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De Aristocracia y Otras Estupideces. (New Version) por Menz

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Notas del fanfic:

Subiré los 17 capítulos que tengo listos ya. Espero  que le den una nueva oportunidad a esta historia. Y si son nuevas leyéndola, pues disfrútenla mucho.

Notas del capitulo:

!Accio capítulo 1!

 

Capítulo I.

La Trampa.

 

¡Estaba enojada! ¡Muy enojada! ¡No quería hacerlo! ¡Noooooooo! Pero ahí estaba la pendeja haciéndole caso a su corazón y no a su cerebro. Ella no quería mudarse a ese condado, jamás estuvo en sus planes vivir en ese lugar, jamás estuvo en sus planes estar cerca de esa gente. Después de que su madre muriera hacía ya dos años, ella se las había arreglado como podía para vivir sola y pagar la universidad. A sus 20 años sabía lo que era pasar hambre, sabía lo que era vivir con lo necesario, y a veces sin eso. Sus amigos la habían ayudado, tocaba en la banda de rock de su mejor amigo, en un bar local. La paga no era tan buena pero le alcanzaba para defenderse. Pero no pudo sostener esa situación por mucho tiempo. Su tío, ese viejo cascarrabias la había convencido de mudarse hasta ahí.

El autobús dobló en la última curva que la separaba de su nuevo hogar.

El valle se extendía entre un grupo de colinas. No podía negar que la vista era espectacular… Su madre había vivido ahí unos cuantos años, ¿sus amigos aún vivirían ahí? ¿Alguien la recordaría? ¿Y su padre? Bah, esa era otra historia.

El transporte se detuvo y no tuvo más remedio que levantarse, tomar su equipaje del compartimento arriba de su cabeza y dirigirse a la salida. Bajó y enseguida percibió el aire fresco azotando en su cara. Estaba entrando la noche, los últimos rayos del sol se perdían en el cielo. Se escuchaba música que provenía de una tienda, justo frente al parque central.

La gente caminaba en las calles, los niños jugaban en sus bicicletas. El aroma a fritanga salía de unos pequeños puestos ubicados frente a la iglesia… ahí era a donde se dirigía.

Arrastrando una maleta y echándose la otra al hombro, caminó resignada hacia el viejo templo.

Toc-toc.

Toc-toc.

-¡Voy!- escuchó una voz cansada del otro lado de la puerta de la sacristía. Luego unos pasos acercándose y el sonido de la cerradura abriéndose.

-Buenas noches, tío.- saludó al anciano.

-¡Alejandra!- exclamó el viejo visiblemente emocionado, dándole un paternal abrazo.- Pasa hija. Te esperaba hasta el domingo.

-Bueno, al mal paso darle prisa ¿no?- dijo encogiendo los hombros. Caminaron hasta una pequeña sala.

-¿Sigues pensando que fue una mala idea mudarte?

-Pienso que fue una pésima idea.

-¿No quieres ni un poco a este pobre tío tuyo?

-Chantajista. La verdad estoy feliz de verte y si… alguien tiene que cuidarte, viejo terco.- Siempre le hablaba en ese tono.

-Si soy viejo, pero tu tío y además un sacerdote así que ¡respétame chiquilla fea!- respondió el anciano soltando luego una carcajada.

-Te respeto, es solo que… no sé, me parece súper raro vivir aquí, tan lejos de mi hogar.- dijo sinceramente.

-Lo sé.- respondió su tío levantándose y caminando fuera de la sala.- pero Dios siempre nos sorprende, ¿no crees?- grito desde donde estaba.

-Ya lo creo.- murmuró para sí misma. Después de unos minutos su tío volvió.

-Supongo que debes tener hambre, ten chiquilla.- le extendió una bandeja con muchos bocadillos y un vaso con líquido oscuro.

-Gracias, viejo.- le dio un sorbo a su bebida.- ¡Aaarghh! ¿Qué es esto? ¿Vino?-

-El mejor vino de la iglesia.-

-¡Tío! ¿Qué eso no es pecado?- Si algo le gustaba de su tío es que era un sacerdote poco ortodoxo. Tanto, que le parecía genial que a ella le gustaran las chicas.

-Jesús tomaba vino, ¿por qué yo no?  Además, estamos celebrando tu llegada.

-Eres terrible, viejo.

 

Siguieron platicando por un par de horas más. Tenían mucho que decirse, hacia un año que no se veían y su tío era muuuuuy chismoso, digo, comunicativo. El viejo le contó algunas cosas de la parroquia, del pueblo y de las mejoras que quería hacer en el jardín. Alejandra por su parte le contó de los trámites que tendría que realizar en su nuevo colegio. Estaba a mitad del tercer año de la licenciatura en  artes musicales, simplemente era algo que le apasionaba.

Cerca de medianoche su tío le enseñó su habitación y la dejo ahí para descansar. Su alcoba era pequeña, tenía un closet con algunos peldaños para acomodar su ropa, un camastro con sábanas muy blancas y un lavabo para su aseo personal.

