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A lifetime with you por Dashi Schwarzung

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
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Notas del capitulo:

Okay, antes de que empiecen a leer, debo dar dos advertencias muy grandes e importantes:

—La primera, es que éste escrito es de lento desarrollo, es decir, no abarco una relación tan rápido.

—La segunda, es que éste escrito es muy largo, es demasiado largo, me atrevo a decir que es el segundo más largo que he escrito. Consta de 36mil palabras. Por lo que recomiendo que te tomes al menos 3 horas libres para leerlo.

 

Este fic me costó cerca de 2 meses; elegí éste AU porque ya tenía la idea atorada desde hace mucho tiempo para llevar a cabo uno de mis fics más largos.

De verdad, si llegas al final, tendré que felicitarte, ya que no muchos se atreven a leer un escrito con muchas palabras.

Confieso que le puse mucho corazón, tiempo, esfuerzo, ideas; así que si te gusta, de verdad, me encantaría recibir un mensaje positivo, o al menos que me deje saber que lo terminaste de leer, que mis esfuerzos no fueron en vano y que puedo seguir escribiendo historias largas.

También me disculpo por adelantado por los errores que pudieran encontrar, tantas palabras son difíciles de auto-betear

 

 

Advertencias:

-Shota
-Lento desarrollo
-Angst
-OC
-Teiko!Kagami
-Muerte de personajes secundarios
-Homofobia
-Seirin!Aomine
-Mención de hétero y pareja secundaria
-Mención de KagaHimu y KagaMibu
-Lime
-Lemon Explícito
-Final feliz 

AU elegido: conociéndose de niños

 

 

 

..::A lifetime with you::..

.:.

.

 

 

Kagami Taiga era un niño de 6 años; su familia se había mudado de América a Japón, pues su madre era japonesa, y quería pasar un tiempo en su país natal. Así que su padre quiso darle ese lujo, después de todo, el señor Kagami tenía un empleo muy bien remunerado, y regresar a Japón no implicaba ningún problema… o al menos eso pensaba, pues no se había detenido a pensar en el problema que eso traería a Taiga.

Taiga había dejado atrás su hogar y sus amigos, ahora tenía que vivir en un enorme país, en el que se hablaba un idioma extraño y hasta cierto punto difícil de aprender y comprender. Para su suerte, su madre le había instruido un poco en el lenguaje; al menos era capaz de sostener una conversación con alguien en ese país.

 

La casa a la que se mudaron era grande… demasiado grande para tres personas, pero la señora Kagami estaba muy feliz con su nuevo hogar, además de que estaría más cerca de su familia.

La casa contaba con un enorme patio, en el que Taiga podía correr y jugar cuanto quisiera.

Era como un hogar de ensueño para los tres miembros de la familia.

 

Otro problema que implicaría para la familia era el buscar una escuela adecuada para el pequeño pelirrojo; una en la que los maestros tuvieran un poco de paciencia con un niño de nuevo ingreso y además extranjero.

Había muchas opciones, y de eso se encargaría la jefa de familia, pues el señor Kagami trabajaría durante todo el día.

 

Y así iniciaba la vida de Taiga en un nuevo país, un nuevo hogar… una nueva escuela.

Adaptarse a su nueva vida era un poco difícil, y más en el colegio, donde, a pesar de los profesores amables, sus compañeros eran extraños, y preferían no hablar con él, al considerarlo un extranjero.

Su madre le había advertido que tendría un poco de problemas encontrando amigos, pues los japoneses rara vez se asociaban con extranjeros; y Taiga podía recordar las palabras de su madre cada mañana que se levantaba de cama, pues la soledad estaba siendo su compañera cada día en la escuela.

 

Después de un mes de haberse mudado, la señora Kagami notaba que su hijo aún no tenía amigos; no salía por las tardes a jugar con alguien, ni mucho menos algún compañero lo visitaba en casa.

Ella sabía que su pequeño hijo de 6 años era alguien muy carismático y muy amistoso, así que era natural que la señora se preocupara.

 

Un soleado jueves la señora pelirroja prefirió ir a la escuela de Taiga y esperar a que éste saliera, para ambos volver a casa.

Sobraba decir que Taiga estaba feliz de ver a su madre frente a su escuela, esperando por él. Aquel día, con animosidad el pequeño pelirrojo se acercó a ella y la abrazó, sin importar que sus compañeros le dedicaran miradas extrañas.

—¿Cómo te fue, cariño? — Cuestionó ella, tomando la mano de su hijo entre la suya, empezando a caminar en dirección a casa.

—Las clases son muy difíciles. — Se sinceró, y ella quedó en silencio, sabiendo que, en efecto, las clases en las escuelas eran muy demandantes. Sentía mucha  empatía por su pequeño hijo, que hacía lo imposible por adaptarse a su nuevo hogar, porque, en un mes, era difícil que Taiga se adaptara al ritmo acelerado.

—¿Y has hecho nuevos amiguitos? — Preguntó directamente, notando de inmediato el cambio en las facciones de Taiga.

El rostro del menor ahora era triste, y por obvias razones no quiso responder.

 

La señora Kagami no presionó más a su primogénito, sabía que cualquier otra cosa que dijera respecto al tema, dañaría las emociones de éste.

—Vayamos por un helado. — Sorprendió, sintiendo la mirada de su pequeño fijarse en ella, con esos ojos que de inmediato habían cambiado.

 

Después de comprar un par de helados, siguieron su camino hacia casa; el pequeño Taiga conversaba sobre sus maestros, quienes eran muy buenos con él y le tenían la paciencia necesaria.

La señora estaba feliz de escuchar las anécdotas de su hijo, que si bien, no todo lo que contaba era muy bueno a sus ojos, le reconfortaba saber que Taiga estaba poniendo todo su esfuerzo en la escuela.

 

El sonido de un balón de basquetbol rebotando en el asfalto llamó la atención de la pelirroja; sus ojos observaron hacia el interior de una cancha de basquetbol que estaba rodeada por una valla de alambre. Se imaginó a Taiga jugando el deporte que unos chicos de secundaria practicaban con mucho ánimo.

—Cariño. ¿No te atrae ese deporte? — Cuestionó, deteniéndose para que el pequeño mirara la escena.

Taiga miró por un momento el partido que se estaba suscitando; ese deporte era un ícono del lugar de donde venía: Estados Unidos, pero no se había tomado el tiempo de observarlo de cerca, o siquiera de jugarlo, como para saber si le agradaba o no.

—Podría intentarlo. — Mencionó, mordiendo un poco de su paleta helada, que estaba derritiéndose lentamente.

—Apuesto a que serías muy bueno en ese deporte. — Finalizó la señora, mostrando una sonrisa y retomando el paso, siendo imitada por su hijo.

 

Para Taiga no era una mala idea… podía informarse sobre el básquetbol; si a su mamá le parecía bueno para él, entonces podría intentarlo.

 

~*~

 

Al día siguiente, al regresar de la escuela, Taiga se dio cuenta de que su mamá no se encontraba en casa. Pensó que seguramente había ido a comprar algunas cosas que hacían falta en casa.

Así que aprovechó el momento: dejó su mochila aventada en su cuarto, se quitó el uniforme escolar, se puso ropa cómoda y bajó por las escaleras a paso rápido, esperando que su mamá no regresara en ese momento.

Salió de casa y, con una gran sonrisa en su rostro, corrió hacia esa cancha de basquetbol que había visto el día anterior.

Dicha cancha estaba a unas cuantas cuadras de distancia; no se tardaría mucho, sólo iría a observar a aquellos que estuvieran jugando y aprendería un poco sobre esos movimientos, para practicarlos después. Seguro que su madre estaría muy feliz con eso.

 

El sonido del balón rebotando se escuchaba; lentamente atravesó la entrada y notó que dos chicos jugaban basquetbol, siendo observados por un grupo de amigos.
Se acercó un poco más, para ver el partido desde un lado de la cancha, y alcanzó a vislumbrar a un chico que parecía ser de primaria, de tal vez unos 11 u 12 años, que jugaba con un niño… su ceño se frunció al observar que ese niño era mucho menor que el otro… tal vez rondaba la misma edad que Taiga.

El jugador pequeño atrajo su atención, pues, sin entender por qué, se imaginó en su lugar: cabello azulado, piel morena que resplandecía de perlas de sudor, una enorme sonrisa que demostraba cuánto se divertía…

—Asombroso…— Musitó al ver cómo el peliazul hacía una canasta sin mucho esfuerzo.

 

Siguió observando el partido, escuchando cómo los amigos del chico mayor lo animaban… parecía que éste iba perdiendo contra el peliazul.

El partido culminó después de pocos minutos, pues el de mayor edad se había rendido, estaba agotado, y parecía que ya no tenía posibilidad alguna de ganar.

—Vamos, sólo un poco más. — Pidió el pequeño jugador de cabello azul.

—Estoy agotado, será en otra ocasión. — Contestó el otro jugador, tomando una bocanada de aire y caminando hacia donde se encontraban sus demás amigos.

 

El moreno se dirigió hacia una pequeña niña de cabello rosado, quien le sonreía felizmente, felicitándolo por un buen partido.

Taiga quería permanecer un momento más allí, tal vez el pequeño peliazul encontraría a alguien más con quien jugar, y él podría seguir mirándolo.

 

Se percató de cómo la pequeña niña de cabello rosa lo miraba y le sonreía; Kagami devolvió el lindo gesto. La niña ahora mencionaba un par de cosas a su amigo peliazul y éste giraba el rostro, para mirarlo con curiosidad.

Orbes zafiro chocaron con los suyos, y cuando se dio cuenta, el peliazul estaba caminando hacia él; era inevitable que se sintiera nervioso repentinamente, pues no había hablado con muchos niños durante su estadía en ese lugar.

—Oye. ¿Sabes jugar? — Preguntó el pequeño niño moreno, mirándolo fijamente.

Kagami evitó el contacto visual y movió su cabeza en negación.

—¿Sabes hablar? — Fue ahora la pequeña niña pelirrosada quien preguntó en un tono de broma, recibiendo un movimiento de cabeza afirmativo de parte de Taiga.

—Entonces… ¿Te gusta el basquetbol? — Volvió a cuestionar el moreno, tomando el balón y aventándolo en dirección al pelirrojo, quien apenas pudo atrapar la pelota.

—En América suele jugarse mucho pero… no me había llamado la atención, hasta ahora.

 

Un silencio pequeño surgió a raíz de la respuesta de Kagami, el niño moreno parecía estar pensando en su siguiente respuesta.

—¡Está decidido! — Habló, obteniendo la mirada de la pelirrosada y del pelirrojo sobre él. —¡Voy a enseñarte basquetbol! Así podremos jugar juntos.

La niña parecía estar de acuerdo; aunque no había dicho nada, la simple sonrisa grande que mostraba en su rostro era suficiente.

 

Kagami frunció el ceño. ¿Por qué ese niño quería enseñarle a jugar? Él parecía demasiado bueno en ese deporte como para que tomara atención a un pelirrojo inexperto.

—Ah, mi nombre es Aomine Daiki. —Habló el moreno, con una enorme sonrisa en su rostro. —Ella es mi amiga Satsuki. — La nombrada hizo una pequeña reverencia, un saludo típico de Japón.

—¿Cuál es tu nombre? — Preguntó la niña, ya que parecía que el pelirrojo era muy callado.

—Soy… Kagami Taiga.

—Tú no eres de aquí. ¿Verdad? — Nuevamente preguntó ella, con un tono de voz gentil, tratando de no incomodar al otro; de inmediato recibió la negación con un movimiento de cabeza de Kagami.

 

Un pequeño silencio incómodo surgió; Aomine parecía estar escaneando al pelirrojo de arriba abajo, mientras Satsuki parecía estar feliz con el nuevo pequeño amigo que había hecho.

—Entonces… te veré mañana, a ésta hora estará bien. — El niño moreno habló, tomando de las manos contrarias su balón. —Te enseñaré a jugar. — Finalizó, mirando fijamente los inusuales ojos carmesí del  pelirrojo y regalándole de nuevo una sonrisa.

—No vemos. — Satsuki también se despidió y siguió a su amigo, quien caminaba lento hacia la salida del lugar.

 

Taiga miró cómo ambas personas se perdían a su vista.

Por fin, una sonrisa apareció en sus labios, y es que parecía que ahora tenía a dos amigos en ese lugar.

Sin poder resistirlo, corrió; salió de ese lugar, de vuelta a casa, sin pensar en que su mamá tal vez estaría muy molesta por no encontrarlo en casa.

Corrió algunas cuadras y entró por la gran puerta de su hogar, hallando de inmediato a su mamá.

 

—Taiga. ¿Dónde estabas? — La señora Kagami cuestionó; no había hablado en voz alta, pero se podía escuchar la molestia en su tono.

—¡No lo creerás, mamá! Fui a esa cancha de basquetbol que vimos ayer, y encontré a un niño; se portó muy bueno conmigo. ¡Dijo que iba a enseñarme a jugar basquetbol!

La pelirroja no pudo reñir a su hijo, menos al escuchar su animosidad y al saber que el pequeño por fin había hecho un amigo.

 

La emoción era tanta en el pequeño niño que se abalanzó hacia su mamá y abrazó sus piernas, pues era lo que su altura le permitía.

La señora se mostró feliz ante el gesto; no había algo mejor para ella que ver feliz a su pequeño hijo.  Ya se encargaría de escuchar con lujo de detalles aquel encuentro.

 

~*~

 

Su día había transcurrido muy lento; las clases en la escuela primaria en la que su madre lo había inscrito eran interesantes, pero demasiado lentas.

Lo único que quería era que la campana sonara para que pudiera ir a esa cancha de basquetbol y encontrarse con ese niño de piel canela. El aprender básquetbol empezaba a llamarle mucho la atención, y si aquel niño peliazul le enseñaría, mejor para él…

 

Cuando por fin sonó la campana, salió rápido de la escuela y se dirigió a casa; al llegar a su hogar, su mamá lo recibió con alegría, como todos los días.

Antes de dejar salir a su hijo a jugar, la señora Kagami se encargó de que su hijo tuviera energías, y nada mejor que una rica comida para eso.

Ella permitió que Taiga fuera a divertirse, con la condición de que regresaría y, sin ninguna excusa, haría su tarea, a lo que el pequeño pelirrojo estuvo de acuerdo.

 

Y así, se dirigió hacia la cancha de basquetbol callejera, donde aprendería ese deporte interesante.

Tan pronto llegó, se percató de que un grupo de chicos estaba jugando un partido, pero entre los jugadores no halló a Aomine.

 

Tomó un par de minutos para observar el partido, hasta que escuchó una voz.

—Tardaste un poco. — Daiki habló, notando cómo el pelirrojo giraba el rostro para encararlo.

—Mamá me obligó a comer antes de venir. — Confesó, y tras sus palabras, una pequeña risa de Aomine se escuchó.

—A mí igual. Comí algo rápido.

—¡¡Kagamin!! — La voz de Satsuki se oyó en todo el lugar. —¡Qué bueno que viniste! —Mostró la emoción en su voz, y aunque Kagami no dijera nada, el extraño apodo no le molestó.

—Empecemos. — Sugirió el moreno, tomando al otro chico de la muñeca, para animarlo a iniciar, así empezaría a enseñarle su deporte favorito.

 

~*~

 

Las horas lentamente pasaban; Satsuki, sentada desde la banca, miraba cómo sus dos amigos practicaban.

Kagami parecía estar aprendiendo demasiado rápido; ya había aprendido a rebotar el balón sin que éste se escabullera por todos lados.

Aomine parecía complacido ante sí mismo, pensando que era alguien excelente como maestro. Pero a pesar de eso, notaba que el chico pelirrojo aprendía rápido, parecía que Taiga tenía demasiado potencial para el basquetbol.

 

—Bien, ahora te enseñaré a driblar. — Daiki habló, pensando que era buen momento para pasar a lo siguiente. A éste ritmo, Kagami aprendería a jugar demasiado rápido, y él estaba feliz de pensar que tendría a un amigo con quién compartir el deporte que tanto amaba.

 

Así ambos podrían compartir su gusto por ese deporte, y podrían jugar cuanto ellos quisieran; o al menos era así como Daiki pensaba.

 

Sobraba decir que Kagami estaba a gusto con la manera en que Daiki le enseñaba, pues no sólo le decía qué hacer, sino que le mostraba cómo hacerlo.

Aunado a ello estaban los ánimos que Satsuki les daba a ambos chicos.

Se sentía feliz por haber hecho dos amigos en su nueva vida.

 

 

..::..

.:.

.

 

 

Habían pasado un par de meses, y durante todos esos días, Taiga no faltó en ninguna ocasión a esa cancha de básquetbol, para que Aomine le enseñara más.

Después de ese tiempo, Kagami ya sabía jugar, tal vez no a la perfección como Daiki, pero ya podía jugar 1 a 1 contra el pequeño peliazul.

Fue en esos partidos en los que Daiki se dio cuenta de que Kagami saltaba más que él, y en ese momento no pudo explicarse por qué el pelirrojo hacía esos grandes saltos que lo superaban. Y obvio, no planeaba decirlo en voz alta.

 

Incluso, ya jugaban partidos contra chicos más grandes que ellos, y aunque aún tenían mucho que perfeccionar, Taiga, en cada partido de esa índole, aprendía sobre las reglas y pulía sus técnicas a pasos agigantados.

En poco tiempo ambos podrían jugar contra otros chicos y salir victoriosos, a pesar de que eran muy pequeños de edad.  

 

Durante ese tiempo, la señora Kagami conoció a Daiki, pues, un buen día, Taiga lo había invitado a jugar con él en la nueva consola de videojuegos que su padre le había comprado.

A ella le pareció que Aomine era un niño sincero… pensaba que esa amistad que su hijo tenía con el pequeño peliazul podía llegar a cosas grandes.

Ella no tenía ninguna objeción, pues su hijo hablaba con entusiasmo de su nuevo amigo, y aunque mencionaba también a la chica de cabello rosa, Satsuki, era obvio que Aomine era de quien prefería hablar con detalle.

 

Al poco tiempo, Daiki llegaba a casa de Taiga, la señora Kagami lo dejaba pasar y éste iba directo hacia el cuarto del pelirrojo.

Como cualquier madre, si Taiga estaba feliz, ella también lo era.

 

~*~

 

Ese día, en el cuarto de Taiga, éste se apresuraba a terminar una pequeña tarea de la escuela; las órdenes de su mamá habían sido específicas: “No saldrás a jugar si no terminas tu tarea”, porque las notas del pelirrojo, repentinamente, habían decaído.

Y Daiki, como el buen amigo, se quedaba a esperar el momento en el que el pelirrojo terminara para correr hacia la cancha de basquetbol y jugar.

 

—¡Kagamiiii~ me aburro! — reprochó el moreno, sentado en la cama, mirando desde su lugar a Taiga, apresurándolo para terminar.

—Sólo un poco más… puedes ver televisión.

 

Parecía que la idea había dejado tranquilo a Daiki; tomó el control remoto y encendió el televisor, tratando de hallar un programa divertido.

—Ahhh, tantos canales y no hay buenas caricaturas. — Se quejó, aventando el control sobre la cama y dejándose caer sobre ésta.

En resignación, sus ojos color zafiro se enfocaron en la televisión, que ahora dejaba mostrar lo que parecía una especie de telenovela; no sabía por qué, pero sus ojos no pudieron despegarse del monitor.

 

De pronto, una escena apareció en la pantalla: una pareja de adolescentes se acercaban lo suficiente hasta que sus labios se juntaban, compartiendo un beso tierno.

—Qué asco. — Musitó el moreno, ahora sentándose sobre el colchón, prestándole mucha atención a la televisión. —Oye. ¿Qué crees que signifique besarse así? — Señaló la escena en la pantalla, acaparando rápidamente la mirada de su amigo pelirrojo.

 

Taiga observó la pantalla por unos segundos; miró la escena de una chica y un chico besándose, pero no entendía a qué se refería su amigo.

—Ummm… no sé. Tal vez se siente bien, o algo así.

—¿Lo has hecho? — Cuestionó el moreno, mostrando en su mirada mucha curiosidad. Pero ese brillo en sus ojos se desvaneció al notar cómo el pelirrojo movía la cabeza, en clara señal de negación. —Entonces… debe sentirse bien… — Adoptó las palabras de Kagami, creyendo que si los adultos lo hacían, era porque era correcto.

—Supongo; podríamos preguntarle a mi mamá.

—O… podríamos intentarlo.

 

Ojos rubí lo miraron con sorpresa. No sabía qué era lo que significaba juntar sus labios de esa manera; y si era sincero consigo mismo, le llamaba mucho la atención saber la respuesta.

—¿Eso no es malo?

—Si fuera malo, ellos no lo harían. —Señaló de nueva cuenta el monitor, queriendo convencer al otro niño.

—Entonces… podemos intentarlo.

 

Una sonrisa grande se formó en los labios de Daiki; le agradaba la actitud de su amigo, siempre dispuesto a deshacerse de las dudas, y a seguirlo en cualquier cosa, aunque la idea que tuviera en mente no fuera tan buena.

Kagami soltó el lápiz con el que estaba escribiendo, se levantó del asiento y caminó los pasos suficientes, hasta estar frente a Daiki; prosiguió a sentarse sobre la cama, junto al moreno, sin saber cómo empezar.

—Tú sólo quédate allí. — Con inocencia habló el moreno, tomándolo de los hombros y mirando cómo el pelirrojo asentía con la cabeza. —Cierra los ojos.

 

Ante la orden, Kagami obedeció; cerró los ojos y permaneció quieto.

Aomine se acercó rápidamente y antes de juntar sus labios con los de Taiga, cerró los ojos fuerte.

Kagami sintió cómo sus labios eran tocados por los de su amigo de piel chocolate; la sensación no era nada mala.

El beso apenas duró algunos segundos, cuando Daiki se separó, abrió los ojos y miró cómo Kagami también abría los ojos.

—¿Qué sentiste? — Cuestionó con curiosidad.

—Nada…— Fue la simple contestación del pelirrojo

—¿Nada?

—Bueno, tus labios son muy suaves.

—¿Quieres intentarlo de nuevo? Tal vez en la segunda ocasión sea diferente.

Taiga asintió, musitando un ‘de acuerdo’, que Daiki entendió de inmediato.

 

Esta vez el moreno no tuvo que decirle al pelirrojo qué hacer, pues éste último de inmediato se quedó estático y cerró los ojos.

Aomine nuevamente se acercó  y acortó la distancia de sus labios, besándolo. Pero ésta vez ese beso duró un poco más de tiempo.

Al separarse, de inmediato abrieron los ojos, mirándose fijamente.

—¿Nada? — Preguntó el moreno.

—Ummm… no…. — Confesó Taiga. —¿Qué me dices de ti? ¿Sentiste algo?

—Sí, tu saliva sobre mis labios. — Procedió a limpiar los rastros de saliva de Kagami de sus labios. —Asco...

—Eres un tonto.

 

Tras haber terminado el ‘experimento’, Kagami se levantó de la cama y regresó hacia su escritorio; a continuar su tarea para poder irse a jugar básquetbol; por su parte, Aomine tomaba de nueva cuenta el control remoto y pasaba los canales, intentando encontrar algún programa que atrapara su atención.

 

Cuando Taiga terminó su tarea tomaron el balón de básquetbol de Daiki y corrieron hacia la cancha, pensando que si no encontraban a alguien contra quien jugar, podrían jugar un 1 a 1, como lo habían hecho ya varias veces.

Ninguno de los dos chicos volvió a tocar el tema del beso que compartieron; no sabían lo que significaba un gesto de esa índole, además de que no habían encontrado ningún beneficio o diversión en ello.

 

 

..::..

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.

 

 

Taiga había escuchado de labios de Momoi que el último día de Agosto era el cumpleaños de Aomine. Llevaban conociéndose poco menos de un año, pero Kagami guardaba especial cariño a aquellas personas que habían sido sus primeros amigos en un país que él no conocía, y claro, Daiki figuraba entre esas dos personas importantes para él.

 

Él no contaba con dinero para comprarle algún regalo a Daiki, pero estaba seguro que, si le contaba a su mamá, ella entendería y compraría algo lindo para su amigo.

Pero después de meditarlo un poco, decidió que no era mejor algo comprado, sino algo hecho con sus propias manos.

No sabía si a Daiki le gustaban ese tipo de cosas, pero sería un buen momento para averiguarlo.

 

Quería escribir una carta, en donde dijera lo genial que la pasaba estando con el moreno. El problema principal era que no había aprendido completamente el tipo de escritura del país.

Le reconfortaba saber que su madre, aquella superheroína para él, lo ayudaría si se lo pedía.

 

—¿Una carta? — Cuestionó la señora Kagami, dejando en la lavavajillas los trastos sucios, para ponerle completa atención a su hijo.

—Sí. Mañana es el cumpleaños de Aomine, quiero escribirle algo lindo. —La emoción podía escucharse en su voz; estaba muy entusiasmado por escribir dicha carta.

—Muy bien. ¿Y qué quieres escribirle?

Taiga permaneció pensativo por unos segundos; estaba claro que quería escribirle algo lindo a su amigo, pero no sabía qué, así que dijo lo primero que llegó a su mente:

—Quiero escribirle que me gusta.

 

La mirada de ojos rubí de la pelirroja, no tardaron en mirar a su hijo con sorpresa. ¿Había escuchado bien? Su hijo acababa de decir algo mucho muy interesante.

—¿Cómo?

—¡Sí! Quiero decirle que me gusta mucho. Me agrada jugar con él, es un buen amigo y me agrada la forma en la que me trata.

La señora permaneció en silencio por unos minutos. No quería tomar esa confesión a mal… su hijo tenía solo 6 años, la inocencia se había escuchado en cada palabra que había dicho, pero aun así, en su mente llegaban esos pensamientos que le decían que Taiga podría ser ‘diferente’ a los demás niños.

—Entonces… te ayudaré a escribirle esa carta. — Dejó a un lado sus tontos pensamientos y denotó una sonrisa cálida, vislumbrando ese brillo de animosidad en la mirada de su hijo.

 

~*~

 

El día siguiente había llegado. Kagami, después de la escuela, se apresuró a hacer su tarea; Por suerte sus maestros no le habían dejado mucha, así que tan pronto llegó a casa, puso manos a la obra.

Estaba tranquilo y contento, ya tenía el regalo de Daiki, y aunque dicho regalo no fuera algo comprado, sabía que su amigo estaría agradecido por el detalle.

 

Al terminar sus deberes escolares, tomó la carta entre sus manos y salió de la casa, avisándole a su madre a dónde iba.

Corrió hasta la cancha de basquetbol, pero al entrar a este lugar, no encontró a Daiki, sólo a varios chicos que jugaban divertidos.

Pensó que tal vez su amigo había tenido cosas que hacer, después de todo, era su cumpleaños, seguro que sus amigos de la escuela lo habrían felicitado o habían aparecido familiares de visita.

Se preguntó si el moreno llegaría.

De cualquier forma, se dedicó a esperar.

 

Cerca de 40 minutos pasaron, cuando por fin Aomine cruzó la entrada de la cancha, y lo primero que hizo fue disculparse por el retraso.

—Lo siento, mamá quería convencerme de quedarme en casa y disfrutar mi día con videojuegos, o algo así…

—Creí que no vendrías. — La voz de Kagami mostraba alivio, y la verdad, por dentro estaba emocionado.

—No podía perderme de un partido contigo. — El moreno mostró una sonrisa, mientras rebotaba el balón sobre el concreto.

La respuesta del moreno hizo que en sus labios también se dibujara el mismo gesto. Prefería que ambos jugaran, y cuando fuera el momento necesario para despedirse por ese día, le daría la carta a Aomine. Era un buen plan.

 

Y así, sin importarles que otro equipo de chicos estuviera jugando en la cancha, ellos jugaron el uno contra el otro.

Podían confesar que ese momento en el que se reunían a jugar era el momento favorito en el día de los dos.

 

~*~

 

Dos horas pasaron para que ambos chicos se cansaran y decidieran terminar el partido de ese día; Aomine debía regresar a casa o su mamá se enojaría, mientras que Kagami debía regresar antes de que su padre arribara a su hogar, o tendría problemas con él.

