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Decisiones por Jade Edaj

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Notas del capitulo:

FMA es de Hiromu Arakawa.

I

 

Con los ojos fijos en la nada, Edward escuchaba las palabras de notoria preocupación del teniente Havoc. Había burlado de nuevo a la muerte y ahora su salud era delicada. Esa era la razón de que se encontrara recostado en una fría cama del hospital de Central.

 

El alto rubio a su lado, se esforzaba por darle los detalles de lo sucedido después de su accidente y no paró hasta que escuchó chillar las bisagras de la puerta a sus espaldas; volteó y de inmediato se cuadró ante su superior.

 

—¡General, señor!

 

Su enérgico saludo, logró lo que desde hace ya varios minutos había estado tratando de conseguir con su plática: que Edward reaccionara. Pero fue tan sólo por unos escasos segundos que sus dorados ojos se posaron en su persona, pues la elegante e imponente figura de Roy Mustang en el umbral de la  puerta, robó toda su atención.

 

—Ya puede retirarse teniente, me haré cargo de Acero de ahora en adelante —el filo en sus ojos y el tono en su voz, consiguieron intimidar al joven coronel, quien incapaz de sostenerle la mirada, dirigió su vista hacia su regazo.

 

—Con su permiso señor, ¡ah!... y no sea duro con él, está realmente delicado —sugirió el teniente Havoc al tomar la dorada perilla.

 

Tras cerrarse la puerta el general dirigió sus pasos hacia la cama del único paciente en esa habitación.

 

Había suero, una bolsa de sangre y la máquina encargada de monitorear los vitales de Edward, pronto el agudo sonido que emitía el aparato resultó ser tan molesto como el zumbido de un mosquito en el oído.

 

Sus ojos azul oscuro examinaron la piel del rubio, deteniéndose en los raspones y moretones que ahora le decoraban. Sintiendo una verdadera molestia ante ello, el general no pudo evitar comentar.

 

—¡Desobedeciste mis órdenes! —por supuesto que las había desobedecido y Edward bien lo sabía, pero lejos de sentirse orgulloso y mostrar desafío ante su superior, como en otras ocasiones solía hacerlo, el coronel Elric palideció aún más, por si eso fuera posible.

 

—No tiene idea de lo mucho que lamento haberlo hecho, señor.

 

Escucharlo disculparse no era cosa de todos los días. Y aunque el mayor bien sabía que había un trasfondo, no se atrevía a ser el primero en mencionarlo. Entonces se quitó la gorra del uniforme y cuidando no lastimar a su subordinado, se sentó despacio en la cama justo al lado de él.

 

—No tienes por qué seguir fingiendo Ed. Estamos solos.

 

A pesar de que su voz ya no se escuchaba tan fría, Edward aún podía sentir la tensión entre ambos, pero necesitaba hablar y dejar salir eso que le estaba quemando por dentro. Lo que el doctor le reveló un par de horas antes de que llegara. Que había tardado en asimilar y que necesitaba desesperadamente compartir con él.

 

—Yo... —era una noticia difícil, en verdad lo era.

 

Deslizando sus manos hasta su vientre y sintiendo todo el peso de la culpa en su pecho, el joven en la cama enunció apenas audible.

 

—…perdí al bebé Roy.

 

El general Mustang pasó saliva con dificultad cuando escuchó la voz quebrada del rubio y una gran congoja se apoderó de su ser.

 

—Lo sé, Nox me dijo que haría los arreglos para que no aparezca en tu expediente médico.

 

Y los furiosos ojos dorados, que hasta ese momento se contenían, se volvieron acuosos mientras reclamó.

 

—¡Maldito bastardo! ¿Eso es lo único que te importa no es cierto? —Entonces sus pulsaciones, que hasta el momento había logrado controlar, se aceleraron, la máquina lo evidenció y sus puños apretaron con fuerza las blancas sábanas mientras fijó sus ojos en los del general. Mustang ofreció una mirada compasiva al instante y posó una de sus manos sobre los temblorosos puños del muchacho.

 

—¡Oh Edward! por supuesto que no. Tu bienestar es lo que más me importa y acabas de darme un susto de muerte —Nunca soportó arriesgar la vida de sus hombres. Su subordinado lo sabe y el hecho de que se tratara precisamente de él no lo hacía ser especial. Un triste hecho que le dolía y que le hizo liberar el llanto contenido cuando ese par de zafiros le miró con tanta insistencia.