-No está mal.- dijo con un suspiro mientras sacaba su ropa para dormir y se cambiaba.- Espero no haberme equivocado al venir aquí.- fue lo último que dijo antes de apagar la luz.

 

 

 

Lo primero que sintió fue un olor delicioso. Se movió sobre el camastro y éste rechinó un poco. Los sonidos matinales le hicieron recordar donde se encontraba.

-Uhm… comida.- se sentó en modo zombie en su cama, rascándose perezosamente la cabeza. Tomó un cambio de ropa y se dirigió a la ducha. El olor del desayuno la hizo darse prisa y en 10 minutos ya estaba apresurando a su tío.

-No sé a dónde se te va tanta comida.- observó el anciano mientras la veía meter un gran pedazo de tocino a su boca.- ¡Estás muy flaca!

-¿Flaca? Claro que no, tengo mis lonjitas.

-Lonjitas las de doña Soco.

-¡Tío! No deberías hablar así de tu prójimo.- dijo tomándole el pelo.- ¿Quién es doña Soco?

-La de la tienda frente al parque, te la presentaré luego.

-Genial, muero de ganas de conocer a tus amigos ancianos.- dijo con sarcasmo.- Por cierto, quería pedirte permiso para pintar mi habitación.

-Ehm, si, sobre eso…- su tío la miró, inseguro de continuar.

-¿Qué pasa?

-Esa habitación es para colaboradores de la parroquia. A veces llega algún seminarista o monja y ese es el cuarto que utilizan.

-Entonces, ¿dónde dormiré?- preguntó intrigada.

-¿Quieres más café o tocino?

-¡Tío!- El anciano suspiró y la miró un momento antes de hablar.

-Una de las razones por las que te hice venir aquí es porque no tienes por qué vivir sola, pasando apuros económicos cuando tienes una familia aquí…-

-Yo no tengo una familia aquí, solo a ti.- dijo con amargura mirando con el ceño fruncido su plato.

-Tu padre…

-¡Mi padre no existe!- se levantó molesta de su silla.

-Tienes derechos sobre…

-¡No tengo ningún derecho! Soy una García igual que mi madre y tú, no busco nada.

-¡Moriré pronto!- silencio.- Hija tu sabes que soy más anciano de lo que parezco.

-Me pareces súper anciano, tío.- No pudo evitar comentar eso.

-Chiflada.-Sebastián sonrió de medio lado.- Tú eres lo único que tengo, pero yo no soy lo único que tú tienes. Antes de morir me gustaría verte asegurada y la familia de tu padre puede darte esa seguridad. Quiero que tengas una familia, quiero irme en paz y poder decirle a tu madre que te dejé sana y salva.

-Me engañaste para venir aquí, creí que viviría contigo.- dijo cabizbaja.

-Bueno, la casa de tu padre no está lejos de aquí, solo a un par de kilómetros (a varios cientos de kilómetros, puede tu voz darme calor igual que un sol… [8])

-No quiero verlo.- susurró.

-¿De verdad no te interesa conocerlo?

-Él nunca se preocupó por mi.-

-Eso no es verdad. En cuanto supo de tu existencia se hizo cargo de sus responsabilidades como padre.

-¿Por qué nunca fue a visitarme? Ni siquiera cuando me tuvieron que operar después de aquel accidente fue a verme, ¡mandó a Álvaro! ¿Ser padre es enviar postales y regalos en navidad y días especiales? ¿Pagar la escuela? ¡Lo único que he visto de él es su dinero!

-Es verdad que ha cometido errores… pero  ¡Ah! eres igual de orgullosa que tu madre…

-¡No hables así de ella! ¡Es una santa!

-¿Santa? Tu madre era una testaruda y orgullosa, en eso eres igual a ella. En cuanto cumpliste los 18 te negaste a recibir ayuda de tu papá. Él estaba dispuesto a costear tu carrera ¡pero no! La niña quería demostrar que no lo necesitaba.

-No lo necesito.- insistió terca.

-Yo creo que sí. Y no me refiero a lo económico. Necesitas un padre.

-Te tengo a ti.

-No es lo mismo. Yo soy tu anciano tío, tu alcahuete. Necesitas conocer al hombre que te dio la vida, conocer al ser humano del que vienes.

-¿Es inevitable?

-Me temo que si. ¿A qué le temes?

-Yo…-titubeó. ¿A qué le temía? Sabía que su padre no supo de su existencia hasta que cumplió los 8 años. Desde entonces había enviado dinero cada mes para cubrir sus necesidades. Pero nunca la había buscado. Su madre le dijo que era un acuerdo al que habían llegado. Así que lo único que tenía de él eran postales, algunas cartas y regalos. ¿Acaso a su padre no le importaba lo suficiente? ¿Acaso no la amaba? ¡Obvio no! ¿Cómo podía amarla si no la conocía? ¿Y cómo podía ella amarlo sin conocerlo? Ese era su mayor temor, que su padre la conociera al fin y no la amara.- Es complicado.

