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Hay cosas que es mejor no saber por Kitana

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Notas del fanfic:

Aclaro desde ahora, lenguaje vulgar a montones y hay OoC  raudales, espero les agrade

Notas del capitulo:

Nuevo fic, este será un poco más largo que los que he venido publicando, un agradecimiento especial a las personas que me han dado la bienvenida en mi regreso, gracias por su calidez. Bein, como de costumbre, aqui van las:

 

ADVERTENCIAS:

- Lenguaje vulgar

- Ooc a montones, si amas el canon, este fic no es para tí,

- No hay buenos ni malos, simplemente son todos humanos,

 


Si siguen conmigo, gracias por leer

Milo se despertó de madrugada, justo cuando la temperatura comenzaba a descender. A tientas, buscó el cuerpo de aquel a quién abrazaba cuando lo venció el sueño. Se incorporó violentamente al darse cuenta de que él ya no estaba. A su lado sólo había una almohada huérfana y la estela del aroma de ese cuerpo del que jamás se saciaría. Molesto y celoso, se tumbó de nuevo en la cama. Pensando mil cosas, conjeturando sinsentidos. Derrotado por sus pensamientos, se dejó llevar por el insomnio.

 

Pese a lo mucho que lo intentó, fue incapaz de volver a conciliar el sueño. El amanecer lo sorprendió con el ceño fruncido y conjeturando acerca del paradero de Camus y sus motivos para abandonarlo siempre de madrugada, aprovechándose de que dormía. De cualquier forma, a pesar de todo lo que pensaba al respecto, no se atrevería a pedir una explicación, ¿para qué? Con toda seguridad, Camus se la negaría. Definitivamente lo mandaría al demonio, quizá con sobrados motivos.

 

Él ya se lo había dicho, a veces se tomaba demasiadas atribuciones. Camus lo había dicho desde el inicio, entre ellos no habría ni habría nada más que sexo. Así lo había aceptado. Ahora tenía que aceptar también las consecuencias de algo que había creído ser capaz de cambiar sin a la fecha lograrlo. Camus tendría sus razones y si en su día no las había explicado, seguramente en el presente tampoco lo haría. De cualquier forma, lo había aceptado así al inicio y ya era tarde para arrepentirse.

 

Incapaz de dormir y de pensar en algo más, se dedicó vagar por las estancias vacías del templo del Escorpión Celeste. No tenía sentido torturarse, sí, ciertamente lo entendía, sin embargo, no dejaba de pensar en que lo mejor que podría pasar en ese momento de su vida sería que finalmente Camus aceptara dar un paso adelante, al menos hablar al respecto.

 

En realidad no tenía ni idea de cómo plantear su situación. Decirle que estaba enamorado de él equivalía a darle carta blanca a su desprecio. Muy en el fondo, Milo empezaba a creer que Camus no sentía gran cosa por él, y si lo hacía, se cuidaba bien de no darlo a saber. A esas alturas de su vida, después de todas las vivencias y las noches en que habían compartido cama, no sabía a ciencia cierta qué significaba para él, qué representaba para el enigmático Camus de Acuario. Alguna vez, hacía ya mucho tiempo, siendo los dos muy jóvenes, se había atrevido a preguntárselo.

—Hay cosas que es mejor no saber, Milo —había sido la escueta respuesta del santo de Acuario. En el fondo, a Milo le aterraba que toda esa frialdad no fuera una fachada, que fuera tan real como lo que sentía por Camus. Le aterraba pensar que se había prestado a ese juego cruel de la manera más estúpida, como aquel ruiseñor del cuento de Wilde que se sacrifica por una rosa que ha de terminar lanzada al arroyo.

 

La esperanza de que Camus notara sus sentimientos comenzaba a mostrarse a sus ojos como una burla del destino. Había alimentado su amor por él, sus ilusiones, gracias a los pequeños gestos amables que Camus tenía para con él. A esas alturas ya comenzaba a preguntarse si acaso había confundido la amistad y la camaradería con algo más, si había confundido aquellas migajas que Camus le lanzaba con la promesa de algo que estaba lejos de su alcance.

 

Aunque, a decir verdad, él nunca había prometido nada más que lo que le había dado hasta ese día.

 

Milo estaba cansándose de esperar, de rozar con las puntas de los dedos lo que él creía el paraíso para luego sumergirse en la incertidumbre y en el silencio, en ese cierto desdén que de vez en cuando Camus le mostraba como para mantenerlo a raya y mostrarle quién de los dos tenía mejor control de sí mismo. Mientras bebía el último sorbo de café, le vino a la mente que quizá había llegado el tiempo de cambiar el rumbo. Aunque, tal vez, no estaba de más hacer un último intento, darse la oportunidad de cambiar las cosas. La idea lo reanimó y le dio un poco de lustre a su esperanza, ¿qué podía perder? En realidad ya no estaba cómodo con la situación y no estaba cierto de que fuera lo mejor para él seguir así. De alguna manera, si todo acababa o no, era más saludable definir las cosas. Quizá un ultimátum era lo que Camus necesitaba para abrir los ojos y reconocer que también sentía algo por él. El pensamiento de que en esa ocasión las cosas podían salir bien reanimó su espíritu e hizo, a sus ojos, más palpable un futuro junto a Camus.

 

Pasaban de las nueve de la mañana cuando Milo abandonó su templo y remontó la escalinata que comunicaba a los doce templos de los santos de oro. Disminuyó la velocidad de su andar al acercarse al templo de la Vasija, esperando verlo, sin éxito. Aguzó el oído y pudo escuchar el rumor lejano de voces, pero sin lograr descifrar lo que decían. Algo decepcionado, siguió su camino hasta su destino, el último templo.

