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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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 Capítulo 1

La primera impresión

Edward se encontraba en el aula magna de la universidad católica de Seattle, donde el reconocido doctor John Flynn, impartía una cátedra sobre las diversas fobias o traumas psicológicos que se podían curar con hipnosis, demostrándoles a los alumnos cómo ejecutar una sesión hipnótica satisfactoria y simple, con tan solo un metrónomo, la voz guía del psicólogo y la cooperación del paciente, el cual debía de estar relajado y cien por ciento decidido a hacerlo.

—Es muy difícil hipnotizas a alguien que no lo desea —acotó el doctor Flynn, el cual rodeó al joven que le serviría de conejillo de india para la demostración—. El paciente necesita estar seguro de lo que quiere y sobre todo mantener una relajación completa. —El psicólogo hizo andar el metrónomo, el cual comenzó a emitir el típico tic tac que ayudaría a que el paciente entrara en trance.

“Gracias a Dios que no me tomaron como conejillo de india”, pensó Edward. “No podría contener mis ganas de arrojarle todo por la borda al pobre hombre”. El solo imaginarse a Flynn tratando de hipnotizarle, le causó al vampiro una especie de regocijo cruel y burlón ante lo que por supuesto jamás conseguiría, hacerlo dormir o lo que era lo mismo que intentar llevarlo a una semiinconsciencia.

Siguió haciendo apuntes en su libreta, sacando información de un grueso tomo de psicología avanzando de quinto año, extrayendo de él todo lo que realmente le apasionaba de la psicología, los trastornos maniacodepresivos y los de identidad disociativo, restándole importancia a la hipnosis, ya que Edward deseaba estar con los enfermos realmente peligrosos, los asesinos, los que eran capaces de los más atroces actos, deseando entrar en sus mentes y ver qué era lo que realmente los motivaba a cometer aquellos nefastos actos.

“Me hubiese gustado mucho conocerte, Jack”, pensó, refiriéndose a Jack el Destripador, uno de los asesinos seriales más peligrosos de Europa, el cual hoy por hoy, era considerado la mente más perturbada y enferma que se pudo conocer a mediados del siglo XIX en East End de Londres, siendo aquel personaje, uno de sus favoritos y con el que se identificó en su periodo de vampiro rebelde de 1927, cuando decidió apartarse tanto de Carlisle como de Esme, usando su poder mental para atacar solo a la peor escoria de la sociedad. “A lo mejor eras solo un incomprendido”. Sonrió de medio lado ante aquella perspectiva personas sobre los motivos por los que Jack asesinaba a sus víctimas, tal y como él lo hizo hace ya mucho tiempo.

Siguió tomando notas, rememorando las diversas conversaciones que solía tener tanto con Jasper como con Emmett sobre dicho tema, sonriendo al recordar a sus hermanos y las locas ocurrencias del atolondrado “hombre mono”, como le solía llamar Rosalie.

—Para mí el tal Jack era un tostado. —Había alegado Emmett en aquel entonces, mientras los tres hermanos caminaban por el bosque de Forks, después de haber cazado varias presas—. Mira que ponerse a matar mujeres.

—Eran prostitutas, Emmett —comentó Edward pateando una de las tantas rocas del boscoso terreno.

—¿Y eso qué? —preguntó frunciendo el ceño—. Más loco aun, ¿en vez de follarselas las mataba? —Bufó por la nariz—. Qué loco, con lo divinas que son las mujeres. —Jasper apretó los labios en una extraña mueca que intentaba parecer una sonrisa, sin conseguirlo.

—No fueron solo mujeres, se le atribuyen otras víctimas, entre ellas varios hombres y creo que incluso niños. —Edward contempló el calmó rostro de su hermano Jasper, quien prosiguió—. Para ese entonces, yo ya era vampiro y me encontraba a merced de los encantos de María. —Ambos vampiros contemplaron el serio semblante de Jasper—. Se escuchaba desde este lado del planeta sobre él, pero nada en concreto, con los años se descubrieron muchos asesinatos que se le atribuyeron para ese entonces.

—Pues a mí me sigue pareciendo un maldito tostado. —Tanto para Edward como para Jasper, intentar tener una conversación inteligente con su hermano Emmett era pedirle peras al olmo, el corpulento vampiro había sido transformado cuando tenía veinte años, pero su mente parecía estar congelada en la corta edad de diez años y para ambos vampiros era una proeza tratar de hacerle entender las cosas al modo en el que ellos la veían—. Niños y mujeres… —Negó con la cabeza—. Maldito loco.

—Yo creo que Jack hacía justicia. —Emmett fulminó a Edward con la mirada, mientras Jasper pudo percibir la rabia que carcomía a su atolondrado hermano, ante los extraños pensamientos del irreverente vampiro—. Jamás se comprobó lo de los niños —alegó—. Y aunque lo de las prostitutas pueda sonar atroz, yo creo que Jack arrastraba dentro de sí mismo un desprecio hacia su madre, a lo mejor ella era una prostituta. —Siguieron caminando por el denso bosque—. Una que jamás lo amó. —Emmett volvió a bufar por la nariz.

—Tú y el tal Jack son unos dementes. —Edward sonrió, mirando a su hermano—. Bien lo dice Carlisle, deberías ser psicólogo, estás tan tocado de la sesera que a lo mejor entre locos se entienden.

—A lo mejor tengas razón —notificó Edward—. Por ahora no estoy muy seguro de querer estudiar psicología, ya que lo malo de que te transformen a los diecisiete años es que solo te queda repetir una y otra y otra vez la secundaria. —Los tres rieron ante aquello.

—Bueno, hermano… —alegó Emmett—. De no ser por eso jamás hubieses conocido a Bella.

Aquello trajo a Edward de vuelta a la realidad, una realidad que le recordaba el porqué ahora fingía tener veinte años, tomando la decisión de seguir al fin, la carrera de psicología y alejarse de Forks, al saber que Bella no solo había optado por casarse con Jacob Black, la joven estaba a punto de darle un hijo al lobo, imaginando que le quedaban pocas semanas de gestación.

“Pronto serás madre, Bella”. Aquello más que llenarlo de tristeza, le hizo sonreír, él había deseado devolverle a Isabella la oportunidad de tener una vida normal, alejada de los peligros que la rodeaban al ser novia de un vampiro, aunque el tener de esposo a un lobo, era sin duda algo que le preocupaba, al recordar como Sam había desfigurado el rostro de Emily, su imprima. “Espero que él pueda hacerte feliz y sobre todo que te proteja como yo no pude hacerlo”. Recordó cuando James estuvo a punto de asesinarla en Phoenix, odiándose por ello y sobre todo, cuando Jasper casi la mata en su cumpleaños. “Sin duda estarás mejor con él”

Intentó autoconvencerse, pero no podía evitar sentir un vacío en su interior, uno que no lograba llenar con toda la sangre del mundo, ya que después de perder a Bella o mejor dicho de abandonar aquella infructífera relación, Edward había intentado llenar aquel vacío con sangre, cazando a diario, tanto a animales como a humanos, sintiéndose completamente insatisfecho.

