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Lluvia torrencial sobre Shibuya por Inshibuya-out

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Notas del fanfic:

Este es mi primer fanfic en esta sección luego de años alejada del fandom de esta maravillosa historia como lo es Kyo Kara Maou (Maru-Ma). 
Espero que este fanfic no resulte engorroso orz 

Cabe destacar que la personalidad de los personajes en el universo de esta historia es una quimera de entre el canon de la serie y el canon de la novela ligera (No he podido leerla completamente, pero manejo algunos datos sobre las personalidades de alguno de sus personajes en ese universo, por lo que usé un poco de esa escasa información).

Los personajes están vistos desde el diseño de Temari Matsumoto y no del diseño de su versión anime, por lo que si alguno no ha echado un vistazo al diseño del manga, esta es su oportunidad lool


En fin, solo espero de corazón que le den una oportunidad y si surge alguna sugerencia o duda no duden (lool) en hacérmelo saber. 


PD: LAMENTO EL AU Y EL CRACK.

Notas del capitulo:

Aclaraciones del capítulo:

Cada escena está separada por su número correspondiente, ejemplo: 1., 2., 3., etc. Los flash back están situados bajo sus sub números, ejemplo: 1.1., 2.3, 5.5, etc.
Por lo que si lee un "3.2" sobre un párrafo, es claramente un flash back.

Glosario:

Chiste del perro llamado "'pa fuera'": Un terrible chiste hispano. Nada que ver con el humor japonés, pero todo un clásico lool 
(Tengo un buen chiste japonés, pero como no concordaba con la historia no lo utilicé, en fin, este es: 
パンダの好きな食べ物は何ですかz90;z90;z90;パンだ! Wwww
Lo sé, muy gracioso lool)

Seibu Lions: El equipo de béisbol favorito de Yuuri.

Tashikamaya: Edificio comercial (Mall) en el distrito de Shinjuku. 

Meiji-jingumae: Estación de metro (En la línea de Chiyoda y Fukutoshin) en el distrito de Shibuya.

Preferí dejar la expresión "Enclenque" en vez de "Henachoko" (へなちょこ) por cuestiones de idioma lol Además porque creo que usar expresiones en japonés escritas en romanji se ve algo indecente en un escrito totalmente en español lol 
Cabe destacar que la traducción correcta de la expresión "Henachoko" (へなちょこ)  es "novato" y no "debilucho" o "enclenque", PERO debido a la popular expresión en el fandon se queda como "enclenque" loool 

Shinji-kun: Referencia al personaje principal de Neon Genesis Evangelion. 

Fin del glosario.



1.


«”Las líneas cinco y diez, con destino a Tozai y Shinjuku, se encuentran parcialmente cerradas debido al mal tiempo. Se esperan lluvias torrenciales hasta el viernes primero de Mayo, y el sábado se pronostica algunas nubes con escasos chubascos, desde la mañana hasta el medio día”, comunicó la oficina meteorológica de Tokio. En otras noticias…»


Tal como había temido desde la mañana, la línea diez de Shinjuku se encontraba cerrada, y si es que tenia suerte podría tomar la línea nueve y bajar cerca de Harajuku. Traía consigo un paraguas y el reloj marcaba a su favor.
Eran aproximadamente las cinco con treinta. A esas horas los comercios mantenían sus puertas abiertas, aun si el agua amenazara con inundarles hasta las orejas. «Harajuku, ah...», pensó con una sonrisa de esas que expresaba la incomodidad de tener que escuchar un mal chiste sobre desventaja una vez más. ¿Acaso no era ese chiste tan viejo como aquel de "Había una vez un perro llamado 'pa afuera'. Su dueño le dijo: 'Adentro, pa afuera', y el perro se confundió y explotó", claro, con la única diferencia de que este último sí era gracioso y contaba hasta con explosiones. Hablando de explosiones... Recordó el último invento de Anissina-san.
La explosión que se escuchó hasta en Dai Shimaron y como el revuelo llegó incluso hasta los oídos de las 10 familias nobles –si, cada una de ellas y en fila–. Un día de estos el castillo entero explotaría y se llevaría al diablo a todos sus habitantes, incluido él mismo –No, los inventos de Anissina no diferenciaban estatus social, raza, género o edad. Inclusive si eras el mismísimo Dios creador del universo...o el mismísimo Maou–. No, no. No estaba bien pensar en eso y querer reír por ello –aunque fuera muy gracioso–.
Volviendo a los inventos destructivos, hubo uno que le llamó bastante la atención por sobre los tantos que, “Lady Veneno”, había colocado en fila india en la mesa de la oficina un día antes de volver a Japón. ¿Cómo era que se llamaba? "¿Invierte el poder del cosmo-kun?, ¿Lluvia de estrellas en tus ojos-kun?, ¿Golpeo tu cara y ayayayay-kun?" O era...


«¡Presta atención al frente, chico!»