 

—Buen partido. Entonces… te veré mañana. — El moreno tomó su balón, que descansaba sobre el piso y le regaló al pelirrojo una sonrisa grande.

—Oi… Satsuki me dijo que hoy es tu cumpleaños. — Habló Taiga, sin preguntarse por qué Daiki no se lo había hecho saber.  La mirada zafiro de Aomine se fijó en él, con un poco de curiosidad y culpa. —Así que te hice algo…

El pelirrojo sacó de entre sus ropas una carta sellada, y con animosidad se la ofreció a Daiki.

 

La sorpresa en las facciones del moreno era notoria, no lo había demostrado, pero una gran felicidad lo había embargado al momento de ver la carta.

Con lentitud tomó el objeto de entre las manos de Taiga, para luego mirarlo con anhelo.

—¿Puedo abrirlo?  — Claro que quería hacerlo, quería abrir el sobre y leer lo que su amigo pelirrojo le había escrito.

—Ummm... mejor ábrelo cuando llegues a casa. — mencionó con un ligero sonrojo en sus mejillas.

—Graci—El moreno trató de terminar su palabra, pero los brazos de Kagami lo envolvieron en un abrazo cálido y fortuito.

Parecía que Taiga aún no sabía que esas muestras de cariño en Japón no se veían muy a menudo, pero a él no le importó en lo absoluto.

—Nos veremos mañana. — Se despidió el pelirrojo, sin darle oportunidad al otro de decir algo y retirándose de inmediato de allí.

 

Daiki lo miró irse, volviendo la mirada hacia la carta que tenía entre la mano. No pudo suprimir su sonrisa…quería leerla y no podía esperar hasta que llegara a casa…

 

~*~

 

La familia Kagami se disponía a disfrutar de la cena; el padre de familia contaba sus anécdotas del día, siendo escuchado por su esposa e hijo, éste último  poniendo toda su atención a las ‘aventuras’ de su padre; Taiga lo veía como un superhéroe, esa persona que llegaba a casa y contaba sus aventuras del día.

 

La cena transcurría tranquila, cuando la puerta de la entrada principal se escuchó.

Sin más, la señora Kagami le pidió a su esposo e hijo que se quedaran degustando la comida, mientras ella atendía el llamado.  Era de esperarse que Taiga había hecho caso omiso, y, levantándose de su asiento, fue detrás de su mamá, con suma curiosidad por saber quién tocaba a su puerta.

 

Cuando la señora Kagami abrió la puerta, se encontró a una mujer de ojos zafiro, cabello azulado y piel blanca; de inmediato pudo reconocer al pequeño que la acompañaba: era Daiki, quien denotaba una mirada de tristeza. La pelirroja pudo pensar que aquella mujer era la madre de Daiki.

—Buena noche. —Saludó cortés la señora Kagami, observando las facciones de suma molestia de la otra mujer.

 

No se percató del momento en el que Taiga abría la puerta y se paraba junto a ella, mirando a aquella mujer desconocida y a su amigo moreno.

—Su hijo le mandó una carta al mío… — Inició la plática, pero más que una conversación, parecía un reclamo, pues el tono con el que la mujer peliazul había hablado había sido muy agresivo. —Hoy Daiki llegó con una carta. ¿Usted le ayudó a su hijo a escribirla?

La pelirroja permaneció por un par de segundos en silencio, tratando de comprender el enojo de la mamá de Daiki.

—Sí, yo le ayudé… Taiga quería darle un regalo a su hijo.

—¿Un regalo? ¡Su hijo escribió que le gusta Daiki!

—¿Qué? ¡No! Él escribió que le gusta estar con su hijo.

—No dejaré que su hijo se acerque al mío. Él es una mala influencia... — señaló al pequeño pelirrojo. — No permitiré que mi hijo se vuelva "raro" por la influencia de ese niño. — Habló fuerte la de cabellos azules, mostrando la carta que horas antes Taiga le había dado a su hijo, luego apretujándola entre su mano y aventándola a los pies de la pelirroja.  —¡Es asqueroso!

 

Kagami miró cómo la carta que, con cariño había escrito, era arrojada hacia el piso.  Después observó cómo la mamá de Daiki tomaba la mano de éste y juntos se alejaban de allí.

Pudo notar el rostro lloroso de su amigo, junto a esos ojos zafiro que claramente le pedían una disculpa.

Con tristeza, el pequeño pelirrojo miraba a su mamá, daba media vuelva y se retiraba lo más rápido que podía hacia su cuarto, a encerrarse por lo que restaba del día.

 

La señora Kagami permaneció allí, junto a la puerta. Sin demora se agachó y tomó la carta arrugada; con curiosidad abrió el sobre y notó que en éste sólo se hallaba una tarjeta de amistad; la carta que Taiga había escrito no se encontraba allí. Pensó que seguramente la señora Aomine la había roto al leerla.

 

~*~

 

Al día siguiente, Kagami se armó de valor para ir a su cita diaria en la cancha de basquetbol.

No sabía si Daiki se iba a presentar, pues su mamá se había visto muy molesta la noche anterior debido a la carta. Seguramente que ella ya no quería que Daiki se juntara con él.

 

Se encontraba sentado en una de las varias bancas del lugar, ésta vez no se encontraba nadie en el lugar, no había niños que quisieran jugar por ese día, y los minutos que pasaban se hacían eternos.

 

No pasó mucho tiempo, cuando sus ojos rubí pudieron observar a su amigo cruzar la entrada, teniendo un balón de basquetbol en las manos.

Su sonrisa no se hizo esperar y esperó a que el moreno se acercara a él.

—Hola. — Saludó el pelirrojo, sintiendo cómo, poco a poco, la emoción se apoderaba de él.

—Lamento lo de ayer. — Aomine llegó hasta su amigo y sin pensarlo, se sentó junto a él. —Mamá me prohibió verte.

La emoción que Kagami sentía se esfumó, dejándole paso a esa tristeza repentina.

Ya esperaba algo como eso; era normal que los padres les prohibieran a sus hijos ver a amigos que pensaban que les traería problemas.

 

Kagami no dijo nada, sólo se postró cabizbajo.

—Dice que no quiere que me vuelva ‘gei’. — Sus ojos instintivamente buscaron el contacto visual con su amigo. —Kagami. ¿Sabes lo que significa eso? —Preguntó, esperando que su amigo supiera la respuesta, pues él no sabía sobre aquel término.

El pelirrojo movió la cabeza, negando a la pregunta; jamás había escuchado esa palabra, y no sabía lo que significaba.

—Pero no voy a hacerle caso. Voy a seguir viniendo aquí para jugar contra ti. — Una enorme y linda sonrisa fue lo que el moreno le regaló al otro, para luego levantarse de su asiento y correr hacia la cancha, rebotando el balón unas cuántas veces. —Vamos, Kagami. ¿Qué esperas? Ven a jugar.

 

El pelirrojo sonrió de felicidad, pensaba que Aomine terminaría su amistad porque su mamá se lo había pedido… estaba muy feliz de saber que aquello no bastaba para que el moreno dejara de frecuentarlo.

 

 

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El tiempo pasaba lento, su amistad, lejos de ser terminada, como lo quería la mamá de Aomine, se hacía más fuerte con cada juego de basquetbol que compartían.

Claro que sobraba decir que Kagami no visitaba a Aomine en su casa, pues no quería tener problemas con esa señora.

 

Juntos, se estaban haciendo de nuevas jugadas y mejor condición en ese deporte; pero si Kagami era sincero podía decir que aún no sobrepasaba el nivel de Aomine. Aunque para él era algo normal, después de todo, Aomine era como el ‘maestro’, así que no podía ser mejor que él tan pronto.

 

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Cuando Taiga cumplió los 7 años, sus padres organizaron una fiesta pequeña, en la que sólo se presentaron amigos de la escuela de Taiga –que eran pocos-, además de Daiki y Satsuki, quienes asistieron gustosos.

Pero cuando Daiki cumplió los 7, no quiso que sus padres organizaran una fiesta… si Kagami no iba a estar en ella, por decisión de su madre, a él no le importaba lo que tuvieran preparado para esa ocasión.  En lugar de una fiesta, prefirió pasarla jugando con el pelirrojo. Pensó que tal vez ese podía ser el ritual de cada año, a él le agradaba el pensamiento.

 

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A los 8 años, ambos ya se animaban a jugar con chicos de hasta 15 años a quienes derrotaban con un poco de dificultad. Era obvio que les hacía falta un poco de entrenamiento para vencer a chicos más grandes.

Ambos habían afianzado su amistad, a tal grado de que iban a las ferias de verano juntos y, por supuesto, eran también acompañados por Satsuki, a quien le encantaba estar con esos dos niños.

 

Daiki, poco a poco, iba ganándose un lugar en el corazón de la madre de Kagami, quien ya veía al pequeño moreno como alguien importante en la vida de su hijo.

En muchas ocasiones, la señora invitaba a comer los fines de semana a Aomine, y a éste le encantaba la comida que cocinaba ella; y por obvias razones, la madre del peliazul no debía enterarse de ello.

 

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Fue a los 11 años de Taiga que la señora Kagami supo que su hijo ya era responsable y podía enseñarle a cocinar, al menos algo muy sencillo, por si ella, en alguna ocasión, debiera ausentarse de casa.

El padre de Taiga aún seguía trabajando la jornada completa, por lo que sólo llegaba a casa a cenar.

 

En el caso de Aomine… su madre se había empeñado en que Daiki pasara más tiempo jugando con la hija de la vecina, quien era una niña de 12 años, de cabello negro y muy inteligente en la escuela.

Daiki siempre se molestaba ante las intenciones de su mamá… aquella niña no le llamaba la atención; si no sabía jugar basquetbol entonces no le interesaba.

 

El pequeño moreno en realidad no tenía muchos amigos, todos ellos querían ir a jugar videojuegos al centro comercial o hablar sobre niñas. El único que lo entendía era Kagami, quien compartía su amor por el básquet y no lo presionaba a hacer cosas que él no quería.

Su padre era un hombre muy estricto que muy seguido viajaba a prefecturas cercanas, pues era un periodista importante en una cadena televisiva.

 

Sobraba decir que ambos se seguían frecuentando diario para jugar básquetbol, o videojuegos en el cuarto de Taiga cuando alguno de ellos no quería salir o llovía.

 

A esas alturas ambos sabían lo que significaba un beso, y se habían enterado de que, a los 6 años, habían compartido un vínculo romántico como lo era un beso en la boca.

Ninguno de los dos habló o recordó el suceso, era mejor dejarlo como ‘curiosidad’ de la infancia.

 

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A los 12 años, ambos habían terminado sus estudios en la escuela primaria, y sabían lo que querían después.

Hablaron sobre persuadir a sus padres para que éstos los inscribieran en una escuela privada de mucho renombre; Daiki había escuchado que la secundaria  Teiko era muy conocida por el gran nivel que el equipo de básquetbol poseía, y no quería perder la oportunidad de estar como titular en ese equipo: tenía una nueva aspiración.

 

Kagami, por su parte, no deseaba con insistencia estar en ese equipo; él era feliz jugando con Daiki, pero si éste quería entrar al equipo de la escuela secundaria, entonces el pelirrojo lo seguiría.

 

Pero sería antes de que Taiga ingresara a la secundaria que un duro golpe en su vida lo aquejaría:

 

Era jueves; había jugado un poco con Aomine, quien estaba muy entusiasmado de asistir ya a la nueva escuela y apuntarse en el equipo de básquetbol. Kagami no se había mostrado tan feliz como su moreno amigo, pero estaba de acuerdo; también se apuntaría y ambos ingresarían al mismo equipo; estaba seguro de que Daiki estaría como titular, pues no conocía a nadie mejor que él en ese deporte.

Por si eso no fuera poco, el moreno estaba feliz porque Satsuki también estaría en la misma escuela que ellos. La chica de cabello rosa, cada que se imaginaba su vida en la misma escuela que sus dos mejores amigos, saltaba de alegría de un lado hacia otro.

 

Después de aquel pequeño entrenamiento, Taiga decidió regresar a casa; seguro que su mamá se molestaría con él por haberse tardado más de la cuenta.

Pero cuando cruzó la puerta de su hogar, no encontró a ese ser maravilloso que era su madre; le era extraño, pues cuando la señora pelirroja escuchaba el picaporte de la puerta, recibía con una gran sonrisa a su hijo, sabiendo de antemano que era él.

—Mamá… llegué… — Anunció, despojándose de sus zapatos y caminando hacia la cocina, donde seguramente, ella estaría haciendo la cena, y de ser así, Taiga la ayudaría con gusto.  

 

Pero no la encontró allí.

 

Decidió ir hacia la sala, pero tampoco la vio… siguió hacia las recámaras y su extrañeza crecía más al abrir cada puerta de los cuartos y no encontrarla…

Ella rara vez salía de casa por las tardes-noches, y si salía, al menos dejaba una nota sobre el refrigerador.

 

Bajó nuevamente las escaleras hasta la sala y se situó en medio de ésta… tenía un raro presentimiento, algo estaba pasando.

 

Sus pensamientos fortuitos fueron interrumpidos por el fuerte sonido de la puerta… tal vez ella había llegado.

Con una pequeña sonrisa, y deshaciéndose de inmediato de sus raros presentimientos, fue a recibir a su mamá, sólo para darse cuenta que aquel que había cruzado la puerta de entrada era su padre.

 

Pero su padre no se veía bien… no se veía nada bien; claramente podía notarse que el hombre no podía contener sus ganas de llorar, además de esos ojos llorosos, parecía conmocionado… y Taiga tuvo miedo de preguntar qué pasaba.

—Tu madre… — Dijo el hombre, como leyendo los pensamientos en la mente de su hijo… — Tu madre está en el hospital.

 

~*~

 

Nada se pudo hacer por ella…

 

Un conductor que acababa de salir de su trabajo, pensó que había sido buena idea conducir su auto mientras llamaba por teléfono. Éste no se había percatado de una señal en rojo, y por consecuencia no había detenido su auto, con lo que no contaba era que una mujer de cabello rojo y tez blanca se confiaría de la luz roja y atravesaría la calle…

 

Gracias a ese hombre imprudente, la familia de ella y amigos allegados se habían dado la cita para despedirla.

El sacerdote había dicho las últimas palabras; los presentes dejaban ramos de flores sobre la tierra húmeda; junto a más arreglos de flores; el llanto de varias personas se podía escuchar en el lugar, el ambiente triste era palpable.

 

Taiga no quería llorar… no podía llorar; debía de ser fuerte, pero… ¿Cómo serlo cuando ese dolor sentía que lo arrastraba hacia un hoyo negro? ¿Cómo poder sacar de su pecho ese dolor agonizante que lo estaba matando tortuosamente?

Sintió la mano de su padre sobre su hombro, mientras poco a poco, las personas que estaban allí comenzaban a retirarse, tras haber dado sus condolencias.

 

Su padre tampoco había sido fuerte, y la razón por la que no estaba llorando en ese preciso momento, era porque ya había dejado salir de sus ojos todas las lágrimas que pudo… todo el dolor que lo atormentó lo dejó salir mediante esas lágrimas.

Taiga podía sentir en el simple toque de la mano de su padre el desconsuelo y angustia por el que estaba pasando… no podía creer que el día anterior su mamá le había preparado el desayuno, lo había despedido con una gran sonrisa al irse a la escuela y ahora… ella ya no estaba…

 

—Lo lamento, Kagami. — La voz de Aomine se hizo escuchar en un susurro.

Taiga no miró a su amigo, pues no quería que éste lo viera en ese estado…

La mano de piel morena de Daiki se posó sobre su hombro, y fue en ese instante en el que no soportó más y comenzó a llorar… lloró esas lágrimas que quedaban en su cuerpo; se sentía en una pesadilla horrible, un mal sueño del que necesitaba despertar a como diera lugar.

 

Sin pensarlo dos veces, los brazos pequeños de Daiki lo envolvieron en un abrazo; los sollozos del pelirrojo se hacían más fuertes y al moreno no le importó que su amigo llorara sobre su hombro y mojara su ropa negra con sus lágrimas… si con eso Kagami se desahogaría, entonces él estaría allí el tiempo que fuera necesario.

 

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Había sido un paso demasiado difícil, pero Taiga estaba haciéndolo bien; estaba tratando de aceptar su vida actual. Aún le era muy difícil llegar a casa y no encontrar a su mamá, para darle la bienvenida.

Era muy poco tiempo para qué él asimilara todo.

Su padre lo había convencido de ir una vez a la semana a terapias, en las que lo ayudaban a salir adelante con ese problema emocional; podía confesar que le estaban sirviendo.

 

El señor Kagami pensó que también sería buena idea mudarse… de nada servía una casa enorme sólo para dos personas, además de que los recuerdos en ese hogar abundaban, y a él y a su hijo los hacía correr a refugiarse lejos de allí.

Pensó que sería buena idea encontrar un pequeño departamento, en el que pudieran vivir con un poco de tranquilidad él y Taiga; además, buscaría un nuevo lugar, que estuviera cerca de la escuela a la que quería asistir Taiga.

 

Para Daiki también fue difícil ver decaído a su amigo… Taiga dejó de asistir a sus juegos de basquetbol diarios y dejó de frecuentarlo tanto, como lo venía haciendo; pero jamás lo culpó… no sabía lo que su amigo pelirrojo estaba sintiendo, pues jamás había pasado por algo similar.

Lo único que bastaba era tenerle comprensión y paciencia; estaba seguro de que su pelirrojo amigo, tarde o temprano, sería el mismo de siempre.

 

Y así fue como el nuevo ciclo escolar llegó.

Momoi, Aomine y Kagami asistieron a la secundaria Teiko, y justo en el primer día de clases se hicieron las pruebas para nuevos elementos del equipo de basquetbol.

Ni Satsuki ni Daiki sabían cómo le habían hecho para convencer al pelirrojo, pero Taiga aceptó ir a las pruebas, pues se había hecho la promesa a sí mismo de que estaría en el mismo equipo que su amigo; no importaba cómo se sintiera, debía cumplir esa promesa.

 

Kagami no esperaba que a las pruebas asistieran demasiados chicos, eso provocó que se sintiera muy nervioso; se dio también cuenta de que su tristeza había cambiado repentinamente… ahora se sentía ansioso, nervioso… emocionado…

—Lo harás bien. —Daiki habló, atrayendo la atención el pelirrojo, chocando levemente su puño contra el pecho de su amigo, con ese simple gesto dándole los ánimos que éste, claramente, necesitaba.

—Tú no tienes nada de qué preocuparte. — Dijo en broma, soltando un gran suspiro, esperando su turno, que llegaría pronto.

—Tú tampoco. — Una sonrisa grande fue dedicada al pelirrojo. Aomine sabía de las capacidades de su amigo en básquetbol, y estaba seguro de que éste pasaría exitosamente las pruebas sin problema alguno.

 

~*~

 

El entrenador del equipo había dicho los nombres de todos los chicos que habían hecho las pruebas; sorpresivamente cuatro chicos habían quedado en el primer equipo después de dichas pruebas, lo cual no sucedía muy a menudo.

Era obvio que eligieran a Aomine Daiki para quedar en el primer equipo, mientras que Taiga había sido nombrado para permanecer en el segundo equipo.

 

Aomine estaba sorprendido por el resultado, pues estaba seguro de que él y Kagami estaban al mismo nivel deportivo, pero no contaba con que el ánimo del pelirrojo jugaría en su contra.

—Lo siento…— Se disculpó Taiga, sabiendo que había roto la promesa de estar en el mismo equipo que su moreno amigo.

—Iré a hablar con el entrenador… le diré que te dé otra oportunidad. — El moreno apenas había dado un paso cuando la mano de su amigo sobre su brazo lo hizo detenerse.

—No es necesario… no lo hagas. — Fijó la mirada en el piso, y Aomine entendió que no debía presionar a su pelirrojo amigo; parecía no estar listo para dedicarse de lleno al equipo de básquetbol, y lo entendía.

—Seguiremos jugando en esa cancha callejera, como lo hemos hecho hasta hoy. — Una pequeña sonrisa confidente se mostró en sus labios, notando cómo el pelirrojo asentía con un movimiento de cabeza.

 

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Los entrenamientos del equipo de básquetbol de Teiko habían empezado, de inmediato cuatro chicos habían acaparado la atención de todos por su excelente nivel.

Momoi y Kagami, como cada tarde, después de la escuela, se reunían en el gimnasio, y sin molestar, ni hacer mucho ruido, miraban la práctica, en donde Aomine parecía siempre lucirse.

No faltaban esas pequeñas sonrisas y miradas que Daiki daba sus dos amigos que, diario, asistían a ver sus prácticas.

 

Poco tiempo después, Momoi empezó a ayudar al equipo en cosas pequeñas, y que ella pudiera llevar a cabo, por lo cual, inconscientemente fue ganándose un lugar en dicho equipo; muy contrario a Kagami, a quien no le importaba involucrarse de más.

 

Conforme pasaba el tiempo, Kagami se dio cuenta de Daiki ya no tenía tiempo para él… no pertenecer al primer equipo de básquetbol le dejaba con muy pocas probabilidades de jugar con el moreno después de clases.

Los entrenamientos de Daiki se prolongaban hasta la tarde-noche, y lo único que quería el peliazul, después de un largo día, era llegar a casa, comer y descansar… parecía que ya no tenía tiempo para el pelirrojo.

Éste, por otra parte, dejó de frecuentar el gimnasio, estar allí tantas horas, mirando los entrenamientos, era muy cansado y comenzaba a ser aburrido. En lugar de eso, tomaba su balón y se dirigía a esa cancha, donde había conocido a Daiki… jugaba solo, o con algún chico que estuviera disponible en ese momento.

 

Sobraba decir que ambos se extrañaban bastante; Aomine se culpaba por sus largos entrenamientos, y Kagami, sin su amigo que lo apoyara, comenzaba a hallar refugio en la soledad, aunado a la tristeza que aún sentía por la partida de su mamá.

 

Se suponía que para ambos, ir a la misma escuela iba a ser algo estupendo… la realidad comenzaba a ser diferente.

 

Los únicos días en los que podían pasar más tiempo juntos era en fin de semana; los sábados y domingos ambos jugaban juntos y pasaban dos días muy buenos.

Taiga sentía que la soledad y tristeza que lo aquejaban durante la semana, se desvanecían al jugar con Daiki, al verlo reír, al verlo jugar, al escuchar sus anécdotas… sentía que Aomine acaparaba su mundo.

Daiki, a pesar de pasar el fin de semana al lado de su amigo, sentía esa culpa y tristeza por no verlo durante los demás días de la semana. No debía decir en voz alta que necesitaba a su mejor amigo junto a él en todo momento, verlo a cada instante...

 

A pesar de todo, Kagami siempre estuvo allí, apoyando a su amigo en todos los partidos oficiales, en los que éste jugaba.

Era un enorme apoyo moral el que Aomine recibía al ver a Kagami sentado en las gradas, animándolo. Incluso, todos sus compañeros del equipo conocían de vista a Kagami, y sabían que era el mejor amigo del moreno.

A Taiga le encantaba ver jugar a Daiki… era una vista demasiado diferente desde las gradas; poco a poco entendió que el moreno tenía un enorme nivel deportivo; el entrenamiento diario lo estaba haciendo alguien insuperable en el básquetbol.

 

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En el segundo año de secundaria, Daiki ya era alguien por demás conocido en la escuela; pertenecía a la que ahora llamaban “Generación Milagrosa”: un equipo de chicos superdotados en cuanto a básquetbol se refería.

Estaba creciendo, y como todo chico que alcanzaba la pubertad, sus aficiones lentamente comenzaban a cambiar: además del básquetbol, empezó a fijarse de más en las chicas de su escuela, descubrió que le llamaban la atención los pechos de ellas, y, sin pensarlo, se vio leyendo su primera revista erótica, en la que no podía apartar los ojos de los pechos de las modelos que se dejaban mostrar en las páginas de dicha revista. A sus 14 años, empezaba, lentamente, a descubrir su sexualidad.

 

También se hizo de varios amigos en el equipo de básquetbol, se llevaba muy bien con Kuroko Tetsuya y Kise Ryota, a quienes veía como buenos amigos y con los que podía pasar un momento agradable.

Kagami seguía siendo su mejor amigo, esa persona con quien podía contar y a quien le podía confesar cualquier cosa; sin embargo, se había alejado un poco de él, gracias a sus obligaciones para con el equipo.

 

Taiga también descubría, de forma más lenta, su sexualidad… se daba cuenta de que pasaba más tiempo mirando a algunos compañeros de clase que a las propias chicas. Su mente formulaba pensamientos lindos sobre algunos chicos, sin embargo, las chicas no le llamaban la atención.

Supuso que algo andaba mal con él… no era normal que un hombre se fijara en otro hombre…

Y por más que lo había intentado, no había podido cambiar sus pensamientos y gustos.

 

Pero no todo era tan malo.

 

Un buen día, había conocido a Himuro Tatsuya, un estudiante de intercambio que había llegado a Japón.

Himuro era un chico de cabello negro y un singular lunar cerca del ojo derecho, era un año más grande que Taiga, y para sorpresa de éste, Tatsuya también jugaba básquetbol.

 

Himuro había aparecido en la cancha de básquetbol callejera, y había retado a Taiga a jugar contra él.

El pelirrojo no esperó que el chico nuevo fuera tan bueno e interesante en ese deporte, pero estaba feliz… por fin podría jugar con alguien el deporte que adoraba. Lamentaba que ese alguien no fuera Daiki, pero Himuro también se notaba contento al encontrar alguien con quien practicar.

 

Y ambos, después de la escuela, se citaban en esa cancha a jugar.

Así Taiga recuperaría el tiempo perdido.

 

Durante esos partidos, Taiga comenzó a confiar en Himuro; le contó sobre su niñez, y el cómo había conocido a Daiki, le contó el por qué se había mudado de casa antes de ingresar a la secundaria, y le contó sobre su soledad, tras las obligaciones de Daiki.

Himuro parecía ser muy comprensivo, y ante cada anécdota del pelirrojo, siempre daba su punto de vista o incluso un consejo, haciéndole saber a Taiga que no estaba solo, y que siempre que éste quisiera jugar, el pelinegro allí estaría.

 

Kagami se sentía muy feliz al haber encontrado a alguien que lo comprendía de muchas formas posibles; alguien que se interesaba en él y que le había brindado su amistad sincera.

Pensó que Himuro podría llevarse muy bien con Aomine, pues ambos, a su punto de vista, eran similares.

Claro que a nadie le diría que Himuro Tatsuya, atraía su atención de una forma diferente… pues varias veces, el pelirrojo llegó a pensar que Tatsuya era muy atractivo.

 

~*~

 

Pronto, Kagami supo que tal vez el que Daiki  y Tatsuya se conocieran… no era tan buena idea, cuando el partido entre Taiga y Himuro se había prolongado, y el entrenamiento de Teiko había terminado antes de lo debido.

 

—¡Bien hecho, Taiga! — Himuro gritó, tras saber que el pelirrojo había burlado su defensa y había encestado de buena forma.

—¿Qué pasa, Tatsuya? ¿Ya te cansaste?

—Un poco, hemos estado aquí más de dos horas, pero aún puedo contra ti. — La emoción en la voz del pelinegro se dejó escuchar, al momento en el que levantaba el balón del piso, ya que ahora era su turno de tratar de encestar.

—Eso lo veremos. — Taiga contestó con una gran sonrisa adornando sus labios.

Después de sus últimas palabras, el pelirrojo se acercó al otro para tratar de quitarle el balón.

Ese juego, en especial, se había prolongado bastante, pero parecía que ninguno de los dos quería irse a casa hasta tener la victoria en la mano. Ambos eran muy testarudos, pero también disfrutaban jugar con el otro, y eso se notaba en la sonrisa grande que ambos portaban en sus rostros.

 

Cuando Himuro escuchó un fuerte grito hacia Taiga, y vio a un chico desconocido, detuvo el partido, pensando que era algo importante.

Taiga pudo escuchar su nombre, y girando el rostro, se encontró con Aomine, quien lo miraba desde el borde de la cancha y denotaba un rostro por demás enojado.

Sintiéndose feliz por ver a su amigo, la sonrisa de Kagami se hizo notar, y sin pensarlo dos veces fue al encuentro de éste.

