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Schrödinger. por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Tal y como dice en el resumen, es el cumpleaños de Colonnello. Hace exactamente un mes que juré no volver mientras tuviera vacaciones, pero es que Colo-chan está bien bueno~~~

Era tarde, el sol se despedía y arrastraba la noche fresca y limpia. El Amo estaba retrasado. Colonnello sentía que su estómago no aguantaría, y una muerte por inanición no pintaría bien en el registro de defunción; el suelo, el mundo de abajo se le antojó. Verde, el amo, era excelente cocinando pero todavía no llegaba, y Colonnello no iba a servirse por sí mismo. Para eso estaba el Amo.

«No salgas», fue la orden dicha. Siempre la misma. El mundo de afuera no tenía nada que ofrecerle, decía. Además él estaría bien consumiéndose en ése sedentarismo tan… carismático. Rayos, no se le ocurrió mejor palabra para describirlo. Una vez, le pareció recordar, había salido en busca de aventuras para averiguar si lo que su dichoso dueño alegaba y perjuraba era cierto. Lo fue, pero una parte de su terco corazón decía que no todo podía ser tan malo, aunque después de aquella ocasión los resultados fueron un par de mordidas y rasguños. Le bastó para ceder en su empeño por codearse con otros seres como él. El Amo bien se lo decía, «no eres como el resto». Colonnello trataba de comprender por qué el resto no lo quería, después con la comida, el estambre o el rifle (porque era un gato militar de alcurnia), olvidaba por completo el asunto. «Que se pudra el mundo si es necesario, yo aquí estoy bien». Además, se sentía muy superior, quizá porque el mundo se extendía sólo por debajo del alfeizar.

 

Noche. Quizá las dos de la mañana. Definitivamente Colonnello iba a destruir el juego de cortinas nuevas que había en la sala. Verde se merecía eso y más. Así que Colonnello se dirigió con ceremonia a su objetivo, sonrió de lado…

Y adiós seda china.

 

Se limpió las manos sólo por el pretexto de querer hacerlo. Al salir al alfeizar y sacar aire en forma de nube por el viento frío escuchó un par de botes desprender un estrepitoso ruido al caer. Tomó sus aburridos ojos azules hacia abajo y se encontró con una persona. Ladeó la cabeza, tratando de ver más allá de los barrotes.

—¿Qué miras, pedazo de basura? –fue el murmuro que por cara de ofensa hurgó los delicados oídos de Colonnello.

—Te aprecio entre lo mismo, hey –sonrió. Se alegró de hacerse escuchar, un par de metros de diferencia y tendrían que hablarse a gritos.

El hombre de abajo sonrió y levantó ligeramente el borde de su sombrero negro, las luces del faro más cercano apenas si le daban crédito al color de su ropa.

—¿Buscas comida entre mis botes, hey? –inquirió, inclinándose y pareciendo el rey del mundo desde el barandal.

—¿Acaso son tuyos? Sabía que los mediocres gustaban de alterar las vías públicas –alegó.

—Esta es mi calle, hey. Yo hago lo que quiera con ella, así que puedes regresar por donde viniste.

El hombre soltó un bufido y dispuso la mano derecha sobre el bolcillo de su saco, y adjudicándose un cigarrillo a la boca, prendió la punta sin perder contacto visual.

—Así que eres uno de ellos.

—¿A qué te refieres, hey?

—Por ellos entiéndase grupo de imbéciles anteriormente conocidos humanos alterados genéticamente por otros quizá todavía más estúpidos que los resultados –tomó otro bocado de cáncer, exhaló el humo por el refilo de sus labios y sonrió.

—¡Qué dijiste, idiota, hey! –dijo Colonnello a voz casi de grito, se sostuvo con fuerza de las barras y estuvo a punto de saltar cuando las palabras de su Amo regresaron como cubeta llena de agua fría hacia él, frenó en un segundo y apretó la quijada, con los ojos entornados hacia el sujeto que había osado insultarle. A él y a su amo.

—Baja, y probablemente te lo explique con esferas de estambre –repuso con seguridad.

Dos motivos para actuar. Seguramente Verde no se molestaría por partir la cara de un rufián, puede que incluso lo premiara, por haber mantenido invicto el honor y la reputación de médico-alterador-genético.

—¡Eso haré, hey, y será sólo para dejarte en el suelo!

—Ése es mi plan, idiota –arrojó el cigarro al suelo y lo pisó con la punta del zapato, manteniendo una gallardía que a Colonnello le costaría caro.

Muy caro.

 

Dos minutos después, Reborn, el-hombre-al-que-Colonnello-no-pudo-romper-la-cara, descansaba sobre la espalda de Colonnello.

—¿Qué rayos eres, hey? –se quejó con la cara bien pegada al piso –. Yo debí derrotarte –movió la boca con pesadumbre, y le costaba pues el orgullo estaba atorándosele en la garganta y subía y subía.

—Tengo hambre –dijo –. Allá arriba, junto a tu cuna y tu biberón debes tener algo de comer, ¿no? –se puso de pie de un solo movimiento.

