Kyungsoo echó de nuevo a andar y, estratégicamente, se metió las manos en los bolsillos. En silencio, rodearon la granja mientras trataba de encontrar el valor necesario para preguntarle la razón de su visita.
—Tú... ¿Tienes negocios en Kansas?
—Supongo que es una manera de decirlo —contestó él. Su respuesta no resultó muy esclarecedora, por lo que Kyungsoo trató de emular el tono casual con el que había hablado.
— ¿Por qué no enviaste a uno de tus empleados para que se ocupara de lo que te ha traído aquí?
—Hay ciertas cosas de las que prefiero ocuparme personalmente —contestó él, con una burlona sonrisa en los labios, que, evidentemente, tenía la intención de enojarlo. Kyungsoo se encogió de hombros como si aquella conversación le resultara completamente indiferente.
Los padres de Kyungsoo parecieron sentir una simpatía inmediata por Jongin. A Kyungsoo lo molestó que él encajara en su mundo casi sin hacer esfuerzo. Estaba sentado al lado de su padre. Los dos se llamaban por sus nombres de pila y charlaban como si fueran viejos amigos. Los numerosos miembros de la familia podrían haber intimidado a otra persona, pero Jongin parecía estar en su salsa. En sólo treinta minutos, había encandilado por completo a las dos cuñados de Kyungsoo, se había ganado el respeto de sus dos hermanos e incluso la adoración de sus sobrinos. Tras musitar algo sobre los pasteles, Kyungsoo se retiró a la cocina.
Unos pocos minutos más tarde escuchó:
— ¡Qué domesticidad!
Se dio la vuelta y vio que Jongin estaba justo detrás de él.
—Tienes harina en la nariz —añadió él. Se la limpió con el dedo sin que Kyungsoo pudiera evitarlo, se apartó bruscamente de Jongin para seguir trabajando con el rodillo—. ¿Pastelillos, eh? ¿De qué clase?
Se apoyó sobre la encimera de la cocina, como si estuviera en su casa.
—De merengue de limón —replicó el, sin darle motivo alguno para iniciar una conversación.
—Ah, yo soy bastante parcial con el merengue de limón. Es ácido y dulce al mismo tiempo -comentó, con una sonrisa en los labios—. En realidad, me recuerda a ti —añadió. Kyungsoo le lanzó una mirada de desdén que no pareció afectarle en absoluto—. Lo haces muy bien —comentó mientras el modelo amasaba la pasta.
—Trabajo mucho mejor solo.
— ¿Dónde está esa famosa hospitalidad de las gentes de campo de la que he oído tanto hablar?
—Has conseguido que te inviten a cenar, ¿no? —replicó mientras pasaba el rodillo sobre la masa con tanta fuerza como si fuera el enemigo—. ¿Por qué has venido? ¿Acaso querías ver cómo era la granja de mis padres? ¿Querías burlarte de mi familia para luego echarte unas buenas risas con Luhan cuando regreses a Nueva York?
—Basta ya —afirmó Jongin. Se acercó a el pelinegro y lo agarró por los hombros—. ¿Acaso tienes en tan poca estima a tu familia que eres capaz de decir eso?
La expresión que se reflejó en el rostro de Kyungsoo pasó de mostrar ira para luego transmitir un profundo gesto de asombro. Al ver su reacción, Jongin redujo la fuerza con la que lo estaba sujetando.
-Esta granja es impresionante -prosiguió él-, y tu familia es un grupo de personas encantadoras, afectuosas y auténticas. En realidad, ya estoy medio enamorado de tu papá.
—Lo siento —murmuró él antes de retomar lo que estaba haciendo—. Ha sido una estupidez que te dijera eso.
Jongin se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros que llevaba puestos y se acercó a la puerta trasera.
—Parece que es la temporada del béisbol.
Salió de la cocina. Llena de curiosidad, Kyungsoo se acercó a la ventana y se puso a mirar al exterior. Entonces, vio que Jongin acababa de recoger un guante que alguien le había lanzado y que era recibido con un sincero entusiasmo por parte de varios miembros de la familia. La suave brisa de la tarde se encargó de transmitirle los gritos de alegría y las risas que se produjeron a continuación. Se dio la vuelta y se dispuso a seguir con su tarea.
