Las noches sin dormir se han repetido con mayor frecuencia, el café se volvió más constante después de la cena y las ojeras han manejado expandirse a lo largo de un rostro que desde hace tiempo dejo de reconocerse cada vez que mira su reflejo.
Era difícil explicar como comenzó lo que parecía ser un festival de miseria; podría decirse que empezó cuando su presencia fue cada vez menor en casa cuando las paredes ya no pudieron contener los gritos y estos traspasaron ventanas y pisos, pero estaba casi seguro que el problema empezó mucho antes.
Cuando cayeron en una rutina impuesta por ellos mismos, porque el verle a los ojos ya no revelaba ningún secreto, cuando dejaron de escaparse para ir a la terraza y contar estrellas juntos; cuando el tiempo era insuficiente “Hoy debo de hacer horas extras” “No he terminado el ensayo” “Esta noche no puedo”.
Fue cuando su presencia dejo de ser importante para poder ser feliz y se convirtió en algo cotidiano, ambos dejaron de ser indispensables. El despertar a lado de la otra persona ya no era algo maravilloso, sólo era otra mañana más.
Así que cuando se marchó no puso algún tipo de resistencia, no lloró de manera incansable como pensó que lo haría meses antes donde el sólo pensamiento le aterraba. Porque cuando por fin se concreto en la realidad que aparecía retratada frente suyo se rindió.
Porque le observó a los ojos una vez más antes de la partida y se dio cuenta, que el tiempo los había jodido a ambos de manera irreversible. Cuando le vio a los ojos pudo comprender, que las estrellas no se mueven y son los planetas quienes siguen un curso determinado a su alrededor, que es el orden de un universo deformado lo que los mantuvo en pie todo este tiempo,
Porque se dio cuenta que el piso quema sin piedad los pies de aquellos trabajadores pobres quienes siguen un camino establecido, que caminan por esos senderos desgastados
Y así comprendió que entre sollozos y lamentos perdió tantas cosas que jamás regresarían, que el mar es un enemigo peligroso y aprovecha que te sumerjas entre marea baja para después arrancar cualquier suspiro de vida sobrante en ti.
Ninguno de los dos dijo palabra alguna cuando giró la perilla y salió por la puerta, dejando un rastro de promesas rotas mientras el sol a penas se asomaba de entre el horizonte, cuando el pesar de un amor olvidado inundó una habitación que desde meses antes dejó de ser su casa y se convirtió en un conjunto de tristes paredes que se mantenían en pie gracias a memorias grabadas en cada una de ellas.
No lloró durante la primera semana ni la siguiente, claro que las mañanas ya no eran lo mismo y aún no se acostumbraba al frío de la cama sin su presencia, el otoño podía ser un despiadado al recordarte la soledad con su clima casi extremo.
También tuvo que acostumbrarse a preparar el desayuno por su cuenta, porque al despertar el aroma del café ya no estaba y su alimentación había empeorado en las últimas semanas, lo atribuía a la escuela y decenas de otras explicaciones. No le debía cuentas a nadie, la mayoría de las excusas eran para su propia consciencia.
Se negaba a extrañarle y se repetía que había sido por lo mejor, un amor se marchita al paso del tiempo y con el curso que ambos tomaron para su vida era inevitable que esto sucediera.
Pero algo dentro de si parecía sufrir con su partida, no descifraba que era. Lo más posible es que fuese la decepción al ver fallida lo que parecía ser una relación concreta, quizás el haber destruido algo por lo que se pasó noches enteras en vela, buscando las palabras perfectas para acercarse a él.
El dolor se había hecho aún más frecuente la última semana, por eso el café se había vuelto su única bebida, por eso había terminado libros completos cuando el sueño no se completaba, por eso sus ojeras habían crecido de sobremanera como sombras que opacaban aún al más bello de los azules, por eso su melena larga y rubia ahora se encontraba en horrendas condiciones, por eso el frío de la habitación calaba sus huesos sin importar la posición del sol. Por eso no importaba cuantas veces se repitiera el hecho de que no le importaba su partida, que había sido para lo mejor, que ambos sabían que esto se acercaba y no había nada para poder evitarlo.
No lloró la primera semana, ni la siguiente. Pero en la tercera semana lloró de manera casi aterradora, se aferró a las cobijas de la cama y en una escena casi cliché en cualquier drama quedó dormido.
Para así entender la siguiente mañana que dolía porque la dicha dormir junto a él, la indiferencia de despertar a su lado no eran nada comparados a la soledad y lastima que sentía por él mismo al voltear cada mañana y comprender que el tiempo los jodió a ambos, les arrebató sus sueños y terminó por condenarles a una vida de rutina.