 

Cuando tuvo frente a sí el apacible templo de los Peces, todas sus ideas, todos sus planes, comenzaron a parecerle el colmo del absurdo. Afrodita, pragmático como era, con toda certeza, iba a burlarse de él. Él iba a reírse en su cara y no había modo de evitarlo. El sueco iba a decirle que era un ingenuo, un auténtico idiota, y lo peor de todo era que tendría toda la razón.

 

Fiel a sus hábitos, Milo se introdujo en el templo de los Peces sin pensar que podría interrumpir algo, como ya había sido el caso en otras ocasiones. Solía aparecerse por ahí sin demasiadas explicaciones ni avisos de por medio desde que Afrodita y él se volvieran cercanos hacía ya muchos años. No logró percibir el cosmos de Afrodita, ni se ocupó de esconder el propio. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios finos cuando se encontró con que Afrodita tenía visitas. Sin dejar de sonreír, pensó que lo mejor sería volver más tarde. La sonrisa se le borró de los labios cuando Afrodita lo arrastró hacia la cocina.

— ¿Cuándo va a ser el maldito día en que no te aparezcas por aquí sin tocar la puerta? Me estoy cansando de que siempre me encuentres con los calzones abajo —gruñó Afrodita.

—Dido, sin ofender, la mayoría de las veces que nos encontramos en situaciones como esta ni siquiera traes calzones —repuso el griego aguantando la risa.

— ¿Podrías aclararme por qué demonios seguimos siendo amigos?

—No es mi culpa que día sí y día también te folles cualquier cosa que se te cruce en el camino.

—Sí lo pones de ese modo, parece como sí me importara muy poco que el sujeto en cuestión respire o haga fotosíntesis.

— Te has acostado con medio santuario, y seguro que la otra mitad está en lista de espera, ¡te has tirado hasta a Aldebarán!

— No es tan feo si lo miras desde la óptica adecuada.

—Sí tú lo dices…

—Oh cállate, no lograrás que me sienta culpable por hacer algo que realmente disfruto, sabes que me fascina coger así que no intentes siquiera sermonearme. Prepara café mientras despacho al mocoso y busco unos calzones limpios.

— ¿En ese orden? —preguntó Milo burlón.

—No necesariamente —dijo Afrodita encogiéndose de hombros.

 

Mientras Milo trajinaba por la maltrecha cocina del sueco, éste se ocupó de desalojar a su joven amante con dulces palabras y la promesa de un futuro encuentro que entusiasmó al muchacho. Cuando Afrodita volvió a aparecerse por la cocina estaba perfectamente vestido. Milo lo recibió con una fragante taza de café en las manos que el sueco aceptó de inmediato. A penas asomarse a su contenido, el sueco hizo una mueca de disgusto que arrancó una sonrisa a los finos labios del griego.

— ¿Será que algún día voy a aprender? ¿Por qué siempre te digo que prepares el café sí sé que me espera este brebaje infernal? —dijo y Milo se echó a reír. Casi había olvidado de la razón que lo había llevado hasta los dominios de Afrodita.

—Estás en Grecia, justo es que bebas el café al estilo de los griegos.

—La puta que parió a todos los griegos, no me gusta el café al estilo de los griegos, siento que me atragantaré en cualquier segundo con estas cosas que flotan por toda la taza.

—Oh vamos, deja el drama, siempre terminas por beberlo así que deja de quejarte y bébelo antes de que se enfríe, el café frío no es bueno —de mala gana, Afrodita bebió aquel café y aún se atrevió a tomar la segunda taza que Milo le sirvió.

—No tenía idea de que tú y Andrómeda hubieran limado asperezas—dijo Milo en tono burlón mientras bebía su tercera taza de café.

—Yo no diría tanto, ¿sabes? Digamos que empezamos a amigarnos, a encontrar los puntos buenos uno del otro.

— ¿En serio?

—Por todos los dioses, ¿vas a venirme con un discurso puritano? ¿Tú precisamente? —dijo el sueco incrédulo.

—Sólo digo que es algo joven para ti.

—Tonterías, tú eras más joven de lo que es él ahora cuando empezamos a acostarnos, ¿qué edad tenías? ¿Dieciséis?

—Quince, de hecho, sólo que tú ya no tienes los diecinueve años de entonces, Dido.

—La diferencia de edad no es tanta, además, todo lo que hice fue recibir lo que buenamente se me ofreció sin que tuviera que pedirlo siquiera.

— ¿Cómo piensas explicárselo al hermano?

— ¿Por qué tendría que darle explicaciones? Yo no le explico nada a nadie, querido.

—O.K. lo que digas.

— ¿Qué fue lo que te trajo por aquí tan temprano? Porque dudo que de verdad te interese mucho a quién me tiro actualmente.

—Mientras no se trate de Camus me importa un carajo donde mojes la brocha, Dido.

—Bien, entonces, ¿cuál es el motivo de la visita tan temprana?

—Nada en especial.

— ¿En serio?

—Quiero contarte algo.

—Te escucho.

 

Contrario a lo que Milo esperaba, Afrodita no se rio. Ni siquiera lo llamó estúpido, idiota, ingenuo o algo similar, como se estaba esperando. En realidad, el sueco no movió ni un músculo ni emitió sonido alguno mientras él hablaba. Se limitó a escucharlo. No obstante, para Milo fue peor notar la mueca de incredulidad que con el transcurso de la charla se iba instalando en el perfecto rostro de su amigo.

— ¿Qué piensas sobre mis planes? —se atrevió a preguntar Milo al terminar de contarle a Afrodita lo que tenía en mente.