 

—Aomine… qué bueno verte. Tus prácticas terminaron temprano. —El pelirrojo no podía ocultar su emoción por ver a su mejor amigo allí, pensó que si Daiki no estaba muy cansado, podrían jugar juntos un poco.

—¿Quién es él? — El tono agresivo del moreno no se hizo esperar, provocando que la bella sonrisa que el de ojos rojos portaba, se deshiciera.

—Es un chico que conocí hace tiempo. ¡Es estupendo en básquetbol!

Aomine miró al pelinegro de forma retadora y con molestia, lo que no esperaba era que el chico extraño se le acercara con una cara de póker.

—Hola, soy Himuro Tatsuya. — El pelinegro mencionó, luego haciendo una pequeña reverencia, como indicaban las costumbres japonesas.

El moreno no respondió, sólo miró de arriba abajo al pelinegro, luego tomó el brazo de Taiga y prácticamente lo arrastró hasta afuera de la cancha, ante los reclamos de éste.

 

Taiga se asustó un poco; no sabía qué bicho le había picado a su amigo, ni mucho menos qué era lo que estaba pasando por su mente para comportarse de esa forma; sólo sabía que el agarre del peliazul le estaba lastimando el brazo, así que puso toda su fuerza para soltarse.

—¡¡¿Qué rayos pasa contigo?!! — Taiga gritó, zafándose del agarre y llevando su otra mano hacia su brazo, donde Daiki había dejado un leve dolor.

—¿Por qué estás jugando con él? ¡Se supone que yo soy tu compañero de juego!

 

Ante la confesión, el pelirrojo frunció el ceño, la actitud de Aomine era por demás tonta.

—¿Cuánto tiempo llevas jugando con él? — Cuestionó el moreno, aun denotando esa molestia en su mirada.

—¿Me estás diciendo que no puedo tener más amigos?  — Taiga no respondió al cuestionamiento, pues sólo una pregunta abordaba su mente.

Daiki permaneció en silencio… su reproche había sonado exactamente a eso: a que el moreno no quería que el pelirrojo tuviera más amigos con quién jugar.

—¡Estás portándote como tonto, Daiki! — Gritó, y ante la mención de su nombre de pila, el moreno lo miró con sorpresa. —Yo no te he reprochado nada sobre tus nuevos amigos… ese tipo rubio del que tanto hablas, y a ese chico al que incluso llamas por su nombre… — “Tetsu”, Daiki recordaba hablar mucho sobre esos chicos que había conocido en el equipo de básquetbol. —…Te he visto ir con ellos a comer después de los entrenamientos o a pasar un buen rato… ¡Jamás te he reprochado algo sobre tus nuevos amigos!

 

Aomine sintió una punzada de culpa en el pecho; todo lo que había dicho su amigo era verdad, estaba siendo un egoísta, pero además de ese sentir, había otro… uno más que no podía identificar… un sentimiento que le había traído mucha molestia al ver al pelirrojo con alguien que no era él…

—Entiendo que estás en el equipo de básquetbol… —Siguió el ojirojo. —…pero ya no tienes tiempo para mí.  —Esas palabras habían sonado sinceras, sin reproche, y en voz baja, para que el peliazul no se exaltara más. —Nos hemos distanciado un poco…

 

Aomine no pudo responder ante eso; estaba claro que gracias a sus obligaciones, había descuidado a su amigo, era algo que no sólo a Taiga le dolía, sino también al mismo Aomine.

—Lo siento… — Mencionó el moreno, en un susurro, y mirando hacia otra parte. Siempre le había costado disculparse con alguien, pero si se trataba de Kagami, lo haría sin pensarlo dos veces. —Sé que te he descuidado. Sabes que no es mi intención…

Kagami había entendido que su amigo ahora tenía cosas más importantes que hacer, por eso no se lo había reprochado en ningún momento.

—Escucha… hagamos algo… después de mi entrenamiento, y tus prácticas con ese chico emo, iremos a comer juntos a Maji Burger. — Parecía una buena idea.

Tal vez no jugarían juntos, pero al menos podrían verse para pasar un tiempo de calidad como amigos.

—¿Chico emo? — Era obvio que Taiga aceptaría la propuesta, para él, nada era más importante que pasar tiempo con su mejor amigo.

 

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Antes de que Taiga cursara el tercer grado de secundaria, y antes de que cumpliera 15 años, su padre decidió que debían volver a Estados Unidos, pues a sus ojos, ya no había razones para que ellos estuvieran en ese país.

El señor Kagami alegaba que en su trabajo le daban la oportunidad de una re-ubicación, y él estaba pensando seriamente en aceptar la oferta.

 

Pero Taiga no quería irse, a pesar de que no tenía muchos amigos, no quería dejar al único chico que había estado junto a él por varios años, apoyándolo y entendiéndolo… no podía pensar en dejar a Aomine solo.

Era bien cierto que Daiki tenía a Satsuki, pero sabía que la amistad que la chica pelirrosa y el moreno tenían era muy diferente a la que el propio Taiga compartía con el moreno…

 

No quería dejarlo, y esa inconformidad fue dicha a su padre desde la primera oportunidad; el señor Kagami escuchó una y otra vez la misma excusa… Taiga no quería irse; quería permanecer con Aomine.

Y después de mucho tiempo de tratar de convencerlo, el señor Kagami se dio cuenta de que podían haber más razones para que Taiga quisiera quedarse, y sin criticar, ni mucho menos cuestionarlo, aceptó… sabiendo que su hijo ya era lo suficientemente maduro y responsable para cuidar de sí mismo, pues eso, se lo había demostrado en muchísimas ocasiones, ganando su respeto y confianza.

 

Pensó que el departamento en el que ambos habían vivido, debiera pasar a propiedad de su hijo; el inmueble tal vez era muy grande para él solo, pero era mejor que tuviera espacio de sobra.

 

El señor Kagami no debía explicar el dolor que sentía al ver, desde la ventanilla del avión cómo su hijo se despedía de él… iba a serle muy difícil regresar a Estados Unidos sin su hijo, pero también sabía que esa había sido la decisión de Taiga, y que él debía respetarla.

Después de todo… su hijo ya no era un niñito.

 

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Era un nuevo curso escolar, y antes de que los entrenamientos pesados en el equipo de básquetbol de la secundaria Teiko iniciaran, Aomine y Kagami aprovechaban el tiempo.

Ambos volvieron a jugar después de clases y pasar toda la tarde juntos.

Taiga volvía a estar feliz por el tiempo con su mejor amigo, y Aomine olvidó completamente a aquellos compañeros del equipo de básquetbol… en su mente sólo estaba Taiga…

 

Fue el mismo Daiki quien había escuchado de labios de varios de compañeros, que el campeonato de la Inter-high se estaba llevando a cabo en un recinto enorme.

Quería saber más sobre ese Torneo que era sólo para escuelas preparatorias, y sin pensarlo dos veces, visitó varios sitios en Internet, que daban información sobre el evento.

Como era de esperarse, al decirle a Taiga que iría a ver los partidos, éste no perdió la oportunidad de acompañarlo. 

Y así, ambos acudieron a ver un partido de la Inter-high.

 

Cuando llegaron al imponente estadio, se dirigieron hacia las gradas, a observar a dos equipos jugar.

Un equipo traía un jersey en el que predominaba el color blanco, se observaba también el negro y unas líneas rojas; el otro equipo portaba un uniforme verde opaco; pero, entre más tiempo Kagami miraba el partido, más se daba cuenta de algo interesante: el equipo blanco iba perdiendo por casi 30 puntos, ya dando por perdido el partido, sin embargo, ellos seguían jugando… seguían dando todo por hacer más canastas, sin importar si perdían.

El equipo verde jugaba muy sucio, haciendo faltas que el árbitro no notaba, sin embargo ellos no perdían la esperanza, y ese sentimiento se podía ver en el rostro de los 5 jugadores del equipo blanco.

 

—Quiero jugar allí… — Sorprendió Kagami con su comentario, diciéndolo al aire y sin despegar su vista de  los equipos en la cancha.

No se dio cuenta del momento en el que su moreno amigo lo miró con la pregunta en los ojos.

—¿Quieres jugar allí? Taiga, no puedes ingresar, se está llevando a cabo un partido, por si no lo has notado.

—¡No, tarado! Me refiero a que quiero ingresar a esa escuela… para jugar con ellos…

Daiki denotó un poco de sorpresa en su mirada… desde hace mucho tiempo que el pelirrojo no mostraba interés en jugar basquetbol en la escuela, y ahora quería ingresar a esa preparatoria para dedicarse a ello…  era muy interesante.

Pensó que sería muy interesante si ambos entraban, ahora sí, al mismo equipo de básquetbol.

 

Taiga lo había apoyado en su decisión de ingresar junto a él a Teiko, y aunque las cosas habían salido mal y el pelirrojo no se había quedado en el primer equipo de básquetbol, estaba seguro que las cosas podían ser diferentes en esa preparatoria.

—Entonces… entremos allí. — Sus labios se curvaron en una sonrisa que le regaló a Kagami, quien lo miró con curiosidad y animosidad.

—¿De verdad?

—Sí… ésta vez estaremos jugando en el mismo equipo. — Las palabras de Daiki hicieron que el corazón de Kagami latiera rápido. Estaba muy entusiasmado.

—¿Lo prometes?

—Es una promesa… — El moreno levantó la mano y mostró su dedo meñique, esperando que su amigo hiciera la típica promesa con ese dedo… una promesa que no se rompería.

Taiga de inmediato entendió las acciones y unió su meñique con el de su amigo.

—Iremos a Seirin. — Finalizó Aomine, mirando fijamente los ojos rojos de Taiga, notando cómo éste asentía con un movimiento de cabeza.

 

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Todo pintaba para que ese año fuera como los anteriores.

Un año más en el que la Generación de los Milagros ganaría su tercer título consecutivo en básquetbol, sin embargo, al transcurrir el tiempo, Taiga se percató del extraño cambio que su amigo estaba teniendo…

 

Era claro que Aomine era el as de la Generación Milagrosa, era el más poderoso de ellos 5, sin embargo, su potencial no alcanzaba límites, y por eso mismo, sus contrincantes eran más débiles a su parecer.

Daiki le había contado a Taiga lo que sentía al jugar con chicos de baja calidad en su deporte favorito, le había confesado lo mal que se sentía en los partidos, donde los chicos de las otras escuelas lo miraban como si de un monstruo se tratara.

El pelirrojo trató de hacerle ver que era bueno ser el mejor, pero estaba seguro que aparecería alguien más fuerte que él, y dejaría de sentirse así… Aomine le creyó, adoptando un poco más de optimismo.

 

Si el pelirrojo era sincero, hace mucho tiempo que Daiki se había ido de su alcance en cuanto a nivel en básquetbol, por más que Taiga lo había intentado, no había podido alcanzar el nivel deportivo de su amigo; pero no se había dado por vencido… y menos cuando el moreno necesitaba alguien de su mismo nivel.

 

Fue en un partido que el equipo de Teiko tuvo contra el equipo de la secundaria Kamizaki, en el que Taiga notó que su amigo había tocado fondo; notó cómo el moreno negaba el típico saludo que siempre le daba a Kuroko Tetsuya, cómo sus ánimos habían decaído y cómo el equipo contrario ya no se molestaba siquiera en seguir jugando; de ahí en adelante… todo fue en declive.

 

Daiki dejó de ir a los entrenamientos del equipo, en su lugar, pasaba el tiempo con Kagami. Pero no todo era tan bueno, pues lo único que el moreno quería hacer era estar en el hogar de su amigo, y permanecer allí leyendo sus revistas de aquella idol, Mai-chan, a la que había agarrado gusto hacía tiempo.

Por más que Kagami trataba de persuadirlo para que ambos salieran a jugar un poco, el moreno siempre tenía una excusa preparada, y el pelirrojo no debía ser un genio para saber que su amigo quería pasar un tiempo lejos de las canchas.

 

Aomine sólo se presentaba a jugar en los partidos oficiales, después, nadie volvía a saber nada de él…

Taiga notaba cómo el moreno estaba cayendo, muy lentamente, en una depresión…  lo sabía a la perfección, pues él mismo había pasado por algo similar.

Poco a poco, Daiki dejó de frecuentar a Taiga… parecía que le sentaba mejor la soledad y la indiferencia.

 

Kagami pensó en hacer algo por su amigo, tal y como éste lo hizo cuando su mamá se había ido. Ideó un plan, para tratar de animarlo: le mandó un mensaje a su celular y lo citó en aquella cancha callejera en la que ambos se habían conocido. Pensaba que si activaba un poco los recuerdos del moreno, éste dejaría aparecer el brillo en sus ojos; ese mismo brillo que había perdido hacía tiempo.

 

Aquella tarde, después de que Daiki recibiera el mensaje,  con mucho pesar, se dirigió hacia la cancha, donde encontraría a Kagami. No sabía lo que éste había ideado… más valía que fuera algo importante.

Y allí estaba su pelirrojo amigo, en medio de la cancha, sosteniendo un balón de básquetbol y mostrando esa tonta sonrisa que ya conocía de memoria.

—¿Qué pasa? — Preguntó para tratar de terminar rápido… quería regresar a casa y leer sus revistas de Mai-chan.

—¿Recuerdas cuando teníamos 6 años? — Cuestionó el pelirrojo, rebotando un par de veces el balón, perdiendo el contacto visual con el otro chico. —Aquí nos conocimos…

 

Aomine frunció un poco el ceño ante la mención de su niñez. No entendía qué era lo que su amigo trataba de hacer; después de todo prefirió permanecer en silencio.

—Ese es mi recuerdo favorito. — confesó Kagami.

—¿Por qué? — Trató de indagar, notando la nostalgia en el rostro de su amigo ante el recuerdo.

—Porque no conocía a nadie… y nadie quería ser mi amigo.

 

Parecía que los demonios en el interior de Daiki se habían apaciguado al recordar su infancia, no pudo hacer más que sonreír y mirar con ternura a su amigo.

—Entonces… ¿Jugamos? — Kagami no pasó la oportunidad de pedirle un juego a su amigo, hacía mucho que no jugaban por diversión, y, viendo las expresiones del moreno, creyó que era el momento perfecto.

Parecía estar en lo correcto, pues el peliazul mostró una sonrisa retadora, luego dio un vistazo rápido al cielo nublado, esperando que la lluvia no interrumpiera sus actividades.

—Hagámoslo.

 

Así empezó el partido, pero no había duda, Aomine estaba a otro nivel, era muy poderoso, y eso se dejaba ver en las 10 canastas contra la única que había anotado el pelirrojo.

Conforme pasaban los minutos, Taiga se dio cuenta de que el moreno no se estaba conteniendo, jugaba con todas sus fuerzas, sin embargo, el pelirrojo no era un rival digno de él… lo cual no le agradó en lo absoluto.

—¡Wow! Aomine… ¡eres un monstruo! — Mencionó Taiga, denotando una enorme sonrisa y mucha emoción en su mirada.

 

Cuando las palabras llegaron a los oídos de Daiki, éste entendió lo que realmente era: un monstruo… alguien que no podía tener a esa persona que rivalizara con él en cuanto a nivel deportivo; alguien quien no podía ser vencido; alguien que no podría disfrutar nunca más el básquetbol como lo había hecho antes…

—¿Por qué no te esfuerzas? — Cuestionó el moreno, mirando con cierto recelo a su amigo, esperando ansiosamente su respuesta, sintiendo cómo sobre su piel morena caían unas pequeñas gotas de lluvia.

La animosidad de Taiga desapareció ante la pregunta; no sabía realmente qué contestar… si mentir o decir la verdad… optó por lo que mejor podía hacer en ese momento.

—Estoy jugando con todas mis fuerzas…

—¡¡No!! ¡Claro que no lo haces! ¡¡Esfuérzate más!!

 

Taiga quedó mudo ante la forma agresiva en la que su amigo le había hablado… esa frustración e impotencia se podía fácilmente escuchar en la voz de Daiki…

—Soy un monstruo. — Murmuró el peliazul, quedando cabizbajo, sintiendo cómo las gotas de lluvia cada vez caían más.

—No lo eres… eres asombro— Pero no pudo terminar su oración, debido al fuerte agarre de Daiki sobre sus brazos, que lo hizo sentir un poco de miedo.

—¡¡No digas esas tonterías!! ¡Ni siquiera tú puedes ponerte a mi nivel! — Se dio cuenta de que gritándole a Kagami no iba a arreglar nada… ni siquiera su mejor amigo, con quien había crecido jugando básquetbol, podía igualarlo. —… el único que puede vencerme soy yo…

 

Sin más palabras, el moreno se fue de allí, mientras la lluvia empezaba a caer aún más.

Pero ni la lluvia pudo evitar que Taiga se diera cuenta de las lágrimas que escapaban de esos ojos color zafiro.

 

Kagami debía hacer algo… necesitaba hacer algo para ayudar a su amigo, tal y como éste lo había ayudado en su momento…

Parecía que tenía una buena solución a ese problema, aunque significara que debía llevar a cabo medidas que tal vez molestarían con demasía al moreno.

 

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Dos días más tarde, y después de que Daiki aclarara su mente, pudo notar que no había sido buena la forma en la que había reñido a su amigo; se sentía culpable por lo ocurrido, así que decidió que era mejor disculparse.

Habían sido dos días difíciles, en los que sintió mucha culpabilidad, por lo mismo había ignorado al pelirrojo y había decidido enfriar sus ideas, para poder disculparse con sinceridad.

 

Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el departamento que era ahora de Taiga, cuando llegó, tocó a la puerta y esperó…  y esperó… y esperó.

Extrañado, pensó que el pelirrojo había salido, o que tal vez éste estaba molesto.

 

Tuvo el atrevimiento de marcar el número de éste, pero su llamada de inmediato era recibida por el buzón de voz.

Percibía esa sensación de que algo no estaba bien; esa ansiedad, esa incertidumbre…

Pronto, en su mente apareció el rostro de su mejor amiga, la chica pelirrosada que sabía todo, no sólo del equipo de básquetbol, sino también de sus conocidos.

Sin demora se dirigió hacia la casa de la chica, sabiendo que, muy seguramente, ella no contestaría a su celular.

 

Tras algunos minutos de correr, llegó a su destino, tocando fuerte la puerta, sin importarle si los padres de Satsuki se molestaban por la insistencia.

Fue su sorpresa al ver que era la misma chica pelirrosada quien abría la puerta, mostrando a continuación una sonrisa.

—¡¡¡Dai-chan!!! — Ella casi tacleó con un abrazo a su amigo, quien no podía quitársela de encima; sentía las miradas de los vecinos y transeúntes sobre él, ante la escena.

—¡Basta, Satsuki! — Por fin el moreno pudo apartarla, usando un poco de fuerza necesaria.

Pronto, ella lo invitó a pasar, y Daiki, sin que se lo pidieran, se pudo cómodo sobre el sillón.

—Ayer renté una película de humor. ¿Quieres verla? — Cuestionó la pelirrosada, corriendo hacia el pequeño mueble donde yacía un dvd, luego mostrándoselo a su amigo, con una sonrisa traviesa.

—No vine para eso. —El tono con el que había hablado, más el rostro de preocupación, le decía a Momoi que debía sentarse y prestarle toda la atención necesaria al moreno

 

Aomine no quería perder más tiempo, si algo sabía la chica, debía decirlo ya.

—¿Sabes qué está pasando con Kagami?

—¿Eh? — Una mirada de sorpresa y desconcierto fue lo que le regaló a Daiki.

—Fui a buscarlo a su casa y no lo encontré; le llamé a su celular y no contestó… no lo he visto en éstos días… ¿Estará bien?

La mirada de sorpresa de Satsuki no desaparecía, al contrario, parecía que se hacía mucho más evidente a cada palabra que decía el moreno.

 

Por otra parte, la chica no sabía si serle sincera a su amigo, tal vez la verdad le haría daño.

Y ante el evidente cambio en las facciones de ella, y el hecho de que evitara el contacto visual con Daiki, dejó pensando a éste que ella no quería decirle la verdad…

—¡Dilo ya! ¿Qué se traen Kagami y tú?

Momoi miró hacia todos lados del cuarto, como queriendo desaparecer en ese preciso instante, era mala tratando de ocultar cosas, y parecía que esa ocasión no iba a ser la excepción.

 

—No pensé que Kagamin se fuera sin decírtelo…

—¿Huh? ¿Se fuera a dónde? ¡¿A dónde se fue?! — cuestionó un poco alterado

—Dijo que se iría por unos meses a Estados Unidos, con su padre. Dijo que tenía cosas importantes que hacer.

 

El moreno fue muy bueno en ocultar todos los sentimientos que lo aquejaban en ese instante: ira; tristeza, enojo; frustración; decepción; consternación… todos esos sentimientos, y muchos más, que no pudo distinguir, chocaban dentro de su pecho…

Su mejor amigo se había ido lejos de él… se había ido en uno de los momentos en los que Daiki más lo necesitaba.

—Dijo que regresaría en unos meses…

—¿Y le creíste? — Cuestionó de repente el moreno, con un tono de voz entre ira y desesperación.

—Bueno, Kagamin siempre ha cumplido sus promesas, por más pequeñas que sean.

 

Sin escuchar ni una palabra más de ella, Aomine se levantó del sofá y caminó presuroso hacia la salida, sin hacer caso a las palabras de la pelirrosada, en las que le pedía que se detuviera y que se tranquilizara.

Caminó rápido por las calles; caminó lo más que pudo, alejándose de la casa de Satsuki… no sabía a dónde iba, no tenía ningún rumbo fijo, sus pies sólo lo dirigían por calles al azar.

Su mente formulaba demasiados pensamientos… ¿Cómo era que Kagami se había ido sin avisar? ¿Por qué había decidido irse en ese momento en el que Daiki estaba pasando por algo difícil? ¿Acaso era que ya no le importaba esa amistad que había nacido en la infancia de ambos?

 

Ni siquiera se dio cuenta de su ropa completamente mojada, pues la lluvia había caído estrepitosamente sobre la ciudad; miró a su alrededor, todas las personas huían de la lluvia, mientras él se encontraba a mitad del pabellón, sintiendo cómo las lágrimas cálidas se confundían con las gotas del cielo…

Dolía bastante; dolía sentirse solo. Dolía saber que Kagami se había ido lejos, sin decir una sola palabra.

 

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El equipo de básquetbol de Teiko ganó su tercer campeonato consecutivo; un campeonato que a Daiki no le supo a nada… habían humillado a un equipo de la escuela Meiko,  por un 111 a 11, pues así Akashi y los demás chicos lo habían acordado.

Pero no le importaba para nada ese campeonato, porque en las gradas no se encontraba su mejor amigo… no estaba ese pelirrojo que siempre asistía a los partidos a animarlo.

 

Era cierto que había recibido un par de llamadas de Kagami, pero su orgullo podía más; no quería hablar con aquel chico que se había ido sin decir nada, jamás contestó esas llamadas.

Estúpido orgullo que no le permitía hablar con el pelirrojo.

Pero no podía negarlo: lo extrañaba con demasía. Kagami se había convertido en la persona más importante para él.

 

Después de ganar el campeonato, varios entrenadores de escuelas Preparatorias lo habían vistado: de Yosen, de Rakuzan y de Tōō, por mencionar algunas; sin embargo, recordaba la promesa hecha a su mejor amigo, en la que él entraría a Seirin y ésta vez, ambos jugarían en el primer equipo.

¿De qué servía aquella promesa si Kagami se había ido lejos? ¿Tenía algún caso entrar a una escuela que no llamaba su atención?

Pensó que entrar a Seirin sería un desperdicio, pues habían escuelas con más renombre y mejor posicionadas en cuando al básquetbol, siendo Tōō la escuela Preparatoria que había atraído su atención, sólo un poco más que las demás propuestas.

 

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Tenía 16 años cuando inició su vida en una nueva escuela; después de todo, no había podido faltar a su promesa, aunque Kagami no estuviera allí… sentía que por respeto a él, debía hacerlo.

Y allí se encontraba, portando el uniforme negro; mirando, desde la entrada, la gran escuela preparatoria Seirin y el cómo los alumnos entraban con lentitud a ésta.

 

Aún dolía recordar a su amigo… habían pasado 6 meses, y Kagami no había regresado. Se preguntaba si era verdad que volvería.

 

En su primer día de clases no esperaba que Momoi Satsuki fuera asignada al mismo salón que él; era obvio que la chica pelirrosada lo seguiría a donde fuera, y más aún si en esa escuela estudiaría su amor de Secundaria: Kuroko Tetsuya.

Lo único que esperaba Daiki era que el equipo de básquetbol de la escuela fuera fuerte y que hubiera alguien que lo retara con éxito.

 

Pero sus pensamientos se desvanecieron cuando los senpais de segundo año lo retaron a un juego, y él, sin mucho esfuerzo los derrotó.

—No cabe duda, no esperábamos menos del as de La Generación de los Milagros. — Mencionó la chica trigueña, que era la entrenadora del equipo.

—Supongo que entonces estoy dentro del equipo. — No necesitaba preguntarlo, pues era obvio que Seirin aprovecharía sus habilidades a favor.

—¡Claro! —Casi gritó la entrenadora con euforia.

Daiki estaba seguro que esa chica trigueña y Momoi se llevarían muy bien.

Fue así como obtuvo la posición de delantero, con el dorsal número 5

 

Durante los siguientes días, no se presentó a los entrenamientos establecidos; eso hacía enojar mucho a Riko Aida.

Por suerte allí estaba Momoi, para tratar de explicarle al equipo que Aomine no debía entrenar de más, ya que no había nadie que lo superara en ese deporte.

 

~*~

 

Era una tarde cálida, a pesar de que las nubes habían cubierto al sol durante todo el día; por fin, después de más de 6 meses, volvía a ir a ese lugar que ya era considerado como un santuario para él: esa cancha de básquetbol callejera.

Quería perder un poco el tiempo jugando, tal vez podría encontrar a algunos chicos que lo entretuvieran; pero cuando llegó allí, no pudo encontrar a nadie.

Optó por no desperdiciar la visita y tomó su balón, para empezar a calentar mediante el dribleo.

Minutos después, ya se encontraba haciendo tiros a la canasta, pero no era tan divertido jugar solo…

 

En un momento de desconcentración, uno de sus famosos tiros sin forma rebotó en el aro y la pelota se alejó rebotando sobre el concreto.

Tomó una bocanada de aire y dio media vuelta, para tomar de nueva cuenta su balón, pero sus orbes zafiro se abrieron con suma sorpresa al ver que no estaba solo, sino que había alguien que tal vez llevaba tiempo observándolo.

Un chico lo miraba sin cambiar su semblante tras ser descubierto; tomó el balón y miró fijamente a Aomine.

 

—Cierta chica me dijo que no estabas entrenando, y que tampoco estabas en la escuela. — Habló el chico, sin perder contacto visual. —Sabía que te encontraría aquí.

—Pasaron meses… Kagami. — Fue lo único que respondió el moreno, sintiendo esas inmensas ganas de abalanzarse hacia el pelirrojo y golpearlo… o abrazarlo… lo que pasara primero por su mente.

—Dicen que eres muy fuerte. — Habló Taiga, ignorando olímpicamente el comentario que recién había dicho su amigo.  —Muéstrame.

 

La sorpresa no se hizo esperar en la mirada del moreno. ¿Qué rayos le estaba pasando a su amigo? ¿Por qué actuaba como si éste no lo conociera?

Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar que algo malo estaba pasando con él… o tal vez, el maldito sólo lo hacía para jugar.

 

Pronto notó una pequeña sonrisa en los labios ajenos, y entonces lo supo… si ese idiota quería jugar con él, Daiki le mostraría de qué estaba hecho.

—Entonces ven. Pruébame.  —Retó, y aunque Taiga fuera su amigo que recién había regresado, jugaría con todo lo que tenía… no le daría el gusto de jugar a medias.

 

Kagami desapareció su sonrisa y caminó unos pasos, hasta situarse en medio de la cancha; adoptó una postura de ataque, mientras rebotaba el balón.

Daiki no perdió tiempo y se posicionó para defender; no perdía de vista los movimientos de su adversario; pero en un parpadeo, el pelirrojo avanzó con velocidad increíble y pasó de Daiki.

El moreno tuvo buena reacción y alcanzó a su oponente, y sin mucho problema, le arrebató el balón; ahora era su turno de encestar.

