Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Dead Inside por Akire-Kira

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola a todos y todas. Muchas gracias por entrar a leer.

Hace algún tiempo he trabajado en esto, y no quise publicar el primer capítulo sin haberlo acabado todo primero. Esta es la historia que más me ha gustado de todo lo que he escrito en mi vida y me siento muy contenta de venir a compartirlo con ustedes, sean quienes sean, sean de donde sean.

Hace ya algún tiempo, publiqué una historia llamada "Como el reloj que se detiene" y hubo un comentario en el que alguien estaba impresionado por cómo Jacob trató a Edward. Yo respondí a ese mensaje diciendo que habría una venganza en otro fanfic que esta escribiendo en aquel entonces (este mismo, por si acaso queda la duda).

Esta es la venganza para el Edward de aquel universo.

Esta es la historia de un alma desdichada.

Jacob sufre el doloroso tirón en su pecho mientras camina al borde de un río.

Está ahí, andando tranquila y silenciosamente en su forma de lobo cuando la tortura comienza.

Es una sensación espantosa.

Se siente como si una mano intentara atravesarle la piel con los dedos, romperle las costillas, apartarlas del camino y llegar a su corazón para arrancárselo de tajo. Lo único que puede hacer en contra de tal dolor es regresar a su forma humana. Estando sobre dos pies, la herida abierta en su pecho es más tolerable, pero aún desgarradora.

Respira profundo en busca de alivio. Lo único que consigue es que esa mano fría y dura se entierre en su cuerpo hasta hacerle arder los pulmones. Cuesta respirar —cuesta vivir— en esta condición. Sin embargo, el verdadero tormento llega unos segundos más tarde. El hueco que siente en el pecho fue sólo el preámbulo para la siguiente parte, un amable saludo en comparación a lo que viene ahora.

Sobre el largo eco de su ritmo cardiaco, Jacob escucha una voz suave hablándole. El volumen es bajo, la modulación armónica, y el tono, una orden contundente.

Ven aquí.

El espíritu de su lobo se retuerce dentro de él, luchando por salir a la superficie y obedecer de inmediato. La desesperación con la cual golpea conduce a Jacob al borde de la histeria. Porque mientras el espíritu anhela servir dócilmente al dueño de la voz, su conciencia le ruega que no haga caso. Su propia mente le grita tan alto que aquella voz suave casi queda opacada.

Ven aquí.

—Por favor —murmura, su respiración difícil entrecortando las palabras—. Por favor… no me obligues a ir. Te lo suplico. No quiero ir.

Desde que decide implorar, Jacob sabe que sus deseos no serán tomados en cuenta, pues nunca ha recibido consideración, o al menos algo de clemencia, por parte de quien lo martiriza. Suspira temblorosamente, sus manos hundidas en la tierra blanda y húmeda que tienen debajo. Espera unos segundos. Combate el dolor de su pecho con maestría. Está tan acostumbrado a ese tipo de sufrimiento que, pese a no ser capaz de ignorarlo, puede calmarse y lidiar con él sin lamentos o quejidos.

Ven aquí. Ahora.

Un último suspiro sale de sus labios.

El lobo, igual que siempre, gana la batalla, sale a la superficie y se apura a acatar la orden.


Si Jacob pudiera desear jamás haber aceptado esos diez dólares de su padre, lo haría sin duda.

Aquel dinero marcó el inicio del derrumbe de su vida.

Pero dado que fue lo suficiente estúpido para decir que sí, tomar los diez dólares e ir al baile de fin de año del Instituto de Forks para hacerle llegar a Bella lo que Billy quería que ésta supiese, Jacob no puede decir que es culpa de su padre. Culpar a otros o a sí mismo de lo inevitable es algo en lo que ya perdió el tiempo que era debido.

Esa tarde-noche, hablando cómicamente sobre los extraños juegos de Billy a su amiga, fue que conoció a Edward Cullen, su amado verdugo. El perfecto demonio que está matándolo con la parsimonia y calma de los crueles. De los sádicos.

Jacob ama al demonio como se supone que debe amarlo. Perdida, completa e irrevocablemente, con corazón, alma y cuerpo. Es un devoto entregado a su dios, puesto en la ofrenda de sangre por voluntad. Lo suyo es una posición vulnerable, un trato injusto, una condena que lo llena de amarga y breve felicidad.

El lobo imprimó en Edward. La conexión unilateral fue inmediata y Jacob se extravió en la belleza —magnificencia— de los ojos, los labios, las mejillas, el cabello, la expresión, el cuerpo y el misterio. Cayó en el antiguo encanto de su tribu tal cual fuese un inútil sin voluntad o autoestima.

La caída fue espléndida e indolora. El resto de la historia es veneno, púas, oscuridad, abandono y nostalgia.

Edward rechazó la existencia de un vínculo semanas después de la caída. Se negó a concederle una sola oportunidad. Lo ignoró de la misma forma que la gente ignora las rocas sobre las que camina y, luego de unos meses, se fue. Jacob distinguió el aumento de la distancia entre ambos, mas no hizo nada para evitar la penosa separación.

Edward no lo quería. El lobo tuvo que aceptarlo, reunir fuerza y permitirle a Jacob seguir respirando. Salir del insondable estado de aflicción al que el rechazo y la distancia lo lanzaron tomó meses. No se repuso por sí mismo —tampoco se reparó de verdad—, sino que hubo gente que quiso ayudarle a continuar su camino, que le dieron ánimos a través de las horas, los días y las semanas.

Billy. Rebecca. Rachel. Sue.

Ellos se convirtieron en sus más importantes pilares ante la ausencia del propietario de su alma, corazón y cuerpo. Proveyeron amor, calidez, confianza. Le dieron lo que necesitaba para colocarse una careta de alegría, salir a reanudar el rumbo de su vida y resistir la presión de los aúllos, lloriqueos y gemidos de su espíritu.

Luego, por mera casualidad, descubrió que Bella estaba soportando un mal parecido al suyo. La tristeza del abandono. Esperanzas rotas. Corazón partido… Jacob empatizó con ella; y el hecho de que Edward fue quien la dejó así no le importó en lo absoluto.

Bella se transformó en una razón para no sumergirse en el abatimiento hasta el punto de la asfixia.

Peleó y logró ser un sol. Irradió energía para calentar la piel helada de su amiga. Brilló para alumbrar su mente anubarrada. Le regalo hilo y agujas para coser sus heridas, que palpitaron bajo los puntos, pero no volvieron a hacerla llorar.

Tras un tiempo, Jacob se encontró a sí mismo sonriendo, riendo y disfrutando el solo existir. La compañía de Bella funcionó como una medicina milagrosa. Jacob notó una bruma silenciosa soltándose y volando lejos de sí. En el fondo de su cabeza, repleto de lesiones y fortificado por ellas, el lazo que lo une a Edward vibró, complacido por los esporádicos momentos de dicha.