La longeva voz logró traerle consigo al mundo real justo en el momento exacto en que el semáforo cambiada de color y el agua, acumulada bajo sus pies, salpicara su rostro a gran velocidad. Un poco más y se hubiera convertido en una historia de esas que cuentan a los niños antes de dormir, de esas sobre los antiguos gobernantes del reino fallecidos en terribles circunstancias, o mejor dicho –si ese hubiera sido su caso–; bajo circunstancias realmente estúpidas. O sea, ¿cuantos reyes de Shin Makoku han muerto atropellados por un Toyota Pryus del 97? Ninguno, pero él hubiera sido el primero…Y el único.

Tragó saliva y observó en frente la figura del hombre, quien había salvado su real y torpe existencia. La ancha espalda, cubierta en un saco grueso de color marrón, se estremeció con hastío. A la distancia que se encontraba del señor de edad –en cuestión– pudo escuchar gruñidos proviniendo de este: «¡Estos críos conectados por el culo como lámparas a esos aparatos rectangulares! En mis tiempos al cruzar las calles tomábamos atención hasta por las narices, incluso aunque no transitara ni un alma…», y continuó vociferando en una discusión acalorada consigo mismo.
Dio un paso atrás, alejándose unos centímetros de los refunfuños. Entrecerró los ojos, observando al veterano con una sonrisa burlona «Y en sus tiempos podría ser capaz de ver con bastante claridad de que no tengo ningún cable de celular conectado al culo. De hecho, hace mucho que no tengo teléfono móvil. Claro, cayó aquella vez al agua y ¡zas! se estropeó…No hace falta recordarlo, inclusive aunque aún lo tuviera conmigo, no serviría de mucho, ¿cómo?. Imposible. ¡No hay señal alguna! Además, sería el único con uno y, aunque resistiera a los viajes dimensionales, ¡seguiría siendo inservible! ¿A quién llamaría? ¡¿A mi mismo?!» Suspiró calmándose un poco. Relajó los hombros y apretó el mango del paraguas con fuerza. Esperó a que la luz roja cambiase y entre tanto y tanto, con el tema del teléfono celular aún en mente, retomó el monólogo en su cabeza.

 

«‘¡Producto nuevo y totalmente original!’ –de los creadores de: ‘Golpeo tu cara y ayayayay-kun’– ¡’Haz tu mensaje llegar al Maou con el poder de tu corazón-kun!’» Visualizó con tanta claridad –que inclusive llegó a aterrarle– como la científica comenzaría un nuevo imperio de telecomunicaciones en Shin Makoku (y países aliados, ¿porqué no?), en donde su teléfono celular sería el único equipo en recibir las llamadas de todo el país (y países aliados, no hay que olvidar).
Un leve escalofrío recorrió su espinazo y una risita traicionera llamó la atención de la masa a su alrededor. «Será mejor que jamás mencione el tema del teléfono celular con los demás…Especial con Anissina-san o las palabras del viejo no serán tan alejadas de la realidad. Digo, un cable en el culo no sería tan mala idea si-- ¿Eh? ¡Ya está en verde!». La masa avanzó y la pared marrón oscuro fue tragada –al igual que el tema del teléfono celular– por el mar de cabezas que desembocó directo en una de las esquinas paralelas. La masa se esparció y avanzó hacia la estación de Chiyoda.

 

2.

 

Las sirvientas corrían apresuradas cargando cestas tras cestas de sábanas empapadas en agua de lluvia. Los jarrones flotantes que rodeaban el jardín principal lucían como mini cascadas de agua marrón y en los establos algunos guardias de turno colocaban baldes de metal bajo las goteras, evitando que estas mojaran el alimento de los caballos y a estos mismos.

Greta observó –con notoria curiosidad– desde los ventanales de la oficina de Von Voltaire como las jóvenes, chillando por última vez, se perdían entre los pasillos cargando en sus brazos toda la ropa limpia que, a media mañana, habían sacado a los grandes tendederos.
Los estados del tiempo –según había escuchado– eran como la suerte, “Si bien cambian mientras menos te lo esperas, pueden traer buenas o malas consecuencias”. Sonrió con un deje de dulce melancolía y volteó para enfocar en sus enormes ojos la imagen de Anissina.
La mesa llena de telas e hilos de múltiples colores, pilas de libros de diversos tamaños, el olor dulce a té y el calor de la tranquila sonrisa que le llamaba una vez más para que se sentase junto a ella y continuara con el bordado.

—Es extraño que llueva en este mes…Ni siquiera estamos cerca de la temporada de lluvias—. Disminuyó el ritmo del baile hipnótico de la aguja contra la tela. Anissina –deteniéndose por completo con su tarea de zurcir– observó a la princesa con un deje de curiosidad.

