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La caótica vida de la Familia Real por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

**Aviso: Hay palabras que estarán mal escritas a propósito. (Las disculpas del caso)

Pueden pasar cosas incoherentes, pueden surgir muchas dudas que se quedaran así….

Las edades en apariencia (en años humanos) son así:

Allan: 10 y ½

Julielle: 10 años

Gerald: 10 años

Sophie: 9 y ½  

Yuuri: dejémoslo en 25 años al igual que Wolfram.

Wolfram bebé: un añito más o menos :3

El personaje de Alexis tendría unos 25 años… (perdon por la confusion)

Los demás personajes siguen igual, tal vez una que otra arruga sin importancia.

(es difícil calcular con las edades de un Mazoku porque no aparentan demasiados)

Dicen que en la vida ocurren cosas inexplicables. Vivir con Anissina von Karbelnikoff es tener que acostumbrarse a ello.

En el centro de una enorme mesa en medio del salón de reuniones yacía un bebé ataviado con las ropitas de Allan que se habían conservado de recuerdo. El conjunto consistía en un overol de algodón azul, blusita blanca de revuelos, calcetines blancos de revuelo, zapatitos azules y un gorrito de osito de felpa. Toda una monada, el bebé más hermoso que se había visto en el castillo en mucho tiempo. Tenía unos enormes ojos verdes con largas pestañas que cuando te veían directamente te hipnotizaban y derretían el corazón, y sus rizos dorados le caían grácilmente por el contorno de su carita redondita de mejillas sonrosadas. Su sonrisita era un como un imán de miradas y atenciones, y cualquier gesto que hacía con su pequeña boquita o con sus diminutas manos resultaba adorable.

Si, el hermoso bebé no podía ser nadie más ni nada menos que el Rey Consorte de Shin Makoku; el atractivo Wolfram von Bielefeld.

 

 

El bebé más adorable del mundo II

 

 

Presa de una energía nerviosa, Yuuri se paseaba de un lado a otro como león enjaulado a lo largo del amplio salón de reuniones, aún estaba tratando de entender lo que estaba pasando. Una mesa larga estaba en el centro con varias sillas delante, cuyos ocupantes eran todos los miembros de su familia y allegados, que a su vez no apartaban la mirada del bebé que estaba sentado en medio de ésta. La causante de sus constantes dolores de cabeza estaba sentada frente a él, revisando su libro de magia.

—¡Convertiste a mi esposo en un bebé, Anissina! —repitió Yuuri por enésima vez para hacer hincapié en la gravedad del asunto, casi sin aliento y temblando de manera visible.

La inventora miró al rey por encima del libro en el que estaba sumergida antes de asentir débilmente con la cabeza. Se había refugiado tras un escudo de indiferencia para evitar contestar a su incansable interrogatorio. Era mejor quedarse callada, el Maou estaba muy serio aquella mañana y eso no era bueno.

—¿Y ahora qué?, no pienses que permitiré que mi esposo se quede así… eso sería…

Yuuri abandonó por un momento sus intentos de obtener respuestas y en vez de eso se imaginó su vida unido en matrimonio con un bebé que era incluso más pequeño que sus hijos. En dado caso, cuando Wolfram volviera a cumplir la edad necesaria para casarse, él ya se habría convertido en un hombre de edad muy madura. ¡Santo cielos! El mero hecho de imaginarlo le había causado una leve taquicardia.

—¡Ahhh! —Con el grito se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Eso suena tan descabellado!

Anissina volvió a levantar la mirada con total tranquilidad. Estaba acostumbrada a la aprensión del Maou en esos casos. Iba decirle detalladamente lo que opinaba al respecto pero lo pensó mejor al ver la expresión de desazón que oscurecía el rostro del Maou.

Él torció el gesto al notarlo.

—Descuide, debe haber una manera de reinvertir el hechizo —musitó Anissina sin despegar su vista de las páginas del libro. Yuuri expelió un suspiro de frustración.

Gwendal tenía un semblante totalmente serio, sin terminar de creérselo. Cuando finalmente habló, había un tono de resignación en sus palabras.

—¿Y qué era realmente lo que querías lograr?

—Comunicarme con los infantes —le respondió su esposa—. Juro que revisé los ingrediente cientos de veces, no entiendo que pudo haber salido mal.

—Nada te salió mal, madre —dijo Gerald con aquella manera de hablar tan clara e intelectual que tenía, al tiempo que se ajustaba los anteojos—. La pócima funcionó, sólo que malinterpretaste los resultados. El tío Wolfram puede, efectivamente, entender a un infante porque él es uno de ellos. De eso se trataba desde el principio.

—Ahora entiendo —secundó Hilda, la esposa de Conrad. Todas las miradas se posaron en la muchacha de corto cabello rosa y ojos color fucsia—. Es porque a esa edad uno está en pleno aprendizaje, se aprenden patrones de conducta y se imitan comportamientos. No se posee un lenguaje en concreto todavía.

Hubo una conmoción general de entendimiento, como si un viejo misterio finalmente hubiera sido solucionado.

—Buena deducción, Gerald —El alzamiento de una ceja delató la admiración oculta que Anissina sentía por la sabiduría de su hijo—. Gracias por explicárnoslo, Hilda san.

—Gerald, ayuda a tu madre a buscar una solución —ordenó Gwendal tras soltar un suspiro.

El chico de los cabellos rojos como el fuego ardiente y de ojos azules asintió con la cabeza.

—De hecho, hace tiempo memoricé el libro que sostiene mi madre y sé la solución —dijo engreídamente, se sentía orgulloso de su inteligencia.

Yuuri llegó corriendo hasta él en ese instante y lo abrazó brevemente.

—Por favor que sea rápido, sobrino —le pidió sujetándole por los hombros y sacudiéndole un poco—. ¡Eres el único en el que confío!

Anissina desvió su mirada del libro con una dosis de ironía, molesta por la forma tan clara de expresarse que empleaba el Maou.

—No será rápido exactamente —advirtió Gerald, moviendo la cabeza negativamente. La fugaz esperanza de Yuuri se desvaneció enseguida—. Reinvertir el hechizo no será tan fácil como nos imaginamos. Significa que se tiene que hacer una nueva pócima con ingredientes poco usuales que contrarrestan los efectos de ésta.

—Eso significa que los ingredientes serán difíciles de conseguir —Yuuri leyó la duda en el rostro de su sobrino—. Dime, ¿qué tanto?

Todavía en shock, Allan y Julielle estaban demasiado ocupados con la vista fija en el nuevo miembro de su familia, no tenían oídos para nada más.

La pequeña Sophie, la hija de Conrad y Hilda, estaba encantada con el bebé y le hacía mimos que el pequeño respondía con tiernas risitas. Gunter y Alexis tenían el entrecejo fruncido, pensativos. Conrad, como siempre, conservaba la calma.

—Pues… —Cuando Gerald comenzó a responder aquella duda, todas las miradas se enfocaron en él.

—¿Pues, qué? —Yuuri se inclinó sobre su sobrino, impaciente.

Gerald actuó con normalidad, pese a que sentirse incómodo ante el intenso escrutinio al que le sometieron. Finalmente, carraspeó para aclararse la garganta y lo soltó.

—Para contrarrestar las gotas de la fuente de la eterna juventud es necesario comer del fruto de la sabiduría, porque la sabiduría es lo que adquirimos a lo largo de nuestra vida y conforme a los años que transcurren.

—La vieja leyenda del fruto de la sabiduría —atajó Gunter, que lo había comprendido todo con facilidad. La lógica se hacía presente y de manera contundente—. Se dice que después de tres extenuantes días de viaje a través de las montañas Crozz en territorio Rocheford, se encuentra el huerto custodiado por un Viejo Sabio encargado de evitar que cualquiera arranque de sus ramas ese fruto sagrado. Se dice que la persona que desee obtener el fruto deberá pasar por una prueba muy difícil, una que pocos han logrado cumplir.