-Te llevaré a su casa esta tarde. A partir de hoy te quedarás a su cuidado.

-¿Tan pronto?

-Al mal paso darle prisa ¿no?-

-No quiero ir ahí. Por favor.- En verdad no quería verlo.

-Ese es tu lugar.-El hombre intentó convencerla.

-Nunca hemos convivido, solo lo conozco por las fotografías que he visto en Google. ¿Qué haré en esa casa? ¿De qué hablaré con él?

-Hay una infinidad de cosas de las que podrían hablar. Conozco bien a tu papá. Es un hombre inteligente, culto… puedes hablarle de lo que sea y nunca te aburrirás.

-No quiero.

-¡Deja de ser tan terca!

-¡Y tu deja de presionarme! De saber esto me hubiera quedado en mi departamento. Ahí tenía una familia.

-Estoy muy agradecido con Víctor y su familia por todo lo que hicieron por ti y tu madre pero ya te dije las razones que tengo para asegurar que vivir aquí es lo mejor para ti. Se te dará todo lo que te corresponde.

-No quiero nada de eso. Solo quiero tocar mi vieja guitarra y que mi música llegue a todo el mundo.

-El apellido de tu padre puede abrirte las puertas del mundo.- Argumentó el viejo.

-Prefiero el de mi madre. Yo… prefiero esperar un poco antes de ir a esa casa. Por favor.

-De acuerdo. Tres días.- Sentenció Sebastián con mirada severa.

-¡¿Tres?! ¡Es poquísimo tiempo!

-Es lo que es.

-Te odio.- Dijo con cara de fastidio.

-No es verdad. Bien, ya que te quedarás aquí, necesito que me ayudes. Sígueme.-Así que siguió a su tío. Salieron por una puerta que daba al poniente y bajaron unos escalones de piedra para alcanzar un camino blanco entre varios árboles.- Esto será una pequeña huerta. Quiero sembrar cítricos, frutas, etc.- El viejo le entregó una pala.- Trabajaras la tierra. ¿Ves la dirección del surco?-Señaló lo que había hecho él mismo en la tierra.- Continúalo.

No quedándole más remedio se puso a palear tierra. No tardo mucho para que estuviera adolorida, con la cara y las manos sucias, pero siguió concentrada en lo que hacía. No iba a quejarse o su tío era capaz de llevarla arrastras con su papá y eso era lo último que quería. Tenía que tomar una decisión: quedarse y afrontar lo que vendría o huir y volver a casa. ¿Qué debía hacer? Empezó a cargar unas rocas hacia una esquina, pues estorbarían ahí. Miró por sobre el muro que daba a la calle. Se frotó la frente, se sentía caliente a causa del sol que ya casi estaba en la mitad del cielo. El pueblo se veía limpio, con las calles anchas y las casas pintadas en su mayoría de color rojo oscuro. Una camioneta negra muy lujosa paso por la calle, a solo unos metros de donde ella estaba. Observó como el vehículo se detenía frente a la iglesia y unos hombres con traje negro bajaban. Uno de ellos abrió la puerta trasera y una chica bajó. La miró desde su escondite. Iba vestida con unos jeans, sandalias y un suéter turquesa. La chica intercambió unas palabras con el tipo que le había abierto la puerta y éste sacó de la parte posterior de la camioneta varias cajas. Entraron a los terrenos de la iglesia. Se apresuró a correr por el patio sin que nadie la viera. Se coló por una puerta y  escuchó voces.

-Siempre tan gentil.- Decía su tío.

-No es nada, padre. Le traje más galletas de las que le gustan. Muchos paquetes.

-Cristina, si no fuera por ti, este viejo hubiera muerto de hambre hace mucho tiempo.-Ella conocía perfectamente ese tono de exageración de su tío.

-No diga eso. No creo que las personas del pueblo lo dejen morir.- Miró por la puerta y sí, ahí estaban. Podía ver más cerca a la chica. Parecía de su edad o tal vez un poco más joven y varios centímetros más baja que ella. Tenía el cabello largo y de un color azabache muy bonito. Tenía los labios rosas, las cejas negras y delineadas, los dientes blancos al igual que su tez. Sin duda era una chica bella. La azabache sonrió y eso la hizo sonreír a ella también.-También le traje algunas plantas… eh… Fausto…- Uno de los Men in Black se acercó cargando una caja de madera con varias plantas en ella.- llévalas al patio.-Ordenó la chica con voz mandona.

-¡No!- Exclamo su tío.- Yo puedo llevarlas después.

-Son algo pesadas, padre. Mejor deje que Fausto las lleve.

-No es necesario, hija. No soy tan débil como parezco. Déjalas aquí.- Sebastián se aproximó al guardia y casi casi le arrebató la caja para dejarla en el suelo. Hubo un silencio algo incómodo.

-Bien…tengo que irme, padre.

-¿Tienes algún compromiso?

-Sí. Tengo una cita con el arquitecto del centro comunitario. Me encantaría que al estar terminado, usted fuera a bendecirlo.