Las carcajadas del alumnado que presenciaba la hipnosis como método de curación mental, lo trajeron nuevamente de vuelta, percatándose de cómo el chico que habían logrado hipnotizar se chupaba el pulgar, hecho un mohín sobre el confidente.

—Hemos logrado llevar al joven a una etapa de su niñez donde pudieron estar radicados muchos problemas de conducta que se podrían eliminar por completo en un individuo con trastornos o fobias. —A lo que uno de los alumnos más cercanos al podio, le exigió.

—Erradíquele a ese infeliz la mala maña de hurgarse la nariz y rascarse el trasero en clases. —Aquello generó una nueva oleada de risas de parte de los casi cuarenta alumnos que habían decidido entrar a la cátedra de Flynn, el cual sonrió junto con ellos.

—El joven solo se prestó para ser hipnotizado, no cambiaremos nada de su personalidad y mucho menos de su conducta sin su consentimiento. —Todos comenzaron a abuchear al psicólogo, siendo el profesor Steven, el experto en síndromes y amigo del galeno, quien les exigiera compostura y respeto para con el psicólogo.

“Ya quiero que termine toda esta estupidez”, pensó Edward, retomando sus notas, sintiendo como el celular le vibró dentro del jean.

Sacó el Android, percatándose de cómo en la pantalla táctil se apreciaba el nombre de Carlisle en el mensaje instantáneo, desbloqueando rápidamente el aparato, abriendo la aplicación.

{Buenos días, Edward… espero que hayas decidido entrar a la cátedra que impartiría hoy el doctor Flynn}

El vampiro observó como el galeno, comenzó a hablarle al estudiante que había hipnotizado, tratando de sacarlo del transe, tecleando ágilmente sobre la pantalla táctil, respondiéndole a Carlisle.

{Justo ahora estoy presenciando cómo hipnotizó a uno de los estudiantes, no me parece el eminente psicólogo del que me hablaste, de hecho me parece un pelele}

Envió el mensaje, dejando el celular sobre sus piernas, retomando su acelerada escritura sobre las diferentes causas que generaban un trastorno maniaco depresivo, percibiendo como el Android volvió a vibrar, abriendo rápidamente la respuesta de su padre.

{Sé que eres muy difícil de sorprender, Edward… Pero dale una oportunidad, a lo mejor quiso comenzar con algo fácil y que los mantuviera entretenidos.}

Carlisle no se equivocó, el psicólogo intentó romper el hielo con aquella tontería de la hipnosis, consiguiendo que el grupo se distendiera y participaran en aquella simple ejecución, la cual le regaló de parte del alumnado los primeros aplausos, siendo Edward el único en no querer aplaudir al psicólogo, respondiéndole nuevamente a Carlisle.

{Pues lo ha conseguido, bien por el doctorcito… ¿Pero en verdad crees que sea buena idea que hable con él?}

Preguntó en aquel mensaje, enviándolo justo cuando los pensamientos de una joven le indicaron que estaba siendo escrutado por una de las alumnas, o eso pensó él, tal y como solía ocurrir normalmente en la universidad, donde la mayoría de las féminas suspiraban por él.

—¿Cuántos años crees que tenga?... ¿Veinte?... ¿Veintidós? —preguntó la chica, la cual le observaba desde la parte baja de las gradas del salón, a su derecha.

—Parece de dieciocho, eres toda una asalta cunas, Kate —comentó el joven que la acompañaba, después de cambiarle el lente a su cámara fotográfica, enfocándola en Flynn—. Desde que Elliot te dejó, no haces más que enfocarte en el primer chiquillo que se te pasa por enfrente. —A lo que la hermosa rubia respondió, golpeando el hombro del fotógrafo con su libreta de apuntes.

—Elliot no me dejó, yo terminé con él por apoyo moral a mi mejor amiga. —El joven fotógrafo de facciones latinas y tez bronceada, puso los ojos en blanco, después de tomarle unas cuantas fotos al psicólogo para lo que sería uno de los artículos médicos de la revista donde la periodista había comenzado a trabajar, después de haberse graduado, enterándose de aquella cátedra que impartiría el reconocido galeno esa mañana en la universidad, por medio de uno de sus amiguitos de universidad—. Tú no puedes decir nada, José —espetó la hermosa rubia, sin dejar de mirar a Edward, quien, a pesar de estar enfocado en la oratoria de Flynn, escuchaba perfectamente aquella conversación entre la reportera y el fotógrafo—. Desde que Ana te despreció, prefiriendo al multimillonario, tú decidiste volverte gay, eso es algo que yo aún no entiendo.

Aquello hizo sonreír a Edward, cubriéndose la boca con la mano con la que escribía, apretando con fuerza los labios ante aquella estúpida pero entretenida conversación entre ambos amigos o colegas, ya que el vampiro no tenía muy claro aún, qué relación los unía, si era fraternal o simple compañerismo laboral.

—Para tu información siempre fui gay, Kate. —José hizo un gesto amanerado con la mano—. Lo intenté con Ana, pero la verdad es que me dio igual que no me prestara atención. —Edward no pudo evitar enfocar sus ojos en ambos reporteros, observando escrutadoramente a la chica, la cual se le parecía bastante a Rosalie, aunque la reportera parecía tener mejor carácter que su hermana—. Así que después de que mi carrera como fotógrafo profesional ascendió, decidí salir del closet. —Volvió a hacer un florido gesto con las manos, justo cuando la reportera enfocó sus ojos en Edward, el cual miró raudo hacia donde se encontraba Flynn.

—Pues bien por ti —comentó ella restándole importancia a las palabras del chico—. En verdad es muy apuesto. —El fotógrafo enfocó el lente de su cámara profesional hacia Edward, haciéndole un primer plano de su agraciado rostro, justo cuando el vampiro se percató de todo lo que pasaba al verlo en la mente del joven latino, quien disparó raudo su cámara, percatándose de cómo el serio y molesto estudiante, clavó sus penetrantes y odiosos ojos sobre el muchacho, el cual giró rápidamente la cara.

—¡Upsh!... Creo que se dio cuenta. —José se hizo el desentendido, pero Katherine miró fijamente a Edward, regalándole una coqueta y desvergonzada sonrisa.

“Cada vez te entiendo mejor, Jack”. Si algo detestaba Edward eran las chicas fáciles, aquellas como Kate o como muchas otras que el vampiro había conocido en el pasado, las cuales se le presentaban voluntariamente, y aunque él sabía que muchas de ellas solo sucumbían ante los encantos inmortales que lo convertía en el depredador más peligroso del mundo, él jamás estaba de acuerdo con que una mujer se le ofreciera a un hombre.

Edward venía de otra época, donde a las mujeres se les cortejaba y era el hombre quien enamoraba a las féminas y no al revés, y aunque sabía que los años habían pasado y las personas evolucionaron, dando paso al feminismo y la igualdad de género, para el seductor vampiro, las mujeres debían darse su puesto y no ser tan ofrecidas.

