Aquellas viejas fotos que habían sido puestas en una pequeña caja y escondidas en lo más alto del estante más lejano a la vista. Esas, quizá estarían un poco húmedas. Con marcas de pequeñas gotas en ellas.
Había sido bastante fuerte al final, se había esforzado por sonreír incluso en el último momento, pero no lo logró.
Se lo llevó el viento, hecho cenizas.
"Nunca olvides todo lo que te hice sentir". Le dijo por última vez. La última vez que le había visto sonreír y estar despierto.
Todo después de eso fue un desastre. El coma, el mes que le llevó despertarse para llorar e implorarle a todos esos dioses en los que decía creer que le dejasen vivo. Todo para llegar al destino que se le había marcado desde un inicio.
"Nadie se salva de la oz. Tarde o temprano nos toca conocer lo peligroso de su filo".
¿Cúanto había pasado ya?, ¿medio año? Siendo sinceros, había preferido olvidarlo, así el golpe emocional habría sido más fácil de llevar. Pero no lo fué. Fue el peor golpe que alguna vez pudo presentar. Perdió todo rastro de sueño, dejó su empleo y no salía nunca de su habitación. Había incluso robado descaradamente las sábanas del hospital en las que él había pasado sus últimos segundos. De no haber sido por la hermana de aquél que se había ido, probablemente la hubiese pasado mucho peor.
"Estaré bien mientras tengas todas nuestras fotos pegadas justo como las dejé en la pared de tu habitación. Nuestra habitación'.
En su pared no había ninguna foto. Las había arrancado todas después de que el muchacho se hubiese desvanecido. Estaban en algún lugar. No recordaba dónde. O eso decía siempre que llegaban a pedirle una para recordar.
Lo que más recordaba, era lo mucho que lloró al quitarlas. El largo rato que le tomaba observar algo que creyó tendría consigo toda la vida.
A su funeral no fué. No quiso sentirse más sumido en la desesperación que le había encargado por tanto tiempo. Lo odiaba, más que nada, por fingir en sus últimos momentos. Por hacerle promesas que sabían ambos, no se iban a cumplir ni soñandolo.
Recordó las caricias, el calor de sus mejillas y lo bien que se sentía cada vez que sus ojos se volvían dos medias lunas y su sonrisa le iluminaba cual estrellas en el cielo.
De pronto se halló en su habitación, reproduciendo todos y cada uno de esos momentos. Las fografías, su fragancia -un suave olor a menta, siempre su preferido-, la manera en que se acurrucaban el uno con el otro al ver películas en la habitación y como, en muchas ocasiones, se quedaban despiertos ambos sólo haciendo compañía para que uno de los dos aprobase sus exámenes universitarios... Eso cuando todavía estaban en la Universidad.
Todo pasó muy rápido. Cuando lo internaron y le dieron las malas noticias. Cuando le dijeron que era inminente y no podrían ayudar mucho. Era una enfermedad rara. Ni el mejor hematologo pudo determinar que era. Lo único determinable era que avanzaba, lento y con confianza. No se detendría, sólo lo atrasarían.
Volvió a romper en llanto esa noche. Quería irse de ahí, olvidarlo todo y comenzar de nuevo. Pero no quería dejar de lado sus recuerdos, ni su hogar. El lugar dónde se habían conocido.
—Así es cómo se rompe un corazón de papel, ¿no?
o – o – o
En la mañana encontraron un ovillo en el suelo. Su cara estaba hinchada y su casa era un desastre. Cajas con fotografías tiradas, y su contenido esparcido por todo el lugar. Un olor a menta concentrado y una habitación hecha un poco cenizas, con las sábanas blancas hechas una masa chamuscada de tela.
Aquel pequeño ovillo, ni pulso ni un respiro y a su lado, una nota con varios tachados, húmeda y algo borrosa.
"Mi corazón de papel se ha humedecido al grado de deshacerse por completo".