—Puede que solo sean un par de nubes flotando sobre nosotros, saludándonos con su húmedo saludo, ¡Mucho gusto! —. Alzó sus pequeñas manos en dirección al cielo. Dirigiendo sus grandes y brillantes ojos marrones directo a la imagen de las grises nubes que cubrían, a igual que un esponjoso manto, todo el reino. Pensó que las nubes lucia como las acogedoras sábanas del dormitorio de sus padres. Esas sábanas que le cubrían hasta las orejas y olían a un perfume entre sándalo y canela. Era un aroma perfecto. Cerró sus ojos y sonrió abrazando el recuerdo con sus pequeños brazos. Yuuri se había ido ya hacía una semana a su segundo hogar –segundo, porque su corazón le decía que este era su primero–. Ya regresarían las noches en que el aroma a sándalo volvería a combinarse con el aroma a canela que permanecía– en sus noches de ausencia– con ella.

 

—Anissina-san…—. Ahora observando a la joven mujer sentada frente a ella. El vestido abombachado naranja esponjándose bajo los brazos y la suave sonrisa dibujada en su infantil rostro. Anissina recordó con ello uno de los tantos cuentos escritos en estos mismos días de lluvia. “Lady Veneno y La niña que comía nubes”, Greta lucía exactamente a su protagonista, tal vez inconscientemente había escrito la novela inspirada en ella. Regresó de sus pensamientos y la observó curiosa.
—¿Podrías inventar un aparato que pueda decirme cuando Yuuri volverá?—. Greta sabía que era mucho pedir, tanto que sus mejillas se colorearon con el tono de los duraznos maduros.
Anissina cerró sus ojos –las largas pestañas tocaron sus mejillas– y sonrió suavemente. Sus finas manos soltaron la tela y abandonó su silla. Greta siguió sus gráciles movimientos con sus oscuras pupilas.

—Eso, pequeña princesa, ¡es un trabajo para Lady Veneno!—. Los largos mechones rojos se balancearon al igual que las manecillas del reloj, acariciando sus caderas. Greta observó en Anissina la inconfundible pose heroica y el semblante gallardo tan característico de Lady Veneno descrito tantas veces en sus libros, y es que no había niña alguna en todo el reino que no quisiera ser como Lady Veneno, tanto así que inclusive la misma Greta anhelaba ser como ella una vez alcanzada la adultez. Para las niñas aspirar a ser la heroína era el equivalente de los niños aspirar a ser el mismo Maou.

—¿Lady Veneno?—. La pequeña sonrisa se ensanchó tres veces su tamaño, que todo su rostro –a los ojos de Anissina– lució como una pequeña y feliz nube esponjosa.

—¡Ajá! No hay nada imposible para ella, ¿verdad?—. Sus puños en sus caderas y las orbes azulinas brillando con intensidad. Una de las filas de pestañas largas descendieron y el guiño de complicidad dirigido a la pequeña fue el toque final de su heroica actitud. No era simplemente un gesto de cordialidad, pasar tiempo con la princesa era agradable, disfrutaba bastante de su compañía y a la misma vez era impulsor a su corazón soñador.

—¡Hm!—. Greta asintió y ambas sonrieron con terneza y simpatía.

 

Greta no solo se sintió feliz porque sería un importante regalo de parte de Lady Veneno, sino también de saber que pronto podría dejar de contar los días de ausencia con sus pequeñas manos. Habían veces en que faltaban tantos dedos, tantos que incluso los largos dedos de las grandes manos de Wolfram no eran suficientes. Contar por las noches antes de dormir. Ya se volvía una costumbre de padre e hija –al igual que la lectura de un nuevo cuento–.

 

3.

 

Wolfram masajeó su cuello con insistencia –por sobre el cuello del uniforme–.

Caminaba tranquilamente por uno de los extensos pasillo que rodeaba el gran jardín. Su mirada cautiva en la llovizna pertinaz, escuchando atento el siseo intenso característico de esta. «Tan romántico», pensó atraído por la atmósfera que rodeaba la lluvia, aun cuando no podía disfrutar del todo aquel momento, no cuando sentía que algo faltaba para que fuera perfecto. Polvo de estrellas salpicando la tierra hasta convertirla en barro. «Las flores se arruinaran», suspiró con un ápice de incomodidad apoyando las manos en sus caderas, deteniéndose un momento, pensativo. Podría correr directo hacia ellas y tal vez intentar llevar cada macetero al pasillo, de esta forma podría evitar que el torrencial continuara ahogando las flores. Podría pedir ayuda a alguno que otro guardia que estuviera en ronda aquella tarde y… No, no era una buena idea. Muchos de los soldados en turno estaban bastante ocupados resguardando las puertas en pos de la seguridad del castillo y él no podía darse el capricho de pedirles que dejaran sus puestos para salvarlas. Apretó los labios en una línea perfecta de fastidio. Las lluvias torrenciales son totalmente naturales, ¿por qué venia a preocuparse por ellas en esta ocasión, cuando en temporadas de lluvia pasadas jamás lo había hecho?. Ellas lucían bastante bien cuando el sol salía nuevamente. «La lluvia es totalmente natural. Incluso las flores sobreviven a ella, aun si esta dura días enteros».
Observó por el rabillo del ojo las flores cultivadas por su madre, tan lejos de él, al centro de todo el jardín. No había caso, las dejaría en su lugar, ya no se preocuparía por ello.
Días como estos, no días de lluvia sino días en que “aquello” faltaba, era cuando daba auge a detalles tan minúsculos –como lo era el tema de las flores– solo para sentirse ocupado, solo para enfocar la mente en algo que no fuera “aquello”, porque si pensaba en “aquello” su mente comenzaría a dar vueltas y terminaría con un malestar en la boca del estómago. ¿Desde hacia cuanto había comenzado a provocar tal malestar? El corazón no dolía, porque era imposible que doliera siendo tan joven –colocó su mano sobre su pecho por inercia–. Pasarían muchos años más para tener que preocuparse por ataques cardiovasculares… No, pero que tonto. ¿Cómo podía pensar en algo como eso? Ataques al corazón era tema de humanos.

