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Órdenes y desórden (EN VENTA) por Furia_Rosita

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No sé qué sucede, no sé dónde estoy ni qué día es. Una habitación de piedra sin ventanas me retiene, yazco sobre el suelo y en la cama no hay nadie. Al otro lado hay una puerta. No sé qué hago aquí, no sé cómo he llegado, pero quiero irme.

Corro hacia la salida y mi mano está a punto de alcanzar el pomo. Algo tira de mi cuello ahogándome, me arranca el aire y la fuerza me jala hasta que golpeo el suelo con mi cuerpo y, por último, con mi cabeza. Un dolor punzante me atraviesa el cráneo, le siguen los recuerdos.

Soy esclavo de un vampiro ahora. No hay que tener muchas luces para saber que estoy en su casa o su guarida o lo que quiera que sea, pero este lugar le pertenece. La desorientación me causaba zozobra, pero ahora que sé que sucede… estoy más aterrado que antes.

Hecho mis manos al cuello y noto una circunferencia gruesa de metal alrededor de mi garganta. La recorro con los dedos, notando un candado y después un saliente. Cuando lo acaricia descubro una cadena que baja por mi hombro y espalda; me volteo y sigo la cadena con la mirada. Termina en la pared, está anclada a ella. No puedo quitármelo, lo sé. No hay humano en el mundo con fuerza suficiente para romper este metal y de haberlo no sería yo.

Tengo que pensar una solución ahora estoy solo, debo huir antes de que vengan, de que me encuentren. Aunque obviamente nadie tiene que encontrarme, estoy encadenado ¡Demonios! Ya saben dónde estoy, lo saben malditamente mejor que yo.

Tengo pensar, tengo que pensar, tengo que pensar ¡Maldita sea! He dirigido un ejército por tres años sin recibir un solo rasguño hasta ahora, la estrategia es mi fuerte, pensar debería ser fácil para mí. Mierda, me duele la cabeza. No lograré nada si pienso en un plan para salir de un lugar que no conozco, debo calmarme, examinar el lugar y después pensar. Sí, primero tengo que respirar hondo.

Inspiro, expiro y después miro mi alrededor. Algo aquí debe poder serme útil para escapar; definitivamente no la pared de la derecha forrada de cadenas, ataduras y aparatos extraños. La cama tampoco parece tener un gran uso y la mesita de al lado, vacía, es demasiado robusta como para que me pueda fabricar yo solo una estaca lo suficientemente rápido como para terminar antes de que alguien venga por culpa del escándalo.

Hay un espejo también, adherido a la pared, pero demasiado lejos para que yo pueda romperlo y usar un cristal roto como arma. Lo miro unos segundos, después me miro a mí reflejado en él.

¿Por qué estoy desnudo? El rubro cubre mi rostro y me aparto del objeto para no verme más, aunque eso no va a impedir que los demás lo vean. No sé quién ha hecho esto, pero le odio con todo mi ser. Capturarme era suficientemente humillante para mí, esto ya es sadismo. No puedo evitar llorar imaginando a esos seres del infierno rasgando mis ropas durante mi inconsciencia, divirtiéndose porque saben que es un oprobio hacerle algo así a alguien.

La puerta cruje un poco, el pomo empieza a bajar y tapo mi boca para ahogar un grito. Pienso todo lo rápido que puedo mientras un sudor frío desciende por mi sien. No puedo atacar, no ganaría ni teniendo el mejor armamento contra el peor vampiro. Defenderse es más útil o al menos lo es que no te vean desnudo y encadenado como un maldito chucho.

Cuando la puerta se abre del todo no puedo saber quién ha entrado, desde debajo de la cama solo puedo ver unos pies grandes —seguro que de un tipo colosal al que prefiero no encarar— paseándose tranquilamente por la estancia. Quizá el tipo ni siquiera sabe que estoy aquí, quizá quien me ha traído no ha avisado a los demás el hombre simplemente me ignora.

Se dirige a la pared y se queda frente a ella, no puedo ver qué sucede. Ya lleva mucho rato como para haber venido a por mí, si fuera eso ya me habría dicho algo. Escucho un tintineo metálico, después la cadena se tensa y una fuerza magnífica tira de ella hasta sacarme a rastrar en apenas un instante.

Desde el suelo miro a mi agresor y veo esos ojos negros y aterradores de antes. El hombre que me capturo. Mi am…  me rehúso a pensar en él bajo esos términos.

—¿Por qué te escondes? Al verme entrar deberías correr a arrodillarte a mis pies, esclavo.