— ¿Quieres que te diga la verdad?

—Por eso te estoy preguntando.

—Bien, sí así lo quieres… pienso que debes dejar este asunto por la paz. No es buena idea ir exponerle a Camus lo que sientes por él. Deberías dejar todo por la paz. También pienso que no deberías conformarte con las migajas de nadie. Mucho menos las de ese idiota. A ese, además del culo, se le congeló el alma en Siberia. Llevas años detrás de él, siguiéndole los pasos, recibiendo las migajas de su atención sin que nada cambie hagas lo que hagas, ¿por qué iba a ser diferente esta vez? Él no siente lo mismo que tú, Milo, si es que el hijo de puta es capaz de sentir algo.

—No sabemos a ciencia cierta cuáles son sus sentimientos hacía mí, es decir, no es como si hubiéramos hablado antes del tema —dijo Milo con voz ronca.

—Escucha, Milo, él no habla claro, se la pasa dándote evasivas y cada vez que las cosas se ponen serias, siempre se larga a Siberia supuestamente a ordenar sus pensamientos. Piénsalo, él te dijo desde el principio que todo lo que quería era coger, nunca ha mostrado corresponderte ni un poco ¿qué otra prueba necesitas?

—Llevamos años juntos, Dido.

— ¿Juntos? ¿Quieres decir que tú crees que ustedes dos tienen algo como una relación? ¿Le llamas estar juntos a lo que pasa entre ustedes? ¿De verdad te crees eso, Milo?

—Tú no lo conoces como yo. Sé que tiene una forma peculiar de ver las cosas, Camus no es como el resto de nosotros. Lo que hay entre nosotros no es precisamente tradicional, pero seguro tiene sentimientos hacía mí.

—Sí pensaras con la cabeza, y no me refiero a la del pene que es la que domina tu vida desde que te conozco, te enterarías de que es absurdo siquiera pretender que las cosas entre ustedes, sean lo que sean, van a cambiar con que le confieses tu amor, que entre paréntesis es más que evidente para quién tenga ojos en la cara. ¿Qué esperas que suceda después? No tengo idea de lo que tú crees que va a pasar, pero lo que sí sé es que si pronuncias esas dos palabritas, todo lo que tienes con él se irá al demonio. Se acaba todo y ya ni siquiera cogerá contigo, ¡genio!

—No puedes estar seguro.

—No me hace falta una bola de cristal para saber que sí sigue recibiéndote entre sus heladas piernecitas es porque en todos estos años no le has pedido ni explicaciones ni algo más de lo que ya recibes, te has conformado con las migajas que te lanza de cuando en cuando. No sé sí es porque de verdad que coge como los dioses o qué demonios sabe hacer que te tiene así, pero ya es hora de que despiertes y que tu rosado culito se asiente en la realidad y al fin te enteres de que ese no quiere nada más que sexo de ti, y que de vez en cuando te ocupes de esos detallitos tontos que no le da la gana atender porque no van con alguien de su categoría.

—No pienso igual que tú, Dido.

—Es evidente que no lo haces, si lo hicieras, hace años que le hubieras dejado de calentar la cama.  Deja de perder el tiempo con ese hijito de mil putas.

— ¿Vas a ayudar o a seguir jodiéndome? —preguntó Milo perdiendo la paciencia.

—Créeme, no te digo nada de esto por joder, Milo. Si quisiera joderte te diría algo que te molesta, no algo que te duela. Todo lo que quiero es que entiendas que esto no va a salir bien. Camus no te ve como a un amante, ni siquiera como a un amigo con derechos, más bien te ve como a un conserje sobre el que tiene derechos sexuales. Antes de que enfurezcas y te largues, déjame aclararte que estoy dispuesto a ayudar. Aunque sigo pensando que estás loco por siquiera intentar esto —Milo sonrió —. Preferiría que discutiéramos los detalles después de comer algo, Death Mask invita el desayuno.

—Entonces bajemos.

— ¿Podemos hacerlo por el camino largo? No tengo ganas de ver a mi vecino, aunque tú si lo desees, estoy de muy buen humor después de una cogida como la de anoche y no quiero que nada empañe eso —dijo Afrodita.

— ¿Tienes que ser tan vulgar?

—No, pero me encanta serlo.

 

Minutos después, ambos hombres llegaban hasta el templo de Cáncer, Death Mask ya los estaba esperando.

—Siéntense donde quieran, en un momento estará lista la mesa — dijo el italiano de camino a la cocina —. Hice café, Dido, del que te gusta, ve y sírvete un poco.

—Tú si me quieres, no como este hijo de puta que quiere envenenarme con café malo —dijo Afrodita mientras se acercaba a la mesa. Sus compañeros se echaron a reír. Afrodita siempre se quejaba, pero de cualquier forma, se tomaba el café de Milo.

 

El desayuno preparado por Death Mask era más que abundante. Los tres hombres comieron con buen apetito, entre bromas subidas de tono y alusiones personales de toda clase.

— ¿Sabías que nuestro ilustre compañero está pensando en declarársele a mi vecino? —dijo Afrodita mientras hacían sobremesa. Death Mask simplemente se encogió de hombros.

—Pues sí le apetece que lo manden directo y sin escalas al demonio, muy su gusto. Bien por ti, bicho—dijo el italiano con un deje burlón.

— ¿Es que nadie más que yo tiene esperanzas de que salga bien? —dijo Milo con disgusto.

—Milo, sin ofender, pero sólo tú crees que saldrá bien algo que involucre a tu amado Camus, yo pienso que sólo saldría bien si todos fuéramos parte de una de esas películas románticas que tanto te gusta ver —dijo Afrodita.