-Por supuesto. Lo haré con mucho gusto.

-Con su permiso.- La chica besó el anillo que su tío tenía en la mano  y salió, seguida de su séquito. En cuanto se sintió segura, salió de su escondite.

-¿Quién era ella?- Preguntó aun mirando la puerta por la que había desaparecido la visitante.

-¡Ah!- Sebastián se llevó la mano al corazón.- ¡Me asustaste! ¿Quién?

-¿Cómo que quien? ¡Pues la chica que acaba de irse!

-Ah si… ella… bueno, ella es tu hermana.

-¡¿Mi qué?!- ¡¿Su qué?!

-Tu hermana… menor. Se llama Cristina y es la primera hija de tu papá con su esposa, Sofía. Te contaré más luego.- Sebastián buscó sus tan amadas galletas y se dirigió a su habitación.

-Pero…- se quedó ahí parada. ¿Tenía una hermana? ¿Tendría más? Frunció el ceño. Durante toda su vida siempre había intentado resistir la tentación de buscar información sobre su padre, aunque debía admitir que en algún par de ocasiones había visto fotos de él en internet, pero luego de contemplar aquel rostro tan similar al suyo, acababa cerrando con brusquedad su laptop, llevada por el rencor que sentía por ese sujeto. Se apresuró a salir al patio para ver de nuevo a esa chica. Estiró el cuello y vio la camioneta negra al otro lado de la calle. Abrió la reja y caminó lo más disimuladamente posible en dirección a la camioneta. Vio a… ¿Cristina? Parada frente a una barra esperando algo. Se fijó que el lugar era una tienda y al parecer también heladería. Sintió algunas monedas en su pantalón y se aproximó para hacerse pasar por una clienta. Estaba a solo unos metros de la chica de cabello negro. Vio a una mujer algo regordeta y con visibles canas entregarle un recipiente de fresas bañadas en chocolate. La brisa hizo que el billete que Cristina le extendía a la señora saliera volando hacia ella. Se inclinó para recoger el billete y cuando se incorporó, la chica estaba a solo dos pasos de ella y la observaba con atención.

-Hola.- La saludó, esbozando una sonrisa y estirando la mano para devolverle el billete.

-Hola.- Respondió la chica. Vio por primera vez los ojos grises de la otra. Pero, ¿Por qué Cristina la miraba así? Era una mezcla de asombro, asco, lástima…-Puedes quedártelo.- Dijo al fin.

-¿Quedarme que cosa?

-El dinero.- ¿Ah? Miró el billete y se fijó que tenía la mano llena de tierra… ¡ella estaba cubierta de tierra!

-Rayos.- Usó la orilla de su playera para limpiarse un poco la cara. Cristina hizo una mueca para intentar contener la risa, cosa que no le pasó desapercibida.- ¿Quedé peor?

-Definitivamente.

-Yo… no soy una pordiosera.- Insistió moviendo el billete para que Cristina lo tomara, cosa que la chica hizo después de dudar por varios segundos.- Estaba trabajando en una huerta.

-Lo siento, no quise ofenderte.

-No te preocupes. ¿Cómo te llamas?

-Cristina San Román.

-Cristina, te daría la mano pero sería súper anti-higiénico para ti y tus fresas.- La chica rio.

-Sin duda… ¿Tú como te llamas?- Eh… ¿Qué se supone que debía decir?

-Señorita Cristina, -la interrumpió uno de sus acompañantes, quien sostenía un teléfono móvil.- tengo a su padre al teléfono.

-Disculpa, debo atender.- Cristina tomó el móvil, se lo colocó en la oreja derecha y giró hacia un costado.- Aquí estoy.- La escuchó decirle a la bocina.- Sigo en el pueblo.-Pausa.- Estoy con tiempo para llegar.- Pausa.- Perdón, papá. Me apresuraré.-Cortó la llamada y se guardó el celular en el bolsillo de sus jeans. Caminó sin voltear hacia ella y subió a la camioneta. El motor se encendió al tiempo que la ventanilla trasera bajaba. Cristina asomó la cabeza por ella.- ¿Cuál es tu nombre?- Sonrió mientras daba unos pasos junto al vehículo.

-Alejandra.- Su hermana le sonrió y agitó la mano en señal de adiós. La camioneta se alejó a toda velocidad de ella.-Nos veremos pronto.-Susurró pensando en que sería genial volver a ver a Cristina, aunque para hacerlo, debía presentarse en  la casa de su papá.

-Niña, -escuchó una voz detrás de ella. Volteó y se encontró con la señora de la tienda.- ¿Quieres helado?

-Sí, por favor. Quiero de napolitano.- Se sentó en una de las sillas altas frente a la barra.

-No eres de aquí, ¿verdad?- Le preguntó la mujer mientras ponía cinco enormes bolas de helado dentro de un vasito de nieve seca.

-No, ¿se nota mucho?-Recibió con gusto lo que la mujer le ofrecía.