Un nuevo mensaje había llegado de parte de Carlisle, sin que Edward se hubiese dado cuenta de ello ante la entretenida aunque tonta conversación de los reporteros, percatándose de él, al ver como una luz intermitente le indicaba que una de las aplicaciones tenía notificación, abriéndola rápidamente, comenzando a leer.

{Dale una oportunidad, no pierdes nada con intentarlo, a lo mejor el caso que desea presentarte para que lo uses en tu tesis, sea algo positivo tanto para tu carrera como para tu vida}

El agraciado inmortal puso los ojos en blanco, pensándose todo aquello que Carlisle le había comentado por teléfono, contándole su encuentro con Flynn en Port Angeles, explicándole sobre un peculiar caso que el renombrado psicólogo llevaba y el cual, aún seguía dándole una ardua batalla al galeno, quien no podía encontrar una curar para su paciente, intentando tan solo llevarle la manía.

{Ok… Lo intentaré}

Se guardó el teléfono celular, enfocando sus ojos en el doctor, quien comenzó a explicar un extraño caso de esquizofrenia infantil, la cual venía acompañada por una amalgama de síntomas que hicieron de dicho caso, uno de los más difíciles de llevar.

 “Al fin algo productivo”, pensó Edward, dejando sus apuntes a un lado, prestando toda su atención en la oratoria del doctor John Flynn, después de leer el último mensaje de su padre, poniendo los ojos en blanco.

{No esperaba menos de ti, Edward… ¡por cierto!... Sé que odias las sorpresas, así que mejor te informaré antes de que me reproches que apoyo las ocurrencias de tu hermana… Alice está en Seattle}

 

Un café frío en una elegante taza de porcelana importada, acompañaba un sándwich de salmón picado en diagonal, el cual de seguro estaba tan frío como el líquido que reposaba dentro de la taza, mientras Christian leía por enésima vez el artículo de la revista “Seattle”, la cual mostraba el rostro de Anastasia en compañía de Jack Hyde, su prometido, donde se podía apreciar el enorme anillo de compromiso que el encargado de la prestigiosa editorial donde Ana trabajaba le había obsequiado, confirmando el compromiso de la pareja.

“Esto no puede ser”. Releyó nuevamente el artículo, enfocando su colérica mirada sobre el sonriente y por demás alegre rostro de la que un día había sido la mujer que el sintió que realmente podría llegar a amar—. ¡Te casas! —exclamó como si la mujer de la foto pudiese escucharle—. Te casas como si nada hubiese ocurrido entre tú y yo, Ana. —La sola idea de saber que él no había significado nada para ella, olvidándose por completo de lo que vivieron juntos, traía a Christian agarrado de los cabellos, arrojando la revista de mala gana sobre el escritorio de su oficina, mirando a la distancia.

Imaginarse a Ana casada con aquel hombre lo hizo enfurecer, necesitando más que solo una taza de café frío y desabrido, levantándose raudo de su confortable asiento en busca de la licorera de caoba que adornaba la elegante oficina del magnate, sirviéndose rápidamente un coñac, bebiendo apremiante.

“Él no puede ser mejor que yo”, pensó, martirizándose ante la sola idea de pensar que aquel hombre era lo que realmente Ana deseaba como pareja. “Después de todo, Elena tenía razón”. Comenzó a caminar de vuelta a su silla. “Para ella solo eras una mujer insípida y sin gracia… y creo que no se equivocó”. Bebió el resto de la bebida en dos grandes tragos que golpearon impetuosamente su garganta, controlando aquel estupor, aquella rabia que comenzó a anidar en su pecho, dejando el vaso sobre el escritorio.

Miró una vez más la revista sobre la mesa, volteando de mala gana la mirada, sin poder controlar aquellos enormes deseos de arrasar con todo lo que había sobre el escritorio, justo cuando tocaron a la puerta, abriéndola antes de que el molesto hombre, diera el permiso para que entraran.

—Hola, hijo. —Grace, la madre adoptiva del multimillonario, entró a paso rápido a la oficina, desestabilizando por completo a Christian, ya que, aunque no era la primera vez que su madre entraba de aquel modo a sus dominios, tampoco era muy habitual que lo hiciera y mucho menos a tan tempranas horas de la mañana.

—Grace… —Fue la escueta y seca respuesta del agraciado hombre de negocios de tan solo veintisiete años de edad, quien la recibió con un beso en la mejilla, percatándose de cómo Andrea, su secretaria, los miró desde la puerta, como queriendo disculparse ante la estrepitosa intromisión de su madre.

Christian le hizo un ademán para que se retirara, consiguiendo que la hermosa rubia de largas piernas, cerrara la puerta, dejándoles a solas.

—Vaya… ya te has enterado —alegó la imponente doctora, mirando la revista—. ¿Cómo te sientes? —preguntó con total calma.

—¿Cómo crees que me siento? —preguntó él, tomando nuevamente asiento frente a su escritorio, exigiéndole a su madre que se sentara—. Asombrado, molesto, extrañado y muy dolido. —Christian odiaba ventilar sus cosas con Grace, pero en verdad necesitaba hablar con alguien—. Aún no concibo cómo ella pudo dejarme por semejante hombre. —Su madre puso los ojos en blanco.

—Yo me pregunto lo mismo, cariño. —Dejó su bolso de cuero italiano sobre la silla conjunta, cruzando las piernas—. Pensé que era la adecuada para ti, pero me equivoqué. —Grace estiró su cuerpo hacia delante para tomar la revista entre sus manos—. Era tan dulce y tan bella, hubiesen hecho una muy linda pareja. —Aquello, más que hacerlo sentir mejor, lo irritaba—. En fin, ella se lo pierde —notificó la sonriente doctora, tratando de restarle importancia a aquel asunto de la boda de Anastasia, ya que lo que menos deseaba era que él recayera como lo había hecho después del rompimiento de ambos—. Vine a verte mientras Mía se decide por lo que va a comprar en la tienda que esta al final de la calle.

Aquello consiguió que una mueca se dibujara en los tensos y rectos labios de Christian, consiguiendo la amplia sonrisa de su madre, al ver como el molesto hombre cambió de actitud ante las loqueteras de su hermana.

—¿Más zapatos? —preguntó Christian, observando cómo su madre ojeaba la revista, asintiéndole—. Debería montar su propia zapatería con tantos que tiene. —Grace sonrió.

—Para una mujer jamás serán suficientes, querido mío. —Christian rodó los ojos de mala gana—. ¡Por cierto!... —Cambió de tema, radicalmente—. ¿Has seguido viendo a Flynn? —El magnate asintió con cierta incomodidad, ya que detestaba que su madre se metiera en sus asuntos personales y sobre todo emocionales.

—Hoy tengo una cita con él. —Grace asintió una vez más—. A lo mejor la cancele. —Aquello consiguió que la entretenida mujer dejara de hojear la revista, fulminado a su hijo con la mirada.

