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Justicia divina. por darkness la reyna siniestra

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Notas del fanfic:

Hola, ¿qué tal? Yo de nuevo después de tanto tiempo perdida, vengo con un nuevo proyecto cuya temática está dedicada para las lindas fans de la pareja Milo x Camus. En esta historia se ha tomado como referencia para la apariencia de los personajes unas imágenes que han sido muy populares en las páginas de Facebook en honor a estos chicos en donde Milo es un ángel y Camus una especie de demonio. Espero que les guste esta humilde historia.

Notas del capitulo:

Como ya saben; Saint Seiya y sus personajes son propiedad exclusiva de Masami Kurumada, yo solo utilizo unos cuantos de ellos para dar vida a estas historias y no gano ningún fin lucrativo con esto más el de hacerles pasar a ustedes bell@s lectores un rato ameno.

 

 

Batallones de grandes tamaños, criaturas solo de las más oscuras narraciones bíblicas se acercaban volando por montones, sus rostros eran dignos de pesadilla y con ellos se reflejaban las más bajas pasiones y la concupiscencia más vulgar que se ocultaba en el interior de los corazones de los mortales en todo el mundo terrenal. Iban veloces y urgentes hacia la salida de los infiernos; las muchas puertas del abismo que se hallaban por toda la tierra eran abiertas para que el ejército del pecado carnal se alzara a la perversión dormida de los humanos.

 

Sin embargo, en el Paraíso de los cielos se preparaban los ángeles protectores con armas de pureza en contra de los muchos demonios que aterrizaban en el mundo mortal para satisfacer sus instintos mientras los hombres dormían para de esta manera, manchar sus almas y arrastrarlos al fuego eterno una vez abandonaran sus cuerpos ante la inminente muerte…

 

El líder de los súcubos e íncubos; era un demonio de gran belleza y aspecto humano, muy diferente a la gran mayoría. Sus ojos eran de un rojo escarlata al igual que su larga cabellera, lisa y brillante,  y en cuya cabeza sobresalían unos largos cuernos purpuras, de blanca piel y cuyo nombre era Camus… sus ropajes carentes de toda la vergüenza de lo que era vivo y muerto: botas largas hasta más arriba de las rodillas, una pequeña prenda que cubría su hombría y parte de su pecho y vientre que parecía pegada a su piel ya que en medio estaba abierta casi por completo dejando ver su abdomen y algo de piel del pecho blanco. Largos guantes que no protegían sus manos donde se veían largas uñas carmesí, más solo lo largo de sus brazos, y grandes alas de murciélago junto con una larga y delgada cola que terminaba en punta de flecha; todo esto de un color morado oscuro que hacían armonía con su cabello y tez nacarada.

 

Mientras Camus iba a la cabeza del ejército de perdición y hambruna sexual, era el blanco de miradas insanas y depredadoras, las súcubos le miraban con deseos de perdición, mientras que los íncubos se tocaban autocomplacientes tan solo con verlo de lejos. Tan hermoso el maldito demonio, y estaba complacido de causar lujuria en sus sirvientes.

 

 

–Deprisa hermanos míos –alentaba el pelirrojo–­. Debemos complacer nuestros deseos fervientes y arrastrar a los humanos a la fiesta.

 

 

Euforia refulgía en cada bramo de placer imaginado al convertirlo en real violación y gusto. Camus bailaba entre el viento, sin tocar las nubes nunca, pero cuanto le gustaría hacerlo, pero sabía que no podía estaba prohibido para él y los suyos. Su lugar era la podredumbre del infiero y su vida o más bien calvario, era ser espectador del peor fin humano, demoniaco y celestial… 

 

 

+[+][+][+][+][+][+]+

 

 –Milo, los demonios ya salieron de los infiernos. –anunció uno de los ángeles que iba al frente de su ejército.

 

–Me imagine que esos malditos no podrían resistirse a esta noche sin luna para salir a hacer de las suyas. Tu hermano nos informó bien Aioria, prepara las líneas, saldremos ahora mismo.

 

–Como tú órdenes.

 

 

El ángel llamado Aioria se marchó a cumplir con la orden de su superior.

