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Asesino en casa por Dashi Schwarzung

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Notas del capitulo:

 

Como ya es costumbre conmigo, debo festejar a mi husbando de toda la vida con un fanfic. 

Batallé un poco pensando en alguna trama original, soy muy especial al momento de pensar en qué escribir xD pero me dio buen resultado. 

Espero que les guste lo que escribí y que pasen un buen momento leyendo c: 

**Este fanfic participa en la convocatoria 'Hikari Month' del grupo de FB AoKaga 5x10**

 

Advertencias: 
-AU
-Mención de agresiones
-Mención de lemon.
-Aparición de OC.
-Mención de parejas secundarias. 

 

 

..::Asesino en casa::..

.:.

.

 

 

 

 

—¡Por favor! ¡¡No nos mates!! ¡Prometo que pagaremos éste mes! — gritaba uno de los dos hombres que se encontraban en el cuarto, de rodillas, a sus pies.

Tenía un cigarro descansando entre sus labios y una pistola en sus manos; esa misma arma que había poseído desde hacía años y la que creía que le daba suerte, después de haberlo sacado un par de veces de una muerte segura.

Sin dejar de apuntar a los dos hombres, sacó el cigarro de su boca y exhaló el humo, el cual se esfumó en el ambiente.

—Verán... yo no tengo nada contra ustedes, pero la jefa es alguien muy impaciente. — Habló, mirando de reojo a su compañero de cabello celeste, quien se encontraba custodiado la puerta. —Le prometieron pagar el cargamento de droga hace dos meses... y en lugar de eso, trataron de escapar de nosotros. — Encaró a los dos tipos y posó la punta del arma en la sien de uno de ellos —Esos juegos no le gustan a la jefa, ¿verdad, Kuroko? — Denotó una sonrisa, al momento en el que miraba a su compañero, quien le daba la razón y movía la cabeza afirmativamente.

Los quejidos y súplicas de esos hombres continuaban, pero no había nada que hacer, el asesino ya tenía la orden de acabar con la vida de esos dos.
—Kagami-kun, será mejor que nos apresuremos, podrían encontrarnos.

El mencionado no le hizo mucho caso al peliceleste. De todas formas, si los encontraban, Kagami se encargaría de todo; no por nada, él era uno de los mejores asesinos del país.
—Tch. Ya entendí, de acuerdo. — Cedió al notar la mirada de molestia de su compañero.
Tomó de nueva cuenta el cigarro y lo tiró, pisándolo con fuerza, para apagarlo.

Con mucha rapidez, como era su estilo, disparo una vez a cada hombre, dándoles el "tiro de gracia".
Sonidos fuertes llenaron el lugar, y la sangre roja, rápidamente, fue esparciéndose por el piso.
El olor a muerte atacaba sus fosas nasales; un olor al que ya estaba muy habituado.
Su estilo no era hacer sufrir a sus víctimas, mucho menos divertirse con sus cuerpos sin vida. Él sólo hacía su trabajo rápido y de forma eficaz.

Sin más, salieron de ese lugar, dejando lo que quedaba por hacer en manos del resto de su equipo, quien se encargaría de los cuerpos y demás detalles.

 

Él y su compañero abordaron el lujoso auto negro y fueron hacia el cuartel del clan Seirin, donde la jefa, Riko Aida los esperaba para recibir buenas noticias.

Riko era una mujer joven, pero muy decidida y por demás fría.
Sabía cómo llevar las riendas en el clan y nadie se atrevía a cuestionarla, mucho menos a llevarle la contraria.
Los pocos hombres del clan que habían osado enfrentarla, habían terminado muertos.

Tras llegar al cuartel, ambos chicos fueron recibidos de buena forma, y de inmediato fueron al encuentro con Riko, quien ya los esperaba, denotando una sonrisa victoriosa en su rostro.
—Díganme que mataron a ese par de escorias. — mencionó, teniendo al lado a sus mejores guardaespaldas: Hyuuga Junpei y Kiyoshi Teppei.
—Llevamos a cabo el plan. — Hizo saber Taiga, quien estaba al frente de las misiones más importantes del clan, y por lo cual, se había ganado la confianza total de Riko.
—Sabía que no tendrías ningún problema, Kagami — La chica no dejó de sonreír, mientras abría un cajón de su escritorio y sacaba de allí dos fajos grandes de dinero, un fajo más grande que el otro. —Ésta es la paga por su buen trabajo.