-Si, algo. Conozco a todas las personas de este pueblo y nunca te había visto. Aunque… si hacemos a un lado toda esa capa de tierra que traes encima… Si, tienes cierto aire conocido.- La mujer se sujetó la barbilla dirigiéndole una mirada analítica.- Otra de las razones por las que sé que no eres de aquí es por el modo en que le hablaste a la niña Cristina.

-¿Porqué? ¿Dije algo raro?- Se llevó una generosa cucharada de helado a la boca.

-¡Todo fue raro! Sobretodo el trato de “tu” con el que te dirigiste a ella.

-Bueno, creo que tenemos casi la misma edad, ¿por qué no le hablaría de “tú”?

-¡Porque es la hija del conde! ¡Heredera de todo! Bueno, de la mayoría.

-Ah, eso.- Comió más helado.- ¿Por qué solo de la mayoría?

-Porque tiene dos hermanos menores, que también heredarán una parte de todo. Pero ella se quedará con la mayoría debido a que es la primogénita y la que hereda el título.

-¿Qué título?

-¡Pues el título! Es la futura condesa.

-¿Cómo? ¿Qué la sucesión no es por línea masculina?

-¡¿En que mundo vives?! Desde hace años las leyes sucesorias cambiaron, ahora el primogénito, sin importar si es hombre o mujer, hereda el título.

-Vaya, no sabía eso.- Lamió la cuchara.

-¡Alejandra!- Sintió un tirón de orejas.- ¿Qué haces aquí?-Su tío Sebastián se veía bastante enojado.

-Estoy comiendo helado, ¿quieres?

-No. Regresa a la parroquia.

-Pero, ¿por qué? Solo déjame acabarme esto y regresaré a surcar la tierra. – Escuchó la risa de la señora.

-Esta chica es graciosa. ¿Quién es?- Le preguntó la mujer a su tío.

-Es… Alejandra. Ale, te presento a doña Soco.

-¡Oh, usted es doña Soco!-Sebastián le dio un zape.

-¡Auch!

-¡Métete a la parroquia!

-Pero si Alejandra no está haciendo nada malo.

-Soco... Soco, si te contara.

-Cuénteme.- La mujer sonrió y se acomodó al otro lado de la barra para escuchar el chisme.

-Será luego. Ahora quiero pedirte un favor. No le menciones a nadie que has visto a esta chica aquí.

-Pero…

-Hablamos después, Soco.-Su tío la jaló del brazo y la llevó de nuevo a la iglesia.

-¿Qué pasa?- Preguntó cuando entraron a la sacristía.

-No debes salir y andar por ahí.

-¿Por qué no?

-Nadie debe verte hasta después de que te mudes a casa de tu papá.

-Pero, ¡ni me diste tiempo para pagarle el helado a doña Soco!

-Se lo pagaré después.

-Bueno… ahora explícame porque nadie debe verme.- Siguió comiendo su postre.

-Te lo explicaré después. Cuando nos reunamos con tu padre te explicaré algunas cosas.

-¿Qué cosas?

-Cosas.

-No pues que claro me quedó todo.- Ironizó.- Ehm, tío… eh, verás… cuando fui por el helado me encontré con Cristina.

-¡¿Qué?! ¡Alejandra! ¿Ella te vio así?

-Si. Hablamos un poco.

-¿Qué se dijeron?

-No, mucho. Solo nos presentamos.

-¡¿Qué?!- Si tío se dio él mismo un golpe en la frente.- ¿Dijiste que te llamas Alejandra García?- Hizo memoria.

-No, solo le dije que me llamo Alejandra.

-¿Estás segura?

-Sí. No le dije mi apellido. ¿Qué importancia tiene eso?

-Luego te lo explico. Cuando veamos a tu papá.

-Quiero saber ahora.

-Entonces dúchate y toma tus cosas, te llevaré con él ahora mismo.

-Está bien, puedo esperar unos días.- ¡Ni de loca iba con su papá! Se dio media vuelta y huyó a su habitación. Tomó su celular y salió al patio otra vez. Se tiró bajo un árbol y abrió el buscador. Tecleó rápido y empezó a leer y a ver fotografías. Entró a otra página y encontró un árbol genealógico de su familia paterna, que parecía infinito. Encontró el nombre de su papá y el de su esposa. De aquellos nombres se desprendían tres nombres más: Cristina, Guillermo y Sofía. Se fijó en sus fechas de nacimiento. Cristina tenía 18 años, Guillermo tenía 13 años y Sofía tenía 8 años. Descubrió también que solamente tenía una tía directa: Angélica. Había algunas ramas más de San Román pero ninguno mantenía el apellido. Hizo clic sobre la fotografía de su papá. La imagen se amplió y pudo ver con mayor claridad. Tenía el cabello castaño apenas ondulado, igual al de ella. La tez pálida, igual a la de ella. Los ojos verde esmeralda, igual a los de ella. Los labios delgados, igual a los de ella. La nariz perfectamente perfilada, igual a la de ella. Se notaba que poseía un cuerpo atlético y alto, igual al de ella.