 

Milo era un ángel guardián, la cabeza de mando al cargo de los cuidadores de las almas puras que aún no habían sido manchadas con pecados terrenales. Poseía una larga y ondulada cabellera rubia, sus ojos azules como el cielo mismo hacían sentir en el hechizo del paraíso a quien se perdiera en su brillo, su piel ligeramente acanelada contrastaban a la perfección. Acostumbraba a vestir pulcras ropas como togas blancas con detalles dorados y sandalias al mejor estilo romano o griego; y su mayor símbolo eran sus enormes y fuertes alas blancas de halcón.

 

A Milo y a sus ángeles protectores se les había avisado con tiempo de la liberación de los demonios del sexo. Ante esto Milo tomó la oportunidad para intentar acabar con estos seres una vez salieran del infierno ya que estos eran los mayores culpables de que muchos humanos cayeran en el pecado de la lujuria y además de esto, algunos de los ángeles habían sucumbido a caer en las garras de su bajo mundo formando parte de su ejército demoniaco sin posibilidades de ser salvados de nuevo. Eran impuros y no podrían volver al Paraíso.    

 

Era una guerra de nunca acabar entre ángeles y demonios. Los del cielo salieron de entre las nubes, todos estratégicamente ubicados en una posición de batalla dispersados frente al camino mortal obstruyendo el paso a aquellos perdidos. Los demonios se acercaban veloces riendo y haciendo señales obscenas e incluso los más osados fornicaban en orgias de tres o más participantes.

 

 

–Satisfagan su sed de sexo demonios míos –se escuchó la voz del líder íncubo– ¡Los cuerpos humanos serán nuestros esta noche!

 

–¡Puedes olvidarte de esa retorcida fantasía tuya maldito demonio! –exclamó uno de los ángeles de cabellos celestes ondulados– ¡Todos ustedes serán destruidos esta noche!

 

 

Los ángeles gritaron en son de batalla, todos batieron sus alas amenazantes. Pero el grito de uno solo de ellos detonaría la contienda:

 

 

–¡¡¡Destruyan a los demonios!!! –gritó Milo con todas sus fuerzas a lo que siguió el grito enardecido de los ángeles quienes fueron al encuentro de los del infierno con hambre de asesinos.

 

 

El ejército del Camus soltó carcajadas escalofriantes esperando las órdenes de su líder, las cuales no tardaron en llegar:

 

 

 –Eso es lo que ustedes creen malditos ángeles. ¡¡¡Demonios míos, dense placer con los cadáveres de estos malditos, manden a los ángeles al infierno!!!

 

 

Palabras bañadas en sangre que se volvieron ley al ser recibidas por cada uno de los bandos de guerreros hambrientos de pelea.

 

Ángeles y demonios chocaron en encuentro destructivo, algunos celestiales yacían en manos de los infernales, mientras que en otras partes era al revés.

 

Camus usaba su técnica más efectiva: hacia caer a sus rivales con sus encantos besándolos en los labios. Pasiones demoniacas crecían en aquellos que se dejaban guiar por el calor de esos labios carnosos y rebosantes de pecado, los que caían terminaban tomándolo de la cintura buscando más cercanía a ese hermoso cuerpo semidesnudo que se había ofrecido tan fácilmente a una caricia ardiente.

 

Milo miraba  como muchos de los suyos se retorcían en el aire para terminar rodeados de fuego y finalmente convertirse en uno más de ese ejercito de bestias mal vivientes, su frustración aumentaba y su odio lo cegaba. Milo tenía a Camus en la mira, solo ese espectro se atrevía a besar a sus oponentes, no luchaba con ellos, sino que los convertía en más de sus marionetas.

 

Pero su rostro de furia cambio a uno de asombro y luego en uno te horror al ver que ese íncubo pelirrojo había atrapado a su compañero Afrodita, el peli celeste no se oponía a lo que Camus haría hechizado por el rojo de su mirada. Milo golpeo a su rival en turno alejándolo así de él y voló con toda la potencia y rapidez que sus alas le dieron para ir hasta donde está el líder de los demonios y poder ayudar a su amigo.

 

Una vez llegó a donde estaban los otros dos, empujó a Afrodita y exclamó:

 

 

–¡¡¡Aléjate de Afrodita maldito bastardo!!!

 

 

Acompañado de esto, un fuerte golpe en la hermosa cara del pelirrojo quien por la fuerza del golpe quedo inconsciente lo que provocó que sus alas ya no se movieran y comenzara a caer hacia el suelo. Ninguno de los bandos que luchaban se dio cuenta del ataque al del infierno salvo por Afrodita quien agradeció a Milo el que lo haya salvado para luego regresar a pelear.