—Ni te atrevas, Christian Trevelyan Grey. —El aludido realmente odiaba cuando su madre lo llamaba por su nombre completo, tratándolo como a un infante, cuando en realidad no lo era—. Tendrás tu respectiva sesión con John y vas a hacer todo lo que él te diga. —Christian no dijo nada, enfocando sus ojos en el computador, mirando la graficas de la bolsa de valores—. Y luego irás a cenar a la casa… ¿Te parece? —El serio magnate supo de sobra que decirle que no a una de las cenas de su madre era ganarse un problema, dejando escapar el aire de sus pulmones, respondiendo con desgano.

—Ok… Madre.

 

Mía se probaba el par de zapatos número veinte de la tienda donde su madre la había abandonado, prometiéndole que vendría por ella dos horas después, a sabiendas de cómo era de indecisa su loca y extrovertida hija.

—Sin duda me llevo los vino tinto con pedrería y aquellos estampados de rosas rojas con fondo negro. —Le confirmó Mía a la cansada vendedora, la cual ya estaba temiendo que después de que le hicieran sacar media zapatería, no se llevara nada—. Pero aún estoy indecisa entre los azules o los plateados, son hermosos pero no sé con qué combinármelos­. —Mía observó los zapatos azules que se probaba y luego los platinados que descansaban sobre el largo asiento acolchado de la tienda, donde reposaba el costoso bolso de la muchacha.

—Yo me llevaría ambos. —Una dulce voz cantarina, le habló a sus espaldas, consiguiendo que la atolondrada chica girara rápidamente sobre sus pies, encontrándose con el sutil, hermoso y delicado rostro de una menuda y por demás amigable joven—. Jamás son suficientes para una mujer. —Aquello hizo sonreír ampliamente a Mía, dejando escapar un grito de dicha.

—Es justo lo que yo digo. —Ambas sonrieron—. Pero es algo que los hombres no entienden. —Las dos volvieron a sonreír, justo cuando Alice le entregó al joven que la atendía un par de zapatos deportivos de caballero, notificándole a continuación.

—Me llevaré esos… ¿Me los pueden envolver en papel de regalo? —El amable muchacho asintió, retirándose rápidamente hacia la caja.

—¿Obsequio para un novio? —preguntó Mía al ver que la chica no había comprado calzado femenino sino masculino.

—Para mi hermano… —Mía asintió—. Él aún no lo sabe, pero pronto comenzará a compartir el hábito de correr todas las mañanas antes de que el sol aparezca. —La extrañada mujer la miró como si no pudiese entender como la chica sabía algo que aún no había pasado con total seguridad.

—¿Eres clarividente? —Alice sonrió, sintiendo por alguna extraña razón que podía ser ella misma delante de la muchacha, asintiendo a su pregunta—. ¡Uy… qué cool! —Mía comenzó a brincar, como niña frente a una heladería—. ¿Me lees el futuro? —Extendió su mano hacia Alice, quien simplemente rió al ver como la simpática mujer se lo tomaba con total normalidad.

Tomó la mano de Mía, y antes de que pudiese decir alguna mentirilla que satisficiera a la entusiasmada mujer, Alice tuvo una visión sobre ella, viéndola flotar en las aguas de un frío lago, cercano a la autopista que daba a Port Angeles… muerta, soltando rápidamente su mano.

—¿Qué? —preguntó Mía, mirando el pasmado rostro de Alice, la cual no supo qué decir, no podía concebir que sus visiones le mostraran tan fatídico final para una chica que le simpatizaba tanto—. ¿Qué ocurre? —preguntó una vez más la extrañada chica, la cual comenzó a sentirme impaciente.

—Nada… —respondió Alice, tratando de regalarle una amable sonrisa—. Es solo que la envidia me carcome al ver que al salir de la tienda encontrarás el vestido perfecto para esos zapatos plateados. —Mía sonrió ampliamente—. Yo jamás tengo tan buena suerte. —La atolondrada mujer se arrojó a los brazos de la menuda vampira, la cual tuvo que contener la fingida inercia de respirar, ante su intenso olor, escuchando como su corazón bombeaba gran cantidad de sangre por su torrente sanguíneo.

—Gracias, gracias… eres muy linda. —Se apartó un poco de ella—. Mucho gusto, mi nombre es Mía Grey. —A lo que Alice alegó, presentándose como lo hizo la sonriente chica.

—Alice Cullen. —La vampiresa supo perfectamente quién era ella al escuchar su apellido, recordando a su padre Carlisle conversando con Esme sobre aquel asunto del magnate, el cual le serviría a Edward como un conejillo de india para su tesis.

—Espero volver a verte más seguido, Alice. —A lo que la pequeña y carismática vampira, alegó.

—Sin duda nos veremos más seguido de lo que te imaginas… Mía.

 

Edward y Flynn iban en el Volvo del agraciado vampiro, quien había tenido la desdicha de tener que acceder a compartir un almuerzo con el doctor, después de haber culminado su oratoria, presentándose al fin con el galeno como el hijo del doctor Carlisle Cullen, llamando gratamente la atención del psicólogo.

—Jamás pensé que Carlisle te hubiese hablado tan pronto de nuestro encuentro en Port Angeles. —Edward hizo un peculiar gesto de hastío ante aquello que el doctor no vio.

—Bueno… mi padre suele tener extrañas ideas, aunque la mayoría suelen ser muy acertadas. —Flynn había estado estudiando detenidamente a Edward a la hora del almuerzo, donde el incómodo vampiro tuvo que fingir que comía, aunque en realidad se deshacía de los alimentos, dejándoles dentro del florero que adornaba la mesa, cada vez que el médico enfocaba su mirada en algo más que no fuese el muchacho.

—Espero que esta sea una de ellas. —Edward dudó un poco de aquel deseo de parte del galeno, ya que al ver en su mente las diversas patologías psiquiátricas que parecía tener aquel hombre, el tal Grey, le hizo sentir que no era realmente el caso que él deseaba llevar, prefiriendo tener a su cargo un paciente más peligroso y menos engreído y ególatra, siendo la apreciación del vampiro ante la conversación que tuvieron sobre el magnate.

—Ya veremos. —Edward introdujo el Volvo en el estacionamiento del enorme edificio empresarial donde Grey Enterprises Holdings, inc. Laboraba exitosamente desde hacía varios años—. ¿Puedo preguntar por qué sus citas son en la oficina? —Flynn respondió que normalmente no tenían un lugar fijo donde hacer las sesiones psiquiátricas, haciéndoselos más llevadero al multimillonario—. Él es el paciente y usted el médico, es como si mi padre hiciera todo lo que yo le dijera… yo soy el hijo y él, el padre.

—Entiendo perfectamente lo que quieres decir, Edward. —El aludido estacionó el auto, apagándole rápidamente, tomando su bolso y su carpeta—. Pero es mejor no hacer monótonas nuestras sesiones, Christian tiende a aburrirse rápidamente de todo. —El vampiro puso los ojos en blanco.

—Pues, ya veremos. —Salió del auto, justo cuando el médico lo hacía, tomando el ascensor del sótano, pulsando el botón del piso correspondiente a la oficina del magnate—. La verdad es que deseaba hacer mi tesis sobre los asesinos en serie, qué los motiva, sus trastornos y todo lo relacionado con aquellos enfermos mentales que la sociedad trata de erradicar, sin tan siquiera darles la oportunidad de tener un tratamiento y una terapias adecuadas para cada uno de ellos.