—Y suponiendo sin conceder que todos nosotros fuéramos parte de una película, tampoco pasaría porque entonces sería una de esas películas en las que todos mueren al final —añadió Death Mask.

—Al menos podrían fingir ser un poco menos cínicos tratándose de mí, se supone que soy su amigo. Se esperaría que me dieran ánimos y no que intentaran disuadirme—dijo Milo.

—Normalmente no aliento al suicidio —dijo Afrodita.

—Sabes que no acostumbro mentir, soy un hijo de puta muy honesto, poco refinado, pero honesto —dijo Death Mask —. Además, ¿qué caso tendría mentirte? Todos conocemos la situación, tú mismo lo intuyes, así que mejor prepárate para el peor de los escenarios.

—Estoy de acuerdo con él—dijo Afrodita.

—Haremos esto, llévale algo, una simpleza que te sirva de pretexto por sí al final no te atreves o esta de mal humor. Ve al refrigerador, quedó un eclair de ayer, tómalo y asómate a su templo, ve si está de humor. Si no lo está, le dejas el pastel y vuelves por dónde llegaste, no pasa nada —le dijo Death Mask. Milo sonrió, el italiano ayudaba a su forma, todos los presentes sabían que el tema del romance no era lo suyo, pero estaba apoyando.

— ¿Y sí está de humor?  ¿Me regreso a acá y ya?—dijo Milo.

—Te lo coges primero y te le confiesas después, estará vulnerable y receptivo —dijo Afrodita.

—Ustedes dos son la antítesis de lo romántico —masculló Milo.

—Sólo somos prácticos, ¿no es verdad, Dido? Además, todo es mejor si hay sexo de por medio —dijo Death Mask.

—Sí te manda al demonio, sube a mi templo, conseguí un whisky buenísimo.

—Anda, ve una vez, te veremos arriba, pase lo que pase —dijo Death Mask.

—No sé…

—Si tienes dudas, tal vez no deberías ir justo ahora —le dijo Afrodita.

—Ve de una vez, aprovecha la inercia del momento, es ahora o nunca, podrías arrepentirte de no hacerlo después —dijo el italiano —. Milo, hazlo de una vez o no te atreverás más tarde.

 

Poco después, el griego abandonaba el templo de Cáncer, decidido a declarársele a Camus de Acuario, sin importar lo que sucediera, esperando con todas sus fuerzas que aquello tuviera un final feliz.

—Tengo la impresión de que lo estamos lanzando de cabeza a la depresión —dijo Death Mask.

—No es para tanto. Ya es tiempo de que se percate de la realidad con sus propios ojos —dijo el sueco.

—Estoy empezando a creer que no es una buena idea que vaya allá y hable con Culo de Pingüino, Dido—dijo Death Mask con preocupación —. Piénsalo, estamos hablando de Culo de Pingüino. Ese hijo de puta le va a arrancar el corazón a Milo, después lo va a masticar y a escupir sin siquiera parpadear.

—No seas dramático, ¿quieres? Milo es un adulto, no un mocosito que no sepa lidiar con esta clase de cosas. Tranquilízate, todo va a salir bien, con un poquito de suerte la confesión de Milo le infla el ego al hijo de puta ese y le tiene cierta compasión. No te preocupes demasiado. Milo no es tan idiota—dijo Afrodita, pero de pronto su rostro se llenó de preocupación al pensar en lo que le esperaba al griego—. ¿Sabes? Mejor vamos a mi templo a preparar el whisky, presiento que lo vamos a necesitar.

 

Una media hora más tarde, Milo entraba en el templo de Piscis. Visiblemente furioso y con los restos del eclair en las palmas de las manos, se plantó frente a sus amigos con una expresión en el rostro que no daba lugar a dudas sobre el resultado de la diligencia que había emprendido. Ni Death Mask ni Afrodita dijeron absolutamente nada, el italiano le dio una toalla y Afrodita se apresuró a ofrecerle medio vaso de whisky que el griego apuró. Aparentemente las cosas habían ido peor de lo que ellos habían imaginado.

— ¿Qué pasó? —se atrevió a preguntar, Death Mask luego de que Afrodita le sirviera a Milo más whisky.

—Nada que no fuera de esperarse. Nada de lo que ustedes dos no me hubieran advertido —siseó con impotencia el griego.

—Es decir que te mandó al demonio —dijo Afrodita mientras se acomodaba en el sofá.

—No. Ojalá lo hubiera hecho. Habría sido más fácil de tolerar.

— ¿Entonces? —preguntó el sueco.

—Lo encontré en la cama con su discípulo. Más bien en el sofá, pero la ubicación donde cogían es irrelevante —respondió Milo y una sonrisa burlona se dibujó en los rostros de sus compañeros, que, aunque fugaz, no pasó desapercibida para el octavo custodio —. No es gracioso, por las faldas de la diosa que no lo es.

—Es irónico, ¿sabes? —dijo Death Mask.

—Me chupa un huevo tu ironía —dijo Milo, francamente malhumorado.

—Sabemos que hubieras preferido que te lo chupara Culo de Pingüino, o que te chupara el pito, ¿no? —dijo Afrodita sin aguantar más la risa. La tensión se rompió y finalmente los tres hombres comenzaron a reír abiertamente.

—Bébete otra copa y olvidemos el asunto por ahora —dijo Death Mask mientras llenaba hasta el borde el vaso de Milo.

— ¿Olvidar el asunto? ¡Cómo si fuera tan fácil! — gruñó Milo.

