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Inmortal por Jade Edaj

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Notas del capitulo:

Hace algún tiempo que guardo esta historia, la idea era de varios cápítulos pero por varias razones no pudo terminarse. Pero como se entiende y le viene bien a esta época del año, decidí compartila así como está.

Aunque esté en mi cuenta quiero agradecerle a Amii por expresar en este fic, todo lo que yo no pude.

Ya saben, Free no nos pertenece.

Una espesa lluvia caía en las calles de la ciudad aquella tarde. Los relámpagos que acompañaban a la lluvia eran lo único que de vez en cuando iluminaban la gran oscuridad que había en su habitación. Sin embargo, ni siquiera aquella luz tan brillante era capaz de llegar a lo más recóndito de su alma. Un alma que agonizaba. Sus ojos brillaban cada vez que la luz aparecía por los ventanales. Sus ojos azules se distinguían en la oscuridad y pese a su gran belleza, estos agonizaban en su propia miseria. No eran capaces de ver a su alrededor. Estaban perdidos en su pasado y en aquello que tanto anhelaba y ya no podría tener, su familia.

Un trueno le hizo entornar su mirada y se fijó en la ventana que estaba ligeramente abierta. Una pequeña brisa entraba haciendo que las cortinas se movieran de forma grácil de vez en cuando y otras un tanto violentamente. Quiso levantarse del suelo para cerrar la ventana. El agua entraba con el viento, pero las órdenes de su cerebro no llegaron al resto de su cuerpo y siguió sentado en la oscuridad, apoyado en la pared y mirando hacia la nada. Nunca le habían gustado los truenos, pero al menos la lluvia le hacía sentir tranquilo. El golpeteo constante contra el suelo, los edificios y las ventanas le traían paz. El agua fluyendo era lo único que lograba calmar a su desesperado corazón.

Apretó en un puño su mano derecha, apretando la corbata negra que tenía ahí. Su vestimenta completa era de un negro impecable, excepto la camisa que era blanca para contrastar el tono del traje que traía puesto. Por la mañana había estado impecable, recién lavado y planchado, pero para esas horas de la tarde ya estaba lleno de arrugas y de tierra por haber estado en el suelo.

Bajó la cabeza y miró la corbata. Un pequeño recuerdo fugaz vino a su mente. Era de su madre y de él. No había sido hace mucho tiempo atrás. Ella había insistido que él necesitaba un traje para alguna ocasión especial y se había empecinado en comprar aquel traje negro porque dijo que combinaba perfectamente con sus ojos azules. Y no se equivocaba. Realzaban de forma perfecta. El único problema es que ella nunca pensó lo tristes que estarían aquellos ojos cuando él usara ese traje. Ella no sabía que Haruka iba a usar su traje por primera vez para su funeral y el de su padre. No sabía tampoco que su vida iba a llegar a su fin a tan pronto, tampoco sabía que Rei y Nagisa le iban a acompañar en ese viaje que les costaría la vida a tan corta edad. Ella no sabía nada de eso.

 

Su madre lo miró con ojos cansados. Ya no deseaba seguir discutiendo con Haru, pero no tenía más opciones que escucharlo. Le dio un pequeño vistazo a su esposo que miraba al suelo con aires de arrepentimiento.

—Por una vez en sus vidas les pido que hagan esto por mí. — Insistió Haru. Su voz sonaba como reproche. Estaba cansado de que sus padres le tuvieran tan abandonado desde que era tan pequeño.

Siempre intentó comprenderlos. Al comienzo hasta era divertido. Era solo un jovencito independiente que creía que el mundo estaba a sus pies. Amaba aquella libertad que sus padres le habían otorgado, pero con el paso del tiempo comenzó a ser frustrante. Ver a todos sus amigos con sus familias, rodeados de gente que se preocupaba por ellos. Sabía que cuando ellos llegaban a sus casas iban a tener un plato de comida caliente y una gran sonrisa para animar aquellos días más duros. Él lo único que encontraba era oscuridad en una casa demasiado grande para un niño.

—Haru… — intentó alcanzar a su hijo con la mano, pero él retrocedió al verla.

— ¿No irán verdad? — Preguntó dolido y hasta con cierto odio en su mirada.