 

Pero aunque Milo miraba a aquel ser caer, algo dentro de él no quería que cayera. En todo el encuentro que se tenía, el rubio no había visto el rostro del pelirrojo, pero al separarlo del otro ángel pudo apreciarlo aunque sea una décima de segundo. Era demasiado hermoso, y dentro de Milo una necesidad insana iba creciendo… lo quería para él.

 

Por ello, el rubio ángel descendió a gran velocidad detrás del que caía llegando a tiempo para salvarle aunque Camus seguía inconsciente. Fue ahí que Milo pudo verlo apreciativamente; su suave piel, sus labios tan atractivos, sus cejas partidas igual de rojas que su cabellera al igual que sus largas y pobladas pestañas.

 

 

–Eres tan bello, maldito íncubo…

 

–Ahórrate el maldito lindura, tú y yo podemos pasar un buen rato.

 

 

Camus había despertado mientras estaba en los fuertes brazos del ángel oji azul. Y sonreía cínicamente, Milo vio entonces los ojos del otro de un tono sangre, brillantes y a la vez fríos.

 

 

–Créeme, conmigo pasaras los mejores momentos.

 

 

La voz de Milo cambio a una lasciva y atrevida, ronca y siniestra; tanto que Camus dejo de sonreír al ver como el ángel lo hacía.

 

 

–¿A-a que te refieres? –por alguna razón desconocida Camus empezaba a sentir miedo, uno que nunca había experimentado en sus siglos de existencia. Y no se equivocaba…

 

–A que de hoy en más, eres mío.

 

–¡¿Qué?! ¡No puedes…!

 

–Oh pero si ya lo hice. –Milo sonrió con una maldad tan aterradora. El miedo en Camus aumentó al tratar de moverse y no poder conseguirlo.

 

–¡¿Qué me has hecho maldito ángel de porquería?! –Camus estaba asustado y furioso, él no era juguete de nadie, él tenía juguetes, no al revés. 

 

–Te he paralizado para que no te muevas, ¿te gusta hacer esclavos a los inocentes con tu belleza? Bien, esta vez sabrás que se siente ser tú el esclavo. –sentenció con desprecio mientras en el cuello y las muñecas del demonio aparecían unos grilletes negros de gruesas cadenas.

 

–¡¡¡Libérame ahora mismo!!! –su furia era inmensa pero Milo solo se burlaba de su desgracia–. ¡Cuando mis compañeros sepan lo que me estás haciendo lo lamentaras!

 

–¡Ja! –se mofó- Fíjate bien demonio, todos tus amigos han sido enviados a lo más profundo del averno de donde nunca debieron haber salido. Sin ti en la batalla, ellos no supieron que hacer y perecieron ante nosotros.

 

–No…

 

 

Milo no mentía, Camus alzó la mirada buscando a sus compañeros, no se divisaba a ninguno de ellos por ningún lado, los ángeles se veían cansados pero tranquilos mientras descendían hasta donde ellos dos estaban en medio de un claro de bosque.

 

 

-Milo –llamó Aioria–. Hemos vencido, destruimos a todos esos demonios y a unos pocos los mandamos al infierno de nuevo pero esta vez los sellamos.

 

–Ya veo… ¿A cuántos perdimos?

 

–A dos en manos de este que tienes aquí…

 

–¿Quiénes eran?

 

–Sorrento y Saori…

 

 

Al nombrar a aquellos dos ángeles, Milo apuñó sus manos y su semblante se oscureció, Camus había convertido en demonios a ese par que tuvo que ser destruido por la perversidad que se apoderó de ellos. No había remedio y al rubio le dolía porque eran dos de sus amigos más cercanos y queridos.

 

 

–Lo siento Milo…

 

–Yo también, Aioria.

 

–Solo queda este maldito, termina con él.

 

–No, el pagara por las pérdidas que me ha hecho sufrir hoy.

 

–¿De qué hablas?

 

–Este es el líder del ejército demoniaco de íncubos y súcubos… o lo era, porque de hoy en adelante será mi esclavo.

 

–Mejor mátame, o yo te matare a ti. –fue la respuesta que Camus dio desde su posición en el suelo pastoso.

 

–¡Cállate! –el grito de Milo estremeció al íncubo y a los ángeles presentes.