Usando su rapidez, pasó, con un poco de dificultad, la defensa de Taiga y cuando estuvo cerca de la canasta, saltó. Sabía que debía hacer un tiro sin forma, así su adversario quedaría imposibilitado para hacer algo.

 

Pero no contaba con que Kagami actuaría impulsivamente y daría un mega-salto, sorprendiendo al mismo Daiki, quien no sabía de esa capacidad en las piernas de su rival.

El pelirrojo parecía un muro impenetrable, y usando toda su fuerza, bloqueó el tiro del moreno, mandando el balón lejos.

El impacto fue fuerte, a tal grado de que Aomine había perdido su concentración y equilibrio, por lo cual, había caído al suelo.

 

No le importó el golpe en su trasero, mucho menos el balón que había quedado a varios metros de él… por fin alguien le había hecho frente, le había dado una buena muestra de lo que era el básquetbol… Frente a él se encontraba su mejor rival.

Sin pensar en su humillación, levantó el rostro, y lo que vio en el rostro de su amigo no fue superioridad o burla… sino ternura…

 

Una extraña punzada surcó su pecho; un sentimiento extraño y cálido que iba disipándose por todo su cuerpo; una enorme alegría y mucha tranquilidad, pero había un sentimiento más fuerte, el cual no pudo reconocer.

Miró esos ojos rubíes, esa pequeña sonrisa comprensiva, esos rasgos más maduros… habían pasado sólo 6 meses, pero Kagami se notaba más maduro físicamente.

 

Sus pensamientos se detuvieron en el momento en el que notó cómo una mano de su rival era ofrecida, para ayudarlo a levantar. No sabía cuánto tiempo había pasado allí, sentado sobre el piso, y sin pensarlo dos veces, aceptó la mano, sintiéndose levantado por la fuerza de Taiga.

—Te extrañé demasiado. — El pelirrojo mencionó, arrojándose a los brazos de su amigo, olvidando por completo las normas de educación japonesas a las que el moreno estaba acostumbrado.

 

El corazón de Daiki comenzó a latir fuerte al sentir cómo los brazos fuertes de su amigo lo rodeaban gentilmente. Olvidó todo y correspondió el abrazo, con la misma gentileza que el pelirrojo le otorgaba.

Descansó su rostro sobre el hombro contrario, pasando por alto todo lo que había vivido en aquellos seis meses de ausencia de Kagami. En ese momento no le importaba nada más que estar con él.

El orgullo, la ira, la decepción… todos esos malos sentimientos habían desaparecido con sólo un abrazo de Taiga.

 

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Kagami le confesó a su amigo moreno el cómo había regresado a Estados Unidos, la había pasado bien junto a su padre, pero la razón primordial por la que había regresado al occidente era para entrenar.

Omitió la parte en la que quería volverse más fuerte para levantarle la moral a Daiki.

También le contó cómo conoció a Alexandra García, una basquetbolista retirada, quien lo adoptó como su pupilo por esos seis meses, enseñándole muchas cosas nuevas.

Le djo, también, que había aprendido a surfear y que ahora era un hobby que quería seguir practicando.

 

Otra de las cosas que no le comentó a Daiki fue que, esos seis meses se le habían hecho una tortura; cada día que amanecía sobre su cama, su primer pensamiento era para Aomine, sentía desfallecer por no tenerlo junto a él, que extrañaba su voz, su sonrisa, esos ojos zafiro, incluso su tonto egocentrismo.

 

Sincerándose con Alex, ella le ayudó a ver que aquello que sentía por el moreno no era admiración o simplemente cariño de amigos… ese sentimiento era mucho más fuerte y sincero… era amor.

Y aunque al principio Taiga no lo creía, poco a poco se fue convenciendo de que eso era lo que sentía… y lo confirmo al regresar, después de 6 meses y mirar a Daiki jugar solo en esa cancha.

Podía decir que se había enamorado de su mejor amigo.

 

Pero decirlo en voz alta, o hacérselo saber a Aomine era algo que, definitivamente, no iba a hacer… no iba a echar a la basura todos esos años de amistad.

Para él era mejor guardar ese sentimiento, y vivir con él, aprendiendo a esconderlo de buena forma.

 

Para Taiga fue una sorpresa saber que Aomine había entrado a Seirin, tal y como lo había prometido, eso aceleraba más su corazón: el saber que el moreno había pensado en él y por eso había cumplido su promesa.

También se dio cuenta de que… después de su regreso, Aomine ya no lo llamaba por su apellido, sino más bien por su nombre de pila, lo cual no le molestó, sino todo lo contrario.

 

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Tal y como el pelirrojo lo había prometido, envió su solicitud para entrar al equipo de básquetbol de la escuela; Riko pensó que no sería mala idea tener al pelirrojo en la banca, pues también le dejó claro que el equipo estaba completo.

—Tch… él es mejor que todos esos inútiles juntos. — Reclamó Daiki,  hablando sobre su mejor amigo, sin importarle que todos sus compañeros lo escucharan y le reclamaran por tan osado comentario.

—Lo lamento. Ahora que Teppei ha regresado, el equipo está completo. — Habló la entrenadora, mirando al chico trigueño, cuyo nombre había mencionado recién.

 

A pesar de las palabras de la chica, Aomine siguió tratando de convencerla de que Kagami era el mejor jugador, además de él, y que debía estar en los partidos.

Parecía que los ánimos estaban escalando en intensidad, a tal grado de que Kagami trató de calmar a su amigo; si normalmente el moreno era muy hiriente, ahora lo estaba siendo un poco más, debido a que la entrenadora no lograba tener en cuenta a Kagami para los partidos.

 

Kiyoshi Teppei, el central del equipo, decidió intervenir y tratar de calmar las cosas, diciendo lo más inteligente que en ese momento podía decir; además de que la idea que iba a decir no era para nada mala.

—Si es tan bueno… lo retaré. — Asombró con su comentario, sintiendo la mirada de cada uno de los presentes sobre él. —Si puede ganarme en un 1 a 1, entonces le daré mi lugar como central.

A pesar de las quejas de Riko, Teppei no planeaba echarse para atrás.

El capitán del equipo, Hyuuga Junpei, y la misma Riko Aida sabían de la lesión en la rodilla de Teppei, por lo que pensaron que, después de todo, no sería una mala idea aquel reto entre los dos chicos. Si ganaba Kagami, significaba que Teppei no se expondría a que su lesión se agravara más.

 

—De acuerdo, entonces se decidirá así. — Estuvo de acuerdo la entrenadora.

Aomine, tras escuchar las palabras, miró con complicidad a su amigo, regalándole una sonrisa triunfadora.

—Ahí lo tienes… gana, Taiga. — Dio ánimos, sin pasar desapercibida la mirada de miedo y sorpresa del pelirrojo.

—Pe…pero… jamás he jugado como central… — Confesó el pelirrojo.

—Sólo juega como lo has hecho todos estos años conmigo. — La sonrisa que el moreno le regaló al otro fue convincente y tranquilizadora.

Era cierto, Kagami sólo tenía que ganar ese partido… así podría jugar al lado de su mejor amigo.

 

Cuando ambos estuvieron listos, se colocaron en medio de la cancha; todos los demás miembros del equipo se amotinaron alrededor para presenciar el partido.

Aomine sabía quién iba a ser el vencedor, pero no podía perderse la oportunidad de observar el momento en el que la entrenadora le dijera que Kagami sería un jugador regular.

 

Y así empezó el partido, con Teppei atacando, y Kagami defendiendo.

El trigueño no debía ser un genio para notar, después de un par de movimientos, que el pelirrojo estaba fuera de su alcance… Taiga era rápido, era ágil, era entregado… y supo que no había posibilidades para él de ganar contra aquel chico pelirrojo que despedía un aura salvaje.

 

20 minutos bastaron para que Riko decidiera dar por finalizado el partido, percatándose de todas las canastas que Taiga había encestado, contra las pocas canastas de Teppei.

No había duda; todos estaban asombrados del desempeño del pelirrojo… si comparaban a Taiga, podían fácilmente decir que él y Daiki estaban casi al mismo nivel deportivo… Kagami estaba al mismo nivel de la Generación de los Milagros.

—Esos tontos no podrán contra nosotros. — Musitó el capitán Hyuuga, en un afán de que sólo la entrenadora lo escuchara; y ella de inmediato supo de quién hablaba el capitán.

—Ganaremos los campeonatos. — Una sonrisa pequeña se mostró en el rostro de ella, observando cómo Daiki se acercaba al pelirrojo, tal vez a felicitarlo.

 

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Tal y como ambos amigos lo pensaron, estar en el mismo equipo, teniendo las mismas responsabilidades después de la escuela, los tuvo contentos, pues ahora pasaban más tiempo juntos.

Aomine se sentía feliz al ver las sonrisas tiernas que el pelirrojo le dedicaba durante los entrenamientos, y Kagami sentía su corazón latir rápido cuando el moreno le regalaba miradas tiernas. Esas eran las pequeñas cosas que ambos notaban y que les hacía el día.

 

Los demás miembros del equipo de Seirin notaron el enorme cambio en Daiki; éste se molestaba menos, llegaba a entrenar puntual, incluso bromeaba un poco con todos ellos; era increíble que el mismo Kagami Taiga no sabía lo que provocaba en Aomine, pues estaban seguros que ese cambio radical se debía al central pelirrojo.

 

Después de los entrenamientos, Kagami y Aomine a veces se dirigían a Maji Burger a comer, u otras veces sólo iban al departamento de Taiga, donde éste cocinaba y pasaban un buen momento.

 

Pero no pasó mucho tiempo cuando a Daiki lo empezó a atacar la incertidumbre por una razón específica: el cuerpo de Kagami Taiga…

Después de los entrenamientos, algunos miembros del equipo aprovechaban para ir a las regaderas y darse una ducha, para deshacerse del sudor acumulado. Daiki y Taiga también lo hacían.

Y aunque el moreno no lo quisiera, no podía evitar que sus ojos se dirigieran hacia el cuerpo de su amigo, notando esos hombros fornidos, esa ancha espalda y esos pectorales bien formados… no entendía por qué el cuerpo de éste le causaba curiosidad… una curiosidad que no había sentido antes, mucho menos por él.

Tampoco entendía cómo era que el pelirrojo había adoptado esa masa muscular en sólo seis meses que había estado en Estados Unidos.

 

Por más que trataba de evitarlo, su curiosidad ganaba y sus ojos se dirigían hacia el pecho desnudo del pelirrojo. Aprovechaba el momento en el que Taiga se encontraba distraído buscando su ropa o tratando de cambiarse para mirarlo.

 

Sabía que aquello estaba mal.

¿Acaso era simple curiosidad?

¿Por qué sentía esa necesidad de seguirlo observando, esa necesidad de delinear esos músculos con sus ojos?

Prefirió callar sus pensamientos y mantenerlos bien escondidos. Sólo eso era: curiosidad, tal vez muy dentro de él, también esperaba tener músculos similares… sí… eso era.

 

Por otro lado estaba Kagami, quien sentía su corazón saltar cuando el moreno le regalaba esas sinceras sonrisas, o cuando hacía algo fuera de lo común sólo por él, como cancelar sus citas con las chicas que lo asediaban, sólo por ir al Maji Burger con él… eran esos pequeños detalles que le hacían pensar que tal vez Aomine lo miraba de una forma diferente.

Pero entre más lo pensaba, más llegaba a la conclusión de que su mente le hacía ver cosas que no eran.

Daiki era su amigo… su mejor amigo, esa persona que había conocido prácticamente toda su vida, aquellos gestos lindos eran sólo de amistad… de cariño.

Sabía que el moreno era heterosexual, pues desde chico dio a entender sus gustos, mediante revistas de modelos semidesnudas, o más recientemente, saliendo con tanta chica lo invitaba a salir.

 

Kagami no se había interesado románticamente en nadie más… era cierto que tenía amigos cercanos, como Kuroko y Himuro, pero ninguno de esos dos chicos le atraían de otra forma… era Daiki, sólo él de quien se había enamorado.

 

Enamorado de su mejor amigo… y no sólo eso, sino que ese amigo era totalmente heterosexual…

Sí… nada mejor que eso.

En definitiva, la vida le estaba haciendo una cruel jugarreta.

 

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Ya con 17 años, cursando el segundo año de la preparatoria, y habiendo ganado la Winter Cup, después de un partido muy estresante contra Rakuzan, Aomine y Kagami seguían siendo los mejores amigos.

Después de ese partido final, ambos fueron apodados como “el par dorado”, dos chicos que hacían estupendas jugadas en equipo, era como si ambos estuvieran conectados; no era para menos, pues habían crecido jugando juntos; se habían acostumbrado al juego del otro, por lo que les era más fácil adivinar el movimiento siguiente de su compinche.

Así fue como rápidamente, llamaron la atención de compañeros y rivales.

 

Todos los del equipo de básquetbol, incluso los estudiantes de la escuela, sabían que esos dos chicos eran inseparables, pero eran a la vez muy diferentes: Daiki era un tipo egocéntrico, creído, mujeriego, y no le importaba otra cosa más que el básquetbol; Taiga era comprensivo, penoso, hasta cierto punto y  hasta ese momento no se le había conocido alguna relación amorosa, lo cual, dejaba dudando tanto a chicas como a chicos sobre su sexualidad; claro que esto último a Daiki no le importaba en lo más mínimo, para él era mejor no compartir a su mejor amigo con nadie.

 

Algunos estudiantes pensaban que entre Aomine y Kagami algo pasaba, pero después miraban al moreno con una chica diferente cada semana, y dejaban los raros pensamientos de lado.

No muchos podían entender cómo era que dos chicos tan diferentes fueran casi inseparables.

Pocos eran los que sabían que aquellos dos se habían conocido de niños y desde entonces se habían vuelto mejores amigos.

 

Satsuki Momoi y Kuroko Tetsuya se habían dado cuenta del extraño comportamiento entre los dos ases del equipo de Seirin; se fijaban en esas miradas que Daiki le regalaba a Kagami, y de las sonrisas que éste último mostraba al moreno…

Pero no querían meterse en esos asuntos, pues siempre cabía la posibilidad de que estuvieran equivocados.

Por lo mientras, tanto Kuroko, como Satsuki se habían enamorado, después de3 años en Teiko y 1 año en Seirin; por fin el chico peliceleste se había dado cuenta de esos sentimientos que guardaba hacia Satsuki, por lo que decidió rendirse ante ellos y empezar una relación con ella, para sorpresa de Taiga y Daiki, quienes, como buenos amigos de la infancia de la chica pelirrosada, aceptaron a Tetsuya.

 

~*~

 

Domingo por la tarde, Kagami se encontraba en casa, preparando algo rápido para comer; se sentía cansado y no quería cocinar algo tan elaborado.

No había sabido de su amigo moreno desde el día viernes en la tarde, después de que éste se fuera a casa, despidiéndose de él, como ya era costumbre.

Prefirió no buscarlo, llamarlo o mandarle algún mensaje, parecía que el moreno estaba muy ocupado, por lo cual, prefirió no molestarlo.

 

Estaba a punto de terminar de hacer la comida, cuando escuchó el timbre de la puerta sonar.

Por la forma en la que hicieron sonar el timbre, supo que no se trataba de otra persona más que de su mejor amigo.

No pudo suprimir la sonrisa que se dibujó en su rostro, y ese extraño latir de su corazón, que se aceleraba ansioso por ver a Daiki.

 

Dejó lo que estaba haciendo y caminó tranquilo por el pasillo, cuando en realidad quería correr hasta la puerta para recibir a su amigo.

Giró el picaporte de la puerta y notó a un muy sonriente Daiki. Una extraña sensación recorrió su cuerpo al notar la inmensa sonrisa que el moreno portaba en sus labios; ese gesto no era nada típico de éste.

 

—¡Hola, Taiga, mi amigo! ¿Cómo estás? — Saludó con mucha animosidad, pasando a un lado del pelirrojo, para entrar al departamento, como ya era una costumbre.

Kagami permaneció en silencio; cerró la puerta tras haber entrado el moreno y fue a reencontrarlo en la sala, sentándose a su lado, ya que sabía que el moreno le diría el motivo de tanta felicidad repentina.

 

—Tengo algo que contarte. — Habló el moreno, girando un poco sobre el sillón, para hablar frente a frente con el pelirrojo.

—Supongo que algo bueno pasó. — Habló con curiosidad, intentando ocultar su emoción… ya le era bien sabido que esas emociones que nacían en Daiki, eran compartidas por Taiga.

Pero la sonrisa del pelirrojo se desvaneció al escuchar lo siguiente:

—¿Recuerdas a esa chica, amiga de Satsuki? Esa con buenos pechos.

Taiga trató de no cambiar el semblante de su rostro, pero le fue imposible. Desvió su mirada y la situó en alguna parte de la sala, evitando el contacto visual con su amigo, temiendo lo que éste le confesaría.

—Su nombre es Aiko, el viernes fui a su casa, y sus padres no estaban. Ella se puso muy cariñosa y empezamos a tocarnos…—

 

Taiga dejó de escuchar la anécdota de su amigo, por el bien de ese corazón suyo que sentía cómo era apuñalado con cada palabra.

Aunque había decidido hacer oídos sordos, una frase específica, fue la que lo hizo volver a escuchar al moreno.

—¿Qué dijiste, Daiki? — Cuestionó, deseando a todos los cielos porque sus oídos hubieran escuchado mal.

—Dije que lo hicimos…—

—¿Hiciste qué? — Claro que sabía a qué se refería el moreno, más bien no quería aceptarlo del todo.

—Tch… sexo, Taiga… tuve sexo con ella.

 

Sintió claramente cómo algo, dentro de su pecho, moría lentamente ante la confesión.

No se suponía que una confesión así le afectara… es decir, sabía cómo era Aomine; sabía que no tardaría mucho para que el moreno perdiera su virginidad con alguna chica de buena delantera, pero… jamás esperó que aquello doliera demasiado.

Ésta vez no evitó el contacto visual, se enfocó en esos ojos zafiro de Daiki, pero era como si su visión estuviera borrosa, como si sus oídos hubieran dejado de funcionar… sólo miraba una borrosa imagen de Aomine entusiasmado, seguramente contando cada detalle de cómo había perdido la virginidad.

 

Volvió a la realidad al sentir un toque suave en su mejilla, producto de la mano morena de Daiki.

—¿Estás bien? — Cuestionó el moreno, denotando una mirada de preocupación.

El pelirrojo no entendió nada, hasta que sus sentidos se activaron y pudo percibir esa sensación de humedad en una de sus mejillas.

No se había dado cuenta de la lágrima que había escapado de  su ojo, la cual, ahora tenía muy preocupado al moreno.

—Ah… no sé qué pasa… — Se levantó de un golpe del sillón, limpiando con su mano lo que quedaba del rastro de la lágrima.

 

Daiki estuvo a punto de seguir a su amigo, pero claudicó al escuchar el timbre de su celular. Tras notar el nombre que aparecía en la pantalla, supo que no debía hacer esperar a esa persona que llamaba.

 

Kagami pudo escuchar la pequeña conversación que Daiki entablaba con su mamá, quien había hablado por teléfono; seguramente ella lo reñía por pasar demasiado tiempo fuera de casa. El pelirrojo sabía que era la única causa de tantas llamadas de la señora Aomine.

Después de todos esos años, la madre de Daiki aún no aceptaba a Kagami; aún recordaba aquella anécdota de infancia, y sabía que esa era la razón por la que no le agradaba a la señora Aomine.

 

—Demonios, debo irme, mamá está muy molesta. — El peliazul habló, sacando de sus pensamientos a su amigo. Antes de caminar hacia la salida, se dirigió hacia el pelirrojo y posó una mano sobre su hombro, recibiendo aquella mirada de sorpresa de los orbes rubíes. —Lamento si te incomodé con mi anécdota… ahora entiendo que tú… — Pausó un poco sus palabras, sin saber si seguir o no. —…tienes… otros gustos…

Antes de que Kagami pudiera decir algo, Daiki salió de allí tan pronto como pudo.

 

¿Qué demonios había pasado? ¿Cómo la situación entera había terminado de esa forma?

Ahora tenía dos temas de qué preocuparse: el enamoramiento hacia su mejor amigo, y el ‘salir del clóset’

 

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Después de todo, la relación entre ambos no cambió.

Daiki sabía la verdad en relación a la orientación sexual de su mejor amigo, pero parecía no importarle.

Aun así, Kagami tenía esa enorme necesidad de hablar con él, y, aunque éste lo supiera, confesarle a su amigo que era gay.

 

La oportunidad se dio cuando ambos habían terminado de comer en Maji Burger y prefirieron permanecer un poco en el lugar, antes de ir a casa. Era ya de noche y no había mucha gente en el lugar; así que, juntando todo su valor, Kagami se atrevió a hablar.  

Le dio muchas vueltas al asunto; el moreno notó el nerviosismo característico de su amigo, pero no lo interrumpió.

Hasta que por fin cayó la bomba.

 

—Ya lo sabía. — Confesó Aomine, regalándole a su amigo una pequeña sonrisa, tras haber escuchado la verdad. —Siempre lo sospeché, Taiga…

Kagami lo miró con suma sorpresa, quedó mudo; era claro que el moreno lo sabía pero… ¿Acaso había sido muy obvio?

Daiki pareció leer su mente, por lo cual prosiguió hablando:

—Lo sospeché desde secundaria… Siempre que hablaba sobre Mai-chan tú parecías incomodarte mucho. También te comentaba sobre varias chicas lindas de la escuela y tú sólo respondías ‘no es linda’.  — El tono gentil en la voz del peliazul se escuchaba.

—Siempre creí ser muy cuidadoso.

—Somos mejores amigos, debía saberlo aunque tú no me lo dijeras.

 

La aceptación en el rostro de Daiki fue lo que hizo que Kagami se sintiera más libre, con un peso menos sobre su espalda.

A su mente llegó ese recuerdo en donde Daiki lo besaba, cuando niño… era un recuerdo que jamás iba a borrar de su mente.

Sus pensamientos regresaron al presente, dando gracias, internamente, porque sabía que su mejor amigo no lo trataría indiferente ante sus ‘gustos diferentes’.

 

—Eh… Creo que es mi turno de confesarte algo… — Daiki pensó que era el mejor momento también de sincerarse. Lo que recibió como respuesta fue un leve movimiento de cabeza de Taiga, en el que lo incitaba a seguir hablando. —¿Recuerdas a Aiko?

—La chica con la que… — Dejó su comentario a medias, recibiendo una afirmación con un movimiento de cabeza de Daiki.

—Bueno… le pedí que fuera mi novia.

 

El que Aomine hubiera confesado algo así, era porque esa chica de verdad le atraía la atención a su amigo. Trató de que las palabras no le afectaran… qué fácil era decirlo, porque la verdad era que Taiga se sentía morir en ese mismo instante.

—Por fin te animas a tener novia. — fue lo que pudo decir, culpándose internamente por un comentario tan tonto.

—Es que… ella es tan linda, sabe cocinar muy bien, también le gusta mucho mirar el básquetbol…

Kagami trató de aparentar que nada pasaba y que la conversación le estaba resultando muy interesante.

Tenía que decir algo, y más cuando el moreno lo miraba con mucha ilusión, así que dijo lo primero que se le ocurrió.

—Suena a que es una buena chica. ¿Cuándo puedo conocerla? —Parecía que la respuesta había dejado complacido al moreno, quien con animosidad, sacó de inmediato su celular y comenzó a buscar en él.

—¡Mira! Es ella… — Daiki le dio el celular al otro chico, mostrándole una foto de aquella mujer quien ahora era su novia.

 

La sorpresa nuevamente embargó a Taiga al mirar la foto y darse cuenta de la apariencia de la chica… La tal Aiko tenía piel color caramelo; ojos cafés, y… el color de su cabello fue lo que más le llamó  la atención, ya que ella tenía cabello rojizo, pero no parecía ser natural, sino más bien entintado.

Una sensación extraña, pero placentera apareció en su pecho tras ver la foto… ¿Por qué Daiki salía con una chica que tenía rasgos similares a los suyos?

Prefirió no decir nada y permanecer con esos pensamientos, que ahora podían ser convertidos en ilusiones.

 

—¿Verdad que es linda? — Inquirió Daiki, mostrando una sonrisa ante sus palabras.

—Pues… sí… — No respondió más. Sin indagar más en la foto de la chica, le regresó al moreno su celular, sintiendo una pequeña luz de esperanza dentro de él.

 

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Toda la escuela se había enterado de que uno de los ases del equipo, y uno de los llamados “par dorado” tenía una relación. Fue inesperado para todos los estudiantes, pues sabían sobre los rumores que decían que ninguna chica podía atrapar al gran Aomine Daiki.

 

La realidad era que, las primeras tres semanas de esa relación, el moreno se había visto feliz y tranquilo; incluso Aiko iba a las prácticas de Seirin, por el mero gusto de apoyar a su novio.

Taiga no podía negar que se sentía mal por la presencia de la chica… obvio, eran celos, y el pelirrojo podía distinguirlos a la perfección.

Daiki, por su parte, se dio cuenta de que su mejor amigo prefería permanecer al margen; siempre que él salía con Aiko, Taiga prefería inventarse cualquier excusa para no acompañar a la pareja, cuando lo que el moreno anhelaba era que su novia y su mejor amigo se llevaran bien… parecía que eso jamás iba a ocurrir, gracias al alejamiento de Kagami.

 

Fue en la cuarta semana que Daiki se empezó a ver más molesto, todo le enojaba, ni su mejor amigo podía hacerle algún comentario porque aparecía ese lado agresivo suyo.

La razón era muy simple, al menos ante los ojos de Taiga: Aiko estaba limitando mucho a Daiki.

La chica empezó a tomar una actitud diferente: siempre esperaba por Daiki fuera de su casa, para juntos ir a la escuela; siempre lo esperaba después de clases para acompañarlo al gimnasio; siempre estaba allí para ver al moreno practicar, y al final de dichas prácticas, lo acaparaba, para convencerlo de ir al Maji y comprar comida rápida.

 

Era obvio que a Aomine no le agradaba para nada ser limitado de esa forma, y fue entonces que, antes de que su relación cumpliera un mes, Daiki la terminó, alegando que estaba mejor con su soltería. Y tal vez esa era la razón más sincera que podía dar el 5 de Seirin.

 

Tan pronto terminó la relación entre Aomine y Aiko, Kagami decidió tratar de levantarle el ánimo, aunque no había nada que hacer; el peliazul se veía más feliz con su soltería.

 

~*~

 

Casi al finalizar el año escolar, Satsuki recibió una beca para estudiar en el extranjero; sabía que aprovecharla era lo mejor, sin embargo, no quería dejar a su novio Kuroko Tetsuya, ese chico del que había estado enamorada desde Secundaria.

Sin embargo, el peliceleste habló con ella y, además de hacerle saber que debía aprovechar la oportunidad, prometió alcanzarla cuando sus estudios en Seirin terminaran.

Hicieron una promesa inquebrantable, que ambos planeaban cumplir.

 

Cuando llegó el día, Kagami, Aomine y Kuroko fueron a despedir a la chica pelirrosa al aeropuerto; no debo especificar que Satsuki se puso demasiado triste, e incluso soltó algunas lágrimas, pero sabía que era lo mejor.

El avión pronto partió y aunque el rostro de Kuroko fuera inexpresivo, tanto Taiga como Daiki sabían que éste estaba sufriendo mucho.

Claro que los ases del equipo de Seirin también sufrían, pero no del mismo modo; sentían tristeza, pero también estaban felices por Momoi… sabían que podrían reponerse teniéndose el uno al otro.

 

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El tiempo pasaba, cursaban ya el tercer y último año de Preparatoria; el equipo de básquetbol de la escuela Seirin ya era de renombre, temido y admirado por muchos. Nadie se imaginó de dos chicos, que eran apodados ‘el par dorado’ llevarían a su equipo a ganar varios campeonatos en dos años, venciendo a equipos fuertes.

 

Aomine había dejado de salir con chicas, después de su relación fallida con Aiko; se dio cuenta de que las chicas eran muy molestas, celosas y autoritarias… definitivamente no quería eso en su vida de nuevo.

Su único amor seguía siendo Mai-chan y sus revistas eróticas.