Jacob supuso que el espíritu de su lobo optó asimilar esa felicidad como suya para no perecer en medio de la soledad.

Esto acabó con la llegada de Alice.

Ella llegó de repente, arrancó a Bella de su lado y la llevó a Europa. Arrastró su menudo y frágil cuerpo sobre el océano y la tierra con el fin de salvar la "vida" de su hermano, el preciado destinatario del amor de Jacob, aquel que me le dio la atención que se le da a las piedras.

Tuvo una crisis.

No supo definir los orígenes exactos de las nuevas montañas de dolor; no obstante, pudo decir cuáles eran algunos de los alicientes para generar el renovado suplicio.

Primero que nada: Bella lo dejó atrás. Oyó el nombre de Edward y corrió al auto de Alice. La sola mención del vampiro hizo que olvidara a Jacob. Él pasó de ser un enorme y centelleante sol a una blanca enana confundida entre billones de otras blancas enanas. El corazón se le dobló como papel, lo escuchó crujir, un sonido idéntico al de una lámina de vidrió delgado al ser aplastada.

Y estuvo, por otro lado, un porqué inherente: Edward amaba tanto a Bella que quiso morir antes de pasar la eternidad lejos de ella. Jacob no sabía en aquel entonces por qué Edward tomó la decisión de irse, y tampoco se lo preguntó nunca a Bella. No quiso hacerle las cosas más difíciles.

Edward amaba a Bella.

Dolió.

Dolió tanto.

Jacob lloró, gritó y se desplomó. Se sacó del pecho sus suplicas, sus reproches, y mojó sus mejillas con las lágrimas que previamente no deseó liberar. La cabeza le punzaba luego de su descarga de frustraciones. El lobo aulló con la fuerza de sus alaridos agrios.

El día que volvió a ver a Edward —¿cuántos meses esperó?, ¿cuánto dolor aguantó para ese instante?—, el precario orden en el que consiguió acomodarse a sí mismo, se destruyó.

Una mirada de oro, un destello de bronce, y ahora fue el mundo el que cayó encima de Jacob.


Sus cuatro patas están tensas.

Alza la mirada del suelo y contempla las decoraciones que Alice y sus hermanos y padres colocaron en el amplio jardín trasero de la casa. Los tonos del ambiente natural lucen hermosos al lado del blanco de las flores, el tenue amarillo de las luces y el ocasional destello dorado salpicado por doquier. El escenario es perfecto para la boda que sucederá en unas horas.

Jacob presiona las orejas contra su cráneo. Gime bajito, avergonzado de que los Cullen le oigan quejarse de sus desgracias. Generar lástima ha sido otro de sus males en los últimos años.

Sale de fase y se coloca los pantalones cortos que acostumbra a llevar consigo.

Alice no tarda en salir a darle la bienvenida. Ella le sonríe intentando pasar como el ser más condescendiente del planeta. Y puede que lo sea, pero Jacob aún la detesta por quitarle a Bella; una de sus pocas razones, la única chica que él podría haber amado y su lobo, posiblemente, querido.

La mujer abandona sus intentos de conversación tras dos minutos de respuestas monosilábicas y sonidillos poco claros. Jacob no siente remordimiento por tratarla así. Para nada. Lo único que siente es vergüenza y dolor. La mano es persistente en su pecho, apretujándole el corazón como si Jacob no hubiese obedecido las órdenes que se le dieron. Quema, sangra y punza. Nadie puede culparlo por no tener paciencia o fortaleza para otras cosas.

—Tu ropa está en la habitación de huéspedes —dice Alice—. Si hay algo que no te siente bien, dime para que te cambie la prenda, ¿de acuerdo?

Jacob asiente y pasa de largo a Alice, encaminándose directo hacia el cuarto que le fue indicado. Sus pasos vacilan en uno de los pasillos del segundo piso. Está cerca de la habitación de Edward, su aroma es pesado, fuerte. Jacob vuelve puños sus manos. Sacude la cabeza, cierra los ojos y apresura el ritmo de su caminar. El lobo se queja patéticamente, ansioso por apreciar el dulce aroma.

Jacob toma una ducha antes de probarse la ropa, que acaba siendo de su talla. Camisa, pantalón, chaleco y saco se adecuan a los contornos de su cuerpo sin poner resistencia. Se acomoda el cabello, desliza los pies dentro de un par de calcetines y se calza los zapatos. No anuda la corbata hasta que el resto está bien arreglado.

La parte complicada es obligarse a parecer contento, quizá hasta algo feliz. Estar ahí no sirve de nada si Bella se percata de lo horrible que la está pasando. Sacarse unas sonrisas forzadas, pero creíbles, del corazón para su amiga será su principal preocupación. Es el día de su boda —supuestamente el mejor de su vida— después de todo, y Jacob no quiere arruinar una ocasión como esta. Así el lobo llore y la enorme herida en su pecho haga de respirar una odisea, Jacob pondrá su mejor expresión, la felicitará, bailará con ella y luego correrá lejos para evitarse el sufrimiento lo más que pueda.


Es sincera, completa y tristemente hermoso.

La música, los invitados, la decoración y los novios. Lucen como una armonía, como una obra maestra e inalcanzable.

Es tan perfecta que Jacob siente la urgencia de arrancarse el corazón de una vez.

Imagina escenarios grotescos con su corazón sirviendo de regalo de bodas. Lo visualiza en la mesa de obsequios, el rojo de la sangre apenas siendo lo suficientemente interesante para atraer la atención de unos cuantos. Alzándose como una basura de músculos palpitantes y aún calientes, chorreando hilos de sangre y acercándose a la muerte con cada segundo.

Sonríe.

Su corazón es una basura desestimable, pero es lo mejor que tiene. Ese órgano tan importante que lo mantiene con vida es un montoncillo de tierra mojada al lado de Edward y Bella —la que fue, la que pudo ser, su Bella—. Es un desperdicio de materia si se le compara con la perfección que ellos dos crean ahí arriba, tomándose las manos frente al altar mientras el padre habla sobre cosas que Jacob prefiere no oír. Son inalcanzables y está preguntándose por qué intento alcanzarlos si es obvio que era una pérdida de tiempo. Ellos dos son demasiado para estar junto a él.

Quizá el que Jacob se haya hecho a un lado es lo mejor que nunca pudo hacer. No le gustaría haber arruinado la majestuosidad que tiene en frente. Él no merece desear estar ahí.

Llega la hora de poner anillos y decir "acepto". Para entonces, Jacob tiembla en su lugar.