 

Roy Mustang no pudo soportar ver las lágrimas rodar por el demacrado y desolado rostro de Edward Elric, de aquel chico que siempre las ocultaba a toda costa, que siempre anteponía su orgullo para impedir que alguien pudiese verle débil y mostrarle compasión. Que ahora estuviese dejando todo eso a un lado y llorara, le hizo consciente del terrible dolor que estaba sintiendo en esos momentos. Pero él no podía quebrarse también, alguien de los dos tenía que ser fuerte.

 

—Lo importante ahora es que estás bien, Ed.

 

—No, no lo estoy —el rubio contestó de inmediato mientras negó y lloró con mayor intensidad.

 

Entonces el Alquimista de Fuego no dudó en soltar su molesta gorra del uniforme, sin importarle que ésta fuera a parar al piso, y rodeó a Edward con sus fuertes brazos para darle el apoyo que tanto necesitaba.

 

—Piensa en todas las vidas que salvaste.

 

Al joven coronel, las agujas le molestaron cuando se movió pero eso no evitó que correspondiera al abrazo de Mustang.

 

—Pero perdí la de nuestro hijo Roy —su voz era casi un suspiro.

 

Un tierno beso fue depositado sobre sus dorados cabellos mientras el hombre del uniforme intentaba consolarle.

 

 —Ya no pienses más en eso, sólo conseguirás hacerte más daño.

 

El general le acunó en su pecho y el joven coronel se aferró con inusitada fuerza a él, como si al soltarlo fuese también a perderlo; después de lo que pasó, después de lo que hizo, supo que ya nada volvería a ser igual, pues ese día se había escrito una dolorosa y nueva página en sus vidas que de seguro las haría cambiar por completo.

 

 

 

 

 

La siguiente mañana, el general Mustang se la pasaba con demasiado estrés tratando de resolver el caso del tren secuestrado y buscando con ahínco al supuesto terrorista que había escapado, pues desde su punto de vista él era el responsable del accidente de Edward. Montones de folders decoraban su escritorio y apenas tenía tiempo para terminar de firmar los documentos que dejó de lado por meterse tanto en el caso.

 

Pellizcó entre sus ojos y al apretarlos con fuerza, se permitió hacer una pausa. Aunque eso no evitó que siguiera pensando. Nunca debió mandarle esa invitación a Edward para rencontrarse, él ya había renunciado al ejército y al peligro. Pero después de su ruptura con Riza se sintió más solo que nunca y cometió ese acto egoísta de aceptar al muchacho de vuelta. Conociendo el carácter del Alquimista de Acero, era de esperarse que tarde o temprano enfrentara una situación en la que pudiera perder la vida.  Y de haber resultado así, Mustang no se lo hubiera podido perdonar jamás.

 

Había estado siguiendo con la vista al muchacho con la gabardina roja que acostumbraba utilizar. Quién podría culparlo, era bastante llamativo entre todas esas personas de aburrido uniforme. Por lo que no dudó en seguirle cuando vio que salió a una de las terrazas del lugar donde se llevaba a cabo la recepción en su honor.

 

—¡Vaya Acero! Siendo sincero no pensé que fueses a venir —escapar del asedio de los demás no le venía mal y le daba gusto comprobar que estaban solos y podían hablar en privado.

 

—Tu invitación me cayó como anillo al dedo cor… general —el muchacho estaba apoyado en el balcón sosteniendo una copa con burbujeante champagne.

 

—No te preocupes es solo cuestión de acostumbrarse al nuevo rango —sonrió con socarronería y tomó un trago de su vaso de whisky.

 

—Entonces quisiera acostumbrarme lo más pronto posible.

 

Edward se había puesto bastante serio ante la petición y el general se preguntó en ese momento, el motivo del drástico cambio de humor en el muchacho.

 

—No entiendo.

 

—¿Crees que exista la posibilidad de que pueda volver a la milicia?

 

Tan solo quería volver a verle, por lo menos una vez más y debía admitir que le extrañaba. Pero de eso a tener su explosivo carácter bajo su mando de nuevo, era otra cosa. Mustang lo pensó un poco pues temió por su seguridad, sin su alquimia las posibilidades de mantenerse a salvo se reducían, sobre todo con las revueltas incesantes en ciudad Central, pues el gobierno de Grumman tenía a la gente bastante insatisfecha. Aunque dejando eso de lado, en el fondo le alegró saber que Edward quisiera reincorporarse al servicio. Un elemento tan valioso como “el héroe del pueblo” sería un excelente apoyo.