Aclaró la garganta –y con ello la mente­­– y con un poco de vergüenza por olvidar por un momento su procedencia, se encaminó nuevamente por el pasillo, directo a buscar a Greta.
Estuvo toda la tarde –desde que la lluvia había comenzado– atrapando en el cuarto de lectura poniéndose al día con los nuevos cuentos y novelas ligeras de Anissina. Esta noche le leería a Greta la historia de “Lady Veneno y Gwen-chan, la cafetera valiente”.
Se sentía más tranquilo que a Greta le parecieran interesantes esa clase de historias, al menos con ellas podía apaciguar su joven e inquieto corazón. Ella era muy similar a las flores que había dejado atrás en los maceteros llenos de agua. Si no había sido capaz de salvarlas de la lluvia, al menos salvaría a Greta de los sentimientos de ansiedad y tristeza que amenazaban con ahogarla tarde o temprano si él se descuidaba solo un momento. Sonrió un poco para si mismo, pero solo un poco.

 

«Anissina-san…».

 

Frente a la puerta de la oficina de su hermano mayor, escuchó la voz de Greta.

 

«¿Podrías inventar un aparato que pueda decirme cuando Yuuri volverá?».

 

Su mano derecha sobre el picaportes permaneció inmóvil –los fuertes dedos rodeando el frío metal–. La pequeña sonrisa no se borró de su rostro y permaneció allí, intacta. No quiso interrumpir el momento de ambas mujeres, aun cuando la conversación se había tornado tan animada que se le antojó, desde el fondo del corazón, el participar. Alejó la mano y ahogó un sonoro suspiro de permisión.

Estaba bien, aquel invento no sería una mala idea. Pensándolo bien, él hacía un tiempo atrás había querido pedir lo mismo a la mujer. Un artefacto mágico que pudiera anunciar el día, hora y momento exacto –sin el aviso previo de la sacerdotisa– en que el Maou regresaría sonaba bastante bien. No sería un invento inútil, ni mucho menos innecesario, pero aunque pensase de esta manera no se atrevería a irrumpir en la habitación, apoyando la idea de su hija tan abiertamente, no ahora cuando las flores en los maceteros llenos de agua volvían a tomar importancia dentro de sus prioridades y el sonido de la lluvia comenzaba a comerle las orejas.

Pensaría en una solución acerca de ellas antes de que llegara la hora de dormir.

 

4.

 

Yuuri escuchó las puertas del vagón cerrarse y la última advertencia tan característica dicha en la grabación de voz del metro de la linea verde. Tenía el cabello ligeramente húmedo –algunos oscuros mechones pegados a las mejillas– y el pantalón del uniforme negro empapado hasta las rodillas. No se encontraba en tan mal condición, con diferencia a algunos cerca de las ventanas que tiritaban mojados hasta los huesos.
Faltaba poco para llegar a la próxima estación. Una primera y última combinación de metro y hacia Shinjuku sano y salvo. Ya luego llegaría a casa y tomaría un baño caliente. “Tomar un baño caliente”, que bien sonaba aquella idea en momentos en que el frío húmedo comenzaba a calar por sus rodillas hasta su estómago. El paraguas en su mano derecha destilaba un imprudente hilillo de agua directo al piso. Si habían más como él, o como aquellos cerca de las puertas, rápidamente los charcos de agua comenzarían a aparecer uno a uno, inundando el tercer vagón de la linea Chiyoda.

Recordó que, cuando salió por la mañana, el tiempo era temperado y bastante seco –claro, típico a inicios de Mayo–, escasas nubes en el cielo e intensos y cálidos rayos de sol. Entonces, ¿cómo era que a las seis de la tarde se sintiera el frío y la lluvia de entrado el invierno? No había explicación alguna a tal brusco cambio climático. Se escuchó el sonido de sus dientes chocando insistentemente entre si y lo justificó con la ignorancia de los cientos de usuarios que, al igual que él, no habían previsto tal cambio de clima e intentaban secarse con la fuerza centrifuga del vagón –que aceleraba ligeramente antes de detenerse en la siguiente estación–. No, no. El paraguas había sido un golpe de suerte, meramente. Recordó, mientras observaba su reflejo en el vidrio de la puerta en la cual se encontraba apoyado.