La chica posó sobre el escritorio el dinero y vio a Kagami y Kuroko tomarlos y guardarlos de inmediato entre sus ropas.
—Siempre es un placer, jefa.

Ella sonrió complacida a las palabras.
—Pueden irse por hoy. Mañana les tendré un par de trabajos más.

 

Los dos chicos hicieron una pequeña reverencia y se retiraron de allí, de regreso al auto negro, al cual abordaron.
—¿Quieres que te lleve a casa? — Pregunta innecesaria de Kagami, pues si Kuroko había subido a su auto era porque quería que lo llevará a su hogar.
—Gracias, Kagami-kun. Mayuzumi-san debe estar preguntándose por qué últimamente he llegado tarde a casa. 
—Es una suerte que te apoye en tu trabajo.

El peliceleste mostró una minúscula sonrisa; su amigo tenía razón... tenía suerte de que su novio lo apoyara.
—¿Qué me dices de ti? Tienes un buen esposo, un hijo que te ama... debes ser feliz.

Kagami respondió al comentario con una pequeña risa.
Por supuesto que se consideraba afortunado por su familia. Ellos eran lo más importante para él.

Los minutos pasaron entre pláticas, hasta que llegaron a la casa de Kuroko.
El peliceleste bajó del auto, se despidió de Kagami y entró a su hogar.
A lo que, Kagami, condujo el automóvil, ésta vez, en dirección hacia su casa, la cual se encontraba en los suburbios de la ciudad; una casa grande, de dos pisos que era perfecta para él y su familia.

 

Vaya que su día en el trabajo había sido muy difícil. Ser uno de los más experimentados asesinos seriales de Seirin, una de las mafias importantes de Japón, no era nada fácil.

Había tenido que luchar cuerpo a cuerpo contra un yakuza de altura considerable y de cabello morado, del clan Yosen, pues dicho clan había osado interponerse en su camino, interceptando un camión lleno de droga, que tenía que parar directo a las bodegas de Seirin.

Esos tontos de Yosen siempre eran una pesadilla; en lo que iba del año, ellos habían robado 6 cargamentos de droga y armas que pertenecían al clan Seirin y habían matado a, al menos, 4 compañeros suyos.

Pero al final de cuentas, Kagami siempre se las ingeniaba para que esos malditos tuvieran su merecido.

 

Pero eso no era todo lo que había acontecido durante su largo día.

También había tenido que 'eliminar' a un par de personas que su jefa,  le había encomendado, y por lo cual, había recibido una cantidad muy considerable de dinero.

Matar a aquellas dos personas no le había implicado nada de problema, además de que era lo que mejor sabía hacer. 
Podría decirse que, a pesar de que su trabajo era difícil y peligroso, le gustaba hacerlo.

 

Ahora, conducía su lujoso auto Mercedes Benz Deportivo negro por las calles; era la envidia de todos sus vecinos, quienes creían que Taiga tenía un trabajo en el gobierno, por lo cual, podía pagar esos lujos.
Ninguno de ellos sospechaba algo... Y es que... ¿Cómo podían sospechar de aquel chico pelirrojo que ayudaba de buena forma a los vecinos y era la adoración de las señoras ancianas?

Estaba a, al menos, media hora de llegar a casa. 
El pensamiento de su familia pasó por su mente. Se preguntó si su esposo ya habría llegado a casa y habría ordenado algo de comer...
O si su hijo adolescente ya habría llegado a su hogar, después de esa fiesta a la que dijo que iría y llegaría temprano.

Miró el reloj que se mostraba en la pequeña pantalla del tablero del auto: 10:12, su hijo le prometió llegar antes de las 10 de la noche, así que él ya debería estar allí, o de lo contrario, tendría un buen castigo.
Era cierto, Taiga era un experimentado asesino, sin embargo, también era padre, y en casa, debía actuar como tal.