Al principio, Yuuri pensó que Gunter no debía de estar hablando en serio, pero después se dio cuenta de que sí. En otras circunstancias esto habría sido lo último que se le hubiese ocurrido, pero con lo que habían vivido últimamente, cualquier cosa era posible.

«Una prueba que pocos han logrado cumplir» Yuuri por fin ocupó su silla y apoyó la mano en la barbilla en actitud reflexiva. Con los ojos cerrados, se esforzó por estructurar sus pensamientos de algún modo, con el fin de poder medir y comparar las diversas alternativas que tenían para regresar a Wolfram a la normalidad.

—Pero hasta ahora eso había sido sólo un mito —soltó Conrad antes de pasar a concentrarse en entretener a su hermanito.

La mayoría dieron un respingo nervioso por las palabras del castaño. Pero Gwendal seguía sentado sin moverse, mientras que Yuuri continuaba ensimismado.

Sólo hasta que escuchó algo que no le gustó para nada, y abrió los ojos.

—Ven acá, hermoso. ¿Quién es mi hermanito consentido? —Conrad le hablaba al bebé con voz mimosa, extendiendo los brazos hacia él. El pequeño le respondió riendo y tendiéndole los brazos y, puesto que no parecía dispuesto a rendirse, Conrad acabó sentado en una silla, con Wolfram en el regazo—. Sí, eres tú… A ver bonito, di: Conrad.

Más de un par de ojos lo observaron con antipatía, entre ellos y los más destacados estaban un celoso hermano mayor y un posesivo esposo.

—~¡¡Conlato…. Conlato!!…~

Balbuceó el bebé Wolfram a duras penas y le sonrió a su querido ''Coni-chan'' con una ración extra de entusiasmo, a lo que el castaño reaccionó encantado.

Gwendal se quedó mirándolos atónito. Aquella no era precisamente la reacción que esperaba. Se suponía que él era el hermano favorito, el ''Aniue''. Tendría que reclamar su lugar de inmediato por lo que se levantó decidido de su asiento.

—Mi querido Wolfy, ¿quieres venir con el hermano mayor más genial?

La propuesta pareció atraer al adorable bebé, pues empezó a manotear en cuanto vio quién se les acercaba.

—~¡Siiii!~

—Eso es —Gwendal estaba contento de que Wolfram lo hubiera entendido—. ¡Soy yo, tu querido hermano mayor, Gwendal!

—~¡Güenda, Güenda!~ —Wolfram emitió un gorjeo de asentimiento y dio unas palmaditas de entusiasmo, al parecer estaba orgulloso de sí mismo por haber emitido a duras penas el nombre tan complicado de su hermano.

A Conrad, por supuesto, no le cayó nada en gracia, y se los quedó mirando de brazos cruzados con una sonrisa inusual, brillante que, a pesar de su galanura, no se repitió en sus ojos mordaces.

—¿Ah, sí? —masculló Conrad con cólera reprimida, al tiempo que se acercaba a ellos y volvía a extender los brazos para coger a Wolfram—, pero el hermano mayor que estuvo a tu cuidado la mayoría del tiempo es más genial, ¿verdad, mi honey-chan?

—~¡¡Coni-chan, Coni-chan!!~ —repitió Wolfram.

Las miradas de Gwendal y Conrad se cruzaron en una batalla sin armas, los únicos ataques que se intercambiaban venían del fuego en sus ojos.

—¿De veras? —inquirió el mayor de los tres hermanos con el mismo tono de frialdad, pero ardiendo por dentro.

Wolfram estaba muy contento al ver que atraía tanta atención, pero empezó a patear salvajemente en cuanto vio algo que le llamó más la atención: Los listones de Julielle.

—Tú lo has de saber perfectamente —gruñó Conrad con voz bronca después de que su hermanito fuese arrebatado por segunda vez de sus brazos. Estaba tan enfadado que sentía deseos de zarandear a Gwendal.

El salón de juntas se tornó frío y oscuro. Olía a peligro: un escenario que estaba destinado a acabar mal. Wolfram seguía insistiendo con suaves gemidos de inconformidad. Ninguno de los dos lo advirtió. Ni siquiera cuando Conrad lo volvió a reclamar entre sus brazos.

—¡Wolfram me prefiere a mí, Gwendal!

—¡Te equivocas, yo soy su querido hermano mayor, que te quede claro!

Las respectivas esposas de ambos hermanos se les quedaron viendo como quien ve a un par de locos en la calle. La escena era tan cómica e inusual, que los menores observaban sofocando la risa a duras penas. También reía Gerald, aunque débilmente y como si estuviera distraído. Alexis casi se echó a reír, pero se tapó la boca con la mano para disimular. Gunter sintió cierta vergüenza ajena.

Por otro lado, molesto por la falta de seriedad de ese par, Yuuri se puso a tamborilear con los dedos sobre la mesa mientras soportaba su parloteo. Pero el juego ya no le estaba gustando al bebé Wolfram; pasaba de unos brazos a otros como si fuera un muñeco de trapo y eso lo empezaba a enfurecer. De repente, ya no pudo más.

Y se puso a llorar.

—~¡¡BUAAAAAAAAH!! ¡BUAAAAAAAAAAAH!~

El llanto exageradamente profundo de Wolfram alarmó a todos los presentes y terminó de enfurecer al ya demasiado celoso Maou.

—¡Suficiente! —Yuuri se puso de pie y fue a reclamar lo que le pertenecía, mientras Gwendal seguía intentando que se quedara quieto—. Dame a mi esposo, Gwendal. En la vida de Wolfram ya no habrá jamás otro hombre aparte de mí.

A regañadientes, Gwendal le entregó su preciado hermanito al ''ladrón''.

La atracción física fue inmediata. En cuanto Wolfram estuvo en los brazos de Yuuri, dejó de llorar del todo y se entretuvo en contemplar con ojos brillantes aquel rostro nuevo que se presentaba ante él, sus mejillas de ruborizaron aún más. Yuuri se sintió engreídamente satisfecho con los resultados.

—¿A que sí, mi amor?, yo soy tu favorito —Yuuri hundió la nariz en los pliegues del cuello del pequeño, que rompió a reír encantado.

—Por supuesto que no, yo soy su favorito —masculló Conrad por lo bajo, con una pizca de enfado en su voz.

—Estás en un error, soy yo su querido hermano mayor —replicó Gwendal en tono cortante.

Yuuri sonrió triunfal.

—¿Quieres decir el nombre de tu favorito, cielo? —siguió alardeando—. Es: ''Yuuri''

La cosa se ponía cada vez más interesante. El bebé Wolfram agitó sus largas pestañas un par de veces, tal vez pensando su respuesta. Finalmente, formó una sonrisa traviesa.

—~De-de…~ —musitó con dificultad.

Un silencio expectante se asentó en el salón en cuanto el bebé abría su boquita para exteriorizar unos cuantos balbuceos.

—~De-de…~

Las cejas de Yuuri se arquearon y esperó.

—~¡¡Debihucho-debihucho!!~ —dijo Wolfram finalmente, riendo.

Yuuri hizo un mohín decepcionado.

—¡Wolf, no me digas debilucho! —pidió con toda la autoridad que le era posible, aunque el efecto no lo lograba si iba unido a los ojos ligeramente humedecidos con los que lo miraba en ese momento, asombrado ante tal audacia.

El salón de reuniones estalló en risas, Gwendal incluido, mientras advertían divertidos cómo Yuuri se ponía rojo como la grana. Parecía incapaz de decir o de hacer algo, de expresar adecuadamente su crispación.

—Oh, sí —Gwendal no se molestó en disimular su diversión—. Se nota que aunque sea un bebé, Wolfram sabe quién es quién.

