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ACCEPTANCE por Osaki

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Notas del fanfic:

NOTA: Tengo otras historias que no he concluido pero sinceramente no sé cómo continuarlas, en adelante espero poder hacerlo sin embargo algo nuevo vino a mi cabeza, no soy buena escribiendo, sólo quiero compartir un poco de lo que mi mente puede crear.

 

Había pensado en mudame a Wattpad, publiqué éste fic allá como mi primera obra en esa plataforma, si lo ven, soy yo.

Sinceramente me desanima un poco estar sola por allá esperando a que alguien lea o comente algo, aquí al menos  hay mayor visitas de lectura y me da ánimos para continuar.

 

Si estás aquí leyendo esto, gracias. 

Mamá era la más bella de todas...


 


¡Lárgate de aquí! ¡Largo! ¡Vete! ¿¡Qué quieres!?  ¡Yo No quiero verte nunca más!


 


Tía dice que no importa cuán bueno seas la gente siempre te encuentra un defecto.


 


Cielo, por favor… Tranquilízate.


―Ya no lo soporto, no me hagas esto… no me obligues a vivir así.


―Cariño…


 


Para la gente, incluso ser bueno es un defecto.


 


¡Basta! ¡Le haces daño!


―¿¡No ves que esto es una maldición!? ¡Su cabello! ¡SU HORRIBLE CABELLO NO PARA DE CRECER HAZ ALGO! ¡DEJA DE ATORMEMTARME! ¡DÉJAME EN PAZ!


 


Papá dice que no es que el mundo sea malo, él dice que las cosas pasan por algo, y que las personas que son malas, lo son por algo y hay que entenderlas, sólo tienen miedo…


 


Deja de sonreír, no les mires, ¿no te das cuenta que sólo se burlan de ti?


 


A mis seis años yo todavía no entendía bien nada de lo que me decían… Ojalá lo hubiese hecho.


 


 


 


 


 


 


Recuerdo que cuando era pequeño mamá solía ser más cálida, solíamos jugar juntos a veces, horneábamos cosas ricas, adoraba que ella hiciera pasteles mientras yo cortaba las galletas en moldes divertidos.


A veces mamá solía ponerse a llorar, la oía discutir con papá. Él nunca le levantó la mano, mamá en cambio le arrojaba cosas y hasta a veces intentaba arañarlo, recuerdo que los oía gritar… pero no recuerdo el porqué.


Tía solía visitarnos a menudo, era la hermana menor de mamá, siempre me traía algún que otro chocolate y juguetes de esos que aparecían en la televisión, de los programas más populares, me consentía mucho y siempre me repetía lo lindo y bueno que era.


No sé en qué momento todo cambió, sólo recuerdo a mamá gritándome a menudo, por todo, por nada, papá la detenía y entonces peleaban los dos. Cuando cumplí ocho años mamá no lo soportó más, me golpeó hasta que mi rostro parecía más una masa hinchada que yo… Papá y tía decidieron que lo mejor era que me fuera con ella y con la abuela, aunque esa no fue la mejor decisión.


Abuela no era muy buena conmigo, decía que le había arruinado la vida a su hija, que yo era la causa de que ella no tuviera una vida normal.


 


 


¿Sabes? Tu papá fue lo mejor que le pudo ocurrir a tu mamá, yo siendo él la dejaba por loca ―tía comenzó a reír como si fuera algo sin importancia―. Él en serio la ama. Y ella apenas se da cuenta, tranquilo cariño, todo estará bien, tu papá es muy fuerte y tu mami ya está mejor.


 


 


Tía decía que yo era muy lindo, y que me parecía muchísimo a mamá, si era lindo al menos eso no me sirvió de mucho más que para vivir tranquilo por como tres años, en la escuela yo era como un fantasma, apenas y hablaba, a decir verdad creo que era un poco atolondrado, pero tampoco me molestaban así que todo estaba bien y para cuando decidí que quería hacer crecer mi cabello nadie se opuso y tampoco nadie lo notó.


