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The last of the wilds por Sherezade2

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Notas del fanfic:

Hola a todos.

Bueno, este fic estaba planeado para ser un original, sin embargo, desde hace varias semanas estoy flipando con unas amigas con los personajes de Lost Canvas por lo que la historia finalmente muto a esto.

Fic AU, omegaverse.

Parejas.

Verónica x Albafica.

Albafica x Manigoldo.

Verónica x Manigoldo.

Manigoldo x Verónica x Albafica

   Sé que a muchos no les gustaran los personajes en AU, pero no puedo hacer nada. No logro que me salgan historias en el canon. Y cuando visualicé la historia poniéndole a estos personajes los roles protagónicos, me gustó mucho como se vio todo en mi cabeza.

   Si no les gusta el AU, sino les gusta el omegaverse, sino les gusta el trio protagonista, simplemente pasen de la historia y todos felices.

 Es una historia cortita, tendrá tres cap y los ostros dos los pondré a lo largo de la semana si no me aso del calor primero T.T

  No siendo más los dejo con la historia, que la disfruten y un besote gigante.

Notas del capitulo:

Obviamente los personajes no pertenecen. Si lo hicieran sería millonaria y tendría mi editorial propia T.T

The last of the wilds

 

Prólogo

 

Sacrosanto imperio de Calabria.

Era Edu (Entre los años 569 y 579 después de la restauración)

 

“Mis  respetados lores y amados vasallos, salud. Benditos sean”

Con aquellas palabras empezaba el largo manuscrito que el nuevo Lord de las tierras del norte desempolvaba entre sus manos. Los eruditos le habían dicho que en ese manuscrito estaba la solución a su terrible disyuntiva; al más grande anhelo de su corazón: un matrimonio con dos omegas.

 

   “… debo decir que no fue fácil desafiar todas  las leyes imperiales; mucho menos a la iglesia y su poder… pero lo hice con resolución y encanto. Y he aquí esta historia.

 

 

Capítulo I

 

 

   Cuando escucharon el relinchar de los caballos y el sonido de trompetas en todo el frente de los límites de su villa, los señores feudales de Mizar;  duques del principado mayor del reino, salieron en comitiva al encuentro del emisario real. Tres jornadas atrás habían sido alertados por algunos vasallos  sobre una inminente audiencia en la corte; el motivo sumamente conocido: La mano del omega más importante del reino: Verónica de Nasu, príncipe de Mizar y futuro señor de Alta Calabria.

   Verónica sabía que ese  momento llegaría desde los cinco años, cuando ni siquiera entendía bien de qué se trataba aquello y lo único que le interesaba en la vida era cuantos insectos podía meter en su cuarto antes de que sus papá mandara a quemar el castillo.  El compromiso nunca se había hecho explicito, pero era algo que toda la familia tenía por sentado. Manigoldo de Cáncer, su primo, era un Alpha áspero, deslenguado y que a veces rayaba lo grosero; sin embargo Verónica no podía imaginarse con nadie más y atesoraba cada momento de su relación. Desde la vez aquella  donde le llamó “raro” y le dijo que nunca se casaría con él, hasta cuando le robó su primer beso, diciéndole que si no lo hacía moriría por la picadura de un animalejo muy raro que se le había subido encima.

    Sonrió. Su primo lo llamaba raro debido a su forma de vestir tan lúgubre y a esa extraña costumbre que tenía de niño para coleccionar insectos. Le gustaban mucho, sobre todo los que volaban y cambiaban de colores. Le gustaban aún aunque ya con menos fascinación que en la infancia. Manigoldo también lo había llamado “ardiente”, pero esa vez no quería recordarla porque realmente la había pasado mal cuando casi se prende en fuego intentando encender una luz de artificio.

   Varias voces que se alzaron afuera de sus aposentos lo sacaron de sus cavilaciones. Su doncel de cabecera entró seguido de varias doncellas, y, tras ellos, el omega mayor del castillo; su papá Hypnos Hades, duque consorte de Mizar.

   —¡No puede ser! ¡¿Todavía no te encuentras listo?!

   Había escándalo en el tono de voz de su papá. Verónica se encogió de hombros mientras la avalancha de sirvientes lo sacaba de su camisón de dormir y en menos de media hora lo dejaban más producido que un pavo real. La verdad, no era su estilo verse tan brillante y decorado, sin embargo comprendía que la ocasión lo ameritaba y que en unos días serían los ojos de toda la corte lo que estarían sobre él. Motivo de sobra por el que había aplazado hasta ese momento su introducción al palacio real.