Los labios de Yuuri se curvearon hacia un lado, era más un tic nervioso que una sonrisa. Entretanto, bebé Wolfram se entretenía jalándole el cabello, parecía que quería quedarse con algunos mechones porque se lo jaloneaba con bastante insistencia.

—Pórtate bien, amor… —Yuuri le hizo arrumacos al bebé y le dio un sonoro beso en la mejilla, cosa que lo puso quieto y más contento.

En cuanto a Allan y Julliele, a ellos se les hacia sumamente raro ver a sus padres así, uno adulto y el otro siendo un bebé. Era extraño y vergonzoso al mismo tiempo, pues estaban acostumbrados a ser testigos de los constantes besos y abrazos que intercambiaban ese par, demostrándose el amor que se tenían mutuamente.

—Ya, pero hay que buscar una solución cuanto antes. —La voz seria de Julliele clamó a la compostura. Su hermano mayor, que estaba a su lado derecho, cruzó sus manos detrás de su cabeza y se apoyó en el respaldo de su silla, pensativo.

La estancia quedó en silencio. Allan separó los labios para hablar, pero frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Y eso no es todo, prima —advirtió Gerald, el único que se había mantenido neutral ante el cómico suceso anterior. Algo en su tono resultaba alarmante—. El hechizo tiene un límite de tiempo. Si no se cumple, corre el riesgo de quedarse así para siempre

En efecto, era una situación algo peligrosa. Una expresión de miedo surcó el rostro de Julliele y enseguida dio paso a una mueca de desconcierto.

—¿Cuánto? —preguntó.

—Una semana.

Los ojos azules de Julliele se llenaron de lágrimas sin dejarlas salir. La expresión de los demás  reflejaba claramente que la noticia los había desconcertado.

Yuuri se quedó atónito, boquiabierto. Aquello era mucho peor de lo que jamás habría podido imaginar. De ninguna manera concebía una vida sin Wolfram, aunque lo conservara como un bebé, no sería lo mismo. Wolfram era su compañero, su maestro, su mejor amigo, su amante, su todo. Estaban en su mejor etapa matrimonial y hasta habían hablado de concebir a su tercer hijo pronto; y no sólo lo necesitaba por eso, lo necesitaba porque era el padre de sus dos hijos, porque era el que imponía disciplina, porque era el más estricto, el consejero por excelencia. ¿Qué sería de su familia sin Wolfram? La respuesta era nada, absolutamente nada.

Y cuando observó la expresión preocupada de sus hijos, algo ardió en sus venas llenándolo de determinación.

—Pues bien, mito o no el único camino que nos queda es buscar esa misteriosa fruta de la sabiduría y obtenerla como sea —decidió Yuuri ya poniéndose serio y con Wolfram todavía en brazos—. Serán tres días de viaje y otros tres para volver, seis días en total. Si partimos ahora lo haremos a tiempo. Y les juro que traeré esa fruta cueste lo que me cueste. La pregunta ahora es: ¿Quién me acompaña?

Durante casi un minuto reinó un silencio tan mortal que se hubiera escuchado caer un alfiler. Yuuri entrecerró sus ojos y frunció el ceño a sus cuñados, demandando apoyo sin palabras con su feroz mirada.

Ninguno pareció afectado por su intimidación. Se miraron como esperando cada uno a que el otro reaccionara.

—Buen viaje, Majestad —soltó Conrad por respuesta—. Me quedaré al cuidado de Wolfram mientras tanto.

—Y hay reuniones diplomáticas esta semana en agenda por lo que tendré que cubrirlo si se arriesga a ir a ese viaje. —Gwendal también se negó a acompañarlo sutilmente.

Lo que en verdad quería ese par de traidores era aprovechar el tiempo en el que Wolfram duraría en ese estado para hacerle más arrumacos y saber de una vez por todas quien de los dos era su hermano favorito.

Yuuri masculló algo ininteligible mientras se esforzaba por mirarlos con tanto encono e irritación como le era posible, a lo que ellos sonrieron con más gana aún. El resto se quedó allí sin decir nada, mirándose entre ellos.

—Iré yo con usted, Majestad.

Todos alzaron la mirada hacia Gunter, asombrados. El Consejero Real esbozó una de sus sonrisas tan atractivas y alentadoras mientras se levantaba de su asiento. Yuuri ya no estaba molesto; sólo sorprendido y aliviado.

—Gracias, Gunter.

Anissina levantó la mano y Yuuri le dio la palabra.

—Y dado que yo fui la causante del problema, me ofrezco para acompañarlo, Majestad.

A la inventora le brillaban los ojos, estaba emocionada por emprender aquel viaje tan educativo. Yuuri torció la cabeza, no parecía demasiado convencido.

—…ejem… De acuerdo.

Julielle y Sophie se miraron una a la otra y la tensión se hizo añicos con unas sutiles carcajadas de nerviosismo. La tía Anissina era genial, pero muy peligrosa. Temieron por la seguridad de quienes tendrían que viajar con ella por seis días seguidos. A ver si no se le ocurría experimentar con ellos durante el camino.

Mientras tanto, Wolfram jugaba con un botón de la chaqueta de Yuuri, aquel objeto dorado le había llamado más la atención. Estaba muy entusiasmado con ese fantástico juguete brillante, que intentaba por todos los medios hacerlo suyo.

—Bueno… —Yuuri profirió un suspiro antes de continuar—: lo importante aquí es que no debemos perder tiempo. Vamos a… —Sus palabras fueron interrumpidas por otra persona que habló con un tono más alto y jovial.

—¡¡Hola familia, ya regresamos!!

Era una voz bastante familiar la que resonaba desde algún lugar a sus espaldas. Todos los presentes se movieron de sus asientos o sencillamente alzaron la cabeza para ver de quien se trataba. Julielle se giró y vio que debajo del umbral de la puerta había dos figuras. Al reconocerlos, gritó de alegría.

—¡Abuelitos!

Los chicos corrieron a abrazarlos, amontonados unos a otros. El pequeño Wolfram también quería un abrazo, y se removió inquieto con los brazos extendidos.

—¡Hola, mis niños! —saludó Cecilie a todos sus nietos—, ¡Que alegría verlos! ¿Qué hacen todos aquí? ¿Acaso planean una rebelión o algo así?

Sosteniendo a un impaciente bebé, Yuuri dio un paso adelante, y entonces se quedó petrificado al ver al acompañante de Chéri sama: Su papi-suegro. Un miedo repentino hizo que se le encogiera el estómago.

¡¿Como le explicaría al ogro de su suegro que había permitido que Wolfram se convirtiera en un bebé, sabiendo lo receloso y cuidadoso que era con él!? ¡Maldición, si a duras penas podía besarlo en la boca cuando estaban en su presencia!

—«Cálmate, actúa normal»—, se ordenó.

Perturbado porque aquel hombre tan intimidante lo miraba fijamente, Yuuri desvió su atención hacia su suegra. Aunque estaba más bronceada, Chéri sonreía de felicidad.

—¿Terminaron su viaje? —dijo con lo que pretendía ser un tono casual, aunque salió algo tembloroso para su gusto.

La mirada que le dirigió Willbert podía interpretarse fácilmente como que no estaba allí para contestar preguntas estúpidas, aunque a Yuuri le pareció una preocupación válida. Lo cierto era que habría preferido mantener en secreto el ''pequeño incidente''

Fue entonces que, enojado por no haber recibido su abrazo, Wolfram volvió a estallar en llanto. Cecilie advirtió que ese llanto se le hacía conocido, demasiado conocido para su gusto. Recorrió el salón con la mirada y arqueó las cejas al localizar a la pequeña figura del bebé. En seguida, los labios se le curvaron en una media sonrisa pero no dijo nada y dirigió una mirada interrogativa a su hijo político.

—Pues sí, decidimos regresar… —replicó con tono absolutamente tranquilo, luego miró de reojo a su esposo—. Cariño, ¿cuántos meses estuvimos de viaje esta vez? —preguntó sólo por si las dudas.