O eso creí…


 


Tía Sadame era muy linda conmigo, compensaba con su amor todo el repudio de abuela hacia mí. Papá venía a verme cada vez que podía, aunque fuera sólo para darme las buenas noches o buenos días, me llamaba a menudo, durante esos años jamás hablamos de mamá… Siempre quise mucho a papá.


Para mi cumpleaños número once, papá y tía me llevaron a todo un día de juegos que jamás olvidaré, y al día siguiente, que era un domingo, papá me llevó de paseo con él y recorrimos la ciudad como si nada importara más que nosotros; me habló de que mamá me extrañaba y lamentaba mucho algunas cosas. Al final del día fuimos a casa ―mi antigua casa― mamá me esperaba con un pastel y un pequeño regalo… su cajita de música favorita, la que tenía la melodía que me ayudaba a dormir en las noches, papá me regaló el anillo que más le gustaba también y como todavía mis dedos eran muy delgaditos para usarlo mamá me ayudó ocupando una cadenita para que lo llevara al cuello. Jamás fui tan feliz como en aquel fin de semana, mamá me amaba y yo a ella, papá siempre me quiso y era fuerte para nosotros, por fin todo sería maravilloso. Ése día ambos me contaron que en cuanto terminaran las clases, a mediados de verano, nos iríamos a vivir a otra ciudad los tres.


Mamá… mamá me abrazó y llenó de besos aquel día y me dijo con lágrimas de dicha que tendría un hermanito o hermanita, papá dijo que debía quererlo y cuidarlo mucho. Sería un nuevo comienzo para nosotros.


Una semana después tía se fue de excursión con su clase, me quedé solo con la abuela y aunque en un principio cuando era más pequeñito me asustaba que me golpeara y que me regañara, para ése momento ya  tenía la maña y cumplía con todos los deberes de la casa de forma que abuela no pudiese decirme nada y casi no nos viéramos salvo que ella necesitara algo, yo nunca le pedía nada; aquel día sin embargo abuela dijo que tenía una sorpresa para mí.


Me regaló ropa bonita aunque parecía de niña por los ajustes y colores, fui a asearme tan prolijamente como tía y mamá me habían enseñado desde muy niño, abuela vino y me ayudó a peinarme ondulando un poco mis cabellos, dijo que fue buena idea hacerme crecer el cabello, “para que me viera más adorable”.


 


Recuerdo que una noche tía Sadame y yo vimos una película de acción que me gustó mucho ya que de entrada me identifiqué bastante con la co-protagonista… “(…) ¿La vida siempre es así de dura o es sólo así cuando eres niño?”.Dentro de mí aquella frase hizo eco mientras caminaba tomado de la mano de la abuela para pasear por la ciudad. La única vez que la vi tan cariñosa conmigo… debí presentir que algo andaba mal.


 


Fuimos en metro y nos alejamos bastante de casa, dimos un paseo por el centro comercial y abuela me observaba bastante extraño todo el camino. Paramos a comer un helado en una plaza poco concurrida, mi nieve era de canela y me ayudó a cargar energías por todo el viaje. Parecía que sólo hacíamos tiempo, pero aunque me preocupaba, me daba mucho más miedo preguntar. Por quinta vez aquel día, la abuela recibió una llamada que contestó como las anteriores cuatro, alejada de mí. Mi corazón temblaba…


El sol se iba y el tenue naranja que coloreó la ciudad marcó el final. Un automóvil muy bonito se detuvo en una esquina de la plaza y abuela me tomó de la mano, eché a la basura el envase de mi helado, me arregló el cabello y caminé con ella a través de la plaza, nos dirigíamos al auto bonito.


 


―¿Te gusta Hideto? ―me preguntó, y algo temeroso asentí, no me salía la voz― ¿te gustaría subir? ―y ni siquiera respondí. Abuela me ordenó subir, los señores del auto parecían sus amigos, hablaron un rato y no pude oír qué decían, luego cerró la puerta y se despidió de mí con la mano. Fue la última vez que la vi, a ella y su sonrisa entre torcida y culpable.


 


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