— ¿Por qué no olvidarse de ello? Es lo mejor que puedes hacer, créeme —añadió Afrodita mientras se llevaba un cigarrillo a los labios —. Debes pasar la página.

— ¿Ahora mismo? —dijo Milo incrédulo —. ¿Entiendes al menos un poco como es que me siento con todo esto?

—Sin importar como te sientas, mejor ahora que después, ¿no crees? —dijo Death Mask.

—Yo lo creo así —dijo el sueco.

—Suena muy fácil, pero no lo es, lo entenderían si se pusieran en mis zapatos por un momento —dijo Milo.

—Sabes que somos incapaces de algo así, pero, ¿de qué te sirve seguir rumiando el mal rato? No por mucho pensar en ello van a cambiar las cosas ni dejará de encamarse al rusito, ¿o sí? Yo no lo haría— Le dijo Death Mask con cinismo.

—Mejor no apliques tus nociones de lógica, Tano ¿quieres? —le dijo Afrodita a Death Mask —. Milo, sólo has como si no hubiera pasado nada, como si no hubieras visto nada y como si no tuvieras pensado decirle nada de lo que ibas a decirle. Todo mejora con el tiempo.

—Y con una cogida monumental —terció Death Mask. El griego se echó a reír.

—Sí, bueno, realmente no me apetece coger por ahora, pero definitivamente sí que me apetece olvidarme de ese hijo de puta —apuntó Milo.

—Entonces vamos a beber un poco —sugirió alegremente Afrodita —. Mi reserva está a sus órdenes caballeros —añadió con una sonrisa.

 

Bebieron y charlaron durante horas, hasta que la última botella ofreció las últimas gotas. Milo tenía los sentidos embotados, y no sólo por el alcohol. Sentía como si dentro de él algo se hubiera roto de un modo irremediable. No entendía nada. Verdaderamente no comprendía lo que estaba sucediendo. No comprendía por qué le resultaba tan ofensiva la conducta de Camus. Ellos no eran amantes siquiera, se suponía que eran amigos y a veces tenían sexo. No tenían una relación. ¿No el propio Camus le había dicho que no había lugar en su vida para algo como lo que él le ofrecía? No comprendía. Le vino a la mente que no era que Camus no tuviera tiempo para una relación, era más bien que no tenía tiempo para una relación con él precisamente. El pensamiento lo hirió profundamente. Dolía de un modo difícil de traducir en palabras. Era una suerte que nadie a su alrededor le hiciera preguntas, porque no habría podido responder ninguna, siguió dándole vueltas al asunto, escuchando sin inmutarse las bromas subidas de tono de sus compañeros, hasta que se quedó dormido. Mientras que él dormía tumbado en el sofá, Afrodita y Death Mask se dirigieron a la habitación del primero.

—Bien, todo salió mal, ¿qué procede? —dijo Death Mask. Afrodita se encogió de hombros.

— ¿Más alcohol?

— ¿Y después? —el sueco se encogió de hombros.

—Ni puta idea… si tengo que ser sincero, sabía que pasaría, pero no tengo ni puta idea de cómo limpiar el desastre.

—No me preguntes a mí, todos en el santuario hemos entendido a lo largo de estos años que no sé nada de estas cosas.

—Supongo que tendríamos que hacer algo, ¿no?

—Supones bien.

—No tengo ni puta idea de qué.

—Ni yo.

—Habrá que pensar en algo.

—Supongo que sí.

—Fue mala idea animarlo a declararse.

—Iba a hacerlo con nuestro apoyo o sin él. A veces pienso que no estamos hechos de la misma madera, es decir, Dido, él se cree que hay cosas buenas en el mundo.

—Quizá sea cierto que somos demasiado cínicos —Death Mask se encogió de hombros.

— ¿Cogemos ahora? —dijo Death Mask después de un breve silencio, mientras acariciaba el muslo de Afrodita.

— ¿Por qué no? —ronroneó el sueco atrayendo a Death Mask hacía sí. Se besaron largamente. Luego de un rato, se separaron y se echaron a reír.

—Tenemos que dejar de hacer estas cosas, uno de estos días voy a terminar violándote, Lord Piscis —dijo Death Mask entre risas.

—No me jodas, Tano, por comentarios como ese es que todos por aquí piensan que se te para hasta con los muertos —dijo Afrodita y ambos rieron de nueva cuenta.

—Me voy a dormir, cuida al insecto, ¿quieres?

—Lo haré, y te recuerdo que técnicamente los escorpiones no son insectos.

—Vete a la mierda, Dido, y también pueden irse a la mierda tus precisiones conceptuales. Tendrás que cederme tu cama esta noche, si me arriesgo a bajar creo que tendrán que recogerme con espátula cuando termine de rodar la puta escalinata.

 

Mientras que Gaetano se metía a la cama de Afrodita, éste, por su parte, incapaz de dormir, salió a fumar al pórtico de su templo. No iba a engañarse, no podía dejar de pensar en lo tentador que resultaba tener a Milo prácticamente en bandeja de plata. Ahí estaba Milo, borracho en su templo, dolido, despechado y dispuesto a todo por olvidarse de Camus. Era una tentación demasiado grande que, tal vez, en otro tiempo no habría sido capaz de resistir. Sin embargo, Afrodita tenía bien claro que no podía aprovecharse de la situación de su amigo. Eran amigos. Aún sí se moría de ganas de tenerlo de nueva cuenta en su cama, por besarlo de nuevo, por acariciar ese cuerpo firme y tostado, no haría nada al respecto. No esa noche, no en esas circunstancias. Al menos por el momento mantendría a raya sus deseos. No quería perder de nuevo la confianza de Milo.