 

Sus pensamientos fueron hechos a un lado cuando, su celular, que estaba sobre  el tablero del auto, comenzó a sonar.
Sin demora, tomó los auriculares bluetooth que descansaban sobre ese tablero y se dispuso a contestar la llamada.

—¿Papá? — Escuchó del otro lado de la línea la voz de su hijo, tratando de cerciorarse si era Taiga quien contestaba.
—Ryo. ¿Dónde estás? ¿Llegaste a casa ya? — Cuestionó con voz calmada, imaginando que había una razón para que su hijo le llamara.
—Eso... Ehhh... Verás, Tenisha me invitó a su casa, así que ahora estoy tomando un café con ella y sus padres.

Un sonido de entendimiento salió de la boca de Taiga; confiaba en su hijo, y si él decía que estaba con esa chica, debía ser cierto.
Además conocía muy bien a Tenisha, una chica de ojos verdes y bello cabello rubio; ella era hija de Midorima Shintarou y Kise Ryota, amigos a quienes conocía desde preparatoria.
Creía que entre su hijo y esa chica Tenisha había algo más que una simple amistad; pero ya no le correspondía a Taiga meterse en esos asuntos.

—¿Entonces a qué hora llegarás a casa? — Preguntó, sin dejar de mirar a la calle que tenía enfrente.
— Tal vez a las 11. No tardaré aquí.
—De acuerdo, ya le avisaste a Daiki? — Cuestionó, escuchando de fondo la voz de su amigo Midorima.
—Intenté hablar con él, pero no contestó su celular.

Taiga, ante la mención, frunció el ceño.
Era muy raro que Daiki no respondiera al teléfono, y más a esa hora, y mucho más... a su hijo.
El pensamiento de que, tal vez, la batería de su móvil se había terminado, o incluso que, de nueva cuenta, por centésima vez en lo que iba del año, tuviera que comprar otro móvil, debido a que, por su trabajo, se había roto...

—Está bien, yo ya estoy de camino a casa. Allá te esperaré. — La llamada finalizó con un "gracias, pa" de parte de Ryo, quien se escuchaba feliz.

 

Taiga, tras terminar la llamada, transitó frente a un restaurante que llamó su atención por la cantidad de autos que los chicos del valet parking tenían que acomodar, lo cual, lo hizo detenerse algunos segundos hasta que la calle fuera libre de tránsito.

Pensó en bajar, entrar al restaurant y pedir la mejor comida del menú para llevar; tenía la esperanza de que su esposo ya hubiera llegado a casa.
Si ese tonto hombre egocéntrico tenía hambre, Taiga, ni loco, iba a ponerse a hacer la comida a esa hora. Estaba cansado y lo único que quería era tomar un baño e ir a la cama a dormir.

Pronto, salió de la ciudad y entró a los suburbios, sonriendo a sí mismo por sentirse cerca de su hogar.
Las luces tenues del alumbrado público le hicieron ver que, a los alrededores ya no había gente transitando. Ya casi eran las 11 de la noche y era obvia la escasez de personas en las calles.

Condujo el auto y dio vuelta a una calle, divisando, a lo lejos, su casa.
Pero, entre más avanzaba, más notaba algo extraño...

 

El auto Porsche Panamera azul marino de su esposo ni siquiera estaba bien estacionado junto a la acera; en realidad el auto estaba frente a la casa, sobre el césped.
Parecía que las llantas habían derrapado ahí, pues las marcas hondas en la tierra podían verse.

Eso era muy extraño... 
Su esposo no era de esos típicos hombres que llegaban borrachos a casa... para nada; además de que,  siempre dejaba el auto en la cochera, al llegar del trabajo.

En definitiva, algo extraño estaba pasando.

 

Con mucha cautela, estacionó de buena forma su auto, junto a la acera, y, tratando de hacer el menor ruido posible, bajó de su vehículo, cerrando la puerta con un movimiento lento.