-La brisa aquí es agradable, ¿no te parece?- Dio un respingo al escuchar la voz de su tío.

-Si, está bien.- Acomodó mejor su espalda contra el tronco del árbol.

-Es normal que tengas curiosidad.- Su tío señaló el celular que traía oculto entre sus manos.

-No, yo… yo solo…

-Está bien.- El viejo le sonrió.- Te espera una vida diferente a la que has tenido. Vivirás con personas con las que nunca has cruzado palabra. Es normal que quieras saber quienes son.

-¿Cómo son?

-Tienen un sentido del deber muy arraigado, son estrictos, disciplinados y apegados siempre a ciertos códigos de conducta propios de su rango. Pero lo verdaderamente importante es que son buenas personas y extremadamente gentiles. Te llevarás bien con ellos. Además creo que les caerá bien tenerte ahí con ellos.

-¿Porqué?

-Porque les recordarás lo que significa vivir.

-No entiendo.

-Creo que has visto suficientes fotografías como para saber que eres idéntica a tu padre, pero internamente eres igual a tu madre…

-Sigo sin entender.

-Con el paso del tiempo lo harás.

 

 

 

Los siguientes días pasaron volando y por más que lo intentó, su tío fue inflexible. La llevaría a casa de su papá el día previsto, sin prórrogas. En cuanto amaneció se sintió enferma. Apenas desayunó y a la hora de la comida sentía el estómago revuelto y muchas ganas de vomitar, así que no probó bocado. Su tío insistía en que eran los nervios pero ella estaba segura de que caería muerta en cualquier momento.

-Alejandra, ¿estás lista?- Escuchó la voz del anciano detrás de la puerta.

-Si, ya voy.

Tomó sus pertenencias y caminó detrás de su tío. Subió al viejo Tsuru y estuvo en silencio la mitad del camino.

-Estás muy pálida.

-Moriré.

-No seas exagerada. Solo relájate. No pasa nada. Llegaremos, te presentarás con todos y luego disfrutaremos de una deliciosa cena.

-Solo por eso me acompañas, ¿verdad? Por la cena.

-¡Por supuesto! Llegamos.-

-Eso fue muy rápido.- dijo con temor en el rostro.

-Te dije que estaremos muy cerca. Si continuas por esa carretera llegarás a la ciudad, está como a unos 10 kilómetros. Ahí está tu nueva universidad.

-Uhm, bien... ¿Él sabe que vendría hoy?-

-Sí, anoche le llamé e informé que ya estabas en el pueblo.

-¿Y qué respondió?

-Que ansiaba verte ya.

No pudo evitar sonreír un poco. Ojalá fuera verdad lo que decía su tío. Los sacerdotes no mienten ¿verdad? Su tío se detuvo un momento frente a la enorme reja para hablar con el guardia de seguridad en la cabina pero, para su sorpresa, los dejaron pasar sin hacer preguntas. Se quedó con la boca abierta en cuanto entraron a la propiedad. Parecía que el terreno era infinito. El pasto verde se extendía por doquier a excepción de un camino empedrado que conducía a la enorme casa. ¿Casa? ¡Eso era un palacio! Justo antes de llegar a la mansión, el camino empedrado se abría para dar paso a una impresionante fuente. El auto se detuvo y ella seguía con la boca abierta ¿de verdad viviría ahí? ¿Esa era la casa de su familia paterna?

-Alejandra, puedes bajar.- La voz de su tío la hizo reaccionar.

Con torpeza bajó del auto justo cuando las grandes puertas se abrieron y varias personas caminaron hacia ella. Estaban vestidos iguales por lo que supuso que serían empleados de la casa.

-Permítame, señorita.- le dijo un hombre de unos 45 años mientras pasaba a su lado y sacaba su equipaje del maletero del auto.

-Yo puedo…-

-De ninguna manera.- dijo gentilmente el hombre cargando las maletas y dirigiéndose a la casa. Entonces se fijó en un hombre que vestía diferente. Más elegante, Como pingüino.

-Buenas tardes, padre.- dijo con una sonrisa saludando a su tío.

-Buenas tardes, Bernardo.

-Buenas tardes, señorita.- ahora se dirigió a ella haciendo una reverencia ¿pero qué…?- Bienvenida. Adelante por favor.

-Gracias.- ¡estaba nerviosa! Cuando entró a la mansión se sintió incómoda ¿qué hacía ella ahí? Tenía ganas de salir corriendo como desquiciada.  Llegaron a una puerta de madera. Bernardo tocó dos veces y abrió para cederles el paso. Se quedó inmóvil mientras su tío entraba a la habitación. Al notar su ausencia, el anciano volvió su vista atrás, buscándola.

-Ale, entra.- la animó con una sonrisa. Respiró hondo tres veces antes de colocar un pie delante del otro.

La habitación era un despacho. Las paredes estaban adornadas con cuadros, habían repisas con libros, trofeos y del lado derecho un elegante escritorio y de pie detrás de él, el conde. Su padre.