Su padre meneó la cabeza —Haremos lo posible por ir, Haru. Queremos que las cosas cambien. — Prometió esperanzado.

La mirada de Haru se aligeró y asintió levemente —Es todo lo que necesitaba oír. — Sonrió de lado.

Su madre intentó volver a llegar hasta él, pero volvió a apartarse. Era demasiado el daño. Eran demasiados años de abandono para que una simple promesa pudiera curarlo. Necesitaba que dejaran de prometerle cosas. Ya no quería oír cuanto lo querían. Haru necesitaba que le demostraran con hechos concretos lo mucho que se preocupaban por él. Y aquel viaje podría ser el comienzo de una nueva vida para ellos.

 

La mirada de Haru se perturbó cuando aquellos recuerdos recorrieron su mente. La frustración, la rabia y la impotencia lo embargaban y las lágrimas se amontonaban en sus ojos. Sin embargo, no era capaz de llorar, no era capaz de derramar una sola lágrima por sus padres o por sus amigos. Todo lo que sentía era culpa, la cual lo recorría y lo carcomía hasta lo más profundo de su ser. La había cagado. Estaban muertos por su culpa. Por sus malditos caprichos y ahora estaba solo. Otra vez estaba solo y ahora era su culpa.

No fue hasta ese momento que se dio cuenta que jamás estuvo realmente solo. Siempre había tenido a sus amigos que lo apoyaron en sus momentos más difíciles. Incluso a las familias de sus amigos. Y en ocasiones sus padres lo visitaban. Sabía que no era muy frecuente, pero al menos cada noche se iba a dormir con la certeza que en alguna parte del mundo habían dos seres que lo amaban con todo su corazón. Pero ahora, ahora no había nadie. Ahora se iría a dormir sintiéndose solo porque realmente lo estaba.

 

La madre de Haru abrió con cuidado la puerta del cuarto de Haru. Él estaba acostado, pero ella sabía que estaba despierto. Dio unos pasos en la oscuridad y esperó escuchar el rechazo de Haru, pero él se mantuvo en silencio y la dejó acercarse. No se movió hasta que ella se sentó en la cama y hundió un poco el colchón. Él se removió y se giró hacia ella. Sus ojos azules fueron los únicos que destacaban en la oscuridad.

—Cariño… — susurró tomando su mano —Hablamos con tu padre. Hicimos algunos cambios y hablamos con una par de personas. — dijo con notable optimismo —Iremos contigo y tus amigos a tu competencia en Tokio. — prometió con felicidad.

Haru hizo un pequeño gruñido y le apretó la mano a su madre —Gracias. —

—Te queremos, Haru. Y es importante para nosotros que lo sepas y que jamás lo olvides. No importa lo lejos que estemos. No importa que incluso un día ya no podamos volver a tu lado. Nosotros te vamos a seguir amando igual. Nuestro amor por ti es capaz de atravesar todo el mundo, dimensiones e incluso vidas. — se agachó hacia él y le besó la frente.

—Mamá. — se quejó Haru —Deje de ser un niño hace tiempo. — se apartó un poco pero sin soltarle la mano.

Ella soltó una risita —Lo siento. Supongo que me perdí esa etapa de tu vida. — ironizó la situación en la que estaban —Voy a recuperar el tiempo perdido, lo prometo. —

—También los quiero. — Haru se enderezó y se sentó en la cama. Atrajo a su mamá y le dio un fuerte abrazo en medio de la oscuridad —Espero verlos allá. —

—Descansa, cariño. Mañana será un largo día. — murmuró ella —Tu padre te llevará al aeropuerto mañana. Nosotros viajaremos al otro día con Rei y Nagisa y llegaremos a tiempo para tu primera competencia. — se levantó de la cama y se aseguró que Haru se acostara antes de irse.

Se fue llena de ilusiones y dejo a Haru de la misma forma. Le costó conciliar el sueño.

 

Se levantó del suelo con la sensación de no estar solo en aquel lugar. Quería creer en las palabras de su mamá. Quería sentir su amor incluso cuando ellos no estaban. Pero al parecer todo se había extinguido con ellos.

