Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

En lo referente a las letras de las canciones, intentaré optar por la traducción que mejor quede con el texto. Dado que no tengo ni idea de coreano, espero que quede lo más fiel posible. 

Otra vez el mismo jadeo se cuela entre mis oídos, el mismo sonido que en las últimas semanas se ha ido volviendo tan conocido y significativo como la alarma de mi despertador. Y sin embargo, ese jadeo no implica otra cosa que el comienzo de otro extraño sueño de estos míos, tan húmedos, caóticos, y sobre todo, intrínsecamente raros.

No falla, en cuestión de segundos, notó la tensión de unos muslos aferrándose a mi espalda. Un olor a sal y pétalos de rosa a punto de marchitarse invade mi nariz, mientras un cilindro de fuego y carne prende mi vientre. Él se está frotando contra mi cuerpo inmóvil, paciente. Así es como siempre comienza. Cada vez que me quedo dormido viene a mi, y hace lo que quiere, y yo no soy capaz ni de mover un músculo. La cosa empezó hace ya casi un mes y se repite noche tras noche, como un siniestro ritual al que he sido invitado sin mi conocimiento. Él aparece, me posee y se desvanece cuando ya está satisfecho.

No es que me queje, la verdad. Él siempre me trata muy, pero que muy bien. Como si hubiera estado adiestrando a mi cuerpo para responder al suyo, sé que solo me basta sentir su perfume decadente y su ardiente piel contra mí para ponerme dolorosamente duro. Ese diablillo tiene muy claro lo que quiere. Yo, se lo entregaré gustoso a cambio de un poco de diversión, aunque luego me despierte vacío y confuso en mi cama.

Mi sangre, mi sudor y lágrimas; mi último baile. Tómalo todo.

Entonces, él se mece sobre mí, y aquella lenta y tortuosa danza hace que mi cabeza se sature de electricidad. Cada vez, pienso con mayor dificultad. Seguramente, ese es su truco para tenerme a su completa merced. El tierno orificio se cierne sobre mi y me va devorando goloso, hasta que consigue enterrarme dentro de él por completo. Una potente ráfaga de energía recorre todo mi espinazo. Estoy tan excitado que creo que podría llorar, así que él me consuela moviendo esas estrechas caderas como si llevara a cabo una danza lasciva y monstruosamente lenta que consigue hipnotizarme. El calor, la presión de toda esa carne cálida y deliciosa estrángulándome casi me vuelven loco. Miento, lo que termina de llevarme a la locura es su voz, pues el jadeo se ha convertido en sollozo, que hiere el aire como un carámbano de hielo partiéndose en mil pedazos. Es aguada, desgarrada, hermosa.

Mi sangre, sudor y lágrimas...

Mi cuerpo, corazón y alma también, son todos tuyos.

Sé que esto es un conjuro para castigarme.

Como siempre, esta mortal demora con la que me va caldeando, me deja sin aliento. Sin ser apenas dueño de mis movimientos, echo la cabeza hacia atrás, en un vano intento por zafarme de las piernas, delgadas pero fibrosas y fuertes que me atan como cuerdas metálicas. Mi coronilla da contra algo duro. ¿Una pared quizá? No, es demasiado rugoso e irregular. Parece la corteza de un árbol. En ese momento, me doy cuenta de que veo algo. Es la escasa luz del sol colándose entre las hojas. ¡Sí, es un árbol! ¡Un momento! ¿Puedo ver?

Es curioso que precisamente ahora pueda saber dónde estoy. En casi todos mis sueños anteriores, reinaba la nada. Lo único que he sido capaz de percibir hasta este momento eran todas y cada una de las sensaciones con las que él me dominaba. Ni tan siquiera he podido verle a él, mucho menos corresponder a cada una de sus caricias. Por mucho que me fastidie, me suelo quedar sentado e inerte como un inútil maniquí. Me encantaría poder moverme, volverle loco como él me lo vuelve a mí. Destrozarle, morderle, besarle...

¡Joder, me muero por verle la cara! Digo yo que es normal querer saber con quien estoy follando. Supongo que al menos tendré derecho a ello, ¿no? He intentado mover el cuello, alzar la mirada, unas cuantas veces. Pero era inútil, me quedaba clavado en el sitio hasta que aterrizaba sudoroso y pringoso en mi cama. Sin embargo, esta vez he sido capaz de moverme un poco. Incluso he podido ver el escenario donde lo hacemos.