   —Tu padre se reunirá con nosotros a las afueras de Mizar —comentó Hypnos, dándole una mirada de aprobación a sus ropas—. Escoge a los donceles que te servirán en palacio. No creo que regreses a este castillo luego del anuncio. La corte ya te espera.

   Verónica observó todo por última vez antes de partir. No era como si nunca pudiera regresar de visita, aun así iba a extrañar la intimidad de su vida privada, sus tardes de ensayos frente al piano; sus largas cabalgatas por campo abierto. A partir de ahora su vida sería una apretada agenda de bailes, eventos, visitas de estado y sobre todo gente, no siempre agradable, orbitando a su lado como molestas lunas.

   Suspiró. Esperaba que Manigoldo no se molestara si de vez en cuando rompía el protocolo. Lo conocía lo suficiente para saber que a él también le asfixiaban las encorsetadas costumbres cortesanas; de hecho, algunas simplemente se las saltaba del todo. Sin embargo, su amado señor pronto dejaría de ser un príncipe y se convertiría en rey; subiría al trono en pocos meses cuando el rey consorte, Sage de Lemuria, que dispensaba como regente real, finalmente le cediera el trono y la corona.  

   Finalmente escogió dos donceles de compañía y  una doncella.  Al resto se los cedió a sus padres para que sirvieran a sus otros cuatro hermanos menores que quedarían en el castillo.

   Después de casi siete jornadas de intenso viaje, los duques de Mizar finalmente llegaron a su destino. A Verónica le extrañó no ver a Manigoldo en la comitiva de bienvenida ni tampoco a los hermanos de éste: Shion y Yuzuriha, príncipe y princesa de Calabria, respectivamente. Tampoco había demasiados cortesanos reunidos fuera del gran salón cuando fueron llamados a la presencia del rey. Todo parecía demasiado en calma teniendo en cuenta que el futuro consorte real estaba arribando.

   —Ya lo sabes, aunque sea tu amado tío, debes mostrar respeto absoluto —le recordó su padre Thanatos, adelantándose a los omegas. Verónica asintió, dejando que sus ojos vagaran en la larga capa negra que envolvía a su padre, oscura como los lacios cabellos que bajaban hasta los amplios hombros del Beta. El medallón en forma de estrella, que representaba el escudo de armas de su familia, se exhibía orgulloso sobre el pecho de los duques. Las diademas sobre sus frentes les concedían realiza y majestad.

   Las trompetas anunciaron la entrada del rey al gran recinto. No era la primera vez que Verónica entraba en aquel solemne salón, pero sí era la primera vez que lo hacía para un evento de tal magnitud. Temblando se agarró de ambos lados de su capa, intentado recuperar la calma. ¡Rayos! ¡Eran su tío, sus primos y su futuro esposo! No había nada para temer. Sin embargo, algo muy extraño le oprimió el pecho de repente; algo que se hizo casi asfixiante a medida que caminaba por la larga alfombra plateada de aquel lugar. Seguía sin ver a Manigoldo por ninguna parte, ni tampoco a sus primos. Su tío Sage, en cambio, estaba sentado en el trono real, con otra persona a su lado derecho; un desconocido que Verónica nunca había visto en la corte y menos al lado del rey. A medida que se fue acercando, la silueta se iba volviendo más nítida e inquietante. Cuando estuvo prácticamente frente a las escalinatas del trono, no tuvo duda. Era uno de los omegas más bellos que había visto jamás; un jovencito con el aspecto y la piel de los habitantes del otro lado del mar. Un extranjero.

   —Salud, queridos míos. Bienvenidos sean.

   Sage de Lemuria, soberano real de Calabria sonrió a los recién llegados, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto. Los duques de Mizar se inclinaron en una reverencia, seguidos por Verónica que hizo lo propio frente a su tío. Sage a pesar de sus años, seguía teniendo una belleza que parecía casi sobrenatural. Sus cabellos cenizos, sus ojos vivos e inteligentes, su cuerpo de escándalo. Era una pena que su hermano gemelo hubiese muerto en la segunda guerra santa, varios años atrás. A pesar de ser un beta, y no un omega como su hermano, también había sido una belleza digna de alabar.

   —Hermano, sobrino… se preguntarán por qué los he llamado tan de repente. Bueno, no les haré esperar más.