 

4.1

 

«¿Eh? ¡Está lloviendo! ¿En Mayo? ¡Imposible!».


Un grupo de estudiantes se habían aglomerado cerca de las puertas de salida. El sonido característico de la lluvia golpeando el pavimento en estéreo, de oreja a oreja con igual intensidad. Muchas jóvenes –dentro de la masa de estudiantes– chillaron asustadas por sus peinados y maquillaje, y él solo temió –a tal grado como para chillar junto con ellas– que no llegaría a tiempo a Shinjuku para comprar el nuevo cromo de tarjetas de béisbol de los Seibu Lions –Edición Golden Collection º85–, que inclusive contaría con un mini encuentro entre coleccionistas. ¡Qué mala suerte! Podría ser que hasta fuera cancelado por el mal tiempo… No era un “Podría”, era un hecho. Sintió su brazo izquierdo doler. Se avecinaba un ataque cardiaco.

 

—¡Oye, Shibuya! Cae agua del cielo. Impresionante, ¿verdad?—. El reflejo de los anteojos de Murata destelló en sus retinas, una vez cerrara la puerta metálica de su casillero correspondiente.

—Bastante impresionante, Murata. “El fin del mundo”, comentan en los pasillos los más creyentes—. Bromeó con un ápice de suave sarcasmo en el tono de voz y la inocente sonrisa de oreja a oreja. «Seibu Liones. Cromo. Colección de oro del 85, ¡el año dorado de los Lions!» repicaba en su mente y en su pobre y roto corazón. No había tiempo de bromas faltas de gracia cuando lo único que escuchaba en su cabeza eran las palabras; “Corre a Shinjuku, Yuuri! ¡Corre a Shinjuku! ¡Corre Yuuri, Corre!”. Murata volvió a hablar y con ello perdió toda concentración en el pequeño drama reproduciendose en su cabeza.

—¿”Fin del mundo”? Qué mal… ¡Y aún no hemos encontrado el verdadero amor!—. Dramatizó, colocando el dorso de su mano sobre su frente. Su espalda fue a dar contra los casilleros. Yuuri resopló, encogiéndose de hombros.
“Verdadero Amor”, el único “verdadero amor” que conocía –y podía jactarse de tener, aunque aún no se hiciera del todo la idea, más no por ello iría en contra luego de haber pasado por tanto– era el impuesto por el ‘destino’. No daría nombres, pero a estas alturas ya no era un secreto para nadie de quien trataba –ni siquiera para el que se encontraba observándole en esos momentos–.

—…Habla por ti mismo—. Balbuceó mordiendo fuerte los dientes. Sus oscuras pupilas trazaron en línea un camino lejos de las inquisitivas. Murata relajó la mano y descubrió su frente.

—¿Eh?—. Abrió un poco los ojos, con curiosidad. ¿Había escuchado bien?

—¿Eh?—. Yuuri sonrió como habitualmente hacia y Murata finalmente entrecerró los ojos.

—Oh, entiendo. Bien jugado, Shibuya, bien jugado— levantó ambas manos y mostró las blancas palmas, —Había olvidado que, de entre los dos, uno ya se ha comprometido. “El amor joven”, Shibuya. Dicen que el amor joven no dura más que un suspiro.

—No es necesario que desees mala suerte a los demás por algo que no tienes, Murata—. Blanqueó los ojos sin borrar el inicio de la sonrisa de un millón de dólares –que por el momento no luciría completamente–.
En fin, omitió comentar nuevamente sobre ese tema porque no era tema –valía la redundancia– el hablar de supuestos amores de juventud cuando lo único importante era el llegar a Shinjuku, antes de que este desapareciera bajo el agua.

No esperó por una respuesta de parte de Murata y, a torpes y bruscos saltitos, vistió sus zapatillas finalmente. Decidió –como solo los jóvenes pueden decidir de manera tan irresponsable– que correría bajo la lluvia. Se resguardaría de esta con su mochila, ya que no importaba si la tarea de Matemáticas tocaba el agua, ¿a quién carajo le importa Matemáticas cuando el nuevo cromo de los Seibu Lions esperaba a salvo en el piso diez del edificio Tashikamaya? Bien, era extraño que una librería –especialmente una en Tashikamaya– vendiera cromos coleccionables. ¿No sería Akihabara el lugar más adecuado para vender tales ítems deportivos y de colección? Aunque, ¿quien era él como para cuestionar el lugar de venta de las tarjetas?. La respuesta: en este mundo; nadie.

