Se casó, no debía ser así; pero finalmente sucedió. Y luchó, jura por su vida que luchó con todas sus fuerzas para impedir el matrimonio; lo impidió meses antes, semanas y días, incluso 1 minuto antes de salir de casa y llegar a la iglesia. Le rogó porque no llegase, porque negase todo índole de un destino amargo, tan desgraciado para ambos; más no paró, no se detuvo, no fluctuó ni siquiera ante las promesas de amor dichas desde su niñez y entrega precoz. Lo vio todo, entonces, su espalda mirándole y sus ojos puestos en Dios; mintiéndole, mintiéndose, mintiéndoles. Invitados y Sehun esperaban impacientes a la novia, y Luhan, lleno de nervios, con una sonrisa pintada de acuarela inexistente, rogaba porque la joven se arrepintiera al momento. Pero apareció por fin, con un vestido blanco atiborrado de inocencia, un racimo de flores con significado a pureza y sonrisa transparente—Aunque Luhan supiese que aquello no era más que una absurda fachada. Ella había dejado de ser pura desde hacía varios años; tan igual a él.
Y no debía ser de esa manera; ni lo que fue, ni lo que es.
Porque en el pasado, un Sehun se recostaba junto a su hermano, sus líneas de romance verdadero trazaron en Luhan el más hermoso de los bosquejos de amor. Por cada día, un nuevo pétalo sería enviado a los oídos de un Luhan cayendo en las redes de ternura y obsesión, aquel paraíso de palabras azules y rosas, a veces de un gris turbio, casi negro, casi blanco. Pronto, se transformaron en lienzos de placer y sensualidad etérea, de caricias invisibles y deseos tangibles. Tras la habitación de Luhan, momentos eran construidos, la diferencia era que, en aquel ahora, los dos comenzaron a forjarla. Entrega y despojo, despojo y entrega. Luhan plasmaba todo en su cuerpo entero y un confidente de pluma y papel, mientras que Sehun capturaba todo gracias a sus sentidos.
Y no debía, pero fue.
Los días azules se conformaban por momentos en los que ambos, Sehun y Luhan, se arrepentían por romper las reglas al disfrutar al máximo de lo prohibido. De un Luhan llorando detrás de su puerta al saber que Sehun intentaba alejarle con su frialdad e indiferencia en compañía de desconocidos; de un Sehun golpeando las paredes y destrozando sus pinturas y lienzos de óleo al encontrarse que Luhan trataba de olvidarlo bajo el sudor de otros cuerpos que no eran de él; de golpes, de peleas y mucha desesperación. Los días rosas eran de amar en un mundo utópico, en donde la razón se apoyaba en que no importaba nada, tan solo el estar juntos ante todo; de citas románticas, paseos de primavera, caricias salvajes de verano, besos húmedos en otoño y cuerpos desnudos dándose calor en días de invierno. Y el tercer color, era, tan solo un mucho de azul y rosa, una perfecta combinación.
Y no debe, pero es.
Los días siguen conformándose de aquellos colores: rosa, azul, blanco y negro. La diferencia en el ahora es que hay alguien que lo hace todavía más prohibido: un matrimonio. En estos días es cuando Sehun se dedica a compartir un menos de la mitad del tiempo con su esposa e hija, solo fantasía; y la otra más de la mitad se queda con Luhan, se queda en sus brazos, en sus besos, en su cuerpo, en lo verdadero. Las mañanas de sol ardiente es de indiferencia a su esposa y sonrisas aparentemente sinceras a su hija. Las tardes y noches le pertenecen a Luhan, a que ambos disfruten de ese tiempo compartido, tiempo que debería ser entero y eternamente para Luhan. Disfruta de cada caricia que Sehun riega en su piel desnuda, de cada embestida suave o salvaje que le dan cuando lo hacen sobre el escritorio, pared y algún otro lugar fuera del lugar de trabajo. Sehun también disfruta de los orgasmos al que solo Luhan es capaz de enviarlo con los movimientos sensuales de sus caderas, que bajan y suben, que se ondean, que se alternan y varían, de su adictiva estrechez; ambos disfrutan de sus palabras y su aún, entrega total
Algo que no debe, y será.
Luhan sabe lo mal que está al meterse en un matrimonio bendecido ante Dios, pero el amor verdadero es quien le incita a luchar por lo suyo, por no dejarse vencer ante una familia que orgullosamente expone una felicidad superficialmente real. No es un capricho nada más, como su mejor amigo le dice. Es amor. No es solo costumbre como le quieren hacer creer; son hechos, son las reminiscencias de su pasado, es el presente dictado en palabras y entrega carnal, y es el futuro que Sehun día a día le recita ya no solo con flores ni con racimos, sino con una primavera completa. Y no, no es su patética edad de 15 años, de un chico inexperto frente a mucho, supuestamente experto en el amor maduro de Sehun, un ejemplar hombre, esposo, padre y empresario de 30 años. No es nada de aquello. Es solo amor.
Porque lo que no debía ser; afortunadamente fue, es y será, siempre por amor.