Era una jugarreta de la vida. Ellos se habían subido a centenares de aviones. Habían recorrido el mundo entero prácticamente y tenían que caerse en un vuelo de cuarenta y cinco minutos. ¿Por qué tenía que caerse justamente ese avión? ¿Por qué tuvo que obligarlos a subirse a ese avión? Probablemente estarían vivos si hubieran seguido siendo unas porquerías de padres. Tal vez se volverían a olvidar de él hasta su próximo cumpleaños, pero al menos sus padres estarían vivos y sabría que tarde o temprano podría verlos.

Además ya ni siquiera tenía a sus amigos. Ni siquiera había destruido solo su vida. Había destruido la vida de dos familias más. ¿Cómo se suponía que ahora miraría a la cara a los padres de Rei y de Nagisa? Sentía vergüenza de vivir.

Eso era, pensó de inmediato. Se levantó del suelo y soltó la corbata que tenía en la mano. No merecía seguir ahí. Ni siquiera era capaz de mirarse al espejo y no odiarse. Para él ya no había nada más en ese mundo. Nada quedaba para él, así que, ¿para qué quedarse en él? ¿Para qué vivir? Arrastró los pies fuera del cuarto y avanzó por el pasillo con la cabeza gacha. No estaba orgulloso de los pensamientos que lo estaban inundando, pero al menos sentía que la paz vendría por él cuando lo hiciera.

Estaba seguro que sus padres no hubieran estado de acuerdo con eso, y sus amigos tampoco, ¿pero que importaba? Estaban muertos y no había hechizo, truco o magia que pudiera traerlos de vuelta. Cada uno de ellos estaba metido en un maldito tarro convertido en cenizas.

Suspiró profundamente cuando llegó hasta el baño. Sabía que un cuchillo no haría más simple su trabajo. Requería mucha fuerza y él ya no tenía ni siquiera energías para pensar con claridad. Lo único que sabía, sentía y quería era acabar con su agonía y era para lo único que le alcanzaba su energía. Se enfocó fervientemente en eso y llegó hasta la butaca que estaba bajo el lavamanos del baño y lo abrió. Estaba lleno de cosas de sus padres y de él. Las tiró todas con fuerza y hurgueteó en la oscuridad. No veía nada en la oscuridad. Pero se negaba a prender la luz porque le dañaba sus cansados ojos, sus llorosos ojos que ya no servían para nada. Los relámpagos iluminaban el lugar por una pequeña ventana que había junto a la regadera, pero no era suficiente luz así que se puso en cuclillas y buscó a tientas.

Sintió un pequeño corte en uno de sus dedos y sonrió de lado. Había encontrado lo que buscaba. Tomó la navaja de afeitar de su papá y la quito de todo su aparataje. Se quedo solo con la navaja en sus manos y salió del baño. Se quedó parado un momento en el pasillo antes de decidir hacia dónde ir.

Miró el final del pasillo y fue hasta ahí. Abrió la puerta y vio la cama de sus padres. Tan grande y ahora tan vacía. Miró hacia atrás como si esperase que ellos volviesen en cualquier momento y le dijeran que no hiciera tonteras. Que la vida era hermosa y que valía la pena seguir viviendo, pero nadie apareció y la oscuridad lo consumió una vez más. Se sentó en la cama y miró el piso. Tenía miedo, pero el miedo no era suficiente para detener la agonía que lo embargaba.

Deseó que las cosas fueran diferentes. Quiso no haber tenido que tomar esa decisión, pero el mundo ya no era un lugar para él. Toqueteó el cobertor de plumas que tenían sobre la cama. Era de un blanco nieve hermoso y sintió pena por tener que arruinarlo. Se recostó un momento en medio de la cama y miró el techo, luego miró hacia sus costados. Quería saber cómo serían todas sus últimas vistas. Luego volvió a sentarse y tanteó sus muñecas. Pudo sentir la sangre fluir por sus venas y su piel se erizó al pensar en lo que estaba a punto de hacer. Sintió un cosquilleo en sus brazos y por un momento creyó que no sería capaz de hacerlo, pero volvió a recordar todo lo que había ocurrido y entendió que no había otra salida.

