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Haz realidad nuestros sueños por Paz

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Haz realidad nuestros sueños



Basado en Slam Dunk de Inoue Takehiko, cuyos derechos de autor le pertenecen

By Paz

Capítulo 5: El cortejo de la novia

Dio un suspiro de alivio cuando se vió fuera del recinto, caminado muy próximo a las paredes de las viviendas, para pasar desapercibido entre las sombras.

Consiguió no ser descubierto por las distintas rondas que se llevaban a cabo por las callejuelas que como una barrera estaban ubicadas alrededor del castillo, las casas más cercanas eran viviendas de dos pisos ocupadas por ricos mandatarios, luego estaban las casas de los comerciantes, las de los artesanos y de oficios, junto al muro estaban ubicadas las residencias de los soldados, el cuartel, las caballerizas, y todo el personal que trabajada en el castillo. Era como si existiera un anillo tras otro alrededor del recinto que protegía el castillo, y cada anillo era una barrera defensiva en caso de ataque, fuera de las murallas estaba el otro pueblo rodeándole, la primera defensa contra los que se encontraban cualquiera que pensara en tomar el inexpugnable castillo.

Masanobu, tomó todo tipo de precauciones y por eso tardó más tiempo de lo habitual para llegar a su residencia, finalmente extenuado se dejó caer sobre su futón, apenas lo extendió sobre el piso de tierra, aun persistía en él, el olor perfumado del tatami sobre el que había extendido el futón de su koi, aquel fue su último pensamiento antes de quedarse dormido.

**************

El tiempo transcurría y el plazo se acortaba inexorable.

Yuki creció algunos centímetros debido al entrenamiento. Su estado físico había mejorado notablemente desde que tenía una buena alimentación, y su cuerpo se acostumbró a los rigores de un duro entrenamiento que le beneficio en extremo, dándole una apariencia esbelta. Al principio, le costó mucho acostumbrarse al intenso entrenamiento que llevaba a rajatabla Masanobu, estaba tan hambriento que comía mucho, a veces pensaba que iba a ponerse gordo, más el gasto de energías que día a día hacia impedía que engordara, en cambio adquirió una figura más esterilizada y a su paso, las jovencitas quedaban presas de su prestancia.

Durante aquellas salidas, el joven escudero iba orgulloso, teniendo bajo su cuidado todo el equipo de guerra de su señor, manteniendo pulido su brillante escudo, su peto, coderas y rodilleras, todas las noches, tras limpiarle el polvo que había recogido durante la cabalgata, lo dejaba dispuesto para ser utilizado sobre una mesa dispuesta para ese uso.

El muchacho se mostraba ufano estando a su servicio, mirando cuando no le veían con orgullo a su señor y dispuesto a todo por él. La gente del castillo se había acostumbrado a las entradas y salidas de su joven señor, acompañado de sus dos servidores de confianza, Masanobu y su escudero.

Había regresado cansado tras una excursión fallido, habían robado parte del ganado y tuvo que ir a recuperarlo, no encontraron ni rastro de los animales, ni tampoco a los ladrones. Durante tres noches durmieron al raso, finalmente, tras dar una última batida desviándose hacia el sur, volvieron al castillo con las manos vacías.

Eran las dos de la madrugada, cuando el pequeño contingente atravesó el pueblo y llegó hasta las puertas cerradas del muro, que se abrieron apenas distinguieron su estandarte. Algunos sirvientes adormilados y a medio vestir esperaban para recoger las monturas y ocuparse de su señor.

Entre ellos estaba Kiyoshi, un adolescente que estaba ocupando el lugar que Yuki dejo vacante. El muchacho era servicial y prudente al cuidado de su señor, había tomado la costumbre de dormir en el pasillo, junto al lugar de descanso de su amo, cuando comenzaron a oírse rumores acerca de una conspiración contra su vida, si alguien quería pasar tenía que hacerlo por encima del cuerpo del muchacho, al que el menor sonido despertaba.

Katsuyoshi sabía que siempre estaba allí vigilante y sentía agradecimiento hacia el chico, aquella noche, tras ayudarle a desvestirse y preparar su futón, se quedo sentado esperando que terminara.

-Señor...

Se levantó.

-Acompáñame a los baños... –se vistió el kimono sobre su bata de dormir y emprendió presuroso su paso por pasillos, escaleras y corredores hasta alcanzar la inmensa sala de baños. Cuando se acercaban, Kiyoshi se adelantó un par de pasos y despertó a uno de los servidores que allí permanecían por la noche para cubrir cualquier necesidad.

-Eh... –despertó sobresaltado. Se espabiló al reconocer quien estaba delante de él.

-Prepara una de las tinas.

-Que sea agua fría... –pidió.

-Mi señor, no será peligroso –se atrevió a decir.

Katsuyoshi no le escuchaba, se había adelantado algunos pasos en dirección a la tina más próxima.

Kiyoshi no necesito confirmar el pedido, el sirviente ya estaba cumpliendo con su tarea.

