Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El demonio de Edén por zandaleesol

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Adaptación de la novela Bruma Blanca de Jaclyn Reding

Título: El demonio de Edén


Pareja: Harry/Severus


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de propiedad de J.K. Rowling, sólo los tomo prestados para divertirme con ellos. No percibo ningún beneficio económico.


Advertencia: AU. Romance. Misterio.



Capítulo 1. Secretos


El crepúsculo matutino coloreaba el horizonte. El aire era frío y prístino. Sin embargo, no era extraño en aquellos parajes de las Tierras Altas. La superficie del mar, azul oscura, iba surgiendo de entre las sombras de la noche y, parecía esperar el primer rayo de sol para cabrillear con alegría. De la bahía cubierta de bruma llegaba un suave viento, solo el incesante rumor de las olas turbaba la calma de ese amanecer. Aquel pueblo perdido en la costa escocesa era un buen refugio, nadie jamás le encontraría ahí. Sabía que había emprendido la huida de un modo cobarde, pero es que tras la revelación que le hiciera su padrino, no se sintió capaz de enfrentar otra vez al muchacho rubio con el que había echo tantos planes para el futuro. No tendría oportunidad de concretar sus sueños de amor, como los que atesoraría cualquier muchacho de veinte años.


Por otra parte estaba el engaño. No podía perdonarles a su madre y padrino que no le dijeran antes la verdad. Permitieron que se ilusionara con una alianza que no era posible, pues jamás podría aceptar la propuesta de matrimonio de Draco Malfoy, nunca, no después de saber la verdad. Una verdad terrible y dolorosa. Pero no era el único motivo que le llevó a escapar de su hogar. El saber que su madre había traicionado a su padre, era doloroso. Recordaba vivamente a su padre, James. Había muerto cuando él tenía apenas cinco años.


Ahora su padrino le había revelado la verdad. No había muerto a causa de una fiebre extraña, sino en un duelo con Lucius Malfoy, padre de Draco. Ambos hombres se habían enfrentado por causa de su madre.


Lucius Malfoy había sido un hombre con fama de libertino. Era capaz de seducir a todo hombre o mujer que le atrajese. Su madre era una mujer bellísima y había despertado el interés de Lucius. El hombre la persiguió incansablemente hasta que ella cayó en su trampa. Cuando James se enteró, a través de la confesión arrepentida de Lily, fue en busca de Lucius, conocía su fama, y no dudó en responsabilizarlo por la traición de su esposa.


Durante la fría mañana en que los dos hombres se enfrentaron sin testigos ni solemnidades de ningún tipo, Lucius Malfoy hirió de muerte a su padre James. Su padrino, enloquecido de rabia y dolor mató a Lucius. Por tratarse de dos familias con influencias y poder, las autoridades le echaron tierra al asunto, se habló de rivalidades financieras.


La esposa de Lucius Malfoy, a pesar de estar al tanto de las infidelidades de su esposo, también guardó el secreto de aquel enfrentamiento, lo hizo para no manchar el apellido Malfoy, ante todo deseaba proteger el honor de su hijo y el propio. Tras la muerte de su marido marchó a Francia, donde educó a su hijo Draco, alejándolo de cualquier rumor que pudiera perjudicarle.


Draco Malfoy regresó a Inglaterra, y como era de esperarse al frecuentar la misma sociedad que Harry no tardaron en coincidir. Existió simpatía y atracción desde el primer momento. Aunque Harry estaba consciente de que el muchacho rubio, pese a su juventud y belleza evidentes no despertaba en él una pasión desenfrenada. Siempre había creído que cuando se enamorara lo haría no solo con el corazón, sino también con los sentidos. Tal vez aquello se debía a que los dos habían recibido una estricta educación, esa educación que les hacía respetar los cánones de la buena sociedad al pie de la letra, y no permitía dar rienda suelta a las pasiones por muy intensas que estas fuesen.


Harry dejó escapar un suspiro. Draco y él no se habían besado ni una vez siquiera. Ahora ya no tendría jamás la oportunidad. Nunca conocería el sabor de los labios del chico rubio. Después de que se escapara otro involuntario suspiro, prefirió concentrarse en lo que sería su vida de ahora en adelante, debía buscar el modo de sobrevivir. El problema era que no sabía cómo. No había que ser muy experto para comprender que definitivamente no encajaba en el paisaje, en aquel pueblo costero era bastante difícil que encontrara algo en que ocuparse, aunque en realidad no sabía hacer nada, pues no había sido educado para trabajo alguno. Pero a pesar de ello debía intentarlo y si no encontraba nada ahí, simplemente debería marcharse y buscar el modo de subsistir en otro lugar. Le quedaba poco y nada del dinero que había tomado al salir de su hogar en Londres.