 

Por otra parte, Kagami había dejado un poco de lado esa timidez que lo caracterizaba y se aventuró a tener un par de citas, que no le habían resultado nada bien.

No hacía mucho tiempo que Mibuchi Reo, el anterior escolta del equipo de Rakuzan, se había fijado en él, y Taiga, siendo osado, decidió darle una oportunidad y acordar una cita con él.

 

Aomine, cuando supo, de boca de su mejor amigo, sobre la cita, se sintió inconforme… conocía a Reo, y sabía que era muy coqueto, muy libertino, y además demasiado atrevido para Taiga… ¿Qué podía esperar de alguien que ya estudiaba la Universidad?

Pero… ¿Qué pasaba si al final de cuentas ambos de verdad se gustaban?

Una sensación nada buena apareció en su cuerpo…

No, en definitiva Reo no era compatible con su pelirrojo mejor amigo… se repetía una y otra vez…

No… Reo no era el tipo adecuado para Kagami, y por supuesto que se lo hizo saber al pelirrojo, pero éste contestó con un serio “’¿Acaso estás celoso?”, dejándolo completamente mudo.

 

¿Estaba celoso? ¿Acaso eran celos esa sensación desagradable que sentía en ese momento? Y si eso fuera… ¿Celoso de qué? ¿De que Kagami pudiera tener una cita? O más bien… De que alguien que no era él saliera con el pelirrojo…

No, no podía ser eso…

Se deshizo de sus extraños pensamientos y se tumbó sobre el sofá de la estancia del hogar de Kagami, ese departamento que su padre le había dejado.

—No me iré de aquí hasta que hayas regresado. —Dijo con firmeza, antes de que el pelirrojo pensara en salir de casa para su cita, haciendo de cuenta que el asunto no le importaba demasiado, y simplemente se escudó en esa revista erótica que compraba semanalmente.

—No estoy seguro a qué hora volveré… así que no me esperes despierto. — Contestó Taiga, escuchando un gruñido de parte del moreno, para luego salir de allí.

 

Aomine escuchó la puerta de la entrada cerrarse, y no pudo evitar dejar salir otro gruñido de su boca, para luego levantarse rápido y aventar la revista que hacía minutos estaba leyendo.

Tenía un conflicto consigo mismo… sentía mucho enojo, quería salir por esa puerta, alcanzar a Taiga y hacer que éste regresara al departamento, para juntos pasar una noche mirando televisión, como esas tantas veces que lo habían hecho.

Una mano recorrió su cabello azulado, trató de calmarse y no ser tan posesivo con su propio amigo; después de todo, Taiga tenía todo el derecho de salir con quien él quisiera.

 

Se tranquilizó, tomó el control remoto y encendió el televisor; tal vez lo mejor que podía hacer era dormir, así el tiempo se pasaría rápido sin que él se diera cuenta.

 

Y así lo hizo; dormir era una de las cosas que sabía hacer a la perfección.

 

Despertó cuando escuchó cómo el cerrojo de la puerta principal sonaba, y de inmediato supo que Taiga había regresado.

Con los ojos medio abiertos alcanzó su celular y miró la hora… 12:30 de la noche… suponía que el pelirrojo había pasado una divertida noche, como para llegar tan tarde.

—Lamento despertarte. — Se disculpó Taiga, inmediatamente que entró y miró cómo, con dificultad, el peliazul se sentaba sobre el sofá. —No tenías que esperarme toda la noche. Te dije que llegaría tarde. — Regañó, sabiendo que ahora el moreno no podía ir a casa, pues ya no era la hora indicada para ello.

—¿Cómo estuvo tu cita? —Era lo único que le importaba a Daiki. Talló sus ojos y notó cómo el otro chico dejaba su saco sobre el sillón y tomaba asiento a su lado, soltando un suspiro hondo.

—Bueno… Reo es alguien fascinante… —habló, sin saber que el cuerpo de su amigo se tensaba ante la confesión. —…pero… no creo que sea mi tipo. Es muy femenino.

 

Daiki sintió un gran alivio al escuchar esas palabras. Por fin volvió a respirar tranquilo al saber que ese chico pelinegro universitario no era el tipo para Kagami.

—Pff como lo imaginé. —Dijo sintiéndose superior. —Esos tipos no van contigo.

—Tch. Tú no sabes nada, idiota… — dijo en tono de broma, lanzándose hacia el moreno para empezar una boba y común guerra entre ambos.

 

Una serie de risas, golpes simulados y empujones empezó, tanto así que ambos cayeron al piso, quedando sobre la alfombra, sin dejar de jugar rudo.
Kagami podía decir que amaba con demasía ese sonido bello de la risa de Daiki, esas manos que ahora lo agarraban con una agresión simulada y ese cuerpo de dioses que se encontraba debajo de él.

 

El repentino forcejeo terminó cuando Taiga tomó ambas muñecas de Aomine y las colocó a los lados de la cabeza del moreno, mientras su cuerpo aprisionaba a su amigo al piso.

Los ojos zafiro de Daiki miraron a Taiga con la pregunta contenida; un repentino sonrojo leve apareció en sus mejillas; permaneció completamente congelado, percatándose de la forma tierna en la que el pelirrojo lo miraba.

Taiga parecía no darse cuenta de lo que hacía: estaba sobre Daiki, manteniéndolo sin posibilidad de moverse, observándolo con mucha añoranza, pero sobre todo amor.

El moreno permaneció en silencio, simplemente fijando su mirada en esos ojos rubí y en la forma en la que el otro chico lo miraba.

 

Por fin Taiga parecía haber escapado del trance; cuando se dio cuenta de que estaba sobre su amigo, de inmediato se quitó, sin saber qué bicho le había picado para que llevara las cosas tan lejos en esa ocasión.

—Lo siento, Daiki… —Habló, levantándose rápido, luego ofreciéndole la mano al moreno para ayudarlo a levantarse, cosa que éste aceptó.

El moreno se paró con ayuda de su amigo, pero no dijo nada al respecto, parecía que decir nada era lo mejor que podían hacer ambos.

—Ummm ¿Quieres pizza? — Sorprendió el peliazul, poniendo esa típica cara de aburrición.

Kagami asintió con la cabeza, a la vez, formando una sonrisa grande en sus labios.

Cómo amaba pasar el tiempo con Daiki, comiendo pizza y mirando televisión, era una de las cosas más sencillas, pero que más amaba de su tiempo libre.

 

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Kagami podía fácilmente decir que se estaba volviendo loco.

Amaba con locura a su mejor amigo de la infancia; amaba con locura a ese tipo egocéntrico y superior… lo amaba demasiado…

Cada día que pasaba era peor; esas risas sonoras, esas sonrisas bellas, esas miradas gentiles y esos roces accidentales.

No podía soportarlo más… creyó que ya había soportado mucho tiempo sintiéndose así por Daiki.

Pero no podía confesarse, no podía arruinar una amistad de toda la vida sólo por sus sentimientos… menos cuando sabía que su amigo era heterosexual.

Pero dolía ese sentimiento… dolía no ser correspondido, no estaba seguro de cuánto tiempo más podía seguir así.

 

Sus respuestas llegaron como caídas del cielo, cuando un fin de semana su padre le llamó para preguntar cómo iban las cosas con su vida en Tokio.

Taiga, tras darle a entender que todo iba bien, el señor Kagami recordó que su hijo estaba a punto de concluir sus estudios en Seirin, y que sería buena idea que pensara en su futuro, así como darse la oportunidad de regresar a vivir con él a Estados Unidos y que siquiera sus estudios en una Universidad local.

Al principio, la idea de irse de Tokio no le agradó para nada a Taiga, pero entre más pensaba en sus sentimientos hacia Daiki, y en lo mucho que dolía… la idea de regresar a donde su padre, era más realista… No podía ser tan malo regresar a Estados Unidos y concluir una carrera ahí.

 

¿Podría ser tan cobarde? ¿Tan cobarde como para irse así sin más a Estados Unidos, justo como lo había hecho anteriormente?

Debería pensar bien si quería irse o permanecer en Tokio, aún tenía tiempo y sabía que debía aprovecharlo bien.

 

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Las clases estaban por terminarse, otro ciclo escolar llegaba a su fin, pero no era cualquier ciclo escolar, sino uno en el que Aomine y Kagami se graduarían para ir a la Universidad.

Aomine estaba feliz, pues sabía que su amigo estaría junto a él, como lo había hecho durante todos esos años; ni la Universidad impediría que ellos dejaran de frecuentarse.

Lo que no imaginaba es que Taiga había pensado en irse de allí, y ya había tomado una decisión al respecto. No le había dado a conocer a Daiki su decisión, pues no había encontrado un momento preciso para ello, además de que no sabía cómo decírselo; confesar algo como eso sería difícil, no sólo para el pelirrojo, sino también para Aomine.

 

El moreno varias veces le había hecho saber al pelirrojo su decisión por estudiar en cierta universidad renombrada, que le ofrecía una beca por el simple hecho de ser un buen jugador y tener un futuro en el basquetbol. Y a pesar de que había tratado de persuadir a Taiga, para que éste le dijera a qué universidad asistiría, el pelirrojo siempre cambiaba de tema o decía su típica frase “es un secreto”, cosa que dejaba pensando a Daiki… pero al final de cuentas el moreno no iba a presionarlo; mientras su mejor amigo estuviera junto a él, él sería feliz.

 

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Para finalizar el curso de buena forma, se organizó un baile de graduación, en la que sólo asistirían chicos de tercer año de preparatoria, así como sus parejas de baile.

La reunión de graduados sería en un salón de fiestas muy grande, con bocadillos especiales y adornos alusivos a la ocasión; la fiesta iba a ser amenizada por un dj, que era lo más contemporáneo y lo que más les gustaba a los adolescentes.

 

Era una noche de cielo nublado, a pesar de eso, el clima cálido podía sentirse y en la pista de baile muchas parejas demostraban sus mejores pasos.

Aomine había decidido pedir prestado el auto a su padre, pues el salón del evento no era cercano a su casa, mucho menos a la de Kagami. Decidió invitar a una chica que lo había estado acosando por un par de semanas, por el simple hecho de no ir solo a la reunión; muy a diferencia de Kagami, quien decidió ir solo a esa fiesta.

Sobraba decir que Kagami se sentía incómodo en ese auto conducido por su mejor amigo; sentado en la parte de atrás, sólo escuchaba la plática que la chica de apellido Anzai tenía con Daiki; la chica hablaba de lo entusiasmada que estaba por llegar a la reunión y que todas sus amigas notaran que Aomine Daiki era su pareja por esa noche.

Kagami conocía demasiado bien a su amigo, y sin necesidad de mirar el espejo retrovisor, para ver su rostro ante todas las palabras de la chica, podía saber que Daiki estaba hartándose de la plática sin sentido de Anzai.

 

Tan pronto llegaron al lugar, Daiki se apresuró a estacionar el auto y salir de éste, siendo un caballero y caminando hacia el otro lado del auto, para abrir la puerta del copiloto y dejar que su cita por esa noche descendiera del automóvil.

 

Tan pronto las tres personas entraron al salón, la chica, prácticamente arrastró a Daiki hacia sus amigas, perdiéndose ante la vista de Taiga, quien ya se imaginaba que algo así pasaría.

Soltó un suspiro y se dirigió hacia una mesa, donde una persona estaba sirviendo bebidas.

—Llegas tarde, Kagami-kun. —Una voz a sus espaldas habló, haciendo que el nombrado saltara en su lugar asustado.

—¡¡Kuroko!! ¡Joder, no me asustes así!

—Lo siento. — El peliceleste no evitó mostrar una diminuta sonrisa. —Supongo que llegaste aquí con Aomine-kun. ¿Dónde se encuentra él? — Cuestionó el peliceleste.

El pelirrojo no respondió, sólo se limitó a señalar con el dedo; a lo lejos podía verse cómo Daiki era rodeado de muchas chicas que le sonreían tiernamente y felicitaban a Anzai por haber sido la afortunada cita del moreno por esa noche.

—Ya veo que Aomine-kun es muy popular. —Kuroko dijo, pasando por alto el preguntar por la pareja del pelirrojo por esa noche, ya que suponía que éste había ido solo, justo igual que él.

 

~*~

 

La noche pasaba, Kuroko y Kagami decidieron hacerse compañía, ya que ambos habían ido sin pareja al baile, lo cual había sido tonto, en realidad, pero no querían dejar pasar la oportunidad de ir a una fiesta hecha para ellos.

Las parejas bailaban todo tipo de música, parecían estar teniendo un buen momento, y más las parejas que en realidad eran novios.

 

Durante el tiempo que habían estado allí, Daiki se había dedicado a bailar con su pareja, aunque ésta no lo había soltado en ningún momento, ni siquiera para que el moreno fuera a pasar un poco de tiempo con Kagami y Kuroko.

Pero bueno, se suponía que era un baile, y eso era lo que estaba haciendo el moreno.

 

Kagami no sabía qué hora era, de lo que sí estaba seguro era que no estaba teniendo un buen momento, en realidad estaba aburriéndose; Kuroko había encontrado a algunos compañeros de salón, con quienes comenzó a hablar amenamente, y a pesar de que un par de chicas invitaron a bailar al pelirrojo, él tuvo que rechazarlas… no quería bailar con ellas, no quería estar con ninguna chica… quería estar con él… con Aomine Daiki, quien parecía estar pasándola bien con su cita.

 

Pensó que había tenido suficiente cuando el dj puso una canción lenta, para bailar acarameladamente con  tu pareja; al notar cómo la cita de Aomine se acercaba a éste y lo abrazaba melosamente, y cómo el moreno accedía a bailar de esa forma, dio media vuelta, dispuesto a irse.

—¿Te irás así, Kagami-kun? — Cuestionó el peliceleste, tan pronto como vio que el pelirrojo se escabullía.

—Ah… sí… creo que es hora de que me vaya a casa. Nos veremos después. — El pelirrojo no le dio tiempo a Tetsuya de decir nada más, cuando salió precipitadamente, sin mirar atrás.

Al salir, de inmediato notó el ambiente, el piso estaba mojado y el clima era un poco frío....había llovido, dejando paso a los charcos en la calle; miró el cielo, esperaba que no volviera a llover, al menos por un rato

 

Kuroko la estaba pasando bien en compañía de sus amigos de salón, pero no pensó que el pelirrojo estuviera pasándolo tan mal como para querer salir de allí. Pero cuando enfocó su vista en la pista de baile y miró lo cerca que Aomine bailaba con aquella chica, entendió todo a la perfección.

Hacía algún tiempo que Taiga se estaba comportando extraño, y como el buen observador que Kuroko era, se había dado cuenta de algunas cosas extrañas que pasaban entre él y el moreno; parecía que lo mejor era no involucrarse en esos asuntos.

 

Aomine debía aceptar que estaba feliz por haber encontrado una pareja de baile tan fenomenal, pero esa fantasía de que fuera Taiga quien bailara con él no desaparecía de su mente… Por más que trató de olvidar el asunto, no pudo…

No, por supuesto que no era gay… lo suyo, con su amigo, era mera amistad… tal vez ya estaba tan acostumbrado a Taiga que quererlo en su vida ya era algo normal.

¿Acaso un chico no podía fantasear con bailar con su mejor amigo de esa forma? Okay, entre más lo pensaba, más llegaba a la conclusión de que debía dejar de pensar en cosas absurdas.

 

Trataba de olvidar sus raros pensamientos, pero nada ayudaba; menos cuando giró el rostro, para encontrar a aquel chico que lo hacía fantasear de forma extraña y no lo encontró donde apenas, unos minutos atrás, lo había vislumbrado.

Kuroko se encontraba conversando con sus amigos, pero junto a él no había rastro de Kagami.

 

Como si fuera cosa de algún impulso, se detuvo, dejando extrañada a la chica con quien estaba bailando.

—¿Todo bien? — Cuestionó Anzai, su cita de esa noche.

—Espera aquí… volveré en un minuto. — Confirmó el moreno, sin decir nada más y caminando hacia donde se encontraban Kuroko y sus compañeros.

Pero la chica no le haría ningún caso y seguiría a Daiki hacia donde éste iba.

 

Tetsuya notó al instante cómo su amigo de piel chocolate se acercaba a él; no debía ser un genio para saber lo que a continuación el moreno preguntaría.

—Tetsu. ¿Has visto a Kagami? — Cuestionó el moreno, tan pronto como estuvo cerca del peliceleste.

Tetsuya no respondió al instante; primero miró a la chica que había asistido a la graduación con Aomine, luego miró a éste, denotando un rostro inexpresivo, como ya era típico en él.

—Kagami-kun se fue a casa. Dijo que era tiempo de que se retirara

—Espera…¿Qué? ¿Cómo que se fue a casa?

—Eso es lo que dijo. — Finalizó Kuroko, dando a entender que no tenía más que decir sobre el asunto.

 

A la mente de Daiki llegó el recuerdo de que Kagami no llevaba dinero en su cartera, se lo había dicho el mismo pelirrojo tan pronto como habían partido hacia el salón de eventos; miró la hora y eran las 11:45, una hora en la que los trenes ya no pasaban.

El trayecto hacia el departamento de Taiga era largo… no quería creer que el pelirrojo había caminado hacia su hogar.

 

Sin una palabra más, Aomine se encaminó hacia la salida del salón, pero pronto fue detenido por la mano de Anzai, quien trataba de obtener una respuesta de éste.

—¿Te irás así? ¿Qué hay del baile? — Preguntó la chica, una vez que Daiki había girado para encararla.

—Debo irme, Taiga no puede irse solo. — Confesó sus planes, mirando fijamente a la chica.

—¿Y yo? ¿Se supone que regresaré sola a casa? — Ella trató de no alzar la voz, pero era obvio que la prioridad de Daiki había cambiado de un segundo a otro. Al ver la mirada de aquellos bellos ojos azules, supo que el moreno había decidido ya, así que trató de que se quedara con ella. —Aomine, escucha… —Se acercó sutilmente a él, posando ambas manos sobre el traje  negro elegante del moreno, mirándolo coquetamente. —…había planeado que… después del baile podíamos ir a mi casa, y ya que mis padres no están… — Dejó su comentario al aire, sabiendo que sus palabras habían sido entendidas a la perfección.

—No puedo, necesito alcanzar a Taiga. — Ni siquiera tuvo que pensar dos veces las palabras de ella, de inmediato supo lo que tenía que hacer.

 

Dio media vuelta y prosiguió su camino, pero nuevamente Anzai lo detuvo justo en la salida, ésta vez no tuvo contacto físico con él, sólo habló fuerte y claro.

—Te gusta Kagami. ¿No es así? — Su tono, más que una pregunta, sonaba con mucho despecho.

Ella miró cómo el peliazul se detenía en seco y daba media vuelta, para regalarle una mirada de sorpresa y desconcierto.

—Asi es. ¿Verdad? Te gusta tu amigo…  — volvió a decir ella, mostrando una sonrisa de tristeza disfrazada con dolor.

 

Las palabras de ella dieron muchas vueltas en la mente de Daiki.

¿Le gustaba Taiga? ¿Se había fijado en Taiga? ¿Era eso lo que pasaba? ¡¡Pero él no era gay!! ¡No le gustaban los hombres!

Pero en ese momento no había tiempo para descifrar ese enigma; giró de nueva cuenta y sin contestar a la inquietante de la chica, caminó de nueva cuenta, en dirección hacia su auto.

 

~*~

 

Kagami caminaba tranquilo por la acera; la temperatura comenzaba a descender aún mas, por lo que cruzó los brazos, tratando de calmar el frío que su cuerpo estaba sintiendo.

Un auto pasó junto a él, tan rápido que salpicó mucha agua sucia de un charco, ensuciando el pantalón y zapatos del pelirrojo.

 

Estaba enojado, eso había sido la gotaque derramó el vaso; empezó a decir groserías en inglés, simplemente para desahogarse, ya que esa había sido una de las peores noches de su vida.

 

Sabía que no estaba ni cerca de su hogar, así que apresuró el paso, intentando calmarse y pensando que así se desharía un poco del frío y llegaría más rápido.

 

A su lado, pocos autos transitaban, debido a la hora, el flujo de vehículos no era el que se podía observar normalmente.

Pudo vislumbrar las luces altas de un auto que se acercaba a sus espaldas. “¿Qué tonto conductor lleva las luces altas en un vecindario como éste?”, se cuestionó internamente.

Pronto escuchó cómo un claxon, a su espalda, sonaba fuerte.

Con extrañeza giró el rostro, para ver aquel auto. Tuvo que entrecerrar los ojos, puesto que las luces del vehículo eran fuertes y no le permitían observar con claridad.

Hasta que ese auto se detuvo junto a él, pitándole el claxon por segunda vez.

 

—¿Necesitas que te lleve? — Escuchó hablar al conductor.

Su sorpresa y una enorme sonrisa aparecieron en él al ver que se trataba de su mejor amigo, quien hablaba desde dentro del auto.

Su estado de ánimo había cambiado radicalmente.

—Hey, creí que te quedarías a bailar otro poco. — En el tono que usó Taiga no se escuchó reproche alguno, sino más bien curiosidad.

Sin que el moreno respondiera de inmediato, el pelirrojo se acercó al auto, abrió la puerta y subió, sentándose en el asiento del copiloto, olvidando, por fin, el frío que hacía minutos su cuerpo no toleraba.

—La fiesta no era tan interesante. — Mintió, pues aunque se estaba divirtiendo, prefería estar con el pelirrojo. —No me dijiste que regresabas a casa. — A diferencia de Kagami, Daiki sí denotó un reproche en su tono.

—Uhh… lo siento. Te vi contento en la fiesta, que no quise molestarte.

 

Aomine no dijo más; sabía que cuando el pelirrojo decía una mentira, éste solía rascar su nuca, justo como lo estaba haciendo en ese preciso momento.

El trayecto hacia el departamento de Taiga fue silencioso, pero en ningún momento incómodo;  la música que salía por las bocinas del auto era baja en volumen y tranquila, con lo que ambos chicos estuvieron a gusto.

 

Pasaron varios minutos cuando Daiki estacionó el auto frente al inmueble en el que vivía su amigo; creyó que era demasiado tarde para hacer la típica visita, en donde se quedaba un poco de tiempo, simplemente haciéndole compañía al pelirrojo.

—Y… ¿Mañana iremos a jugar un poco? — cuestionó el moreno, sintiendo sobre él aquellos bellos ojos rubí de su acompañante.

—Sí, eso me gustaría. Después de todo, debemos aprovechar las vacaciones.

¡Benditas vacaciones! Aomine pensó que ese tiempo libre se dedicaría a pasarlo junto a Taiga. Y entre más lo pensaba, más le causaba emoción.

 

—Gracias por traerme, Dai. — La oración había sonado casi en un susurro, y antes de bajar, el pelirrojo miró a su amigo y le regaló una tierna sonrisa.

Kagami miró cómo su amigo le correspondía al gesto, y luego, esa sonrisa linda desaparecía lentamente; pero aquellos ojos zafiro aún lo miraban. Era como si Daiki quisiera decir algo en ese momento.

El pelirrojo, entre más miraba esos orbes azules, más se hundía en ellos… parecía que se empezaba a formar una pequeña burbuja entre ambos.

 

Aomine no podía moverse, no podía dejar de mirar aquellos ojos carmesí; sintió cómo su corazón empezó a palpitar rápido y cómo una sensación cálida y reconfortante se disipaba por todo su cuerpo.

Notó cómo los ojos rubí lo miraban con añoranza y cariño… luego se percató de cómo esa mirada se desviaba a sus labios, y por ese instante, deseó con todas sus fuerzas acortar la distancia y besar a Kagami.

Pero no debía… no podía… él no era gay, además de que sabía que una amistad de toda la vida no podía terminar por un tonto impulso.

 

—Bailaste muy bien… — Dijo Kagami, saliendo de ese trance y desviando su mirada, al notar la tontería que había dicho.

De los labios de Daiki sólo salió una pequeña risa, mientras sentía cómo un pequeño rubor se presentaba en sus mejillas. Era atípico del pelirrojo decir ese tipo de comentarios, pero debía sincerarse y decir que no le molestaba en lo absoluto aquella osadía.

—Te veré mañana. — Taiga dijo, mostrando una sonrisa y abriendo, por fin, la puerta del auto, para salir de inmediato de allí.

 

Aunque el pelirrojo se alejaba lentamente, Aomine no dejó de mirarlo, hasta cuando éste se perdió a su vista.

Recargó su cabeza sobre el volante y suspiró en resignación. No entendía qué le estaba pasando últimamente con su mejor amigo, lo que sí sabía era que se estaba volviendo loco.

Necesitaba tener una respuesta a eso que estaba pasando con él… pero no podía hallarla.

 

~*~

 

Aquella noche, tuvo el mejor sueño de toda su vida: soñó cómo Taiga lo miraba fijamente a los ojos mientras pasaba su lengua por la virilidad erecta de Daiki.

El pelirrojo parecía tener especial cuidado con sus movimientos, era eso o quería volver loco a Aomine; el hecho de que aquella lengua paseaba desde la base, hasta la punta de su  miembro, lo estaba volviendo loco.

 

El ojirojo continuaba, ahora dejando adentrar la erección en su boca, comenzando el típico vaivén que estaba extasiando con demasía a Daiki.

—Taiga… — Logró mencionar el moreno, en una advertencia de que no duraría mucho.

Kagami, al sentir que su amante estaba a punto de terminar, sacó la virilidad de su boca y aquel líquido blanquecino escurrió por su rostro.

 

Aomine no necesitó más impulso que ese para despertar de repente, pues sintió cómo algo mojado le incomodaba con demasía.

Sobresaltándose sobre su cama, aventó las frazadas, sólo para percatarse de que su ropa interior se había llenado de semen.

Su corazón estaba tratando de normalizar sus latidos; sentía emoción, éxtasis, pero también mucho nerviosismo y temor por lo que acababa de soñar.

No podía creer que su mente maquinara un sueño en el que Kagami le daba placer con su boca, y que gracias a ese sueño ahora su ropa estaba completamente sucia.

Tampoco podía negar que ese sueño le había encantado, pero más allá de eso, seguía su negación y su miedo por admitir algo que ya venía sospechando hacía poco tiempo…

 

..::..

.:.

.

 

Aomine admitía que al día siguiente, sintió una extrañeza al encontrarse a Kagami en esa cancha, practicando tiros, claramente esperándolo. Por su mente había pasado aquel sueño que había tenido durante la noche; pero no debía pensar en eso… no quería portarse raro con su mejor amigo.

 

Después de que Kagami lo vio en la cancha, prosiguió a darle el típico y corto saludo, para luego retarlo a un juego, cosa que Daiki ya esperaba; el moreno dejó su maleta en la banca del lugar e hizo aparecer en su rostro una sonrisa retadora.

Así empezaron a jugar, ambos dando todo de sí.

Mentalmente, una y otra vez, el moreno agradeció porque había aparecido ese tipo pelirrojo, quien había hecho hasta lo impensable por estar a su nivel… ahora más que un amigo, tenía frente a él un digno rival de todas sus capacidades.

 

Estuvieron jugando cerca de dos horas, hasta que Kagami decidió que debían descansar un poco.

Daiki conocía a la perfección a su amigo, y por el rostro que éste mostraba, le dejaba saber que estaba demasiado pensativo, además de que, durante el juego, Kagami se había desconcentrado mucho y había estado muy callado.

—Taiga, ¿Pasa algo? —Decidió preguntar, antes de que sus raros pensamientos se hicieran un lío dentro de su mente.

Los ojos rubí de Kagami lo miraron con un poco de sorpresa, luego mostró una pequeña sonrisa, maldiciendo internamente porque el moreno lo conocía tan bien, y nada se le escapaba.

—Hay algo que he querido decirte. Creo que éste es un buen momento.

 

Kagami no habló al momento, parecía dejar a propósito con la incógnita y la expectación a su amigo. La verdad era que no sabía cómo empezar; estaba seguro que lo que a continuación diría sería muy difícil para ambos chicos.

—Ehh… estuve hablando con mi padre; ahora que terminé mis estudios en Seirin, él me ofreció regresar a Estados—

—¡¡Ni se te ocurra dejarme, Kagami!! — El pelirrojo no había terminado con su confesión, cuando el moreno sorprendió con un grito y nombrando a su amigo con su apellido, cosa que no había ocurrido en muchos años.

