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Libertad por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Los personajes utilizados en esta historia son propiedad de J.K. Rowling y del equipo que creó este interesante spin-off de 'Harry Potter'.

Notas del capitulo:

¿Ya vieron la película? ¿Qué les pareció? Confieso que no fue mi cosa  favorita en el universo, pero sí me traumó un poco. Y, pues bueno, hay fic.

Sintió el ardor punzante del cinturón en las nalgas y reprimió las lágrimas lo más que pudo. Sabía cuánto le molestaba a su madre que no recibiera su castigo en silencio, que fuera tan incapaz de recibir su penitencia como lo era para realizar cualquier encomienda. El cuero volvió a impactar contra su carne una vez y otra más, reviviendo el dolor de castigos anteriores.


Credence no podía más, pero debía ser fuerte porque, después de todo, sí merecía esos cinturonazos que le ponían la piel en carne viva. Era la única forma de limpiar sus pensamientos pecaminosos y la sensación cosquilleante que bajaba de su estómago a la entrepierna desde un par de días atrás.


Su madre dejó de pegarle y le indicó que se abrochara nuevamente el cinturón antes de retirarse a su habitación. Él se acercó para tomarlo, con las manos llagadas y llenas de sangre debido a su castigo reciente. Le ardía como las llamas del infierno, pero reunió fuerzas suficientes para caminar y tirarse boca abajo en la cama, imaginándose lo grotesco de sus nalgas llenas de franjas rojas en carne viva y moretones.


Pero un día saldría de ahí. Sería libre de esa prisión salemita y podría aprender a usar su magia. Graves le enseñaría. Después de todo, se lo había prometido.


Dejó que la idea lo distrajera del dolor punzante y lo sumergiera en jugueteos mentales.


Cuando fuera libre huiría de Nueva York. Graves podría enseñarle todos sus trucos en lugares remotos, como Idaho o Nevada, donde nadie lo conociera y en opresivo brazo de los salemitas no pudiera tocarlo.


Quizás lo primero que le pediría a su tutor sería que le enseñara a aparecer y desaparecer, para poder ir a cualquier lugar sin limitaciones. O que le ayudara a construir su varita; seguramente tendría que fabricarla él porque nunca había visto tiendas para magos, ¡y menos si se alejaba de Nueva York!


Credence pensaba que Graves estaría feliz de enseñarle. Después de todo, le había dicho que era un diamante en bruto y esas cosas no se le dicen a cualquiera, él era sobresaliente incluso entre todos sus hermanos y hermanas. Cuando su futuro mentor le enseñara, podría por fin ser tan especial como siempre había querido… La gente voltearía a verlo y lo admirarían. O mejor, lo temerían así como él temía a su madre.


Se imaginó vivir solo con Graves. ¿También lo azotaría con frecuencia, como su madre? ¿También sería tan inflexible con las reglas como ella o podría hacer lo que quisiera, al fin, sin cadenas? Quizás también le pegaría con el cinturón o algún artefacto mágico si obraba mal, así como todos los adultos reprenden las conductas inadecuadas… Pero no sería como su madre. Él quizás lo haría con más gentileza, sin llagarle las nalgas y solo bajo una situación extrema. Sería un mentor amoroso, casi como un padre o un hermano mayor… Y él lo obedecería sin rechistar.


Sintió un cosquilleo desde la boca del estómago hasta la punta del pene. Era una sensación extraña, pero sus pensamientos lo entretenían demasiado como para ponerle atención.


Graves le había dicho que era especial, que le encomendaría una gran misión. Y estaba ansioso por cumplirla, por hacerle ver que era digno de volverse un mago. Pero más que ser un mago, tenía ganas de estar con él. Después de todo, él era el único que podía ver al verdadero Credence, ese que se escondía detrás de la cara sombría y que diariamente estaba enojado.


Dudó. ¿Se molestaría Graves si se enteraba de que en ocasiones no podía reprimir su ira? ¿Le bajaría los pantalones igual que su madre y le pediría el cinturón para castigarlo por no controlarse?


Tenía el pene cada vez más erecto. Se imaginó el ritual que realizaría con Graves, cuando tuviera que ser azotado en Idaho. Le pediría que le entregara el cinturón y se dejara las nalgas desnudas. Él le diría que no, que estaba arrepentido y que jamás volvería a cometer esa falta, pero no lograría convencerlo.


Graves lo tomaría por la cintura desnuda y, tras fabricar una silla con magia, lo colocaría sobre su regazo con las nalgas al aire, igual que a un niño pequeño. Él le pediría perdón pero no se movería porque, si no, su mentor podría darle un par de azotes adicionales en la base de las nalgas para que no pudiera sentarse el resto del día.


Luego, comenzaría el ritual. No sería duro y humillante como el de su madre, sino firme y protector. Le daría una zurra con la palma de la mano, lento pero sin detenerse, y lo regañaría por su error. Él se sentiría arrepentido y comenzaría a moverse, incómodo por la posición y por las nalgas ardorosas.


Graves le ordenaría detenerse, si no quería tener más problemas. Luego, agarraría la correa y, tras unos momentos, sentiría el primer golpe. Le dolería, pero sabría que se los merece, que la penitencia es la única manera de llegar a ser profundamente especial. Le daría unos cuantos cinturonazos y después lo mandaría al rincón, con las nalgas al aire para que lo pudiera contemplar.


Tras unos minutos, le ordenaría ir con él y pedir disculpas. Y él lo haría, contento de que ya terminó el castigo.


Pero quizás querría más. Posiblemente Graves también tendría un bulto en el pantalón… Y entonces él se lo quitaría.


Credence se desabrochó el pantalón y llevó la mano a su miembro. Se sentía sucio, pero no quería detenerse.


Le pediría a Graves que usara sus manos para calmar sus apetitos y él, haciendo caso a sus instintos de hombre, lo colocaría nuevamente en la silla y le empezaría a frotar el ano. Le pondría un poco de vaselina y empezaría a juguetear con sus nalgas enrojecidas antes de preguntarle si realmente está listo. Credence lo estaría y levantaría su trasero para dejarlo entrar.


Momentos después, sentiría dolor. Gritaría un poco, pero no intentaría sacar el pedazo de carne erecta que entraba y salía. Luego, ambos se moverían a ritmo. Él, desde la silla, sentiría la respiración de su mentor detrás de su oreja y no se atrevería a voltear.


Luego, vendrían los jadeos y Graves comenzaría a jugar con su pene erecto y con sus testículos, mientras lo penetraba cada vez más rápido. Ambos gemirían antes de sentir ese líquido blanco y viscoso producto de la excitación.


Se acordó que su madre decía que ese líquido era un mensaje del demonio, que solo la gente mágica de la peor calaña podía expulsar esa sangre blanca de su cuerpo… Y que solo los hombres más viles, emisarios de tragedia, lo tenían.


Pero Graves era como él y no lo juzgaría aunque le saliera ese fluido. Sabría que es porque es especial, igual que él, y entonces sería libre de expulsar esa leche demoniaca sin temor a irse al infierno. Y entonces esa ira en su interior se acallaría unos minutos.


Se limpió la mano con la sábana. Tendría que cambiarlas por la mañana, antes de que su madre lo viera envuelto en ese jugo blancuzco, con las nalgas dolientes al aire y su deseo de libertad más fuerte que nunca.

Notas finales:

Espero que les haya gustado.


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