Con calma, caminó hacia su casa, pasando una mano sobre su costado, donde halló su arma enfundada y lista para sacarlo de cualquier problema.

Al pasar por el auto de su esposo, intentó hacer uso de su buena vista nocturna, sólo para saber si el auto azul tenía algún impacto de bala o algo que le hiciera saber si su esposo había estado en problemas... pero no encontró ningún indicio. 
Con pasos apacibles, para no hacer mucho ruido, llegó hasta la puerta de su hogar, percatándose, de inmediato, de cómo ésta no estaba cerrada, sino más bien, entreabierta. 
Eso era aún más extraño... en la casa no se notaba ninguna luz encendida, y además, Daiki no era tan irresponsable como para dejar la puerta abierta, después de haber entrado. 

 

De repente, temió que su esposo fuera víctima de algún otro clan del país... 
Pero la idea era descartada poco a poco al saber de lo que Daiki podría ser capaz en una situación así. 

Decidió tomar su arma y no ser sorprendido sin ella. Empujó con poca fuerza la puerta, y apuntó a la nada; su vista no le ayudó a encontrar a alguien en la oscuridad, la casa parecía estar exactamente igual a como la había visto en la mañana, antes de salir al trabajo. 

Sus orbes rubí siguieron escaneando el lugar, pero por más que buscaba, no podía hallar a nadie. 
Sus oídos no podían percibir ningún sonido, su hogar estaba en completa calma y en completo silencio.
Sus pies avanzaban con pasos cortos y lentos, mientras sus manos sostenían esa pistola la cual apuntaba hacia todos lados.

 

De pronto, escuchó un pequeño sonido a sus espaldas, pero ya era demasiado tarde.
Sintió cómo alguien lo tumbaba al suelo, provocando que soltara el arma y que ésta cayera a algunos metros lejos, sin posibilidad de ser tomada de nuevo. 
Un cuerpo lo aprisionaba contra el piso, sus muñecas habían sido tomadas en un agarre fuerte y sus piernas eran inmovilizadas por las del sujeto sobre él. 

  — Eres tan lento... Taiga. —  Escuchó a sus espaldas, esa grave voz que se instalaba en su canal auditivo de una forma deliciosa.

— Eres un imbécil. —  Respondió, intentando zafarse del agarre, sin mucho éxito. 

Se percató de cómo el cuerpo contrario tocaba todas sus partes con las suyas, incluso esa erección ajena que se restregaba en su trasero. 
— Mírate, es tan fácil ponerte duro. —  El pelirrojo afirmó, con voz baja.

— Me excita mucho tenerte así, Taiga. —  Fue la respuesta que escuchó, mientras la lengua ajena, ahora, pasaba a su oído, lamiendo de forma tan provocativa.
— Daiki... idiota... 

Concentró toda su energía en su brazo, y de un movimiento, pudo soltarse del agarre. 
Aprovechó el momento para  usar algo más de vigor y con el codo, golpear al otro sujeto en el rostro.
Daiki, al sentir el dolor en su cara, llevó su mano hacia ahí y se colocó sobre sus rodillas.
— ¡¡Maldito!! — Gruñó, vislumbrando cómo Taiga se levantaba, dispuesto a alcanzar el arma.

 

Con velocidad, el moreno se puso de pie y alcanzó al pelirrojo; tomó su brazo con una mano y, con fuerza, lo torció hacia atrás, quedando éste, detrás de la espalda de Taiga. Luego, Daiki, rodeó el cuello del pelirrojo con su brazo libre, apretándolo.

Kagami sintió cómo el otro sujeto lastimaba su garganta; un sonido de dolor escapó de sus labios, pero no podía negarlo, era un dolor excitante.
Sin perder la cabeza, y sin dejar que el dolor lo venciera, usó la fuerza de sus piernas para avanzar hacia atrás, llevando a Daiki con él.

Ambos hombres avanzaban hacia un angosto pasillo, y, a pesar de que el moreno era un poco más alto que el pelirrojo, éste último tenía un poco más de fuerza.

Daiki percibió cómo su cintura golpeaba una pequeña mesa que estaba a su paso y oyó como algo, que estaba sobre dicha mesa caía al suelo y se rompía.