 

—¿No tenías prisa, Shibuya?—. Interesado, Murata habló finalmente. Uno a uno los focos sobre sus coronillas fueron encendiéndose y el pasillo se iluminó en una fría luz.
No quedaban muchos estudiantes cerca de los casilleros, ¿en que momento la masa chillona se había dispersado?
Murata carraspeó y decidió hablar.

—Bueno, sí. Tengo prisa, pero…—. Observó nuevamente la cortina de lluvia a metros de él.
Un grupo de estudiantes, entre conversación y conversación, abrió las puertas y el sonido de la llovizna se intensificó tres tonos por toda la estancia.

—Ya veo. Ninguno trae paraguas consigo. Qué mala suerte, ¿verdad?—. Asintió en silencio.
El brillo de los anteojos desapareció un momento y, dándole la espalda, avanzó hasta los tan típicos paragüeros de metal a cada lado de las puertas de salida.
—No hay ninguno aquí— a mano izquierda, inspeccionó uno de los cilindros, —¿Podrías revisar si hay alguno en el otro, Shibuya?.
¿’En el otro’?, claramente podía ver, desde la distancia en la cual se encontraba, que en los dos paragüeros no había paraguas alguno.

—Oye, Murata. No hay ninguno —. Respondió con seguridad, sin moverse de su posición. Los lentes recuperaron el brillo junto con su sonrisa tan característica.

—Pruebas concretas, Shibuya. ¿Por qué simplemente no te acercas y lo compruebas con pruebas concretas?
¿Eh? ¿Acaso no era Murata el único usando lentes de entre los dos? El usarlos le garantizaba tener una visión superior por sobre el promedio, ¿no?. Prefirió no iniciar una lucha de “‘Ven tú a verlo’ ’No, ven tú a verlo’” y caminó directo hacia el paragüero que quedaba. Murata le observaba de pie, a un lado del paragüero izquierdo.

—¡¿Eh?!—. Exclamó con tanto asombro que dio dos pasos exagerados hacia atrás.
Murata acomodó sus lentes y sonrió.
—¡Mu-Murata! ¡Aquí hay uno! Pero, ¿cómo? ¡Es imposible! O sea, hace un momento el pasillo estaba lleno y… ¿Acaso nadie notó este amiguito de aquí?—. Lo tomó por el mango y lo abrió. Vaya si que era uno real. Color negro y bastante amplio como para dos personas. “Un golpe de suerte”, simplemente. Se sintió un poco mal por haber dudado de Murata. “El gran sabio”, claramente le rendía justicia a su renombre cada vez que su credibilidad era puesta en duda. Y hablando de Murata…
Para cuando dejó de mirar la tela negra del paraguas, el gran sabio ya no se encontraba.  

 

4.

 

«Se le informa a nuestros usuarios que abandonen los vagones con precaución. El próximo tren a…».

 

Las iris oscuras observaron el reloj digital sobre las escaleras eléctricas de la estación de Meiji-jingumae. Seis de la tarde con veintitrés minutos.

Al lado del reloj digital, las noticias de las seis anunciaban precipitaciones hasta el domingo. ¡Un momento!, ¿no era que habían informado, hacia una hora atrás, que durarían hasta el medio día del Sábado? ¡Imposible!. Si no lograba dar con las puertas abiertas del edificio comercial, tendría que esperar alrededor de una semana entera para-- ¡No, no! No esperaría una semana para tener en las manos aquellas tarjetas. Nuevamente, ¡un momento!. Recordó –mientras algunos hombros ajenos chocaban contra los suyos– el invento que había llamado su atención sobre la mesa, aquella mañana de Domingo. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

—“Arcoíris de múltiples colores bajo mis párpa…

 

4.2

 

—…párpados-kun” —. Anissina finalizó la introducción del décimo objeto.

 

Parpadeó con torpeza. Su mirada atenta al artefacto mágico frente a él. Desde hacía un tiempo Anissina-san inventaba a lo menos diez nuevos inventos para que su majestad, el Maou –O sea, él–, solucionara los tan típicos problemas mundanos del día a día. Estos eran exhibidos al final de cada mes y aquel día era el último del correspondiente. ¿Qué sería esta vez? ¿Un atrapa pesadillas que activara una escandalosa alarma anunciando que su majestad estaba sufriendo de un mal sueño y que, por ende, era deber de todos en el castillo saberlo? ¿Qué beneficio le traería si su cuarto se llenara con todos los guardias de turno? ¿Qué le trajeran un vaso de leche tibia más rápido? Vaya uno a saber que cosas pasaban por la inteligente y extraña mente de la mujer –aunque era seguro el no comenzar con una investigación respecto a ello–. Volviendo a lo que realmente importaba, era este último aparato. La voz de Wolfram –a su lado derecho– le atrajo nuevamente al “mundo real”.

 

—¿Estas diciendo que este aparato puede cambiar el clima a voluntad?—. Al escuchar la pregunta de Wolfram –junto su tan característico tono de incredulidad–
su atención fue completamente para la científica.
Los labios de color carmín dibujaron una línea chueca.

