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Corona de flores por Dashi Schwarzung

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Notas del fanfic:

 

Antes que nada, me disculpo si hay horrores ortográficos, pues este fic no está beteado (lo hice de rápido o mi inspiración huiría) prometo revisarlo más tarde y corregirlo.

También debo decir que el shota no es lo mío, pero puesto que este capi no tiene nada fuerte, no me fue difícil escribirlo.

Oh sí!, por fin me salió algo cortooooooooooooo!! Que por cierto, gracias a mi inspiración lo pude terminar en al menos hora y media. Yay!!
Sigue siendo el Hikari Month, así que no quería esperar más tiempo por subir este fic, espero que les agrade.

 

Advertencias:
-Shota
-AU
-Mención de KiKasa

..:: El rey y el pequeño príncipe ::..

.:.

.

 

Su rostro de suma aburrición podía hacerse notar ante los demás presentes, quienes al final de cuentas no dijeron nada; no les era extraño que el chico estuviera con esa cara, pues era apenas un chico joven que por causas de fuerza mayor se había tenido que armar de valor y hacerse cargo de su reino…

Kagami Taiga era un chico de tan solo 20 años, quien había asumido la corona del reino de Seirin a partir del deceso de sus padres ante una cruel batalla contra el reino de Kirisaki Daichi; al ser el único heredero al trono, tuvo que hacerse cargo, reclamando como suya la corona, sabiendo que tenía que dar lo mejor de sí para no dejar caer todo ese esfuerzo que, durante tanto tiempo, su padre había hecho para ver florecer Seirin.

 

Kagami se encontraba en una reunión convocada por los reyes de diferentes reinos, desde hacía rato que había perdido interés en la importante conversación, a tal punto de que el sueño comenzaba a apoderarse de él.

—Creo que lo mejor es invertir en el comercio desde el reino de Rakuzan. — Mencionaba Midorima Shintarou, el consejero del  rey Otsubo, soberano de Shutoku.

—Es una mala idea, Midorimacchi. — El siguiente en hablar fue Kise Ryota, consejero y fiel amante del rey Kasamatsu de Kaijou.

—Yo no me atrevería a hacer tratos con Akashi Seijuurou, a pesar de ser joven gobernando Rakuzan, es un temible hombre. Muchos han dicho que no hay que fiarse de su palabra como rey. —Kasamatsu apoyó la idea de su consejero rubio.

Ante aquella pequeña discusión, parecía que Kagami se había quedado excluido, lo cual en realidad no le importaba; lo único que quería el pelirrojo era ir a sus aposentos y dormir un rato.

—Yo podría tratar de convencer al rey Akashi. — Interrumpió Imayoshi, rey de Tōō, con su típica sonrisa tenebrosa. —El comercio de Rakuzan es muy rico, creo que todos nosotros podríamos beneficiarnos y darle algo a cambio.

 

El pelirrojo trató de suprimir un bostezo, pero no pudo evitar llevar su mano hacia su rostro y tallarse uno de sus ojos, en clara señal de aburrimiento y somnolencia.

—¿Se encuentra bien, mi señor?

Kagami giró el rostro hacia el chico que recién le había hablado; era su consejero: Kuroko Tetsuya, un chico joven pero con una innata habilidad de observación y con una agilidad mental estupenda; habilidades que a veces a los reyes con experiencia podría dejarlos con la boca abierta.

—Lo siento… es sólo que… necesito tomar un poco de aire.

Midorima frunció la boca y suspiró en resignación.

—Supongo que podríamos posponer nuestra reunión para más tarde. —Propuso el chico de cabello verde y lentes de armazón grueso. —Si el rey de Seirin no se siente descansado, no podremos avanzar con los planes.

Ante la propuesta, todos los presentes asintieron y esperaron a que el pelirrojo se levantara de su asiento, para terminar, por ese momento, dicha congregación.