—Bueno, Edward… prometo que si no podemos hacer nada por el señor Grey, te ayudaré con eso… ¿Está bien? —El apuesto inmortal sonrió complacido, saliendo justo cuando el ascensor abrió las puertas, encaminándose junto con el médico, por el extenso pasillo blanco y pulcro, observando a las diversas personas o mejor dicho, mujeres que trabajaban en aquel lugar.

—Tiene una muy arraigada fijación por las rubias —comentó al ver aquella variedad de Barbies ir y venir por el lugar, dándole miradas coquetas al vampiro.

—Eso creo. —Flynn sonrió—. Por aquí. —Señaló un pasillo a su derecha, cruzando junto con el médico hacia aquel lugar, llegando hasta la puerta que daba a la oficina, donde Andrea tecleaba rápidamente en el computador, percatándose de los recién llegados—. Buenos días, señorita… dígale al señor Grey que estoy aquí, por favor. —La joven asintió, dándole una escrutadora mirada a Edward, quien ya se había percatado de los pensamientos de la joven, la cual no escondió para nada su agrado hacia el vampiro.

Notificó la presencia del doctor por medio del intercomunicador telefónico, sin dejar de mirar a Edward, quien simplemente se hizo el desentendido, ante la insistente mirada de la secretaria, la cual terminó al fin de hablar con su jefe, exigiéndoles a los recién llegados que entraran, preguntándoles si deseaban un café.

—Por supuesto, muchas gracias —acotó Flynn mirando a Edward.

—Yo no, gracias. —La chica insistió si quería algo más, pero el vampiro muy amablemente le notificó que no deseaba nada, acercándose a la puerta de la oficina, incitando al doctor a entrar y comenzar de una vez con la entrevista que tendría con el magnate.

Flynn tocó la puerta, esperando a que Christian le diera el permiso para entrar, escuchando del otro lado, la imponente voz del multimillonario, incitándole a pasar, abriendo rápidamente la puerta, adentrándose a la lujosa oficina, donde lo que predominaba en todo el lugar, era la extraordinaria vista panorámica, siendo el vampiro quien quedara completamente fascinado ante la visión de toda la ciudad desde aquel alto rascacielos.

—Buenas tardes, Christian —llamó informalmente a su paciente, tal y como aquel hombre se lo había exigido desde el comienzo de sus sesiones—. Sé que es un poco temprano para esto, pero he traído conmigo a un extraordinario estudiante de la Universidad Privada Católica de Seattle, quien está cursando ahora el quinto año de psicología, rebasando a sus demás compañeros. —Christian, quien había estado de espaldas admirando el nublado cielo de la tarde, giró levemente su rostro, tratando de ver al joven con su visión periférica, soltándole en un tono odioso y por demás prepotente, al galeno.

—¿Se te acabaron las artimañas psicológicas conmigo, Flynn? —Giró lentamente sobre sus pies, contemplando al sonriente galeno—. ¿O trajiste a uno de tus estudiantes para que le otorgue una beca? —Flynn negó con la cabeza, dándole una rápida mirada a Edward, quien veía al odioso magnate como si estuviese mirando a un esperpento.

—No, Christian… —Trató Flynn de sonar calmo, pero el rostro de Edward le demostraba lo mucho que parecía no agradarle aquel hombre—. El joven Cullen es un muy talentoso estudiante que ha dado de que hablar en la universidad privada de la ciudad. —Christian al fin posó su fría y calculadora mirada en Edward, quien no dejó de verlo como si quisiera arrojarlo por la ventana—. Ya lleva sus propios casos y debo admitir que su curriculum es impresionante. —Tanto el magnate como el vampiro se contemplaron a los ojos, sin tan siquiera parpadear, siendo Christian quien rompiera la conexión visual, mirando a Flynn.

—¿Y qué quieres de mí? —preguntó el serio e imperturbable hombre de negocios, siendo Edward quien respondiera.

—El doctor John Flynn lo considera un paciente lo bastante interesante como para que sea mi tesis de fin de año. —Christian miró desdeñosamente tanto a Edward como al psicólogo, al cual fulminó con la mirada—. Pero la verdad es que difiero completamente de su apreciación, no creo que usted sea el paciente que yo necesito para tener una perfecta tesis de grado. —Flynn no supo qué hacer, él sabía que aquello cabrearía a Christian, al cual ya le estaba saltando la vena de la frente ante las irreverentes y sinceras palabras del vampiro—. Así que si me disculpa, no le quito más su tiempo, señor Grey.

—¿Qué demonios significa esto, Flynn? —preguntó el iracundo hombre de negocios, quien observó la rápida huida del molesto muchacho, el cual detuvo su andar al percibir como el galeno le aferró del brazo para detenerlo—. ¿Me traes a un estudiante para que me use de conejillo de india en su tesis de grado, donde lo primero que hace es insultarme en mi propia empresa?

—No le estoy insultando, señor Grey, estoy siendo sincero con usted —espetó el apuesto inmortal, encarando a Christian—. Prefiero lidiar con la peor escoria del mundo en las cárceles de la ciudad que soportar a un engreído hombre de negocios que cree que porque se zambulle en millones de dólares puede pisotear a todo el que se le cruce por el frente.

—¿Y puedo saber qué te ha dado esa apreciación de mi persona? —preguntó Christian, tratando de no perder la calma y quedar como un completo patán delante del muchacho.

—Desde que entré, no he visto absolutamente nada grato que me hable bien de usted. —Christian alzó una de sus pobladas cejas, en un gesto seductor y altanero—. Todo es frío en este lugar, artificial, mujeres perfectas, operadas, un edificio muy pulcro… sí, pero con carencia humana. —Edward solía sentirse perturbado en los lugares donde existía todo tipo de afecto entre las personas, ya que estas solían tener pensamientos más intensos, pero desde que había entrado al lugar, la mente de cada una de las personas que trabajaban para el magnate eran tan controladas como sus movimientos, haciéndoles ver irreales—. Debe ser muy triste ser usted.

Flynn no pudo dejar de mirar a Christian, imaginando alguno de sus arranques de ira, temiendo por la integridad física de Edward, lo que por supuesto mantuvo entretenido al vampiro al imaginarse al odioso hombre intentando romperle la cara, donde lo único que saldría roto, serían las manos del magnate.

—Sí, así es. —Tanto Edward como Flynn se asombraron ante la respuesta de Christian—. Es muy triste ser yo. —Sonrió con sarcasmo—. Imagino que es muy fácil para usted conseguir una novia normal, y hacer una familia que encaje en los parámetros de lo correctamente aceptable, socialmente hablando. —Edward sonrió ante las elucubraciones de aquel hombre, ya que lo que menos existía en la vida del vampiro eran cosas normales, comunes y corrientes.

—Se equivoca. —Christian, quien había dicho todo aquello cabizbajo, levantó el rostro para ver el serio semblante del muchacho—. Nada en mi mundo es común y corriente, señor Grey, usted no conoce nada de mí.