Caminó por la serpenteante calle principal, donde existían varios comercios. Se detuvo frente a la única posada del lugar. Revisó la bolsita de monedas que llevaba, no era mucho, pero por lo menos le alcanzaría para comer algo, hacía día y medio que no probaba bocado y su estómago hacía ruido. Entró decidido al lugar, pues no era de los que se intimidaban al enfrentar nuevas situaciones. Además estaba seguro que estando tan lejos de Londres no podían haber llegado a ese lugar recóndito noticias sobre la desaparición del heredero de la familia Potter. Esto le infundió más confianza.


Su entrada a la taberna naturalmente atrajo todas las miradas de los lugareños, le siguieron murmullos en un idioma que nunca había oído. Como no entendía en absoluto lo que esa gente decía no hizo caso y se dirigió hacia una mesa cerca de la ventana y ahí esperó con las manos cruzadas a que alguien viniese a atenderle.


Pronto se acercó una mujer rubia con un delantal inmaculado y preguntó que se le ofrecía. Pidió algo para desayunar. La mujer luego de darle una mirada de pies a cabeza asintió con una sonrisa comedida. Observó el paisaje a través de la ventana, sintiendo las miradas curiosas de los clientes, no cavia duda de que rara vez llegaba a ese pueblo llamado Dovan un forastero. En otro lugar y circunstancia le hubiese preocupado despertar ese nivel de interés, pero como en aquel sitio perdido nadie le conocía, no se inquietó en lo más mínimo.


Después de terminar su desayuno no se atrevió a marcharse enseguida de la posada. Aún no había solucionado lo que era su mayor problema en ese momento, el alojamiento y la comida. Las pocas monedas de que disponía no le durarían más allá de tres o cuatro días. Necesitaba un empleo urgentemente.


A pesar de su preocupante situación no lamentaba en absoluto la decisión de abandonar su hogar.


Dio una mirada en derredor y comprobó que una vez más los lugareños estaban pendientes de él. Para evitar que sus ojos se toparan con los de aquellos en los que despertaba tanto interés, dejó vagar su mirada por el lugar. De pronto llamó su atención un panel de madera en la pared del fondo de la posada, parecía contener anuncios. Se levantó de la silla para ir a mirar, naturalmente que no esperaba encontrar nada interesante, sólo se trataba de mera curiosidad.


Observó el panel. La mayoría eran noticias referentes al pueblo, que ni siquiera se molestó en leer, en un lugar como aquel difícilmente sucederían acontecimientos interesantes. Pero vio con cierto asombro que uno de los anuncios solicitaba una maestra para una niña de nueve años. Leyó con atención y se percató de que la fecha del anuncio indicaba que había sido puesto hacía más de un año. Sacó la hoja y con ella en la mano se acercó a la mujer que estaba tras el mesón.


-Disculpe señora, ¿puedo hacerle una pregunta?

-Claro joven -respondió la mujer con una sonrisa.

-Este anuncio donde piden una preceptora tiene fecha de hace más de un año, ¿por qué aún está en el panel?

-Porque nadie ha respondido a la solicitud.


El muchacho arrugó el ceño.


Un hombre de aspecto bastante vulgar, que bebía apoyado en el mesón se mantuvo silencioso, pero muy atento a la conversación que sostenía el muchacho de ojos esmeraldas con la tabernera.


-¿Y cree usted que aún la necesiten?

-Así debe ser joven. Nadie que tuviera una gota de sensatez se interesaría por semejante empleo.


Harry miró con cierto asombro a la mujer.


-No creo que educar a una niña de nueve años sea algo tan malo -opinó Harry.


El hombre que bebía en el mesón soltó una risotada estridente.


El joven de ojos esmeraldas evitó mirarlo. Era evidente que ese hombre no conocía aquella norma de educación que dice que no está bien oír conversaciones ajenas.


-En este caso sí lo es. El que hizo poner ese anuncio fue el «Demonio de Edén».


El muchacho arrugó el ceño, aquella denominación resultaba contradictoria, puesto que Edén y demonio eran palabras que se contraponían por razones obvias.


-¿Demonio de Edén? -repitió Harry sin esconder su asombro -. Esa es una denominación bastante curiosa.

-Edén es una isla, no está lejos de aquí. No es una isla muy grande, es habitada por un Conde al que se le conoce como «El Demonio».


Harry guardó silencio por un segundo, y justo cuando iba formular otra pregunta aquel sujeto que había permanecido bebiendo habló.