Se sentó en la cama y tomó la navaja y se hirió la muñeca izquierda. Al principio lo hizo con temor, apenas cortó su piel y un poco de sangre brotó de su brazo. Respiró profundo ante el dolor y volvió hacerlo con más fuerza hasta que logró tocar una de sus venas y fue cuando aplicó más fuerza para romperla por completo. Su brazo se llenó de sangre y su mano derecha quedó completamente manchada. Volvió a respirar profundamente y cambió la navaja de mano. No tenía mucho tiempo antes que las energías y los deseos de hacer eso se esfumaran. Hizo exactamente lo mismo con su brazo derecho. Pero esta vez fue con violencia desde el principio. Supo exactamente donde hacer presión y la sangre comenzó a brotar instantáneamente.

No podía ver el color de la sangre por culpa de la oscuridad, pero la podía sentir y se extrañó que fuera tan espesa. Siempre creyó que ésta era más líquida. Cuando comenzó a sentirse mareado se recostó en la cama y comenzó a sentir como la vida se iba despidiendo de él.

Sintió una extraña compañía en el aire desde el momento en que cortó sus venas, pero sabía que solo eran imaginaciones suyas. Tal vez sus padres ya habían llegado por él. Sabían que no había nada que pudiera cambiar su destino y tal vez habían decidido llevárselo pronto, pero no estaba del todo seguro qué era aquella extraña presencia que sentía en el aire. Lo único que sabía es que por primera vez en muchas horas, había dejado de sentirse solo.

 

La extraña presencia llegó justo cuando Haru comenzaba a perder el conocimiento. Entró por la ventana que estaba abierta, y como si hubiera sido un animal persiguiendo a su presa, dio con Haru en cuestión de segundos. La sangre que brotaba de las muñecas le llamaba de una manera que nunca había sentido. Todos sus instintos se volvieron locos al sentir aquel aroma. Era un éxtasis que jamás había experimentado. Era placentero, y deseaba que nunca se acabara.

Sin embargo, y para su desgracia, comprendía que la sangre no fluiría por siempre. Era un terrible desperdicio ver toda esa sangre deliciosa tiñendo las sábanas blancas de un color carmesí. Sabía que una vez muerto, ya no podría seguir disfrutando aquel aroma tan delicioso. Se relamió los labios de solo imaginar el sabor que debía tener aquella sangre.

Se movió con sigilo en medio de la oscuridad. Sabía que ya no podría verlo, estaba más muerto que vivo, sin embargo, no deseaba espantarlo y arruinar aquel momento tan placentero. Se acercó a horcajadas sobre la cama. Parecía algo así como un felino por su extrema delicadeza al moverse sobre su presa. La cama apenas sintió su presencia y se hundió a su paso. Contempló la cara de dolor que tenía el chico mientras tomaba uno de sus brazos y lamía su muñeca. Era el éxtasis de los dioses, no había duda de eso. Lamió y chupó de cada una de sus muñecas mientras aún podía sentir su pulso en su cuello y en sus brazos.

Siempre había creído que era un desperdicio no poder seguir tomando sangre una vez que el cuerpo se enfriara, pero era mortal incluso el tentar a su suerte e intentar consumir esa sangre una vez que él estuviera muerto. Aún tenía demasiadas ganas de vivir como para cometer tal estupidez. Aun con un poco de pulso, se detuvo para observar al muchacho. Sus rasgos eran hermosos, y no pudo evitar sentir lástima por tal desperdicio. Acarició su mejilla y Haru respondió levemente a la caricia, relajando su cara, sintiéndose en paz finalmente.

Pero entre más lo miraba y se relamía los labios, más comprendía que no podría continuar viviendo de esta manera. Se pasaría el resto de sus días buscando algún sabor semejante a ese. Con una belleza tan exquisita. Él no era algo que se viera todos los días. Desabotonó la camisa sin saber realmente lo que buscaba, pero al ver su cuerpo bien formado entendió que era lo que le sucedía. Se agazapó junto a él y lo olfateó un poco más. Le gustaba, le encantaba su sangre, la adoró y supo que la añoraría por siempre; pero también le gustaba ese fino maniquí. Le gustaba más de lo que él mismo podía admitir.