—Ni tú de mí… eeh… —Christian chasqueó sus dedos, incitándole a decir su nombre.

—Edward, me llamo, Edward.

—Pues así como te has molestado por mi precipitada apreciación hacia tu persona con tan solo mirarte, Edward… así mismo me he sentido yo, al escuchar tu grosera apreciación sobre mí, sin tan siquiera tener una conversación amable y profesional. —Christian tenía razón y Edward lo sabía, bajando la mirada sin poder refutar sus certeros reproches, sintiéndose incómodo, al darse cuenta que había fallado a la primera, dejándose llevar por su mal carácter.

—Tiene usted razón. —Levantó la mirada—. Pero usted no fue muy amable que digamos.

—No suelo serlo, Edward. —Christian caminó hacia su escritorio en busca de su asiento—. Y menos cuando me quieren usar de experimento sin mi consentimiento. —Miró retadoramente a Flynn.

—Lo siento, Christian… pensé que… —El aludido alzó su mano para hacer callar al galeno.

—Ya no importa. —Señaló una de las sillas frente a él, mirando a Edward—. Siéntate. —El extrañado vampiro miró con recelo al imponente magnate, quien no se sentó hasta que el joven estudiante de psicología no lo hiciera. “Vamos, siéntate… niño malcriado”. Aquel pensamiento de parte de Christian, consiguió que Edward permaneciera de pie—. ¡Por favor! —Edward le sostuvo la mirada, tratando de contener alguna histriónica insultada de su parte, tragándose la rabia que le carcomía internamente.

“Maldito cretino, soy más viejo que tú, infeliz”, pensó tomando asiento de mala gana dejando su bolso en el suelo y sus carpetas sobre su regazo “Tengo más estudios de los que de seguro has tenido tú en tus cortos e insignificantes veintisiete años”. Flynn le había notificado a Edward la edad exacta del acaudalado hombre de negocios, comentándole que era uno de los hombres más jóvenes en amasar una fortuna multimillonaria en tan corto tiempo. “Los Cullen tenemos tanto dinero que no sabemos qué hacer con él, te crees la gran cosa sentado en tu maldita silla ejecutiva pero no eres más que un…”

“Si fueras una mujer ya te tendría sobre mis piernas, dándote unas cuantas nalgadas hasta que ruegues clemencia, mocoso”. Las furiosas elucubraciones de Edward quedaron en stop ante los pensamientos del multimillonario, quien había tomado asiento, reacomodándose el traje y la corbata, siendo Flynn el ultimo en sentarse. “Con ese carácter eres un estupendo candidato para Elena, ella sin duda te arrancaría de raíz esa malas pulgas que tienes, perro rabioso”. Edward no pudo creer que el serio y odioso hombre de negocios estuviese imaginando a una mujer rubia de aproximadamente cuarenta años de edad, azotándolo como si fuese un caballo de montar.

—Sé que debí preguntarte primero, Christian… lo siento, pero sé que Edward podría ayudarte mucho. —Grey removió sus carpetas a un lado y a otro dejando el centro del escritorio libre, posando las manos sobre la pulida superficie de madera, observando nuevamente al joven universitario—. Pero a veces, si vemos nuestras propias penas reflejadas en alguien más, solemos darnos cuenta que no somos los únicos que sufrimos y que hay alguien más que comparte tus mismos pesares. —Aquello no solo consiguió que el asombrado rostro de Christian volteara a ver a psicólogo, Edward giró su cabeza hacia su izquierda, contemplando a Flynn, el cual miró fijamente al multimillonario, enfocando lentamente sus ojos en el vampiro—. Tu padre me contó lo de tu depresión y tu fijación hacia tu ex.

—¿Cómo? —preguntó Edward por demás asombrado—. ¿Usted me está diciendo que mi padre…? —Miró a Christian y luego a Flynn, sin poder creer lo que Carlisle y el psicólogo se habían planeado, usar el dolor de uno para ayudar al otro y viceversa, sin tan siquiera consultarlo con ellos mismos—. No puedo creer esto de parte de Carlisle. —Edward no supo qué hacer, se sintió decepcionado, dolido y sobre todo usado tanto por el hombre que le había dado una segunda oportunidad en la vida como por el eminente psicólogo—. No tienen derecho.

—Así es… —alegó Christian a las palabras de Edward, el cual volteó su rostro por inercia ante sus palabras—. Ni tú ni su padre tienen derecho a jugar con nuestras emociones y sentimientos. —El vampiro solo deseaba salir corriendo de allí y llamar a Carlisle para descargar toda su ira—. Puedo demandarte por negligencia, Flynn. —El asustado galeno negó con la cabeza—. Hablar de mi caso con un desconocido, es violar la confidencialidad entre el paciente y su terapeuta.

—Yo solo quiero ayudarte, Christian.

—¿A qué? —preguntó el multimillonario, cruzándose de brazos—. ¿A ser normal?... No soy normal, John, y si he seguido en terapia es por la insistencia de mi madre, pero creo que esto deja en tela de juicio tu buen nombre. —Flynn tragó grueso—. No solo has roto nuestra confidencialidad, pretendías usar a un joven universitario que está deprimido por lo que sea que haya ocurrido con su ex novia, estás aprovechándote del dolor del chico para tus locos experimentos psiquiátricos porque eso es lo que me estás dando a entender, Flynn… que somos tus conejillos de india.

—No, Christian… —Miró a Edward, quien siguió elucubrando en aquella puñalada trapera de parte de Carlisle—. Tu padre solo quiere ayudarte, Edward… él se encuentra realmente preocupado por ti, desde que decidiste separarte de la familia, el doctor Cullen vive pensando constantemente en ti. —El consternado vampiro levantó la mirada—. No pretendo usarte, Edward, solo quiero ayudarte… ayudarlos a ambos. —Contempló a Christian—. Yo no le he dicho nada a nadie, solo le hablé al doctor Carlisle superficialmente de tu caso, nada más… de colega a colega.

—Igual no tenías derecho. —Se levantó golpeando el escritorio con el puño—. Ninguno de los dos tenían derecho a entrometerse de ese modo y… —Edward tomó su bolso y sus carpetas, incorporándose rápidamente de su silla, interrumpiendo a Christian.

—Disculpe por todo este malentendido, señor Grey, me retiro. —Pretendió salir lo más rápido que pudo sin usar sus habilidades sobrehumanas, percatándose del enorme cuadro que adornaba la oficina, muy cerca de la puerta y del cual no se había percatado hasta ahora.

El vampiro contempló fijamente la obra, mientras Christian lo observó a él, siendo Flynn quien mantuviera sus ojos sobre el magnate, el cual fue acercándose lentamente al universitario, a punto de notificarle a quien pertenecía la obra, siendo Edward el que lo acotara.

—Es Trouton… ¿Cierto? —Christian asintió sorprendido.

—Si, así es… —Se acercó a Edward, quien siguió estudiando la obra con detenimiento—. Eleva lo cotidiano de lo extraordinario —comentó sintiéndose un poco estúpido al citar las palabras textuales de Anastasia el primer día en el que ambos se conocieron. Edward vio en la mente del multimillonario aquel momento en el que la chica había dicho aquello, lo que al parecer le había cautivado de ella, alegando a continuación.

