—Veo que tienes buena memoria -dijo el pelinegro, con una sonrisa.
-Como la de un elefante. Venga, ábrelo. Sabes que te mueres de ganas por hacerlo.
Kyungsoo miró fijamente el paquete y suspiró.
—Nunca me he podido resistir a nada que vaya envuelto en papel navideño.
Rasgo el elegante envoltorio y abrió la caja. Al ver lo que había en su interior, contuvo el aliento. Era una hermosa esclava de oro blanco con dos diamantes negros, que parecían parpadear desde el interior aterciopelado del estuche.
—Me recordaron a tus ojos, negros, brillantes y exquisitos. Me pareció un crimen que le pertenecieran a otra persona.
—Son muy bonitos. Muy bonitos, de verdad —murmuró el—, pero no tendrías que haberme comprado nada. Yo...
—A pesar de que no debería haberlo hecho, te alegras de que haya sido así —afirmó él.
—Sí, así es. Ha sido un gesto muy hermoso. No sé cómo darte las gracias.
—Yo sí... —afirmó él. Entonces, hizo que Kyungsoo se levantara de la butaca y lo rodeó con sus brazos—. Esto servirá perfectamente.
Los labios de Jongin rozaron los de Kyungsoo. Tras un momento de duda, el joven respondió, aunque se decía que sólo era para mostrarle su gratitud por el regalo. A medida que el beso fue durando un poco más, se olvidó de la gratitud. Cuando Jongin apartó la boca, Kyungsoo como presa de un sueño, trató de apartarse del cálido círculo de sus brazos.
—Hay dos diamantes, cielo...
Una vez más, la boca de él afirmó su posesión, en aquella ocasión con más insistencia. El cuerpo de Kyungsoo pareció fundirse con el de Jongin. Le rodeó el cuello con los brazos y le enredó los dedos entre el pelo. Estaba perdido en un mundo de sensaciones en el que la única realidad era el tacto de la boca de Jongin contra la suya y el modo en el que su firme cuerpo se fundía con la suavidad del de el.
Cuando por fin separaron los labios, Jongin lo miró con los ojos oscurecidos por la emoción.
-Es una pena que sólo sea una pulsera -dijo con voz ronca. Entonces, se dispuso a besarlo una vez más.
Kyungsoo apoyó la frente contra el pecho de él y trató de recuperar el aliento.
—Por favor, Jongin —susurró tras colocarle las manos sobre los hombros-. No puedo pensar cuando me besas.
— ¿No? —susurró él. Suavemente, le revolvía el cabello con los labios—. Es muy interesante —añadió. Entonces, le colocó la mano sobre la barbilla y lo obligó a mirarlo—. ¿Sabes una cosa, Kyungsoo? Acabas de admitir algo muy peligroso. Me veo tentado a aprovecharme de la ventaja que tengo. Sin embargo, esta vez no lo haré.
Cuando lo soltó, Kyungsoo tuvo que contener el impulso que lo llevaba hasta él. Jongin se acercó a la mesa, se terminó el whisky y se puso el abrigo. Entonces, desde la puerta, se volvió y le dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
—Feliz Navidad, Soo.
—Feliz Navidad, Jongin—susurró él justo cuando la puerta se cerraba tras él ambario.
El aire era fresco y vivificante. Llevaba el limpio y puro aroma de su hogar. El cielo era de un azul brillante y estaba completamente despejado de nubes. Kyungsoo se acercó a la granja y, durante un momento, se dejó llevar por los recuerdos.
—Yunho, ¿por qué has dado toda la vuelta? —preguntó D.O Jaejoong desde la cocina. Entonces, salió al porche mientras se limpiaba las manos en el blanco delantal— Soo... —susurró, al ver a su hijo—. ¡Qué sorpresa!
Kyungsoo echó a correr y abrazó a su padre.
—Oh, papá, me alegro tanto de estar en casa...
Si su padre notó el tono de desesperación que había en las palabras de Kyungsoo, no hizo comentario alguno. Se limitó a devolverle el abrazo con idéntico afecto. A continuación, dio un paso atrás y observó a Kyungsoo con el ojo crítico de un padre.
—Te vendría muy bien engordar un poco.
—Vaya, vaya, mira lo que nos ha traído el viento desde la ciudad de Nueva York...
D.O Yunho se acercó a ellos y abrazó con fuerza a Kyungsoo. El pelinegro respiró profundamente y gozó con el aroma a heno fresco y a caballos que se aferraba a la piel de su padre.
—Deja que te mire —comentó él, realizando la misma inspección que su esposo—. ¡Qué hermoso estás! Menudo tesoro tenemos aquí, ¿verdad, Jae? —añadió, dirigiéndose a su otro padre.