Kagami se libró del agarre y se alejó del moreno, caminando de vuelta hacia el vestíbulo, donde había más espacio, sin notar que una sonrisa retadora se instalaba en sus labios.

 

— Tch. —  Masculló el moreno. 
De inmediato, se lanzó hacia el otro, intentando tomarlo del cuello de nueva cuenta; sin embargo Kagami se percató de aquello, y de un manotazo, frustró el intento.
Pero no se dio cuenta de que Daiki había pensado rápido y había lanzado un fuerte golpe hacia él.

Taiga sintió el puño del moreno colisionar con su rostro.
Había sido un golpe fuerte, que, incluso, lo había hecho tambalear y chocar contra un estante, donde había varios floreros y artículos decorativos; todos esos objetos cayeron al piso, e, inevitablemente, se rompieron.

De fugaz forma, el moreno aprisionó al pelirrojo contra la pared, agarrando agresivamente su rostro, haciendo que esos ojos carmesí se fijaran en los suyos.
Su visión fue acaparada por ese hilo rojo de sangre que escurría por la comisura de los labios de Kagami.

— Mmmnngh... Joder, Taiga —  Habló, no pudiendo contener su tono en deseo. — Me pones tan duro. —  Finalizó, ahora pasando su lengua por la comisura de los labios de Kagami, limpiando la poca sangre que hallaba, degustando el extraño sabor.

 

Taiga chasqueó la lengua, para, después, darle un cabezazo al moreno, provocando de éste retrocediera ante el golpe.
Al retroceder, Daiki chocó con una pared, en donde había varios cuadros y fotografías colgadas.
No debía decir que esos objetos habían caído al suelo, rompiéndose al instante.

Fue el turno de Taiga de usar su velocidad y sorprender a Daiki, arrinconándolo contra la mesa de decoración más cercana.
Usó su fuerza y con una mano, tomó la cabeza del peliazul, empujándola hasta que la mejilla morena se encontró sobre la madera de dicha mesa.

Daiki notó como el otro lo inmovilizaba, al mismo tiempo que agarraba sus cabellos azules con poderío.
— ¿Y si mejor invertimos los papeles? —  La pregunta llegó, sin que Kagami perdiera la oportunidad de rozar su pelvis contra el trasero del moreno. — Sé que también te encanta que te folle duro. — Usó un tono de voz suave, al momento en el que el moreno sentía cómo la erección de Taiga adquiría un poco más de firmeza.

 

No iba a mentir; el que Kagami lo follara no sonaba para nada mal, en realidad lo disfrutaba, pero...
— Hoy no, cariño. — Tomó desprevenido al pelirrojo y lo empujó con más vigor de lo que esperaba. Al girar la vista, se percató de cómo Taiga daba unos pasos hacia atrás, y el talón de su pie chocaba contra un peldaño de la escalera, haciéndolo perder el equilibrio.

Antes de que el pelirrojo cayera sobre las escaleras, Daiki lo tomó de la camisa y lo atrajo a su cuerpo con demasiada fuerza, tanto que, ambos hombres cayeron al piso.

Daiki permaneció sobre Taiga, mirando cómo esos rubíes lo hipnotizaban.
Parecía que los orbes azules de Daiki también hechizaban a Taiga, pues tampoco podía apartar la mirada. 
Por la pelea previa que habían tenido, los dos tenían respiraciones entrecortadas, las cuales intentaban tranquilizar. 

  — Daiki... —  El pelirrojo mencionó, pero sus palabras fueron pausadas al escuchar cómo el picaporte de la puerta sonaba de más y la puerta se abría de un sólo movimiento.

 

— ¿¡Pero qué demonios!?  — Una tercera voz se escuchó en el lugar. 
Taiga y Daiki miraron al recién llegado... ese chico de nombre Ryo, quien era hijo de ambos.
Él tenía ojos color rubí y cabello azulado, como la medianoche; el joven echó un vistazo rápido hacia el vestíbulo de la casa, notando de inmediato jarrones, fotografías y demás artículos decorativos en el piso, completamente destrozados y estropeados. 
— No de nuevo. —  susurró hacia sí mismo, suspirando en derrota al ver su casa hecha un completo desastre y al notar a sus padres muy acaramelados en el piso, cerca de las escaleras. 

