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Justicia divina. por darkness la reyna siniestra

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Notas del capitulo:

Hola ¿Cómo han estado? Como saben, no había podido subir el segundo capítulo de esta historia pero aquí esta. Y como siempre, esperando que les guste.

Saint Seiya y sus personajes no me pertenecen, ni la imagen física de Milo y Camus utilizados en las descripciones. Más la trama si es completamente mía

Gracias por leer, que lo disfruten.

 

 

 

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Al salir de la oficina de Shion, Milo caminó por un largo pasillo para terminar por bajar por unas largas escaleras de caracol. Tomó un giro a la derecha luego de bajar para ir ahora hacia la habitación donde había dejado a Camus, no la había visto desde que lo encerró y creyó correcto ver como estaba. Habían pasado pocas horas pero quería asegurarse de que el otro no hubiera hecho algo estúpido mientras estaba solo.

 

Camus por otro lado, seguía metido en la cama, con la mirada clavada en un punto inexistente de la pared blanca que estaba frente a él. Se la pasó la mayor parte del tiempo luego de despertar, pensando una manera para largarse de ese lugar, pero también analizó bien su situación; aunque lograra salir de su encierro, no sabía lo que haría si se encontraba con algún guardia, o que haría si lograba salir del Paraíso, no podía volver al infierno luego de haber estado en el cielo. Eso significaría la muerte inmediata para él, y de a momento, eso no estaba en sus planes más atractivos.

 

Escuchó que la manija de la puerta de su habitación se movía suavemente, y de modo automático se giró deprisa sobre la mullida cama para ver quién era el intruso que ingresaba. El tiempo que tuvo que esperar para ver quién era el visitante no fue de más de dos o tres segundos, luego de ese momentáneo lapso, pudo ver perfectamente al ángel rubio que le había llevado a ese lugar.

 

–Veo que no has hecho ninguna estupidez, eso me alegra. –soltó Milo con una mirada seria.

 

Camus se sintió atravesado por semejante mirada tan inquisidora y penetrante, por lo que se encogió más de lo que estaba en su posición.

 

–¿Q-que esperabas que hiciera…?

 

–¿Tú? En realidad nada… no puedes hacer nada ni aunque te lo ordene, me das pena.

 

–Si has venido solo a fastidiarme, lárgate de una maldita vez.

 

–¿Y a que más podría venir? –sonrió torcidamente.

 

Camus se sonrojó.

 

–¡Lárgate!

 

–¿Me estás dando órdenes?

 

–…–

 

Camus se puso terriblemente nervioso al escuchar el tono oscuro y ver la mirada molesta que el rubio le dedicó. No es que quisiera hablar de más, es que él ya era así, un demonio rebelde que no sabe cuándo callar.

 

El ángel de tres zancadas se acercó hasta la cama donde él seguía con la mirada aterrada. Milo le tomó del brazo de modo brusco y lo acercó hacia sí mismo, el pelirrojo al estar tan cerca del mayor, se sonrojó violentamente. Milo quedó prendado al tener esa carita tan de cerca, miró sus labios con suma atención, Camus cerró los ojos y volteó el rostro. Se sentía incómodo y lo que más deseaba era que el otro lo soltara y se largara dejándolo solo y en paz.

 

Milo lo miraba internamente sorprendido. En todos sus años no había conocido a alguien con semejante belleza, ni siquiera a una mujer alada como las muchas que habitaban ahí en el Paraíso, pero ese hombre pelirrojo era muy diferente, mucho más fino y llamativo que cualquier mujer y el rubio lo sabía perfectamente.

 

Camus a diferencia de Milo, se encontraba muy incómodo al ser fijamente observado de aquella manera, no recordaba haber sentido tal sentimiento antes. Pero ahora estaba pasando y no sabía cómo actuar al respecto.