Taiga pudo observar el dolor y la desesperación en los ojos contrarios, y ni hablar del extraño tono con el que Daiki había hablado.

 

Un largo silencio incómodo surgió; Taiga parecía estar derrotado, mientras Aomine estaba gritando internamente.

—Hay buenas universidades en Estados Unidos. Quiero estar con mi padre, así que puede—

—¡¡No te atrevas!! — Gritó por segunda vez, denotando más dolor aún que en la primera vez que lo había interrumpido.  —Ni siquiera pienses en irte de nuevo.

Taiga tragó en seco al ver la actitud que había adoptado su amigo; un gran dolor sintió en su pecho al verlo de ese modo; de alguna forma sabía que esto iba a pasar… creyó que podía lidiar con el asunto, pero entre más hablaba, más dolía…

—Está decidido, Dai… regresaré a Estados Unidos; me iré en dos días.

 

Kagami notó el conflicto interno con el que había dejado a su amigo. Parecía estar batallando con mil y un sentimientos dentro de él.

Aunque no era algo diferente en el mismo Taiga, quien quería, con todas sus fuerzas, decir que aquello era sólo una vil mentira. Pero no podía dar vuelta atrás… claro, él era un cobarde… un cobarde que abandonaba por segunda vez a su mejor amigo… abandonaba por segunda vez a esa persona que se había ganado su corazón entero y quien por tantos años había confiado en él.

 

Se iba para alejarse de ese amor que cada día lo estaba matando; para tratar de olvidar sus enormes sentimientos hacia un hombre que jamás le correspondería… no quería vivir atado a dichos sentimientos… prefería huir como el cobarde que era.

—¿Qué hay de mí? — Musitó el moreno, mirando hacia el piso. —¡¡¿Qué hay de mí, Taiga?!! — Repitió, ésta vez, mirando fijamente al pelirrojo y denotando una voz más agresiva. —¡¡¿Acaso pensaste en mí?!!

 

Kagami dio un par de pasos hacia atrás debido al avance del moreno; Daiki estaba demasiado decepcionado, y no lo culpaba… dolía verlo así.

—¡¡¿Pensaste en qué haría yo sin ti?!! ¿¿Crees que no me dolerá tu partida?? ¡¡Joder, Taiga, eres un egoísta!!

El ojirojo no se había dado cuenta de que seguía caminando hacia atrás, hasta que su espalda chocó con la valla de alambre, dejándolo imposibilitado para alejarse del otro chico.

—Lo siento… — Fue el turno de Kagami de mirar hacia el piso, sin saber qué más decir.

 

Parecía que todo había terminado allí… Aomine ya no tenía más que decir si la decisión ya estaba tomada; su amigo parecía estar totalmente decidido a irse.  Sintió que su mundo se derrumbaba, sintió que regresaba al agujero negro en el que estaba en Teiko… regresaba esa oscuridad que carcomería su alma. No podría soportarlo.

 

Así que, en su desesperación, optó por hacer una estupidez:

—¡¡¡Si te largas, entonces olvídate de mí!!! —Gritó, ésta vez alejándose de Kagami, para ir hacia la banca y tomar sus cosas.

Sin demora, el pelirrojo lo siguió.

—¡Daiki! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Las cosas no deben terminar así. —Trató de convencer al moreno para que se quedara y arreglaran el asunto, pero Aomine era alguien muy terco y orgulloso… era obvio que no iba a conseguir gran cosa.

 

El de cabellos azules no quiso decir ni escuchar nada, y sólo se dirigió hacia la salida, pero antes de irse, miró con una mezcla de furia y decepción a su amigo.

—Ya lo oíste, Taiga… si te vas, puedes olvidarte de nuestra amistad. — Finalizó, sin darle ninguna oportunidad al pelirrojo de decir algo, y saliendo de inmediato de allí.

 

Kagami miró a aquel chico, que tenía su corazón, marcharse; de repente sintió cómo el aire le faltaba, cómo esas inmensas ganas de desmoronarse lo atacaban.

Una mano pasó por su cabello rojizo, intentando calmar todas las sensaciones que lo abordaban.

Tuvo que morder su labio, pues esos deseos de llorar se hicieron más fuertes… no quería derrumbarse en ese lugar, no quería… no debía llorar.

 

 

 ~*~

 

Fue a unas cuadras lejos de la cancha de básquetbol cuando Daiki se dio cuenta de la estupidez que había hecho: le había gritado a Taiga, y lo había condicionado… ¿Qué demonios pasaba con él? Ya no era un chiquillo, ya era un joven de 18 años… se había comportado como un tonto.

 

Al contrario de Taiga, él no mitigó sus deseos de llorar, pero lo hizo cuando había puesto un pie sobre el pórtico de su casa. No le importaba que sus padres estuvieran allí, no podía seguir reprimiendo esa angustia y tristeza.

 

Cuando entró, se percató de que su madre se encontraba en la sala, mirando un programa de cocina, como ya era su costumbre.

La señora miró a Daiki y de inmediato le preguntó cómo le había ido, pero él contestó con un “bien”, que claramente había sido cortante; además, la señora Aomine pudo escuchar y distinguir cómo a su hijo se le quebraba la voz con esa simple palabra.

Pero ella no quiso involucrarse; creía que era un asunto que le incumbía a su hijo, y que tal vez éste no le contaría lo sucedido… de cualquier forma, estaría al pendiente de él.

 

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Era un día nuevo, y Aomine no quiso salir de casa; no tenía ganas de siquiera levantarse de la cama. Se sentía muy herido, muy triste… lo único que quería hacer era dormir, sólo así esos sentimientos devastadores dentro de él se olvidarían.

Recordaba cómo Kagami le había confesado que se iría en dos días; significaba que mañana se iría lejos, y que tal vez no volvería nunca.

Cuando esos pensamientos llegaban a su mente, se sentía morir.

 

Había cometido un error al terminar su conversación con el pelirrojo de esa manera; no sólo se sentía triste, sino también culpable.

Pensó que tal vez era mejor dejar las cosas de ese modo, así, Kagami regresaría a Estados Unidos y él trataría de olvidar todo.

Trataba de convencerse de que debía darle la razón al pelirrojo y adoptar su pensamiento, de que las cosas eran mejor de esa manera.

 

Para su mala suerte, su mamá se había dado cuenta de inmediato del extraño comportamiento de Daiki, y aunque trató de hablar con él, y de convencerlo de que abriera esa puerta, el moreno no hizo ningún caso. Su soledad era su única amiga por el momento, y prefería estar así.

 

Mantuvo su celular apagado durante todo el día; no quería que nadie lo molestara, menos el pelirrojo. De nueva cuenta hacía gala de ese orgullo que tanto lo caracterizaba.

 

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Había pasado una noche fatal; no había podido dormir bien, pensando en el problema que se había suscitado con Taiga, y entre más lo pensaba, más dolía.

Se dio cuenta de que, además del pelirrojo, no tenía a nadie a quién confesarle su sentir… nadie con quién hablar y nadie que le aconsejara algo.

 

Cuando su mamá tocó por milésima vez la puerta, pensó que ella era la única que le podía aconsejar de buena forma; aquella mujer de cabello azulado y piel blanca era su madre, claro que podía entender cómo se sentía.

 

Así que cuando la señora Aomine tocó la puerta, ésta vez ésta se abrió, dejando mostrar a un Daiki deprimido y con unos ojos rojos, de haber llorado.

—Cariño… — La mujer habló, tratando de pasar desapercibida su enorme preocupación al ver a su hijo de esa forma. Si ella era sincera, podía decir que el chico peliazul se veía mucho peor que cuando lo atrapó la depresión en secundaria… esto iba más allá de eso, y ella se asustó. —¿Qué te ha pasado?

 

No pasó desapercibido el tono intranquilo con el que su mamá le había hablado, no era para menos, estaba seguro de que se veía fatal.

—Necesito un consejo. —Habló, sentándose sobre la cama, sin tener contacto visual con su progenitora, simplemente esperando por su respuesta.

—Puedes confiaren mí. —La mujer de cabellos azules no dudó y tomó asiento junto a su hijo, tomando su fría mano morena entre la suya, sin imaginarse qué era lo que tenía de ese modo a Daiki.

 

El moreno no habló de inmediato, pero disfrutó el contacto de la piel de su mamá sobre la suya, sabiendo que no había sido un error el pedirle ayuda.

—Él… él se irá… — Empezó a contar, intentando que su voz no se quebrara y que sus sentimientos no se hicieran cargo de la situación.

—¿Quién?¿Quién se irá? — Esperó a que su hijo la mirara a los ojos mientras hablaba, pero parecía que eso no iba a ocurrir.

—Taiga. — Contestó, dándose cuenta de que no podía hablar más que unas cuantas palabras… tan patética parecía esa conversación.

 

Ante la mención del nombre de cierto chico pelirrojo que ella conocía desde hacía muchos años, un extraño escalofrío recorrió su cuerpo. Sabía que después de tanto tiempo tratando de hacer que Daiki se alejara de Kagami Taiga, sus intentos por separarlos no habían servido de nada.

Al contrario, lo que había notado era que tanto su hijo, como el chico pelirrojo habían afianzado una amistad demasiado fuerte; pero Daiki, a sus ojos, se veía muy feliz, así que decidió no meterse más en esa relación de amigos.

Podría decirse que terminó por aceptar esa fuerte amistad entre Taiga y Daiki.

 

—¿A dónde se irá? ¿Estará bien? —Empezaron las preguntas que sabía que podrían ser muy molestas para su hijo, pero necesitaba saber qué había pasado entre ellos y del por qué Daiki estaba tan deprimido.

—Dijo que regresaría a Estados Unidos, a estudiar la Universidad. — Confesó el moreno, haciendo todo en su poder por no llorar frente a su madre, eso sería aún más patético.

 

Un silencio surgió, la señora no podía entender del todo cuál era el problema; pero cuando miró cómo un par de lágrimas escapaban de los ojos de Daiki, supo y entendió muchas cosas.

El moreno no se había puesto de ese humor cuando Satsuki partió al extranjero, mucho menos lloró por ella… pero ahí, ahora, lo hacía por Taiga.

Entendió muchas cosas y muchas inquietudes que había tenido anteriormente.

 

No juzgaría a su hijo… no le diría que estaba exagerando… no le haría saber que no debía llevar el asunto más lejos, porque comenzaba a entenderlo… comenzaba a entender los sentimientos de Daiki.

—Fui un estúpido… le dije que si se iba, se olvidara de nuestra amistad. — Siguió contando el moreno, sin levantar la vista del suelo, justo donde la había posado hacía un rato.

—¿Y eso es lo que quieres, Daiki?

—No… no quiero que se vaya… — Por fin esos ojos color zafiro se posaron en la señora, quien pudo notar el arrepentimiento e inmensa tristeza. —No quiero dejarlo ir… No puedo… — Cortó sus palabras ante el dolor que sentía en el pecho.

 

Ella no lo pensó dos veces para acercarse a Daiki y abrazarlo con cariño y comprensión, algo que el moreno necesitaba con creces.

El chico dejó que los brazos de su mamá lo rodearan de esa forma tan cariñosa; ésta vez pudo contener bien el par de lágrimas que estuvieron a punto de salir de sus ojos. Era extraño, pero su mamá le estaba dando esa fuerza que él requería.

 

No sabía cuánto tiempo la mujer lo había estado abrazando, pero se sentía más revitalizado, se sentía más tranquilo y, hasta cierto punto, más positivo.

Fue el mismo Daiki quien decidió terminar el abrazo, agradeciéndole a su mamá con una sonrisa, señal de que se sentía mucho mejor.

—Yo te apoyaré en cualquier decisión que tomes, cariño. — Habló ella, también formando una sonrisa en sus labios, y poniendo una mano sobre el hombro de Daiki. A pesar de que el chico ya tenía 18 años, para ella seguía siendo el pequeño niño que salía a jugar todos los días básquetbol y que llegaba emocionado a casa, a contarle sus experiencias del día. —Acabo de recordar que debo darte algo… — Sorprendió, levantándose de la cama y caminando lentamente hacia la salida. —…lo traeré en seguida.

 

El chico frunció el ceño. ¿Qué cosa era tan importante como para que su mamá se fuera de esa forma? De cualquier modo, no se movió del lugar en donde estaba.

Cuando la mujer regresó y atravesó el marco de la puerta, no se sentó, sino que prefirió estar de pie, frente a su hijo, denotando una pequeñísima sonrisa y una mirada extraña.

—Tengo algo que he estado guardando desde hace muchos años. —Confesó, con las manos detrás de la espalda y observando cómo los ojos zafiro de Daiki se abrían ante las palabras.

—¿Qué es?

La señora dio un par de pasos y, ésta vez, se sentó de nuevo junto a su hijo; prosiguió a mostrar una hoja de papel, entregándosela a Daiki.

 

El chico dudó un poco en tomar aquella hoja; la miró por unos segundos, dándose cuenta de que ese pedazo de papel era viejo, o al menos es lo que podía observar en un simple vistazo.

—Tómalo. — Más que una orden, aquello había sido un comentario, y sin hacerse del rogar, Daiki la tomó.

 

No pudo mitigar su curiosidad, así que abrió la hoja, la cual, en realidad, era una carta.

Como por instinto comenzó a leerla, abriendo grandes los ojos al darse cuenta de lo que yacía entre sus manos.

Ahí, frente a él, tenía la carta que había escrito Kagami cuando tenía 6 años, justo en su cumpleaños, cuando ambos llevaban casi medio año de conocerse.

Su corazón comenzó a latir fuerte al leer de nuevo esa carta, que había permanecido escondida todos esos años.

—Tú…. ¿Por qué… Por qué tenías esto? — Permanecía incrédulo a esa carta, que era un recuerdo de su niñez.

 

La mujer no pudo responder al instante, pero en su mirada reflejaba esa culpa que la había perseguido por todos esos años en los que había guardado ese papel.

—Perdóname, Daiki… fui una tonta al pensar que ésta carta influiría en ti de mala forma.

El moreno no evitó fruncir el ceño al escuchar tal tontería… no necesitó explicaciones, sus recuerdos de aquella ocasión en la que su mamá le gritó a la mamá de Kagami, llegaron a su mente; sabía  los motivos de su madre: no quería que se hiciera gay por una carta… pero qué tontería…

—No soy gay. — Lo dio a entender a la perfección.

—Lo sé. Pero lo he notado… me he dado cuenta de las miradas que le regalas a Taiga, esas sonrisas… ese tiempo que pasas con él…él es tu prioridad. — Ella sólo estaba siendo sincera, sin saber cómo reaccionaría su hijo. Tal vez no era el mejor momento para conversar del asunto, pero ella ya no podía seguir cargando la culpa.

 

Daiki se levantó al escuchar las palabras de su madre. ¿Que si hacía a Taiga su prioridad? Entre más lo pensaba, su mente más rápido tenía la respuesta…

—No soy gay… —Volvió a repetir, apretando esa carta entre su mano, pero teniendo cuidado de no maltratarla más. No… era obvio que no lo era, los hombres no le atraían de ningún modo como las chicas… excepto Taiga… ese tipo pelirrojo tenía algo que no podía explicar.

La señora, después de una cálida sonrisa, se levantó de su asiento y caminó hasta estar frente a su hijo.

—Daiki, no necesitas ser gay para que te guste Taiga.

 

Se quedó pensativo… ¿Qué rayos había querido decir su mamá con eso? ¿No necesitaba ser gay para que le gustara Taiga?

Eso era… debía dejar de pensar si era gay o no… debía seguir a su corazón, debía ser sincero consigo mismo y dejar de pensar en una orientación sexual que se acoplara a él.

Tan rápido como su mente comprendió aquello… llegó a una conclusión.

 

Su semblante había cambiado drásticamente, ahora una sonrisa sincera se dibujaba en sus labios.

Sin decir nada, pasó a un lado de su mamá y fue directo a su guardarropa, rápidamente sacando un saco, pues a través de la ventana se podía vislumbrar un clima nublado y unas pocas gotas de lluvia.

La mujer lo miró moverse de un lado a otro, sin embargo no mencionó palabra alguna.

Daiki estaba a punto de salir del cuarto, pero se detuvo junto al marco de la puerta, para mirar a su progenitora.

—No me gusta Taiga… — Negó con un pequeño movimiento de cabeza. —Amo a Taiga… —Aquellas palabras se habían sentido tan bien, su corazón bailoteaba de felicidad al dejar de negar, por fin, esos sentimientos que no sabía en qué momento habían nacido. —Aún es tiempo. —Mencionó, como hablándose a sí mismo.

 

Sin más palabras, salió de allí, bajando rápido las escaleras, dejando a su mamá satisfecha al verlo tan feliz y optimista. Sabía lo que a continuación haría su hijo, y lo único que ella le deseaba era que fuera feliz, porque si Daiki era feliz, ella también lo era…

 

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Kagami miró la hora en el reloj de su celular… había llegado hora y media antes al aeropuerto, para pasar por las medidas de seguridad necesarias y no perder el vuelo.

Estuvo a punto de digitar el número de Daiki, pero estaba seguro que éste no contestaría, pues durante esos dos días, ninguna de sus llamadas fue respondida por el moreno.

Pensó que valía la pena intentar una última vez. Así que sólo oprimió un botón y llevó el celular a su oído, esperando escuchar el sonido característico; pero no fue así… de inmediato se dejó escuchar el buzón de voz.

 

Suspiró en resignación, no podía desaparecer ese fuerte dolor en su pecho que estaba carcomiendo su interior…

¿Acaso de verdad Daiki lo dejaría ir así? ¿De verdad el orgullo del moreno podría más que esa amistad de tantos años?

Entre más pasaban los minutos, más estaba convencido de las respuestas.

 

Se levantó del asiento en el que estaba sentado; tomó su maleta grande y de ruedas, pensando que algún dulce o chocolate calmaría su ansiedad, así que se dirigió a un dispensador de dulces… dicen que el chocolate es bueno para subir los ánimos, y quería comprobar por él mismo si aquel dicho era cierto.

 

Apenas había dado algunos pasos, cuando, por instinto fijó su mirada en una de las entradas del enorme lugar; su estupefacción y emoción se hizo presente cuando notó a un chico de cabello azulado y piel morena que se adentraba al lugar, con un rostro de preocupación, claramente buscando a alguien entre tanta gente.

Taiga no pudo moverse de su lugar, no pudo siquiera hablar para hacerse notar… No debía ser un genio para saber lo que el moreno estaba haciendo allí.

 

La altura de Aomine era la adecuada para buscar entre tanta gente; ¿Qué tan difícil era encontrar a un chico cuyo cabello era del color del fuego?

 

¿Me encontrará? Muévanse, piernas… “pensó el pelirrojo, sin saber si quería ir al encuentro de Daiki o por el contrario, huir de él.

Pero parecía que el saber qué haría ya no iba a ser necesario, pues aquellos zafiros azules no tardaron mucho en fijarse en él, a pesar de tanta gente que se encontraba allí presente.

Ambos chicos se miraron sin saber qué hacer; Daiki reflejaba una mirada de añoranza y alivio por haber llegado a tiempo y Taiga sentía su corazón latir frenético ante esos bellos ojos azulinos.

 

Aomine, sin despegar su mirada de aquel chico que le había robado el corazón, tomó una gran bocanada de aire, y, sintiendo cómo sus piernas temblaban, se dirigió hacia Kagami.

El pelirrojo afianzó su agarre en su maleta, en una clara señal de nerviosismo e impaciencia… eran increíbles todas las sensaciones que la simple presencia de Daiki le provocaba.

 —Hey. —Saludó casualmente el ojiazul, tan pronto como estuvo frente al pelirrojo. Sin embargo, Taiga no respondió al saludo. —Creí que no llegaría a tiempo.  —Trató de denotar una sincera sonrisa en su rostro.

—¿Viniste a despedirte de mí? — El pelirrojo correspondió el gesto de la misma forma, pero tan pronto como su sonrisa se había formado, la del moreno se había desvanecido.

 

Un pequeño silencio imperó, y es que Daiki no sabía cómo empezar, qué decir…

—No vine a despedirme de ti, Taiga… vine a detenerte.

Las distintivas cejas partidas del pelirrojo se alzaron ante la confesión. Creía haber dejado en claro que se iría a Estados Unidos, y que su amigo no podía detenerlo.

—Lo siendo, Daiki… mi vuelo está por salir. —Aquellas palabras le habían dolido mucho más de lo que aparentaba. No podía ser débil en ese instante… no debía dejarse dominar por esos sentimientos fuertes hacia el moreno.

—No me dejes… — Casi suplicó, percatándose de cómo el pelirrojo desviaba su mirada.

 

Nuevamente, el pelirrojo permaneció en silencio.

Estuvo a punto de decir algo, cuando las bocinas sonaron, haciendo eco en todo el lugar; era el llamado de Taiga para irse. La chica, cuya voz se escuchaba a través de dichas bocinas, anunciaba que en pocos minutos el vuelo hacia los Estados Unidos partiría, así que los usuarios debían avanzar hacia el pasillo específico.

Taiga debía irse…  pero no quería partir de esa forma… no mientras Daiki aún trataba de convencerlo de quedarse.

 

Aomine había notado la decisión en el rostro contrario; conocía bastante bien a su amigo pelirrojo, y sabía que no lo haría cambiar de parecer.

Kagami olvidó por un momento su maleta, y mirando con disculpa al moreno, acortó la distancia y lo envolvió en un abrazo cálido.

Hacía mucho tiempo que el moreno no sentía los brazos de su amigo rodear su cuerpo; pero no correspondió al instante… no podía creer que aquel chico con quien había crecido, ahora se marcharía por ese pasillo y se iría lejos de él.

 

Kagami no dijo palabra alguna; parecía que con su abrazo, todas las palabras habían sido dichas.

Cuando deshizo el abrazo, miró a Daiki con ternura, esbozando una gran sonrisa consoladora, luego tomó de nueva cuenta su maleta y dio media vuelta, dispuesto a irse.

 

Daiki sentía cómo las lágrimas, de nueva cuenta, comenzaban a formarse en sus ojos.

No podía dejar ir a Taiga de esa forma…

El pelirrojo, de forma lenta, se alejaba de allí…. Necesitaba hacer algo rápido…

—¡¡No puedes irte…!! — Gritó, haciéndose notar entre todo el bullicio de gente, sin saber si el pelirrojo se detendría, pero el otro chico no se detuvo… y al ver que el pelirrojo seguía avanzando, optó por cambiar sus palabras. —¡¡No puedes irte sin hacerte cargo de ésto, Taiga!!

La curiosidad había podido más… Kagami, al escuchar las raras palabras, detuvo su andar y giró el cuerpo, para encarar a su amigo.

 

El ceño fruncido de Taiga le decía al moreno que no entendía de qué estaba hablando, y que por un momento le regalaba toda su atención.

Dejó mostrar en su rostro una sonrisa confidente; sabía que era el momento de confesar aquello que lo atosigaba desde hace tiempo:

—Idiota, debes hacerte cargo de mis sentimientos por ti. —El volumen que había usado en su voz había sido el necesario para que su amigo lo escuchara.

 

Las facciones de Kagami cambiaron, ahora la incertidumbre estaba plasmada en su rostro; tomó de nuevo su maleta y caminó unos pocos pasos, para estar más cerca de Daiki, sin importarle que, a sus espaldas, la gente, poco a poco comenzaba a avanzar por el pasillo, para abordar el avión.

—¿De qué hablas?

—Tch…¿Acaso estás sordo, Bakagami? —Cruzó los brazos, sin saber cómo continuar hablando, notando cómo el pelirrojo fruncía el ceño en una molestia simulada. Cómo adoraba esa expresión en Taiga. Suspiró hondamente, como dándose fuerzas con esa simple acción, descruzó los brazos y se acercó un poco al pelirrojo; decidió ser osado y alcanzar la mano de Taiga.

Cuando el ojirojo sintió el toque sobre su mano se sobresaltó, sin embargo no se negó, y dejó que el moreno tomara su mano entre la suya, sin percatarse del hecho de que en sus mejillas había nacido un sonrojo…

¿Sería acaso que Daiki…?

—Escucha bien, porque sólo lo diré una vez… —Mencionó el moreno, sintiendo cómo su corazón golpeteaba fuerte, dentro de su pecho, como si quisiera salir de allí. Volvió a tomar una bocanada de aire, y se fijó en los ojos carmesí del otro chico. —Te amo…— Dijo rápido, apretando un poco más la mano que yacía entre la suya.

 

¿Había escuchado bien? ¿Acaso su mente le estaba haciendo alguna jugarreta? ¿Había escuchado decir a Daiki que lo amaba? No… no podía haber escuchado correctamente.

—¿Cómo? — Preguntó, casi en un susurro, con la infinita sorpresa escrita en todo su rostro.

—Joder, bakaTaiga… no me pidas que lo repita… — Aunque sentía esos fuertes sentimientos por el pelirrojo, parecía que esas dos simples palabras le costaba mucho pronunciarlas.

Los labios de Taiga se curvaron en una sonrisa al ver cómo un sonrojo poblaba las mejillas del moreno, y aunque la piel contraria era color chocolate, podía distinguir a la perfección ese carmín en su rostro.

—Daiki… —Mencionó el nombre de su amigo, en un afán por hacer que éste repitiera aquella frase que cambiaría ambas vidas.

 

Aquella mirada tierna hacía que tuviera las fuerzas necesarias para confesarse y que ésta vez el pelirrojo lo escuchara. Aunado a ello estaba esa voz que había pronunciado su nombre de una forma tierna e incitante. Ese pelirrojo que simulaba a un ángel era su perdición…

—Te amo, Taiga… —Repitió finalmente, y por la forma en la que el pelirrojo lo miraba, parecía ser correspondido.

 

Kagami no entendía cómo era que un chico heterosexual se había fijado en él… y que ese chico resultara ser nada más ni nada menos que Aomine Daiki, su amigo de la infancia.

No debía pensarlo mucho… no quería entenderlo en ese momento… sólo quería dejarse llevar por el momento.

 

Las personas, alrededor de ellos habían desaparecido, el intenso bullicio del lugar se había silenciado, no se habían dado cuenta que, afuera del lugar, la lluvia ya caía fuerte, Kagami olvidó por completo que tenía un avión que abordar, y que muy seguramente todas las personas habían subido a dicho avión… no importaba nada de eso en ese momento…

 

Lo único que importaba era ese hombre frente a él; se había perdido en esos bellos ojos zafiro, en los cuales había nacido un brillo nuevo, gracias a él…

 

—No juegues conmigo, tonto… —Hizo un puchero, entendiendo que el moreno estaba diciendo la verdad ante sus sentimientos.

Parecía que el osado comentario del pelirrojo lo había dejado molesto.

No tenía ánimos de explicar su sentir, así que prefirió que su corazón hablara por él…

Después de un chasquido de su lengua, se acercó a Taiga, y sin palabra alguna, lo envolvió entre sus brazos cálidamente; habían tenido ese tipo de contacto físico anteriormente, pero nunca de esa forma tan tierna, tan amorosa…

Kagami, a pesar de la sorpresa que lo invadió, dejó que el moreno le mostrara afecto de esa forma. No evitó cerrar los ojos y entregarse a esas miles de sensaciones que se encontraban dentro de su pecho.

 

Pero algo captó su atención, tanto como para abrir los ojos en asombro… y aquello fue que el pecho de Daiki se encontraba cerca del suyo… muy cerca… tanto, que podía percibir el latir del corazón contrario.

El corazón de Aomine latía frenético y fuerte, claramente en devoción hacia el pelirrojo.

—Puedes sentirlo. ¿Cierto? — Susurró el moreno, tan cerca del oído contrario, que provocó un escalofrío en Taiga.

Un suspiro se hizo presente, provocando que el de menor altura cerrara de nueva cuenta los ojos y volviera a percibir esas sensaciones, que se esparcían ahora a todo su cuerpo.

 

El corazón de Daiki le había dado la respuesta… ese latir agitado era a causa de Taiga… y sólo de Taiga.

—Sí…— Respondió a la pregunta hecha; notando que el abrazo de Daiki no se deshacía, al contrario… se volvía un poco más firme pero no por eso menos cálido y acogedor.

Descubrió que le encantaba estar rodeado de esos brazos.

