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Y si tú quieres… yo también quiero por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: No lucro ni obtengo beneficio alguno de este fic.

Para Bibiana Ponce, quien pidió un fic mpreg para su cumpleaños y obtuvo esto. Perdón por la demora, espero lo disfrutes~ :')

1.- Compañía.

 

En retrospectiva, las señales de que no todo marchaba sobre ruedas en el paraíso conformado por Gustav y Bianca se manifestaron desde antes de que la pareja cumpliera su aniversario de papel.

Entre la parte tres y cuatro del Feel It All Tour, Gustav cogió la repentina costumbre de alargar sus ensayos en el estudio de grabación hasta después que los demás se marchaban, y seguido era el primero en aparecerse ahí a la mañana siguiente. Un dato que en su momento Georg interpretó como de excesivo interés por la banda, pero que una vez que unió las partes faltantes del rompecabezas, comprendió que en realidad Gustav nunca dejaba el estudio y seguido llevaba varios días fuera de la residencia que compartía con su mujer. En un armario que nunca utilizaban por ser de utilería y enseres de limpieza, fue que encontró una maleta de las que reconocía como de las suyas por los sellos de aduana, así que sin más lo confrontó al respecto una mañana en que los gemelos iban a llegar tarde por culpa del tráfico.

—¿Todo bien entre tú y Bianca?

Taciturno y con una taza de café negro en las manos, Gustav soltó un gruñido. —Así que ya lo sabes, ¿eh?

—Lo deducía, pero ya que lo has confirmado… ¿Qué pasó exactamente?

—Estamos… Cómo decirlo… Peleando. —Pausa para un sorbo de su café—. O mejor dicho, ya terminamos de pelear, pero lo nuestro no ha vuelto a la normalidad.

—Oh. ¿Y cuántas semanas tienes durmiendo en el sofá del estudio?

—Casi dos, y en realidad en el maletero tengo mi bolsa de dormir. Ese sillón apesta. Los resortes me matan la espalda peor que el suelo.

—Joder, Gus…

El baterista suspiró. —Lo sé, no lo digas más. A ratos pienso que no es para tanto y que al menos debería volver a nuestra casa, dormir en el cuarto de huéspedes y ya, que después de todo soy yo quien paga la hipoteca cada mes, pero…

—Vaya…

En silencio, cada un rumiando el asunto desde su propia perspectiva, se tomaron unos minutos antes de que Georg se decidiera a hacer lo único decente.

—Entonces quédate conmigo. Sabes que mi piso no es nada excepcional, pero al menos el sofá-cama está pasable. Y estoy seguro que te vendrá bien, tienes ducha a tu libre antojo y servicio de lavandería. Sólo tengo que hablarlo con mi casera y ya está.

—¿Seguro? —Gustav jugueteó con el dedo índice sobre el borde de su taza—. No quiero ser una molestia. Esto es entre Bianca y yo, y no quiero inmiscuirte.

—Hey, que somos amigos. Tú harías lo mismo por mí, ¿o no?

—Déjame pensarlo…

—¡Schäfer!

—Es broma, por supuesto que lo haría —dijo Gustav con el primer amago de sonrisa sincera que Georg le veía en semanas, y sólo hasta entonces fue consciente de ello. Desde cuándo ese par estaban en malos términos era un misterio para él, ya que Gustav prefería guardarse sus problemas para sí hasta que como olla de presión estallaba al llegar a su límite, pero cierto que era que tenía una larga temporada con una perenne nube de tormenta que a todos lados le acompañaba y que por fin tenía explicación.

—Entonces no se diga más. Hoy te irás conmigo y te quedarás todo el tiempo que sea necesario. Así sea un mes, mi techo ahora es tu techo.

—¿Y si…? —La vista de Gustav se nubló y se volvió turbia—. Nah, olvídalo.

Atento a cuál habría sido la línea de su pensamiento, Georg igual le respondió. —Lo que tenga que pasar, igual pasará, así que tómalo con calma y el resto caerá bajo su propio peso.

—Si tú dices…

Como profecía, las palabras de Georg se convirtieron en el detonante a lo que estaba por ocurrir.

