—Muy bien —comentó—. Ahora, levántate el cabello. Bien, bien... Los vas a volver locos... Ahora mira directamente a la cámara... Imagínate que es el hombre que amas. Se dirige hacia ti para tomarte entre sus brazos.
Sin que pudiera evitarlo, Kyungsoo miró hacia el lugar del estudio en el que Jongin estaba del brazo de Luhan. Su mirada se cruzó con la de él y un profundo temblor le sacudió el cuerpo.
-Vamos, Soo. Quiero pasión, no pánico -le recriminó Yifan-. Vamos, cielo, mira a la cámara.
Kyungsoo tragó saliva y obedeció. Lentamente, permitió que los sueños se adueñaran de el, permitió que la cámara se convirtiera en Jongin. En un Jongin que no sólo lo mirara con deseo, sino también con amor y necesidad. Lo estaba abrazando tal y como recordaba. Lo estaba acariciando suavemente, mientras reclamaba los labios de el con los suyos y le susurraba las palabras que el deseaba escuchar.
—Eso es Soo.
Perdido en su propio mundo, el parpadeó y miró a Yifan sin comprender.
—Eso ha sido genial. Yo mismo me he enamorado de ti.
Kyungsoo suspiró profundamente y cerró los ojos durante un momento para lograr superar su propia imaginación.
—Supongo que podríamos casarnos y tener camaritas -murmuró el mientras se dirigía al probador. Sin embargo, las palabras de Luhan impidieron que Kyungsoo siguiera avanzando.
—Nini, ese camisa es simplemente maravillosa, cariño.
Me lo puedes conseguir, ¿verdad? -susurraba, con voz seductora.
— ¿Mmm? Claro —afirmó él sin dejar de mirar a Kyungsoo—. Si es eso lo que quieres, Luhan...
Kyungsoo se quedó boquiabierto. El regalo que él estaba dispuesto a hacerle a ese hombre que había a su lado le hizo más daño del que pudo imaginar. Lo miró fijamente durante unos momentos antes de desaparecer en el probador.
En la intimidad de aquellas cuatro paredes, se apoyó contra la pared para poder enfrentarse al dolor. ¿Cómo podía Jongin hacer eso? Aquella camisa era especial, le pertenecía a el, estaba hecho para cubrir su cuerpo. Cerró los ojos y ahogó un sollozo. Hasta se había imaginado cómo Jongin lo abrazaba con él puesto, cómo lo amaba y... se lo iba a dar a Luhan. Lo miraría con los ojos llenos de deseo y le acariciaría el cuerpo a través de aquella vaporosa suavidad. En aquel momento, una terrible ira comenzó a reemplazar al dolor. Si aquello era lo que Jongin quería, era muy bienvenido de hacerlo. Se despojó de la suave blancura de la camisa y se vistió.
Cuando salió del probador, Jongin estaba solo en el estudio, sentado tras el escritorio de Yifan. Kyungsoo hizo acopio de todo su orgullo y se dirigió hacia él. Entonces, depositó la caja con el camisa sobre el escritorio.
-Para tu amigo. Supongo que primero querrás llevarlo a la tintorería.
A continuación, se dio la vuelta para marcharse con tanta dignidad como le fuera posible. Sin embargo, Jongin le agarró por la muñeca y se lo impidió.
-¿Qué es lo que te pasa, Soo? -le preguntó tras ponerse de pie.
— ¿Que qué me pasa? —repitió el modelo—. ¿A qué te refieres?
—Venga ya, Kyungsoo. Estás disgustado y quiero saber por qué.
-¿Disgustado? -replicó el. Entonces, tiró de la mano y trató de soltarse, pero le fue imposible—. Si estoy disgustado es asunto mío. En mi contrato no consta que tenga que explicarte a ti mis sentimientos.
—Dime qué te pasa —insistió Jongin . Le soltó la mano, pero simplemente para agarrarlo con fuerza por los hombros.
— ¿Quieres que te diga lo que me pasa? Pues te lo diré —le espetó—. Te presentas aquí con tu amigo pelirrojo y le entregas este camisa porque Luhan se ha encaprichado de él. Ese hombre agita las pestañas y dice la palabra exacta y tú le das todo lo que quiere.
— ¿Y a eso viene todo esto? ¡Dios Santo, Soo! —exclamó él, exasperado—. Si quieres esa maldita camisa te conseguiré uno.
—No me trates como si fuera un niño —rugió el—. No puedes comprar mi buen humor con tus baratijas. Guárdate tu generosidad para alguien que te la agradezca y suéltame.