Quiere llorar. Quiere gritar. Está desesperado. Está siendo destrozado. La mano invisible de Edward se engancha de nuevo a su pecho, halando de un modo que le impide moverse. Que le impide pensar en moverse. Duele. Quema. Es una tortura y él está soportándola porque todavía ama, todavía desea, todavía tiene fuerzas para verlos una al lado del otro.

El primer beso de los recién casados resulta ser alcohol en las heridas de su pecho. Suspira en voz baja, luchando para que su propio cuerpo pase desapercibido para las personas alrededor. El lobo aúlla y Jacob no hace más que pensar Sí, lo sé. Lo sé. Lo sé. Aguanta. Sólo aguanta. Por favor, por favor, aguanta un poco más. Con humor sacado del fondo, se pregunta si ver esa boda unas decenas de veces más podría matarlo de dolor, y sabe, también en el fondo, que sí. Lo mataría. ¿El evento estará siendo grabado? Si lo está, va a suplicar por una copia. Va a tirar lo último que queda de su orgullo y se pondrá de rodillas de ser necesario.

En momentos como este, estar muerto es la mejor opción que se le ocurre.

La gente se levanta de sus sillas para felicitar a los recién casados. Hay desorden, ruido y sonrisas. Son una distracción para Edward, concluye Jacob cuando la mano intangible en su pecho deja de rasgar. De repente, vuelve a respirar del modo correcto, sin entrecortes temblorosos o ardores internos. La mano en su pecho se ha apartado. No tarda en entender la señal.

Edward acaba de darle el Lárgate más bello que recibió nunca.

Bailar con Bella y sonreírle como si fuera feliz resultan ser metas tan inalcanzables como ella misma. Pero realmente no se concentra en ello. Su lobo está lleno de euforia por el hecho de que Edward fue amable con él, que le permitió irse más pronto de lo que creía, que vio su dolor y soltó las riendas antes de que éstas lo ahogaran.

El lobo está feliz.

Es una pena que la felicidad del alma se traduzca en lágrimas para el cuerpo.


Jacob no tiene la fuerza para huir demasiado lejos.

Corre a La Push. A su casa. Necesita el calor, la familiaridad y las voces conocidas.

Ha caminado menos de un kilómetro dentro del territorio de los Quileutes cuando el tremor de sus piernas comienza a ser una gran dificultad. Apoya las manos en varios árboles en lo que se hace camino entre éstos.

El traje de tres piezas está arruinándose con las ramas y el suelo húmedo. Ahora mismo, sinceramente, no le importa. Más tarde, en cuanto el dolor haya regresado a su expresión más pequeña, se sentirá culpable por haber destrozado ropas que no son suyas y que, de principio, jamás quisieron prestarle. Habrá culpa y miedo y más culpa en su alma. Pero como por el momento sólo existe pena, Jacob continúa caminando hacia su casa.

La pequeña casa pintada de un rojo y blanco desgastados es su refugio. Su precioso hogar.

Billy no tiene tiempo para sorprenderse por verlo de vuelta, pues, tan pronto como llega, Jacob se tira de rodillas frente a él y se echa a llorar en su regazo.


Cuando Bella dejó de verlo como si fuera un sol, Jacob tuvo que lidiar con más que sólo eso, pero ella jamás lo supo. Y jamás lo sabría. (Eventualmente, ella lo sabe).

Que Edward y su familia entera volviesen no se sintió para nada bien. Entonces —para entonces— una parte de Jacob ya había comprendido y aceptado que amar a ese hombre no sería sencillo. Partiendo del hecho de que éste no lo amaba de vuelta, la situación estuvo siempre muy lejos de pintar para bien.

La cercanía, en lugar de calmar las ansias del lobo, lo exaltaba. Tenerlo tan cerca, tan "alcanzable", era peor que no saber en dónde se encontraba. Porque cuando le perdió la pista al menos pudo mantener la esperanza de que estuviese solo. El lazo entre ambos, pues existía y existe sin importar cuántas veces Edward se rehusé a reconocerlo, estuvo frío y opaco los primeros meses. Fue una molestia omisible unas semanas, luego se tornó pesada y ardiente, como si pudiese sentir rabia al ser ignorado. Y justo cuando creyó que volvería a caer en picada, apareció Bella y Jacob juntó la fuerza para convertirse en un sol poco a poco.

Alice entró en escena tiempo después.

Bella se fue y volvió junto a la persona por la cual Jacob ahora se siente capaz de perder su orgullo, la única a la que está dispuesto a rogarle de rodillas cuando ni el espíritu del lobo soporte el veneno de su propio amor.

Jacob pasó de sol a blanca enana tanto para Bella como para sí mismo. Aunado a la indiferencia de Edward, su estado anímico sufrió el mismo cambio. La vida, que hacía algunos ayeres había sido espléndida y maravillosa, adquirió sombras en los bordes y un desenfoque inopinado. En uno de esos gélidos amaneceres fue que se le ocurrió que pasar el tiempo en su forma de lobo podría liberarlo de los malestares cotidianos.

Craso error.

Dejarse estar en la representación física de su espíritu lo hizo más susceptible a la voz de Edward; Jacob aún no entiende por qué su imprima utiliza algo tan bello —doloroso— para ordenarle cosas. Ha llegado a creer que la crueldad es un rasgo de Edward si se trata de convivir con él, ya que, la verdad, no necesita sentir dolor para querer obedecer sus mandatos. Desear complacer al dueño de su corazón está escrito a lo largo de su alma y programado en sus genes.

Así, pues, Jacob se encontró con que, efectivamente, lo peor todavía no acababa. Que ni siquiera había empezado.

Edward esbozó maneras para sacar provecho de su lazo. Jacob nunca creyó que podría sentirse decepcionado de su imprima. Al descubrir sus artimañas, la idealización crédula que se hizo del vampiro adquirió grietas.

No era perfecto.

Jacob no puede creer que alguna vez pensó que lo era.

El tiempo entre el regreso de Edward y la lucha contra los neófitos de Victoria puede resumirlo en un nombre: Jasper Witlock. Es gracioso que una de las personas que más ha contribuido a que no se caiga a pedazos es la misma que le ha dirigido la palabra un total de tres veces. Tal vez, pensó Jacob, esos eran los modos de Jasper. A la distancia y sin hacer mención alguna de sus acciones. Pidiendo nada a cambio de mucho.

Una noche, en medio de cavilaciones sobre todo lo que se le ocurría, Jacob imaginó cómo sería su vida si hubiese imprimado en alguien como Jasper. Estaba sentado en un suelo de rocas musgosas, sus piernas cruzadas en pose india, y oía distraídamente el ruido provocado por el viento a ese nivel por sobre el mar, en una de las colinas más altas que encontraron. El clima no era el mejor ni el peor que podía haber en Olympic. Él casi ni sentía el frío, pero Bella tiritaba dentro de la casa de campaña con tanta fuerza que él alcanzó a escuchar el castañeo de sus dientes un par de veces. Comenzó a preocuparse de que ella entrara en estado de hipotermia mientras se inventaba universos con gente parecida a Jasper; el lobo, para su sorpresa, contempló las absurdas probabilidades en silencio, tal cual se hubiese quedado sin nada que opinar respecto a ese asunto.