 

Kagami estaba seguro de que el moreno también podía sentir el latir de su corazón. Era como un baile que ambos órganos hacían… era singular, devoto, perfecto…

—También te amo…—Confesó, por fin deshaciéndose de esa enorme carga que había llevado sobre su espalda por varios años.

Un suspiro de alivio escapó de la boca del moreno. Aquello parecía un sueño perfecto, un bello sueño en el que sólo estaban ellos dos.

 

No quería ni pensar por cuánto tiempo había estado Kagami con ese sentimiento dentro de él. ¿Acaso había sido tan ciego como para no verlo antes?
O tal vez era que… había negado los sentimientos de su amigo, y los suyos propios…

 

Esas simples palabras de confesión hacían que el corazón de Daiki latiera, aún, con más devoción; sin poder evitarlo, deshizo el abrazo, miró esos bellos ojos carmesí y tomó el rostro del pelirrojo entre sus manos, lentamente, acortando la distancia  posando sus labios sobre los de Kagami, en un toque suave, que mandó un sinfín de sentimientos a ambos cuerpos.

 

Kagami cerró los ojos al contacto, percatándose de cómo sus piernas perdían fuerza ante el cúmulo de sensaciones.

Aquel era un beso inocente, sin embargo, cargado de emociones nuevas para los dos.

Era la segunda vez que besaba al peliazul, pero ésta vez, a diferencia de la primera, sabía totalmente lo que significaba un beso.

 

Daiki fue el primero en separarse, preguntándose internamente si el pelirrojo también había percibido esas fuertes emociones; no planeaba quedarse con la duda.

—¿Qué sentiste? — La curiosidad se hizo notar en la voz del moreno, también dándose cuenta del sonrojo que había adornado las mejillas deI ojirojo. “Tan lindo…” pensó de inmediato.

—Eso... eso fue... asombroso— Confesó en voz baja y evitando el contacto visual — Tus labios son muy suaves.

 

Con ese simple comentario de Kagami, un recuerdo de la infancia, que permanecía arraigado a sus memorias, había saltado a su mente.

Esperando que Taiga notara la referencia, habló:

—¿Quieres intentarlo de nuevo? Tal vez en la segunda ocasión sea diferente.

Parecía que el de menor altura había entendido a la primera  aquella frase, pues la mirada que ahora portaba, lo delataba.

Sin demora, movió la cabeza en forma afirmativa, ésta vez siendo él quien se acercara a Daiki y juntara sus labios.

 

El beso fue muy diferente del primero; se olvidaron un poco de la inocencia, y se besaron de forma apropiada.

La lengua del moreno encontró la del otro chico, y se enredó en ésta, como si de un baile sensual se tratara.

Los brazos del pelirrojo rodearon el cuello contrario, atrayendo más a ese chico de piel chocolate, al mismo tiempo en el que Daiki se aferraba de esa cintura y lo juntaba más hacia su cuerpo.

Manos de piel bronceada se liaban entre esos sedosos cabellos azules, mientras el otro chico mordía sus labios y jugueteaba tiernamente con su lengua. Eran acciones que lo estaban volviendo loco.

 

Ésta vez, fue la oportunidad de Taiga de terminar el beso; mordió levemente el belfo inferior del moreno y tiró un poco de él, arrancando un suspiro de los labios contrarios.

Cuando los ojos azulinos de Daiki se abrieron, una hermosa sonrisa fue lo que se mostró frente a él… el pelirrojo lo miraba con ternura y amor.

No había ninguna duda… lo amaba… amaba con demasía a ese tonto pelirrojo obsesionado por el básquetbol… lo amaba con locura.

 

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Era obvio que los planes de Kagami se habían cancelado; no le importaba para nada que su vuelo partiera sin él, mucho menos el dinero que había gastado en los boletos de avión… ya se las ingeniaría para comentarle a su padre lo ocurrido y que éste no se molestara ni decepcionara porque el pelirrojo había decidido pasar más tiempo en Japón.

 

No habían tenido éxito huyendo de la lluvia fuerte que caía sobre la ciudad, pero aun así llegaron al departamento de Taiga. Ambos estaban empapados, ni qué decir de la maleta que el pelirrojo planeaba llevar al viaje… seguramente todo lo que contenía ésta, se había mojado. Taiga esperaba que nada de valor se estropeara con la lluvia.

Tan pronto como entraron, y la puerta se cerró detrás de ellos, Daiki arrinconó al otro chico a la pared, y volvió a atacar sus labios; aquel acto comenzaba ser una adicción para él.

Kagami, con gusto, reciprocó el beso, sin importarle aquella incomodidad de su ropa empapada de lluvia; se atrevió a posar sus manos frías sobre la piel morena de la espalda baja del peliazul, al mismo tiempo que Daiki dirigía las suyas hacia el pecho fornido del pelirrojo, sintiendo sobre las palmas de sus manos esos músculos característicos.

 

En un movimiento lento, el pelirrojo lo hizo levantar las manos, para quitarle aquella camiseta que comenzaba a estorbar un poco.

Daiki sintió el ambiente frío sobre su piel, pero eso poco le importó, porque por su espalda sentía esos toques, ahora cálidos, de las manos contrarias, que deambulaban por su piel morena.

 

Por su parte, Aomine no quiso quedarse atrás, así que llevó sus torpes manos hacia el cinturón de Kagami, desabrochándolo, luego desabotonando ese pantalón que a continuación resbaló por las piernas del pelirrojo.

El de cabello rojo aceleró un poco las cosas y él mismo se deshizo de su camiseta, arrojándola en alguna parte del lugar, siendo aún arrinconado sobre la pared por ese excitante cuerpo moreno que tenía enfrente.

Manos ansiosas de piel bronceada se ocuparon del pantalón de Daiki, y muy pronto, éste, se encontró, al igual que Kagami, en ropa interior.

 

Taiga besó de nueva cuenta al moreno y sintió las caricias contrarias por toda su espalda y sus hombros; no debía ser un adivino para saber que esas partes de su cuerpo eran las que a Aomine más le agradaban.

Dirigió ahora sus labios hacia el cuello expuesto del moreno, quien le dio total acceso, moviendo hacia un lado su cabeza, con esa simple acción, pidiéndole al pelirrojo que no se detuviera.

 

Ésta vez, el de menor altura fue más osado y posó ambas manos sobre el trasero de infarto de Aomine, juntando ambas erecciones.

—Nngh…— gimió el moreno, al sentir cómo las dos virilidades rozaban, por arriba de la ropa interior, de una forma deliciosa.

Pero… había algo fuera de tono en ese momento… Daiki no estaba feliz… no estaba del todo satisfecho, no estaba completamente tranquilo con lo que estaban haciendo.

 

El moreno jamás había estado con un hombre… jamás había tocado de esa forma a alguien de su mismo género… era obvio que estaban por tener sexo, pues Kagami parecía estar demasiado impaciente y excitado… pero… ¿Y si el sexo gay dolía? ¿Y si Taiga quería ser el activo? ¿Podía entregar su trasero?

La inseguridad había llegado a él… ni siquiera había tenido una cita con Kagami, ahora como novios… y ya se pensaba en el sexo… ¿Taiga podría creer que Daiki era alguien fácil?

Mil y un preguntas de incertidumbre empezaron a nadar por la mente del moreno.

 

No se dio cuenta del respingo que había dado, y de que se había alejado un par de pasos de Kagami, hasta cuando éste lo miró con un claro dolor en su rostro y la pregunta en sus facciones.

—Creí que lo estaba haciendo bien… —Era obvia la aflicción en la voz del pelirrojo, y por ese instante, Daiki pensó que había ‘metido la pata’.

—Sí… lo estás haciendo bien… me encanta cómo me tocas… pero… —ese simple ‘pero’ había provocado la aparición de pesadumbre en los ojos carmesí. —… Taiga… entiende que jamás he estado con un hombre… no sé cómo…  hacerlo…

Parecía que la respuesta había dejado un poco más tranquilo al pelirrojo.

 

Era cierto, Taiga no podía pedirle mucho a su amigo de la infancia, éste había estado siempre al lado de una chica, y el hecho de cambiar y querer estar con un hombre, no le hacía saber todo respecto al sexo gay.

Comprendió que en ese aspecto había sido un tanto insensible…

Quererse ir a la cama con un hombre, el mismo día que le decía que lo amaba… sonaba algo tonto.

Entonces se reprochó por ser egoísta, y por querer sucumbir a sus deseos, sin importarle lo que su amado quería.

 

Sin ninguna palabra, el pelirrojo caminó los pasos necesarios, hasta estar frente al moreno, y deshaciéndose de la lujuria del momento, lo besó con ternura, lenta y amorosamente, que Daiki sintió sus piernas derretirse.

—Está bien… tenemos una vida por delante. — Mencionó, con esa simple respuesta provocando las pulsaciones agresivas del corazón del moreno. —Vamos. — Finalizó, tomando la mano del moreno, para dirigirse a la alcoba y descansar.

 

Por la mente de Daiki rondaba la idea de que había dejado frustrado al pelirrojo; se sentía mal por haberlo provocado y al final de cuentas no darle lo que éste esperaba.

Pero no podía hacerlo… no podía entregarse aún al pelirrojo, y no porque no lo amara, sino porque quería hacer las cosas correctamente… sabía que Taiga lo entendería.

 

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Era obvio que, después de eso, ambos se hicieran pareja.

¿Qué si resultaba extraño que dos amigos de la infancia ahora fueran novios? Claro… por supuesto. Era demasiado extraño saber que ese chico, que había crecido junto a ti, ahora te besaba y acariciara como si fueras lo más importante del mundo; claro que era extraño, pero ninguno se imaginaba al lado de otra persona, para Daiki y Taiga, no había nadie más en sus corazones.

 

Las vacaciones, antes de entrar a la Universidad aún no terminaban, por lo cual, ambos tenían citas diferentes a lo que comúnmente habían hecho; salían al cine, al parque, al acuario, pero dichas citas siempre terminaban con un buen juego de básquetbol… claro, no perdiendo la costumbre.

Estaban en el típico proceso de adaptación, en el que debían dejar de pensarse como amigos, y comenzar a tratarse como novios.

 

Dejando de lado ese tema, Kagami se había matriculado de forma exitosa en la misma universidad que Aomine; claro, había tenido que dar una ‘generosa cantidad de dinero’, pues los exámenes ya habían pasado y él había buscado ingresar sin haber hecho el típico examen de admisión… nada que un poco de dinero no pudiera resolver.

 

También se había armado de valor y había hablado un largo tiempo con su padre; no tuvo opción más que decirle la verdad: que no regresaría a Estados Unidos, porque quería quedarse en Japón, junto a Daiki, quien ahora era su pareja.

 

Su padre, a pesar de los pensamientos de Taiga, no había estallado en decepción, enojo o gritos hacia él, sino que permaneció en silencio por lo que parecieron minutos. Al final de cuentas, confesó que esperaba algo así… pues en algún momento de la adolescencia de Taiga, el señor Kagami se había percatado de esos detalles que le hacían creer que a su hijo le gustaban los chicos de su mismo género.

De alguna forma, se sentía contento al saber que Taiga confiaba lo suficientemente en él como para confesarle su orientación sexual y para decirle la verdad del deseo de querer permanecer en Japón.

El señor Kagami se sentía  tranquilo al saber que su hijo y Aomine Daiki eran pareja… pensó que no había nadie mejor que Daiki para Taiga…

 

De cualquier forma, si se negaba a esa relación, lo que conseguiría sería alejar aún más a su hijo… no quería eso, así que optó por desearle suerte a Taiga con su nueva relación, y hacerle entender que ansiaba regresar a Japón, para tener una tranquila y larga charla con Daiki, lo cual, seguramente, ocurriría pronto.

 

Pero Taiga no fue el único que debía lidiar con sus padres; Daiki sabía que tratar con su mamá sería mucho más fácil que confesarle a su padre que estaba en una relación con un hombre.

La señora Aomine entendió de inmediato los sentimientos de su hijo hacia su amigo de la infancia; ya no veía a Taiga como un chico raro y una mala influencia, ahora lo veía como alguien que le traía demasiada vida y felicidad a su hijo.

Y ella podía notar a primera vista esa felicidad irradiar de Daiki… no podía estar más contenta al ver a su hijo de esa forma.

 

Pero no fue la misma historia con el señor Aomine, quien, al saberlo, puso el grito en el cielo, y se molestó aún más al ver que su esposa apoyaba a Daiki.

¿Eres un jodido gay?”, fue la pregunta que soltó de golpe el señor, mirando fijamente a su hijo, con el enojo reflejado en sus ojos.

Daiki no supo qué contestar… no… no era gay, por supuesto que no lo era… Entonces… ¿Qué orientación sexual tenía?

No lo soy, pero amo a Taiga.”, fue lo único que respondió, sabiendo que esas palabras harían enojar aún más a su progenitor.

Tal y como Daiki lo había pensado, el señor Aomine se había molestado aún más, ya ni siquiera hacía caso de las peticiones de su esposa, en las que le decía que se calmara.

 

Optó por huir de allí, junto con su furia y desesperación, pues sabía que si se quedaba, las palabras que saldrían de su boca herirían a Daiki.

No quería ver a su hijo en ese momento, pero no lo dijo en voz alta; tampoco quería ser como esos típicos padres que obligaban a sus hijos a irse de la casa sólo por su orientación sexual.

El señor Aomine viajaba mucho debido a su trabajo, por lo cual, le sería más fácil pensar en todo el asunto mediante sus viajes.

 

Daiki entendió la postura de su padre, seguro que para él no era nada fácil tener en cuenta que el moreno amaba a un hombre; pero tenía la esperanza de que lo entendiera.

 

Además de eso, en su mente había rondado aquel pensamiento… No era gay, eso él mismo podía saberlo… Entonces… ¿Qué orientación sexual tenía?

Cuando habló del tema con Kagami, éste, con una sonrisa traviesa le dijo “Hey, Daiki… ¿Por qué no lo averiguas?”… ese idiota de su novio… seguro que lo sabía demasiado bien, pero quería ver sufrir un poco a Daiki antes de decirle su posible orientación sexual.

 

De cualquier modo, nada mejor que Google para sacarlo de sus dudas.

Fue así como se vio buscando información en Internet sobre el tema; a través de la laptop, fue tratando de encontrar una página confiable, que desenmascarara la pregunta.

 

Hasta que la encontró.

 

La página mostraba distintos tipos de orientaciones sexuales, cuando él creyó que la heterosexualidad y la homosexualidad eran todas… vaya que estaba muy desinformado.

Así que empezó a tratar de encajar en alguna de esas opciones.

 

Heterosexualidad, obvio que no, si no, su novio no sería un hombre; homosexualidad, tampoco, ya que no le atraía otro hombre, más que Kagami; Bisexualidad… podría ser, aunque al leer la información, podía saber que no iba con él; Asexualidad, no, claro que no, pues su deseo por su novio era notable; Transexualidad no; Pansexualidad no; hasta que por fin encontró información que resultaba interesante… Demisexualidad…una orientación sexual en la que se necesita de una conexión fuerte con esa persona, para sentir amor y deseo, sin importar que ésta persona fuera hombre o mujer.

 

Eso era… la conexión que compartía con Taiga era demasiado fuerte, por lo cual, por más que lo había intentado, no se había enamorado de esa forma alocada de alguien más.

De alguna forma, estaba más tranquilo al saber a qué orientación pertenecía, eso le hacía conocerse mejor.

 

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Un mes había pasado, y la vida en la Universidad era demasiado difícil, pero la soportaba porque a su lado estaba ese chico moreno al que amaba con locura.

La relación que llevaban cambiaba a cada día; si al principio era una sensación rara entre los dos, ahora era mucho mejor, pues aquellos encuentros accidentales en los pasillos, esos entrenamientos de básquetbol en el gimnasio y los roces improvisados tenían un ‘sabor’ diferente.

Aunque al principio del año escolar se habían hecho el propósito de mantener secreta la relación, la verdad era que ninguno de los dos podía ocultar esas miradas tiernas y sonrisas coquetas que se dedicaban, y aunque no lo dijeran en voz alta, los compañeros y amigos sabían sobre la relación entre ambos; sí, en ese país era malvisto que dos chicos salieran, poco les importaba a ellos.

 

De hecho, durante los entrenamientos, Daiki sentía morir, pues su novio, muy seguido, cruzaba mirada con él y le regalaba una linda sonrisa, lo cual hacía al moreno querer abalanzarse hacia éste y devorar esos bellos labios.

Pero tampoco podía dejar pasar esas acciones insinuantes, en las que el pelirrojo lo miraba con lascivia y se mordía el labio, dando a entender lo que por su mente pasaba.

Varias de esas veces tuvo que pensar en otra cosa y desaparecer sus deseos hacia Taiga, o de lo contrario, haría que una incómoda erección apareciera en él.

 

Ya ni hablar de todas esas veces en las que sus compañeros de equipo, incluso el mismo entrenador gritaban cosas como “Consíganse un cuarto” o “Lo que les falta es una buena sesión de sexo salvaje”, la tensión sexual era demasiado notoria y hasta palpable ante todos.

 

~*~

 

No pasó mucho tiempo para que Daiki sintiera que ya no podía con el deseo hacia Taiga.

 

Lo necesitaba urgentemente, necesitaba sentirse dentro del pelirrojo, o que el pelirrojo lo tomara… no le importaba quién fuera el activo, lo que le importaba era saciar ese calor desenfrenado que aparecía al recordar a su novio o al estar cerca de él.

 

Llevaban poco más de dos meses saliendo juntos, y ya no soportaba ese deseo sexual.

A esas alturas ya se había informado sobre el sexo gay; había leído algunos artículos para satisfacer más a Taiga.

 

Pensaba que con los conocimientos que había adquirido en Google sobre el tema, bastaban.

 

Así que manos a la obra…

 

Encontró la oportunidad perfecta después de ir a Maji Burger, ésta vez pasaron por alto jugar baloncesto, ya que Daiki tuvo que poner varias excusas para evitar llenarse de sudor. No quería que la oportunidad de que esa noche ‘interesante’ fuera desperdiciada.

 

Así se dirigieron hacia el departamento de Taiga; no sería la primera vez que el moreno pasaba la noche con su novio, pero ambos trataban de evitar que Daiki se quedara, por el simple hecho de que esa tensión sexual prevalecía; el pelirrojo no quería hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, y el moreno aún no estaba listo... pero eso se olvidaría justo ese día.

 

Cuando llegaron a su destino, Daiki entró al hogar de su novio, como ya era costumbre desde hacía muchos años.

El moreno miró cómo el otro chico se sentaba en el sofá y recargaba su cabeza en el respaldo del mueble. No perdió oportunidad de recorrer su vista por todo el cuerpo de su novio; joder… ese hombre de verdad le hacía perder la cabeza.

—¿Dai? — Sonó la voz de Taiga llamando a su novio, pues éste no se había movido de la entrada, ni siquiera se había quitado los zapatos.  —¿Estás bien?

Tan pronto como salió de su ensimismamiento, se quitó sus zapatos y dejó su chaqueta colgada, sin responder a las inquietudes de su novio pelirrojo.

—Sabes… estaba pensando… — Dijo, acercándose hacia el sillón por la parte de atrás, recorriendo sus dedos por el respaldo del mueble, claramente con una voz insinuante. —…que deberíamos hacerle caso a nuestros compañeros.

 

El ceño de Kagami se frunció ante las palabras; no había entendido a la perfección lo que el moreno decía, sin embargo, había acaparado su atención por completo.

—Ummm ¿Hacerles caso? ¿En qué?

Daiki fue caminando alrededor del sillón grande, hasta que se detuvo frente al pelirrojo.

De inmediato se colocó a horcajadas sobre Kagami, vislumbrando cómo esos ojos carmesí se abrían en sorpresa, y esas manos de piel bronceada no se habían animado a tocarlo.

El moreno llevó ambas manos hacia los hombros contrarios y denotó una sonrisa pequeña, luego robando un beso fugaz de los labios de su novio.

—En que… deberíamos tener sexo salvaje…

 

Era evidente que un sonrojo notorio se formara en las mejillas de Taiga; había fantaseado con su novio de piel morena por mucho tiempo, y el que el mismo Aomine se atreviera a proponer algo así… era, por demás, excitante.

—¿Estás seguro? —Cuestionó, pues una vez que aquella demostración empezara, no había vuelta atrás.

 

Pero el peliazul no contestó con palabras, más bien con sus labios, que se amoldaron perfectos a los de Taiga, en un beso tierno, que fue subiendo de intensidad poco a poco.

 

Las manos del pelirrojo, de inmediato, se dirigieron hacia la espalda del otro chico, tocando esa piel morena exótica por debajo de la camiseta; esas caricias iban descendiendo por su cuerpo, hasta llegar al trasero de Daiki.

—No… —Musitó el peliazul, separándose de inmediato del beso.

El pelirrojo levantó una de sus distintivas cejas, cuestionándose internamente qué había de malo en ello, y el primer pensamiento que abordó su mente fue que tal vez el otro chico había cambiado de opinión.

—Está bien si no quieres hacerlo… — habló Kagami, después de todo, no era la primera vez que Aomine hacía algo como eso.

—Tch… idiota, no es eso. No quiero hacerlo aquí, vayamos a la alcoba. — Se levantó, y tomó la mano de su novio, pero no había dado ni un paso, cuando Taiga lo abrazó por detrás y empezó a dejar adictivos besos por su cuello.

 

Sus manos de inmediato encontraron los muslos del pelirrojo y empezó a subir por ellos, hasta descansar sobre el trasero de éste… soltó un suspiro hondo, percatándose de esas manos bronceadas que ahora acariciaban los pectorales y abdomen de Daiki.

 

Aquello era tan excitante; podía sentir cómo el miembro de Kagami rozaba su trasero, y  cómo, a cada segundo de aquellas caricias fervientes, éste se ponía más duro.

 

Se giró y besó apasionadamente a su novio pelirrojo, separándose sólo para quitar esa camiseta que portaba Kagami, y seguir con esos besos desenfrenados.

Pensó que, de seguir así, jamás llegarían a la alcoba de su novio, así que, continuando el beso, caminó un poco hacia atrás, provocando que el pelirrojo lo siguiera, sin dejar de besar esos belfos que se habían vuelto una adicción para él.

 

Nuevamente hubo una pequeña pausa, y ahora fue el turno de Daiki de ser despojado de su camiseta, la cual fue arrojada por Kagami unos metros lejos.

Con un poco de fuerza hizo girar a Aomine, a quien, esa fuerza ejercida le excitó con demasía.

Impaciencia era lo que mostraban las manos del ojirojo, al tratar de desabrochar el cinturón de Aomine y quitar aquel estorboso pantalón.

—Taiga, ¿Puedes esperar? — Su boca pudo formular, percatándose de cómo el pantalón resbalaba por sus muslos.

—No… — Finalizó el pelirrojo, él mismo desabrochando su cinturón para quitar su pantalón, quedando en igualdad de condición con su novio.

 

Aomine sintió un jalón en la parte baja de su espalda; las manos bronceadas habían juntado ambos cuerpos. Tuvo que callar un pequeño gemido que osaba escapar de su boca, al sentir cómo ambas erecciones se rozaban por derriba de la ropa interior de ambos.

Pudo percibir que aquel líquido pre-seminal de Taiga había mojado la ropa interior de éste; le excitaba saber que era deseado de una forma insana por su novio.

 

Kagami calmó un poco su deseo y entendió que la primera vez de ambos no podía ocurrir en un sillón, en el que era obvio que no cabían, así que trató de esperar.

Aomine notó cómo su novio se alejaba un poco; entendió que debía aprovechar la oportunidad de ir hacia la recámara, o de lo contrario lo harían en la sala.

 

Por fin se dirigieron hacia la alcoba, y cuando estuvieron dentro del cuarto y la puerta fue cerrada, Kagami volvió a tomar los labios ajenos, al mismo momento en el que empujaba al moreno hacia la cama, hasta que la parte trasera de las rodillas de éste chocó contra la orilla de la cama; Taiga aprovechó el momento y lo empujó; ahora la espalda de su novio se encontró sobre el colchón.

 

Las muñecas morenas fueron atrapadas por las manos contrarias; Kagami, rápidamente, se posicionó sobre él, con las piernas a ambos lados de su cuerpo; pero ésta vez no lo besó, sino que posó su rostro a pocos centímetros del de Daiki, mirándolo con ternura y deseo, dejando notar sus  pupilas dilatadas por la excitación.

El pelirrojo comenzó a moverse sobre su novio, provocando una placentera fricción.

 

Pero muy pronto, esa estimulación fue insuficiente; Daiki quería más… necesitaba más.

 

Desapareciendo un poco su nerviosismo, llevó sus manos hacia la banda elástica de la ropa interior de Kagami, y con movimientos lentos, la bajó, liberando la virilidad completamente dura de su amante.

 

Kagami frenó sus movimientos, y se mantuvo sostenido sobre la palma de sus manos, dejando que el otro chico tomara su miembro recién liberado y lo empezara a estimular.

Los ojos curiosos de Daiki no tardaron mucho en posarse en aquel miembro entre su mano; no podía entender por qué le encendía esa visión… por qué el sexo de su novio se sentía tan bien entre sus dedos.

 

No se suponía que sintiera ese tipo de cosas fuertes; a él le encantaban los senos, sin embargo, al ver aquella erección derramar un poco de líquido seminal, deseó ingresarlo en su boca.  No iba a quedarse con las ganas, así que apartó al pelirrojo, haciéndolo recostarse en el colchón, invirtiendo así sus posiciones.

 

—No tienes que hacerlo. —Musitó el pelirrojo, pensando que tal vez el moreno se estaba sobre-exigiendo a sí mismo; además era algo a lo que Daiki no estaba acostumbrado, y que muy seguramente podría no gustarle.

—Sólo cállate. — No quería escuchar ningún sonido de los labios de Kagami, que no fueran esos bellos gemidos que pudiera dejar escapar.

 

Empezó quitándose la única prenda que cubría su cuerpo, ahora ambos estaban desnudos. Lo siguiente que hizo fue mirar detenidamente  la figura de Kagami; se deleitó con ese cuerpo bien formado; no evitó mirar de más aquella erección que se levantaba gustosa.

 

Disimuló bastante bien su asombro… Kagami era grande… era muy grande, y supo que sería un tanto difícil hacer que ese miembro entrara en su boca.

Debió estar mirando aquella parte del cuerpo de su novio por varios minutos, pues escuchó cómo el pelirrojo carraspeaba, en clara señal de ansiedad, tal vez sintiéndose desatendido por un momento.

 

Una pequeña sonrisa surcó sus labios, y sin perder más tiempo se colocó sobre Taiga, evitando besarlo en los labios y pasando directo a posar sus belfos sobre ese cuello incitador.

 

Dejó un camino de mordidas suaves y lamidas, ahora transitando por la manzana de Adán de su chico, siguiendo el camino hacia aquellos pectorales que eran un delirio.

Las manos del ojirojo se posaron sobre los cabellos azules, regalándole caricias tiernas, incitándolo a seguir.

 

Su lengua encontró un pezón, y con dedicación lo ingresó a su boca, succionando  y lamiendo; un jadeo quedo salió de la boca de Taiga al sentir aquella atención en su pecho. Eran sonidos que a Daiki le encantaron… definitivamente quería seguirlos escuchando.

 

Siguió su recorrido por esas abdominales bien formadas, enseguida encontrando un pequeño camino de vello rojo; se percató de que, entre más bajaba, más loco se volvía… nunca esperó que el cuerpo de su amado se sintiera tan bien sobre su lengua… que lo prendiera de esa forma tan ferviente.

 

En todo ese tiempo, el ojirojo había sido un simple espectador; parecía que no quería perderse ni un segundo de las acciones del moreno.

—Mmmmngh. —Gimió al sentir cómo la lengua traviesa de Daiki por fin tocaba su virilidad.

Éste tomó esa erección entre su mano y pasó su lengua por toda la longitud, desde la base, hasta la punta, donde pudo percibir el sabor salado del cuerpo de su novio.

 

Combinó sus lamidas con pequeñas succiones, tal y como había leído en internet, haciendo que más jadeos y suspiros salieran de la boca de Kagami.

 

Pensó que sería buen momento para meter la gran virilidad de Taiga en su boca, y así lo hizo.