—Así es, su excelencia. “Arcoíris de múltiples colores bajo mis párpados-kun” no es solo un aparato mágico con poderes inimaginables, si no que, no conforme con poseer un tamaño cómodo de bolsillo, cuenta con la capacidad de detectar climas no deseados y transformarlos a favorables, según el criterio de su usuario—.
El salón completo permaneció en silencio. Wolfram bufó no muy convencido por la respuesta. Tal vez la verdad no era suficiente para sus altos estándares… Bueno, ¿qué explicaciones estaban a la altura de sus estándares de todas formas? Prefirió no seguir indagando por una respuesta que jamás obtendría en tan poco tiempo y tomó con la derecha el objeto en forma de control remoto.

—Es bastante ligero—. Sonrió impresionado. Anissina-san estaba en lo correcto con el punto de la comodidad. Descuidadamente comenzó a jugar con el como si de una pelota de béisbol se tratara.

—Alteza, por favor no toque esos aparatos tan despreocupadamente—. Günter asomó su cabeza entre los futuros consortes.
Observó por el rabillo del ojo como Wolfram –con bastante molestia– le hacia espacio entre ambos.

—¿Por qué no, Günter? Es ligero, inclusive luce como un control de Nintendo 64, de hecho es igual a uno…—. Tomándolo por sus esquinas lo inspeccionó detenidamente.
El armazón alargado era de un gris oscuro, cuyos botones –tres en total–, de color rojo, sobresalían junto con una extraña antena, que resaltaba al inferior de este. Bien, lucia como un control de Nintendo 64, obviando la famosa antena.
No conforme con pasarlo entre sus manos cual pelota, Yuuri le tomó como un bate y simuló un perfecto HOME RUN.
«¡Fuera de casa! ¡Y el público se pone de pie!». Pudo escuchar la algarabía en celebración a su imaginaria anotación.

—¡Alteza!

El gritito de Günter fue lo último que escuchó en aquella breve remembranza.

 

 

4.

 

«Oye, Muchacho. No estorbes en el camino».

 

Nuevamente volvía a la actualidad.
De pie frente a las escaleras eléctricas y una masa detrás de él, quejándose de su molestosa posición. Claro, en medio de las escaleras eléctricas de una estación de metro de pleno centro y sin moverse, ¡brillante!.
Color en sus mejillas y la torpe sonrisilla eran bastante poco para retratar en el exterior la vergüenza que experimentó al notar que era él por quien todos reclamaban. Inclusive uno de los guardias del metro se le había acercado para retirarle amablemente de en medio del camino. Una vez que se dignó a alejarse de las escaleras, el cúmulo de cuerpos disminuyó considerablemente. «Soy un caso perdido. ¡Incluso en mi propio mundo soy un-- ». Oh no, ahora era cuando… La imagen de…Y ese tono engreído junto con las palabras…

—¡No me llames enclenque!—. Apretó los puños y cerró los ojos con fuerza. Todo fuera por callar esa voz en su consciencia. Todo fuera por apartar la imagen que no deseaba recordar estando en SU lugar seguro. Porque este era SU lugar seguro en donde podía actuar como fuera que el otro pensara y sin que se lo restregara en la cara cada vez que-- Bien, ya lo había llamado y sería imposible echarlo, no cuando se apoderaba de todos sus recuerdos vergonzosos y se convertía en el juez de ellos.

Por un momento se olvidó de la tortuosa figura masculina y fijó su mirada al frente. Allí, cientos de ojos inquisitivos le observaban con poco -o bastante poco-  disimulo. A sus pies la mochila negra y el paraguas. ¡Los había arrojado en un arrebato! No, no. ¡Estaban observando a su dirección!
«¡Rápido! ¡Corre, Yuuri, Corre!».
Y eso fue lo que Yuuri hizo.

 

 

5.

 

Paró la carrera a cuadras lejos de la estación. En medio del puente de Harajuku. Tanto fue el arrebato del momento que olvidó por completo el motivo por el cual se encontraba corriendo como un loco hacía el distrito de Shibuya. El paraguas se ladeó al disminuir la velocidad y, con esto, un chorro de agua fría empapó su coronilla. Mechones gruesos de cabello oscuro se adhirieron en plenos ojos, escurriendo agua de sus afiladas puntas. Los retiró con la mano izquierda y lloriqueó en silencio.
Era tan penoso. Todo era tan penoso y la lluvia; la fatídica lluvia se reía de él a carcajadas, tan fuertes que incluso podía sentir como las gotas a su alrededor se volvían más y más gruesas, «Lágrimas por exceso de risa». Y no, esto no era porque fuera un-- Bueno; un hombre bruto, inexperto y arrebatado. ¿Desde hacía cuanto que SU propio lugar seguro era tan cruel con él? Ah…El incidente en los baños femeninos, como el celular azul se había destruido en millones de pedazos para jamás volver y el segundo mundo completamente loco del cual ahora era rey …Entendido. Tal vez este lugar no era SU tan ansiado lugar seguro, tal vez solo…

¡Claro! ¡El cromo de tarjetas de los Seibu Lions edición conmemorativa del año dorado del 85! ¡Y ya estaba en Harajuku!

