Y ahí estaba. Montando a caballo como sólo pocos sabían y podían hacerlo. Su cuerpo parecía enmarcado por los dorados rayos de sol, el cual estaba próximo a ocultarse por detrás de las montañas.
—¡VEGETA! —gritaba un joven de cabellos negros, ocultos bajo un sombrero, dejando ver únicamente un mechón que caía por su frente.
El aludido escuchó el llamado, así que hizo que ese caballo blanco corriera por todo el prado, hasta llegar frente al menor. Vestía una camisa a cuadros color roja, pantalón de mezclilla azul y botas café oscuro. Su cabello en forma de flama le impedía llevar un sombrero; pero se conformaba con ese cinturón cuya hebilla tena un caballo.
—¿Qué quieres, Tarble? —preguntó un poco molesto de que lo interrumpiera cuando paseaba por los campos.
—Nuestro padre quiere hablar con los dos—dijo el menor. Él vestía algo parecido a su hermano, sólo que sus botas eran color café claro y su camisa era azul.
Vegeta bajó del caballo de un sólo movimiento. Desde que era un chamaco l hacía eso y, aunque hubo muchas veces que se cayó al suelo, lo hacía muy rápido.
Tom de las riendas al cuadrúpedo y comenzó a caminar. Llegó hasta el establo, donde dejó al animal. Ahí podría descansar y comer. Luego fue a donde estaba su padre, en la sala de esa humilde casa que pertenecía a un rancho. Llegó, y lo vio sentado en una silla; frente a ésta había otras dos. Ambos hermanos se vieron un poco confundidos, y tomaron asiento.
—Como ya saben, su madre se volvió a casar hace un año con un compa de lana. Ella quiere pasar tiempo con ustedes, por eso acordamos que se queden un año en la ciudad a acompañarla—dijo ese hombre de cabellera en forma de flama, que además tenía una barba.
—Espera, no pienso ir a ningún lado—se apresuró a decir el hijo mayor.
—¿Por qué no, Vegeta? —le cuestionó su padre.
—Porque pertenecemos aquí. No quiero saber nada de esos sujetos que viven en las ciudades. Son de lo peor dijo.
—Hijo, tu madre quiere verlos—intentó convencerlo.
—No me interesa. Para empezar, ella fue quien nos abandonó; si ese idiota con el que se largó no le pudo dar hijos, ese no es nuestro problema. Ahora que no venga a buscar amor— dijo y se cruzó de brazos.
—No te mentiré. Ellos tuvieron un bebé hace un mes—dijo y el menor abrió los ojos lo más que pudo.
—¿ENTONCES QUE QUIERE DE NOSOTROS? —exclamó.
—Ella los ama, a los dos. Los extraña mucho. El hecho de que ella y yo nos hayamos separado, no quiere decir que ya no los vea como sus hijos—le dijo en voz suave.
—Tsk—chistó. Suspiró con resignación. —Está bien. Pero no quiere decir que seré amable con ella ni con ese señor—se apresuró a decir.
—Bien. Alístense entonces.
—¿Por qué? —preguntó su hijo menor, quien había estado escuchando toda la conversación.
—Iremos a una fiesta en el rancho vecino. La hija del señor cumpli años y nos invitó—les dijo y se puso de pie. —Le daré salida a los trabajadores y al capataz.
—Espera, antes de que te vayas, quiero preguntarte algo—dijo Vegeta.
—Sé, ¿qué necesitas?
—¿Podré llevarme a Snowball? —preguntó refiriéndose a su caballo blanco.
—Lo siento, hijo. Creo que Snowball sería más feliz estando en el campo, no encerrado en la contaminación de la ciudad—le explicó y se retiró.
Ya resignado, fue a su cuarto para alistarse.
***
Es media noche, y el cielo está cubierto por un manto de estrellas. La banda sonaba a todo volumen, y había quienes bebían alcohol, otros conversaban, otros bailaban, y había quienes cantaban porque se sentían identificados por las canciones.
—¿Y qué pasó con Bulma? —preguntó Nappa, un chico que se afeitó la cabeza.
—Terminé con ella—dijo Vegeta.
—¿Por qué? —pregunt.
Estaban recargados en una camioneta Nappa, Vegeta, Tarble y Lapis. Así, en ese orden, un poco alejados de los demás.
—Me engañaba con Yamcha—dijo y bebió de su botella de agua mineral.
—Uuu qué mal, amigo.
—No hay problema, después de todo... —no terminó de hablar para poder prestar más atención a la canción que estaba por comenzar. —Escucha esa canción, va dedicada a la Bulma—dijo. Comenzó y esperó unos segundos para poder cantar. —*Así como te quise, ahora te maldigo. El amor se hace odio, lo comprobé contigo. De veras te agradezco, que ya no estés conmigo. Tú no vales mi llanto, y de haberte amado tanto estoy arrepentido... —cantó y sus amigos rieron un poco.
—Y al rato te vamos a cantar la de "pa' qué te casabas Juan, si ya te habías divorciado", nomás espérate tantito, Vegeta, vas a ver que te vas a enamorar otra vez—dijo Lapis, y sus amigos volvieron a reír.
—Nee, en la ciudad no. Ah todas las personas son iguales. Creen que todos están a sus pies; no les interesan los demás. Son de lo peor, todos. Absolutamente todos—dijo y bebió más agua mineral.
—Sí, unos sí. Escuché que se gastan un dineral en viajes. Creo que muchos millones por ir a varias ciudades del mundo.
—¿Más de cinco millones? —preguntó Vegeta.
—Creo...
—Nee, eso me lo gastaría comprando un caballo—dijo.
—Tú y tus caballos... ¡Y ni siquiera te subes a otro que no sea Esnoubal! —dijo intentando nombrar al cuadrúpedo.
—Sí, lo sé. Ese es el mejor caballo del mundo—sonrió orgulloso.
—¿Y cómo crees que te vaya en la ciudad? —preguntó Nappa.
—Nee, da igual. Le haré la vida imposible a ese compa con el que se casó Maria, y luego vendré—dijo con una sonrisa.
Pero Vegeta, no creo que sea buena idea—le dijo su hermano.
—Bueno, él quiere pasar tiempo con nosotros... además, arruinó nuestra familia.
—Sí, pero puede que sea buena persona...
—No lo creo, todos los de la ciudad son de lo peor—dijo y volteó a ver hacia el cielo. —Lo único que les interesa es la lana, ya verás mañana...