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Efímero por Leobluebox

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Notas del fanfic:

Hola ^^ es la primera vez que me animo a publicar un original. Espero que os guste :3

  - ¡Ven aquí!  
 
 
Marc corrió, y corrió, y siguió corriendo hasta llegar a la esquina de su casa y girarla. Se metió en el portal de la casa vecina, con el corazón golpeándole el pecho como si fuera un boxeador, la respiración agitada y el cuerpo empapado en sudor. 
 
 
Brad, su rubio, gordo y alto compañero de clase, se detuvo delante de él. Estaba inclinado hacia delante y, a parte de que sudaba como un cerdo, jadeaba mientras lo buscaba por la calle y le mostraba su asqueroso perfil. Dijo algo que Marc no escuchó y salió corriendo, con sus secuaces malvados detrás.
 
 
Marc estaba escondido tras la puerta y suspiró aliviado cuando se vio a salvo. Salió. No fue a casa; sabía que Brad estaría fuera, esperándolo como el líder gordo de un trío de la mafia, para usarlo de saco de boxeo hasta que escupiera las tripas. 
 
 
Se puso la capucha de la chaqueta y metió las manos en los bolsillos. Sus dedos sucios y llenos de barro de la mano derecha se cerraron alrededor de la pelota de baseball que le había robado al equipo de Brad. No había sido culpa suya que la pelota le hubiera golpeado la cabeza, tampoco que esa misma pelota llevara escrito su nombre «Marc Ferguson». 
 
 
Hacía meses que Brad y su pandilla se la habían robado mientas jugaba sólo en el parque. Por fin la había recuperado, aunque había sido perseguido durante largos minutos. No más, porque Brad aunque era un abusón, odiaba hacer ejercicio. 
 
 
Jugó con la pelota, lanzándola arriba y cogiéndola, caminando calle abajo. Llegó al parque, siguió caminando y se tiró sobre el césped recién cortado de las seis de la tarde. Eran finales de primavera, hacia un par de días que había terminado el curso y si se ponía bajo el sol la chaqueta lo agobiaba. Así que se la quitó, la aplastó y se la puso a modo de almohada. 
 
 
Se estaba mojando hasta los huesos cuando despertó. Se levantó corriendo y se cubrió con la chaqueta, abrochándola hasta arriba. Vio la pelota en el suelo y se debatió entre correr a casa, ponerse el pijama y escuchar la lluvia desde el otro lado de la ventana; y agacharse a recogerla aunque estuviera dentro de un charco de barro. 
Hizo lo segundo. Ya se había caído en barro seco cuando escapaba de Brad, un poco más no importaba si podía recuperar la pelota que le había conseguido su padre mientras estaba en Los Ángeles. 
 
 
John Ferguson viajaba mucho, tanto que solo estaba en casa el día de Navidad y, de sus diecisiete años de vida, solo había celebrado con él su noveno cumpleaños. 
 
 
Marc cerró el puño alrededor de la pelota y comenzó a correr camino a casa, con la lluvia aumentando y un relámpago reluciente rugiendo a su espalda. 
 
 
Resbaló, inclinándose hacia delante, soltándo la pelota y terminando con la cara pegada al suelo. Su nariz sangraba cuando levantó la cabeza.
 
 
  - ¿Estás bien? 
 
 
No lo tenía muy claro. El golpe había sudo bastante brusco y él no era precisamente fuerte ante el dolor. Se llevo la mano a la nariz y gimió al verse los dedos manchados de rojo. 
 
 
  - Sa...sangre. 
 
 
  - No, tiras pintura roja por la nariz -escuchó que decía esa persona con sarcasmo. 
 
 
Se levantó con ayuda de unos brazos desnudos y llenos de tatuajes, que le eran extrañamente familiares. Dio media vuelta y se encontró con un pecho envuelto en una camiseta estrecha de manga corta. Varios centímetros arriba estaban los ojos azules de Mike, con su pelo negro despeinado y el piercing del labio preso en su sonrisa burlona. 
 
 
  - Vaya pintas -se notaba a kilómetros que quería reírse-. Toma, métetelo en la nariz y mira hacia arriba.  
 
 
Cogió el pañuelo, partiéndolo en dos, se quedó mirando los trozos fijamente. Los arrugó y se metió un trozo en cada agujero, parando el sangrado. 
 
 
Mike comenzó a reírse, con sus dientes blancos brillando en la oscuridad y las carcajadas acompañando al sonido de la lluvia. 
 
 
Era mucho más que un chico tatuado, alto y con un carácter algo extraño. Mike era tres años mayor, estudiaba ingeniería en la universidad que había justo al lado de su casa, y era el hermano mayor de Brad. 
 
 
¿Quién podía siquiera imaginarlo? 
 
 
Marc lo veía todos los días quisiera o no, pasando por delante de su puerta con la mochila colgando de un hombro y los auriculares enganchados en los oídos. 
 
 
  - Ten cuidado de camino a casa. -le golpeó el hombro y se marchó, por el lado contrario al suyo. 
 
 
Solo recordaba haberlo visto tan cerca un par de veces, cuando había ido a casa de Brad a hacer un trabajo; que terminaba haciendo él solo. Lo observaba siempre y nunca dejaba de preguntarse como podían ser hijos de los mismos padres. 
 
 
Su madre le dio una larga charla sobre lo peligroso que era salir hasta tarde con una tormenta como aquella creciendo sobre la ciudad. Luego cenaron y se fue a dormir después de que ella le curara la nariz como es debido. 
 
 
Estaba desayunando a la mañana siguiente cuando llamaron golpeando la puerta. Insistentemente hasta dejó la tostada en el plato y se levantó. Su madre se había ido a trabajar una hora antes de que él despertara. 
 
 
  - ¡Abre, enano! 
 
 
La voz de Brad siempre era incordiante y si eran las ocho de la mañana era aún peor. Se asomó por la virilla de la puerta y movió la cabeza, negándose a si mismo el abrirle. 
 
 
  - No sé que le has dicho a mi hermano, pero me obliga a devolverte esta apestosa pelota. ¡Así que abre! 
 
 
Abrió la boca con sorpresa. ¡La pelota! No la había cogido antes de volver a casa. Pero si Brad la tenía, si Brad le decía eso y se la estaba llevando era porque Mike la había recogido por él. 
 
 
Al final decidió abrir. 
 
 
Brad le lanzó la pelota justo en la nariz, reavivando el dolor y riéndose como un cerdo. 
 
 
  - Disfruta el verano, Bailarín. 
 
 
«Yo al menos no estoy tan gordo como Santa Claus» Lo vio irse sin dejar de oírlo reír. Cerró la puerta y cogió la pelota del suelo, tocándose suavemente la nariz. Dolía mucho. 
 
 
Cuando la miró, vio la blanca superficie llena de barro, con su nombre tapado y algo más escrito debajo. Parecía que la mano sudorosa de Brad había arrastrado el barro por toda la esfera. 
 
 
Subió corriendo al segundo piso y entró en el baño de su habitación. Metió la pelota bajo el grifo. 
Cuando ya estaba limpia, buscó su nombre. Abajo había un número de teléfono. «Llámame»
 

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