 

–¡¿Piensas llevarlo al Paraíso?! ¡Estás loco Milo! –expresó Afrodita.

 

–El que lo lleve ahí es la primera parte de todo el sufrimiento que tengo preparado para él, una vez que pise el Paraíso quedara marcado, ninguno de los suyos podrá hacer nada por ayudarlo.

 

 

Lo que el líder de los ángeles decía era verdad, Camus conocía aquella ley, por ello nunca ni él ni los suyos tocaban nunca las nubes o intentaban alguna invasión al Paraíso, estaba prohibido. Así como los ángeles tenían prohibido entrar al infierno. El príncipe íncubo sabía bien que no tendrían salvación ni reconocimiento de sus hermanos si entraba al cielo, sus poderes desaparecerían, no sería nadie en terreno santo.

 

 

 +[+][+][+][+][+][+]+

 

Los ángeles volvían al Paraíso complacidos de haber ganado aquel encuentro terrible, pero a la vez tristes por la pérdida de dos de ellos. Pero por otro lado estaban más tranquilos sabiendo que impidieron la invasión de esos mal vivientes hacia los mortales.

 

Aunque claro, para los ángeles que se habían quedado en el paraíso a vigilar que no fuera invadido por alguno que otro insolente, se quedaron de piedra al ver entrar a Milo halando una gruesa cadena que traía como prisionero a un bello joven semidesnudo con largos cuernos rectos de color purpura sobre su cabeza y cabellera escarlata.

 

En ese momento un ángel, de cabello corto color negro y ojos verde profundo se acercó sin tapujos para cuestionar aquello.

 

 

–Milo ¿Qué significa esto? ¿Qué hace esta criatura aquí?

 

–Shura, este es el líder del ejército de demonios

 

–Y ¿Porque lo has traído al Paraíso? Debiste haberlo destruido sin contemplación alguna. –refutó el ángel peli negro en tono de reproche, Milo negó.

 

–No lo destruí, porque él convirtió a Saori en un súcubo y a Sorrento en un íncubo... Tuvieron que ser destruidos.

 

–…Con más razón tuviste que matar a esta maldita escoria. –el tono de Shura había tomado profundidad, miraba a Camus con los ojos entrecerrados y llenos de odio profundo y puro.

 

–Su castigo será servirme como mi esclavo por toda la eternidad, y si no cumple con lo que le pido, lo castigaré sin misericordia. Además ya entró aquí, sus poderes han desaparecido, los de su tipo ya perdieron el interés en él.

 

–Espero que cumplas lo que prometes, y lo tortures como se lo merece este maldito.

 

–Cuenta con ello, Shura.

 

–Sabes que deberás hablar con Shion ¿Verdad?

 

 

Milo suspiró con hastío.

 

 

–Si lo sé... Hablare con él lo más pronto posible, de a momento. Encerrare a mi esclavo en lo que será su eterna estadía.

 

–De acuerdo, confío en ti.

 

 

Milo asintió a lo dicho por Shura mientras este se alejó para explicar a los demás ángeles el hecho del porque el príncipe íncubo estuviera en su territorio.

 

Milo por otro lado, haló de la cadena que tenía el cuello de Camus sin delicadeza y lo arrastró hasta lo que serían sus aposentos. Una vez allí, el rubio abrió la puerta doble de la bella y blanca habitación para luego, arrojar al pelirrojo dentro de la misma con total odio. Ante esto Camus estaba demasiado asustado y vulnerable por el hecho de que al cruzar el umbral del cielo hacia el Paraíso, sus poderes se esfumaron por completo asemejándolo a un humano con cuernos y cola. Así de inútil era el demonio y esto lo destrozó por lo que, rompió a llorar presa de la angustia de su situación.

 

 

–¿Porque esas llorando? –preguntó el ángel con fastidio en la voz– No se supone que tu solo vives para sentir placer, no deberías llorar, eso es para las almas puras. Tú no lo mereces.

 

 

Camus alzó el rostro desde el suelo donde había caído cuando Milo lo empujó al interior, dejándole ver al otro su sufrimiento líquido, que sin saber porque a Milo lo comenzó a encender de un modo desconocido.

 

 

–P-por favor... –rogó el íncubo– libérame o mátame pero no me humilles... –sollozó.

 

 

El oji azul no sabía a lo que el oji carmín se estaba refiriendo aunque tampoco le importaba, él quería venganza por sus dos amigos sacrificados en batalla, ellos no lo merecían y por eso Camus pagaría muy caro su partida.