 

Después de su gira de un mes por el territorio ruso, Gustav se tomó un par de días para volver a casa con Bianca y con ella conversar acerca de su matrimonio y lo que planeaban hacer con él en vista de lo mucho que se había malogrado y lo desconectados que se sentían uno del otro. Bianca propuso una separación temporal, tomarse unos meses para reflexionar, apreciar al otro con sus virtudes y defectos, y a partir de ahí trabajar sus problemas conjuntos, decisión que Gustav aceptó con resignación porque tampoco encontraba una salida al embrollo en el que se habían metido.

El primero en enterarse fue Georg, a quien Gustav agradeció por haberlo hospedado durante ese lapso de tiempo y después le anunció que iba a rentar un piso en el mismo edificio que el suyo para no seguirlo molestando con su presencia constante.

—Sólo por una temporada… Bianca se quedó con la casa, y la verdad es que resulta mejor para mí porque queda demasiado lejos del estudio. Lo que ganaba en comodidad lo perdía en gasolina.

—¿Pero y…? —Georg parpadeó—. ¿Todavía están peleando tú y Bianca?

—No, no peleamos. Esa es la cuestión —dijo Gustav, empacando sus escasas pertenencias en una maleta y poniendo orden en sus prendas como no podía hacerlo con el resto de su vida—. Cuando hablamos ella mencionó que necesitaba pensar un poco, darse un periodo de prueba porque…

—¿Sí?

Gustav suspiró. —Todavía no es un divorcio, pero hoy que firmé el contrato de arrendamiento fue por seis meses, y presiento que no me va a sobrar ni uno solo de esos días.

—Puedes reclamar tu mitad de la casa si eso es lo que te molesta. Al fin y al cabo tú la estás pagando en su mayor parte, y Bianca no es tan desalmada como para negarte lo que por derecho es tuyo.

—No se trata de la casa, sino más bien de… nosotros. Y esto entre los dos se siente más como un desprendimiento que una ruptura, ¿sabes? —Gustav se presionó el tabique nasal entre dos dedos y volvió a suspirar—. Da igual. Es nuestro asunto y no te molestaré más.

Georg no dijo nada mientras Gustav terminó de recoger cada una de sus pertenencias de su departamento, pero en la puerta y listo para despedirlo, Georg los sorprendió a ambos con un abrazo.

—Aquí estoy. Por si quieres hablar o sólo tener compañía. Bastará que subas a mí piso en el momento en que lo necesites, o que me llames y yo iré sin importar qué horas del día o de la noche sean.

Gustav apoyó su cabeza contra el hombro de Georg, y aunque opacado por la tela y una sequedad asfixiante en la garganta, su quedo ‘gracias’ fue audible para ambos.

 

Con la misma asombrosa facilidad con la que habían agregado a su lista de mejores amigos y compañeros de banda el epíteto de ‘vecinos de bloque’, también fue que sumaron una cuarta categoría a la que no dieron nombre de buenas a primeras por no convertirlo en más de lo que quizá no era.

Todo empezó durante las semanas posteriores a la mudanza de Gustav, quien a pesar de haberse independizado a su departamento independiente del de Georg, cada tarde sin falta terminaba con el bajista en su cocina y preparando la cena que al principio compartían un día sí y otro no, y que pasó a ser ocurrencia diaria una vez que se hizo evidente que ese día libre los dos lo pasaban anhelado la compañía del otro.

Así que sin gran esfuerzo de su parte se acostumbraron a una convivencia en la que desde la salida del sol se reunían en el rellano de la planta baja para correr alrededor de un parque que se encontraba en la cercanía, desayunaban juntos, tomaban una ducha para eliminar cualquier rastro de sudor, y el resto del día lo ocupaban como les venía en gana. Nada anormal, exceptuando que así fuera que Georg se dedicara a revisar su póliza de seguro para el próximo año o que Gustav escuchara el nuevo disco de su banda de heavy metal sueca favorita, los dos lo hacían en la misma habitación que el otro.

El departamento de Georg pasó a ser de nuevo el de Gustav, y viceversa cuando intercambiaron llaves y se olvidaron de tocar puertas y anunciar su presencia en el espacio del otro.

