio.

                —¿Por qué te han echado?

                —Porque son gilipollas. ¡¿Me oís?! ¡¡Gilipollas!! —gritó.

                —¿Y la versión de ellos cuál es?

                El pelirrojo trató de serenarse sentándose en el escalón de la casa. Milo se quedó de pie en frente de él, aguardando a que le respondiera.

                —Trabajaba para ellos como un esclavo, pero parece que no les importa. “Camus haz esto, Camus haz lo otro, lámeme el culo hasta que quede brillante”. Me harté y les grité sin darme cuenta. Bueno… también le tiré una bayeta a la hija en la cara y les ensucié las cortinas cuando no estaban. Supongo que el ron que les robé tuvo algo que ver.

                —Una dura vida parece… —se sentó a su lado sin muestras de compasión.

                —Me hacían dormir en el ático lleno de polvo. Al menos eso sí que estaba siempre reluciente desde que yo llegué. A ellos que les den. Aunque ahora me he quedado con las manos vacías. Por lo menos me dejaron coger el dinero que fui ahorrando.

                —Ya tienes más que yo entonces —Camus se lo quedó mirando relajando la expresión y se echó hacia atrás apoyando la espalda en la puerta.

                —Estoy harto —dijo por fin—. Me voy a cualquier taberna a beber. Ya que he empezado… nada puede ir a peor. Mañana buscaré otra casa. ¿Quieres venir?

                Milo se sorprendió ante su propuesta y se preguntó si le iba a invitar. No recordaba cuál había sido la última vez que había bebido alcohol, pero no le desagradaba nada la idea. Así que, cuando Camus se levantó, él le siguió por la calle y entraron en la primera taberna que encontraron, que no fue muy lejos. No en vano, Monópolis estaba llena de tabernas. El gobernador alegaba que era para mantener a los habitantes contentos, aunque Milo y Camus sabían que era para que olvidasen dónde vivían.

                Se sentaron en una mesa en el segundo piso. Camus pidió ron para los dos y le dijo que él pagaría, que tenía dinero de sobra para ello. También le preguntó que si tenía dónde dormir.

                —Duermo en la calle que menos matones tenga —le respondió riendo.

                —Pues me vas a tener que enseñar cómo es eso, porque hasta que no tenga casa de nuevo no pienso pagar por una cama mugrienta.

                —Puedo hacerte un hueco entre la basura —rio más fuerte—, como muestra de gratitud por invitarme a esto.

                —Qué bien —dijo con ironía—, estoy impaciente por verlo.

                Salieron de la taberna cada uno del hombro del otro, tambaleándose. Milo hacía tanto que no bebía que el ron le había subido muy rápido, y Camus ya había estado bebiendo cuando le echaron de casa, por lo que representaban una escena muy cómica pero triste al mismo tiempo.

                Milo le llevó, con los ojos borrosos, hasta un callejón sin salida y le ayudó a trepar por una de las fachadas del fondo. Con dificultad, se subieron al tejado y caminaron por él hasta dar con el tejado de la casa de al lado que llegaba hasta las tejas que pisaban a falta de unos centímetros. Bajo él, y bien protegido de la lluvia y el viento, Milo había dejado un saco de dormir. También tenía jarras llenas de agua, platos con frutas y queso, una lámpara de vela y varios libros además de un cofre pequeño cerrado con llave.

                —Este es mi maltrecho hogar —le dijo, y vio que Camus abría la boca intentando decir algo sin conseguirlo.

                —Es casi más amplio que mi ático —rio.

                —Pues en muy malas condiciones te tenían —apenas se le entendía al hablar—. Lo malo es que solo tengo un saco, pero se puede abrir y utilizar como cama y… bueno, tengo una manta en el cofre y… —no logró terminar la frase ya que Camus se abalanzó a sus brazos llorando y diciéndole gracias.

                Milo le llevó bajo el tejado y le dejó apoyado en la pared mientras este intentaba contener las lágrimas inútilmente al tiempo que le contaba su miserable vida. Al parecer, habían asesinado a sus padres cuando él era muy pequeño, la misma familia a la que servía entonces porque decían que era una distracción para su trabajo. El rubio trató de consolarle sin conseguirlo e insultó con él varias a veces a las familias a las que había servido.

                —Menudos cabrones —le dijo.

                —La cosa no puede empeorar más —dijo enjugando el llanto—, aunque siempre he dicho lo mismo y siempre me iba peor. Muchas veces pensé en escaparme pero ¿qué me espera al otro lado si aquí no conseguí nada?

                Milo necesitó de todo su sentido auditivo para comprender lo que le decía. Entonces, Camus dejó de llorar y cambió a una expresión de rabia e impotencia dando un fuerte golpe en la pared y haciéndose sangre en los nudillos. El rubio deshizo el saco de dormir y lo estiró sobre las tejas como pudo. Luego, abrió el cofre con una llave que llevaba colgada al cuello en forma de colgante y sacó la manta que le había dicho. Camus no logró ver el resto de cosas que almacenaba ahí.

                Se echaron el uno al lado del otro dándose la espalda e intentaron dormir, aunque ninguno de los dos lo consiguió. El pelirrojo se dio la vuelta unas horas después y abrazó a Milo evitando el frío. El rubio estaba despierto y se sorprendió, pero no le dijo nada. A la mañana siguiente, el amanecer gris les despertó así.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, espero que os haya gustado este primer capítulo y me regaléis algún comentario :3 :D :). Ya estoy escribiendo el segundo, así que no os preocupéis, como mucho lo dejaré en el segundo, jajajajaja. Es broma, un reto es un reto.


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