—Dos meses —afirmó Willbert, haciendo esfuerzos por mantener firme la voz, pero sin conseguirlo del todo. Una inquietud muy fuerte invadía su cabeza desde que ingresara a la sala de reuniones.

«¿Qué hacía un bebé tan parecido a su hijo en los brazos de su yerno? Era técnicamente imposible que Wolfram hubiera mantenido en secreto que estaba en espera. Y en todo caso, un bebé no crece tanto en dos meses. Imposible»

Al lado suyo, Cecilie había llegado a la misma conclusión.

Respirando profundamente, Yuuri clavó la mirada en el suelo y trató de reunir el valor que necesitaba para lo que debía hacer.

—Queridos padre y madre —le pareció correcto dirigirse a ellos con sumo respeto—, hubo un pequeño… un ligero accidente y… pues… verán…

—¡Ese bebé es mi hijo Wolfram! —exclamó Cecilie, señalándolo loca de emoción.

Era imposible que aquello terminase bien. Yuuri no quiso verlo siquiera. Cerró los ojos y se limitó a esperar a que su suegro se desahogase, reprochándose internamente el no haber hecho algo más por evitarlo.

Pero nada.

No había oído ni un solo grito ni un solo insulto. Costaba creerlo ¡Gracias al cielo!

Cuando por fin abrió los ojos, la mirada de Yuuri se posó sobre su suegro, quien lo miraba a su vez sin esbozar ninguna expresión. Aquello era mucho peor, era algo más inquietante que cualquier gesto.

Para no darle más vueltas al asunto, Yuuri tragó saliva y asintió con rapidez.

—Sí, el bebé es Wolfram.

Entonces Willbert arqueó una ceja. No podía asegurarlo, pero tenía la impresión de que le había divertido su respuesta.

—¡Lo sabía! —Cecilie dio unos pasos hacia Yuuri. Wolfram había dejado de llorar y ahora estaba chupándose el pulgar y con su mantita en el brazo—. ¡Ven acá, mi cielito lindo!

Yuuri se tranquilizó un poco por la reacción de su suegra. Las mujeres eran menos peligrosas que los hombres. Pero, por si acaso, se mantuvo a la defensiva. Cecilie cogió a Wolfram y comenzó a alzarlo en sus brazos de arriba abajo como si fuese en un avión a lo que el pequeño respondía con graciosas carcajadas. Se estaba divirtiendo de lo lindo.

—¿Pero cómo? —preguntó Willbert con dificultades para asimilar las sorprendentes noticias al tiempo que se acercaba a su esposa e hijo.

—Pues…

Unas cuantas miradas acusatorias y todo se aclaró. Anissina desvió la mirada con un sonrojo de vergüenza en el rostro. Pero Cecilie no parecía afectada, estaba divirtiéndose mucho con la situación, riendo a carcajadas.

—¿Y cuanto tiempo durará el efecto? —preguntó la ex reina entre risas.

—Siete días —respondió Anissina con prontitud. Ya era tiempo de enfrentarse a las consecuencias de sus actos, se dijo.

Pese a todo lo que se pudiera creer, la expresión de ambos padres fue de decepción.

—Oh, ya veo —musitó Cecilie, desilusionada—. Pues entonces debemos aprovechar esta semana, ¿verdad, Will? —indicó con ese tono de voz tan especial que lo hacía sentir como un hombre enfermo de amor, a lo que Willbert asintió encantado.

—Apuesto a que el abuelo Willbert fue un papá estupendo —dijo Julielle convencida de sus palabras. Debió serlo, pues como abuelo era sumamente cariñoso y divertido.

—Y lo fue querida, a pesar de todo lo fue —se limitó a responder su abuela sin darle mayores detalles.

La situación que antes parecía ser una pesadilla se había convertido en una segunda oportunidad para Willbert y Cecilie. Cuidar juntos de su hijo, de ese bebé que era el fruto de su amor, era lo que ambos habían deseado en secreto por años. Porque en el pasado las cosas no salieron como las habían planeado.

—Pues entonces está decidido —Yuuri asintió, y luego se apartó de Cecilie para detenerse ante su suegro—. Se los encargo mucho, Willbert san. Haré el viaje para obtener el fruto que necesitamos para la pócima que reinvertirá el hechizo, Gunter y Anissina san me acompañaran. Será un viaje de seis días.

Yuuri hubiera preferido que Willbert continuara inexpresivo. Ese inicio de sonrisa en el costado izquierdo de su boca lo hizo sentirse más inquieto. Su suegro no solía ser tan amable a no ser con sus propios nietos y los primos de éstos.

Sorpresivamente, el ex Maou le puso una mano sobre el hombro antes de atraerlo con un poco de brusquedad y darle un abrazo.

—¡No te preocupes, hijo, ve con cuidado! —le dijo en voz alta para que todos pudieran escuchar, pero enseguida bajo el tono de su voz, y le susurró al oído algo que le crispó los nervios—: Sería interesante que no consiguieras ese fruto, Shibuya. Así yo recuperaría del todo a mi hijo y el tiempo que perdimos juntos.

Yuuri se quedó quieto, como si lo hubiesen convertido en piedra, luego agarró a su suegro por los hombros y se precipitó hacia él, obligándolo a inclinarse peligrosamente hacia atrás.

—Mi querido suegro… —le susurró con sutil amenaza—, le dejaré al bebé por una semana porque considero que en este estado le pertenece. Sin embargo, el Wolfram mayor es todo mío, en todos los sentidos. —subrayó la palabra «todos»—. Todo, todo mío por el resto de nuestras vidas.

Willbert se inclinó hacia Yuuri para encararlo.

Una nueva guerra de miradas se llevó a cabo entre Yuuri y Willbert. Pero esta vez, parecía que ambos habían elevado su ki al máximo poder, pues un aura de energía dorada desprendía de sus cuerpos. Willbert ni siquiera pestañeaba. Nada afectaba a su nueva determinación, nada iba a hacer que perdiera la concentración. Nada excepto…

—¡Ya basta ustedes dos —una línea de disgusto se marcó en la frente perfecta de Cecilie al verlos actuar infantilmente—, están asustando a mi bebé!

Una gota de sudor recorrió el rostro de Yuuri y Willbert. El bebé los miraba con reproche y balbuceaba algo que podía interpretarse como un regaño. Cecilie vio que la expresión habitual de desafío de su marido se había esfumado de su rostro para dejar sitio a un semblante amable y cariñoso.

—Ese par de locos —dijo Conrad mirándolos divertido. A su lado, Gwendal estuvo de acuerdo con sus palabras.

 

—Señorita Grifttin, le encargo a los niños —le dijo Gunter a Alexis—. Recuerde, el plan de estudios debe seguirse al pie de la letra.

—No hay problema. —asintió la institutriz llevándose la mano a la frente. El verdadero problema radicaba en hacerlos llegar puntual a las clases, sobre todo al travieso de Allan. Y con uno de sus padres convertido en un bebé, seguramente iban a querer pasar el mayor tiempo con él para vivir la experiencia. Ni modo, ya se le ocurriría algo para cumplir con el plan de estudios sin tener que martirizarlos.

 

Entretanto, los niños ya se habían acercado a sus padres para darles un abrazo de despedida mientras el resto les deseaba buena suerte para el viaje, incluido Willbert que solamente había querido molestar al enclenque de su yerno.

Pero cuando Wolfram observó que Yuuri se alejaba, lo llamó con insistencia con su dulce vocecita hasta que finalmente su esposo lo cargó por un momento en brazos y le dio un beso en la frente, enterneciendo a todos los presentes.

Y sólo entonces Yuuri, Anissina y Gunter se dirigieron en silencio hacia la puerta, se volvieron un momento para despedirse con la mano y se marcharon para preparar todo y emprender su viaje.