Como parte de esa nueva coexistencia, Georg acabó por cortar lazos afectivos con un banquero diez años mayor que él con el que salía de vez en cuando a divertirse y pasarla bien, y su ausencia apenas si se hizo notar con Gustav a un lado para rellenar el espacio vacío que el otro había dejado atrás.

Años después Georg podría enumerar sus razones de por qué él y Gustav terminaron por gravitar tanto alrededor del otro que al final hicieron colisión en un sentido personal y también físico, pero en tiempo presente, no hubo ningún indicio de lo que se cocía entre ambos hasta que una noche a mediados de enero se acurrucaron frente a la SmartTV para ver una película y acabaron besándose en la parte más entretenida de la trama y sin que les importara en lo más mínimo.

No hubo disculpas, ni pretextos de borrachera o de encontrarse en un estado vulnerable. En su lugar, Georg guió la mano de Gustav por debajo de su camiseta, y éste aceptó la invitación de buena gana, porque después de tantos meses sin Bianca, la urgencia de un contacto humano que no fuera el propio le quemaba en la yema de los dedos.

Así que se besaron más, se tocaron donde nunca antes como amigos lo habían hecho, Georg le enseñó un par de trucos de su repertorio, y como avezado alumno, Gustav después los puso en práctica en el propio Georg hasta que cerca de las dos de la madrugada se dieron tregua.

—¿Te quedas a pasar el resto de la noche? —Inquirió Georg cuando los ojos se le cerraban de cansancio y con la manta con la que antes se cubrían como única barrera entre su desnudez y la de Gustav.

—Me encantaría —murmuró Gustav, y bastó sólo eso para que Georg le tendiera la mano y juntos se retiraran a su habitación a dormir.

Esa noche pasó a ser la primera, pero no la última en la que sin gran esfuerzo lograron embonar el uno en el otro a la perfección.

 

Si su recién descubierta faceta de amantes pasó a ser parte del conocimiento de los gemelos, estos no comentaron nada cuando los cuatro se reunieron en Berlín para ponerse manos a la obra en lo que sería su siguiente disco de estudio.

Atrás dejaron Gustav y Georg sus departamentos en Magdeburg con la renta pagada por adelantado y un trato con la casera de cuidar de sus pertenencias mientras ellos se encontraban fuera de la ciudad.

En Berlín bastó consultarlo brevemente para llegar a un acuerdo.

—¿Un departamento para los dos?

—Por mí bien.

—Por mí también.

Y bajo ese convenio consiguieron un piso en el área elegante de la ciudad, que por prudencia contaba con tres recámaras y dos baños y medio a su disposición, lo que fuera necesario para evitar roces en la convivencia del día a día, pero que terminó por ser un completo desperdicio cuando en su primera velada ahí Georg se quedó a pasar la noche con Gustav en su habitación, y a partir de ese día se turnaron para dormir en uno u otro cuarto, pero jamás solos.

Pese a que lo suyo no era prodigarse atenciones románticas fuera de tono, ni mucho menos ir pregonando por el estudio que casi a diario tenían sexo el uno sobre el otro aun así antes de la marca de dos semanas Tom arrinconó a Georg en el sanitario y sin tantos ambages le cuestionó qué pasaba entre él y Gustav.

—Ustedes dos… actúan rarísimo.

—¿Tú crees? —Georg concentró toda su atención en lavarse las manos con abundante jabón y secárselas con parsimonia—. Porque no es nada que valga la pena comentar.

—Ya, y eso fue lo mismo que dijiste antes de confesar que te acostabas con aquel asistente personal que tuvimos años atrás. ¿Cuál era su nombre?, mmm… Da igual. Mi punto es, ¿ahora resulta que lo haces con Gustav?

—¿Hacer qué? —Le chinchó Georg a través del espejo con una sonrisa radiante que lo decía todo.

—¡Lo sabía! Lo sospeché desde un inicio. Y eso explica el chupetón que Gustav trae en el cuello desde hace días y que no le sana, pero… —El mayor de los gemelos frunció el ceño—. ¿Qué pasa con Bianca? ¿Qué no estaban de break temporal?