Soltó el cinturón de su kimono que dejo caer al suelo, luego tomando las dos prendas que llevaba puestas las deslizó de sus hombros y brazos estirados hacia abajo dejando que también cayeran sin preocuparse de más, dio unos pasos hacia un banco cercano, se desprendió de su taparrabos, el largo lienzo blanco, llevó el mismo camino que el resto de su ropa.

Kiyoshi tras él se apresuró a ir recogiéndola y doblándola cuidadosamente, su amo se aseó del polvo del camino en tanto estaba dispuesta su tina.

Ajeno a su presencia, Katsuyoshi, se levantó y decidido se introdujo en la tina. Se sentó en el piso de la misma, aliviado por la frescura del agua cerró los ojos dejándose llevar por la calma que emanaba del silencioso lugar.

Los baños estaban situados en los sótanos del castillo, en el primer nivel bajo tierra, más abajo, en el tercer nivel, estaban situados las mazmorras y las salas donde se torturaba a los prisioneros recalcitrantes, aquellos a los que se deseaba sacar información, a los espías o a los traidores, muchos de ellos no volvían a ver la luz del sol, sus cuerpos desaparecían tirándoles a una profunda sima. Su padre le había llevado a recorrer aquel lugar para que conociera lo que allí se hacía, tenía entonces diez años y por muchos meses siguió escuchando los alaridos de los prisioneros al ser torturados hasta la muerte. Sabía que eran tiempos difíciles y que estaba justificada cualquiera acción en tiempos de guerra.

Más en ese momento, su mente estaba procesando otros pensamientos menos tenebrosos, pero también preocupantes. Su compromiso matrimonial, era un hecho consumado. El Daymo Maeshima Minoru había enviado emisarios, recordándoles que el compromiso seguía vigente y avisándole su hija ya había emprendido su viaje sin retorno desde la casa de sus padres hacia la de su prometido junto a su comitiva y desde entonces, semana a semana llegaba un correo comunicando el avance del cortejo. Las joven había sido educada para ser la consorte de un príncipe, el heredero de Kobayashi Toshiaki poseía las dotes adecuadas para realizar los sueños de cualquier mujer, joven, rico y con un futuro prometedor en la casa de su padre. Iba acompañada de cincuenta sirvientes y doscientos soldados para protegerla durante el largo trayecto cruzando las montañas y ríos y cubriendo los kilómetros que le separaban de su prometido en poco más de seis meses, debido al exceso de carga que llevaban, lo que dificultaba el viaje. Transportaban también documentos con la relación de la dote que se entregaba junto con la futura desposada, además del ajuar, compuestos por muebles, enseres, telas y todo aquello que haría feliz a una desposada en su nuevo hogar, aquellas cosas a las que estaba acostumbrada a ver y poseer.

Así pues su futura esposa estaba en camino, y como no encontraba una solución se veía casado con una desconocida a la que no estaba dispuesto a aceptar en su lecho, excepto para darle esos hijos que su padre tanto deseaba, porque no encontraba otro manera de cumplir la sutil promesa que le había arrancado su padre.

Aquella lejana tarde cuando le hizo prometer aquello, si él le daba nietos, tendría libertad para dirigir su vida, nunca se mencionó la palabra engendrar, no comprendió la trampa y cayó en ella. Cómo iba a darle dos nietos él, como no fuera que los engendrará, pero no, su padre le agarró bien, eso no fue el trato, y él imprudentemente cayó en las redes que le tendió, su vida quedaba atada para siempre a una persona que no amaba, que nunca podría amar y la que desde el instante de conocer su compromiso comenzó a aborrecer.

En el transcurso de aquellos meses hubo rencillas territoriales que hubo que solventar a punta de espada, por lo tanto no tuvo tiempo para pensar en sus propios problemas, más esa madrugada aprovechando un momento de relax, su mente comenzó a pensar en su problema y en como solucionarlo. Escapar de sus obligaciones era impensable. Su honor no le permitía tomar aquella salida, además su padre le haría perseguir, mataría a Masanobu y a Yuki por no advertirle de sus planes. No... nunca pondría en peligro sus vidas.

En la huida no estaba la solución.

-Vas dejarme así? –inquirió Kaede cuando le sintió tomar un respiro en su narración.

-Aha…

-Justo cuando viene lo más emocionante? –inquirió.

-Quieres emoción? –preguntó a su vez volteándole para ubicarse entre sus piernas entreabiertas.

Kaede gimió al sentir sus labios sobre los suyos y sus caderas moviéndose suavemente contra las suyas, provocativas, encendiendo una vez más sus sentidos.

-Hana…, por favor detente… tu madre… que pensará de mi –pudo murmurar sonrojado cuando liberó sus labios por falta de aire- Aaahhhgggggg –dejo escapar un gemido al sentir sus dientes y sus labios, mordisqueando y lamiendo sus pezones, haciendo desear más y más de aquellas dulces caricias, sus manos se movieron hacia su cabellera rojiza, sus dedos se enredaron en sus finas hebras empujándole hacia abajo, queriendo que esa boca deliciosa le tomara.

Hana se entretuvo algunos instantes, pero no tardó en satisfacer la ardiente demanda de su zorrito.


Hasta el próximo capítulo....

Paz

Mañana con suerte el siguiente, para no haceros sufrir mucho…

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