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The Bloody Awesome ABC por xoxomcr

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Beso

 

—Buenas noches, caballeros —saludaba amablemente a los recién llegados el barman que atendía el peculiar local, ambientado con un estilo antiguo elegante que parecía no combinar del todo con la música rock que sonaba a un volumen considerable, algo estridente para muchos, pero muy deleitante para el gusto de Arthur y Gilbert. Después de examinar el local y darle el visto bueno, buscaron lugares lo más cerca posible de la barra en donde una mortecina luz los alumbraba lo suficiente como para que estuvieran a gusto— ¿Qué les sirvo? —preguntaba el sujeto, siguiendo el protocolo.

 

Realizaron sus pedidos. Una botella de ron para el inglés, su compañera preferida prácticamente desde que tenía uso de razón; una bebida fuerte, como su carácter mismo lo era. Mientras que para Gilbert una cerveza de buena calidad sería la galardonada de la noche, la pasión por esa fermentada bebida la llevaba en sus venas.

 

Unos minutos después, ya llegaban sus pedidos y con eso, una pequeña competencia por ver quién bebía más rápido, competencia sugerida por Gilbert la cual primeramente fue rechazada por el inglés alegando que era una tontería, pero después de que el albino tocara estratégicamente su orgullo y masculinidad, finalmente accedió y con brusquedad agarró la botella bebiendo de ella, olvidándose de que un vaso reposaba frente suyo.

 

Luego de unas cuántas rondas, ambos ya estaban con un humor algo inestable.

 

— ¿Dónde demonios se metió el barman? Ir al depósito a buscar provisiones sólo lleva unos minutos.

 

— ¿Cómo quieres que lo sepa? Digo, ya sé que soy completamente increíble, pero todavía no me gradué de adivino.

 

—Déjate de estupideces, ya me estoy cansando de esperar —sentenció el rubio antes de quitar una caja de cigarrillos de su bolsillo y colocar uno en sus labios. Cuando apenas lo encendió, el de ojos escarlatas lo apartó de sus labios con un manotazo— ¡Hey!

 

—Nada. No fumes esas porquerías, que el humo es desagradable. Ya se te está pegando esa maldita costumbre de tu hermano. Dices que lo odias, sin embargo hasta sus hábitos se contagian entre sí; pero por lo visto es inevitable viviendo tan cerca —concluyó con una mirada que denotaba burla.

 

—No te importaría morir de cirrosis pero el humo del cigarrillo te causa malestar, sí que eres molesto... y no menciones a Escocia, que no tiene nada que ver en esto —gruñó con fastidio—. Además, ¿por qué te preocupa si fumo o dejo de hacerlo?, no es como si fuese problema tuyo.

 

—Supongo, pero si mueres pronto, ¿quién pagará mis tragos cada vez que olvide mi billetera en casa? —contestó socarronamente, mirando fijamente al inglés.

 

—No hay problema, trataré de dejarte todos mis bienes en mi testamento, así que el dinero no será problema en los bares de Inglaterra en caso de que dejes tu billetera en casa —articuló con sarcasmo.

 

—Tentador, tentador —dijo meneando la cabeza de arriba hacia abajo—. Pero lamentablemente tendré que rechazar tu oferta —comentó divertido, para después hacer una pausa—. Tu propuesta soluciona el problema del efectivo, ¿pero dónde conseguiré a otro inglés cejudo, gruñón e irritante, que por casualidades de la vida también se llame Arthur Kirkland? Eres egoísta ¿sabes?, algunos emplean su tiempo en fastidiar personas; otros, como yo, lo emplean para hacerlo con cosas más interesantes. Y si ya no estás, me quitarás mi pasatiempo favorito: sacar de quicio a Inglaterra —concluyó, orgulloso; provocando que el rubio frunciera el ceño, pero luego de que éste lo pensara un poco, sonrió imperceptiblemente, de alguna manera Gilbert le estaba pidiendo que cuidara más su salud, de una forma poco ortodoxa, pero válida (o tal vez de verdad quería desquiciarlo. Tratándose de Gilbert, quién sabe).

 

—Idiota —atinó a decir con un tono no del todo convincente.

 

—Disculpen la tardanza, aquí tienen —espetó el bartender sorprendiendo levemente a ambos que no se esperaban la repentina llegada. Luego de que repartiera los respectivos pedidos, se retiró para atender a otros clientes.

 

—Ya era hora —atinó a decir por lo bajo el inglés para después concentrarse en lo que tenía enfrente—. ¡Saluud! —espetó para luego hacer el famoso fondo blanco e inmediatamente servirse más.

 

—No bebas tan rápido porque además de que ya te haz excedido, a ti...