 

 

–Llórale a otro, demonio –escupió–. No pienso tener piedad contigo, quizás no sepas para que te he traído en realidad. Bien te lo diré aquí mismo. Te he traído para que me sirvas de juguete, te tomaré cada vez que se me antoje, eso te gusta ¿No? Pues eso es lo que tendrás pero ni creas que seré amable con una basura con tú.

 

 

Camus al escuchar las intenciones de Milo para con él, abrió los ojos grandemente, asustado por lo que podría hacerle ese ángel vengativo, porque así es como miraba al rubio, tenía miedo y prefería morir mil veces antes de que su cuerpo demoniaco fuera mancillado por uno de sus enemigos. No quería que Milo lo tomara, porque a pesar de que tenía muchos siglos de existencia, y de lo que él era, su hermoso cuerpo blanquecino nunca había sido manchado con ninguna esencia mortal o demoniaca, y la verdad era que no quería por nada del mundo que fuera un celestial el que lo marcara como suyo. Primero muerto que manchado de pureza.

 

 

–¡No te permitiré hacerlo! –chilló– Quizás es verdad que los míos me hayan abandonado, pero ¡Tengo la suficiente fuerza para seguir luchando! Aunque no tenga mis poderes de demonio ¡Voy a destruirte ángel estúpido!

 

 

Milo se hinchó de coraje al escuchar al de los cuernos.

 

 

–¡Me estas retando maldito idiota! ¿Que acaso no vez que en este lugar tú llevas las de perder? Me pregunto cómo es que eras el líder de esa sarta de bastardos siendo tan tonto. –sus ojos azules refulgían en odio, ante esto, Camus se alejó con el cuerpo tembloroso.

 

 

El ángel prestó completa atención a la blanca piel del otro que en algunas partes como sus hombros y rodillas se teñía de un tenue rosa. Los labios del contrario tan esponjosos y rojos, sus ojos de donde brotaban lágrimas de pura incertidumbre y su largo pelo rojizo que se desparramaba por el suelo, sus inútiles alas que caían a cada lado de ese delicioso cuerpo. Y esos sollozos exquisitos… será que ¿Así sonarían sus gemidos también? Milo lo desconocía pero quería conocerlo: Camus lo estaba excitando y de seguir como estaban lo sometería sin pensarlo dos veces.

 

Era un demonio, lo sabía pero no le importaba, solo quería tenerlo, castigarlo bajo el peso de su cuerpo y volverle adicto a su sometimiento. Camus miraba con la vista opaca por las lágrimas, su reflejo en los orbes del rubio, él conocía esa mirada; muchos de los demonios del averno le miraban de la misma manera, fue por eso que su cuerpo tembló más espasmódicamente al saber las intenciones que brillaban en esa mirada de azul infinito. Camus presa indiscutible de la incomodidad, tomó una de sus moradas alas y se cubrió con ella gran parte de su estilizada figura para cubrirse del escrutinio del ángel frente a él…

 

Sin embargo, sus largas piernas eran aun visibles, ocultas tras las largas botas purpuras que contenían y acariciaban aquella suave y caliente piel demoniaca. Y por primera vez en todos sus años de vida, Camus se sintió avergonzado de ser visto, se sintió incomodo de saberse deseado, y se sintió tan débil e inútil ahí hecho un ovillo en el suelo de esa blanca habitación que estaba lejos de ser como la suya.

 

 

–Por favor… libérame… –sollozó el íncubo. Pero Milo solo sonrió en una mueca de altivez y burla.

 

–Olvídalo, si has de morir, será aquí donde yo pueda presenciarlo… –tras estas palabras tan frías, Milo empuñó la cadena que conectaba con el cuello de Camus y lo haló bruscamente– levántate infeliz.

 

 

El pelirrojo gimió de dolor, y con pesada lentitud se puso de pie. Fue en este momento que Milo pudo ver con mayor precisión a la criatura que tenía en frente; el tipo era simplemente perfecto… era endiabladamente hermoso y ese traje morado solo hacia crecer dentro de él esa lujuria que no sabía que tenía.