Cuando Kagami se levantó, tomó gentilmente del brazo a su consejero y, en un susurro, le pidió llevar a los invitados de los diferentes reinos a los aposentos privados, hechos exclusivamente para las visitas de los altos mandos de las diferentes monarquías. Kuroko asintió gustoso, pidiendo a los reyes que lo siguieran.

 

Cuando notó que sus invitados se retiraban lentamente, suspiró aliviado. No tenía noción de cuánto tiempo había estado sentado en ese lujosa silla, escuchando todas las opiniones y discusiones de los monarcas; tenía que salir del castillo… debía tomar aire fresco y tal vez despejarse un rato haciendo alguna actividad que le gustara.

Tuvo oportunidad de quitarse su pesada capa roja y dejarla aventada sobre uno de los asientos; se dirigió hacia su cuarto privado y encontró su arco y flechas… no le era mala idea practicar su arquería en el bosque, así que, sin perder más tiempo, se dispuso a salir del castillo.

 

Cuando puso un pie fuera del lugar, sintió los rayos del sol pegar directo en sus ojos, aspiró el aroma usual del pequeño bosque que yacía a unos metros de él… ese lugar que lo había visto jugar de pequeño y que había sido testigo de sus travesuras infantiles.

Una sonrisa nació en sus labios, mientras afianzaba su agarre en el arco y las flechas en su mano.

 

Tan rápido como sus pies pudieron, lo adentraron en el pequeño bosque, sintiéndose totalmente bienvenido en ese lugar. Sentía esa conexión fuerte con ese lugar, no podía explicarlo a ciencia cierta, pero el bosque lo hacía sentirse tan aliviado, tan revitalizado, tan contento.

 

Sin demora empezó a correr en una dirección que él ya tenía memorizada, apuntó con el arco y flecha y empezó a disparar en lugares específicos, en ramas donde se encontraban clavadas flechas de sus anteriores tiros.

Una a una las flechas iban disparándose, mientras él seguía avanzando; no se dio cuenta cuando una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Aquella ocasión no era la excepción; sus prácticas con el  arco y flecha siempre lo dejaban tan satisfecho y feliz.

 

Después de al menos 30 minutos de ejercicio, mostrando a la nada sus habilidades natas para con aquellas armas, se detuvo en medio del bosque; tomó grandes bocanadas de aire y trató de regular los latidos acelerados de su corazón.

Pero un sonido extraño acaparó su sentido del oído; un sonido de una pequeña rama rompiéndose a la mitad, pero no movió su cabeza.

Sabía que alguien estaba escondiéndose detrás de aquellos árboles, podía escuchar su respiración y esos pasos que resonaban tras pisar las hojas secas que se quebraban al contacto.

Su pequeña sonrisa no se hizo esperar y prefirió no moverse de ese lugar.

 

—Príncipe Aomine, no debería estar aquí. — Cerró los ojos ante sus palabras. —Seguro que Lord Imayoshi debe estar buscándolo por todo el castillo.

Un pequeño gruñido escapó de los labios del nombrado, quien por fin dejó de escudarse en los enormes árboles y salió a la vista, vislumbrando cómo un par de ojos color rubí se posaban sobre él.

—Sólo estaba cortando algunas flores. —Su voz tan aguda se escuchó por los oídos de Kagami, quien le regaló una sonrisa más grande.

Aomine Daiki era el príncipe heredero al trono de Tōō; era también sobrino del rey Imayoshi, quien no había podido concebir hijos y decidió que el siguiente rey sería su pequeño y travieso sobrino de 10 años.

Era un pequeño niño con una piel muy singular, de color chocolate que a toda persona lo hacía mirarlo con curiosidad; sus cabellos azules brillaban hermosamente a los rayos del sol y sus ojos color zafiro simulaban la medianoche. Un niño de 10 años tan hermoso que robaba la atención a más de uno por su apariencia tan única.

—Creo que deberíamos regresar, mi señor. —Mencionó Kagami, notando cómo el infante se acercaba a él.