—No te vas a marchar a ninguna parte hasta que te calmes y lleguemos a la raíz del problema.
De repente, los ojos de Kyungsoo se llenaron de unas lágrimas incontrolables.
—No lo comprendes —susurró el pelinegro mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas—. No comprendes nada...
— ¡Basta ya! —exclamó Jongin. Entonces, comenzó a secarle las lágrimas con la mano—. No puedo soportar las lágrimas... Basta ya, Soo. No llores así.
—Sólo sé llorar de este modo...
—No sé a qué se debe todo esto. ¡No creo que un conjunto merezca esta escenita! Toma, llévatelo... Evidentemente, es muy importante para ti —dijo. Tomó la caja y se la extendió para que el la agarrara—. Luhan tiene muchas camisas...
Aquellas palabras, en vez de alegrar a Kyungsoo, tuvieron precisamente el efecto opuesto.
—No lo quiero. Ni siquiera quiero volver a verlo —gritó, con la voz ronca por las lágrimas—. Espero que tu amante y tú lo disfruten mucho.
Con eso, se dio la vuelta, agarró el abrigo y salió corriendo del estudio con sorprendente velocidad.
En el exterior, se quedó inmóvil en la acera, pataleando sobre el. « ¡Estúpido!», se dijo. Efectivamente, sentía que era una estupidez mostrar tanto apego por un trozo de tela, pero mucho menos que hacerlo con un hombre arrogante y sin sentimientos cuyos intereses estaban en otra parte. Cuando vio un taxi dio un paso al frente para detenerlo, pero, de repente, notó que alguien lo obligaba a darse la vuelta.
—Ya me he hartado de tus rabietas, Kyungsoo. No pienso consentir que me dejes con la palabra en la boca —le espetó, en voz baja y muy peligrosa. Sin embargo, Kyungsoo levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.
—No tenemos nada más que decirnos.
—Tenemos muchas más cosas que decirnos.
—No espero que lo comprendas —replicó el con exagerada paciencia, como si estuviera hablando a un niño—. Sólo eres un hombre arrogante.
Jongin contuvo el aliento y dio un paso más para acercarse a el.
-En una cosa tienes razón. Soy un hombre...
Entonces, lo tomó entre sus brazos y le atacó la boca con un fiero beso que lo obligó a abrir los labios para satisfacer lo que Jongin demandaba. El mundo dejó de existir más allá de las caricias que él le proporcionaba. Los dos permanecieron juntos, sin prestar atención alguna a la gente que pasaba por la acera.
Cuando Jongin lo soltó por fin, Kyungsoo dio un paso atrás. Tenía la respiración entrecortada.
—Ahora que ya me has demostrado tu masculinidad, tengo que marcharme.
-Vuelve al estudio. Terminaremos nuestra conversación.
—Nuestra conversación ha terminado ya.
-No del todo...
Jongin comenzó a llevarlo de nuevo hacia el estudio. Kyungsoo comprendió que no podía estar a solas con él en aquellos instantes. Se sentía demasiado vulnerable. …l podría ver demasiado muy fácilmente.
—Mira, Jongin —dijo, orgulloso de la tranquilidad de su voz-. No quiero montar una escena, pero si sigues jugando al hombre de las cavernas me veré obligado a gritar. Y te aseguro que soy capaz de gritar muy alto.
—No, no vas a gritar.
-Sí -replicó el-. Claro que voy a gritar.
—Soo, tenemos cosas que aclarar.
— Jongin, todo esto se nos ha ido de las manos —observó el modelo, tratando de no prestar atención alguna a la debilidad que sentía en las piernas—. Los dos hemos tenido nuestra salida de tono... Dejémoslo así. Además, todo ha sido una tontería...
—A ti no te lo pareció en el estudio.
—Por favor, Jongin, déjalo estar —insistió el pelinegro, sabiendo que estaba utilizando su última oportunidad—.Todos mostramos nuestro temperamento en ocasiones.
—Muy bien —accedió él, tras una pequeña pausa—. Lo dejaremos estar por el momento.
Kyungsoo suspiró. Sentía que, si se quedaba al lado de Jongin más tiempo, corría el riesgo de aceptar todo lo que él le dijera. De soslayo, vio que se acercaba un taxi y rápidamente se llevó los dedos a la boca para detenerlo con un silbido.
Jongin sonrió.
—Nunca dejas de sorprenderme.
La respuesta de Kyungsoo quedó oculta por el ruido que el pelinegro hizo al cerrar de golpe la puerta del taxi.