 

 

 

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No era un secreto que sería la primera vez que Willbert se encargaría de cuidar a su propio hijo, pero su amada esposa parecía tan ilusionada y se lo había pedido con esa mirada que tenía siempre para pedirle las cosas que le hacía imposible negarse. Y puesto que ahora era un hombre diferente y trataba de ser mejor persona, dejó atrás su orgullo y le pidió a su hijastro Conrad que le enseñara algunos trucos. A Conrad no le sorprendió que Willbert, por iniciativa propia, le hubiese pedido aquello. En cierto modo, sintió un gran alivio que a las pocas horas de haberse enterado del acontecimiento, se hubiera acercado a él y se lo hubiera pedido, manteniendo aquel recelo mutuo al que se habían acostumbrado.

En consecuencia, al día siguiente, ambos acapararon a Wolfram ante las protestas de un gruñón Gwendal y Willbert tuvo sus lecciones privadas sobre el cuidado de un bebé.

Al principio, Willbert estuvo pasmado ante tantos detalles necesarios para el cuidado de un bebé tan indefenso. Desde como sostenerlo correctamente, hasta la manera adecuada de darle el biberón. Conrad miraba ansiosamente la expresión de Willbert cuando se trataba de tranquilizar a un Wolfram llorón e inquieto, con la sospecha de que en algún momento mostrara algún signo de irritación, pero nunca sucedió. Cuando Wolfram le jaloneó el cabello, Willbert se volvió a Conrad con una sonrisa resplandeciente, pero no dijo nada. Y cuando el pequeño travieso le echó el tazón de comida encima, Willbert sólo se puso a reír. Entonces Conrad se convenció de que, efectivamente, aquel hombre que tanto les había hecho sufrir en el pasado debido a su injustificable rencor, había cambiado.

Vivir esos momentos le abría a Willbert un nuevo mundo de posibilidades. Por primera vez en su vida, había alguien que lo quería a su lado, que necesitaba de su protección. Pese a que Willbert tenía a sus nietos, para él siempre había sido un sueño cuidar de su propio hijo y fortalecer sus lazos de sangre y así, le había contado a Cecilie que, se arrepentía mil veces de lo ciego que había sido en el pasado.

 

Tras bañarlo por segunda ocasión en ese día debido al desastre causado en el almuerzo y de vestirlo con nuevas ropitas que Cecilie no había tardado en comprar, Willbert y Conrad llevaron a Wolfram al invernadero del castillo —un patio interior cubierto por un techo de cristal—. En el centro del invernadero había una fuente en la que dos delfines jugaban alegremente entre sí. Y todo alrededor estaba cubierto por espléndidos arbustos, plantas y flores hermosas de variados colores. El ambiente estaba tranquilo salvo por algún que otro sirviente que pasaba afuera a toda prisa, llamando la atención del pequeño que se entretenía con sus juguetes.

Los mayores se sentaron en un banco de mármol, y Conrad lo contemplaba todo con sosegado deleite. Pero Willbert se lamentó no haber llevado consigo sus instrumentos de pintura. Le habría gustado hacer un boceto del rostro de Wolfram. Se veía hermoso. Era distinto siendo un bebé. Cada detalle era tan delicado y perfecto: los ojos, los pómulos, la boquita... ¡Qué retrato tan bonito se podía hacer con ellos!

—Umm… —musitó Conrad de repente, llamando la atención de Willbert—. Creo que Wolfram está listo para dar sus primeros pasos.

La mirada del castaño estaba ensimismada en contemplar al bebé que gateaba persiguiendo una delicada mariposa en medio del montón de juguetes esparcidos en el suelo. Luego se puso de pie, se aproximó con sigilo, y levantó una mano para revolverle sus rizados mechones rubios.

—¿Tú crees? —preguntó Willbert dejando traslucir el asombro en su voz. Una auténtica vorágine de emociones rugía en su interior y se desbordaba en felicidad. Siempre quiso ser partícipe de algo como eso.

—¿Por qué no intentamos juntos que Wolfram de sus primeros pasos? —Conrad alzó al bebé y se volvió hacia su padrastro—. Hagamos que Wolfram caminé hacia usted.

La increíble propuesta derritió por completo la frialdad del mayor y, puesto que la emoción retenía las palabras en su garganta, solamente asintió con la cabeza.

—Muy bien.

Conrad puso a Wolfram en el suelo y él se puso en cuclillas, listo para sujetarlo si en dado caso caía o tropezaba. Willbert hizo lo mismo que Conrad con los nervios a flor de piel ya que su mayor temor era que su pequeño saliera lastimado. Durante años, Willbert se había debatido entre los diversos sentimientos que le inspiraba su hijo. Su belleza y su fragilidad despertaban en él sentimientos de ternura y un claro instinto de protección que en raras ocasiones podía controlar, de ahí que fuera tan receloso con su yerno.

—Recuerde, Willbert san —le advirtió Conrad—, Wolfram caerá muchas veces antes de poder caminar con facilidad y valerse por sí mismo. Lo importante es hacerle ver que no debe darse por vencido.

Willbert frunció el entrecejo mientras reflexionaba sobre las palabras dichas por su hijastro. Después, esbozó una de esas sonrisas que reflejan un auténtico entendimiento de algo que supone una gran lección de vida.

Entendió que los padres están para apoyar a sus hijos y brindarles su protección a través de consejos y todo lo que esté a su alcance, pero a la hora de vivir es inevitable que ellos tropiecen no una sino muchas veces. Lo importante es hacerles ver que siempre hay una solución a los problemas y que si caes te puedes volver a levantar, y un paso atrás solo significa que reúnes la fuerza necesaria para dar un gran salto.

—Tienes razón, hijo.

Estaba tan contento ante la idea de ver a su niño dando sus primeros pasos, que no se dio cuenta de que había tratado al hijo de Dan Heller Weller de manera tan cercana y esperó paciente a que comenzara. La expresión de Conrad reflejó satisfacción.

—Venga, Wolfram, ve con papá que tiene un juguete para ti —Conrad agarró la manita de su hermanito para que se pusiera de pie y darle el primer empujoncito para obtener aquel osito de felpa que Willbert sostenía como recompensa.

La incitación fue todo un éxito y el adorable bebé Wolfram sonrió maravillado. Se le hacía difícil dominar del todo la técnica de caminar y las dificultades para mantener en orden los pies y, al mismo tiempo, obtener el juguete, hicieron que se cayese sentado. La frustración fue tanta que se puso a llorar.

—No llores más mi niño, que no ha sido para tanto. Vamos, arriba. —Willbert tomó en brazos a su hijo, que no paraba de llorar, y lo abrazó hasta que el llanto se convirtió en leves sollozos. Luego decidió hacerlo de otro modo, y lo animó a empujoncitos a acercarse a Conrad—. Ve con tu hermano mayor, tú puedes hacerlo.

—Wolfy, mira lo que tengo para ti —Conrad señaló un soldado de juguete. Y puesto que Conrad y Wolfram mantenían una singular conexión fraternal, el pequeño se le acercó a tropezones y extendió los brazos al oír su voz. Mientras tanto, Willbert todavía no estaba muy convencido de soltarle la mano, pero sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo.

—Creo que ya está dominándolo… —indicó Conrad, y Willbert supo que era todo lo que necesitaba oír—. Suéltelo, Willbert san.

Soltó la manita de su pequeño, que no volvió a sucumbir en su avance, y lo observó andar libremente entre el camino del invernadero, donde a través de sus techos de cristales se veía a lo lejos el sol ocultarse en un inolvidable atardecer.

Soltar la mano de su hijo en ese momento significo más que eso. Fue como soltar la mano del Wolfram mayor, y dejarlo refugiarse por completo en brazos ajenos. No en los de Conrad, sino en los de Yuuri. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar cómo había concentrado su rabia y su odio en el joven Maou, cómo había puesto obstáculos en el amor que se profesaban. En su interior se despertó una sensación extraña, un ansia que lo animaba a querer borrar sus acciones pasadas.