 

— ¡Hey, Gilbert! —interrumpió el de ojos verdes— No te muevas, que hay dos unicornios azules volando encima de ti~ —continúo, riendo como desquiciado—. Si te mueves los espantarás y no queremos que eso suceda, ¿v-verdad? —decía con leves hipidos a medida que hablaba.

 

—...el alcohol te llega demasiado pronto —terminó su frase el albino, con un suspiro resignado.

 

— ¿Qué quieres decir con que el alcohol llega demasiado pronto? —preguntó mirándolo expectante, pero antes de que el de carmesíes orbes lograra hablar, lo volvió a interrumpir— ¡Mierda, te moviste! Ahora di adiós a los unicornios, ¿estás feliz? —gruñó para a continuación beber otro vaso de su amado ron. Miró a sus costados y vio a algunos sujetos que lo estaban mirando como si estuviera loco— ¿Y ustedes qué miran, desgraciados? ¿Acaso buscan pelea? —se decidió a ir junto a los sujetos para darles una lección, a esos que lo “juzgaban con la mirada”, pero cuando intentó levantarse, inmediatamente perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo soltando un leve quejido, tratando fallidamente de incorporarse— Sólo esperen, cuando logre ponerme de pie les voy a-

 

No terminó ya que Gilbert lo sujetó de un brazo y bruscamente lo atrajo hacia sí para subirlo a su espalda y acomodar ambos brazos del rubio en torno a su cuello.

 

—Rayos Arthur, sí que eres un mal bebedor... —comentó antes de pagar la cuenta con el dinero que encontró en los bolsillos del inglés. A continuación, sujetando firmemente pero con dificultad a un Arthur que forcejeaba, emprendió camino fuera del local.

 

Y fuera, el clima era algo frío y lluvioso, pero la llovizna daba señales de detenerse.

 

—Suéltame, que no soy una maldita chica para que me andes cargando —protestó.

 

—No eres una chica pero eres un maldito busca pleitos que necesita ser frenado.

 

—No soy ningún busca pleitos, ¿acaso no viste la forma en que esos tipos me miraban? —se defendía, sin resultados— ¡Ya bájame, te digo!

 

—Eres ridículo, si te suelto no serás capaz de dar un miserable paso, estás demasiado mareado.

 

— ¡Y una mierda! Si no me sueltas ahora te mandaré un hechizo, y créeme que no te gustará que lo haga.

 

—Bien, bien... como digas —concedió el albino seguido de una risa, soltando su agarre y bajando al inglés.

 

Luego de unos cuantos segundos de estar en tierra, el rubio se concentró en ponerse firme y prepararse mentalmente para dar sus primeros pasos. Cuando por fin se decidió a hacerlo, movió una pierna hacia delante y de repente, fue como si todo a su alrededor diera vueltas. Esa parecía una caída segura. Pero no cayó al suelo.

 

No cayó simplemente al suelo, cayó en un gran charco lodoso que se formó gracias a la lluvia, logrando que se ensuciara por completo. Blasfemó contra todos sus reyes, sus reinas, el clima, su estado de ebriedad, y todo lo que tuviera pulso.

 

Lo siguiente que escuchó fue una carcajada, una que parecía no querer detenerse en un buen rato.

 

—Oye imbécil, ¿piensas quedarte ahí toda la noche riendo como desgraciado?

 

—La verdad no es una mala idea —contestó divertido.

 

—Claro, es de esperar de un prusiano de cuarta como tú —hizo una pausa—. ¿O debería decir Alemania del Este? —decía socarronamente el inglés, haciendo que Gilbert dejara de reír y frunciera el seño.

 

—Al menos no soy un patético solitario que fue abandonado por todas sus colonias —contraatacó.

 

—Pero eres un patético solitario que fue votado por la mayoría para que dejara de existir como nación independiente y fuera dividido y transformado en la capital de Alemania.

 

Solitario...

 

Solitario...

 

Es cierto y tenía que admitirlo: ambos lo eran, pero el hecho de que él le echara en cara su actual situación sin dudas era un golpe bajo.

 

—Ahora sí, me importa una mierda lo borracho que estés—soltó antes de lanzarse contra Arthur y propinarle un golpe en la boca del estómago, sin importarle ser empavonado por todo el lodo en el proceso.

 

— ¡M-Maldito insolente! —exclamó tosiendo, para luego responderle con un puñetazo en medio del rostro. Luego de que Gilbert comprobara que su nariz estaba sangrando, sonrió de lado.

 

— ¿Eso es todo lo que tienes? —articuló desafiante, ganándose un golpe en las costillas— Necesitarás m-más que eso para enfrentarte a mi increíble persona —dijo dificultosamente agarrando el fino cuello del inglés entre sus manos y haciendo presión.

