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Punto Nemo. por Tairi Arelys

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Ningún personaje es mío, son todos de Hidecaz.

Título: Punto Nemo.

Resumen: Lovino se perdió en el mutismo y Antonio entre la habladuría.

Pareja: Spamano. 

Capítulo 1.

 Funeral.

El amargo sollozar de Feliciano inundaba la casa. Parecía totalmente sumergido entre el dolor y la angustia. Ante esto sus dos amigos se acercaron a él para consolarlo, aunque pareciera inútil. El japonés le veía cauteloso, mientras se encontraba no tan cerca de Feliciano  guardando un silencio de respeto. El otro amigo se encontraba abrazando a su tonto hermano —pues este se había aferrado a él con todas sus ganas— y algo tranquilo iba acariciando los cabellos rojos.

Lovino, quien veía toda esa escena asqueado, solo se encontraba frunciendo el ceño, mas no dijo nada —no como era de costumbre— ya que al estar en la situación actual, decidió acallar sus disgustos por el trascurrir del día. Aun así, la molestia que le iba carcomiendo por dentro, seguía muy viva. Estaba sentando en el punto más oculto del maldito cuarto, en el rincón más vacío de la sala. Sus orbes miel vieron a su hermano rodeado de toda esa gente y luego vio la soledad cerca de él. Un leve gruñido salió de sus labios.

Era de esperar, después de todo. Toda su vida había pasado en la sombra de su hermano y ese día no iba a ser la excepción. A pesar que él fue quien organizó el funeral —pues Feliciano no podía porque lloraba sin parar—  nadie le había dado el pésame a él. Lovino se sentía fastidiado, pues era como si todos pensaran que su tonto abuelo solo tuvo un nieto y quizás era así como todo el mundo en verdad lo veía. Lovino era el punto cero de la inmensa nada en la vida de los demás. Hasta su abuelo, que ahora había muerto, jamás le llevó a esos viajes de semanas y muchas veces, este algo embriagado, se olvida del mismo nombre que llevaba. Aun lo recuerda, cuando el de niño y algo en su adolescencia, le había, varias veces, llamado Feliciano.   

Y entonces sus lágrimas nacieron de nuevo. A pesar de todo, sí se sentía triste por la muerte de su abuelo, pues este tomó el papel de padre por muchos años —un padre bastante malo, cabe decir—, pero aquello no era el único motivo por el cual ahora el agua humedecía su rostro. Él tenía miedo. Sumado al dolor y la rabia, venía el miedo, pues toda su vida había pensado en este momento, cuando no haya nadie en su casa más que su fratello, y eso por la simple razón de la herencia en cuestión. Lovino aseguraba que, sin importar verdaderamente que sea el primogénito, se lo darían todo a Feliciano.

Todo significaba la fábrica de vinos que tenían, todo el dinero que aquello representaba y la casa donde vivían. Y, el primogénito de los Vargas, se quedaría sin nada. Sabía que eso pasaría —estaba bastante seguro que ahora negaba a ver el testamento, pues no quería llorar enfrente de gente extraña— tanto así que había pensado ya en que puente vivir. 

Y con ese problema, veían otros más profundos. Un temor del cómo vivir, del si siquiera podría hacerlo solo  y que quizás ya no quería vivir.

Tapó su rostro entre sus manos cuando se escuchó el primer sollozo de su parte. Aunque nadie en ese lugar lo notara, no quería que por error algunos ojos curiosos lo vean llorar. De seguro que se mantendría invisible no importara qué, al menos eso pasaba siempre. Sin embargo, esa fue la primera vez que su lógica de sombra se había equivocado, ya que alguien —minutos después que las gotas cristalinas salieran de sus orbes— tocó su hombro haciéndolo asustar.

Dio un leve gritillo y brincó cual gato. La persona que había pasado por su poder de invisibilidad dio un paso atrás, pero siguió ahí viendo con los mismos ojos que el mundo veía a Feliciano.

—¿Estás bien? —Su voz era tranquila y jovial.  