   Thanatos hizo una inclinación respetuosa, haciendo espacio para dejar que su hijo adelantara un par de pasos. Verónica se colocó en todo el frente de su tío, la mirada en alto. El omega que estaba junto a su tío lo miró también, la mirada en su pálido y bello rostro era inescrutable.

   —Verónica, querido —habló entonces el rey, mirándolo con intenso cariño—.  Sé que llevas años esperando por este momento y finalmente el momento ha llegado. Es hora de que dejes tus tierras al norte e ingreses a la corte para ocupar el puesto que te corresponde. Mi hijo Manigoldo espera con ansias tu llegada a nuestro castillo y está seguro que eres el más apto para cumplir con la tarea que se te encomendará: Querido… serás el doncel de cabecera del futuro rey consorte: Albafica de piscis, príncipe de Afrodita.  

   Verónica que ya estaba asintiendo con una sonrisa en los labios, se congeló de repente al comprender finalmente lo que acababa de escuchar de labios de su rey. El omega parado ante el inclinó su cabeza, mirándolo con un atisbo de sonrisa. Ni Verónica ni sus padres sabían qué contestar a todo aquello. Estaban paralizados, aturdidos, anonadados. Verónica se había preparado por años para ser el consorte real y ahora ¿qué? ¿Ahora estaba siendo solicitado para ser un puñetero acompañante de cámara, casi que un jodido criado?

   Sus piernas temblaron, su rostro se puso tan colorado como su manto y sintió que en cualquier momento se iba a desmayar. Sage se dio cuenta de ello y de inmediato mandó a llamar a dos guardias que lo sostuvieron en el acto.

   —L La emoción ha sido tanta que no lo ha podido soportar —sonrió secamente Hypnos, en un vano intento de reparar la vapuleada dignidad de su hijo—. Es un honor que no esperábamos, Majestad.

   —¡Entonces, celebremos! —ordenó el rey, poniéndose de pie antes de abandonar el gran salón con un vuelo de su larga capa. El omega, ahora conocido como Albafica, dio una última mirada hacia el omega que abanicaban los súbditos y sin ningún otro gesto de más, se fue tras su futuro suegro.

 

  Dos semanas después de la peor humillación de sus vidas, los duques de Mizar volvieron a sus tierras sin honor, sin nuevos títulos y lo peor, sin el mayor de sus hijos. A pesar de la orden real, ellos habían considerado no permitir que Verónica se quedara en la corte, sirviendo como un doncel real.  Sin embargo, pese a las quejas de sus padres, Verónica estaba resuelto a quedarse y no hubo poder humano que lo hiciera cambiar de opinión. El muy orgulloso prefirió morderse la lengua antes de aceptar que se estaba cayendo a pedazos por dentro. Y menos ante el fabuloso omega al que ahora le tenía que servir.

   Justamente se encontraba a su lado, tomando en el té en una gran terraza del palacio cuando la pregunta surgió. Verónica se había preguntado muchas veces si Manigoldo le habría hablado a su prometido sobre él y si ese jovencito sabría sobre los momentos que   habían compartido juntos. Supuso que no eran cosas pertinentes para hablar con el omega con el que quieres desposarte, así que no le pareció relevante seguir martirizándose por ello hasta que escuchó aquella pregunta.

   —¿Es verdad que tocas bien el piano, Verónica?

   Verónica respondió con un asentimiento de cabeza, sorbiendo su té. Aún le resultaba muy extraño estar frente a ese chico sin que le ardiera el pecho de indignación y de rabia. En ese momento, todas las atenciones que se centraban en ese extranjero deberían ser para él; era él quien merecía ese lugar y reconocimiento. Era él quien había trabajado duro para ganarse ese lugar en la corte y no ese extranjero miserable.

   El precioso chico estiró su brazo derecho, enseñándole un piano de cola que se apostaba al fondo del salón. Verónica lo miró con el ceño fruncido, preguntándose si acaso su anfitrión quería que tocara para él. ¡No lo haría! ¡Jamás tocaría para ese individuo! A partir de ese momento sus manos no tocarían jamás un piano, sus dedos no dejarían oír más esas dulces melodías que alegraban su corazón y mucho menos para complacer lo oídos del ser que más odiaba.