 

El sueco reconocía para sus adentros que le alegraba, y mucho, el que Camus de Acuario hubiera mostrado el cobre. El que Milo hubiera hallado al siempre frío Camus en plena faena con su discípulo era algo que venía como anillo al dedo a sus deseos, Milo terminaría por desilusionarse de ese y quizá, en algún momento, podría haber algo más entre ellos en el futuro. Sin embargo, era consciente de que era absurdo hacerse ilusiones con toda la historia que tenían a cuestas. Siempre había sido práctico y entendía que Milo podía pensar que era preferible tener un amigo que un amante.

 

Mientras contemplaba el cielo nocturno, Afrodita se repitió que no tenía sentido alguno albergar esperanzas de ser correspondido ni intentar seguir disfrazando lo que sentía por el griego. Tampoco valía la pena convencerse de que eso que sentía por Milo se le pasaría algún día. Llevaba años así. Por supuesto que no se le pasaría algún día, era momento de aceptar resignadamente que llevaba años enamorado de él y que Milo jamás iba a enterarse de nada porque lo veía sólo como a un amigo. Convencido de ello, prefería pensar en la mejor forma de arreglar el desastre que Camus había causado ofreciéndole a Milo un espectáculo sexual con su discípulo. Milo no era como él, o como Gaetano que no habría dudado un instante en unirse a la fiesta.

 

Afrodita no quería perder lo que había conseguido, las cosas entre ellos a penas comenzaban a retomar un ritmo natural, sin giros forzados ni silencios incómodos. No iba a atreverse a enturbiarlo todo ahora con sentimientos que no tenían cabida alguna en la nueva realidad de todos. ¿A quién quería engañar? Milo no iba a corresponderle jamás. Estaba loco por el imbécil de Camus. Tendría que seguir siendo sólo su amigo. Tendría que seguir observándolo correr detrás de las migajas de esa zorra pelirroja, porque no se creía que Milo dejara por la paz las cosas con el francés. Si de verdad lo amaba, no lo haría. En cuanto pasara la furia, volvería a metérsele la idea de enamorar a ese imbécil con corazón de piedra.

 

Tras terminarse su último cigarrillo, volvió al interior de su templo. Milo seguía roncando en la sala. Lo cubrió con una manta y enseguida fue al baño.

—Mattias, querido, tendrías que dejar de pensar en idioteces de una jodida vez —le dijo a su reflejo que parecía mirarlo burlón desde el enorme espejo que presidía su baño. Al poco, fue a acostarse junto a Death Mask, convencido de que era mejor dejar de lado todos los pensamientos relativos al tema lo antes posible. Tenía que dejar ese tema por la paz.

 

A la mañana siguiente lo despertó el traqueteo de Death Mask en la cocina. Aún bajo los efectos de las brumas del sueño, alcanzó a escuchar que Milo también estaba en la cocina. Dejó la cama y tras lavarse el rostro, se presentó en la cocina.

—Bienvenido al mundo de los vivos, lord Piscis —le dijo Death Mask con fingida afectación.

—Hola a todos —susurró Afrodita mientras se tumbaba en una silla. Milo se limitó a dirigirle una inclinación de cabeza mientras apuraba su café. El sueco se acercó un poco a lo que Death Mask había puesto sobre la mesa y sintió náuseas. Death Mask lo miraba divertido, habían bebido mucho y el único que lo llevaba medianamente bien era el propio Death Mask. Milo tenía cara de estarse muriendo y Afrodita de que estaba a punto de revelarle a todos los presentes el contenido de su estómago. Con una sonrisa en los labios, el italiano se sentó al lado de Afrodita y le acarició la entrepierna por debajo de la mesa. El sueco casi se echa el café encima, Milo se rio discretamente. Él sabía que aquello era broma, o al menos esperaba que así fuera, pero el dominio público en el santuario afirmaba que esos dos se acostaban, y dado que ninguno de los dos jamás hablaba al respecto, esos juegos entre ellos no hacían sino acrecentar las sospechas.

— ¿Qué planes tenemos para hoy? —dijo Death Mask sin perder la sonrisa.

—No sé ustedes, pero yo pienso dormir el resto del día. La cabeza me está matando —dijo el griego con voz ronca.

—En mi mesa de noche hay aspirinas —dijo Afrodita.

—Gracias, tomaré un par —respondió Milo y se dirigió al dormitorio del sueco.

— ¿En qué ocuparemos nuestro ilimitado tiempo libre hoy? —insistió Death Mask.

—Me da igual, siempre y cuando no involucre a ninguno de nuestros ilustres compañeros. Así como estoy ahora, no me apetece ni un poco tolerrlos —dijo Afrodita. Los pálidos labios del santo de Cáncer se curvaron aún más.

—En ese caso… ¿qué tal si le proponemos un trío al bicho?

—Eres un idiota —gruñó Afrodita.

— ¿De qué hablan? —dijo Milo apareciendo en la cocina.

—De nada —dijo Afrodita en tono cortante.

—Mentiroso, en realidad analizábamos la probabilidad de coger contigo, ¿te apetece un trío para iniciar el día? — a Milo se le borró la sonrisa del rostro.

—Si es broma, créeme que no me hace ni puta gracia — dijo mientras se tomaba las aspirinas con un poco de café.

—Es en serio, muy en serio —canturreó Death Mask.

— ¿En serio? —dijo Milo con una elocuente mirada.

— ¿Nunca lo has intentado? — le preguntó Death Mask al griego.

—Una vez… y no me gusta hablar de ello —respondió Milo un tanto incómodo.