Lovino le observó de pies a cabeza por unos segundos. Estaba tan sorprendido que alguien le hablara que no supo de inmediato que podía responder. Tragó su saliva algo tenso, pues su sonrisa le ponía nervioso.

—Estabas llorando. ¿Te paso algo?

Le pareció un idiota. Se irguió de nuevo, desviando la mirada para ocultar algo la cara roja.

—Esto es un funeral, bastardo, ¿Tú que crees?

La cara de confusión apareció por unos segundos, lo iba observando de pies a cabeza como buscando una respuesta en su mero rostro. La cara del italiano, por la atención del otro, comenzó a arder. Los ojos verdes se quedaron clavados en su pelo y luego abrió tanto los ojos como la boca al comprender lo obvio. Lovino se preguntó por un breve rato si es que valía la pena sentirse algo bien que un idiota de su calibre le hablara.

—¡Tú debes ser un Vargas! —Exclamó como si la cosa sería totalmente difícil de comprender. Luego calló por unos segundos al ver que la gente le veía feo— Perdón… —Dirigió su mirada de nuevo a él— No sabía que eras un Vargas. Mi más sentido pésame.

Y a pesar de eso, la sonrisa luminosa, seguía muy bien dibujada en su rostro. Sus ojos, cual esmeraldas, aún brillaban. Era un sujeto bastante raro, logró pensar. Pero a pesar de aquello, ese chico era el primero que le había hablado, había notado que era un nieto del viejo. Sintió, por un breve rato, felicidad.

—Y… ¿Qué relación tienes con Roma?

—Eso debería preguntártelo yo, maldito. ¿De dónde conoces a mi abuelo, eh?

—¿¡Era tu abuelo!? —De nuevo exclamó— Bueno, antes él era algo así como mi profesor, aunque la verdad es que no le daba eso de enseñar —Rió.

Aquello no lo tenía enterado. El viejo Roma jamás le dijo que era profesor o algo así. Aunque la verdad es que no deseaba enterarse mucho de la vida de Roma. Cada aspecto que supo de él solo logró un extraño escalofrío que recorrió toda su columna vertebral.

—Debe ser duro —Al final pronunció sentándose junto a él— Perder a alguien tan cercano, en serio que debe ser duro. Él me mencionó…*

—¿Q-Qué estás haciendo, bastardo? —Interrumpió rápidamente— No te acerques a mí.  No deseo sentarme junto a alguien como tú.

—¿Eh? ¿Qué tengo yo?  —Se señaló a sí mismo, mientras que hacía una mueca parecida a la de un capricho infantil.

—Eres un idiota…

—Oye.

Y rió. Ese chico, que no le importaba que le estuviese insultando, era alguien bastante extraño, mas no le importó. Creía que por una vez, quizás, podría hablar a alguien sin que su hermano estuviese en medio. Dio una leve sonrisa, una que en serio no pudo evitar dibujar.

—No creo que sea tan malo sentarme aquí. Además estabas solo.

—Por algún motivo, bastardo,  no quiero estar cerca de idiotas.

—¿Entonces, para qué organizaste este funeral si no quieres estar cerca de nadie?

Comprimió los labios un rato antes de responder,  y cuando los abrió para mencionar a su hermano y la importancia que le daba este a un funeral, escuchó una voz molesta gritando a todo pulmón. El sujeto que gritaba, prontamente, hizo su aparición aun diciendo el nombre de un extraño. El sujeto sentando junto a él alzó la mano y los ojos rojos del gritón se fijaron en él.

—¡Antonio! —Le llamó el ruidoso, el cual tenía un cabello rubio casi plata. Lovino no pudo evitar fijar su mirada en aquel sujeto sentado cerca de él— Vámonos, el genial yo no puede estar mucho tiempo más aquí. Este lugar es muy aburrido.

La risa volvió a sonar de parte chico moreno sentando junto a él. Lovino ahí pensó que era todo. Que la única persona que había notado su existencia se iría y nunca más lo volvería a ver. Bueno, era lo normal, era su vida después de todo. Por eso solo volteó la mirada, para evitar que ese hombre ruidoso pensará que conocía a ese hombre llamado Antonio.