—Está bien. De todas formas terminé.

Una ceja enarcada fue la única respuesta que el rey de Seirin le regaló al pequeño príncipe, pues no entendía a qué se refería con ese simple comentario. Pudo notar que Daiki ocultaba algo detrás de su espalda, pero no se atrevió a decir nada más.

 

—Quiero regalarle algo, mi rey. — Aomine acaparó la total atención del más grande con ese comentario; los ojos del pelirrojo se abrieron con sorpresa al escuchar aquella voz tan aguda.

—Príncipe Aomine, no creo necesario qu—

—Mi madre me enseñó a hacerla. — Interrumpió descortésmente, ahora mostrando una sonrisa al mayor.

El rey de Seirin no podía entender por qué tanto misterio… por qué el príncipe no le decía las cosas de una vez.

Y parecía que sus súplicas eran escuchadas, pues después de que su sonrisa se hiciera más grande, el pequeño dejó mostrar lo que había escondido por varios minutos detrás de su espalda: en sus manos yacía una corona hecha de ramitas y unas pequeñas flores de distintos colores, no era muy ostentosa pero sí era muy linda.

El mayor quedó asombrado por la visión, por un momento le costó creer que aquel artículo había hecho por las manos de un pequeño niño de 10 años.

—¿Eso… es para mí? —Cuestionó tonta e incrédulamente, sin soltar las armas con las que había ingresado a aquel lugar.

El pequeño príncipe asintió a la pregunta, sin dejar de mostrar la corona.

—¿Puedo ponérsela? —Preguntó con toda la inocencia de un pequeño de su edad, provocando que en las mejillas del rey apareciera un color carmín.

 

Kagami soltó una muy pequeña risa y se encogió, posando sus rodillas sobre las hojas secas del piso, dejando su arco y flecha sobre el mismo; prosiguió a quitarse la corona -que no era nada ostentosa - que lo distinguía como rey de Seirin y  agachó la cabeza, con ese simple acto dándole a entender al peliazul que podía poner el objeto sobre su cabeza.

Sintió los pequeños dedos rozar su cabello rojo y luego la corona fue posada sobre su cabeza; cuando levantó de nuevo la mirada notó la mirada de satisfacción del niño moreno, y la enorme sonrisa que adornaba sus pequeños labios fue contagiada al más alto.

—Gracias. — Musitó sincero, acomodando un poco la corona para que ésta no se cayera.

Daiki no respondió, sólo asintió gustoso con un movimiento de cabeza y se enfocó en aquellos rojos rubíes.

—Mi mamá dice que es bueno darle o hacerle algunos regalos a esa persona que te gusta.

El rey estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva al escuchar la oración inocente, no pudo contener la tos que lo atacó después. ¿Había escuchado bien? ¡Por supuesto que había escuchado bien! Él tenía el sentido del oído bastante bien desarrollado como para haber escuchado erróneamente.

—¿De qué habla, mi príncipe? — Cuestionó, tratando de que todo ese asunto le quedara claro. La sonrisa del pequeño de repente había desaparecido dándole lugar a la seriedad en su rostro y a esa mirada de seguridad.

—Mi rey Kagami, quiero que acepte esa corona como muestra de mi amor hacia usted.

 

Los ojos del nombrado nuevamente se abrieron con asombro. ¿Cómo osaba aquel infante en decirle algo como eso? Sin embargo, no podía negar que dentro de él, su corazón había empezado a latir con vehemencia. No recordaba la última vez en la que alguien se le hubiera declarado de una forma tan tierna como esa, y el hecho de que un pequeño niño lo hubiera hecho no cambiaba en nada lo que pensaba y sentía.

A pesar de que sus rodillas comenzaban a dolerle por estar en tan incómoda posición, no quería levantarse, prefería permanecer a la altura de Daiki, al menos hasta terminar con aquella confesión.