De pronto, recuerdo una cosa, un detalle muy importante en el que todavía no había caído: este es mi sueño. Mucha gente cuenta cómo, con esfuerzo, puedes cambiar el final de una pesadilla si te enfrentas a ella. De la misma manera, tal vez yo pueda encararlo por fin. Intento controlar la respiración y me concentro en los músculos de los hombros, como si adoptara un sogui (postura de combate). Me preparo para flexionar la nuca y echar un vistazo a ese misterio rostro que tanto me intriga. Poco a poco, y ante mi sorpresa y regocijo, las fibras musculares empiezan a ceder, plegándose a mi voluntad.
Entonces, cuando me dio cuenta de que estoy a punto de poder verlo, un terror infantil a sentirme decepcionado quiere hacerme titubear. ¡Ay, no! ¿Y si es un error? ¿Y si resulta que es un incubo demoníaco con cara de monstruo? Desde luego, eso sería todo un bajón.


La visión final me deja sin aliento de nuevo, mientras me percato, felizmente, de hasta qué punto estaba equivocado. No sólo no es un monstruo, es lo más bonito que he visto en mi vida.

Tal y como había notado en nuestras múltiples uniones pasadas, tiene un cuerpo pequeño y delgado, cubierto de ligeras curvas contradictorias por las que parece que se va a quebrar de un momento a otro, como una figurita de origami. Todo en él parece pintado con tinta china: sus hombros estrechos y redondos, su estómago plano y firme, la delicada curvatura de su espalda, de un equilibrio delirante e inestable como un arco a punto de ser disparado. Bajo ella, se erigen un par de turgentes y duras nalgas apretándose contra mis piernas. No puedo evitarlo más, necesito estrujarlas.


Mis dedos se hunden ansiosos en ellas, intentando registrar aquella placentera sensación, grabándola a fuego en mi cerebro. Él pega un respingo y hace un gracioso mohín consternado por mis súbitos gestos. Su flequillo, espesísimo y de un azabache profundo y brillante como el ala de un cuervo, cae sobre su pulida y satinada frente. Sus ojos son igualmente oscuros, pulidos y punzantes como una daga de obsidiana, pero resplandecientes como el firmamento de verano. Son tan rasgados que parecen brotar de los párpados como si un meticuloso artesano los hubiera tallado, horadando la piel. A pesar de ello, no pueden ser más grandes. Me miran con rabia, desconfianza y pudor desde su extremo más puntiagudo, como un enorme abismo. Sí, en el todo parece estar pintado con tinta, especialmente ese pelo y esos ojos, oscuros como una noche de luna nueva. En contraposición, la piel resulta totalmente pálida. Es blanquecina como la porcelana y al igual que esta, parece irradiar luz propia, hasta el punto de enmascarar un ligero tono amarillento, como de melocotón a medio madurar.

Sin embargo, tiene un rubor incandescente que le nace en las mejillas y se extiende coqueto hasta los hombros, imposible de disimular. Así, la llama de su piel cruza el discreto y elástico puente de un nariz pequeña, recta y con una punta sabiamente esculpida, que la deja a medio camino entre chata y respingona. Justo debajo, se entreabre una boca pequeña ribeteada con dos labios nacarados y rosáceos como un capullo de rosa a punto de abrirse, y dentro de ella se asoma un lengua rabiosamente roja. La mandíbula y el cuello parecen una obra de alfarería antigua, con unas líneas cuya redondez y finura habrían sido calculadas con mimo. Mientras, el pecho se muestra firme pero escuálido, tanto que resulta irreal que un espacio tan escaso puede albergar un par de pulmones y un corazón, coronado con un par de deliciosos pezones, rojizos como la guinda de un pastel.


Todo en él es una puñetera obra de arte, y en medio de toda aquella simetría angelical, supura un aura tentadora y corruptora, como chocolate derretido, que me hace la boca agua.

Melocotones con nata, más dulces que el propio dulzor.

Mejillas de chocolate y alas de chocolate.

Pero fue el diablo el que te dio esas alas.

Haces que sea aún más dulce tras la amargura.

 

Las palabras se me escaparon con la torpeza de un borracho y el entusiasmo de un niño.

-Eres precioso- suspiro.

A pesar de que tiene una voz suave y aterciopelada como el lomo de un gatito, lo que dice suena a mezcla de protesta infantil y alguien ahogándose comiendo un pulpo vivo.

-Mwolagu?

¿Perdón?- respondo yo, todavía incrédulo por las palabras que, a modo casi de hechizo de magia arcana han surgido de su boquita de piñón.

Pero las sorpresas no terminan ahí. A penas me estoy reponiendo cuando de pronto sí soy capaz de entender lo que dice.

-¿Que qué has dicho?- insiste él, en algo que se me hace tan comprensible como un perfecto castellano.