 

—Eres quien salvó a Amestris, no creo que eso sea problema Acero, y aún sin alquimia, incluso tu rango sería más alto que el de "mayor".

 

—¿En verdad Mustang? ¿Crees que el führer lo permita? —Y la hermosa luz que apareció en sus ojos dorados le iluminó el rostro entero.

 

En ese momento, toda duda en Roy se despejó. De no permitírselo, Edward sería capaz de buscar la oportunidad en otra base. Lo mejor sería tenerle cerca y bajo su mando.

 

—El viejo Grumman estará gustoso, pero, ¿Qué hay de tu mecánica?

 

—Ella y yo terminamos, mi cabeza no está dispuesta a soportar ni una llave inglesa más —dijo bromeando y Roy no pudo evitar reír ante las curiosas muecas del de ojos ámbar.

 

—Sí, sé muy bien que eres indomable —se acercó un poco más a él y se recargó igualmente del balcón.

 

—Exacto, no pude quedarme en Risembool y vivir la vida que ella sueña. Es maravillosa, pero no es lo que quiero.

 

—Un hombre de acción siempre lo será.

 

—Es curioso, ella también dijo eso —con un suspiro y nostalgia en sus ojos, Edward terminó por reflexionar— creo que al final comprendió que su amor por mí era más maternal.

 

Y al notar que la mirada del rubio se perdió en la inmensidad de la noche,  el general agitó los hielos de su vaso para atraer de nuevo su atención.

 

—¡Bienvenido al club!

 

—¿Lo dices por la teniente, Mustang? Es raro no verla cuidándote la espalda —tras el comentario, el rubio se incorporó y volteó para respaldarse del mismo balcón.

 

—Ella dejó de hacerlo desde que trabaja como la secretaria personal del führer, además no la he visto después de terminar nuestra relación, creo que me ha estado evitando a propósito. —tomó otro trago de whisky y continuó—. Para arruinar una buena amistad tan solo necesité iniciar un noviazgo, Acero.

 

Edward sonrió y suspiró por lo bajo.

 

—Vaya que las defraudamos, no resultamos ser lo que ellas merecen.

 

—Eso parece. Y ahora que lo pienso, fue lo mejor. Hay mucho por hacer aquí. Amestris demanda de mi presencia y concentración al cien porciento. No tengo tiempo para una relación y sería injusto tenerla esperando.

 

Ese era Roy Mustang, el hombre íntegro y perseverante que siempre admiró,  aunque nunca se lo dijera claro.

 

—Pues si me admites en tu equipo de nuevo, yo podría ayudarte con el trabajo, general.

 

—No esperaba menos de ti Elric —recobró la postura y se irguió para darle la mano y aunque Edward dudó un poco al principio, terminó por estrecharla— haré lo necesario para que te reactiven al servicio, aunque lo más probable es que tengas a tu propio equipo cuando estés de vuelta.

 

—Fuiste quien planeó el golpe de Estado, de seguro algo se te ocurrirá para que permanezca bajo tus órdenes.

 

Edward sonrió y decidió retirarse, no esperó su permiso, no había por qué hacerlo pues aún era un civil. Y esperando porque esa condición cambiara pronto, le pasó de largo al general. Pero… tan sólo logró dar unos cuantos pasos cuando pareció recordar algo y volteó.

 

—Sólo una cosa más… —y el general Mustang le escuchó atentamente— ¡hazte un favor y aféitate ese estúpido bigote!

 

El vanidoso general levantó las cejas y tocó su bigote. Apenas le perdió de vista, se acercó a mirar su reflejo en los cristales de los grandes ventanales.

 

A partir de ese día empezaría a afeitarse de nuevo.

 

 

Las agujas del reloj eran imparables y pronto llegaría la hora de visita en el hospital.

 

Con molestia, Roy tuvo que retomar los documentos urgentes que necesitaban de su rúbrica, era preciso dejar el caso para después.

 

 

 

 

Impaciente llegó al hospital y presuroso recorrió los pasillos sin detenerse, aún y cuando escuchó que alguien le llamaba.

 

—¡General Mustang! —la enfermera, tuvo incluso que rodear el escritorio desde donde le hablaba para darle alcance.

 

Y el resuelto hombre del uniforme, sólo paró su rápido andar hasta que abrió la puerta y descubrió la cama vacía de Edward. Instante en el que palideció y sintió un enorme hueco en el estómago.

 

 

Notas finales:

Gracias por leer y decirme qué te ha parecido el inicio de la historia!


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