— ¿Adivino? Hmmm… yo diría… ¿Saga y Kanon? —dijo Death Mask, Milo asintió y el italiano rio a carcajadas —. Solías estar siempre detrás de ellos. Además a esos dos siempre les ha gustado compartir los juguetes, ¿verdad, Dido? —añadió, sonriendo —. Vamos Dido, eres el semental del santuario, ese al que siempre se le para, bajo cualquier circunstancia, deja la gazmoñería y vamos a coger los tres como los buenos amigos que somos —canturreó el italiano.

—Vete a la mierda, Gaetano —gruñó el sueco.

— ¿Me vas a decir ahora que tienes algo de recelo a acostarte con tus amigos? ¿Justo ahora? ¡Cómo si fuera la primera vez que lo haces! —dijo el italiano.

—Tano, déjalo por la paz, ¿de acuerdo? Además, por si no lo notas, aquí el único interesado en esa mierda eres tú —dijo Milo con gesto serio.

—Sólo intentaba que ustedes dos se animaran un poco. Todos sabemos que a Dido le encanta coger, y en cuanto a ti, te hace falta distraerte para no pensar más en ese francés estirado.

—No de ese modo, me voy a dormir, los veo después —dijo y se retiró de inmediato.

—La cagaste, ¿sabes? —dijo Afrodita, molesto, cuando Milo ya se había ido.

—No me lo parece.

—Está furioso.

—Oh vamos, como si no se le antojara todavía mojar la brocha contigo. Eres irresistible, Dido. Eres bellísimo, y coges como los mismísimos dioses, todos lo saben. Como dije, quería animarlos un poco, han estado demasiado serios estos días. Y si funcionaba, tendría algo de qué presumir con los muchachos en la terapia.

—Sí, claro.

—Esta semana me toca sesión grupal con el tío Saga, así que será truculento y macabro, así que no quiero sentarme ahí sin nada sórdido que contar, sabes que adoro escandalizar al buen Aiolos. Como sea, sigo sin comprender para qué quieren que hablemos del pasado.

—Se supone que es terapéutico.

—Terapéuticas mis bolas —dijo el italiano, Afrodita ya no pudo contener la risa.

—Sí tú te sientes incómodo con esto, ¿cómo crees que me siento yo? A ojos de todos soy una especie de psicópata hipersexualizado.

—Imagino entonces que para tus castos oídos el ser tachado de necrófilo es algo intrascendente, y que es infinitamente mejor que ser putísimo.

—Al menos para ellos sólo te tiras a los muertos… —los dos se echaron a reír, algo aliviados, algo nostálgicos.

—No has respondido a mi pregunta original.

—Tengo sesión con el loquero, así que no cuentes conmigo sino hasta después del mediodía.

— ¿Por qué insisten en que hablemos de esas cosas? Es absurdo, además de que no estoy seguro de haberme arrepentido de todo. En realidad, no sé si me arrepiento de algo.

—La idea es que después de todas estas cosas nos convirtamos en personas normales.

—Sí, claro, ¡normales mis bolas! No sé de mucha gente normal que pueda hacer lo que nosotros. Empezando con que la gente normal no vuelve de entre los muertos.

—Es lo que hay, Gaetano. ¿Qué nos queda sino aceptar esta locura como hemos aceptado todas las anteriores? —dijo Afrodita.

—Me gustaría pensar lo mismo que tú, sin embargo una parte de mí se resiste a ello.

—Eres dueño de tus pensamientos, así que no voy a objetar tus reticencias.

—Odio cuando hablas así, lord Piscis. Prefiero cuando maldices y eres vulgar, lo encuentro más tú —el sueco se echó a reír.

— ¿Aún podemos tener esperanzas de que un día dejaran que nos vayamos? —Death Mask negó con la cabeza.

—No lo creo, y sí lo hicieran, ¿qué caso tendría? ¿A dónde iríamos? A veces quisiera ser como Milo, aferrarme a esta vida y no pensar más, llevarlo adelante con todas sus consecuencias —dijo Death Mask mirando al vacío.

—Sí, yo también, pero hasta Milo tiene sus preocupaciones.

— ¿Lo dices por Culo de Pingüino? Yo no diría que esa es una preocupación, más bien un capricho, y un capricho feo. Está obsesionado con hacer que ese sienta algo por él, ¡cómo si ese hijo de puta pudiera! —dijo el italiano con amargura.

— No se da cuenta de que esa obsesión le va a joder la vida.

—Pienso lo mismo que tú, pero no podemos obligarlo a ver las cosas de la misma forma que nosotros.

—Lo sé.

—En ese caso, ¿no crees que convendría que comenzaras a actuar como si así lo fuera? Deja de darle ideas de cómo acercarse a Culo de Pingüino. Créeme, no lo ayudas. Ni a ti ni a él le ayuda estar en campaña permanente para convencer a ese de que debe estar con el bicho. Es tu amigo, lo ha sido durante años, haz hecho un montón de cosas por él. Pero ya es tiempo que decidas que carajos vas a hacer, si seguirás conformándote con ser su amigo y a seguir aguantándote las ganas de cogértelo o vas a hacer lo que mejor sabes, que es enredarlo para cogértelo como cuando era un mocosito—. Afrodita miró a Death Mask completamente sorprendido —. Deja de mirarme como si hubiera descubierto el hilo negro. Los dos sabemos que si Saga y sus planes no se hubieran metido en el camino estarías tirando miel con nuestro bicho y no destilando amargura y cinismo mientras te tiras a todo lo que tiene apariencia humana.

—Tano, por favor, deja de analizarme. Para eso tengo al loquero.