Príncipe Aomine, me halaga mucho su regalo. — Su voz sincera se escuchó por el canal auditivo del peliazul. —Pero me temo que no puedo aceptar sus sentimientos.

La mirada de decepción y dolor se notó en el rostro del pequeño niño; Daiki no pensaba que la respuesta del rey sería un rotundo “no”, así que bajó el rostro, totalmente apenado. Pronto sintió un toque suave en su barbilla; la mano de Kagami se había situado en su mentón y lo había obligado a enfocar de nuevo su mirada en él.

—Escuche, mi príncipe… no puedo corresponder sus sentimientos en este momento… usted es demasiado joven. — Dijo, tratando de que su voz se escuchara lo suficientemente cordial, para que el pequeño pudiera entender el punto. —Pero no es un “no”, sólo le pido esperar…. Cuando tenga la mayoría de edad podremos hablar sobre este asunto. Claro, si es que usted aún lo desea.

 

La sonrisa cálida y tierna de Kagami, más las palabras dichas con dulzura hicieron que la decepción en el príncipe se desvaneciera. Claro que entendía el punto y debía decir que el rey tenía la razón, él era muy pequeño para lo que le estaba proponiendo a Kagami, pero no dudaría en esperar el tiempo necesario para que el pelirrojo cambiara de opinión.

—Entonces me apresuraré a crecer y lo enamoraré, mi Lord. — La animosidad se hizo presente en él, ganando una sincera risa de parte del rey, quien por fin se puso de pie y tomó los artículos que previamente había puesto sobre el piso.

—Entonces ¿Puedo conservar la corona? — Preguntó, señalando el objeto sobre su cabeza. —Me gusta más que esta corona fea. — Ahora habló refiriéndose al artículo de oro sólido que yacía sobre su mano.

—Me honraría, mi rey. —Fue la contestación del pequeño, antes de que ambos empezaran a hablar sobre distintas cosas y se dirigieran hacia el castillo, donde seguramente un furioso Imayoshi estaría esperando al pequeño príncipe.

..::..

.:.

.

Cuando ambos entraron al enorme castillo, Aomine se despidió de Kagami y partió en busca de su tío, dejando al pelirrojo parado y despidiéndose con un típico movimiento de cabeza.

—¿Dónde estaba, mi señor? — Una voz lo hizo saltar en su lugar, pues el pequeño susto que su consejero le había dado ya era típico, pero aun así no podía acostumbrarse.

—Demonios, Kuroko. ¡No me asustes así! — Refunfuñó un rey molesto. —Estaba practicando mi arquería en el bosque.

—¿Y esa corona?

Un ligero sonrojo apareció en las mejillas del rey, quien miró hacia otro lado, sin querer responder a la pregunta del otro chico.

—Ya veo que el pequeño príncipe del reino de Tōō es muy animoso. — Comentó bromista, presintiendo lo que aquella corona de ramas y flores podía significar.

—Le pediré que se calle. — Contestó, dándole de mala gana al consejero su arco y flecha para dirigirse a sus aposentos a descansar un poco antes de la reunión que se suscitaría más tarde.

Kagami no sabía por cuánto tiempo los soberanos de los reinos vecinos se quedarían en Seirin, sin embargo, no le importaba en lo absoluto, y menos cuando el pequeño Daiki podía estar cerca, pues sus ánimos se elevaban y la compañía del pequeño niño le era tan satisfactoria.

Tampoco le importaba esperar hasta que el moreno creciera y pensara si aún quería estar con él.

Eso el tiempo sólo lo diría.

 

 

Notas finales:

Para esta historia me inspiré en una imagen que vi de un pequeño niño poniéndole al rey una corona de flores, y me dije “por qué no?” y así quedó.

Gracias por sus visitas y por sus buenos comentarios, c: espero que les haya agradado la lectura, y si no, también pueden dejármelo saber, siempre es un placer leer todas las críticas, siempre y cuando éstas sean constructivas.

Nos veremos pronto, lo prometo! /o/


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