—Ajá…

—¿Y entonces?

—Eso pregúntaselo a Gustav. Yo sólo… le ayudo a pasar el rato.

—Pues… ¿Bien por ti, colega? —Le palmeó Tom la espalda—. No te vayas a quemar por jugar con fuego.

—Bah —desdeñó Georg esa opción, pero como después reconsideraría unos meses después, quizá esa simple interjección fue la que provocó al karma para hacerlo callar.

 

Ya que la probabilidad de embarazo masculino era de apenas uno en cada mil individuos, la opción de que esa fuera la causa de sus repentinos malestares matutinos no le pasó a Georg por la cabeza cuando los primeros síntomas hicieron aparición.

—Seguro es algo que comí y no me sentó bien en el estómago —masculló con los ojos cerrados y tocándose la nuca con las manos mojadas de agua fría.

—Lo dudo, porque si así fuera, yo también estaría igual que tú —dijo Gustav, quien le había acompañado al baño y desde el marco de la puerta lo observaba cruzado de brazos—. ¿Seguro que quieres ir al estudio? Sabes que hoy es opcional. Sólo seré yo quien pase a la cabina de grabación.

—Pero quiero estar ahí para escuchar tus solos de batería. Además —volvió a pasar las manos por el chorro de agua y a refrescarse con ellas la frente y las mejillas—, se me está pasando rápido. Sólo dame unos minutos y estaré como nuevo.

—Vale…

Reluctante por la palidez que no se atrevía a señalarle, Gustav le concedió unos minutos de privacidad en los que Georg se examinó de ojos, lengua y garganta en el espejo sin encontrar en su anatomía ninguna señal de que estuviera por caer con algún virus o gripe fuera de temporada. Después de todo, ya estaban a finales de abril y el clima no era para estarse preocupando de contagios.

A pesar de que durante el resto del día Georg se esforzó por actuar de lo más animado, Gustav vio a través de su máscara, y apenas terminó su tiempo en el estudio, los disculpó a ambos bajo el pretexto de hacer unas compras y se retiraron temprano sin la consabida cerveza de celebración con la que cerraban las jornadas arduas de trabajo.

En el departamento, Gustav se encargó de preparar una cena de pasta y pollo para los dos, una receta de las favoritas de Georg y con la que ya antes se lo había llevado a la cama, pero de la que éste apenas si probó bocado porque su estómago se empecinaba en retorcerse en su sitio cada vez que Georg se llevaba el tenedor a la boca y aspiraba la suave fragancia de hierbas finas y salsa de cuatro quesos con la que Gustav lo había aderezado.

—¿Seguro que no quieres ir al doctor? —Presionó Gustav más tarde cuando la mitad del contenido del plato de Georg acabó en la basura y él se ofreció a ayudar a lavar la vajilla.

—Totalmente —dijo el bajista con espuma hasta los codos—. Mañana me sentiré mejor.

—¿Y si no? —Volvió Gustav a la carga, con la toalla de secar los trastes hecha nudos entre sus dedos—. Esta es, qué, la tercera vez que despiertas indispuesto en la semana.

—Qué negativo, caray, y apenas es la segunda —murmuró Georg de mal humor—. Y en caso de que mañana sea igual, iré al médico, sí. Pero dudo que sea necesario porque ya me siento bien.

—Mmm… Sí tú lo dices, pero bueno, tú sabrás —dio Gustav por finalizada su discusión, resignado a que la resolución de Georg era inamovible y mejor la respetaba para evitar fricciones. Total, que si en la mañana amanecía peor, entonces actuaría sin más dilación.

—Sí —dijo Georg—, que yo sé mejor que nadie lo que pasa con mi cuerpo.

Una mentira que le duraría un escaso mes de consolación.

 

Terminada la grabación del disco, llegaron al paso siguiente de la producción, de la cual se encargó Tom en su mayor parte con la ayuda de un par de amigos suyos que eran expertos en edición de sonidos, y por supuesto, con Bill de consejero, lo que les sirvió a Georg y a Gustav para despejarse un poco del trabajo y acudir al estudio sólo un par de veces a la semana cuando les era dentro de lo estricto necesario. Usualmente cuatro o cinco días de los siete, así que Gustav aprovechó unos cuantos de ellos para volver a Magdeburg y pasar un fin de semana largo con Bianca del cual volvió malhumorado y líneas de tensión alrededor de la boca.