 

Las tonalidades de ojos se encontraron en un choque impensado y algo brusco. Las dos criaturas tenían sentires revueltos y opuestos; el ángel sentía una creciente angustia en su pecho por lo que hace poco Shion le había dicho, Camus se había convertido en su responsabilidad y se estaba convirtiendo en una perdición de la que el rubio no se había dado cuenta.

 

Y ese ángel para Camus era un misterio que a pesar de ser prohibido le estaba atrayendo de manera desconocida y descontrolada. Lo odiaba, lo sabía pero había algo más, una atracción asfixiante pero desconocía las verdaderas razones de estar sufriéndola.

 

–Necesito que me escuches –dijo de la nada Milo, Camus parpadeó pero no dijo nada. El mayor continuó–. Hablé con el ángel mayor… tuve que decirle lo que le hiciste a dos de mis amigos y él personalmente quería venir a destruirte cuando le confesé que estabas aquí.

 

–Sabes que no estoy aquí por voluntad propia –alegó el íncubo mirando hacia otro lado. Milo lo soltó–. Además, me hubiera gustado que lo hiciera, de ese modo yo no estaría aquí en calidad de juguete de un miserable ángelsucho como tú.

 

Al escuchar esas palabras dichas con tanta repulsión por el otro. Milo suspiró para pedir paciencia a todas las deidades habidas y por haber, porque si le daban fuerza estaba más que seguro que Camus no vería otra nueva luna.

 

–¡Escúchame bien remedo de diablito! Ahora eres mi carga personal, todo lo que hagas o dejes de hacer estará sobre mis hombros y como única advertencia te diré que si haces algo por demás estúpido, te castigaré terriblemente ¿Me has entendido? –amenazó apuntándole con un dedo– Recuerda que ahora más que demonio, eres un humano con cuernos, alas y cola, no hay mucho que tú puedas hacer a estas alturas.

 

Camus apuñó las manos al escuchar semejante verdad abofeteándole. Él era tan indefenso como un mortal, y no podría sobrellevar una lucha con el ángel mayor u otros guardianes de luz, perecería sin remedio.

 

–Ésta bien… –le miró a los ojos con el ceño fruncido– pero no te prometo nada.

 

Milo se sorprendió para luego fruncir el entrecejo. Para él todo apuntaba que Camus le traería más problemas de los necesarios pero así como se los diera él le haría pagar con creces.

 

–Intenta joderme y lo lamentaras –Milo se alejó mirándolo con fastidio–. Dime, ¿los de tu tipo comen?

 

Camus suavizó sus facciones al escuchar aquella pregunta, pues como toda criatura él si comía y de hecho deseaba hacerlo pronto.

 

–P-pues si…

 

–Bien, te traeré algo de comer. ¿Tienes algo en mente?

 

–¡Carne! –se apresuró a responder– Carne y cruda si no es molestia…

 

–De acuerdo, vuelvo enseguida.

 

Milo se retiró de la habitación no sin antes mirar a Camus por última vez con un poco de impresión. Él tenía una leve idea de lo que el pelirrojo comía pero no se imaginó que fuera tan acertado, pero ¿Qué esperaba? El tipo era un demonio del bajo infierno, era normal que comiera ese tipo de cosas, aunque pensándolo mejor le alegraba más que consumiera carne a que fueran almas porque entonces eso de alimentarlo estaría sobrevalorado.

 

 

Y con esas ideas en la cabeza, el ángel cerró la puerta con una llave divina y se fue a buscar lo que el prisionero pedía.

 

Camus al otro lado pegado en la puerta, pudo escuchar los pasos de su carcelero alejarse. Cuando los pasos se perdieron en la lejanía, Camus se alejó de la puerta con una mano sobre su plano vientre, desde adentro de este se sentían vibraciones constantes: tenía hambre. Al menos Milo se había preocupado por su alimentación, eso había sido muy considerado de su parte a pesar de saber que él había sido el causante de la destrucción de dos de sus compañeros.