—Ahg, sí, quise decir, no, hey. No hay nada para ti en mi casa. Vete antes de que te arrepientas –dijo amenazadoramente, muy sentado todavía en el suelo donde fue apaleado.

—Con que así –lo miró de perfil –. Deseas una clase de libertinaje acá afuera, entonces.

—¡Yo no quiero nada contigo, hey! –se limpió la mejilla –. Además el mundo de los humanos es horrendo –soltó bastante malhumorado. Suficiente tenía con ser acribillado, pero otro tronco a la hoguera era precisamente tocar el tema del otro mundo –. Todos ustedes son iguales –murmuró más para sí mismo aún y cuando la oración iba para el hombre.

—Qué ridículo, generalizar no lleva nunca a nada.

—¡Tú empezaste, hey! –se incorporó, tratando de quitarse la vergüenza como sacudiéndose el polvo de la derrota.

—Pero yo hago lo que quiera –le extendió la mano –. Tramaré una tregua por un rato.

Colonnello levantó una ceja, desconfiando plenamente.

—No muerdo… -dijo el hombre, y le tomó la mano, estrecharon los dedos con caballerosidad –. Aunque tú sí.

Eso bastó para que Colonnello lanzara la mano de Reborn hacia el suelo, desgraciadamente ésta no se le desprendió.

—Sulfúrico –vaciló y se dio media vuelta –. Vamos, si me sigues no te aburres.

—¿A dónde quieres que te siga, hey?

—Es sorpresa.

—Odio las sorpresas, hey –miró hacia su hogar, todavía ni luces de Verde, se pensó seriamente en la propuesta del oscuro ser –¿por qué voy a confiar en ti, humano, hey?

—Ah –suspiró con cansancio –, veo que si no te muestro no cederás –se fue desprendiendo del sombrero negro.

—¿Mostrar qué…? Hey, tienes orejas –soltó sorprendido al ver unas curiosas orejas negras sobre la cabeza de ese sujeto –. Eso no lo esperaba, hey. Entonces… eres como yo –se le aproximó hasta que casi sus narices rozan una con la otra, el aliento del todavía extraño le resultó atractivo aún con el aire del tabaco envuelto en él.

—Claro que no –bufó y regresó su preciado sombrero sobre la hermosa cabellera negra –. Tu casa y la mía son diferentes –le miró de reojo –, en fin, si tanto prefieres jugar con tu mantita antes de dormir, allá tú –comenzó a caminar, contó 1, 2, 3…

—¡Espera, hey! ¡Voy contigo, hey!

El hombre de negro se detuvo e hizo de nuevo una invitación con el dedo mientras sonreía, el rubio volvió la mirada hacia el alfeizar, sacudió la cabeza y fue en pos de los pasos del moreno.

Al ir cambiando el camino, Colonnello se aventuraba todavía más, alejándose de Reborn que no lo perdía de vista. En un momento miró hacia atrás porque el moreno se había detenido frente a una puerta.

—¿Hey?

Reborn lo llamó con un movimiento de índice y el rubio se le acercó, había un olor almizclado detrás de esa puerta.

—¿Aquí vives, hey? –no era precisamente un lugar salubre ni de barrio decente, pero ¿qué esperaba? Casi le recordaba al videojuego que su amo tenía arrumbado por allí, «el perro del infierno», donde un tal Akira había sido… por un hombre con nombre traducido a cadáver…

—En esta parte de la ciudad incluso cae lluvia ácida –se burló, queriendo expresar en palabras lo que el otro pensó. Colonnello, con el estremecimiento azotándole la espina y sus vellos erizándose entró.

La ingenuidad es la arcilla de los artistas sádicos.

Una caja. Y dios sabe cuánto adoraba Colonnello las cajas, estaba agachándose para emprender una aventura entre cuatro paredes de cartón cuando el moreno le haló por la cintura. De nuevo ese olor que enrarecía el aire se coló en sus fosas nasales. Comenzó a marearse y empeoró cuando Reborn le acercó una bolsita parecida a un sobre de té.

Colonnello la untó en su nariz, dejándole restos muy chiquitos de una planta cuyo nombre no sabía, se perdió en esa esencia y no prestó lucha ante el moreno que aprovechaba el idiotismo para abrazarlo y lamerle la clavícula. Entre la bolsita y las manos de Reborn, Colonnello sentía placenteras cosquillas. Quería más. Más.

—¿Qué es? –entre susurros entre cortados logró preguntar.

—¿Tu amo de pacotilla nunca te lo había dado? –una risita y un beso en la boca. Colonnello se retorcía, quiso alejar sus labios y al mismo tiempo volver a sentirlos sobre los del moreno. ¿A esto se refería ese gato negro con lo de mostrarle el mundo? Era una sensación peligrosa, una que descendía conforme su sangre se agolpaba en su entrepierna. El peligro y el placer emanaban de un mismo ente.