—No me preguntes cómo, pero salió a colación el tema de si estaba viendo a alguien y le dije a Bianca que sí. Sin dar nombres, por supuesto —se apresuró a tranquilizar a Georg, quien ya se estaba imaginando en medio de una horrible disputa de esposos—. Y el mismo caso es para ella, que ha estado saliendo en citas con un excompañero de la universidad al que tenía tiempo sin frecuentar, así que no te sientas mal.

—¿Estás bien con eso? —Preguntó Georg, posando su mano sobre el antebrazo de Gustav, y éste exhaló el aire contenido en sus pulmones.

—Sí. No. Es decir… quién sabe. Me sentó peor que una patada en los huevos, pero también fue ¿alivio?, porque significa que no soy el único que está poniendo un pie fuera del barco que es nuestro matrimonio y que naufraga desde el día de nuestra boda. Y es que de tener que definirlo, diría que estamos con el agua hasta la cintura y sin pronóstico de mejora. Nosotros… —Gustav se humedeció los labios—. Nosotros no estábamos tan mal antes, pero…

Georg esperó paciente y sin interrumpirlo, porque de otra manera Gustav se retraería como tortuga a su caparazón y sería imposible hacerlo que se abriera de nuevo.

—Teníamos nuestras diferencias, pero nada a lo que no pudiéramos llegar a un acuerdo que nos dejara satisfechos a los dos. Excepto que… Dios santo, ¿no te estoy aburriendo, o sí?

—Para nada —denegó Georg con la cabeza.

—Hijos —masculló Gustav por lo bajo—. Fue un tema peliagudo desde un inicio. Y es que con la banda, las giras, el poco tiempo que paso yo en Alemania y que ella está estudiando un doctorado, es casi una idea suicida el plantearnos empezar una familia tan pronto en nuestro matrimonio… Nunca pudimos llegar a un acuerdo cuando éramos novios, y ahora como esposos es peor.

—Jo, colega…

—Yo entiendo que es su cuerpo, pero un hijo es de dos, ¿o no? Y una decisión de ese calibre no es para tomarse a la ligera así nada más. —Gustav se mordió la comisura del labio—. Ella dice que no va a ceder, y aunque creo que es por terquedad y no darle razón, yo tampoco pienso hacerlo.

—¿Y qué tan definitivo piensas que sea eso? Quizá ella cambie de opinión, igual puedes ser tú. Y si se dan más tiempo para-…

—Creo —le interrumpió Gustav— que esto va más allá de la obstinación. Y en cuanto al factor del tiempo… Hemos peleado más más en este matrimonio de lo que hemos estado en buenos términos. Bianca no lo mencionó directamente, pero es obvio que ya piensa en contratar un abogado especialista en divorcios, y mi jugada más acertada sería hacer lo mismo si no quiero que me coja desprevenido por las pelotas.

—Si eso piensas que es lo mejor, adelante. También estás en tu derecho de velar por tus intereses.

Flexionando los dedos de sus manos y haciendo crujir los nudillos, Gustav se demoró un rato antes de responder, pero cuando lo hizo, no había duda alguna en que a pesar de lo mucho que lo lastimaba tener que tomar ese camino, lo iba a llevar a cabo por el bien de su salud mental.

—En verdad, sí —asintió—. Lo creo al cien por ciento.

 

Ya que su matrimonio apenas había tenido una duración de un año, el abogado de divorcios al que consultaron como pareja les sugirió a Gustav y a Bianca que antes de llevar a cabo el engorroso papeleo de una separación, primero agotaran otros recursos a su alcance. En concreto, terapia para ambos, ya fuera individual o conjunta con un mediador. Lo que les pareciera adecuado, pero que lo llevaran a cabo por tres meses antes de volver a su oficina para hacerlo oficial.