—Si estas tan apurado, deberías irte Gilbert. Después de todo tú no conocías a Roma.

Los ojos miel le vieron casi asustados. No podía comprender por qué decía aquello o sí realmente lo había dicho. Su mente comenzó a pensar en un sinfín de cosas. Quizás no quería quedarse por él, sino que vio una linda chica y deseaba verla un poco más… aunque aquello no parecía lo correcto, pero…  

—¿Me estas botando, Toño? Eso es totalmente nuevo y no me gusta. ¡Nadie se deshace del asombro Gilbert!

—Bah, que no lo hago. Solo que yo aún deseo quedarme —Desvió, un leve momento, la mirada para ver a Vargas— Podrías irte con Francis, creo que él también desea irse. Además… ¿No tenías una cita? —Le sonrió.

El tal Gilbert, después de dar una mueca molesta pero a la vez alarmada, —recordando, quizás, la dicha cita— se fue casi a regañadientes. Diciendo cosas en algo que parecía ser alemán.

Los ojos verdes lo volvieron a ver —a él y no a su hermano— y su sonrisa seguía viva.

—¿Por qué te quedaste?

Se encogió de hombros.

—Supongo que quiero quedarme a conversar un poco más con el nieto de Roma. Además, no sé, creo que me caes bien.

Y así, con aquellas palabras que no veían al caso, de información nula y carácter algo humorístico, ese chico siguió sentando junto a él. Mientras le  iba hablando de varias cosas en realidad carecían de sentido, parecía tener una gran facilidad de hablar de cualquier cosa que le venía a la mente. Lovino, que había quedado resignado a su presencia cerca, respondía a las cosas tontas que este le hablaba. Y sin darse cuenta comenzó a disfrutar la charla.

—Entonces la vi. Era la cosa más linda que vi en mi vida, lo juro. Era el tomate más perfecto que vi en mí existencia, te lo aseguro. Muy redondo, de un color rojo intenso y… vaya, me dio una gran pena comérmelo.  

—¿En verdad era tan perfecto, bastardo?

—Sí, lo era. Espera, creo que le saque una foto —Puso su mano en su bolsillo para buscar su celular, mas cuando activo el móvil quedó sorprendido— Mierda… ¿Ya es tan tarde?

Vargas levantó la vista ante lo dicho, para darse cuenta que ya casi nadie estaba ahí. El sol iba cayendo por el empujón que la noche le había dado. Ya pronto la luz caería y la luna brillante se asomaría. Antonio se paró de la silla, sorprendiendo a Lovino. Fue divertido…, acabó por pensar. Sí, bueno, ese chico le habría agradado al menos algo, sin embargo este se iría y… que importaba. No iba a estar lamentando su vida cada que podía.

—Bueno, supongo  que tendré que ir yendo —Se volteó a verlo— Pero, hey, dame tu número y yo te daré el mío. Así seguiremos hablando.

 —¿Y quién dice que yo quiero tú número? No te creas especial, idiota.

—Oh, ¿En serio que no lo deseas? Pensaba que al hablar por tanto tiempo nos habíamos vueltos amigos.

—Pues pensaste mal —Sin embargo, sacó su celular— Pero aún me debes mostrar esa foto del tomate perfecto, así que me lo tendrás que enviar por algún lado —Le entregó el móvil.

—¡Ah, lo del tomate! Si quieres te lo puedo mostrar ahora y…

—Idiota —Susurró y golpeó levemente el brazo del español con su celular—  Guarda tu número, yo te exigiré que me muestres esa foto luego.

Antonio lo hizo sin pensar mucho, una vez acabado le devolvió el artefacto y le sonrió. Se guardó como «Toño Fernández».

—Espero que me hables pronto —Y de nuevo esa sonrisa— Adiós Feli.

Y se fue.

Lovino se quedó estático en su silla. Escuchó los pasos de Antonio resonar contra el piso, a la vez que oyó el cierre de la puerta. Estuvo muy consciente que en ese punto, ya nadie quedaba en la casa. No sabía dónde mierda se había ido Feliciano, pero la verdad es que no le importaba.