Minutos más tarde, el castañeo incesante de los dientes de Bella llegó a ser molesto y Jacob resolvió entrar a la tienda para proporcionarle calor. Edward se disgustó mucho, pero él no estuvo dispuesto a arriesgar la salud de Bella sólo por la incomodidad de su imprima.

Hoy, pese a las circunstancias, era uno de esos días en los que Edward parecía no ser realmente importante. El lobo había estado quieto la jornada entera, echado y sin prestar mucha atención a las cosas por la simple razón de que no tenía ánimos para ello. Ver la cercanía entre Edward y Bella le afectó más que en momentos anteriores. Algo en la unilateralidad de sus sentimientos resultó ser demasiado, así que, ni corto ni perezoso, decidió hacerse a un lado. No mirar. No sentir. Quizá hasta no pensar. Esa era la única vía con la que contaba para obtener un leve relamazo de tranquilidad.

Jacob se recostó junto a Bella dentro del saco de dormir. La abrazó fuerte y ella, tras un lapso de vacilación, se arrimó hacia él en busca del confort de la calidez. Tenía las manos heladas, las mejillas rojas y los labios un poco azules. Debía haberla estado pasando muy mal sin él a su lado. Jacob sintió un poco de culpa por no haber entrado a ayudar horas antes, pero el sentimiento se calmó tan pronto como Bella dejó de temblar y cayó dormida.

Sabiéndola bien, él se dispuso a dormir. Se acomodó entre los brazos de su Bella —aquel fantasioso tiempo en el que aún la creía su Bella, qué iluso…— y cerró los ojos. La bruma del ensueño no tardó en alcanzarlo. Los patrullajes de la mañana y tarde, turnos que le tocaron, fueron exhaustivos y hasta ahora se dio cuenta de lo agotado que estaba. El lobo, echado también, pareció concordar con su plan de dormir las horas que le fueran permitidas. Hubo un largo, largo rato de silencio interrumpido por el viento tempestuoso. A Jacob le faltaron unos cuantos minutos para caer y apenas unos segundos para olvidarse de que Edward se hallaba a no más de dos metros de distancia.

Pero entonces el vampiro habló y las cosas fueron amargas a partir de ese punto.

—¿Te importaría bajar el ritmo de tus pensamientos? Sé bien que esto no te gusta más que a mí, pero el volumen en el que tu mente se expresa es sinceramente insoportable.

A Jacob le tomó su tiempo entender bien las implicaciones de lo dicho. Un cúmulo de adulterada alegría rozó la cola de su lobo, quien se apartó de ella cual fuese la peste. Porque su amor no iba a alcanzar el punto en el que un puñado de palabras groseras equivalieran a un motivo de felicidad. Al menos ese día, Jacob deseaba abandonar su desgracia.

—No pensé que te molestaras en oír lo que me pasa por la cabeza —contestó, voz ronca y amortiguada—. Me iría si ella no me necesitara aquí. Si tienes algún problema lidiando conmigo, creo que está bien claro quién debe marcharse.

La furia que atravesó su cuerpo por medio del vínculo fue un golpe duro. El lobo no permaneció indiferente, pero tampoco fue arrastrándose a pedir perdón.

—Sigues creyendo que ella puede elegirte o que yo soy el culpable de tu pena cuando el único responsable eres tú mismo. —Edward utilizó sus armas más poderosas. Palabras bien entonadas, limpias en su enojo y gruesas al demostrar desagrado.

Jacob sacó a relucir su fortaleza por primera vez frente a él. Hermoso demonio con cara de ángel, piel de mármol y ojos de oro. Hermoso demonio con rasgos pútridos y maneras ásperas. La contraparte perfecta de Jasper.

—No sabes cuánto daría de mí para desaparecer la imprimación, Edward… bueno, creo que sí lo sabes, ¿no? Aunque es por cosas distintas que tú y yo queremos que el lazo deje de existir, claro. Tú, porque me detestas; yo, porque el hecho de que te amo resulta ser un repugnante inconveniente en tu vida… y lo que más quiero es que estés bien y seas feliz. Eso es para lo que nací y lo que intento hacer. Si mantengo la inútil esperanza de que Bella esté conmigo… ¿no tengo el derecho de imaginarme un mundo en el que la felicidad sea para mí? Nunca voy a amar a alguien tanto como te amo a ti, y discúlpame si eso es un insulto, pero a veces me gusta creer que el futuro me depara algo mejor que ser tu perro faldero.

Jacob se arrepintió de lo que dijo.

Se arrepintió cuando Edward salió de la casa de campaña dejándole con una ola de exasperación e ira viajando a través del vínculo. Se arrepintió a la mañana siguiente cuando Bella y Edward conversaron y salió a la luz que iban a casarse. Se arrepintió de camino a la batalla con los neófitos, cuando el disgusto de Edward era tan grande que el lobo no resistía vivir con la culpa. Se arrepintió cuando un vampiro lo tomó entre sus brazos y le destruyó los huesos. Se arrepintió cuando Carlisle volvió a rompérselos uno a uno para que sanaran en las posiciones adecuadas.

Se arrepintió y sigue arrepintiéndose.


Son dos horas las que Jacob se deshace en llanto. Billy trata de brindarle confort con palabras dulces y caricias suaves. Sabe que no hay cura para el dolor de su hijo, que es una tortura infernal en la tierra y que, por más que lo desee, no tiene lo necesario para ayudarle. Su corazón de padre está lleno de remordimiento contra Carlisle por haber creado a Edward y de impotencia contra él mismo por ser un espectador inútil.

Gradualmente, Jacob se calma. Sus lágrimas se secan y el dolor mengua. La sombra de su desdicha es clara para los ojos de Billy; la ve poniendo dos manos largas sobre los hombros de su hijo, besándole la nuca y adhiriéndose a su espalda. Un espectro maligno con hambre de angustia y propósitos insanos como ese no debería estar detrás de alguien tan joven como Jacob. Pero está ahí, sonriendo cual serafín y cantando el himno de la oscuridad.

Sin embargo, hay algo más que es muy nítido para los ojos de Billy. Una figura brillante que surge del alma de su hijo, el reflejo de su infinita fuerza. Es una luz que toma a Jacob de las manos y lo hala para ponerse de pie, que aleja a la sombra de la desdicha con una sola mirada y, en lugar de adherirse a él, lo empuja siempre hacia adelante.