—¡Y una mier-

Un dolor ardiente cruza mi mejilla derecha. Su mano levantada indica que me ha dado un bofetón. Yo no lo he visto, pero la sangre que sae de la cara interna de mi mejilla y me llena la boca de un sabor férreo demuestra lo contrario.

Me mira enfado, no satisfecho aún. Trago saliva y sangre. La mitad de la cara me arde, la mejilla empieza a palpitar, la sangre reuniéndose ahí y causando una hinchazón molesta.

—No vas a hablarme así, me aseguraré de eso. Y cuando te dirijas a mi será llamándome amo.

—¡No pienso hacer lo que dices! —otra bofetada. Después del primer golpe creí que el segundo no sería tan difícil de soportar. No caí en que se había estado conteniendo y ahora que con el impacto me ha tirado el suelo sigo creyendo que se ha vuelto a contener.

Me intento levantar del suelo, pero no puedo, estoy mareado por el tortazo. Escupo sangre y sostengo mi mejilla herida, la más herida. Arde y me duele gesticular. Mañana, si llego vivo, tendré toda la cara morada y posiblemente inflada como un globo.

—Eres… eres un monstruo. Te detesto, tu raza me da asco… Os odio, te odio… Jamás te obedeceré. Ni aunque me mates. —digo con un hilo de voz.

Las líneas de su rostro se relajan y vuelve a ser completamente luminoso, de repente ya no parece enfadado. Lo único que indica alguna emoción en su cara son dos hoyuelos a los lados de su boca que se forman mientras me sonríe y se acerca a mí.

Tiemblo como una hoja, más aún que si viniera enfadado. De un ceño fruncido ya sabes que esperarte, pero las sonrisas son terroríficas.

—Es casi admirable que tengas la valentía de decirme todo esto, a pesar del miedo que huelo. No pareces estúpido, sabes que me estoy esforzando para no hacerte demasiado daño. Puedes seguir tu teatrito si quieres, pero sabes muy bien que algún momento me hartaré y si no me contengo puedo asegurarte que estarás a mis pies rogando.

Le odio, odio tanto la forma en que sonríe. Odio tanto que tenga razón. Pero debo mantenerme firme, no pienso dejar que un chupasangre me convierta en la mascota del enemigo. Moriré antes de obedecer, son mis ideales, debo mantenerlos.

—No pasará. Vas a morir, mi padre vendrá a rescatarme antes de que puedas ponerme un dedo encima. —una carcajada resuena por toda la habitación. No miento ni actúo como un necio: sé que pasará, él vendrá a por mí.

Es mi responsabilidad asegurarme de que cuando llegue no es demasiado tarde.

—¿De veras? Pues mejor que se dé prisa —se acerca un poco más, agachándose hasta estar acuclillado a mi altura. Yo me apoyo en la pared aún sin fuerzas para levantarme y él coge mi collar con su índice, obligándome a mirarlo de cerca. —porque estoy muy cerca de ponerte las manos encima. —musita, su voz entra en mí como un espíritu y cala en mis huesos. Jamás olvidaré su voz, la fuerza con la que habla sin necesidad de gritar. Tiene tanto poder que sus susurros me paran el corazón.

Una de sus manos se acerca a mi cuerpo. Todo yo me paralizo cuando sus yemas entran en contacto con mi piel. Frío como un muerto, siento que me robará el calor hasta dejarme hecho hielo. Su mano se acerca más y más, sus yemas presionan mi piel y agarra mi cadera. Es tan grande que con una mano podría rodear más de la mitad de mi cintura sin problemas. Acaricia con el pulgar, mis ojos fijos en sus dedos como si fueran aparatos de tortura. Soy incapaz de hablar, de moverme; de respirar.

Una carcajada me asusta y aleja repentinamente su mano de mí, dejándome confundido y avergonzado.

—Mírate ¿Y tú dices que no obedecerás? —trago saliva mientras él sigue riéndose de mí, miro a otro lado. Es bochornoso haberme aterrado tanto por una caricia tan estúpida, pero es inevitable. —Duerme. Mañana te espera un día largo, vendré tarde así que usa el tiempo que tienes para pensar en qué es lo mejor para ti: esperar a que milagrosamente alguien te salve o ser bueno para mí y recibir a cambio cosas buenas.

Cierra las puertas con fuerza, la brisa que levanta apaga todas las velas y en ese segundo en que todo sucede yo ya he decidido. No necesito el día de mañana para pensar porque no hay nada que pensar: no obedeceré.

 


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