 

En cualquier mundo ese solo hecho bastaba para que lo dejaran morir de hambre y además de eso, estuviera por el resto de la eternidad sometido a horribles torturas. Pero en lugar de eso, se encontraba en una recamara bastante cómoda donde podía ir y venir a pesar de no poder salir.

 

Fue en ese análisis que Camus se sintió con un extraño sentimiento de culpabilidad en su ser y de impotencia por no poder cambiar lo que había hecho con ese par de ángeles. Supuso con horror que  cada hora que permanecía allí lo estaba purificando, sería acaso que ¿Él podía tener salvación? No, han pasado demasiados siglos aunque… él no se había vuelto lo que era porque quisiera, sino más bien porque fue su castigo. Castigo por sufrir en vida, que injusticia ¿…Verdad…?

 

 

 

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–¡Es un idiota! ¡¿Cómo se le pudo ocurrir traer a esa maldita criatura aquí?!

 

Un grueso libro se estrelló de lleno contra un jarrón azul con decoraciones en jade haciéndolo añicos. En ese justo momento unos golpes se dejaron escuchar sobre la puerta del despacho.

 

–¿Puedo pasar? –se escuchó una fuerte y masculina voz del otro lado.

 

–¡Pasa! –ordenó aun iracundo.

 

El visitante obedeció e ingresó elegantemente para luego cerrar tras de sí la puerta.

 

–Me dijeron que estabas buscándome, ¿qué sucede? ¿Qué ha pasado aquí? –las preguntas surgían al ver el aspecto del otro y el de algunas cosas que yacían rotas por aquí y allá.

 

–¡¿Ya te enteraste de la última locura que ha hecho Milo?! –se llevó los cabellos hacia atrás con ambas manos en un gesto de desesperación.

 

–¿Te refieres al príncipe íncubo? Si, lo supe recién esta mañana que llegué Shura me lo dijo. –tomó asiento en una de las elegantes sillas frente al escritorio.

 

–¡Y lo dices así tan tranquilo! ¡Saga, te das cuenta que ese maldito ser no debería estar aquí, ni siquiera debería seguir viviendo!

 

–Shion, cálmate. Shura me dijo que Milo lo trajo en calidad de prisionero y esclavo; no he tenido la oportunidad de hablar con Milo pero confío en él.

 

–Te has vuelto loco… –dijo con resignación mientras negaba con su cabeza y acusaba con la mirada al peli azul. 

 

–No, solo digo que Milo tendrá sus razones para haber traído a ese chico aquí. Solo espera y verás que no tienes nada de qué preocuparte.

 

­–Saga por los cielos ¡Es un íncubo! ¿Y si hechiza a Milo o a otros con su lujuria para destruirlos o volverlos parte de su ejército?

 

–Eso no ocurrirá, está en el Paraíso, sus poderes son inútiles e inexistentes aquí. Además, ese hombre no es un demonio puro.

 

Shion frunció el ceño ante aquella revelación.

 

–¿De que estas hablando? ¿Cómo que no es un demonio puro, no es el príncipe acaso?

 

–Lo es, pero no es puro.

 

–¿Cómo sabes eso con tanta certeza?

 

–Antes de venir aquí, estudié los documentos de la gran biblioteca. Revisé minuciosamente cada registro de todos los demonios que conocemos y encontré esto –Saga sacó de entre sus ropas un papiro que Shion tomó para luego desenrollarlo y ver detenidamente el retrato de Camus en dos maneras completamente diferentes: en el lado derecho se veía a un joven hombre vestido con un traje  de época color gris y en el lado izquierdo, al ser que ellos conocían.

 

El papiro tenía por título: “Princeps Incubus, Camus Escrito en latín, Shion leyó la descripción completa y al terminar miró a Saga con el rostro hecho un real poema.

 

–Saga ¿Es esto verdadero?

 

–Te aseguro que si mi buen Shion.

 

–Entonces, ¿el alma de esa criatura aún puede ver la luz? 

 

–Eso es lo que no se aún, según su descripción han pasado demasiados siglos desde que el humano Camus Verseau se suicidó convirtiéndose ahora en lo que hemos conocido.