Tanto Gustav como Bianco pudieron optar por contratar los servicios de otro consultor legal, pero por miedo al estigma de un divorcio que sería el titular estrella de las noticias en Alemania apenas llegara a oídos de cualquier reportero, accedieron a concertar quince sesiones semanales con la mejor psicóloga de la ciudad, y sin falta Gustav acomodó su horario para ir y venir entre Berlín y Magdeburg y así cumplir con los compromisos de su lista, tanto personal como laboral.

De todo ello Gustav le habló a Georg, quien encontró interesante que después de la primera sesión la psicóloga no les hubiera pedido a ninguno de los dos en abandonar los amoríos que mantenían con otras personas, lo que funcionaba bien para sus intereses, pero que a su modo de ver las cosas, era un fallo garrafal si lo que pretendía era evitarles el divorcio.

La única vez que Georg sacó el tema a colación, Gustav no le dio la importancia que esperaba.

—¿Deberíamos de dejar esto mientras tú y Bianca van a terapia o…?

—¿Esto? —Enfatizó Gustav, distraído en la labor de anudarse los cordones de los zapatos—. Ah, esto… —Extendió un brazo y señaló la cama de sábanas arrugadas y sudorosas de la que acababan de salir después de un retozón vespertino que buena falta les había hecho durante los días en que Gustav regresó a Magdeburg—. Nah, no lo veo necesario.

—Oh… Bueno, sí así lo consideras, por mí está bien.

Y así lo zanjaron.

 

Junio fue un mes complicado para Georg, quien entre trabajo del estudio y encargarse de aquellos aspectos que incluían contabilidad y relaciones públicas para la banda, por no hablar de un final de primavera más caluroso de lo habitual a lo que estaba acostumbrado, acabó por enfermarse otra vez más del estómago. La quinta vez en los últimos dos meses, y la más grave de todas.

De nada le sirvió esgrimir sus excusas de siempre en las que juraba y perjuraba recuperarse sin falta con un poco de descanso, porque Gustav le subió a su automóvil y lo condujo al consultorio de uno de los mejores médicos en Berlín para que se le diera un diagnóstico mejor que “se me pasará” con los que se escudaba Georg cada vez que le venía en gana descuidar su salud.

Los exámenes que se le practicaron fueron los rutinarios. Presión, orina, sangre, reflejos y un extenso cuestionario del que Georg se quejó con cada pregunta porque en sus palabras “no le veía sentido a perder una mañana completa en tonterías cuando era más urgente llamar al equipo de mercadotecnia para agendar el fotógrafo que les haría la portada del disco”, pero que no le funcionó en lo más mínimo porque Gustav se mantuvo inamovible como peñasco a sus quejas.

—Compláceme —le dijo éste sin ceder ni un ápice—, que me tienes preocupado.

—Es el calor y una pizca de estrés, en serio. Nada más y nada menos.

—Ya veremos…

Su médico, el doctor Lukas Martel corroboró la versión de Georg al leer sus análisis y rodear con un círculo un par de cifras anormales.

—Deshidratación, eso explica la mayoría de los malestares, aunque también me llamó la atención que los niveles de hierro y ácido fólico estén tan bajos. Tiene anemia, señor Listing. —Luego cambió de hoja y prosiguió con su diagnóstico—. También…

Georg se removió incómodo en su asiento. Habría deseado que Gustav se quedara con él durante la consulta, pero al baterista había tenido que regresar al estudio de emergencia para volver a grabar un solo de batería que iban a incluir como extra para el Track 09, y a Georg no le había quedado de otra más que comportarse como un adulto y soportar el resto de la revisión sin su compañía.

—Además de los malestares que ya me describió, ¿ha notado en su organismo o estado de ánimo otros cambios de relevancia?

—¿Cómo cuáles? Sea más específico —pidió Georg ejemplos, que por coincidencia, esa misma mañana había razonado para sí que su sentido del olfato estaba más desarrollado que nunca. Para bien y para mal, que así como podía diferenciar distintos tipos de perfumes entre las personas que trabajaban con ellos en el estudio (un hecho del cual antes no había reparado), también era el primero en detectar la inconfundible peste de una ventosidad y hasta capaz de afirmar quién era el dueño. No la mejor de sus habilidades, y no una que le fuera a hacer popular en fiestas y reuniones, pero qué se le iba a hacer.