El pequeño Wolfram consiguió el gran soldado de juguete y su sonrisa victoriosa se extendió todavía más.

—~¡Queco!~ —constató feliz, abrazando amoroso aquel muñeco. Acto seguido, dominando mejor la nueva habilidad adquirida, puso rumbo al lugar donde se encontraba Willbert, con la intención de mostrárselo y, por si acaso, repitió la palabra «queco» mientras le enseñaba a su papá aquel preciado objeto.

Willbert rió como nunca antes en su vida.

 

 

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Ese mismo día por la noche, Willbert y Cecilie ya se habían dormido, pero un llanto insistente y lastimoso los llamó de nuevo a la conciencia. Willbert fue emergiendo a la realidad poco a poco. Cuando abrió los ojos, le costó orientarse al principio. Pero aquel llanto se escuchaba fuerte a unos metros de la cama, y la realidad se le vino encima como una caja de sorpresas. ¡Tenían un bebé que cuidar! Por primera vez en su vida, despertaba de aquella manera en la que cualquier padre se llegaba alguna vez a quejar, pero para él era como la situación más bizarra y emocionante que había vivido jamás.

Lleno de inquietud por saber lo que perturbaba el sueño de su pequeño, Willbert se levantó de un salto, se dirigió a la cuna donde estaba Wolfram y lo levantó en brazos. Mientras lo observaba, experimentó un sentimiento de ansiedad. Hubiera dado cualquier cosa por borrar de su carita aquellas lágrimas derramadas, no soportaba verlo llorar por algo que no entendía. Lo arrulló con cariño contra su pecho y el pequeño sollozaba, aferrándose fuertemente a él.

Pero nada.

Su niño no dejaba de llorar y cada vez hipaba con mayor sentimiento. ¿Qué le ocurría? ¿Acaso estaba enfermo? ¿Le dolía algo?

—¿Qué puedo hacer? —musitó Willbert, preso de una sincera preocupación. Intentó no dejarse dominar por el pánico. Seguro que podría resolverlo, de alguna manera.

Cecilie se puso un albornoz encima de su camisón, era una noche algo fría, y salió de la cama. Había estado observando a Willbert en todo ese tiempo porque no quería dejar pasar la oportunidad de vivir esa experiencia única. Durante unos minutos más, ella continuó sin moverse, fascinada, sin acabar de creer su buena suerte. Llevaba mucho tiempo deseando con toda su alma que pasara algo extraordinario en su vida, algo que le demostrara que el mundo en el que ahora vivía era perfecto, y ahí tenía la prueba.

La luna y las estrellas brillaban con más claridad que nunca y reflejaban la figura de su esposo paseando lentamente por la habitación mientras arrullaba a su bebé. Fue una imagen hermosa, casi irreal, una que siempre recordaría.

Se les acercó con delicadeza.

—Mi dulce amor, ¿Qué te pasa? —susurró Cecilie a su bebé. Willbert se alivió de contar con la ayuda de su mujer, de modo que se quedó mirándola en silencio, sobrecogido.

—Comió hace media hora, no tiene el pañal mojado, ya revisé su temperatura y todo está normal. ¡Pero sigue llorando y ahora tiene hipo! ¿Qué puedo hacer, Chéri? —le preguntó.

Cuando Willbert se desesperaba de verdad, se le arrugaba la frente y Cecilie tuvo que reprimir un impulso de besarlo hasta borrar esas arrugas.

—Wolfram necesita una canción de cuna para dormir —resolvió Cecilie, una madre experimentada que volvía a las andanzas con el mismo bebé. Willbert parpadeó, pidiendo con ello una explicación. Cecilie levantó la vista y vio en él un brillo de preocupación en sus ojos que atesoró en su memoria con mucha alegría—. Nuestro hijo se acostumbró a que le cantáramos antes de dormir. ¿Recuerdas que me permitieron quedarme con él durante sus primeros años de vida, y que sólo después tuve que entregarlo a tu hermano para que creciera y se educara en la casa Bielefeld?

Willbert asintió con un nudo en la garganta.

—Pues Gwendal, Conrad y yo decidimos aprovechar al máximo el corto tiempo en que lo tendríamos con nosotros. El caso es, que nos inventábamos una nueva canción para hacerlo dormir cada día, todos alrededor de su cuna hasta verlo cerrar sus ojitos y cuando lo hacía, nos causaba una gran emoción —Cecilie rió con nostalgia—. Wolfram siempre fue muy mimado por sus hermanos, creo que de ahí procede que sea tan caprichoso.

Los ojos azules de Willbert estaban humedecidos, como un lago que resplandece gracias a la luz de la luna. Se sintió inmediatamente fascinado y conmovido a la vez.

—¿Por qué no le cantas una canción de cuna? —sugirió Cecilie, animada con la idea.

Pero Willbert movió la cabeza negativamente.

—No me sé ninguna.

—¡Anda —le animó su esposa, sonriendo—, no es tan difícil!

Willbert suspiró muy bajito y su rostro se relajó un poco.

—Claro que me gustaría cantarle una canción de cuna a nuestro hijo, amor —Willbert estaba bastante sincero esa noche—. Pero la verdad es que no se me ocurre nada, nunca he hecho algo como eso.

—Pues invéntala. —Cecilie no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer, y con el puchero más seductor que supo componer, se le acercó despacio—. Will, por favor ¿sí? —musitó con tono anhelante antes de depositarle un beso en el cuello, lo que causó que su esposo sintiera pequeños escalofríos se placer recorrerle todo el cuerpo. Luego le dedicó una sonrisa deslumbrante. Willbert rodó sus ojos, sabiendo que haría cualquier cosa por su encantadora mujer cuando sonreía así.

Debido a la poca atención recibida, Wolfram estaba de mal humor. Sus manitas estaban hechas puños y sus labios habían formado un puchero semejante al que había compuesto su madre anteriormente. Aquello bastó para que su padre se animara.

—Pero empieza tu primero. —Willbert había contestado sin la menor vacilación, finamente cautivado por los dos seres que más amaba en el mundo.

Cecilie parpadeó, sorprendida, y notó que se ruborizaba. Solo en ese instante se dio cuenta de la tensión con que había estado esperando su respuesta.

—De acuerdo. No lo he hecho durante años, pero lo haré.

Willbert levantó la vista de nuevo y miró a su mujer con ternura. Ella estaba aclarándose la garganta para comenzar.

 ~Ya bebé duérmete, con amor te arrullaré…. duerme ya, dulce bien… eres dulce… ~

~Como miel…~ —Willbert continuó con la idea ante el gesto de su esposa pidiendo ayuda—. ~La mañana vendrá con su luz y color, y el sol jugará para ti, mi amor… ~

Como si sus mentes estuvieran sincronizadas, ambos terminaron juntos la canción:

 

~Duerme ya, dulce amor… Dulces sueños tendrás al oír mi canción~

 

Ya bebé, duérmete

Con amor te arrullaré

 

Duerme ya, dulce bien

Eres dulce…como miel

 

La mañana vendrá con su luz y color,

y el sol jugará para ti, mi amor.

 

Duerme ya, dulce amor

Dulces sueños tendrás al oír mi canción

 

 

Wolfram cerró sus ojitos y su mente viajó al mundo de los sueños. Al notarlo, Willbert cerró los ojos, se inclinó y pegó la nariz a la cabecilla de su hijo. Un dulce aroma y una dulce calidez invadieron sus sentidos, y cerró los ojos con más fuerza aún. Respiró hondo, como para inmortalizar ese preciado momento en su mente.

—Dulces sueños, mi niño —susurró con la boca pegada a su cabeza. Fue lo último que dijo antes de volver a depositarlo en la cuna y cubrirlo con su cobijita azul.