—Creo que Trouton posee una mente perturbada. —Aquello sorprendió tanto a Christian como a Flynn, quien se había puesto de pie, mirándoles a ambos—. Creo que es un claro caso de trastorno obsesivo compulsivo. —Christian no pudo evitar sonreír ante la apreciación del joven estudiante de psicología, lo que consiguió que Flynn se sintiera más tranquilo ante lo que había hecho.

—¿Apreciación propia o estudio psicológico de la obra?

—Ambas… —acotó Edward sin darse cuenta de que su rabia y su incomodidad ante todo lo ocurrido se habían esfumado—. Si se fija bien en las imágenes al azar, sin sentido y sin un propósito en concreto, me parece una extraña forma de la señorita Trouton de mostrar las diversas obsesiones compulsivas hacia ciertos objetos o lugares. —Edward señaló el cuadro que mostraba un teléfono negro de disco—. Parece tener una obsesión con lo antiguo. —Apuntó su dedo índice hacía la imagen de un libro viejo, una ventana roída por el tiempo y una máquina de escribir antigua—. Aquí lo demuestra claramente. —Ambos se miraron al rostro, pudiendo percatarse de cómo al parecer cada uno había conseguido calmar su rabia contenida ante lo ocurrido, dando paso a una tranquila conversación inteligente.

—¿Y qué te dicen estas de acá? —Christian señaló una tetera, la cual se encontraba acompañada de sus respectivas tazas de té, un sillón y varios atuendos que guindaban de percheros, maniquíes y ganchos de ropa.

—Es sociable, aunque recatada… parece no gustarle lo ostentoso. —Edward señaló la figura de matruska o como le conocían normalmente como muñeca rusa—. Reconoce el pasar del tiempo, lo demuestra aquí. —Señaló cada una de las muñequitas que iban aumentando de tamaño—. Sabe que ella cambia y va envejeciendo, pero sigue arraigada en un pasado que parece amar, una época en el tiempo donde todo lo demás le da cierta tranquilidad emocional.

—¡Vaya!… nunca me había puesto a analizar el cuadro de este modo. —Edward volvió a mirarle al rostro, encontrándose con una afable sonrisa pretenciosa—. Hagamos algo, Edward. —Se apartó del agraciado vampiro, el cual miró a Flynn, percatándose de cómo el psicólogo sonreía, viendo en su mente que a pesar de todo, él no se había equivocado, encontrándoles muy parecido, siendo aquella similitud la que chocara entre ambos—. Seré tu tesis. —Tanto el galeno como el joven universitario, le miraron completamente asombrados—. Veremos si puedes leerme tan bien como a la obra de Trouton.

Edward sonrió irónicamente ante aquello, acariciándose sugestivamente el labio inferior como solía hacerlo cada vez que maquinaba una de sus fechorías o elucubraba sobre las posibilidades de obtener lo que se tramaba, pero nuevamente los pensamientos del magnate lo dejaron en blanco.

“Veremos qué opinas sobre mis gustos y deseos sexuales más oscuros, pequeño”. Edward trató de verse tranquilo, pero el saber que su problema mental venía por la parte sexual le hizo sentir cierta incomodidad, ya que Edward era un completo novato en el tema.

Christian sonrió ante la sola idea de imaginar la cara de Edward al ver su cuarto rojo y el arsenal de artefactos sadomasoquistas que habían en él, pensando en el modo de incomodar tanto al joven estudiante, que él mismo desistiera del caso y se marchara, dejando al magnate como el que intentó apoyar al universitario, siendo el chiquillo malcriado quien huyera como un completo cobarde.

“No soy un erudito en esa materia, Christian”, pensó el serio vampiro, acercándose al sonriente hombre de negocios. “Pero lo que jamás seré es un cobarde”. Lo odiaba, en verdad detestaba como aquel hombre se hacía el amable cuando en verdad era un completo cretino. “Ya quisiera ver tu cara si te llegas a enterar de que soy un vampiro”. Edward se imaginó a un Christian aterrado, gritando como niña al ver como el joven inmortal tenía la fuerza suficiente como para acabar con todos sus empleados en unas pocas horas.

—No quiero sonar grosero —acotó Edward permaneciendo cerca de la puerta, observando a Christian—. Pero sigo prefiriendo a los asesinos y los trastornos verdaderamente peligrosos. —El divertido magnate introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón, respondiéndole al vampiro.

—¿Qué te hace creer a ti que no soy peligroso? —Christian miró a Flynn—. Según el Doc, yo necesito constantemente de sesiones terapéuticas y hasta quiere medicarme. —Edward miró al galeno.

—Quería probar con Clonazepam. —El chico frunció el ceño, ante aquello—. Suele tener problemas para dormir y ha presentado depresión.

—Yo no estoy deprimido, Flynn —espetó de mala gana el magnate—. Simplemente estoy molesto. —Enfocó sus odiosos ojos grises en Edward—. ¿Qué pensarías al enterarte de que tu ex prefirió casarse con un perdedor antes que contigo? —El joven de cabellos cobrizos alzó las cejas con ironía, al sentir que, más que hablar de su propia relación infructífera, Christian hablaba de la suya.

—Pensaría que yo no era lo que ella realmente necesitaba o buscaba, dejaría que se fuera y siguiera su vida sin seguir intoxicando la suya con lo que pudo haber sido y no fue. —Christian lo miró con desprecio, al darse cuenta de que el muchacho tenía razón—. Lo siento, creo que le pregunta a la persona equivocada. —El magnate suspiró tratando de controlar el estupor que aquella respuesta le había causado—. Ahora si me disculpa. —Pretendió retirase de la oficina, pero Christian se lo impidió.

—Mañana es sábado, joven. —Edward volteó—. Hoy debo finiquitar varias cosas importantes, entre ellas una de las inesperadas cenas de mi madre. —El vampiro asintió. —Pero mañana pretendo estar todo el día en mi casa. —Edward miró a Flynn, quien le observó, asintiendo a las palabras del magnate, dándole a entender que debía dejar a un lado su desprecio hacia él y aceptar la propuesta que de seguro le ofrecería el acaudalado hombre—. Entrevísteme sin la inquisidora mirada de John, y si aún cree que no soy lo suficientemente interesante como para ser su tesis de grado, yo mismo le conseguiré la ayuda que necesita para lo que se propone… ¿Le parece?

El apuesto y pensativo vampiro lo contempló por unos segundos, mientras Flynn rogaba internamente porque el chico accediera, ya que si no lo hacía era más que obvio que el multimillonario pagaría toda su rabia ante el desaire que el muchacho le haría, ya que lo que más parecía detestar Christian era que lo despreciaran.

—Bien —accedió Edward—. Tendré una entrevista en privado con usted. —Christian asintió más que satisfecho—. Será bueno conocerlo en su lugar de confort. —Tanto el magnate como el psicólogo asintieron—. Veremos qué tiene que ofrecerme. —Grey se vio a sí mismo mostrándole cada uno de sus instrumentos de tortura, imaginando la cara del muchacho—. Me retiro. —Aquellos pensamientos le perturbaban un poco, sin saber a ciencia cierta qué pensar de aquel hombre—. Hasta mañana.