   Con una negación de cabeza se excusó y se retiró corriendo hacia los jardines. Su rubia y esponjosa melena se soltó sobre sus hombros gracias al viento que le golpeó de frente durante su carrera. Se regañó mentalmente por haber caído en la provocación; porque eso había sido. Desde hacía días había notado que ese odioso príncipe también lo odiaba. Lo notaba en cada gesto, en cada frase con doble sentido, en cada sonrisa hipócrita. ¡Maldito y mil veces maldito fuera por probarle así! ¡Y maldito Manigoldo, por humillarlo y ni siquiera dar la cara!

   —Me preguntaba cuánto tiempo más seguirías haciéndote el fuerte conmigo.

   Esa voz, esa sucia y repugnante voz. No necesitaba voltear a verlo para saber de quién se trataba. Albafica no sólo era el omega más bello que había visto en años, sino también el más grácil, sereno y aplomado.

   —Disfrutas esto ¿verdad? ¡Disfrutas verme sufrir!

   Albafica se acercó con una inquietante sonrisa. En sus manos llevaba una preciosa rosa roja que acariciaba como si fuera un pequeño gatito. Sus ojos azules parecían tranquilos pero en el fondo guardaban un brillo hostil, casi cruel. Verónica retrocedió un par de pasos, estrellándose contra un frondoso árbol al fondo del jardín. Estaban sólo ellos dos, sin compañía de más nadie. Podían sincerarse por fin; decirse de frente lo que realmente sentían el uno por el otro.

   —Te odio —masculló Albafica, retorciendo la rosa en su mano antes de soltarla hecha añicos—. Por más que intenté no pude sacarte de su corazón. Sus ojos se hacen dulces cuando pronuncia tu nombre, su sonrisa es sincera cuando habla de ti. Dime una cosa… ¿A ti también te estrechó entre sus brazos y te dijo que te amaba una y otra vez mientras entraba más y más profundo en ti? ¿A  ti también te besó de pies a cabeza antes de jadear contra tu oído y  llenarte por completo con su semilla?

   Verónica apretó fuerte la mandíbula, intentando contener sus lágrimas. Albafica seguía acercándose, llenando el aire con ese olor fascinante que brotaba de sus cabellos. Entre más cruel, entre más perverso, más hermoso le parecía. Quería deshacerse de aquella perfección; retorcerla, estrangularla hasta desaparecerla y extinguirla para siempre.

   —Me contó que la primera vez que te besó duró una semana entera soñando con haber hecho mucho más.

   —Eres un sucio —devolvió Verónica—. Lo sedujiste como una ramera. ¡Eres una sucia ramera!

   —Supongo que ya nunca podrá saber lo que se siente estar dentro de ti —rió con sorna—. Será entre mis piernas donde se corra una y otra vez de ahora en adelante. Sólo yo sabré lo que es tenerlo entre mis brazos. Sólo yo pariré a sus hijos y los veré crecer. Sólo yo seré el doncel real de Calabria.

   —¡Maldito! —Verónica no soportó más su ira y, se abalanzo contra el otro omega. Los finos cuerpos rodaron sobre la hierba y ambas cabelleras se estropearon entre los matorrales y las hojas. Verónica sintió cómo una enredadera rasgaba la tela de su vestido, casi hasta el inicio del muslo, dejándolo medio desnudo allí. Albafica rodó sobre él, atrapándolo por el muslo sin querer, sintiendo la suavidad de aquella piel de seda.

   —¡Nunca voy a dejártelo, ¿me oyes?! —bramó Verónica, apresando entre sus manos la larga y espesa melena azul—. Nos amamos desde que éramos niños. El me pertenece a mí… ¡ A mí!

  Albafica intentó morderle la mano que lo apresaba, pero Verónica fue más rápido, colocándolo debajo de él.  Sus caderas chocaron y ambos sintieron un estremecimiento cuando sus erecciones se rozaron. El calor de la pelea los había puesto duros y jadeantes. Las mejillas de ambos estaban sonrosadas y sus respiraciones agitadas.

   Por un momento ambas miradas se encontraron y se estudiaron a profundidad. Verónica movió un poco sus caderas haciendo que Albafica dejara escapar un gemidito ahogado.

   Sí, lo odiaba. Cómo lo odiaba, pensó cuando bajó la cabeza para reclamar aquellos labios en un beso feroz.

 

   Continuará…

 

 

Notas finales:

Pelea de gatas. 

Próximo  capítulo.

¿Dónde está Manigoldo? ¿Por qué le hizo eso a Vero? ¿Vero y Alba consumaran o se sacaran los ojos? Murmullos en la corte.


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