“A través del estomago de los bosques, un negro carruaje se divisó.
Flanqueado por espinados rayos que silbaron en la tormenta
(Dorados en crestas de engendros carpatianos),
Llevando esclavos para la sodomita
Para el nacimiento
En aquella tarde cuando la posesión de la condesa fue deformada.
Una tragedia se arrastró hacia el nombre Báthory”
Thirteen autumns and a widow. Cradle of Filth.
I
Sísifo se dirigiría al norte de la península balcánica, con el fin de explorar parte de las antiguas regiones habitadas por los tracios en la época clásica y buscar restos arqueológicos —como tumbas de dolmen y piezas de cerámica pulimentada— que pudieran contener leyendas y mitos relacionados a la religión mistérica de los Getas atanizontes relatados por Heródoto1.
A diferencia de otros pueblos de la época, los tracios eran defensores de la creencia en la inmortalidad, rendían especial culto a los dioses telúricos y existían leyendas de pactos y ofrendas de sangre en honor al rey del inframundo.
El arquero decidió tomar una pausa en el camino y continuar la marcha después del ocaso, con el fin de disipar el calor y el cansancio bajo la sombra de un magnifico Laurel, en la cima de una colina cercana. La brisa vespertina del estío acariciaba lánguidamente sus rizos dorados.
«Ilias…» El dolor de su pérdida era muy reciente, pero hacia su mejor esfuerzo para sobrellevarlo.
Los espectros arrebataron la vida de su hermano mayor, tampoco había rastro de su sobrino Regulus, Hasgard no dejaba de culparse de lo sucedido y Aspros cada día parecía más un rival enfrascado en una competencia, que un compañero y hermano de armas.
Necesitaba aquel viaje. Tenía la imperiosa necesidad de salir al mundo que surgía más allá de las columnas dóricas de la Acrópolis de Atenas; para sobreponerse a la impotencia y el dolor, y tomar nuevos bríos para luchar por la diosa virgen y la humanidad.
El joven santo de capricornio le acompañaba en su viaje para asistirlo. Dormía recostado al pie del árbol, con la cabeza ligeramente apoyada en el hombro izquierdo de Sísifo.
El viento también jugaba con la cabellera negra del muchacho, y los rayos de sol moribundo, filtrados entre las hojas, bañaban su pálido rostro, con luces rosas y naranjas, suavizando su aspecto.
Sísifo se inclinó con mucho cuidado sobre la cercana faz del durmiente. Le reconfortó sentir su calidez y aroma. El Cid desprendía un discreto olor a flores de cerezo. El suave perfume parecía acompañarlo a donde fuese, como una sombra… como un fantasma, abrazado a su cosmos.
Aquel viento comenzaba a soplar más fuerte. Emitía un silbido extraño, un quejido débil o distante, quizá.
—… ¡No puedo escucharte!... —susurró Sísifo—. ¿Quieres decirme algo?...
Todavía le resultaba difícil interpretar aquellos murmullos.
— ¿uh?...
La voz del griego impulsó al español a retornar a la realidad, pero el mayor colocó una mano sobre la frente del chico y le condujo aún más cerca de si, acariciándole el pelo con ternura, para volver a adormecerle.
Lo despertaría después, quería que durmiera un poco más. Su misión apenas comenzaba y tenían un largo camino por delante.
Apartó con delicadeza los rebeldes mechones de cabello que cubrían los ojos cerrados. Las orbitas de Cid se movían con bastante rapidez bajo los parpados traslucidos. Sísifo dedujo que el español se había extraviado en alguna escena onírica…
1. Para saber más de las costumbres tracias véase “los nueve libros de la historia” de Heródoto de Halicarnaso. Libro Quinto. Logo IV.