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ÉL CONDE DE TOLEDO por Ryoshin Di Juri

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Notas del fanfic:

Espero que lo disfruten leyendo como yo escribiéndolo.

Cualquier crítica constructiva será plenamente bienvenida.

Toda crítica echa con el afán de molestar  será ignorada y mandada a la basura.

Si al apoyo a los escritores.

Notas del capitulo:

Espero esto sea de su agrado queridos lectores.

He de decirles que esto es un proyecto especial.

Es de mi completa autoría fuera de mi elemento en cuanto a la ubicación geográfica e histórica de la temática.

Si alguien ve una falta o algún punto histórico que este mal, agradeceré de todo corazón las correcciones y las críticas constructivas.

 

19 de Mayo de 1893


 Salamanca, España


-Rápido, más rápido bonita mía- gritaba un chico mientras tiraba de las bridas de la yegua en su menester de no ser atrapado.


-Vamos canela, esa es la cerca que termina los terrenos de padre, ya estamos cerca de ser libres solo falta un poco más- decía al borde de la desesperación.


El pobrecillo podía oír a sus espaldas los cascos y los relinchos de los caballos de la guardia de su padre; y el terror que eso le provocaba traía a su mente las desgracias del terrible castigo que recibiría y que desplazaba al fondo de su mente la incertidumbre que la había hecho titubear al momento de iniciar la huida.


Pero el destino no estaba de su parte.


En ese momento uno de los jinetes más jóvenes de la comitiva que la seguían, un chico mestizo traído del virreinato de la nueva España, había lazado la pata izquierda de su canela provocando una estrepitosa caída solo un par de metros de la tan ansiada libertad.


El golpe físico había sido muy doloroso, pero sabía que el golpe con la realidad una vez fuese llevado ante su padre sería peor aún.


Le levantaron para intentar subirlo a uno de los caballos, pero él se debatía como una fiera herida, berreando y exigiendo que le dejasen ir con palabras soeces que impresionaron a aquellos que nunca le habían escuchado semejante lenguaje que era digno de las tabernas más oscuras de la ciudad.


En su pequeña revuelta armada había logrado derribar a dos de los cinco adversarios que lo tenían rodeado impidiendo su huida, pero eso no era suficiente; lograron subirlo al caballo de aquel que había frustrado sus planes y emprendieron camino a la hacienda.


El viaje fue simple y sencillamente humillante.


No se habían confiado, fue llevado sobre su estómago como un vil costal de papas amarrado de manos y pies para poder imposibilitar cualquier escape que quisiese realizar.


Al arribar a la entrada de los sirvientes, todos habían parado sus actividades para observarles.


Las criadas y criados donceles más jóvenes se reían según ellos de manera discreta y los mayores mantenían muecas de escandalizado reproche al observar sus fachas, ya que solo traía puesto un sencillo conjunto que fácilmente podría hacerlo pasar por un criado más y llevaba el cabello totalmente despeinado, toda su presencia carecíendo de la gracia y porte que debería presentar ante el mundo por el título que ostentaba.


Su madre y su criada de compañía le esperaban en la puerta, una con un gesto compasivo, y la otra, con el ceño fruncido y mirada inescrutable.


-Pueden soltarlo ya- con voz cálida ordeno su madre – no hay forma de que pueda escapar ahora-


El señorito se sentía como uno de esos condenados a la orca o a la guillotina francesa.


Su padre en ese momento estaría lívido de furia pensando en el peor castigo para que su madre actuase de esa forma tan piadosa con él.


Las siguió dócilmente, tan contrario a su comportamiento con los hombres que muy seguramente su padre había enviado en pos suya. Era completamente consiente de que las cosas para empeorarían si había una muestra más de rebeldía, la realidad por fin devolviendo un poco de sentido común a su consiente.


Se abrazó a sí mismo en busca de un consuelo insulso al ver tan cercanas las puertas del estudio privado de su padre.


Al momento de parar frente al obstáculo que lo separaba de la furia de don Agustín Aguilar y Merced conde de Toledo, su madre giro hacia él envolviéndolo en un abrazo gentil y nada tranquilizador, dándole un beso en ambas mejillas que le hicieron sentirse como si fuese una despedida y no un gesto tranquilizante, y Margarita, su muy desalmada criada de compañía le dedico la peor de las miradas que le hubiese dado nunca.


Con un suspiro atorado en la garganta, lo poco de valentía y determinación junto a su último resquicio de insensata estupidez insolente que le quedaba, entro sin llamar a la puerta a enfrentarse a la bestia que más temía.

Notas finales:

Agradezco a quienes lean esto, a mi pequeña e insolente Karente y a mi querida Juri por prestarme su cuenta para publicar esto.


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