-Ninguna mujer aceptaría semejante trabajo, correría grave peligro con aquel «Demonio».


Harry que había evitado mirar a ese hombre recién volvió el rostro. Aquel sujeto tenía un semblante tan desagradable como su risa, su rostro estaba surcado por cicatrices que le daban un aspecto violento.


-Aunque… creo que un señorito como usted también estaría en peligro -soltó el sujeto, dándole al joven de ojos esmeraldas una mirada de pies a cabeza.


Harry volvió el rostro enseguida, maldijo una vez más aquella facilidad que tenía para sonrojarse igual que una chica.


-Rockwood, guárdate tus comentarios -dijo la tabernera con tono brusco.

-¿Y por qué le llaman así? -preguntó Harry, intentando ignorar a ese hombre desagradable.

-Porque es un hombre maldito. Su apellido atrae la desgracia desde hace generaciones. Su familia fue maldecida por una bruja.

-Esas cosas son para niños.

-Se equivoca joven, por estas tierras esas cosas son reales. «El Demonio de Edén», es un hombre maldito, su sangre está condenada. Su esposa murió hace dos años a causa de la maldición.

-No puedo creerlo -respondió Harry.

-¡Bah! Esas son tonterías señora Hooch, ella no murió a causa de ninguna maldición; todos saben fue el mismo «Demonio» el que la mató, de seguro le estorbaba, ya le había dado la hija que necesitaba -intervino el hombre llamado Rockwood -. Por eso la niña dejó de hablar.


Aquellas palabras llenas insidia de parte de ese hombre no hicieron otra cosa que aumentar la curiosidad de Harry.


-¿La hija de ese Conde no habla? -preguntó Harry lleno de asombro.

-Dejó de hablar tras la muerte de su madre, sólo la niña sabe que le sucedió a lady Eleonor -respondió la tabernera.

-Fue el «Demonio», él hizo algo para que su hija dejara de hablar, de ese modo no podría decir que él mato a su madre -intervino Rockwood.

-De seguro que aquella muerte se debió a la casualidad -opinó el muchacho de ojos esmeraldas.

-La causalidad no tiene cabida en la isla Edén. En ese sitio habitan fuerzas malignas. Créalo porque es verdad -dijo la tabernera.

-Lo maligno de ese lugar es aquel «Demonio» -insistió Rockwood.


La tabernera miró a Harry con una sonrisa.


-Es claro que usted no es de por aquí, caballero. Nadie que haya nacido Dovan negaría la existencia de las maldiciones.

-Bueno no pretendo cuestionar sus creencias, es sólo que con todos los avances que tenemos hoy en día me resulta difícil creer en ciertas cosas -dijo Harry con sinceridad.

-Es libre usted de creer o no, pero aquí todos sabemos que la historia de la maldición es completamente cierta.

-No puedo creer algo semejante, es terrible y absurdo a la vez.

-La pequeña tiene la sangre maldita del padre -intervino el hombre llamado Rockwood otra vez.


Harry esta vez miró horrorizado al hombre. No comprendía como alguien podía referirse de ese modo a una niña pequeña.


-Eso que dice es completamente ridículo -soltó Harry con enojo.


El hombre esbozó una sonrisa malvada.


-Se nota que es usted un señorito muy fino y educado, por eso le recomiendo que tenga cuidado con lo que dice, a cualquiera de por aquí podría no gustarle su tono.


Harry a pesar de ser de una contextura delgada y tener menos estatura que Rockwood no se dejaría intimidar.


-Usted debería sentirse avergonzado por hablar en malos términos de una niña pequeña que ningún mal le ha causado.


El hombre, a diferencia de lo que Harry creyó, no se molestó, todo lo contrario, soltó otra estridente risotada. Luego se lo quedó mirando fijamente. Reconoció que a pesar de la traza de caballero de ese muchachito, cuya edad no debía pasar de los veinte, había también algo de insolencia y desafío en él. Lejos de disgustarle le pareció divertido. Hubiese dado cualquier cosa por tener la oportunidad de llevarlo a su cama y, ahí domarlo a base de embestidas tan salvajes como fogosas. Este pensamiento de índole sexual, le excitó a tal punto que junto con sentir como se ponía duro las mejillas le ardieron con violencia.


Harry al ver que el rostro del hombre se volvía levemente rosado, se sintió satisfecho. Después de todo, sus palabras le habían afectado.