 

—¡Shibuya Yuuri Harajuku Fuuri ya no volverá a estar en desventaja nunca más!—. Ensanchó la sonrisa y se impulsó hacía el dulce y próspero porvenir.

A una lejana distancia, la pared de marrón oscuro observaba como “el chico con el cable de celular en el culo” se acercaba a gran velocidad. La ráfaga oscura de juventud impetuosa le impactó de frente y por poco logra botarle al piso. Un “¡Realmente lo siento!” se escuchó opacado el sonido de la lluvia contra el asfalto.
 

«¡Malditos jóvenes y su porquería de tecnología conectada al culo!». El veterano graznó furibundo, dando grandes pisotones. Los pocos cosplayers, que aún se encontraban en la zona, le abrieron camino evitándole por completo.


«Qué tipo más loco».

«¿Y por qué esta maldiciendo? ¡Qué desagradable!».

«Hace un rato un pésimo cosplayer de Shinji-kun casi le bota al piso».

«¿Tan mal lucia?».

«Claro, ni siquiera se dignó a cosplayar el uniforme correcto».

«¡Qué mal!».

 

 

La mochila negra se resbaló de la mano que sujetaba el mango del paraguas e impactó directo contra un charco de agua. «Adiós tarea de matemáticas», pensó con vértigo. Tomó el portafolios negro por la asa y retiró el exceso de agua con leves sacudidas. Todo estaba arruinado. No solo el cuaderno de Matemáticas, sino que el libro y cuaderno de Inglés, Literatura y su setenta y ocho en Historia.
Se había detenido hacía unos minutos, a pasos del edificio comercial. Al menos aun no pasaban de las siete –anunciaba una enorme pantalla, situada en unos de los edificios cercanos al departamento comercial­­–. La lluvia no había cesado, pero por lo que veía la gran mayoría de las tiendas seguían abiertas.
Metió su mano izquierda en su bolsillo–olvidando completamente el incidente con su mochila– y apretó su billetera. Estaba tan cerca.


6.


—Vaya, Muchacho. Lo siento. El edificio cerró hace tres horas debido al mal tiempo.

 

No. No. NO. Esto no podía estar pasando. El guardia de seguridad del edificio comercial de Tashikamaya había sido claro y no mentía. Las puertas estaban totalmente cerradas. Quiso abrazarlas patéticamente y llorar, pero el guardia no le quitaba el ojo de encima –incluida alguna que otra persona que transitaba esperando los taxis para regresar a casa–. Optó por lo más sano y se alejó a paso tranquilo, pero se detuvo en seco. El sonido de la lluvia golpeteando la tela negra del paraguas. No. Regresar a casa luego del viaje y la vergüenza vivida en el metro de Meiji-jingumae era claramente una señal de derrota. ¡Estaría aceptando la derrota!.
«Enclenque», el subconsciente le gritaba con ese tan característico y arrogante tono de voz. Tomó aire. No estaría seguro en ninguna parte porque traía consigo el recordatorio de lo penosa que era su existencia en la tierra –ya que en Shin Makoku él debía actuar como rey y no podía darse el lujo de mostrar lo torpe que era por naturaleza, aun si “nadie” lo cuestionara por ello–.

Giró sobre sus talones, apretando la mandíbula dispuesto a negociar con aquel guardia por una oportunidad para entrar al edificio. Algunas tiendas mantenían sus luces encendidas, desde la calle se podía observar. Cabía la posibilidad que esa librería siguiera abierta. “Cabía”, ¿por qué no? Los milagros suceden, ¿verdad?


«¡Cuidado, muchacho!».


¿Eh? ¿”Cuidado”, por qué? La advertencia fue dada bastante tarde, su rostro impactaba contra uno de los profundos charcos formados por un enorme agujero en el cemento. Uno bastante profundo, ya que logró tragarle por completo.
Debió ser precavido en primer lugar. ¿Cómo había pasado por alto que cerca de sus pies se encontraba tan profundo agujero lleno de agua?¿Cómo?
No importaba realmente. Había planeado regresar a Shin Makoku desde el recuerdo del aparato que cambiaba el clima, aunque no había contado el regresar de esta manera, pero ahora que se encontraba en el viaje no podía darse el lujo de retractarse –ni sabiendo como–. Aprovecharía la extraña oportunidad dada a si mismo, inconscientemente.

Notas finales:

Fin del primer capítulo.
Resultó más una introducción a...
Lo siguiente tendrá romanticismo o... Intento de el lool

Espero puedan comentar sobre esta primera parte, pero aun si no lo hacen no importa, seguiré escribiendo contra todo pronóstico del tiempo C:



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