 

–Pero ¿Quién lo transformó de ese modo? ¿Por qué…?

 

–Hasta donde dice ahí, fue en castigo por haber sido él quien acabó con su propia vida por razones insulsas. Y no lo digo yo, lo dice ahí escrito. –señaló el papiro.

 

Shion enrolló el papiro de nuevo.

 

–Si esto es así, ¿Qué crees que pase si Camus sigue más tiempo aquí?

 

­–No lo sé, lo mejor será esperar, puede que algo importante suceda.

 

–¿Milo lo sabe, Saga?

 

–No, aun no. Y lo más aconsejable Shion es… –se puso de pie dispuesto a marcharse del lugar– que no le digas nada de esto. Lo sabrá cuando deba saberlo.

 

El ángel peli azul caminó hacia la puerta, misma que abrió y de la que salió dando por terminada aquella improvisada reunión con el peli lima. Shion miró de nuevo el papiro enrollado en su mano y suspiró. Tal parecía que Camus nunca eligió ser quien era después de todo, él era solo una marioneta más…

 

 

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Camus se sentía cada vez más débil, tenía mucha hambre y Milo parecía no querer volver ¿A dónde demonios se había largado a buscar su carne? ¡¿Al purgatorio o qué?! El pobre íncubo trataba de minimizar su malestar pensando en otra cosa echado boca abajo en la cama con sus alas desparramadas a cada lado de su figura todo lo largas que eran  y el largo cabello rojo y abundante cubriéndole la cara por completo.

–Maldito ángelsucho… seguramente me dejará morir… –susurraba con debilidad y desvarío sin mover un solo músculo.

 

Esos eran los pensamientos torturadores de su mente cuando el característico sonido de la perilla girando inundaba el silencio de la habitación. Milo entró arrastrando con él un pequeño carrito donde se miraba una bandeja cubierta; Camus miró aquello pero dada su debilidad no se levantó, entonces el ángel habló.

 

–Pensé que tendrías hambre, pero veo que estas más cansado que hambriento.

 

Milo se sentó en la orilla de la cama, cerca del ala derecha de Camus quien con dificultad pronunció un suave pedido.

 

–Por favor… a-ayúdame a levantar…

 

Milo se quedó sorprendido por la petición tan poco usual que alguien como Camus le estaba haciendo. Pero el ángel era inteligente y dedujo que su prisionero no estaba bien.

 

Por ello el rubio se levantó rápidamente de la cama para auxiliar a Camus. Primero le dio la vuelta por lo que pudo ver la cara de desfallecimiento que tenía, luego con suavidad lo tomó en sus brazos y lo logró sentar en la orilla de la cama cerca del carrito de donde destapó la bandeja donde se veía un fino plato con un generoso corte de carne cruda pero previamente lavada y limpiada partidos en diversos trozos, con tenedor y cuchillo. Pero al parecer esos cubiertos quedarían olvidados pues ambos sabían que no había tiempo para reglas de etiqueta.

 

Al ver y oler la carne, Camus acercó su mano a uno de los cortes más pequeños y se lo llevó a la boca sin dudar, Milo miraba aquello pero no dijo nada, sabía que el pelirrojo estaba hambriento, quizás no había comido nada desde la batalla y dado que su estado demoniaco había desaparecido por completo, el vacío de su estómago le castigaba con más crueldad.

 

–¿Ya te sientes mejor?  –preguntó el ángel en lo que sobaba el cabello al de cornamenta.

 

Camus no dijo palabra alguna, solo asintió en respuesta mientras seguía comiendo su carne trozo por trozo pausadamente. Sentía que las energías volvían a él, claro no tanto como antes de estas allí pero ya era ganancia.

 

–Gracias… –murmuró Camus bajito pero Milo pudo escucharlo de igual modo.

 

–De nada. –respondió con una sonrisa marcada en los labios.