En aquel momento, su papá entró en la cocina. Kyungsoo se limitó a responder los comentarios que el hacía con murmullos ocasionales. Lo molestaba que lo distrajera la actividad que se estaba produciendo en el exterior.
—Es mejor que los llamemos para que se laven —comentó Jaejoong, interrumpiendo así los pensamientos de Kyungsoo.
Automáticamente, el modelo se dirigió a la puerta. La abrió y lanzó un agudo silbido. Entonces, muy avergonzado, se sacó los dedos de la boca y se maldijo una vez más por haber hecho el ridículo delante de Jongin. Hecho una furia, volvió a entrar en la cocina y cerró la puerta con un golpe seco.
Durante la cena, tuvo que sentarse al lado de Jongin. Decidió ignorar por completo los nervios que le atenazaban el estómago y se entregó al caos familiar. No deseaba que ni su familia ni él notaran que estaba molesto por algo.
Mientras todos se dirigían hacia el salón, Kyungsoo vio que Jongin se ponía a charlar una vez más con su padre, por lo que decidió prestar atención a su sobrino y se puso a jugar con los camiones del pequeño sobre el suelo. El hermano pequeño de este último se acercó a Jongin y se le sentó en el regazo. Atónito, él observó de reojo cómo hacía saltar al niño sobre las rodillas.
— ¿Vives en Nueva York con el tío Soo? —le preguntó el niño de repente. Al escuchar aquellas palabras, el camión que Kyungsoo tenía en la mano se le cayó al suelo sin que pudiera evitarlo.
—No exactamente —respondió él. Al ver que el pelinegro se estaba sonrojando, sonrió—, pero sí que vivo en Nueva York.
— El tío Soo me va a llevar a lo alto del Empire State Building -anunció el pequeño con gran orgullo—. Voy a escupir desde un millón de metros de altura. Tú puedes venir con nosotros si quieres —añadió, con la típica magnanimidad infantil.
—No se me ocurre nada mejor que hacer —comentó Jongin mientras acariciaba suavemente el cabello del pequeño—. Tendrás que llamarme para decirme cuándo vallas.
—No podemos ir un día que haga viento —explicó el niño con la sabiduría de una personita de seis años—. El tío Soo dice que si escupes con el viento de cara terminas mojándote tú.
Las risas resonaron por todo el salón. Kyungsoo se levantó, tomó al niño en brazos y se dirigió a la cocina.
—Creo que queda un trozo de pastel. Vamos a alimentar esa bocaza...
La luz era tenue y suave, teñida de los colores del atardecer, cuando los hermanos de Kyungsoo y sus familias se marcharon. El cielo pareció comenzar a sangrar mientras el sol se hundía en el horizonte. El pelinegro permaneció sólo en el porche durante un rato, observando cómo el crepúsculo se iba transformando en una completa oscuridad. Las primeras estrellas comenzaron a titilar mientras los cantos de los grillos rompían el silencio de la noche.
Cuando regresó al interior de la casa, ésta parecía estar muy vacía. Sólo el tictac continuo del reloj evitaba la calma total. Se sentó en un sillón y observó el progreso de la partida de ajedrez que Jongin estaba jugando con su padre. A pesar de todo, se vio hipnotizado por los suaves movimientos de los largos dedos de él cuando agarraba cada una de las piezas.
—Jaque mate.
Tan completa había sido su abstracción que se sobresaltó al escuchar la voz de Jongin.
Yunho frunció el ceño y miró el tablero durante unos instantes. Entonces, se acarició la barbilla.
—Que me torturen, pero es cierto —afirmó, con una sonrisa, mientras encendía su pipa—. Sabes jugar muy bien al ajedrez, hijo. He disfrutado mucho.
—Yo también —comentó Jongin. Se recostó en su asiento y encendió también un cigarrillo—. Espero que podamos jugar a menudo. Deberíamos tener muchas oportunidades, dado que tengo la intención de casarme con tu hijo.