Ni Isabella ni Edward podrían ser tan valiosos para Jacob como su propia fuerza. Nadie además de Billy se ha percatado de ello. Nadie que no sea Billy parece tener la visión adecuada para concluir que Jacob no necesita lo que su espíritu anhela.

Porque Jacob se ha levantado por sí solo desde el primer rechazo, y Billy sólo aguarda por el día en que su fuerza sea tan magnífica que nada pueda comparársele.

Jacob vuelve a ponerse de pie tras tropezarse y caer. Se quita el saco, el chaleco y la corbata y le dice a su padre que aún tiene una cosa por hacer en esa boda.

Puede que falte mucho para que su hijo sea invencible, pero Billy lo ve dar un paso más cerca de ello el día de hoy.

Hoy, la sombra de desdicha se queda relegada detrás los pasos de Jacob y la luz de su fuerza le acompaña gritando a los cuatro vientos un himno de guerra.

Si fallan, la próxima vez habrá un himno mejor y una fuerza más grande.


El pecho aún le duele a Jacob. La herida es reciente. Está fresca, arde y punza. La sangre brota de ella en gruesos hilos, tan cálidos, tan evidentes… le cuesta creer que Bella no los ve, pero lo agradece. Sea por descuido o hecho intencionalmente, es preferible para ambos mantener la burbuja de felicidad que los rodea, intacta.

Pretender que todo está bien es mil veces más sencillo que enfrentarse a los problemas. Dejar que Jacob baile con ella, que le sonría y haga comentarios jocosos respecto a los que se le ocurra, es lo que Bella quiere. No sabría cómo reconfortar a Jacob si éste se derrumba frente a sus ojos.

Ella está ahí para ser arreglada en caso de ser necesario, para que las atenciones se le den sin que las pida, y no tiene ni una remota idea de cómo transformar los cuidados en algo recíproco, equitativo. Quizá el problema es que simplemente no puede hacerlo. No fue hecha para dar. No tiene lo necesario para hacer feliz a nadie, ni siquiera a sí misma. Es por eso que necesita a Edward. Sin él, el mundo se le cae. Sin él, su vida estaría zanjada.

Bella está tan cómoda con su vida que tener la sangre de Jacob derramándose sobre sus manos no la hace sentir mal. Después de todo, pude limpiarse más tarde.


Jacob vive tranquilo casi tres semanas. La herida en su pecho empieza a sanar lentamente, y él decide no adoptar la forma de lobo tanto como le sea posible. Es lo mejor que puede hacer por sí mismo en estos momentos. Dejarse curar estando apartado de lo que le causó la herida.

Que Edward y Bella hayan viajado a sólo-Dios-sabe-qué-país para su luna de miel es la recompensa que se le ha dado por ser fuerte una vez más. Por ir a bailar con Bella sin prestar demasiada atención a la poderosa presencia de su imprima. Por ir y regresar sintiéndose a gusto consigo, sabiéndose capaz de soportar lo que sea con lo que Edward fuese a golpearlo.

Gracias a la ocasión especial que se celebraba aquel día, Edward lo dejó solo con Bella. Sin palabras. Sin sentimientos desagradables a través del vínculo. Haberse convertido por fin en el marido de la mujer a la que amaba suavizó su horrible temperamento. Jacob comenzó a querer un poco más a Bella por ello. Darle alivio a su dolor es algo que sólo Jasper había hecho por él; y que sólo Jasper haría siempre por él.

Sus épocas de tormenta y calma ya son algo a lo que está acostumbrado. Sobrevive bajo la lluvia sabiendo que llegará la calma. Disfruta la calma y se prepara para la siguiente tormenta. La suya no es una rutina tan mala. Cuando llega el momento de transitar a la siguiente fase, Jacob se cree preparado para lo que se le viene encima.

Resulta que se equivoca.


Bella está muriendo.

Sencillo.

Horrible.

Hay manchas púrpuras por todo su cuerpo y son especialmente grotescas alrededor de su vientre abultado. La piel, estirada a una velocidad anormal, luce estrías largas, tan pronunciadas que parecen a punto de abrirse frente a sus ojos. Teniendo ella una complexión enjuta, el volumen de su barriga luce espantoso, enfermo. Ojeras, signos de desnutrición, malestares, dolores y un sinfín más de cosas incómodas.

Jacob necesita salir por aire fresco la primera vez que la ve en ese estado. Dos puntos acerca del todo son lo que más lo aterran. Primero, es obvio —dolorosamente— que a su amiga no le quedan ni un diez por ciento de esperanzas. Está en sus últimos días, tambaleándose en sus miembros débiles y cargando un peso demasiado grande sobre éstos. Segundo, el aspecto de Bella bien podría ser el aspecto de su espíritu ahora mismo. Sin contar al maldito demonio dentro de ella, las sombras mortales que la rodean son las mismas que se sujetan al lomo de su lobo.

Eso es lo que Edward hace.

Manos venenosas y alma pútrida, quizá inexistente. Engendro salido del averno que no sabe tocar sin romper. Él destruye. Es destrucción desde la dura piel hasta los afilados colmillos.

Jacob debió detenerlo. Amándolo o no, tuvo que haberlo detenido. Si no supo cuidar o respetar un lazo como el de la imprimación, era obvio que un chica delicada —humana— acabaría pulverizada entre sus dedos. Y no quiere considerarlo ni pensarlo, pero pudo ser a propósito. Quizá deseó herirla. Sobre su amor, muy por sobre él, la naturaleza cruel de Edward es invencible.

¡Si lo sabrá él!

Los recuerda en el altar, tomados de las manos sobre dorado, blanco, verde y luces de estrella. Deslumbrantes. Perfectos. Jacob está convencido de que esa imagen es lo mejor que verá en toda su vida. ¿Cómo Edward osó arruinar eso? ¿Por qué querría deshacerse de lo más bello en la Tierra y…?

Lo piensa mejor.

¿Por qué Edward querría no arruinarlo?

¿El amor que le profesa a Bella es tan grande como dice? ¿Algo de lo que dice es verdad? ¿Son sinceras sus promesas o es toda una metodología impecablemente hecha para satisfacer sus inclinaciones sádicas?

Los factores a tomar en cuenta son cientos; y Jacob aún se rehúsa a creer que fue intencional. El tiempo disponible para hallar un modo de mantener viva a su amiga es limitado, salta de días a horas, de horas a semanas y de semanas a minutos. Ahora más que nunca en su vida, Jacob necesita pensar, concentrarse por completo. De no aportar nada, las consecuencias…

No puede perder a Bella.

No, no, no.

¿Cómo va a recuperarse de eso?

Si el único planeta por el que logra brillar es absorbido dentro de un agujero negro, sus fuerzas mermarán hasta puntos críticos.