Ni Kagami ni el moreno dijeron nada, parecía que estaban esperando el siguiente movimiento del chico adolescente. 
— ¡Argh! ¿Saben qué? Creo que regresaré a casa de los Midorima. Mejor aún, allá dormiré. —  Dijo Ryo, cerrando la puerta y yéndose de allí de inmediato, al saber que a sus padres les esperaba una larga noche llena de 'acción'.

A pesar de que Ryo se había retirado, el moreno no había movido un sólo músculo.

 

De nueva cuenta se fijó en los bellos ojos de su esposo, pero ahora mirándolo con ternura y devoción. 
Kagami no pudo soportar más esa sonrisa que nacía en sus labios; su corazón latía fuerte, justo como lo había hecho desde hacía casi 20 años, que se había enamorado de ese hombre que estaba sobre él. 
Levantó su mano y la llevó hacia el rostro moreno de su esposo, posándola sobre su mejilla en una caricia delicada. 
Daiki llevó sus labios hacia la mano que lo tocaba con veneración y dejó un beso sobre la palma, en señal de amor. 

  — Feliz cumpleaños, Taiga... —  Mencionó, obsequiándole al pelirrojo una sonrisa tierna. — Te amo. — Finalizó, sin contener más sus ganas de besar esos divinos labios que lo volvían loco. 

Aomine Daiki era el mejor asesino del clan Tōō  y siempre le encantaba tener esa especie de peleas con su esposo después del trabajo. 
Tanto él como Taiga eran expertos en lo que hacían, y nada mejor que tener una 'sana pelea de casados' y saber quién sería el pasivo por esa noche. 
























Omake::..

:.

.


Se había levantado más tarde ese día y por consecuente, había arribado un poco más tarde al cuartel. 

Estaba cansado y todo el cuerpo le dolía; no dejó de blasfemar y culpar a aquel que causaba su tortura por ese día. 

Entró al cuartel de Seirin y varios de sus compañeros lo miraron con miradas de impresión, pero no se atrevieron, siquiera, a dirigirle una sola palabra. 
Haciendo de cuenta que esas miradas no le molestaban, siguió su camino, hasta encontrarse en el pasillo a Izuki Shun, y sólo esperaba que ese tipo de cabello negro no dijera alguna de sus típicas tonterías que sólo podrían arruinarle más el día. 

 

  — ¡Wow, Kagami! Ahora sí te dieron duro. — Izuki rió y luego pasó de largo después de su comentario, y si Taiga no supiera que el pelinegro era uno de los mejores del clan, lo habría golpeado hasta dejarlo inconsciente.

Inhaló aire, pensando que algo de aire en sus pulmones podría ponerlo de mejor humor...

Entró a la oficina de Riko, la jefa del clan, para saber cuál era la siguiente misión, pero ésta aún no se encontraba allí. 

Sin embargo, su compañero de cabellera celeste había llegado antes; Kagami lo miró allí sentado a una mesa, perdiendo un poco el tiempo en su celular... se preguntó cuánto llevaba allí Kuroko. 

— Hey. —  Saludó informalmente, tomando asiento en la silla junto a Kuroko. 
— Hola, Kagami-kun, hoy llegas ta- —  las palabras del chico más bajo de altura fueron olvidadas al momento que esos ojos celestes miraron a su amigo. 

Se percató de el gran moretón que Taiga tenía en la mejilla y de un par de parches para proteger heridas...

No demostró ninguna reacción en su rostro, como ya era su costumbre, pero Kagami sabía que su compañero estaba un tanto sorprendido, pues la forma en la que había pausado sus palabras se lo había dejado claro.

— Veo que fuiste el pasivo durante la noche. —  Kuroko intentó no denotar una sonrisa, pero había sido en vano.

— ¡Sólo cállate!   






 

 

 


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