La Navidad se acercaba y la ciudad lucía sus mejores galas. Kyungsoo observaba desde la ventana de su apartamento cómo los automóviles y las personas bullían por las calles brillantemente iluminadas. La nieve caía con suavidad, lo que acrecentaba un poco más el espíritu navideño que él sentía. Los enormes copos caían sobre la tierra como las blancas plumas de una almohada gigante.
Habían completado el proyecto, por lo que había visto muy poco a Jongin en los últimos días. Comprendió que cada vez lo vería menos, por lo que una cierta tristeza oscureció su buen humor. Como su parte dentro del proyecto había finalizado, ya no habría contacto diario ni encuentros inesperados. Suspiró y sacudió la cabeza. «Me marcho a casa mañana», se recordó. «A casa por Navidad».
Aquello era precisamente lo que necesitaba. Un completo cambio de ambiente. Aquellos diez días la ayudarían a sanar las heridas de su corazón y le darían tiempo para volver a pensar en sus planes para el futuro, que en aquellos momentos parecía aburrido e insatisfactorio.
El timbre de la puerta lo sacó de sus pensamientos.
— ¿Quién es? —preguntó mientras colocaba la mano sobre el pomo.
—Santa Claus.
— ¿Jongin? —tartamudeó, incrédulo—. ¿Eres tú?
—Veo que no te puedo engañar, ¿verdad? Bueno —añadió, tras una pequeña pausa—, ¿me vas a dejar de entrar o tenemos que hablar a través de la puerta?
—Oh, lo siento.
Kyungsoo retiró el pestillo de la cerradura y abrió la puerta. Entonces, vio que el esbelto cuerpo de Jongin estaba apoyado de modo casual contra el marco de la puerta.
—Veo que ahora cierras con llave -afirmó. Observó atentamente la bata de color perla que el pelinegro llevaba puesta antes de volver a mirarle el rostro—. ¿Vas a invitarme a entrar?
—Oh, claro —dijo él. Se hizo a un lado tratando desesperadamente de buscar la compostura perdida—.Yo... Creía que Santa bajaba por la chimenea.
—…ste no —comentó él mientras se quitaba el abrigo—. Me vendría muy bien una copa de tu famoso whisky. Hace mucho frío ahí fuera.
—Ahora sí que estoy completamente desilusionado. Yo creía que Santa se alimentaba de galletas y leche.
—Si es la mitad de hombre de lo que yo creo, estoy seguro de que tiene una petaca escondida en ese traje rojo que lleva.
-Cínico -le acusó el. Entonces, se retiró a la cocina, donde encontró mucho más fácilmente el whisky. A continuación, le sirvió un poco en un vaso.
—Muy profesional —comentó Jongin, que lo observaba desde la puerta-. ¿No me vas a acompañar para que brindemos juntos por estas fiestas?
-Oh, no. Esto sabe como el jabón con el que me lavaron la boca una vez.
—No pienso preguntarte por qué tuvieron que lavarte la boca -afirmó él, tras tomar el vaso que el pelinegro le ofrecía.
-Tampoco te lo iba a contar —replicó el con una sonrisa.
—Bueno, toma otra cosa. No me gusta beber solo.
Kyungsoo abrió el frigorífico y sacó una jarra de zumo de naranja.
-Veo que vives muy peligrosamente -observó él. Kyungsoo levantó el vaso de zumo que se acababa de servir a modo de brindis. Entonces, los dos regresaron al salón.
—Me han dicho que te marchas a Kansas por la mañana —dijo él mientras se sentaba en el sofá. Kyungsoo, por su parte, se sentó enfrente de él, en una butaca.
—Así es. Estaré en casa hasta el día después de Año Nuevo.
—En ese caso, te deseo una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo por anticipado. Pensaré en ti cuando el reloj dé las doce campanadas.
—Estoy seguro de que estarás demasiado ocupado para pensar en mí —replicó el.
—Bueno, creo que podré encontrar un minuto libre —repuso él, con una sonrisa—. Ahora, tengo algo para ti, Soo...
Se levantó y fue por su abrigo. Entonces, sacó un pequeño paquete del bolsillo. Kyungsoo lo observó sin saber qué decir y luego levantó los ojos para mirar a Jongin.
—Oh, pero... No creía que... Es decir... Yo no tengo nada para ti.
— ¿No? —preguntó él haciendo que el rubor tiñera las mejillas de Kyungsoo.
—Zayn, no puedo aceptarlo. No me parece bien...
—Considéralo regalo del emperador a uno de sus súbditos —insistió Jongin. Le quitó el vaso de zumo de la mano y se lo sustituyó por el paquete.
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