 

El conde no le quitaba los ojos de encima, le sonreía y ¡de verdad se parecía mucho a ella! ¿O ella se parecía a él? El hombre vestía un pantalón gris, una camisa blanca de manga larga y un chaleco igual gris encima. Se veía bastante cómodo y joven.

-Hola, Alejandra.- la saludó con una voz ronca y profunda. Rodeó su escritorio y caminó hacia ella sin detenerse y sin perder la sonrisa. La abrazó. Ella no sabía que hacer, su padre la tenía presa entre sus brazos. Solo atinó a rodearlo por la cintura y descansar la cabeza en su hombro. Su papá olía a limpio, a aire fresco.

-Hola.- dijo con la voz quebrada.

-Bienvenida a casa.- su padre se separó un poco de ella y la sostuvo de los hombros.- ¡Mira que grande estás! ¡Y qué guapa!

-Eso lo heredó de mi.- dijo su tío.

-Sin duda, Sebastián.- le contestó el conde al anciano. ¿Sebastián?  ¿Por qué le hablaba con tanta familiaridad?- Ven, siéntate aquí.- La condujo hasta uno de los sillones.-¿Qué tal el viaje?

-Eh…- se sentía rara al estar hablando así con su papá. Tenía tanto que decirle, que preguntarle, que reprocharle y parecía que un ratón le hubiera comido la lengua.- Estuvo largo y cansado.

-¿Qué te parece la región?

-No he podido pasear por aquí.

-Ya veo.- el hombre seguía sonriendo.- Ya tendrás tiempo para disfrutar del valle, estoy seguro que te gustará.

-Si, gracias.

-De nada. Ésta es tu casa.- le tomó ambas manos.- Siéntete cómoda aquí. Estás con tu familia.

Su tío, que se había mantenido a unos metros de distancia, se acercó.

-Bien, creo de debemos hablar de las condiciones en las que serás presentada.

-¿Ah? ¿Cómo?- ¿Qué?

-Verás, estoy feliz de que vengas a vivir aquí, – empezó a decir el conde- pero mi posición requiere de cierta imagen, de cierto cuidado. Mi familia se ha hecho cargo de este condado desde hace seis siglos y es un honor. La responsabilidad de ser un conde es muy grande. Tú eres mi hija y yo soy tu padre, nadie puede cambiar ese hecho. Sin embargo, ni mi familia ni la Corona saben de nuestro parentesco y –

-Quieres que se mantenga así.- completó ella con el ceño fruncido.

-Eso sería lo ideal.

-¿Tu sabías esto?- Le preguntó a su tío solo para confirmar. El anciano asintió. Regresó la mirada a su papá.- O sea que me trajiste aquí para conocerme y luego negar que soy tu hija. ¡Me trajiste aquí para negarme tal y como lo has hecho todos estos años!- le gritó al conde furiosa, paseando por la habitación.

-¡No, hija, no!

-¡No me llames hija!- Bramó furiosa.-  Me importa un carajo tu posición o la de tu familia. No me interesa tu dinero ni tu título ¡yo solo quería un padre!

-¡Y aquí estoy! ¡Aquí estoy!- el hombre se acercó y la sujetó de los antebrazos.- aquí estoy.- repitió más tranquilo.- Las cosas en la vida no son sencillas. Nada me daría más orgullo que presentarte como mi hija, pero las circunstancias son difíciles. Lo entenderás poco a poco.

-¿Quién diré que soy? ¿La hija del lechero?- preguntó con amargura.

-Bien podrías serlo, eres igual de gruñona que él.- dijo divertido su tío.

-Viejo bobo.- No pudo evitar sonreír un poco.

-No serás la hija del lechero. Serás la hija de mi difunto primo Antonio. Desde muy joven se la pasaba viajando por el mundo y casi no se le veía por aquí. Era un cosmopolita.

-Antonio era muy alegre y divertido – continuó su tío.- Siempre iba de un lado a otro. Diremos que en uno de esos viajes se casó y tú eres producto de ese matrimonio.- ¡¿Eso era enserio?!

-¿Y si me preguntan por él?

-Dirás que se separó de tu madre poco después de tu nacimiento y que casi no te visitaba,

-Eso es casi la verdad.- dijo cruel.

-Aquí está la historia que contarás.- le dijo su padre entregándole un portafolios.

-Tuvieron tiempo para planear todo esto ¿no?

-De hecho se me ocurrió a mi.- reconoció el anciano.

-Y yo que pensé que los sacerdotes no mentían.

-Los sacerdotes no mienten, los tíos sí.

-Siendo hija de mi primo Antonio, nadie cuestionará tu posición en esta casa ni tu parecido conmigo.

-¿Por qué no?

-Tony y yo éramos los más parecidos en la familia, parecía mi hermano y no mi primo. Y con respecto a tu posición, bueno, de esa manera ya tienes mi apellido aunque en el acta él aparezca como tu padre.