 

 

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Al día siguiente no hubo juntas de trabajo en las oficinas administrativas, consultas reales ni entrenamientos, aunque en una de las salas de estar del castillo parecía que había habido una verdadera guerra. En combinación con cuatro sillas del comedor y una manta que se habían convertido en un cuartel y los soldados de juguete esparcidos por el suelo.

Cecilie llegó al lugar con biberón en mano y observó con ternura que su hijo menor cabalgaba a hombros de su hijo mayor, que se suponía era un hombre reservado y un poco malhumorado. El pequeño reía a carcajadas, Willbert y Conrad parecían compartir su alegría tumbados sobre una mantita que había extendida en el suelo, agotados. Al parecer a ellos ya se les había acabado el turno para jugar.

—~¡Ballo, ballo, ale, ale!~

Cecilie entendió que por 'ballo' su hijo quería decir 'caballo' y por 'ale' 'arre'. Wolfram hacía una demostración de su poder absoluto sobre «el caballo» tirándole del pelo y golpeando en los costados para que avanzara, era bueno en eso.

Finalmente, Cecilie tosió discretamente para llamar la atención de los cuatro compañeros de juegos y tras hacer eso no pudo evitar sonreír. Era imposible no ver la adoración con que Willbert, Conrad y Gwendal cuidaban del bebé.

—Es una lástima, traje sólo un biberón y veo que el número de niños pequeños ha aumentado. —Esas palabras seguidas de unas suaves risitas hicieron que los tres hombres se ruborizaran. Wolfram no prestó atención a su madre, estaba hambriento y reconocía la leche perfectamente, por lo que caminó a tropezones con los bracitos extendidos hasta obtener su preciado alimento.

—Permítanme, madre —Se ofreció Gwendal a darle el biberón a su hermanito, ella aceptó. El mayor tomó en brazos al bebé y se sentó en una silla, observándolo embelesado. Mientras tanto, Conrad recogía un poco el desorden.

Las miradas de Willbert y Cecilie se cruzaron un instante. Ella tomó los brazos de Willbert y los colocó alrededor de su cintura y, después, se puso de puntillas para alcanzar su boca. Él respondió al beso complacido, saboreando sus dulces labios con el mismo amor. Tras un instante, él la apartó y la miró tranquilo a los ojos.

El corazón empezó a latirles más rápido, como si estuvieran sincronizados. Cecilie tenía un nudo en la garganta y vio que su esposo también estaba emocionado por lo que significaba el momento. Habían soñado algo parecido la primera vez que se enamoraron.

Cecilie sonrió a Willbert. Y él le devolvió la sonrisa. En aquel instante, la vida era perfecta.

 

 

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Cada mañana, Allan, Julielle, Sophie y Gerald tenían clases de historia con Gunter. Mientras tanto, Alexis solía dedicar una hora a pasear por los jardines, y luego volvía a su habitación para trabajar en las clases que le correspondían (aritmética, literatura clásica y economía), corregir los ejercicios y preparar las lecciones. Sin embargo, debido a la ausencia del primer maestro, se le habían designado las clases de historia y política. Era una tarea agotadora, tanto para ella como para los niños que seguían sus instrucciones y que morían de ansias por jugar con el bebé, y la institutriz estaba especialmente preocupada por la posibilidad de que Allan (su alumno más travieso y despistado) no se presentara al repaso que había designado para esos días. Afortunadamente, durante la noche se le ocurrió una idea para hacerlo más interesante.

A la mañana siguiente, después del desayuno, la institutriz reunió rápidamente a los niños con la decisión de hacer el repaso al aire libre en medio del jardín, entre setos y rosas, cobijados bajo la sombra de un enorme árbol y acompañados por un bebé juguetón. Era un ambiente perfecto para relajarse. En los árboles había nuevos y pequeños brotes en las ramas, como si fuera el primer día de primavera. Las nacientes hojas del árbol bajo el cual se encontraba, arrojaban bastante sombra sobre sus cabezas. Alexis había preparado unas tarjetas de colores con las preguntas de repaso y su 'asistente' era el encargado de elegir la pregunta que le correspondía a cada uno.

—Princesa, es su turno.

Julielle, que hasta el momento se había concentrado en hacer coronas de flores, dio un respingo del susto y se quedó paralizada. Esperaba que lo poco que había repasado la noche anterior le ayudara a responder a su pregunta correctamente.

—Papi, elige una pregunta fácil para mí —suplicó al bebé, poniendo en su cabecita una pequeña corona de flores.

—¡Ey, no se valen los sobornos, Julie! —advirtió Gerald, divertido.

—Oye, muchas gracias —dijo Julielle escuetamente, mirando a su primo con fingido rencor.

A Alexis le divirtió que Julielle luciera un leve rubor en las mejillas al verse descubierta. Gerald estaba sentado de espaldas, apoyado contra el tronco del árbol, sonriente.

—Majestad, ¿me alcanza una tarjeta? —pidió la institutriz al pequeño bebé, señalando las tarjetas que había colocado sobre el mantel de cuadros en el que estaban sentados formando un semicírculo.

La carita de Wolfram se iluminó con una sonrisa ante la idea de ser de utilidad. Gateó y señaló con su manita una tarjeta color rosa. Fue algo curioso, el rosa era especialmente el color favorito de su hija.

—Gracias. —dijo Alexis y le acarició el cabello con dulzura cuando el bebé extendió su bracito y le entregó la tarjeta. Luego lo cogió en brazos y lo sentó en el regazo—. Julie, tu pregunta es: Menciona el nombre de por lo menos dos personajes  que participaron en la batalla histórica contra Soushuo.

Julielle frunció el ceño y elevó los ojos con gesto pensativo. Sabía la respuesta, la tenía en la punta de la lengua, pero dudó unos instantes antes de responder.

—Uno de ellos era mi antepasado… lo sé… —dijo para comenzar—, ¡ah, ya sé! Rufus von Bielefeld, y el otro es Erhart von Wincott y tenía un hermano llamado Crystal que también participó en la lucha por construir lo que hoy se conoce como Shin Makoku.

—Muy bien, Alteza —Alexis esbozó una sonrisa de satisfacción con Wolfram todavía en sus brazos. El pequeño aplaudía contento y la pequeña princesa sonreía, mirando las flores que había recogido—. Es el turno de Gerald.

El mismo procedimiento fue repetido, y el pequeño Wolfram eligió una tarjeta roja para quien era técnicamente su sobrino.

—Muy bien Gerald, la pregunta es la siguiente: Indique con que territorios limita la capital de Shin Makoku.

Tres caras se ladearon ligeramente con una mueca de espanto. Allan, Julielle y Sophie agradecieron que no les hubiera tocado aquella pregunta tan difícil, porque la geografía no era lo suyo. De hecho nada lo era. Por otro lado, Gerald parecía confiado.

—Nuestra capital limita al Norte con Grantz, al Sur con Karbelnikoff, al Este con Voltaire y al Oeste con Wincott —contestó Gerald en tono triunfal.

Alexis afirmó que la respuesta era correcta sin nada de sorpresa, Gerald von Voltaire era su mejor alumno y confiaba ciegamente en sus conocimientos.

En cambio, Allan contrajo el rostro en una mueca de asombro y se preguntó en dónde le cabía a su primo Gerald tanta información «¡Rayos, ahora me toca a mí!» pensó después con terror al observar a su 'chibi-papá Wolfram' escoger animoso otra tarjeta.

—¿Listo? —le preguntó su institutriz con un poco de duda, sosteniendo una tarjeta azul.

—Por supuesto —respondió Allan, con la mayor inocencia de que era capaz—. ¿Por qué no habría de estar preparado?