La tabernera que, estaba enterada de la debilidad que tenía el hombre por los jovencitos, comprendió de inmediato la naturaleza de aquel sonrojo, le dirigió a su cliente una mirada de advertencia. El hombre llamado Rockwood, tuvo la extraña delicadeza de fingirse avergonzado ante la mirada de la mujer, tomó su jarra en señal de retirada, no sin antes darle una libidinosa mirada al joven de ojos esmeraldas que ni siquiera lo notó, pues había dejado de prestarle atención.


*~*~*~*~*~*~


Su imperiosa necesidad le obligaba a tomar una decisión rápida. Estaba en un pueblo costero, perdido en el confín de la tierra, no era sensato dejarse amedrentar por creencias populares, que hablaban de maldiciones y otras tonterías. Necesitaba un trabajo, y ese Conde posiblemente aún necesitara a alguien que pudiera educar a su hija. Tenía completamente claro que en el anuncio se solicitaba el servicio de una preceptora, no preceptor. Pero no se arredraba ante esa realidad, pues su educación era de excelencia y gracias a su madre conocía todas las normas que la alta sociedad exigía a una dama. Estaba convencido que en ese punto igualmente podía serle útil a la hija de aquel Conde.


Además era un caballero y sabía cómo agradar a la gente. El Conde, por mucho que viviera casi en el fin de la tierra, no dejaba de ser un noble y de seguro apreciaría sus cualidades. Por otra parte hacía más de un año que se había publicado el anuncio; el Conde a esas alturas ya debía estar convencido de que nadie se presentaría para asumir el puesto, si tenía algo de inteligencia no le rechazaría por un simple detalle de género.


A medio día estaba instalado en la embarcación que le llevaría a isla Edén. Después de tres horas de viaje ya estaba poniendo los pies en el pequeño embarcadero de la isla. Sonrió con alegría al percatarse de que el lugar no estaba desierto después de todo. El hermoso verdor estaba salpicado de pequeñas construcciones. Hacia el lado este, a una altura considerable se observaba una construcción de aspecto señorial y misterioso, no demasiado grande si se la comparaba con otras de ese estilo, o inclusive si la comparaba con la casa de su propia familia. Aunque pensando que la habitaban nadie más que el Conde y su hija, era excesivamente grande. La torre que se levantaba hacia el lado norte de la isla de daba una aspecto abrumador.


*~*~*~*~*~*~


Estaba de espaldas contemplando por la ventana, cuando escuchó que la puerta se abría. La figura de su criado Tom, se detuvo en la entrada.


-Tiene una visita, Excelencia -dijo el hombre con tono frío.


Sin apartarse de la ventana, se preguntó quién sería. No podía tratarse de su administrador. El señor Filch, no debía presentarse hasta fines de mes.


-¿Quién es, Tom? -preguntó con extrañeza -.No puede tratarse del señor Filch.

-No señor, se trata de un jovencito -dijo el criado con tono desabrido.

-¿Y dijo qué quiere?

-Dijo que viene de Dovan, para prestar sus servicios como preceptor de la señorita Gabrielle.

-¡Un jovencito! Necesito a una dama para ese trabajo, jamás confiaría mi hija a un hombre, está loco. Dile que se marche, que no pienso recibirlo.


El criado que respondía al nombre de Tom, ni siquiera se inmutó ante el tono airado de su patrono. Cerró la puerta y se marchó.


Sintió frustración ante su mala suerte. Había pasado casi un año y medio desde que pusiera el aviso en Dovan, y cuando por fin alguien respondía, resultaba no ser la persona adecuada. Necesitaba a una institutriz, una mujer, alguien que pudiera enseñarle a su hija a como desenvolverse mínimamente en sociedad, pues de aquello dependía el futuro de la pequeña.


Un jovencito. No dejaba de parecerle extraño aquel suceso. Ninguna persona juiciosa vendría a Edén a solicitar un empleo de preceptor de su hija, no si había pasado antes por Dovan, el pueblo donde todos decían que él era un «Demonio». Aquel jovencito de seguro era algún embaucador oportunista en busca de alguna víctima.


*~*~*~*~*~*~


Los ojos de Harry vagaban por el pequeño salón donde le había dejado esperando el criado. El sitio era elegante sin duda, pero completamente desprovisto de alegría. Los colores eran escasos, en realidad estaban ausentes. El mobiliario antiguo, las alfombras, aunque finas no eran de colores alegres, hasta los cuadros de las paredes eran fríos. Los jarrones vacios de flores. Aquel no parecía el hogar de un demonio, pero sí el de un muerto en vida.


Al observar el lugar, por primera vez le acució el temor. Tal vez había cometido un error al presentarse ahí, de pronto sus alarmas se dispararon y recordó las cosas dichas por la tabernera y aquel hombre tan desagradable. Un frío le recorrió por la columna vertebral, algo decía dentro de él: «Vete, huye de aquí, escapa antes de que sea tarde».