-¿Acta? ¿Cuál acta?

-Está en el portafolios.- murmuró su tío.

-Esto es una tontería.- Lanzó el portafolios sobre el escritorio, sin importarle si rompía algo.- ¿Para qué me trajiste si ibas a hacer todo esto? Me hubieras dejado en donde estaba, lejos de ti y de tu familia perfecta.

-Tú eres mi familia.- Le recordó su papá.- Te guste o no llevas mi sangre y tengo todo el derecho y la responsabilidad de velar por ti y tu futuro. No iba a permitir que la siguieras pasando mal cuando aquí tienes el mundo a tus pies.

-No quiero el mundo a mis pies. Ya me conoces, te conozco… déjame ir. Puedo volver a mi universidad, volver a mi departamento.

-De ninguna manera.- Dijo firme el hombre.- Te quedarás aquí y recibirás el trato que te mereces por ser parte de esta familia.- ¿Qué podía hacer? Una parte de ella quería mandar todo al carajo y correr a casa pero... otra parte de ella quería pasar tiempo con aquel sujeto. En el fondo de su corazón anhelaba tenerlo en su vida.

-De acuerdo, hagamos algo. Me quedaré pero si esto me desagrada me marcharé.

-Ale –empezó a decir Sebastián.

-De acuerdo.- Intervino su papá.- Tenemos un trato.- Estiró la mano para estrechársela.-Hay… algo más.- El conde titubeó un momento.- No puedes decir que Sebastián es tu tío ni mencionar el nombre de tu madre.

-¡¿Qué?! ¡No negaré a mi madre!

-No te pedimos que la niegues, solo que omitas su nombre.

-¿Porqué?

-Tu madre vivió aquí varios años y muchos saben de la relación tan… estrecha que tuvo con Guillermo. – decia su tío.- Alguien perspicaz podría atar cabos y descubrir tu verdadera identidad.

-Ustedes son increíbles.- estaba molesta.

-Estoy seguro de que un día nos perdonarás.

-Yo no estaría tan segura, tío.

-Esas son las circunstancias, sé que no es lo que esperabas pero eso no quiere decir que no seas mi hija. Estarás bajo mi protección hasta que muera.

-¿O sea que seré prisionera de ésta casa?

-No. Eres libre de entrar y salir. Pero nunca dejarás de ser quien eres.

-¿Y quién soy?

-Eres Alejandra San Román, miembro de la Casa de Castilnovo por derecho de sangre. Con los privilegios y responsabilidades que eso conlleva.- su padre le hablaba con seguridad y firmeza.- Asistirás a la universidad y terminarás la carrera, tendrás todo mi apoyo para estudiar algún posgrado o lo que elijas como futuro profesional, desenvolviéndote siempre con decoro y honor.

-¿O sea que debo ser una niña fresa estirada?

-No, solo no seas tan odiosa.- comentó su tío.

-Ser aristócrata no significa ser estirada (¡Tris!).- la reprendió su padre.

-¿Ah no?

-Es un verdadero trabajo. Como te decía, asistirás a la misma universidad a la que han ido todos los miembros de esta familia y a la que actualmente asiste tu hermana menor, mi hija Cristina, que está en primer año de Comercio Internacional.

-Qué raro suena eso.- susurró.

-Guillermo. – empezó a decir el cura.- Alejandra y Cristina ya se han visto.

-¿Cómo?- Su papá miró a Sebastián y luego a ella así que se dispuso a responder.

-Ella estaba comprando en el pueblo y yo me acerqué a comprar también y nos conocimos. Le dije que me llamo Alejandra.- Su papá la miró un momento sin decir nada. Parecía estar pensando como manejar esa situación.

-De acuerdo. No pasa nada. Si dice algo al respecto, simplemente dile la verdad. Que llegaste hace un par de días pero aun no te sentías segura de venir hasta aquí. Dile que la instrucción que tenías era presentarte con el padre Sebastián y él te traería hasta aquí, pero que le pediste como favor quedarte ahí estos días.

-Como digas.

-Te explico rápidamente: en la casa vivimos seis personas. Mi esposa Sofía, mi hermana Angélica y mis hijos. Aparte de Cristina, tengo dos hijos más: Memo y Sofi. Te los presentaré a la hora de la cena. ¿Te quedarás a cenar con nosotros, Sebastián?

-¿Alguna vez he rechazado una invitación del conde?

-Me temo que no. Alejandra recuerda que estás en tu casa.- le dijo el conde antes de presionar un botón a un costado del teléfono. Segundo después la puerta se abrió y entró Bernardo.

-Con permiso. ¿En que puedo servirle, su excelencia?- Soltó un bufido ¿Excelencia? Que gay sonó eso.

-Lleva a Alejandra a su habitación, por favor.- ¿Ya, era todo? ¿La enviaba a su habitación?

Resignada, tomó el puto portafolios y su mochila y salió del despacho sin mirar a los dos hombres ahí.

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Espero comentarios.

 

!Travesura realizada!


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