Julielle abrió la boca para decir que en realidad se la había pasado jugando beisbol con sus amigos en vez de estudiar, pero Allan le envió una mirada de advertencia. Julielle se lamentó haciendo un puchero en señal de descontento. Ella se había librado de ir al cuarto de castigo (como habían llamado a la biblioteca), por escaparse varias veces al pueblo con sus amigas para ir de compras sin escoltas, lo cual por ser quien era le estaba prohibido.

—Por muchas razones… —afirmó Alexis, entrecerrando los ojos. Si claro, como si un par de niños pudieran engañarla. Si por eso tenía que estar pendiente de ellos, persiguiéndolos a escondidas como si fuese una espía privada para garantizar su seguridad—. Tu pregunta es la siguiente… —prosiguió la institutriz clavando la vista en Allan, que asintió renegando—: Nombra los cuatro elementos básicos de control con sus respectivos derivados y nombra una técnica especial de cada uno.

—¡Ehhh! —Allan se dio una palmada en la frente cuando ella hubo terminado—. ¡No es justo, esa es una pregunta demasiado difícil! —renegó.

El príncipe de verdad no sabía exactamente qué decir o al menos sólo se sabía la mitad de la respuesta, y pensó con lamento que las redundancias convencionales no funcionarían esta vez. Sophie y Julielle intercambiaron miradas cómplices y divertidas. Gerald había levantado la mano para tener la oportunidad de responder. Pero quien llamó la atención fue Wolfram que tiró uno de sus juguetes a la cabeza de Allan con certera puntería.

—¡Auch! —exclamó llevándose la mano a la cabeza y señalando al bebé con un dedo acusador—. ¡Oye, no me regañes, papito Wolfram! ¡Prometo estudiar de aquí en adelante!

Todos se echaron a reír.

—¡Eso es, papi! —Julielle se puso de pie y tomó al bebé en brazos. Le dio un abrazo sincero a su padre, que terminó con un fuerte beso en la mejilla.

—El tío Wolfram es adorable así —dijo Sophie, incorporándose—. Realmente es alguien hermoso, elegante y refinado como adulto, pero encantador, tierno y adorable como un bebé. Parece un muñequito parlanchín.

—Tienes razón —Allan se levantó e hizo ademan de querer cargar al bebé; el pequeño aceptó extendiendo los brazos. Allan pegó mejilla con mejilla, sintiendo la suavidad y la frescura de su piel. Wolfram reía y le jalaba unos cuantos mechones de cabellos negros.

—Me pregunto si papá Yuuri, Gunter-sensei y tía Anissina, encontraron ese misterioso huerto —murmuró Julielle, habían transcurrido tres días desde su partida. De pronto la acosaron todo tipo de pensamientos turbadores. ¿Qué tal si su papá no podía volver a la normalidad? La idea le provocó un escalofrío de terror que le recorrió la espina dorsal, y sintió el pecho oprimido por la preocupación.

Los ojos pardos de Sophie se llenaron de una súbita e impulsiva compasión y apoyó su mano sobre el hombro de su prima en actitud reconfortante.

Hubo un momento de silencio. Todos los menores se quedaron pensativos, pero Alexis sabía que tenía que intervenir con un poco de entusiasmo y actitud positiva.

—¡Por supuesto que lo hará! —El tono de Alexis no dejaba ninguna duda en cuanto a su propia perspectiva sobre el tema—. Es de su papá Yuuri del que estamos hablando, y por Su Majestad Wolfram, él podría ser capaz de ir al fin del mundo.

En brazos de Allan, Wolfram asintió. Estaba de acuerdo.

 

 

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Yuuri seguía su camino ajeno a todo, excepto a su objetivo. Nada podía distraerle de lo que en cuestión de segundos se había formado en su mente como una prioridad ineludible que debía atender inmediatamente: Reinvertir el hechizo que había convertido a su amado esposo en un bebé.

Estaba cansado a reventar; había estado viajando por horas cruzando aquellas enormes montañas, durmiendo al aire libre, comiendo lo que sea que fuese comestible, y soportando el parloteo de sus locos acompañantes.

Había sobrevivido a duras penas la segunda noche. Gunter preparó una pequeña fogata para asar la cena, que les devolvió las fuerzas perdidas. Luego durmieron acurrucados entre las fuertes raíces de un árbol para defenderse del frío, pues no hubo tiempo de preparar las tiendas de campaña; estaban cansados y debían seguir viaje muy temprano. Yuuri se despertó a medianoche y pasó esas horas observando el firmamento, mientras su mente se transportaba a su hogar, junto con sus niños traviesos y se imaginaba el bello rostro de su esposo sonriéndole. Aquello lo llenó de más determinación.

Anissina los guiaba en el sendero a través de un mapa que había encontrado dentro del libro de magia. Completamente agotados por el esfuerzo de recorrer el camino tres veces sin descanso, se perdieron en varias ocasiones, pero siempre pudieron regresar al camino correcto. Empezaron a trepar la montaña escondiéndose entre rocas y piedras para evitar enfrentarse con algún animal salvaje.

Pronto descubrieron que el sitio estaba más lejos de lo que habían imaginado. El terreno continuaba elevándose en una empinada pendiente y era cada vez más pedregoso. La luz crecía a medida que avanzaban y pronto se encontraron en la cima. Yuuri miraba a su alrededor confundido y se puso a buscar frenéticamente, dando voces de angustia. No había allí ningún árbol y el sol caía de lleno sobre la superficie de piedra.

—¿Nos equivocamos de dirección? —preguntó Yuuri casi con la voz quebrada, mirando por encima del muro de piedra hacia los troncos oscuros que se perdían en la niebla.

—No, eso es imposible —contestó Anissina impertérrita, aunque por dentro sentía temor de haberse equivocado.

—Tenemos de medio a un día completo más, si nos damos prisa para volver. Debemos seguir buscando el huerto —indicó Gunter, y con un encogimiento de hombros trató de aparentar naturalidad para darle consuelo a su querido Maou.

—Cuanto antes, no me importa si por ello debemos pausar nuestros descansos. Debemos encontrarlo a como dé lugar —contestó Yuuri, todavía con la vista fija en la neblina.

—¡Se lo prometo, Majestad! —exclamó Anissina, quien de repente estrechó a Yuuri en un fuerte abrazo—. ¡Lo encontraremos y pasaremos esa misteriosa prueba!

—¿Lo «haremos»? —Yuuri enarcó una ceja, escéptico.

—Estoy dispuesta a todo por conseguir el fruto de la sabiduría —aseguró Anissina—, es lo mínimo que puedo hacer. Le juro, Majestad, que de una u otra manera, mi cuñado regresará a la normalidad.

Yuuri le sonrió como agradecimiento. Y, abrigados bajo sus capas, se pusieron en marcha hacia otro camino.

O al menos eso era lo que pretendían.

Un escalofriante gruñido los detuvo en seco. Estaban a pocos metros del precipicio, pero no podían avanzar, porque un enorme lobo albino, blanco como la nieve, les cerraba el paso. La bestia estaba lista para saltar, con los pelos del lomo erizados y las garras desplegadas. Sus fauces abiertas revelaban enormes colmillos afilados y sus ardientes pupilas azules brillaban feroces.

 

Continuará… en breve.

 

Notas finales:

Solo quisiera disculparme si en dado caso la historia no fue en la dirección en la que se imaginaban al principio.

Estas son mini historias que pueden llenar los huecos que dejé en “El rencor contra el amor” y en este caso en particular con la situación de un personaje que (quiero pensar así) llegamos a querer mucho. (Que lo odiamos y después lo amamos)

Tan lindo que es Willbert y yo lo maté en el primer capítulo de otra historia :/ (no me lo perdono) xD

La continuación estará pronto…

Hasta que yo entienda el concepto de “historias cortas y capítulos breves que vayan directo al grano) T.T

Es increíble que aún siga recibiendo lindos comentarios de mis primeros fics, ¡¿Saben que se siente?! Como si pudiera alcanzar la cima del cielo. Gracias de verdad.

Y gracias por leer.

bye bye.


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