Dejó salir el aire de los pulmones. Había empleado el último dinero que le quedaba en el pasaje de la embarcación que le había traído hasta Edén. No tenía con que costear un pasaje de regreso al continente. Aunque, si recordaba las palabras del barquero: «Tenga cuidado en ese lugar jovencito», fueron las palabras exactas acompañadas por una mirada de profunda lástima. Podía ser que si le rogaba al hombre, éste, gustoso le llevara de regreso a Dovan.


Sacudió al cabeza en señal de negación. Se estaba comportando de forma absurda, él nunca había sido cobarde. Estaba al tanto de que los habitantes de las tierras altas eran supersticiosos, pero él jamás lo había sido, ya estaba en el castillo y no huiría de modo cobarde.


La puerta abriéndose cortó el hilo de sus pensamientos, se volvió bruscamente esperando encontrarse al «Demonio». Pero no, sólo se trataba del mismo criado que le había recibido minutos antes.


-Su excelencia no lo recibirá, me ha mandado decirle que nunca contratará a un hombre para preceptor de la señorita Gabrielle -soltó sin ningún preámbulo el criado.


Harry que solo un segundo antes había deseado huir de ese tenebroso lugar, sintió indignación ante la respuesta. Ese Conde engreído se daba el lujo de rechazarlo sin siquiera haberle recibido para escuchar su petición. No existía ni un alma dispuesta en ese confín a educar a su hija, y pese a ello ese hombre se daba el lujo de rechazarlo.


Tras una breve pausa Harry reaccionó.


-Dígale a su patrón que no pienso marcharme hasta que me reciba -dijo Harry con aire altanero mientras se sentaba tieso sobre un sofá.


El criado lo miró perplejo.


-¿A caso no sabe usted en la casa de quien está? -preguntó el criado.

-En Dovan recopilé toda la información disponible. Sé que el Conde no encontrará a otra persona que solicite el empleo, así que estoy dispuesto a esperar, dígaselo por favor.


Tom arrugó el ceño. Aquel joven era bastante peculiar. Debía conocer las cosas que se decían del Conde, y sin embargo, no parecía preocupado, todo lo contrario, tal parecía que estaba empeñado en conseguir aquel trabajo. Salió del salón para ir al despacho. En cuanto abrió la puerta observó que su patrón aún estaba junto a la ventana.


-¿Y bien Tom, ya se marchó? -preguntó enseguida el Conde.

-No su Excelencia, ha dicho que no piensa marcharse, esperará hasta que usted lo reciba.


El Conde se sorprendió tanto que apenas pudo ocultarlo.


-Vaya -dijo el hombre -. Debe tratarse de alguien o muy valiente o muy estúpido.

-Tiene apariencia de caballero fino -respondió Tom.

-Bien ya que no quiere marcharse… pues tendrá el honor de conocer al «Demonio de Edén» -dijo el hombre con una sonrisa burlona.


*~*~*~*~*~*~


Harry esperaba sentado casi al borde del sofá que el Conde se presentara, furioso por su negativa a marcharse, ya que ni siquiera había sido invitado, esa era la verdad. De pronto la puerta se abrió con algo de violencia. Se levantó rápidamente y fijó sus ojos el hombre que se paró en el umbral. Ahí estaba el «Demonio de Edén». Era un hombre de imponente estatura, mucho más alto que su padrino, tomó nota de ello, así como se fijó en la negrura de su cabello que caía justo por debajo del cuello de su levita. El rostro estaba oscurecido por una barba incipiente. Sus ojos eran oscuros como la noche, en su boca no había ni un asomo de sonrisa. Ese aspecto tosco y fuerte presencia, hicieron pensar a Harry que aquel título de «Demonio de Edén» era completamente justificable. Por alguna extraña razón el corazón había comenzado a latirle apresuradamente.


-Soy Severus Snape, Conde de Knighton… -dijo el hombre mientras se acercaba con paso firme.


Se detuvo a unos centímetros del joven. Se sorprendió en grande al encontrarse con esos ojos verdes que le observaban con asombro, pero sin una pizca de miedo. Tal parecía que sus referencias demoniacas no habían impresionado en absoluto al muchacho, porque era tal como había dicho su criado, un muchacho. El enojo que experimentaba apenas un segundo antes debido a la audacia de su atrevido visitante se esfumó por completo. Ahora sólo podía pensar, aturdido y presa de una extraña emoción, que nunca había visto un rostro más hermoso que ese que permanecía a poca distancia del suyo.



___o0o___

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).