Así que sin pensar demasiado en las consecuencias, porque realmente nunca lo hacía, tomó la hoja con la que el chico se había cortado y se propinó un corte en su propio brazo hasta que la sangre comenzó a fluir. Miró un segundo su brazo y después al chico. Estaba casi muerto, jamás iba a poder beber de su sangre, así que succionó un poco de su propia sangre y la retuvo en su boca. Miró una última vez al chico y juntó sus labios con los de él. Lo besó, y lo obligó a beber la sangre. Haru se atragantó, y con el último suspiro de su vida, tosió un poco para poder tragársela.

El otro se apartó de él y contempló desde un rincón de la habitación. Justo en plena oscuridad, expectante de lo que podría haber logrado crear. Añorando que ese no sea un sueño, y que al fin esté a punto de lograr algo que anhelaba desde hace mucho tiempo.

No tuvo que esperar mucho cuando Haru dio los primeros indicios de comenzar a recuperarse. Se estremeció con cierta violencia sobre la cama. Algo en él estaba cambiando. Algo lo estaba matando por dentro y no lograba comprenderlo. Creía que la muerte no era tan dolorosa. Pero ver cómo el muchacho en la cama sudaba y se retorcía de dolor logró impactarle.

El sujeto rompió la distancia y se acercó con curiosidad a Haru. Nunca antes había visto una transformación, y menos una hecha por él. Desde ahí, todo era nuevo para él también. Sin embargo, no se pudo haber esperado lo que vino a continuación. Haru abrió los ojos de golpe, fijándose de inmediato en él. Se irguió en la cama y con sus brazos fue capaz de empujarlo con brutalidad, mandándole lejos. Éste fue a chocar contra el muro frente a la cama, destrozando todos los diplomas, trofeos y medallas que había en la pared. Todo lo que Haru había logrado ganar en su vida como nadador, y que sus papás atesoraban y exhibían en su habitación como único recuerdo de su hijo, como si éste no existiera realmente.

Haru lo miró asustado. No comprendía lo que estaba ocurriendo, y mucho menos lo que estaba sintiendo en su interior. Estaba asustado, pero al mismo tiempo tan enfadado, y con una energía increíble reprimida en su interior. El otro chico lo miraba admirado por la fuerza que demostró. Nunca había visto a un recién nacido, y jamás había podido contemplar la fuerza que tenía uno de ellos. Pero todo lo que había escuchado al respecto se quedaba corto para lo que vio con sus propios ojos. Jamás había escuchado que alguien reaccionara así, de forma tan violenta después de una conversión.

—Tranquilo, te estás convirtiendo… — el otro le explicó ante el gran desconcierto en sus ojos, y comenzó a acercarse otra vez con suma cautela —Me llamo Rin, ¿Cuál es tu nombre? —

Haru lo miro aturdido — ¿En qué me estoy convirtiendo? — pasó su mirada por Rin para luego mirarse sus manos y sus muñecas que comenzaban a sanar.

Rin puso los ojos en blanco —En un vampiro. — dijo como si fuera lo más natural del mundo.

Haru no dijo una palabra más. Y a Rin tampoco le importó mucho. Se perdió con facilidad en sus ojos que destellaban de forma hermosa y que curiosamente no habían cambiado de color como el resto de los vampiros que él conocía. Sabía que esa no era una buena señal; primero su sangre, después su hermoso cuerpo y ahora esos ojos azules tan profundos como el océano; Haru lo había cautivado. No sabía qué sucedería con él, pero no podía dejarlo atrás. No podía olvidarse que algo tan maravilloso existía. Prefería morir antes de tener que olvidarse de él.

Y aunque sabía que iba en contra de las leyes de su casa, sobre todo por el color de sus ojos, no le importó. Se enfrentaría al mundo entero, si fuese necesario, por esos ojos.

—Ven, vámonos de aquí. — Rin lo tomó de la mano y lo condujo hacia la ventana por donde había entrado.

—¿A dónde? — Harú puso un poco de resistencia.

—No pongas esa cara, sígueme y lo sabrás —

Entonces Haru se dejó guiar, pero antes de salir miró el lugar por última vez, todos sus premios estaban esparcidos en el piso.

Y su vida… a punto de cambiar por completo.

 

Notas finales:

Espero que haya sido de su agrado.

De antemano Amii y yo agradecemos sus comentarios y tengan por seguro que los responderé.

Gracias por leer!


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