¿Había escuchado bien? El sujeto que notó su existencia lo había llamado Feli… Feliciano.

Y ahí, de nuevo, la ira reino, al igual que la frustración.   

¡Lo sabía! Claro que lo sabía. Era imposible que alguien le hable o le diga que le caía bien solo por ser Lovino, aquello era imposible. Todo el mundo amaba a Feliciano y es por eso que ese tonto español le había hablado, porque pensaba que era su hermano. Las lágrimas humedecían su rostro de nuevo. Vaya que idiota había sido. Su felicidad jamás podía salir bien.

Recordó, un breve rato, el día en donde se sintió  el ser más solo del planeta. Cuando abrió la puerta de su casa y su voz casi apagada llamó a quien sea que estuviese adentro, recibiendo como respuesta una nota maldita y el silencio recibido por el dolor.

Sollozó. Sin embargo,  aún  molesto, de sus labios salió un gritó ahogado. La rabia se le subió a la cabeza y comenzó a botar sillas, a machacar sus manos en las paredes y maldecir todo lo que su garganta le permitía.

Luego de un rato apareció Feliciano. Quien al ver la escena de ira de su hermano dio un paso atrás —deseo irse, la verdad— pero luego de ver llorar a su hermano se acercó un poco.

—Fratello —Levemente dijo, mientras intentaba detener el autodaño que se hacía. Logró a brazarlo de la espalda para hacer que se detenga— Deja de hacerte eso, el abuelo Roma se enfadaría contigo si estuviera aquí.

—A él no le hubiera importado ni una mierda —Gritó, aún lleno de rabía.

—Eso no es verdad. Él nos quería a ambos...

Lovino a pesar de su rabia, notó que su hermano comenzó a llorar, pues su el maldito de Feliciano humedecía su espalda de a poco. Suspiró. «Solo te quería a ti», estuvo a punto de decir, pero no lo hizo. Aun llorando, quedó en silencio.

Esa noche, los hermanos Vargas se quedaron dormidos llorando.

.

—Hey, fratello, vamos. Ven a ayudar. Es divertido limpiar cuando cantas.

Hizo una mueca.

—Yo no quiero limpiar, no sé qué puedo cantar y además… los muebles me odian. Cada que limpió esos malditos caen sobre mí. Odio hacer los deberes de casa, tú eres mejor para eso.

—Ve…, pero fratello, es más divertido si lo hacemos juntos.

—No, he dicho que no, maldición. Yo iré a hacer otra cosa, tú… quédate limpiando. Compraré las cosas para la cena.

—Pero el abuelo Roma ya no quiere que salgas. Tú tardas demasiado haciendo las compras.

—Pues me vale mierda. Yo salgo cuando quiero y tardo lo que me dé la regalada gana —Escupió molesto. 

Notas finales:

 Hola.  

¿Qué tal?

Bueno, yo soy nueva en el fandom —y es más, también soy nueva en este mundo que es Hetalia. Recién este año lo he visto— y como tenía las grandes ganas de escribir sobre estos dos, aquí está mi historia. Debo de admitir que mi favorito está a punto de ser España, me encanta, aunque tengo cierto rencor con lo que hizo a América —sí, sí, sí. Ya sé que aquello no importa, pero mientras más investigo de esa nación, más rabia siento. Pero aquello no evita que me agrade—. 

Si ven que voy a ir manejando mal a los personajes, solo díganme y lo cambiare. Yo acepto cualquier tipo de crítica constructiva, así que no se cohíban.

En fin, en cuanto a la historia,  esta historia nació de la simple idea de: «Deseo algo con Antonio no tan bueno». Si bien España es buen tipo, hay algo mal en él —el mismo creador lo dijo— o al menos no es tan bueno. Además yo, como la buena américa que soy, sigo resentida. Aquí —a pesar que no quiero contar mucho, pues el misterio es lo que deseo— solo diré que quizás no sea dulce o no tanto.

Espero que les haya gustado y ya deseo leerlos para saber qué opinan.

Nos leemos pronto (o eso espero).

 


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