-Yo, yo...-titubeó todavía confundido.

¿Debería escurrir este vergonzoso bulto? ¿O debería volver a armarme de valor como hace sólo unos segundos? ¡A la mierda, estamos en un sueño!

-He dicho que eres precioso.

Me da la impresión de que él me ha entendido, porque la cara se le ilumina como un farolillo rojo. Esa reacción tan pura me hace sonreír casi sin darme cuenta. No se puede ser más adorable.

-¿Qué? - pregunta mientras mueve los brazos con curiosos aspavientos.- ¿Yo? ¿En serio?

Está completamente distraído, con la guardia baja, y ese es el momento que aprovecho para vengarme. Usando un llave básica, hago con mis rodillas y muslos un movimiento de palanca que lo tumba sobre el suelo, quedándome ahora yo encima de él. Una curiosidad impaciente me lleva a morder esos tentadores labios sonrosados y jugosos. Saben a fresa ácida y tienen la consistencia gelatinosa pero dura al mordisco, de una golosina. Su tóxico dulzor me embelesa como una droga. Cuando me separo de ellos, él me regala un sollozo de éxtasis. Pero no he tenido suficiente: sigo besándole la piel del cuello, que me inyecta traviesos garrampazos de placer en los poros. Mis labios descienden descontrolados por su clavícula. Quiero consumir lentamente todo su cuerpo como si fuera un manjar en un restaurante de lujo. Por su parte, él me va colmando de su maravilloso y adictivo veneno con cada uno de sus toques.

Bésame aunque duela.Ven, átame más fuerte hasta que ya no pueda más.

Cariño, no me importa emborracharme de ti. Te beberá ahora.

Vas a pasar por lo más profundo de mi garganta como si fueras whiskey.

 

Sus piernas, elásticas y poderosas, se anclan a mi espalda cuando me internó salvajemente en él. Un gemido de lujuria explota en mis tímpanos. Sus dedos, largo y delicados, se aventuran entre mi pelo, creando a su paso un sendero de cosquillas. Me incorporo solo lo suficiente como para poder observarlo. Tiene la cara con la barbilla hacia arriba, congestionada por el esfuerzo de soportar mi peso y la fuerza de cada uno de mis arrebatos. El pelo, antes sedoso como hebras de seda negra, se le enreda, empapado en sudor. Se muerde los labios que han ido tornándose casi carmesíes y entorna los ojos como si estuviera intentando acordarse de alguna plegaria. Ronronea incluso cuando no lo toco. Incluso entonces, no deshace su abrazo de serpiente. Ese en el instante en que dio cuenta de que no hay porqué reprimirse: a él le encanta que se lo hagan duro. Tomo una de sus piernas para afianzar mi sendero, directo al centro de su ser. Él aúlla de placer cuando me vuelvo a inmiscuir en él.

“ Te deseo más y más”

Él arremete estrechándose a lo largo de mi, sofocándome, intentando doblegarme con todo su cuerpo. Sus uñas se clavan en mi cuero cabelludo y en mi espalda, como si quisiera marcarme como suyo. Su sudor me empapa y me baña el pecho con su aroma, mientras sus gemidos amenazan con enloquecerme. Son cantos de sirena, que yo intento acallar de tanto en tanto con más besos almibarados. Nuestras caderas han empezado a chocar al mismo son, simplemente no podemos dejar de moverlas, y al mismo tiempo que él me ahoga lascivo, llego a la conclusión de que este es el momento más feliz de mi vida.

Bésame en los labios. Un secreto sólo entre tú yo.

Soy totalmente adicto a esa prisión dentro de ti.

Para no servir a nadie más que a ti, bebí el cáliz sagrado

y ahora envenenado estoy.

Entonces lo noto. Reconozco la sensación en cuanto la siento, por tantas veces que me la he machacado en soledad. No me queda más remedio que aceptar que me queda poco tiempo, me siento al límite como la cuerda de un violín que ha sido rasgada con demasiada pasión. Debo aprovechar los últimos momentos con la mayor destreza que mi poca experiencia me dejan. Pero, esto sigue siendo un sueño, ¿no? ¡Hagamos que sea épico!