Empezó lentamente por el glande, regalando succiones que provocaban un pequeño espasmo en su amante.

Siguió metiéndolo en su boca, pero debía aceptar que sus movimientos eran torpes… y no era para menos, pues jamás había hecho algo como eso.

 

El pensamiento de que tal vez debía haberlo intentado antes con algún objeto para adquirir práctica, no era tan mala idea en ese momento, pero parecía que a Taiga no le importaba mucho.

—Dai… nngh, joder… — Palabras entrecortadas salieron de la boca de Kagami; las sensaciones eran fuertes, tanto que tuvo que recostarse correctamente sobre el colchón y simplemente sentir cómo esa boca hacía su trabajo.

 

Unos dedos se posaron sobre su cabellera peliazul, sólo para guiar sus movimientos.

Una de sus manos morenas se colocó sobre su propio miembro, bombeando y dándose él mismo un poco de placer. Cielos… esos sonidos que salían de los labios de su amante lo estaban excitando aún más.

 

Pensó que en algún momento de ese sexo oral sus dientes habían lastimado la piel del pelirrojo, pero éste no se había quejado en ningún segundo, por lo que esperaba estar haciéndolo bien.

 

El ritmo en el que sacaba y metía aquella erección de su boca, aumentó, pero sus acciones no duraron mucho, pues la mano de Kagami sobre la cabeza de Daiki lo hizo detenerse.

—No más… debemos reservar energía para lo que sigue. — Afirmo Taiga, sabiendo que si su novio seguía estimulándolo con su boca, terminaría dentro de esa cavidad.

 

El pelirrojo se estiró lo suficiente y pudo alcanzar un cajón de un estante de noche, de éste, sacó una pequeña botella de lubricante.

Lo siguiente que hizo fue invertir las posiciones; con una mano empujó a Daiki hacia el colchón, y con notoria intrepidez se colocó a horcajadas sobre él; de inmediato devoró esos labios morenos, tomando completamente desprevenido al otro chico.

 

La impaciencia en Taiga era notoria; y eso se dejó claro en el momento en el que sus manos abrieron la tapa de la botella de gel y esparció un poco del líquido en sus dedos.

Regaló una mirada insinuante al de cabellos azules, dejándolo con la pregunta sobre qué iba a hacer a continuación con el lubricante.

—Taiga… —Trató de hablar, pero de inmediato fue silenciado por los labios contrarios.

 

El pelirrojo comenzó una serie de movimientos, en los que dejaba que su miembro y el de Daiki rozaran, provocando una fricción deleitosa.

 

Jadeos quedos era lo que le dejaban confirmar a Taiga que su novio estaba disfrutando aquellos movimientos sobre él.

Decidió darle un pequeño descanso a esos labios morenos y ahora se dirigió a ese cuello, dejando marcas de saliva, besos y pequeñas mordidas sobre la piel.

 

Sobraba decir que Aomine estaba disfrutando con demasía las atenciones que su novio le proporcionaba; sin embargo, ni siquiera se había dado cuenta de que Kagami, a pesar de sus movimientos, se estaba preparando él mismo, dejando ingresar  un dedo, luego dos, a su cuerpo, con la esperanza de dilatar esa entrada, que sería un paraíso para el moreno.

 

Un gemido sonoro de los labios de Kagami, hicieron que la extrañeza naciera en el peliazul, al querer saber a qué se debía ese sonido tan sexy.

Cuando el moreno se levantó un poco, posándose sobre sus codos, pudo ver cómo Taiga, aún arriba, tenía tres dedos dentro de él.

 

Se había informado bien en Internet, como para saber lo que su novio estaba haciendo, y sin pensarlo, aquella escena lo había encendido.

—Dai…  hazme el amor. — Pidió casi en un susurro, sacando los dedos de su trasero y colocándose de forma correcta sobre el nombrado, quien no supo qué hacer ante esa petición tan sensual.

 

La actitud de Aomine le dejaba saber a Taiga que tal vez no era buen momento para que éste tomara las riendas del asunto. Era una lástima, pues el pelirrojo quería saber qué clase de amante podía ser Daiki.

El de piel bronceada no iba a desaprovechar la oportunidad que se le presentaba… es decir… su antojable novio sobre el colchón, completamente a su merced, debía valer la pena…

 

Daiki permanecía quieto, soltando uno que otro jadeo, pero su mente no dejaba de formular mil y un preguntas en ese preciso momento: ¿Cómo era que Kagami sabía qué hacer? ¿Por qué parecía ser todo un experto en el tema? ¿Con quién había perdido su virginidad? No… eso no le gustaba para nada.

 

 

Por otra parte, Taiga se permitió ser atrevido y dejó que el miembro del moreno rozara sus glúteos, esperando que su amante hiciera algo, pero parecía que Aomine estaba en modo auto-zombie, lo cual no le gustaba nada al pelirrojo. ¿Era acaso que sus acciones no lo encendían? ¿O simplemente ya no quería continuar con ello? Era difícil tener una respuesta, y más cuando el miembro de Daiki estaba completamente duro.

—Tch… — Chasqueó la lengua; tomó la botella de lubricante y bañó el miembro de su amado, sin que éste soltara alguna queja. Se levantó sólo lo suficiente para tomar la virilidad contraria y posarla sobre su entrada; a continuación se empezó a mover muy lentamente, percibiendo cómo Daiki se abría paso entre sus paredes anales.

 

Pudo dejar escuchar un gruñido de molestia, y no era para menos… la parte más dolorosa era la intrusión, así que Kagami trató de tranquilizarse e intentar que su cuerpo pudiera recibir de forma correcta a su novio.

—Mmmmh. —Por fin un quedo gemido, de parte del moreno, se escuchó, y es que el pelirrojo había empezado a moverse con mucha lentitud, claramente tratando de ajustarse a la nueva sensación y dejarlo entrar completamente.

 

Para suerte de Taiga, el lubricante estaba siendo un gran aliado.

 

Pronto sintió cómo sus paredes internas cedían a cada intromisión, abriéndose paso ante la erección de su amante.

Su dolor poco a poco comenzó a desaparecer, dejándole sentir un gusto que, lentamente, iba cambiando a placer; su pene semi-erecto, ahora adquiría más fuerza y se levantaba gustoso.

—Ahh… Dai… —Musitó, moviéndose cada vez con un poco más de confianza; colocó ambas manos bronceadas sobre el pecho desnudo de su amante, para darse un poco más de impulso; sus movimientos no eran rápidos, al contrario, eran lentos, pero cada vez que dejaba ingresar el sexo contario en su cuerpo, el placer aumentaba.

 

Daiki no quiso apartar la mirada de aquel bello rostro moreno que cambiaba a cada minuto, esos gemidos y esas diferentes expresiones lo estaban llevando al borde de la locura.

La visión que tenía al frente, era estupenda; quería grabar en su memoria cada segundo de la primera vez de ambos.

 

—Dai… — Mencionó en un susurro, agachándose un poco, hasta que su rostro quedó frente al del nombrado. —…tómame… por favor. — Pidió, y es que no era nada lindo que él se encargara de todo el asunto.

Aunque, en realidad entendía la posición de Daiki en ese momento… puesto que el chico jamás había tenido relaciones sexuales con algún hombre. No podía imaginarse si para él, el tener sexo con alguien de su mismo género era difícil.

 

Parecía que sus súplicas habían sido escuchadas a la perfección, ya que sintió cómo las manos morenas se dirigieron hacia las piernas torneadas que se hallaban a cada uno de sus costados; para Aomine era demasiado excitante ver cómo su novio se movía sobre él, de forma lenta y casi tortuosa.

 

Sin dejar de oscilar, Kagami juntó sus labios con los de su novio; le hizo saber que el dolor se había ido por completo, dejándole paso a ese placer que a cada segundo se hacía más grande.

 

Parecía que el despabilamiento de Daiki estaba terminando, pues tan pronto pudo sentir ese placer circular por su cuerpo, llevó sus manos hacia el trasero de Taiga, por fin tocando aquella parte del cuerpo de su novio que tanto lo excitaba.

—Dai… házmelo… quiero todo de ti… — Habló el pelirrojo, dejando entrar y salir el gran miembro de su novio de él. —…hazme el amor como tú quieras… — Rogó de nuevo.

 

Aquella súplica, por fin, había sido escuchada por Daiki; éste al entender tal petición tan sensual de los labios contrarios, se levantó de golpe, tomando de un brazo a Kagami y colocándolo de cara sobre el colchón, y el trasero en el aire. Era obvio que, por un momento, la sorpresa acaparara al pelirrojo.

—¿Quieres esto, Taiga? ¿De verdad lo deseas? — Su voz denotaba fuerza y pasión.

—Joder… sí… te quiero dent— No pudo terminar su frase, debido a un gemido sonoro que él mismo dejó escuchar; Daiki lo había penetrado de un solo golpe, llegando hondo en el cuerpo de su amante.

 

Se sujetó de las caderas de Taiga y empezó un vaivén, que si bien no eran movimientos rápidos, claro que eran hondos.

—Nnnnghhh… yeah… Dai… así… — El pelirrojo trataba de formar oraciones, sin embargo, los movimientos de cadera de Daiki lo estaban dejando sin palabras.

—Dime, Taiga… ¿Lo quieres así? ¿O lo quieres más fuerte? — Al mencionar la última palabra de su frase, dio una estocada fuerte, que provocó que el pelirrojo se agarrara fuerte de las sábanas.

 

Eso era lo que deseaba Taiga… que el moreno lo hiciera suyo de forma salvaje; así lo había imaginado, aunque la realidad superaba con creces a su imaginación.

Su chico se había convertido en un animal salvaje… una pantera que estaba, prácticamente, devorándolo.

 

Kagami echó la cabeza hacia atrás, pues dedos morenos se habían enredado en su mata de cabello rojo, y habían halado agresivamente de él.

No, no esperaba que en la primera vez de ambos, el chico moreno fuera alguien salvaje y bruto… joder, le encantaba esa faceta de Daiki.

—Ahh… mmmmmh… más… — Pidió el pelirrojo.

 

Daiki tomó uno de los brazos del otro chico y lo jaló hacia él, ahora Taiga se encontraba sólo con las rodillas sobre el colchón, aun recibiendo esas estocadas fuertes y certeras.

 

Sintió como la mano de su amado peliazul se posaba sobre su mentón y lo obligaba a girar el rostro, para besar su mejilla con agresividad, mientras que la otra mano aún se encontraba entre su cabello, aun jalándolo hacia atrás.

—Dime que nadie te ha poseído así, Taiga… —Habló, a continuación llevando sus labios hacia el hombro de éste, regalándole un par de mordidas leves, pues a pesar de que estaba siendo rudo, no quería dejar marcas en el cuerpo de Kagami.

—No.. na-die… — Apenas pudo pronunciar, pues con los gemidos y jadeos eran casi imposible de hablar.

—bien... será mejor que te acostumbres, amor. — Una sonrisa lasciva se mostró en su rostro. —Hoy voy a hacer que te corras, sin siquiera tocar ese perfecto pene.

 

Esas simples palabras hicieron que el pelirrojo casi soltara su orgasmo, pero aún no… no era tiempo… quería seguir disfrutando de su novio.

Hasta ese momento no había entendido cuánto placer le traía ser tratado de esa forma brusca por Daiki; los dos se complementaban a la perfección.

 

Aomine, al entender que estaba siendo rudo con su novio, detuvo sus acciones, de inmediato recibiendo la mirada de sorpresa del pelirrojo.

 

No estaba seguro de que aquello que estaban llevando a cabo se le pudiera llamar ‘hacer el amor’; se había dejado llevar por sus deseos carnales hacia su novio, dejándole mostrar poco  o nada de aquel amor desmedido que le tenía.

 

La pregunta prevalecía en la mirada de esos orbes carmesí, pero no dijo nada; después de enfriar un poco su mente,  entendió lo que Aomine estaba pensando.

Soltó un suspiro hondo, intentando normalizar su respiración; acto seguido, se sentó sobre la cama, llevó una mano hacia el rostro de Daiki, percatándose de aquella mirada, no sólo de lascivia, sino de amor, y sin poder evitarlo, acarició el bello rostro color chocolate.

—Te amo… — Mencionó, recibiendo un beso tierno y largo como respuesta.

 

Cuando el beso terminó, Kagami posó ambas manos sobre la nuca de su amado, y comenzó a recostarse lentamente, atrayéndolo hacia él.

 

Esos hermosos ojos zafiro no se despegaron de los carmesí ni un segundo.

Daiki se encontraba sobre el pelirrojo, entre las piernas de éste; volvió a besarlo, pero en ésta ocasión, ese beso fue diferente, pues el desenfreno no imperaba en él… la lengua de Taiga masajeaba la suya con mucha dedicación.

 

—Ahhh… Nggh. — Taiga gimió al sentir cómo su novio nuevamente lo penetraba, estaba vez sin agresión y hasta cierto modo con ternura.

Los movimientos de cadera del peliazul no eran agresivos, pero no por eso menos placenteros para Kagami, el ambiente era demasiado diferente al de hacía algunos minutos, pero ambos podían sentir cómo el cariño y el amor emanaban de sus cuerpos.

 

Aomine no era virgen… claro que había tenido sexo con algunas chicas, pero en ninguna de esas ocasiones se había sentido así… tan lleno de vida… tan amado por la otra persona… tan deseoso de alguien; y ahora, al estarle haciendo el amor a Taiga, sentía una gran devoción hacia él… sentía un lazo tan fuerte que se afianzaba con esa demostración de amor.

 

—Te amo, Taiga. — Habló el moreno, dirigiendo sus labios hacia el cuello de su amante, susurrando aquellas palabras sobre la piel bronceada, para que, después de ello, un gemido saliera de sus labios.  

 

Kagami no respondió a esas palabras, sólo se aferró a esa espalda ancha, con sus dedos incrustados en la espalda de éste, sintiendo que casi podía tocar el cielo con cada embestida de Aomine.

—Ahhh… joder… — Casi gritó, provocando que Daiki se detuviera, se separara y lo mirara con preocupación.

—Uh… ¿Te lastimé?

—No… Dai… sigue… sigue, no pares, toca ese mismo punto.

 

Era obvio que el moreno no había entendido la última parte que había dicho su novio. ¿”Ese mismo punto”? ¿Qué punto? No sabía a qué se refería su novio pelirrojo, pero el ver el sonrojo de éste en sus mejillas, esos ojos cerrados y las manos contrarias que se aferraban al colchón, debía suponer que había hecho algo que había provocado sensaciones fuertes en el pelirrojo.

—Dai… — La impaciencia se dejó escuchar en la voz de Kagami; sin saber aún a qué se refería éste, Daiki volvió a embestir sin moverse un solo milímetro de su posición de hacía unos segundos, pensando que si algo había hecho bien, entonces debía replicarlo.

 

Un nuevo gemido salió de los labios de Kagami; definitivamente Daiki no sabía lo que estaba haciendo por lo cual su novio empezaba a gemir sonora y sensualmente, pero eso le gustaba.

No lo pensó mucho y siguió penetrando al ojirojo, ésta vez usando un poco más de velocidad en esas estocadas.

Kagami era un lío de jadeos y gemidos; arqueaba su espalda a esos movimientos de cadera; su visión se había vuelto borrosa, y cada vez que Daiki golpeaba su próstata, su mundo se volvía blanco… estaba en el paraíso.

Esos deliciosos gemidos que Taiga dejaba escuchar eran un estupendo motor para que Daiki continuara con esas arremetidas estupendas; el cuerpo de su amante, repentinamente, le otorgó una fricción por demás placentera; poco a poco su orgasmo se estaba formando en la parte baja de su abdomen.

Sintió que no iba a durar mucho tiempo, y menos cuando Kagami lo estaba apretando de forma exquisita; las manos del pelirrojo se aferraron a la espalda morena, Taiga no se dio cuenta del momento en el que sus uñas se enterraban en la piel de su amante; aquella acción había añadido un poco más de placer a Daiki… saber que estaba causando tremendo gozo en su novio, le era tan satisfactorio.

 

—Dai… un poco más… — Susurró el pelirrojo al oído de su novio, aprovechando para morder levemente su oreja, luego dejándole escuchar esos gemidos que el mismo moreno le provocaba.

Algunas pocas embestidas más bastaron para que el pelirrojo terminara sobre su abdomen, y manchando también un poco el cuerpo de su novio con su semen; su orgasmo fue grande, tanto que tuvo que cerrar fuerte sus ojos ante el cúmulo de sensaciones; se encontraba en el mismo cielo, y aún con su mundo en blanco, podía sentir el miembro de Daiki palpitar dentro de él, regalándole un poco más de placer.

 

Las contracciones de Taiga eran fuertes, percibía cómo su virilidad era atrapada entre paredes fuertes, que le provocaban más fricción.

Después de unos segundos, su cuerpo se rindió a su orgasmo, dejando salir su esencia, que fue depositada en el interior del pelirrojo.

Sus labios nombraron a su amante, al momento en el que daba las últimas estocadas, transportándose velozmente al paraíso.

 

Tan pronto como la última gota de semen salió de su cuerpo, Aomine cedió ante la poca fuerza de sus brazos y se dejó caer sobre Taiga, abrazándolo tiernamente y dejando varios besos sobre la piel bronceada de ese pecho.

Sintió que su abrazo era correspondido, y los labios ajenos dejaban un par de besos sobre su cabeza.

—Eres asombroso. —Confesó el pelirrojo, al momento en el que su novio rodaba y se recostaba a su lado.

—Hagámoslo de nuevo. — Una sonrisa traviesa se formó en los labios de Daiki, sabiendo que su novio no se negaría a la propuesta.

Una pequeña risa dejó escuchar el ojirojo, sintiendo cómo el semen de su novio empezaba a escurrir de su trasero, hasta quedarse sobre las sábanas.

—Eres insaciable.

 

Sobraba decir que aquella noche había sido demasiado larga; la estamina de ambos, tal como en los juegos de básquetbol, era basta; cada vez que lo hacían sentían más química… se sentían demasiado a gusto uno con el otro.

Aomine se volvía una bestia, capaz de hacer gritar a su amante, pero cuando lo ameritaba, podía ser romántico y amoroso; en cambio Kagami, podía deshacerse de ese ángel que lo caracterizaba y volverse todo un demonio.

El sexo entre ambos era rudo, duro… pero también podía ser tranquilo, tierno y lleno de amor.

 

~*~

 

Después de haber descubierto las delicias del sexo, ambos aprovechaban cada pequeño rato libre que tenían para hacer el amor; no importa dónde estuvieran…

Fue así como cada rincón de la casa de Kagami había sido testigo del amor que se prodigaban ambos; pero no sólo era el hogar del pelirrojo el que había presenciado eso, sino que también las duchas del gimnasio, el almacén del gimnasio, una de las esquinas en la universidad que no era nada concurrida… estaban jugando con fuego, sin embargo, no les importaba quemarse.

 

Aomine aprendió que la parte más sensible del cuerpo de su novio era su cuello, y Kagami supo lo propio con su novio, enterándose que si besaba y mordía detrás de las orejas del moreno, podía volverlo loco.

 

La madre de Daiki había tomado un rato para hablar con su hijo, y pedirle que no pasara tantas noches con Taiga, pues aquello podría repercutir en sus notas de la universidad. Claro que no iba a entrar en detalles… estaba segura de que su hijo sabía cuidarse él mismo.

 

Hablando de la familia del chico moreno… el señor Aomine había pensado bien las cosas; no quería que su hijo se fuera, era su único hijo, y tenerlo lejos sólo le traería dolor.

No estaba tan feliz, del todo, con la idea de que su hijo tuviera un novio, sin embargo, después de escuchar de labios de la señora Aomine, aquella rara orientación de Daiki, supo que no era gay, y que sólo se había enamorado de ese amigo que había conocido prácticamente toda su vida.

Pensó que si Taiga era un amigo de la infancia de su hijo, significaba que el chico pelirrojo era bueno e interesante.

 

Entonces ocurrió lo que ni Daiki ni Taiga habían pensado que pasaría pronto: los señores Aomine habían invitado al pelirrojo a cenar un fin de semana.

Kagami no debía confesar que estaba nervioso por esa invitación… es decir, nunca había entablado conversación con el señor, y ahora, de repente, iría a su casa, a sentarse en la misma mesa que él a comer; también pensó en la señora Aomine, durante muchos años, lo había visto con malos ojos… era obvio que se sintiera muy nervioso.

 

—No te portes como una nena, idiota. —Daiki trataba de que ese nerviosismo en su novio desapareciera, aunque sabía que aquello no sería tan fácil.

Tch… ¿Quién se había creído ese tonto de Aomine para hablarle de esa forma? ¿Nervioso… él? Pfff por favor…

—Te pusiste el saco al revés, tonto. — Daiki habló.

Okay… tal vez estaba nervioso un poco.

 

Aquella comida había pasado tranquila, los señores Aomine eran los que más hablaban, soltando varias interrogantes, sólo para conocer más a Taiga; después de media hora de esa reunión, todos los presentes se sentían en confianza.

El padre y madre de Daiki habían entendido que el pelirrojo era una muy buena persona, que tenía sueños y planes a futuro y que amaba con demasía a Daiki, esto último se podía notar incluso en las miradas que le regalaba al moreno.

 

—Aceptamos que seas el novio de Daiki. —Habló el señor Aomine, mostrando una pequeña, pero sincera  sonrisa. —Ahora, viéndote junto a él, sé que eres la mejor persona para él.

Los ojos carmesí se abrieron con sorpresa y confianza; el que tanto él como Daiki tuvieran la aprobación del señor, les era muy importante y significativo.

—Gracias, viejo. — La sonrisa de Daiki era enorme; no evitó tomar la mano de su novio por debajo de la mesa.

—Lo cuidaré mucho… puede confiar en mí. —Fue lo último que dijo Kagami, antes de que los señores lo miraran con comprensióny le regalaran una enorme sonrisa.

 

Cuando terminó la cena, y Kagami ayudó a levantar la mesa, la pareja salió del comedor; aprovechando que nadie los veía, Daiki empujó a su novio hacia la pared más cercana, devorando sus labios de forma inmediata.

Aunque Kagami sabía el lugar donde se encontraban, fue presa fácil de aquellos hábiles belfos que se movían sobre los suyos.

—Entonces… Taiga… pensé en un nuevo lugar para que sea testigo de nuestro sexo desenfrenado. — Muy cerca de los labios del pelirrojo habló, mientras sus manos se situaban en esa cintura estrecha.

—Mmmm. Eso suena interesante. ¿Qué lugar es?

—Mi cuarto…— finalizó, tomando la mano de su novio y, casi arrastrándolo por las escaleras, con destino a su habitación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Omake::..

 

No, no estaba nervioso, en realidad su corazón saltaba de felicidad al saber que en unos cuántos minutos su apellido sería compartido por el amor de su vida…. Sí, ahora Daiki dejaría de ser su novio, y se convertiría en su esposo, cambiando su nombre a ‘Kagami Daiki’.

 

Tenía 27 años, y podía presumir que estaría por casarse con su mejor amigo, su rival, su amante, su novio…

Estaba a minutos de ver caminar a su novio por ese pasillo, y llegar junto a él al altar, para compartir votos y formar una conexión más en su vida… una conexión que sería para toda su vida…

 

—Taiga… — La voz de su padre, junto a él, lo sacó de sus pensamientos. Giró un poco el rostro, para encarar a aquel hombre que había aceptado su relación y que lo había apoyado en ella. —… es un día importante. — Dijo el señor, regalándole a su hijo una de las sonrisas más dulces que éste jamás había visto en los labios de su padre.

—Lo sé… ansío esto. — Confesó, devolviendo la sonrisa.

 

El señor no respondió al momento, sólo tomó la cálida mano de su hijo entre la suya, haciendo que Taiga girara por completo, regalándole su total atención.

—Sé que tu madre estaría orgullosa de ti. —Las palabras tiernas salieron de su boca, mientras miraba ese bello rostro de su hijo que tanto le recordaba a su esposa.

El de menor edad sintió cómo un nudo se formaba en su garganta; aquellas palabras habían desaparecido la sonrisa que hacía segundos portaba.  

—Sé que ella está muy feliz por ti, hijo mío.

 

Taiga desvió su mirada y la colocó en el piso; no podía negarlo… le había hecho tanta falta su mamá durante todos esos años, pero había salido adelante por él mismo.

Por ese momento, deseó con todas sus fuerzas que ella estuviera allí, compartiendo uno de los momentos más importantes en su vida… pero no podía ser así.

—No llores, éste es tu día. — Dijo el señor, llevando sus manos hacia los ojos de  Taiga, limpiando las lágrimas que resbalaban por las mejillas de su hijo.

Taiga ni siquiera se había dado cuenta de que había comenzado a llorar; pero sabía que su madre, donde quiera que estuviera, estaba cuidándolo y celebrando ese momento, junto a él.

 

El ambiente cambió cuando Daiki apareció por la entrada de la iglesia, portando un lindo traje negro, junto a su madre, aquella señora que se veía tan elegante y demasiado feliz por su hijo.

 

Daiki caminaba por el pequeño pasillo, de la mano de su madre, sin despegar ni un minuto su vista de aquellos rubíes de su novio, y de lo bien que se veía con traje.

 

Tan pronto como estuvo frente a Kagami, le regaló una tierna sonrisa, luego, saludando con la mirada y un leve movimiento de cabeza  a ese hombre que en cuestión de minutos sería su suegro.

 

El sacerdote comenzó la misa, el silencio imperaba en el lugar, Kagami tomaba cálidamente la mano de Daiki entre la suya, mientras ambos ponían atención a las palabras del sacerdote.

Sin que ambos chicos se dieran cuenta, llegó la parte más importante de la ceremonia, una parte en la que ambos sabían qué contestar.

 

—Kagami Taiga ¿Aceptas tomar a Aomine Daiki como tu esposo? — Habló el sacerdote.

—Acepto. — Voz firme de Taiga se escuchó, mirando a su novio con calidez.

—Y tú, Aomine Daiki. ¿Aceptas tomar a Kagami Taiga como tu esposo?

—Sí, acepto.

—Los declaro esposos, pueden besarse.

 

Las ovaciones hacia ellos eran ensordecedoras; demasiados amigos y familiares de ambos se encontraban entre los asistentes; todos estaban felices por la pareja.

Entre gritos, felicitaciones y sonrisas sinceras, salieron de la iglesia, siendo seguidos por los presentes, para abordar un auto lujoso que los llevaría a un hotel de 5 estrellas a empezar con la luna de miel.

 

Tan  pronto como ambos chicos abordaron el auto, el moreno atacó los labios de su, ahora, esposo; esos labios que tanto adoraba besar.

—¿Estás listo? — cuestionó el moreno, con una clara sonrisa de ternura.

—Estoy listo… —Dijo sin preocupaciones.

—También estoy listo… para iniciar una vida junto a ti, y amarte por siempre. — Dejó que su lado cursi saliera, percibiendo los desenfrenados latidos de su corazón.

—Empecemos esa vida… una vida junto a ti…

 

De nueva cuenta, los labios de ambos se unieron; no importaba qué les deparara el destino, siempre saldrían adelante como lo habían hecho hasta ese momento, porque estaban juntos… y juntos, se sentían invencibles…

Les deparaba toda una vida uno al lado del otro.

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

No abordé el tema de la virginidad de Kagami porque me pareció innecesario, por si se lo preguntaban, fue con Mibuchi con quien primero se lió xD claro, digamos que el escolta de Rakuzan fue su “maestro”, pero aquello no había pasado más que por una simple calentura.

No abordé a otros personajes porque tampoco lo valían, por eso no me metí de lleno en el tema de Aomine en seirin.

 

Si aún así, tuvieran alguna pregunta con respecto al fic, o algo no haya quedado claro, pueden preguntarme, para así agregar algunas cosas al fic o contestar sus preguntas directamente.

 

Y bueno, si llegaron hasta aquí, déjenme felicitarlos!! De verdad espero que les haya gustado la lectura y que no se les haya hecho aburrida, porque lenta creo que sí lo era :v
Acepto todo tipo de críticas para mejorar, tanto tramas como escritura. Creo que los comentarios constructivos siempre vienen a bien.

 

Gracias por leer tanto y espero te animes a comentarme si te gustó la historia.

 

Nos leeremos pronto!! <3 <3

 

 


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