Si la única persona a la que puede dirigir su patético amor muere, Jacob va a perderse. Caerá peor y mucho más profundo que antes. Le teme a la nada. Aceptó el poder de la muerte desde los ocho años, pero jamás ha sabido lidiar con los que queda detrás de los muertos. Y él, todo él, siempre acaba rezagado. Jacob es una constante de incertidumbre. A la deriva. Sus puertos seguros son pocos, y él los apreciaba demasiado como para hacerlos cargar con sus penas. Es ridículo. Es estúpido. Se supone que el apoyo es eso. Apoyo.

Pero ¿cómo puede hacerse entender ante los demás? ¿Cómo puede decirles que los considera obras maestras y que sólo se permite tomarlos de las esquinas, temeroso de dañarlas? Ninguno merece cargar con los problemas de Jacob. Duelen, pero son suyos, siempre suyos y dárselos a alguien más quedó prohibido desde el inicio.

Así como él no murió por el rechazo gracias a su familia, Jacob no dejará que Bella muera por culpa de su imprima. Lo necesita ahora más que nunca y Jacob se rehusará a apartarse de su lado. Rómpale los huesos de nuevo. No protestara si con eso se hace del derecho a estar con su amiga.


Ella empeora cada vez más.

Es terca —siempre tan terca, Jacob la adora— y no quiere que extraigan al bebé. Dice que lo ama, que sobrevivirá y que está segura de que su retoño no es malo y Jacob se pregunta cómo lo sabe, cómo está tan segura de que será bueno si su padre es un demonio. Y quiere preguntarle, pero mejor se calla. Aprieta los labios y se muerde la lengua, porque lo que menos necesitan causarle son malos ratos. Si ella quiere al bebé, conservarán al bebé. No habrá más discusiones al respecto.

Jacob la acompaña siempre que Bella se lo pide. Duerme abrazándola para darle calor, le cuenta las leyendas de los Quileutes porque son buenas para hacerla conciliar el sueño, se esfuerza en hacerla reír para que se olvide del dolor y le promete que respetará sus deseos. Jacob no sabe si podrá cumplirlo.

Él no sabe nada además de que está muriendo de miedo.

Su lobo llora por la cercanía con su imprima, por cuánto éste lo odia y porque otra vez no puede hacerlo feliz. Gimotea y camina entre confusión y malos pensamientos. No entiende por qué, cómo, para qué… no entiende cuál es la finalidad de que esté ahí si no puede hacer nada por Bella, nada que la ayude a mejorar, nada que le devuelva fuerza a su cuerpo o vitalidad a su corazón. Él es inútil, tanto como siempre lo ha sido. Quizá sacarse el corazón para darlo de obsequio el día de aquella magnífica boda habría sido mejor que vivir esto. La incertidumbre. La duda. El dolor. Detesta su vida, está absolutamente cansado del odio que no merece y el amor que a nadie puede dar. Ha guardado demasiado dentro de sí por años. El día en que lo libere, será de una sola forma, una que lo sacará de este infierno en la Tierra de una vez por todas.

Edward es especialmente horrible bajo las circunstancias en que se encuentran. Es todo furia, rencor, culpabilidad y asco. Jacob no está seguro de a quién se dirigen esas emociones desagradables, pero sí que Edward las envía a través del lazo y se sienten como un castigo, un ajuste de cuentas, un montón de gritos y órdenes y golpes que acepta sin levantar el rostro. La mayoría del tiempo no se preocupa de si lo merece o no porque está muy ocupado teniendo miedo y creyéndose inservible. Entonces Edward lee su mente y el modo en que razona lo enfurece. Es bellísimo en su enojo, casi mortal, y Jacob lo ama así, lo ama siendo como es en verdad, lo ama pese a que no sirve de nada, aunque quema cual cuchillas al rojo vivo enterradas en su pecho.

Un día Bella se la pasa recibiendo transfusiones de sangre y Jacob sale de la casa de los Cullen y se sienta en el piso dándole la cara al bosque frondoso. Cierra los ojos y se concentra en vaciar su mente. Quiere dejarla en blanco. Volverse un hombre insensible sería maravilloso.

Romper el lazo mental que lo une a Edward resolvería mucho.

Las consecuencias de un lazo roto ya no le importan. No significan nada porque no hay duda de que deshacerse de la imprimación significaría paz. Es egoísta. Tan egoísta. Es malo pensar sólo en el bienestar propio… pero ¿qué tan malo? ¿Cuán despreciable es que se imagine su vida sin dolor cuando Bella sufre tanto dentro de la casa?

¿Qué tan codicioso es fantasear con un mundo en el que el hombre al que ama no existiera o uno en el él nunca hubiese nacido?


Jacob no tiene tiempo para relacionarse con los Cullen. No tiene tiempo ni ganas de conocer a personas que opacarían su importancia con una mirada de oro o una sonrisa de perlas. Ellos están bien sin que él los moleste, las cosas no tienen por qué cambiar nunca. Jacob agradecería que a ninguno se le ocurra hablarle. El silencio es curativo, las palabras hieren.

Sin embargo, Jasper siempre halla el momento adecuado para acercarse. No físicamente; jamás físicamente. Jasper utiliza su don en él. Lo reconforta y motiva y Jacob quiere llorar por lo mucho que eso evita que se caiga a pedazos. Jasper es un ángel. Uno caído y sin alas. Hecho tanto para la guerra como para la armonía. Alice es afortunada de tenerlo con ella y Jacob les desea lo mejor en el mundo. El tiempo es un regalo y no hay mucho como para perderlo en rencores. Un día Jacob va a morir y no quiere irse esperando que a los más afortunados que él les sucedan las peores cosas.

Llegada la tarde, Jacob consigue ser objetivo, racional. Sabiendo que "todo estará bien" es mentir con descaro, se prepara para sobrevivir a lo viene.

Puede y va a superar esto, así como Bella traerá a su hijo al mundo sin perder su vida.


Bella muere.

Jacob tiene sangre de su mejor amiga en las manos y la ropa. Su corazón se detuvo pese a lo mucho que intentó revivirla. Cuesta respirar. Edward está distraído con el cuerpo inerte de Bella. Todo lo que Jacob siente a través del lazo es frío. Tanto frío. El corazón se le congela, y la sensación es peor a que traten de arrancárselo. En este momento Jacob se percata que el dolor es mejor a la soledad.

No puede llorar. Duele en alguna parte de sí. Siente que sangra, pero el olor a muerte es demasiado. Está en todo su cuerpo. Impregnado en la ropa y tatuado sobre la piel. Es asqueroso. Aunque está fuera de la casa, el aroma y el frío lo siguen de cerca. Pero más que seguirlo, se aferran a él como la desdicha y la fuerza. Como su espíritu de lobo y el amor que éste le tiene al demonio.