 

Camus comió tranquilamente y Milo lo acompañó en silencio. Había algo en el más delgado que llamaba la atención de Milo, algo más allá de su suprema belleza física; era un misterio que él sentía la necesidad de conocer a profundidad.

 

Una vez Camus acabó de comer, Milo se puso de pie para abrir una botella que llevaba en la parte inferior del carrito junto con dos copas. Llenó ambas con un líquido color purpura profundo y cuando ambas estuvieron hasta la mitad ofreció una al pelirrojo quien la tomó algo dudoso.

 

–¿Qué es? –preguntó curioso analizando el líquido.

 

–Es vino de uva –respondió resuelto dando un trago de su copa–. Tómalo, te gustara.

 

Camus vio por última vez la copa para luego posar la orilla contra sus labios y beber un pequeño sorbo. Al sentir aquella sustancia deslizarse por su lengua y garganta, un calor se instaló en su interior y un dulce sabor le embriagó al punto de hacerlo sonreír. Milo lo miró y sonriendo le cuestionó:

 

–¿Te ha gustado?

 

Camus asintió sonriente.

 

–Sí, mucho.

 

–Oye –llamó Milo al terminar de beber el último trago de la copa ahora vacía– ¿Qué te había ocurrido ahora que entré?

 

­–Pues… –dejó su copa ahora vacía al lado del plato– como habrás visto tenía mucha hambre. Eso nunca me había pasado antes pero, al entrar aquí mi esencia demoniaca se ha apagado por completo y yo no había comido nada desde dos días antes de la batalla. Ahora que soy prácticamente un humano, mi sistema sufrió ese cambio de adaptación tan brusco sufriendo el desgaste equivalente a casi un mes sin comer…

 

–Entiendo, no lo había pensado de esa forma… tendré que estar al pendiente de que comas como es debido. –sentenció pensativo.

 

–Oye…

 

–Dime.

 

–¿Por qué no me dejas libre? Te ahorrarías muchas molestias que serían si sigo aquí.

 

–Dime íncubo, si hago eso. ¿Qué harás, a donde iras?

 

Camus volteó el rostro hacia sus pies, Milo tenía razón, incluso él mismo se había hecho esas mismas preguntas cuando despertó de su sueño sin tener una respuesta satisfactoria. Y Milo pudo notar que estaba en lo correcto.

 

–Veo que estoy en lo cierto… no sabes a donde ir.

 

–… No, no lo sé… nunca lo he sabido de hecho.

 

Camus volteó su mirada carmín a Milo, este hizo su cabeza hacia atrás en un gesto de asombro por aquella mirada que se le daba. Ya no tenía ese brillo lujurioso de aquella noche donde los batallones se habían encontrado, ni le miraba con arrogancia, sino que eran más unos ojos profundamente tristes.

 

–Dime algo. –habló Milo con un extraño calor en su pecho.

 

–¿Qué? –contestó el otro apartando la mirada hacia sus manos enguantadas.

 

–Tu nombre, estoy seguro que debes tener uno. Tú sabes el mío, es justo que yo sepa el tuyo.

 

–No te pedí que me lo dieras a conocer. –suspiró con el ceño fruncido aun mirando sus manos.

 

–Es verdad –Milo también frunció el entrecejo al escuchar a Camus–, te seguiré llamando demonio o íncubo entonces aunque ya o lo seas.

 

Al decir aquello con tono despectivo y molesto, Milo se levantó de la cama dispuesto a marcharse pero un suave susurro de Camus lo hizo detenerse en el mismo lugar.

 

–Camus… –dijo quedito, tanto que el ángel no logró escucharlo con claridad.

–¿Qué dijiste? –Milo se inclinó hasta posarse casi frente al  pelirrojo aun sentado en la cama con la cabeza gacha.

 

–Mi nombre es Camus… –repitió más audible alzando el rostro con tranquilidad frente al rubio.