 

—S-Suéltame, te voy a partir la puta madre —en medio del estrangulamiento, Arthur lanzaba varios golpes y puñetazos por todas partes intentando librarse del agarre. Cuando logró deshacerse de la presión en su cuello, respiró profundo tratando de recuperar el aire en sus pulmones. Agarró a Gilbert de la cabeza, empujándolo contra el duro pavimento, acción que logró desorientarlo por algunos segundos, pero no lo suficiente para dejarlo inconciente.

 

Siguieron con los puñetazos, arañazos, patadas e improperios por un buen rato, ambos tratando de mantener el control en la pelea.

 

Arthur se posicionó encima de Gilbert, pero éste no cedía y enseguida invirtió posiciones, colocando cada brazo a los costados de la cabeza del inglés y sus rodillas en el borde de sus caderas. El rubio se quedó quieto, rígido en un lugar, sin disposición de seguir forcejeando, completamente agotado.

 

—Estoy hecho mierda —soltó el de platinados cabellos con una voz ronca producida por el cansancio. Ambos jadeaban tratando de acompasar sus respiraciones. Se encontraban ya sin sus abrigos, los cuales estorbaban y sofocaban en medio de la pelea. La blanca remera de Gilbert ponía en evidencia  los golpes que recibió gracias a la sangre que manchaba dicha prenda.

 

—No más que yo —respondía el británico, mirando fijamente a los ojos carmesíes. Luego de sostenerse la mirada por algunos segundos, ambos sonrieron, dándose cuenta de lo absurdo de la situación.

 

—La próxima vez no golpees en la cara —expuso el albino cortando el silencio— ¿No te da pena arruinar semejante perfección? —decía de forma dramática, aún encima del inglés.

 

—Perfección es lo último que sería —bromeó.

 

—Arthur, Arthur —negó con la cabeza—. Sólo dices eso porque aún no lo has visto lo suficientemente cerca —acercó su rostro al inglés— ¿Lo ves? —pronunció, demasiado cerca para el gusto del rubio.

 

—A-Aléjate que estorbas —articuló... ¿nervioso?

 

—Primero admite que soy genial —decía lentamente, chocando su aliento en el rostro del inglés, por alguna razón no pudo evitar mirar sus labios.

 

—Primero muerto antes de antes de admitir semejante estupide-

 

¡Maldito sea Gilbert, que no lo dejaba terminar su frase! En vez de eso estaba sobre sus labios dándole algo parecido a un beso.

 

¿Un beso?

 

El inglés abrió los ojos exageradamente y antes de lo que canta una cigarra, se separó bruscamente del germano, dándole una bofetada.

 

—Condenado idiota, cómo te atreves —bramó disgustado, escupiendo y luego limpiándose las comisuras con la manga de su remera, mostrando dignidad.

 

—Lo siento, creo que estoy demasiado ebrio —se excusó el albino, alejándose un poco, haciendo ademán de levantarse—. ¡Hey! —exclamó al sentir que el rubio lo jalaba del cuello de su remera y lo acercaba a la misma velocidad de lo que hace un momento lo había alejado, evitando que pudiese levantarse.

 

¿Pero qué mierda pretende ese Arthur? Primero lo aleja y ahora lo está besando con aún más pasión de lo que él mismo lo había hecho antes, poniendo sus brazos alrededor de su cuello, incitándolo a profundizar el contacto. Sin pensarlo demasiado, respondió a las exigencias del británico.

 

No pudo evitar colocar sus manos alrededor de la cintura del rubio, atrayéndolo aún más hacia sí, explorando con su lengua cada parte de la cavidad bucal del contrario. Siguieron así por unos minutos, hasta que sus pulmones rogaran desesperadamente por oxígeno. Cuando obtuvieron su preciado aire, intentaron por fin levantarse del desagradable lugar donde estaban posicionados, deseando no pescar un resfriado.

 

—Sí... creo que yo también estoy demasiado ebrio —soltó simplemente—. P-Porque obviamente jamás haría semejante estupidez si estuviera en mis cabales —aclaró.

 

—No te ilusiones, claramente el maldito alcohol me está afectando, porque no hay otra manera de que alguien tan impresionante como yo hiciera algo tan poco genial —rió Gilbert.

 

—Como si fuera que yo lo deseé —expresó con sarcasmo—, fue tu maldita culpa en primer lugar, eso fue mi más repugnante experiencia, ¡de la década!

 

—Sí, ¡creo que eso no pudo haber sido más asqueroso! —exclamó.

 

—No puedo creer que me haya rebajado a hacer eso contigo. ¡Yo me largo! —finalizó el inglés, agarrando su chaqueta del suelo y caminando como podía en dirección a su casa.

 

—Maldita sea —susurró el albino, caminando en dirección contraria a donde se dirigía su amigo.

 

A medida que avanzaba, el inglés se mordía el labio repasando escena por escena lo sucedido, mientras que por otra parte, el de ojos carmines caminaba con una pequeña sonrisa adornada en sus labios.


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