Todos tenemos una persona que nos hace sentir especial.
Una persona que creemos y sentimos es nuestra otra mitad, los poetas la llaman “medias naranjas” o “almas gemelas”.
¿Alguna vez lo has sentido?
Saber que existe esa otra persona que siempre está para ti, dicen que aquellas que realmente valen la pena están “en las buenas y en las malas” pero yo aprendí que aquellas a las que realmente le importas están contigo en las malas. En esos momentos en los que sientes que el mundo se cierra cada vez más, hasta que simplemente te ahoga.
Yo tenía esa persona.
Su cabello era castaño, su piel era blanca pero estaba ligeramente tostada por el sol. Su sonrisa era amplia tan amplia que sus ojos se cerraban cuando lo hacía. Tenía dientes blancos, tan puros como su alma. Como su persona.
Su carácter era lindo, para mí. Algunas veces se ponía agresivo y evasivo pero sé que lo hacía porque lo habían lastimado. Algunas veces me pregunté si éramos el uno para el otro, si eso del destino también aplicaba a dos personas que se conocieron de manera tan particular como lo es entregar una pizza.
Esa persona ideal que todos estamos buscando… a veces sólo llega cuando tienes la guardia baja. Cuando estás más vulnerable y te impacta. Te impacta tanto que se convierte un soporte. Un soporte que crees siempre estará para ti.
Pero ¿qué hay del otro lado de la moneda?
¿Yo era su persona ideal?
Claro. Claro que lo era. No sólo porque nos amaramos sino porque yo era la persona que esperaba horas a que terminara de bañarse. Yo era la persona que comía lo que preparaba aunque estuviera un poco quemado. Yo era la persona que tomó su mano ese día que llovía porque se reusaba a continuar con el camino porque se mojaría. Yo fui esa persona con la que bailó bajo la lluvia.
Porque no sólo estuve en las buenas con él, sino en las malas también. Como ese día que revisamos si había entrado a la Universidad y en letras rojas pareció “Rechazado”. Porque estuve con él cuando perdió en la competencia de baile que tanto anhelaba ganar. Porque estuve ahí cuando estuvo internado en el hospital por su cirugía.
Era todo para mí.
Teníamos planes de envejecer juntos. Lo normal, estar toda la vida con esa persona que Dios mandó para ti. Soñaba con que en algún momento de la vida misma, los dos llegaríamos de trabajar a casa. Nos turnaríamos para preparar la comida y el aseo doméstico, veríamos televisión por las tardes, tomaríamos una ducha juntos y el día terminaría cuando nos sentáramos a cenar o ver televisión.
Yo soñaba con eso, con él.
Pero cuando a un “príncipe” le gusta otro “príncipe” todo se complica.
De repente parte del mundo se vuelve en tu contra. Te miran con odio y repugnancia. Evitan estar en la misma habitación que tú. Te humillan cada vez más, cada insulto se hace más hiriente y ellos se encargan de que jamás los olvides. Ellos se encargan de lastimarte.
De destruir lo único que te mantiene vivo.
“Ellos” acabaron con mi alma gemela.
Me llena la ansiedad recordar ese momento en que me llamó el Instituto Médico Forense. Me llena el miedo al recordar el aroma a muerte que se respiraba en ese lugar… soy una mezcla de emociones al recordar su rostro golpeado tras la manta que lo cubría.
Recuerdo que en ese mismo momento el aire se fue de mis pulmones, mi garganta se cerró y mis rodillas temblaron.
“Es él.”
En ese momento no me pude contener y pese a las indicaciones que me dieron de no mover el cuerpo, terminé abrazándolo, pegándolo fuerte a mi pecho para que los latidos de mi corazón pudieran revivir el suyo.
Esa noche regresar a casa fue amargo.
Porque sabía que no importaba cuánto café me preparara para esperarlo, él no llegaría.
Ir a dormir fue aun peor porque todo me recordaba a él. Soñar fue un tormento porque lo veía sonriente, despidiéndose de mí antes de salir a la Universidad. Despertar fue aún peor. Porque sabía que él ya no estaría conmigo.
El funeral, el entierro… aceptar que todo lo que habíamos planeado ya no sería posible, todo fue más doloroso. Pero durante ese tiempo me mantuve firme, no me quebré.
Dos meses después de aceptar que no viviría más con él me encontré con sus agresores. Tenía muchas cosas que decirles, muchos golpes por darles, tenía una manera más sádica de terminar con ellos pero estaba tan cansado que sólo los miré y negué lentamente.
Me daban lástima.
El día que se les dictó sentencia yo estaba presente. El Juez me dio la palabra después de decirles su pena.
“Yo los perdono, porque sé que él lo hizo hace tiempo”.
Pronunciar esas palabras, darme cuenta de lo que ellas significaban fue más impactante que su pena capital.
Sé que la vida no volverá a ser la misma. Ni para ellos ni su familia. Menos lo es para mí.
Cuento mi historia con la esperanza de que el mundo cambie tras leerla.
Sueño con un mundo en donde no importe qué género gustas.
Con que la gente vea más allá de lo que sus ojos interpretan.
Que el miedo por ser “diferente” desaparezca.
Y nadie juzgue a quien encontró el amor en su mismo género.
Pero, ambos sabemos que soy sólo eso. Un soñador.