 

Camus al ver que Milo le sonreía se sonrojó y volteó la cara hacia la izquierda con sus manos formando tímidos puños sobre sus blancas piernas.

 

–Camus… –repitió Milo– es muy bello.

 

–G-gracias…

 

Milo se irguió.

 

–Debo irme, vendré dentro de cinco horas para traerte la cena.

 

–Está bien.

 

–De acuerdo Camus, hasta entonces.

 

Milo salió de la habitación sin esperar respuesta de Camus. Más el bello demonio dejó escapar una exhalación de alivio al verse solo. Por extraño que sonara, el oji azul lo ponía nervioso, ni él mismo se lo creía considerando que estaba más que acostumbrado a vivir con criaturas a su alrededor, pero con Milo era distinto, lo atribuyó a que ahora era más como un humano que como un íncubo y solo deseaba poder mantener en control sus emociones y reacciones ¡No podía andarse sonrojando por todo! 

 

Milo caminaba por los pasillos de paredes y pisos de mármol blanquecino, en su mente solo había alguien: Camus, no entendía que era lo que lo había movido a preguntarle su nombre o que de pronto se viera preocupado por su bienestar físico. Pero lo había hecho y debía cumplirlo, sabía que Shion no estaría nada contento y Shura menos pues fue a él a quien le prometió torturar al pelirrojo.

 

Sabía que debía hacerle pagar la perdida de Saori y Sorrento, pero algo dentro de él no le permitía hacerle daño a esa bellísima criatura, de hecho, le fascinaba; había algo en ese íncubo que le atraía más profundamente que su cuerpo y su rostro pero desconocía lo que era.

 

Milo solo sabía que al tener a Camus frente a él, tan cerca, lo único que deseaba era besarlo con tanta cadencia como pudiera, aunque no era tan fácil como decirlo y hacerlo. Además, sentía que estaba traicionando a los suyos con el solo hecho de estar preocupado por el oji carmín sabiendo que debía castigarlo.

 

Unas fuertes campanadas se dejaron escuchar por todas las nubes, Milo al escucharlas reaccionó regresando a la realidad de quien era. Justo las 12:30 pm debía reunirse con los otros guardias de los demás sectores del Paraíso y con Shion.

 

Sin más cavilaciones se dirigió alzando el vuelo al otro lado de su sector donde sabia lo estarían esperando.

 

 

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–Entiendo que están casi todos, solo falta Milo, ¿alguien lo ha visto? –cuestionó Shion a los demás ángeles que se encontraban sentados alrededor de una gran mesa circular.

 

Todos negaron a la interrogante ignorantes del paradero del rubio.

 

–Ya veo, solo espero que no se tarde ni un minuto más.

 

Al concluir con su oración, la gran puerta doble de color hueso se abrió dejando ver a Milo quien ingresó en la sala para luego cerrar la puerta. Caminó hasta su silla junto a Saga y tomó asiento con calma.

 

–Disculpen la demora por favor. –pidió y los demás asintieron comprensivos.

 

–¿Por qué has llegado tarde, Milo? –exigió saber el peli verde.

 

–Debía encargarme de unas situaciones antes de venir, Shion. No volverá a ocurrir. –contestó tranquilo.

 

–Confiaré en ti –soltó no muy convencido–. Bien, como saben, estamos aquí para discutir sobre hechos importantes que han ocurrido recientemente.

 

Todos asintieron pero uno rompió el silencio que amenazaba con formarse.

 

–¿Como por ejemplo el esclavo de Milo? –atacó Shura sin saber que aquello formaría todo un debate.

 

Milo volteó molesto hacia el peli negro y vociferó:

 

–¿Te morías por hablar de eso no es verdad?

 

Y Shura respondió:

 

–Tú sabes perfectamente que ese tema es importante, Milo –se defendió–. Me dijiste que le cobrarías lo que le hizo a nuestros compañeros y hasta ahora no he visto nada de nada.

 

–La manera que yo use para castigarlo es completamente a mi criterio y no veo porque a ti deba de importarte –rugió– ¿O qué? ¿Quieres que te lo entregue?