 

 

–Deja de mirarme ángel imbécil…

 

–Agradece que solo te veo, miserable…

 

 

Ángel y demonio se miraron de frente, un extraño brillo inundaba ambos pares de ojos; era odio, asco, resentimiento, deseos de venganza y de destrucción… pero también había algo más, algo que ninguno había descubierto que estaba allí, y que tanto a Camus, como a Milo, les costaría aceptar.

 

 

–Esta será tu prisión desde ahora; no saldrás, no veras ni hablaras con nadie, y sobre todo. Si intentas escapar, te castigare sin piedad.

 

 

El de ojos escarlata no dijo nada como respuesta a la advertencia de su captor. Estaba demasiado impresionado al saberse la mascota de un ángel, su enemigo a muerte desde los tiempos bíblicos. O más bien, de su orden, pues él no había vivido tanto como aquel quien empezó todo por lo que él termino en el último peldaño de la pirámide.

 

Milo se marchó de la habitación, dejando solo al nuevo huésped, se había retirado de aquel lugar, no porque tuviera cosas que hacer –aunque era el caso en realidad– sino porque estaba comenzando a sentirse de un modo desconocido, le asustaba pero a la vez ansiaba poder liberarlo. Algo dentro suyo se estaba apoderando de su ser, y estaba seguro que eso era el demonio de la indecencia que Camus tenía en su interior.

 

 

–No puedo hacerle eso… pero lo deseo tanto.

 

 

La mente era un torbellino de querer y no deber. Era un ángel, uno justo y protector, y si se dejaba arrastrar por una baja pasión carnal. Todo por lo que siempre luchó no sería más que una mentira que cargo entre sus alas toda la vida celestial que llevaba en el Paraíso.

 

Y Camus, el íncubo, no estaba mejor. Tenía miedo de que Milo le hiciera algo, no deseaba que su vida acabara de ese modo: siendo el eterno amante a la fuerza de ese temible ser. Trató de sacarse la gruesa cadena del cuello pero fue inútil.

 

Se dirigió con resignación hacia la cama donde entró hasta ir al respaldar donde apoyó su espalda y alas, y pudo poner sus piernas dobladas hasta que tocaran su pecho y de este modo, abrazarlas y esconder sus lágrimas de angustia entre ellas. Camus lloraba más que de miedo, lo hacía de tristeza; nunca volvería a ver a aquel amigo que se robó sus sentimientos, los pocos que le quedaban de una vida de mortal que se extinguió hace ya muchos siglos luego de su suicidio tras haber sido traicionado por alguien a quien se le había borrado el rostro de su propia memoria.

 

Desde entonces, él era un íncubo, y uno enamorado de un sueño fantasioso, ese que tenía nombre y que ya no tendría a su lado. Él no sería capaz de ir a ese lugar solo para rescatarle. Sin mucho que hacer y menos resistencia que antes, Camus optó por dormir un poco, se sentía realmente débil y conociendo de ante mano todo lo que lo rodeaba, necesitaría toda la fuerza posible si quería intentar escapar de esa prisión que le calcinaba la piel de todo el cuerpo.

 

 

 

+[+][+][+][+][+][+]+

 

Había pasado buen parte del tiempo dormido, no sabía qué horas eran en el Paraíso, posiblemente era de día, las nubes que rodeaban el lugar se miraban fuertemente iluminadas, él había sido esclavizado en la noche y probablemente eran las diez u once de la mañana… todo a su alrededor lucia como cuando llegó, entonces las facciones de su rostro adoptaron marcas de tristeza al saber que aquello era la vil realidad y no una burda pesadilla.

 

 

–Debo salir de aquí pero… ¿Cómo…? –mordió su labio inferior con impaciencia mientras un escalofrió de preocupación le recorría la espina dorsal. Debía trazar un plan para huir pero estaba otro detalle; si lograba aquella hazaña… ¿Qué haría después? ¿Dónde iría?

 

 

 

 +[+][+][+][+][+][+]+

 

Unos sutiles golpes sobre la madera, se dejaron escuchar por todo el espacioso recinto. Quien estaba dentro admirando las nubes y el infinito cielo frente a un gran ventanal, pronunció la orden para que el que tocaba pasara al interior.

 

 

–Buen día, Shion. –saludaba el recién llegado entrando por completo.

 

–Milo… cierra la puerta. –ordenó Shion. Milo obedeció.

 

–Necesito hablar contigo.

 

–Te escucho. –Shion se giró para ver al rubio quedando tras él el ventanal.