Pero ¿cuál es el punto de amar a Edward? ¿Para qué amarlo? ¿Por qué serle devoto y estar dispuesto a regalarle su corazón? No tiene sentido. Es absurdo.

Edward está arrebatándole lo que más quiere.

Lo utiliza cual herramienta.

La pelea con los neófitos, sus huesos rotos y las interminables semanas de recuperación fueron por y para Edward. Bella viviría y ellos podrían casarse. Jacob contribuyó porque esos eran los deseos de Edward. Proteger a la mujer que amaba y unirse con ella en matrimonio. Luego, convertirla.

Su eternidad de dicha y amor estuvo tan cerca…

Entonces, si al final no valió la pena, ¿cuál es el maldito propósito de la imprimación? ¿Por qué tiene que permanecer a su lado? ¿Para que Edward cuente con la protección de su lobo y pueda continuar matando y destruyendo lo que Jacob aprecia? ¿Qué tan lejos piensa llegar sabiendo que él nunca va a hacer algo para lastimarlo?

Hay una pregunta que nunca se había hecho hasta el día de hoy.

¿Por qué ama a Edward?

¿Es que de verdad lo ama o es una simple ilusión?

El aire a su lado se agita y Jacob ve a Jasper de pie, tenso y con el ceño fruncido. No está respirando y sus ojos dorados examinan a profundidad la ropa y brazos de Jacob.

Es la sangre que lo que lo pone en ese estado.

Instintivamente, camina hacia atrás, aumentando la distancia entre uno y otro. Lo que menos quiere ahora es que Jasper lo ataque. Ver a su ángel sin alas sucumbiendo a la tentación de la sangre… No. Mátenlo antes de presenciar eso.

—Llora.

Jasper se aproxima a él, una mano levantada queriendo alcanzarlo.

—Jacob, llora esto. Estás encerrándolo dentro de ti y es frustrante sentir que lo omites por quienes no lo merecen. Desahógate, por favor.

Jasper se aprovecha de su confusión y atrapa la muñeca de Jacob en una de sus manos.

De repente, no queda rastro alguno de sus cientos de dudas. Es incapaz de concentrarse en lo que Edward significa, en lo que le ha hecho y hará. El olor de la sangre se torna más asqueroso y los pulmones le arden. Rememora el cuerpo demacrado de Bella, sus gritos de dolor y aquella esperanza inútil a la que se aferró en sus últimos minutos. Frágil. Preciosa.

Jacob la ama tanto. Y ella nunca pudo amarlo, pero ya no tiene importancia.

—Eso es— murmura Jasper, sonriéndole—. Sácalo de tu sistema. Enfermarás si almacenas otro sentimiento como este dentro de ti.

El suyo es un llanto silencioso. Mantiene los ojos bien abiertos y se enfoca en la sonrisa de Jasper. No creyó que esto dolería así. Lo aplasta. Ni la mano invisible de Edward perforando su pecho o el vampiro neófito partiendo sus huesos es varios pedazos se comparan a esto. Tal vez tiene que ver con la interferencia de Jasper que la tristeza sea del tamaño del universo. Como un ciclo. Cuando crees que estás a punto de superarlo, el viaje vuelve a empezar. No empeora porque simplemente ya es lo peor. La nostalgia en su punto sin retorno.

—¿Por qué?

Su voz emerge en un hilo. Entonación endeble que lo ahoga entre jadeos y nudos. Sin embargo, está desesperado por saber. La ignorancia lo aturde.

Suavemente, Jasper aparta lágrimas de sus mejillas, las arrastra a los costados para que el pequeño charco debajo de sus ojos vuelva a formarse.

—Ya lo descubrirás.

Oh… Jasper es El Mensajero. Trae consigo la luz y las sombras. Jacob ve a ambas a cada lado de su cuerpo, decorando cada trazo de su rostro y hebra de su cabello. No están en conflicto, y son muy distintas a las suyas. La luz de Jacob es la fuerza, sus sombras, la desdicha. En Jasper, la luz y las sombras abarcan un todo que Jacob no soportaría. Fue elegido para portarlas. Cosas como esta no suceden por azar. Eso sería un movimiento muy arriesgado por parte del destino.

La complejidad de este hombre —este ser— le quita a Jacob la capacidad de oír.

A unos metros, la bebé en brazos de Rosalie continúa llorando.

Ella llora desde que el corazón de Bella se detuvo.


En cuanto Jasper lo suelta, Jacob percibe su mente… despejada. Libre.

Sin Edward enviando emociones repugnantes a través del lazo o su lobo quejándose con aullidos y gimoteos, el mundo es nítido y ligero. Hace semanas no se topaba con su fase de calma. Estaba demorándose. Le sorprende obtener esta recompensa junto a Jasper. El confort no suele acercarse a él a menos que su padre y hermanas se encuentren sonriendo. Felices. Sin cadenas que los aten a las personas inadecuadas.

—Debemos encargarnos de los vivos. Renesmee está llena de emociones poderosas.

El nombre suena extraño a oídos de Jacob. Bella lo pronunció una sola vez y él jamás tuvo deseos de conocerlo. Ahora que la niña ha venido al mundo, el peso de su existencia lo motiva a cumplir sus promesas. Juró que protegería a ese bebé y lo hará por el resto de su vida. Es un compromiso personal, algo que aceptó en un día durante el cual Edward no fue relevante, cuando su lobo volvió a echarse para no escuchar, ver o sentir nada.

Renesmee no detiene su llanto. Rosalie canta para ella, pero eso no mejora nada. Jasper dice que interferir con el sentir de un infante es peligroso, que podría hacerla cambiar. El hombre se lamenta de ser inútil ahora. Jacob piensa, distraídamente, que ser inútil una vez es mejor que serlo siempre.

—Ya has hecho bastante, Jasper. Mucho más que yo, en definitiva.

Jasper sonríe una última vez para él.

—No tienes idea de lo equivocado que estás.


Rosalie se presenta como una mujer suave y cariñosa.

Parece humana estando frente a la chimenea encendida con la llorosa bebé entre sus brazos. Jacob descubre su belleza en los restos de su fragilidad humana, sus sueños rotos, pisoteados, prendidos en fuego. Entiende su dolor escondido y, sin caer en cuenta de ello, empieza a quererla. Rosalie es bellísima dentro de la penumbra, una dama hecha para ser madre, pero condenada a ver morir a sus hijos. Una mujer desgraciada.

Avanzando a paso titubeante, Jacob aguanta la respiración, expectante por lo que está a punto de conocer. Renesmee. Pequeña, tierna y triste. Huérfana de madre igual que él. La empatía viene de inmediato a sus brazos, que se mueven con vida propia pidiendo cargar el cuerpecito. Rosalie sonríe y asiente, permitiéndoles que se conozcan apoyando ese diminuto peso en Jacob.