—El abuelo lo hace porque para eso le pagan, yo lo hago gratis, porque soy tu amigo y porque alguien tiene que decirte la verdad de vez en cuando, Lord Piscis eres un idiota y si sigues como hasta ahora vas a perder tu oportunidad con él.

—Sí estás tan bien enterado de todo, sabrás que él no siente lo mismo que yo.

—Sí, no siente lo que tú, pero con un poquito de motivación y unas cuantas noches en tu cama, todo sería diferente. Estoy seguro de que al menos quiere cogerte de nuevo.

—Para mí no es suficiente con eso. Lo quiero todo o nada.

—Entonces deberías hacer algo. Y acostarte con todo lo que se mueva no va a ayudar a tu causa.

—Eso también lo sé, ¿qué me queda por hacer? Está enamorado de Culo de Pingüino, es real, no sólo quiere cogérselo, si fuera eso le habría importado muy poco que se esté cogiendo al ruso.

—Ya sé que está idiota por el francés hijo de puta y que cree que está enamorado de él, pero sí te empeñaras un poco, sí de verdad pusieras ánimo en ello, el bicho se enamoraría de ti otra vez —Afrodita negó con la cabeza.

—Eso no va a pasar. Jamás va a perdonarme por no decirle nada del asunto de Arles. Se sintió traicionado… tú sabes como es.

—Él te venera, el hijo de puta besa el suelo que pisas desde que era un mocoso. Nada de lo que hayas hecho o planees hacer va a cambiar eso. Te idolatra, tú eres su maldito sueño y no te das cuenta de ello. A sus ojos Culo de Pingüino no es nada comparado contigo.

—No insistas en ese tema, ¿quieres? No voy a hacerme ilusiones con algo que, evidentemente, no va a pasar jamás.

— ¿Estás seguro? ¿Verdaderamente no quieres intentarlo?

— ¿Para qué? ¿Para darme cuenta de que él cree verdaderamente que Culo de Pingüino es el amor de su vida? Gracias, pero no, gracias.

—OK, en ese caso déjame decirte que eres un verdadero imbécil y que sí tú pretendes desperdiciar la oportunidad que nos está dando Culo de Pingüino, yo no. Quise ser decente y darte la preferencia a ti porque somos amigos, porque tú estás enamorado de él y esas paparruchas, pero ya que me lo pones así…

— ¿De qué demonios estás hablando?

—Me gusta Milo. Lo quiero para mí. Me gusta y creo que lo pasaríamos bien juntos. Tú puedes quedarte con su amistad que yo me quedaré con su pene. Tú sigue cuidándole las espaldas y yo me ocupo de cogérmelo a placer, a diario, si es posible.

—Tano, no seas hijo de puta, con esas cosas no se juega.

— ¿Quién dice que estoy jugando? Estoy harto de esperar a que hagas algo o me dejes el camino libre con él. Milo me gusta de verdad y no voy a desperdiciar esta oportunidad que Culo de Pingüino y tú me están dando.

— ¿Le harías eso?

— ¿Cogérmelo tres veces al día? ¡Por supuesto que sí! ¿Ayudarlo a desintoxicarse de ese francés hijo de mil putas? ¡Claro que lo haré! En unos años será una buena anécdota y seguiremos siendo amigos como hasta ahora, porque él es tan leal y tan buen amigo que da asco, no va a poner en juego la amistad jamás —dijo Death Mask.

— ¿Por qué él? ¿Por qué harías esto?

—Ya te lo dije, porque él me gusta. Nunca he conocido a alguien que me guste tanto como él, ni siquiera tú, ni siquiera Saga me gusta tanto como él. Sí lo piensas un poco, tiene sentido que me guste, él tiene lo bueno de Saga pero sin sus complicaciones. Me ha gustado por mucho tiempo y ya me harté de esperarte, de respetar nuestra tan traída y llevada amistad con él. Lo quiero para mí y sí tengo la ocasión, voy a tenerlo.

—Sí te atreves a lastimarlo…

— ¿Me pondrás una rosa blanca en el pecho?

—Mejor en el culo, seguro que te gustará más.

—Dido, siempre creí que eras un hombre pragmático. Sólo trato de ayudar al bicho.

— ¿Cogiéndotelo? Eres un imbécil, Gaetano.

—Pero pretendo ser un imbécil feliz. Voy a cogérmelo hasta que se le caiga el pito y lo voy a disfrutar mucho. No digas después que no quise incluirte, a que soy un buen amigo, ¿no?—dijo el italiano burlón.

—Lárgate antes de que decida hacerte un agujero adicional.

—Haz lo que quieras, Lord Piscis, además, en unos días no va a tener importancia por qué ¿sabes?, si no mal recuerdo, Milo sí que tiene con qué llenarle a uno ciertos vacíos y no precisamente de los existenciales —dijo el italiano riéndose, mientras Afrodita ardía de furia —. Estás advertido, Dido, voy en serio, muy en serio. Y no pretendo dar marcha atrás.

—Yo también voy en serio cuando te advierto que no juegues con él.

—A diferencia tuya, no pretendo observar solamente, le haré saber lo que quiero de una forma muy convincente y… ya veremos.

—Lárgate de una vez.

—Hasta pronto, Mattias, suerte con el loquero, me parece que él va a ser tu único consuelo muy pronto —dijo Death Mask con una sonrisa burlona mientras se dirigía a la salida. Mientras el italiano abandonaba su templo, Afrodita se dijo que ésta vez sí que había sobrepasado la línea, en más de una forma.

Notas finales:

Gracias por leer!

Este fic se actualizará semanalmente, los viernes por regla; salvo que suceda algo imprevisto.

 

hasta pronto!


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