—Sensibilidad, cansancio, micción frecuente, cambios en su patrón de sueño o jaquecas.

—Uhm, sí. Algo de eso me suena bastante —confirmó Georg—. Pero se lo atribuí al calor del verano. Verá, nosotros en realidad vivimos en Magdeburg y estoy más acostumbrado al clima oceánico de allá que a este horno que se vive por acá. En este mes lo normal es que haya nubes y lluvia, máximo 25ºC en los días más calurosos, y en cambio aquí… Uf, la he pasado fatal. El departamento que rento no tiene aire acondicionado, y por ser un quinto piso las ventanas apenas si se pueden abrir. Pretenden eliminar así el riesgo de que cualquier idiota se lance a la calle para suicidarse, pero con el sofoco que produce terminan por provocar el efecto contrario.

—Comprendo —asintió el doctor tomando nota de cada palabra de Georg—. Aun así, me gustaría que se realizara un perfil hormonal. Sólo para descartar otras anormalidades. Utilizaremos la sangre que ya nos proporcionó, y los resultados estarán listos a partir de tres días hábiles, mi secretaria le llamará al número que nos escribió en el formulario y entonces los discutiremos aquí.

—Muy bien —aceptó Georg a regañadientes, porque esperaba haberse librado de una segunda visita pero no había corrido con tal suerte.

Extendiéndole una receta para un multivitamínico que supliera sus deficiencias, además de recomendarle que se mantuviera hidratado y evitara exponerse al calor en las horas de mayor riesgo, el doctor Martel reiteró que ya le darían seguimiento a su caso en cuanto su perfil hormonal estuviera listo, y a modo de despedida le estrechó la mano y lo guió fuera del consultorio.

En la sala de espera Georg pagó la cuenta y corroboró con la enfermera su número de teléfono, quien le reservó una hora para el día en que estaba programado que estuvieran sus análisis listos. Georg se despidió con un ‘gracias’, y una vez en la calle respiró hondo de alivio.

Odiaba enfermarse, pero más las visitas al médico porque no se llevaba nada bien con las agujas, y la prueba de ello eran la ausencia de piercings o tatuajes en su cuerpo.

Mientras caminaba por la calle en busca de un taxi, Georg sacó el teléfono y le mandó a Gustav un mensaje rápido para avisarle que ya había salido de la consulta y que estaba bien, que era un exagerado. Apenas se había guardado de vuelta el teléfono cuando Gustav respondió, y Georg alzó las cejas sorprendido de que su amigo estuviera tan al pendiente de noticias suyas cuando por lo general era del tipo de olvidar revisar sus mensajes y contestar por horas.

“Qué bien. ¿Vas a volver al estudio o te vas directo al departamento?

Si quieres paso por ti y salimos a cenar.”

Georg lo consideró. Por un lado seguía con el estómago indispuesto y un levísimo dolor de cabeza que amenazaba con volverse mayor si se descuidaba, pero también estaba el hecho que después de ir al médico y salir de ahí con una simple anemia y una receta por vitaminas, estaba de muy buen humor y quería celebrarlo de la mejor manera que conocía.

«Bueno», sonrió Georg para sí, escribiendo un mensaje de confirmación para Gustav y pidiendo que salieran a cenar pizza de un lugar que conocía bien, «la segunda manera, pero ya me encargaré yo del resto».

Tarareando una de sus canciones inéditas mientras se acercaba a una cafetería en la esquina de la calle y punto acordado de reunión por Gustav, quien pasaría por él en veinte minutos en su automóvil, Georg llegó a la conclusión de que a pesar de la ola infernal de calor que estaban sufriendo en esa ciudad de hormigón y feas paredes grises, el resto era maravilloso.

No tardaría en reconsiderar su descripción.

 

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Notas finales:

Nas~
Como ya mencioné antes, este fic es un regalo para Bibiana Ponce, quien cumplió años el 4 de febrero y me tiene a mí, una incumplida de lo peor queriendo darle un regalo a la medida de su pedido. Espero les guste.
Graxie por leer~!


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