Los ojos de Renesmee son idénticos a los de Bella.

Es tan bonita como su madre. Pálida y con pelo castaño, ojos grandes inyectados en sangre, hundidos en desesperanza. Jacob la comprende. Su entendimiento es fácil. Los hipidos de la niña se hacen menos frecuentes cuando Jacob la abraza contra su pecho, arrullándola con la intensión de que se olvide de su desdicha un rato. No quiere ver sombras detrás de ella. Es demasiado pronto para que comiencen a acecharla. Sería injusto. Cruel.

La manita cálida y firme de ella se presiona contra su mejilla. Jacob la mira a los ojos mientras la pequeña le transmite… todo eso. Recuerdos de colores brillantes, con sonidos amortiguados. Le cuesta seguirle el ritmo a la lluvia de imágenes, pues son rápidas, pasan sin cortes una detrás de otra. Llega el momento, unos segundos después, en los que sus recuerdos se concentran en lo que sabe de Jacob, lo que su madre solía murmurarle acerca de él.

Renesmee le da las gracias. Grita dentro de su mente utilizando su suave voz de niña, entusiasmada por lo mucho que cree deberle. Dice que Bella, su querida madre, fue feliz gracias a él. Vivió días hermosos gracias a él. No podría haber continuado sin su interferencia. Grita y grita que le agradece con la fuerza de todo su ser, porque su ayuda fue fundamental para que Bella tuviese una muerte tranquila. Empieza a gritar y se ve como si no fuera a detenerse pronto.

¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!

Ella es la primera de los Cullen en pronunciar esa palabra dirigiéndose a Jacob.

Respira profundo, su pecho y garganta atrapados en un nudo enorme. Renesmee le toca las mejillas con ambas manos. Continua con sus gritos un largo rato. Jacob se siente paralizado, estupefacto. No reconoce su propio sentir hasta que ella detiene su apasionado arranque.

—No hay de qué —le dice, sonriendo apenas—. No hay de qué. No me debes nada, Nessie, nunca me has debido nada. Jamás me deberás nada. Siempre vas a tenerme. Siempre voy a cuidarte, ¿de acuerdo? Estaré contigo.

Y yo. Te cuidaré. También te cuidaré, Jacob.

Ella lo quiere. Lo ama del modo que Bella no pudo, tanto como Edward lo odia. La ironía es asombrosa. Y así como es asombrosa, resulta extraña. La hija de sus dos verdugos, de lo más perfecto que había visto nunca, es un querubín que lo adora. Que le agradece y dice que va a cuidarlo.

¿Existe algo más hermoso que esta criatura? ¿Más gentil que Jasper? ¿Más importante que su familia? Lo duda. Él y su lobo lo dudan. Y su lobo mira interesado a la bebé que quiere darle una dulce caricia, indeciso porque ha estado en una vorágine de dolor constante. No confía. No se lo permite. Es renuente al inicio. Después, cuando Renesmee sonríe y le aparecen un par de hoyuelos en las mejillas, las inquietudes del lobo se derriten.

Mi lobo. Mi bello lobo. Te lo prometo, voy a cuidarte.

Jacob se encuentra con que le cree. Desde el fondo de su alma, cree los inocentes juramentos que ella le hace. Siente sus diminutas manos apretándole los pómulos, el latir apresurado de ese corazón infantil contra su propio palpitar, y entonces la ama. Irremediablemente. Eternamente. La ama con la misma intensidad que ama a Edward, pero con ella no es sirve de sacrificio, sino como protector. La sombra detrás de sus pasos. La calidez en días fríos.

Un día Jacob morirá.

Ese día se irá deseándole lo mejor a todos y rogando por el bien de esta niña.


Sobre sus cabezas, todavía juntos, Jacob y Renesmee oyen un corazón volviendo a la vida.

Se retuerce sobre sí mismo. Sangra a borbotones. Comienza a carbonizarse. Ambos escuchan el dolor de la dueña incluso a tantos metros de distancia. Incluso aunque Bella no emite un solo sonido.

Sufren con ella. Renesmee llora y Jacob le besa la frente y acaricia la espalda. Repite mil veces en su oído que todo estará bien. Es maravilloso decir esas palabras sabiendo que son verdad.

Estará aquí. Estará aquí. Jacob… ¡estará aquí!

—Sí. Ella es increíble, ¿no lo crees?

Si. Sí. Mamá… mi mamá estará aquí.

Lo estará.

Jacob sonríe. Todo por la felicidad de Nessie, incluida su vida. Sería fácil morir por ella. Morir por algo que vale la pena. Tierna y dulce. Un ángel completo. Manitas suaves. Mejillas rosadas. Una belleza inmaculada y sin precedentes.

¿Esta es la finalidad?

¿Por esto ama a Edward?

¿Acaso la misión Jacob era dirigir lo último de la bondad de Edward hacia un ser como Renesmee? ¿Era su tarea proteger a Bella de los vampiros —y de sí misma— para que ella y Edward pudieran casarse y crear un ángel?

Si es ese el caso, Jacob está contento.

Lo vale.

Lo vale un millón de veces.

Cuando el momento de alejarse llega, Jacob piensa con claridad. Besa de nuevo la frente de Nessie y la deposita en brazos de Rosalie, quien le da la espalda de inmediato, sus zapatos casi sin tocar el suelo mientras camina hacia otro lugar de la casa.

Pasan unos minutos.

Las heridas en el pecho de Jacob aún duelen. Quizá el dolor se vaya en un futuro. Quizá no lo haga. Es algo que no merece su preocupación. Así esté matándolo, su padre, hermanas y Renesmee estarán ahí y eso lo solucionará. Edward es poderoso. Malvado en la proporción que su hija es bondadosa. Jacob sabe que volverá a ser herido. Está en la naturaleza de aquel hombre hacer trizas lo hermoso. Y dado que la calma es inmensa el día de hoy, es un hecho que la siguiente tormenta se transformará en diluvio.

Espera no ahogarse.

Notas finales:

Como dije antes, la historia está terminada y cuenta con dos capítulos más que publicaré inmediatamente después que este, pues soy incapaz de resistirme a ello.

Para quienes usen otras plataformas, este trabajo estará publicado en Wattpad bajo el mismo nombre y seudónimo, también en Amor Yaoi, bajo el seudónimo Akire-Kira.

Sin darme cuenta, mientras escribía esto tomé varias ideas de canciones en mi biblioteca, y ya que me pareció algo muy importante (pues me ayudó a seguir trabajando hasta el final) he creado una lista de reproducción musical en Youtube para este fanfics. El link para esa lista estará publicada en la información de mi perfil más tarde, cuando termine de publicar el fanfic.

Muchas gracias a todos, que lean es algo que agradezco de todo corazón.

Un saludo.

AkireMG (18/06/16)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).