Su fuerza flaqueó, estaba tan cerca de Reborn al punto que su calor le aturdía los sentidos. Deslizándose por la pared para terminar en el piso, Reborn descendió a la cintura de Colonnello que continuaba deleitándose con la hierba gatera. Las cosas estaban presentadas en un lindo plato para él solo. Enterró la cabeza entre las piernas temblorosas del rubio que gimió enloquecedoramente cuando la felación le arrancó su primer orgasmo. El gato propiedad de Verde era la encarnación del celo y la sensualidad. Minutos después era Colonnello el que ponía en práctica, así, la boca se pasó, primero, con lentitud y con algo de vergüenza. Su concentración y su libido rozaban agradablemente. Su lengua color rosa se pasó con rapidez en los testículos del moreno y éste a su momento enredó los dedos entre los finos cabellos rubios. Un baile oral hasta el irremediable momento en que Colonnello tuvo seda blanca mezclada con su saliva.

Quería más. Se trepó sobre la cintura del gato callejero que le atrajo por la nuca para untar sus lenguas mientras sus pelvis se untaban precozmente. Reborn lo lanzó y Colonnello quedó boca abajo.

Ahhh… Mnnm… -sentía la expectación, la virilidad de Reborn tocando su puerta. Tentativas. Provocaciones.

—Menuda puta –se regodeó Reborn mientras le metía dos dedos –. Estar así –le mordió la oreja hasta sangrarla. Los dedos allí dentro sintieron una deliciosa contracción. Entró bruscamente, Reborn no dejó brecha. Le mordió el cuello, con únicas ganas.

Colonnello se sumió en esa brutal fuerza. No dejaba de besarlo en la espalda. Su corazón latía sin ventura, frunciendo los apetitosos labios. Creyó morir en ese instante. Experimentó una muerte, pero fue tan nimia que bien podría olvidarla tiempo después.

 

 

El moreno ya iba a levantarse, pero fue detenido porque intempestivamente Colonnello lo pegó al piso. Y tomando la virilidad ajena la encajó en sí mismo. La cavidad estaba húmeda y escurría el semen de Reborn. El rubio necesitaba todavía mucho más para saciar la hambruna. No había que entender nada, su mente estaba hecha humo y se regodeó en una dicha sensual cuando la hombría del gato negro volvió a endurecerse. La sonrisa en sus labios era provocadora y exquisita.

—Mmm –gimió de placer.

 

Horas después Colonnello caminaba por la solitaria calle, con Reborn delante. Se rascó la nuca y se dio cuenta de que más de un gato callejero estaba atento viéndolo caminar. Era incómodo así que se apresuró a darle alcance.

—¿Sigues molesto, hey?

—Quieres regresar –mordió y de nuevo se levantó el tema de discordia.

—Pude hacerlo solo –replicó.

—¿Con todos ellos tras tu culo abierto? –le miró de soslayo y esquivó un golpe que tenía todo su nombre dedicado.

—¡¿por culpa de quién crees?!

—Tu amo, el científico loco, es todavía más estúpido que tú si nunca te dio lo que yo te di.

Comenzó una llovizna y los dos permanecieron frente a la casa de Colonnello, sorpresivamente le parecía más pequeña y eso sólo era porque hacía unas horas… ladeó la cabeza y a sus espaldas escuchó la voz de su amo.

—Con que aquí estabas –el paraguas ocultó la silueta de Verde. A Colonnello le brillaron los ojos y eso molestó mucho a Reborn –¿Tú qué haces aquí, bastardo? –frunció el ceño. No tuvo que cavilar mucho, en la próxima esquina había una docena de gatos humanoides cuyo único faro era el rubio. Verde suspiró y llevó dos dedos a su entrecejo. –. Así que ya se conocieron.

—¿Hey? –Colonnello los miró a ambos intercaladamente –¿De qué hablan, hey?

—Creí que me había deshecho de ti hacía años.

—Siempre estaré dos pasos delante de ti, científico de cuarta.

—¿Por qué no te buscas tus propios juguetes?

—Lo ajeno siempre llama mi atención.

—Vulgar ladrón.

—Bruja.

—¡BASTA LOS DOS, HEY!

Ambos dirigieron su atención al rubio.

—Quiero una explicación, hey.

—Cada década este zoquete busca quitarme lo que es mío.

—Demasiada confianza y yo me aprovecho –sonrió Reborn.

—Sigo sin entender –intervino Colonnello con impaciencia –. Amo, ¿de dónde conoce a este gato negro?

—¿Gato? –preguntó entre perplejo y divertido –¿Eso te dijo? –y reparó en las orejas negras que sobresalían del sombrero.

—Ah, soy un engatusador. No un gato. Esa conclusión la sacaste tú solo –se desprendió de las orejas como si cualquier prenda fuera y a Colonnello le surgió rojo en el rostro… pero de ira.

—¡LOS ODIO A LOS DOS, HEY!

Notas finales:

*Usé "Hey" en lugar de Kora, porque se ve muy malote.
** Los comentarios es combustible que no daña al medio ambiente. Apoyemos el desarrollo sustentable. (?)


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