Algo más tarde, Kyungsoo se reunió con su padre en la enorme cocina. Las cazuelas hervían sobre el fogón y llenaban el aire de un aroma irresistible. Kyungsoo dejó que su padre le hablara de sus hermanos y de las familias de éstos y trató de contener el profundo anhelo que bullía dentro de el.
Inconscientemente, se tocó los diamantes que llevaba en la mano. La imagen de Jongin se apoderó de su pensamiento con tanta fuerza que casi le pareció que podía tocarlo. Apartó el rostro, esperando que la atenta mirada de su padre no se percatara de las lágrimas que le habían acudido de repente a los ojos.
En la mañana del día de Navidad, kyungsoo se despertó con el sol, pero se mostró algo perezoso para levantarse de la cama de su infancia. La noche anterior se había acostado muy tarde, pero no había conseguido dormir. Había estado dando vueltas entre las sábanas hasta altas horas de la madrugada. Jongin se le colaba en el pensamiento por mucho que tratara de mantenerlo alejado de el. Su imagen le rompía las defensas como una piedra hacía con el cristal. Para su desesperación, ardía en deseos de estar cerca de él, con una necesidad que vibraba profundamente en su interior. Sin dejar de mirar el techo, se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer. «Lo amo. Lo amo y lo odio por no ser correspondido. Sé que me desea... Eso no se ha molestado en ocultarlo, pero el deseo no es amor... ¿Cómo ha podido ocurrir esto? ¿Dónde están mis defensas?». Mentalmente, trató de enumerar todas sus faltas para así tratar de encontrar una vía de escape en su solitaria prisión. «Es arrogante, con mal genio, exigente y demasiado seguro de sí mismo. ¿Por qué nada de eso tiene importancia para mí? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en él ni cinco minutos?».
Se recordó que era Navidad. ¡No pensaba consentir que Jongin le estropeara también aquel día!
Se incorporó y apartó el edredón de la cama. Entonces, se puso una bata y salió corriendo del dormitorio. La casa ya se estaba desperezando. La actividad hacía que, poco a poco, desapareciera la tranquilidad de la noche. Durante la siguiente hora, la escena alrededor del árbol de Navidad estuvo llena de alegría, de exclamaciones de regocijo por los regalos recibidos y del intercambio de besos y abrazos.
Más tarde, Kyungsoo salió al exterior. La fina capa de escarcha crujió bajo las botas que llevaba puestas. Se envolvió con la chaqueta de su padre para combatir el frío. El aire sabía a invierno y la tranquilidad parecía colgar del cielo como una suave cortina. Se dirigió al granero, donde estaba su padre y, automáticamente, se puso a medir grano. Sus gestos eran muy naturales. La rutina del trabajo diario había regresado a el como si hubiera realizado las mismas tareas el día anterior.
—Después de todo, no eres más que un jornalero, ¿eh? —bromeó su padre.
—Sí, creo que sí.
— Kyungsoo—susurró él cuando notó la tristeza que cubría los ojos de su hijo—. ¿Qué te pasa?
—No lo sé, Pa —suspiró el —. Algunas veces Nueva York me parece tan lleno de gente... Me siento encerrado.
-Pensábamos que eras feliz allí.
—Lo era... Lo soy... Es un lugar muy emocionante y lleno de muchas clases diferentes de personas —le dijo a su padre—, pero, algunas veces, echo de menos la tranquilidad, la paz, los espacios abiertos... No me hagas caso. Es una tontería —añadió, mientras seguía midiendo el grano—. Últimamente he sentido algo de añoranza, eso es todo. El proyecto que acabo de terminar era fascinante, pero me ha exigido mucho...
—Soo,si no eres feliz, si hay algo que te preocupa, quiero ayudarte.
Durante un instante deseó apoyarse sobre el hombro de su padre y contarle todas sus dudas y frustraciones, pero, ¿de qué serviría hacerle llevar a él también aquella carga? ¿Qué podría hacer su padre sobre el hecho de que el amaba a un hombre que sólo lo consideraba una diversión temporal, un bien de mercado para poder vender más revistas? ¿Cómo podía explicarle que estaba triste porque había conocido a un hombre que le había robado el corazón para rompérselo en mil pedazos sin esfuerzo alguno? Sacudió la cabeza y le dedicó una sonrisa a su progenitor.
—No es nada. Supongo que sólo es un poco de agotamiento tras haber terminado el proyecto «Depresión posfotográfica». Voy a dar de comer a las gallinas.
Muy pronto, la casa se llenó de gente. El eco de las voces, de las risas y de los sonidos de los niños resonó en la granja. Las tareas familiares y el afecto sincero la ayudaron a olvidarse temporalmente del vacío que seguía obsesionándolo.