Le dedico una sonrisa de lobo, y lo suelto momentáneamente mientras lo cambio de posición. Él se deja hacer, agotado por todo el ajetreo anterior y sorprendido de nuevo. Lo pongo de espaldas a mi, a cuatro patas, y lo penetro por detrás. Tan húmedo está que se abre ante mi como mantequilla y tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no derretirme nada más entrar. Pero lo logro, le alzo el torso, para poder morderle el cuello. Con una mano le sostengo, pellizcándole los pezones y la otra se aferra al pequeño hierro candente que se levanta en lo más bajo de su vientre. Él grita lujuriosa y deliciosamente ante el nuevo envite. Empieza a temblar como una hoja de otoño a punto de ser arrastrada por el viento. Sus orejas, pequeñas y tiernas, están brillando, rojizas al igual que brasas. Con una astucia endiablada, él arremete contra mi, encerrándome con más ahínco, sacudiéndose como si fuera su último baile. Nadie salvo él podría castigarme con tanta dulzura. Nadie podría ser tan perfecto para mi.

Mátame lentamente.

Cierro los ojos ante tus caricias.

De todas formas, no puedo negarme.

Ya ni siquiera puedo huir.

Eres demasiado dulce, demasiado dulce.

Porque eres demasiado dulce.

Consigo que él se venga un poco antes. Noto como sus fluidos se escurren entre sus tiernas ingles y me dio permiso para dejarme arrastrar por la marea que se ha acumulado dentro de mi. Un mar blanco de absoluta abnegación me inunda las neuronas. No puedo pensar en nada más que la enormidad de la sensación que me embarga. ¡Sí, señor! ¡Este es el puto mejor momento de mi vida! Siento como si me hubieran drenado todas las fuerzas y caigo rendido al suelo, con la hierba picándome en el rostro. Él, que está justo a mi lado, me sonríe, todavía entre jadeos. Dios mío, es dolorosamente encantador, parece que brillara con luz propia. Es un hecho: lo deseo, tanto que quiero gritar y volver a tirármelo: una y otra vez, hasta que me seque por completo. En vez de eso, le peino el desordenado flequillo.

—Gracias— susurra él—. Esta vez ha estado muy bien, pero ahora tengo que irme.

Siento un punzor de miedo y rabia desesperada, aguijonearme el corazón. ¿Cómo? ¿Tan pronto? ¡Cuando por fin consigo verle! Una resolución se abre paso entre mis ajetreadas neuronas: tengo la imperiosa necesidad de saber quién es ese chico. Le tomo del brazo con todas mis fuerzas como si creyera que así podría retenerlo. Pero es muy tarde, lo veo volverse traslúcido y desvanecerse lentamente ante mis ojos.

—¡Espera un momento! —le pido—. ¿Cómo te llamas? ¡Necesito saber tu nombre!


Él me mira algo desconcertado por mi impulsividad, pero termina por sonrojarse deliciosamente. Sin embargo, lo que sale de su garganta, más que un nombre, parece otra maldición impronunciable.

—Lee Soo Jin —responde, justo antes de desaparecer.

Poco a poco, noto como el lugar, lleno de árboles y sol, casi paradisíaco en el que me encuentro, empieza a llenarse de brumas. Soy presa del vértigo, a punto de caer desde una altura muy, muy elevada, al mismo tiempo que voy haciéndome consciente del lugar que ocupan mis verdaderos pies y brazos en mi cama. En el descenso, intento memorizar el nombre que él me ha recitado, como si fuera un hechizo que pudiera volver a atraerlo hacia mi.

“Lee Soo Jin, Lee Soo Jin, Lee Soo Jin...”

Por desgracia, un horrible graznido acalla mis pensamientos:

“Na pichaaaaaaa nomuuuuuuuuuul. Na masaaaaaaaaaaaaachi machumuuuuuuul da gayagaaaaaaaa gaaaaaaaaa, gaaaaaaaaaaaaaaaa... Na pichaaaaaaaaaaaaa nomuuuuuuuul, na chagaaaaaaaaaa sumuuuuuuuuuuuul da gayaaaaaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaaaaaaa.... ¡¡GÜANJE MANI MANI, MANI MANI!!!”

Teniendo en cuenta los brutales ruidos que provienen de la habitación de al lado, no tardo en concluir que la culpable de mi horrible despertar no es otra que mi hermana mayor, con lo que ella cree que es su homenaje matutino a sus malditos, adorados BTS. Yo, que para mi desgracia ya me conozco la canción, me tapo la cabeza con la almohada.

—¡¡ NEUS!! TU PUTA VIDA— grito irritado.

—¡MAMÁ! —me acusa ella—. ¡Ascolta el que em diu el Pau! (escucha lo que me dice Pau)

—¡Nens! —responde mi madre, también en catalán— ¡Deixeu de cridar i veniu a esmorzar! (Niños, dejad de gritar y venid a desayunar.)

Notas finales:

Espero que les guste. Tardaré bastante en actualizar. Espero que no sea un problema. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).