 

–¿Y porque no? ¡Al menos yo si lo haría llorar sangre como se lo merece!

 

–¡Ya basta! –gritó con autoridad una fuerte y masculina voz– Shura, lo que Milo haga o no con esa criatura no es asunto tuyo, y tu Milo, concéntrate que ese no es el único tema que se ha venido a tratar en esta sala. 

 

–Pero Saga, es necesario que todos los que están aquí estén al tanto de la estadía de ese íncubo en el Paraíso –habló esta vez Afrodita–. Eso es lo más crucial en estos momentos pues no sabemos con exactitud lo que pueda ocurrir por mantener a uno de los infiernos prisionero.

 

Al decir su punto de vista, todos los demás alados comenzaron un bullicio general en donde se escuchaban reclamos, quejas, preguntas, afirmaciones apresuradas y uno que otro que decía prever el futuro. Milo se cruzó de brazos con los ojos entrecerrados de coraje, sin decir una palabra más.

 

–¡¡¡Hagan silencio!!! –exigió Shion casi histérico– ¡Cállense de una buena vez todos ustedes…! Saga, ¿tú qué opinas?

 

El nombrado suspiró resignado.

 

–Escuchen –pidió el peli azul–, este asunto está muy relacionado con Milo, así que el tema será tratado si él está de acuerdo… ¿Milo? –volteó hacia él.

 

El susodicho volteó su rostro para ver a los presentes quienes le miraban un poco nerviosos. Conocían el carácter fuerte del rubio y su liderazgo y sabían perfectamente que no se mordería la lengua si tenía que mandarlos a todos de paseo al mismísimo infierno.

 

–Escucha Saga –empezó con voz profunda–, ya que tanto lo quieren saber ¡Bien! Lo hablaremos, pero como haya uno como Shura lo mando al demonio ¡Me han entendido!

 

Todos los ahí presentes asintieron rápido y con muchos nervios. Estaban reconsiderando seriamente el haber exigido hablar de Camus.

 

–Bien –dijo– ahora ¿Qué quieren saber? –cuestionó armándose de paciencia mientras miraba como un par de manos se alzaban para pedir turno y hacer sus preguntas.

 

 

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Del otro lado de la edificación divina donde se encontraban reunidos los guardianes. En la habitación del cuarto pasillo a la derecha. Camus daba vueltas dentro de la habitación, conociéndola y curioseando lo que ahí había; vio una puerta blanca al fondo de su habitación y fue a inspeccionar encontrando un baño con una pequeña tina.

 

El íncubo llevó su mano derecha hacia la llave de la tina de donde brotó un chorro de agua cristalina. Camus pensó en mojar la piel de su mano pero al pensar que aquella era agua bendita y que podría quemarle, la alejó velozmente poniéndola hecha puño en su pecho…

 

Pero le tentaba sentir aquel liquido acariciar su blanca palma y en contra de todo pronóstico, lentamente llevó su mano hasta el líquido transparente. Sorprendiéndose de que el agua no lo lastimara, de hecho, el agua estaba tibia.

 

Camus sonrió al ver que a pesar de todo, estaba seguro en aquel lugar. Más un sentimiento desconocido y extraño le hacia opresión en el pecho y un nombre se fugó de sus sonrosados labios.

 

–Milo… –soltó para si en la soledad de ese baño.

 

Al tomar conciencia de lo que había dicho, se asustó, cubrió su boca con sus manos y un pensamiento angustiante se instaló en su cabeza latiendo con fuerza:

 

–¡Debo salir de aquí…!   

 

 

 

 

 

Notas finales:

Este ha sido el segundo capítulo ¡Al fin! Espero les esté gustando y si no pues les invito a dejar un review con lo que ustedes deseen decirme y yo lo leeré y contestare con respeto y agradecimiento, sin más me despido. Hasta el siguiente cap.

Sigan bell@s ;)


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