—Hasta mañana… “Pequeño”. Pensó aquello último, sonriendo de medio lado, lo que consiguió que Edward le volteara la cara de mala gana, encaminándose al fin hacia la puerta, abriéndola apremiante.

—¡Por cierto!... —alegó el chico antes de irse—. Yo no hubiese comenzado con Clonazepam. —Tanto Christian como Flynn enfocaron sus ojos en el apuesto joven de mirada ambarina y enigmática—. Yo le hubiese recetado mucho hierro. —Ambos se sorprendieron ante aquello—. Con tanto ego elevado, debería tener algo de peso que lo mantenga en tierra firme, señor Grey. —El psicólogo giró lentamente el rostro temiendo la reacción de Christian, el cual miró fijamente a Edward comenzando a dibujar progresivamente una socarrona sonrisa, aquella que dejó escapar una risotada irónica.

—Vaya… el joven tiene sentido del humor. —Señaló a Edward con su dedo índice, asintiendo a su broma, que aunque era bastante pesada, eso había sido para Christian, una simple broma de niño arrogante y pretencioso—. Humor negro, eso me gusta… hasta mañana.

—Hasta mañana… —Se despidió al fin saliendo de la oficina, escuchando como en el intercomunicador de la secretaria la voz del magnate le exigía a Andrea que le entregara una de sus tarjetas personales.

—Sí, señor… —respondió la chica, buscando rápidamente dentro de una de sus gavetas, extendiéndole una de las tarjetas a Edward—. Es la primera vez que entrego una de estas a un hombre. —Sonrió con picardía—. Espero verte nuevamente por aquí. —El agraciado vampiro no dijo nada, despidiéndose de la chica, llevándose la tarjeta a la boca para ocultar una picara sonrisa, percatándose de que la tarjeta olía a perfume caro de hombre, deteniéndose frente al ascensor, pulsando el botón de llamado.

“Solo un estúpido con un ego como el del señor Grey le pondría colonia a una tarjeta de presentación”, pensó, observando la delicada caligrafía en letras doradas en un fondo color pastel, percatándose de que aquello no era un simple papel de imprenta, sino un costoso papel italiano de hilo estriado que debía costar sus buenos dólares. “En serio este tipo es todo un personaje”. Edward imaginó lo divertido que sería tratar de psicoanalizar a aquel pretencioso hombre de negocios, entrando al fin al ascensor, pulsando esta vez, el botón que daba hacia el sótano del edificio, donde se encontraba el estacionamiento.

Salió del ascensor y buscó el Volvo, reacomodándose el bolso sobre su hombro, sacando las llaves del auto, olfateando el aire como cuando cazaba, al percibir un conocido efluvio, abriendo raudo la puerta, introduciéndose en el vehículo, exigiendo a continuación, después de arrojar su bolso y las carpetas a la parte trasera del auto.

—Ya sabía que vendrías. —Observó como el rostro de su hermana Alice, apareció reflejado en el espejo retrovisor, al incorporarse de su escondite, en el asiento trasero del auto.

—Carlisle es un chismoso. —Edward encendió el auto, mientras Alice comenzó a organizar las cosas de su hermano, pasándose al asiento delantero—. ¿Cómo estás? —preguntó la menuda chica, sentándose al fin junto a su hermano, el cual ya había hecho arrancar el auto.

—Molesto. —Alice le observó—. ¿Puedes creer que Carlisle le hablara sobre mí y mi relación con Bella a un desconocido? —La pequeña vampira no respondió, esperando a que su hermano culminara su malhumorada alocución—. Es algo que no le voy a perdonar tan fácilmente.

—¡Oh vamos, Edward!... Carlisle te adora, él solo se preocupa por ti. —El apuesto vampiro sacó el auto del estacionamiento, conduciendo a toda velocidad hacia su departamento—. No te molestes con él, sabes que tú eres su favorito. —Edward miró con el ceño fruncido a Alice—. Así es, tú muy bien lo sabes. —No dijo nada, enfocándose en la autopista—. Fuiste su primer bebé. —El molesto muchacho puso los ojos en blanco—. Su creación.

—Rosalie y Emmett también lo son.

—Sí, pero tú fuiste el primero y quien más lata le has dado. —Edward fulminó con la mirada a Alice, la cual le arrojó un beso—. Los papás suelen amar más a sus hijos mala conducta. —Aquello consiguió una socarrona sonrisa de los labios de Edward—. ¡Por cierto!... Te traje algo. —La atolondrada vampiresa rebuscó en el asiento trasero, dejándole ver a su hermano, el momento justo en el que él abriría el obsequio, mirándola extrañada al ver lo que era.

—¿Unos tenis?

—¡Aja!... —afirmó ella con aquella simple palabra—. Los vas a necesitar. —El extrañado vampiro se vio a sí mismo desde la mente su hermana, trotando detrás de un hombre de suéter gris de capucha, debajo de un pequeño chubasco mañanero, imaginando que aquello era una de sus premoniciones, sintiéndose expuesto delante de Alice.

—No estoy cazando humanos —alegó, tratando de defenderse, pensando que aquella visión le mostraba a una de sus posibles víctimas, ya que el joven de vez en cuando se salía de las reglas Cullen.

—Nadie ha dicho eso, Eddy. —Le entregó la caja, envuelta en papel de regalo, el cual tenía como estampado una gran variedad de corbatas de caballero de todo tipo—. A quien persigues en esa visión no es una víctima. —Alice le mostró la continuación de su premonición, donde Edward alcanzaba al maratonista, el cual giró levemente su rostro, encontrándose con el agraciado, húmedo y sudoroso rostro de Christian Grey—. Es tu nuevo paciente… ¿Cierto? —A lo que Edward respondió tornando el rostro serio, ante aquella visión.

—Aún no acepto el caso.

—Lo harás. —Odiaba que su hermana hiciera eso, que diera por sentado algo que él aún se estaba pensando, pero era Alice y ella jamás se equivocaba—. Y yo te apoyaré. —Apretó con fuerza la mano de Edward, aquella que el vampiro mantuvo sobre la palanca de cambio—. Siempre lo haré.

Edward no supo qué decir ante aquello, solo encendió el reproductor de música, justo cuando Alice soltó su mano, dejándose escuchar el soundtrack de la película entrevista con el vampiro, “Simpatía por el diablo” de los Rolling Stones.

—¡Oh, vaya!... todo un clásico. —La menuda vampira comenzó a cantar la reconocida canción, consiguiendo que su hermano sonriera, aunque ambos no dejaron de pensar en aquel asunto del paciente y la premonición que se repitió una y otra vez en la mente de Edward, elucubrando sobre qué podría estar pensando el magnate en aquel momento de entrenamiento, ante la triste cara que mostraba, consiguiendo que el odioso vampiro sintiera cierta empatía hacia el insufrible y ególatra hombre de negocios, el multimillonario, Christian Grey.


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