 

 

Shion era un ángel de alto rango, era el que mantenía el orden en esa parte del Paraíso. Es decir, era el superior de Milo.

 

Aquel ser tenía los ojos de un bello color amatista, larga melena verde lima, grandes alas blanquecinas y una apacibilidad que se contagiaba al punto de sentir una gran paz interior. Más Shion también era bastante sabio y podía llegar a ser bastante estricto en algunas cuestiones.

 

Milo dio un suspiro antes de hablar.   

 

 

–Como sabes, anoche tuvimos un encuentro con el ejercito del infierno… –inició.

 

–Lo sé, ¿Qué pasa con eso? –tomó asiento en una lujosa silla.

 

–Veras Shion, en ese encuentro perdimos a Saori y a Sorrento en manos del líder de ese maldito ejército.

 

 

Milo vio con exactitud como Shion apuño ambas manos sobre el escritorio que los dividía y como su mandíbula se tensaba. Sabia cuanto le había dolido al peli verde esa noticia.

 

 

–¿Qué… que les ocurrió?

 

–El líder de los demonios usaba una extraña técnica… los besaba y tras esto el afectado se convertía en uno más de esos bastardos ya que el demonio de la lujuria se los comía por dentro.

 

–Ya entiendo… ¿Destruiste al culpable?

 

–De eso he venido a hablarte. No lo mate, él está aquí.

 

 

Shion abrió grandes los ojos y subió la cabeza velozmente para ver de frente al rubio con notable asombro. ¿Milo le estaba diciendo que el culpable de destruir a dos de sus más queridos ángeles estaba en el Paraíso? Debía ser una broma.

 

 

–¿¡Porque no lo has destruido!? –rugió indignado parándose de su asiento como si quemara.

 

 

El oji azul apuñó las manos mirando hacia un punto perdido de la alfombra bajo sus pies. Shion tenía razón, debía haber matado al íncubo pero simplemente no podía, algo de esa criatura lo enloquecía pero lo triste es que no sabía lo que era aquello que le impedía poderosamente que vengara a sus amigos.

 

 

–No puedo hacerlo… –susurró.

 

–¡Haberlo dicho antes! Yo lo hare…

 

 

La mirada del mayor estaba opaca de rabia, quería hacer sufrir a ese demonio que hozo manchar la pureza de sus ángeles para que al final terminaran destruidos. Si Milo no lo hacía, él tomaría la venganza por sus propias manos.

 

 

–No te lo permitiré… por eso he venido, te informo que ese íncubo es mi esclavo personal desde ayer que lo traje aquí. Me pertenece y tú mejor que nadie conoce las reglas Shion, no puedes meterte con la propiedad de otro ángel.

 

 

Milo retó al mayor con aquel argumento que era tan certero como un ataque de espada a su anatomía. Era cierto, esas eran las reglas y no podía romperlas, si Milo había decidido que aquel ser fuera de su propiedad no podía hacer nada en contra suya porque solo al rubio le concernía el hacer  con él lo que se le viniera en gana. Y de nuevo, Shion apuño las manos a cada lado de su cuerpo mientras la impotencia lo recorría por entero.

 

 

–Ésta bien… tú ganas, pero es tu responsabilidad lo que esa cosa haga o no en este lugar.

 

 

Milo asintió en respuesta de aquella sentencia. Se dio media vuelta yendo hacia la puerta para abandonar la estancia. Una vez se fue, Shion suspiró con frustración, tomó un pequeño jarrón y con fuerza lo arrojó contra una pared cercana haciéndose añicos el  inocente objeto casi al instante. Se sentó con pesadez de nuevo cubriendo su rostro con ambas manos.

Se sentía molesto, saber que el maldito que destruyó a aquellos dos inocentes estaba en el Paraíso y no poder hacer nada por unas estúpidas reglas lo enfurecían.

 

 

 

Notas finales:

Este ha sido el primer capítulo de esta historia. De antemano, agradecerles por leer y recuerden que si tienen alguna crítica, sugerencia o comentario constructivo, pueden dejármelos en un review que estaré respondiendo lo más rápido posible con humildad y gratitud. Actualizare pronto así que no se me desesperen jeje.

Por cierto, si aman esta pareja tanto como yo, les invito a dar like a la página: Camus en Facebook para compartir su cariño con otras fans.

Sin más que decir bellezas, me despido, nos leemos en el siguiente capitulo. Sigan bellos ;)


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