Cuando, al final de la jornada, sólo quedó el silencio, Kyungsoo permaneció sólo en el salón. No deseaba buscar la comodidad de su dormitorio. Se acurrucó en un sillón y observó las luces del árbol. Sin poder evitarlo, comenzó a especular sobre cómo habría pasado Jongin aquel día festivo. Tal vez habría estado a solas con Luhan o los dos habrían asistido a una fiesta en el club de campo. Seguramente en aquellos momentos, los dos estaban sentados delante de un buen fuego. Luhan estaría entre los brazos de Jongin, ataviado con aquella hermosa camisa...
Sintió un dolor tan fuerte como el que habría causado la punta de una flecha. Inmediatamente, se vio envuelta por una tortuosa combinación de celos y desesperación. Sin embargo, no consiguió borrar la imagen de su pensamiento.
Los días de asueto pasaron muy rápidamente. Kyungsoo disfrutó mucho, inmerso en una rutina que agradeció profundamente. El viento de Kansas consiguió llevarse una parte de su depresión. Dio largos paseos a solas, en los que contempló las onduladas colinas y los sembrados de trigo invernal.
Sabía que la gente de la ciudad nunca comprendería aquello. Extendió los brazos y giró sobre sí mismo. En sus elegantes apartamentos, ellos nunca sentirían la alegría por formar parte de la tierra. La tierra. Examinó su infinidad con ojos maravillados. La tierra era indomable. La tierra era eterna. Allí habían habitado indios, pioneros y granjeros. Iban y venían, vivían y morían, pero la tierra permanecía. Cuando el mismo hubiera desaparecido y otra generación hubiera nacido, el trigo seguiría ondeándose bajo el brillante sol del estío. La tierra les daba lo que necesitaban, era rica y fértil y entregaba al hombre kilos y kilos de trigo un año tras otro pidiendo a cambio sólo su honrado trabajo.
«Adoro esto», pensó. «Adoro el tacto de la tierra en mis manos y bajo mis pies desnudos en los días de verano. Adoro su rico y limpio aroma. Supongo que, a pesar de toda la sofisticación que he adquirido, sigo siendo un chico de campo», reflexionó. Poco a poco, fue regresando hacia la casa. « ¿Qué voy a hacer al respecto? Tengo una carrera, un hogar en Nueva York. Tengo veinticuatro años. No puedo arrojar la toalla y regresar a la granja. No. Debo regresar y hacer lo que mejor sé hacer». Con firmeza, se negó a escuchar la vocecilla que afirmaba que su decisión se había visto influida por otro residente de Nueva York.
Justo cuando entraba en la casa, el teléfono comenzó a sonar. Lo contestó mientras se quitaba el abrigo.
-¿Sí?
-Hola, Soo.
— ¿Jongin? —preguntó el. No sabía que se pudiera experimentar un dolor tan agudo con tan sólo escuchar una voz.
—Muy bien —contestó él, con su habitual tono jocoso—. ¿Cómo estás tú?
—Bien, estoy bien. Yo... yo no esperaba tener noticias tuyas. ¿Hay algún problema?
— ¿Problema? No, al menos ninguno que sea permanente. Pensé que tal vez necesitaras que alguien te recordara Nueva York. No queremos que se te olvide que tienes que regresar.
—No, no se me ha olvidado —afirmó el pelinegro. Entonces, trató de encontrar un tono vagamente profesional para su voz—. ¿Tienes algo en mente para mí?
— ¿En mente? Bueno, podríamos decir que tengo un par de cosas en mente... ¿Acaso tienes ganas de volver al trabajo?
—Oh... Sí, sí, claro que sí. No quiero oxidarme.
—Entiendo. En ese caso veremos lo que puedo hacer por ti cuando regreses. Sería una estupidez no utilizar tus talentos.
—Estoy seguro de que se te ocurrirá algo ventajoso para los dos —afirmó el, tratando de imitar el tono profesional de Jongin.
—Mmm... ¿Vas a regresar para el fin de semana?
—Sí, el día dos.
—Me mantendré en contacto. Mantén tu agenda libre de compromisos. Te volveremos a poner delante de una cámara, si es eso lo que deseas.
—Muy bien. Yo... bueno, gracias por llamar.
—El gusto ha sido mío. Nos veremos cuando regreses.
—Sí. Jongin... —dijo, tratando de encontrar algo más que decir. Quería aferrarse a aquel pequeño contacto, tal vez sólo para oír cómo decía su nombre una vez más.
-¿Sí?
-Nada, nada -respondió. Cerró los ojos y maldijo su falta de imaginación—. Esperaré a tener noticias tuyas.
—Muy bien —repuso él. Entonces, se detuvo un instante. Cuando volvió a hablar, su voz era mucho más suave-. Que te diviertas mucho, Soo.
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