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Con C de Cicatrices y Celos por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito por amor a la pareja y sin lucrar con ello.

Con C de Cicatrices y Celos

 

El consenso general en Hogwarts era que Remus Lupin sería realmente atractivo (llegando incluso a competir con algunos de los galanes en turno) de no ser por el creciente número de cicatrices que cada año aparecían en su cuerpo y rostro.

Claro que de esas observaciones sólo los inocentes críos de primer año eran los que se atrevían a abrir la boca y comentarlo en voz alta, pues ni bien habían dicho una palabra relacionada a Remus cuando ya alguno de los Merodeadores había puesto su varita en acción y cobrado la ofensa con un castigo proporcional.

Para las miradas fijas y de asombro, bastaba con un encantamiento simple para que la próxima vez que metieran la mano en el bolsillo de su túnica se toparan con un baboso y muy asqueroso gusano.

En tanto que para aquellas personas que miraban fijo y ponían en manifiesto su desagrado con una muesa de asco, lo mejor era un encantamiento de mocos voladores por docena para que aprendieran su lección y no se metieran en asuntos ajunos.

Para aquellos alumnos más crueles que se atrevían a señalar con el dedo y burlarse abiertamente de Remus, era Sirius quien personalmente tomaba cartas en el asunto, ya no con magia sino con justicia por sus propias manos al encararlos de frente y preguntar si tenían algún problema con su amigo, lo que en un 90% de los casos era un “No, ninguno” dicho con un hilo de voz que lo solucionaba en el acto, y tenían como cierre algún hechizo malicioso que sabían aceptar como parte de su penitencia. El otro 10% incluía por supuesto puñetazos, algún duelo improvisado de varitas, y detención, muchas horas de detención.

Pero claro, no siempre había sido esa rutina así.

En su primer año en Hogwarts, la influencia de los Merodeadores no habría sido tan absoluta y determinante entre el grupo de estudiantes que asistían a Hogwarts, pero luego de verles con chicos varios grados mayores que ellos y de alguna u otra forma ganar pelea tras pelea por el honor de Remus, las habladurías en torno a éste se habían reducido al mínimo, y la mención de sus cicatrices (tanto las viejas como las que continuamente aparecían) se volvió un tema prohibido. Absolutamente verboten, en especial entre aquellos estudiantes que quisieran ahorrarse ser víctimas de las peores venganzas de las que hubiera habido registro en los últimos cinco años.

Ni hablar que así como Sirius, James y Peter no se quedaban de brazos cruzados cuando de defender a su mejor amigo Remus se trataba, el mismo caso aplicaba para la profesora McGonagall, que a pesar de no mostrarse particularmente molesta por su compulsión para salir en defensa de su amigo y restituir cada ofensa con lo que ellos consideraban que era justicia equivalente, no por ello perdonaba las largas horas de detención con las que aderezaban esas primeras semanas de clases hasta que se establecía entre todos los alumnos de Hogwarts el tácito acuerdo de que nadie, bajo ninguna clase de circunstancias, tenía derecho a mofarse de Remus Lupin o de sus cicatrices.

Jamás.

O se las vería hasta las últimas consecuencias con sus amigos.

El propio Remus aquello le parecía excesivo, pero tras cinco años de asegurarles a sus compañeros Merodeadores que las burlas no le afectaban y que después lo atraparan llorando más de una vez por lo crueles que podían llegar a ser los comentarios en su contra, había mejor optado por resignarse, y de paso reconsiderar que amigos como esos tres sólo aparecían una vez en la vida, y que debía apreciarlos.

Por ello fue que ese primer viernes luego de vacaciones de verano, a pesar de que el clima todavía estaba apetecible como para dar un paseo por el campo de Quidditch y disfrutar de los últimos rayos de sol antes de que el otoño se les viniera encima, Remus encaminó sus pasos a una de las aulas del tercer piso, en donde sus compañeros estaban en esquinas separadas recibiendo su detención.

Un vistazo por la ventanilla de la puerta le reveló a Remus que McGonagall tenía cosas mejores que hacer que cuidar de tres adolescentes revoltosos a los que había tenido que castigar luego de encontrarlos peleando con tres chicos de cuarto año de Slytherin, quienes confiados de estar en el área de las mazmorras habían hecho un comentario grosero acerca de Remus y lo amoratado de uno de sus ojos, infiriendo con ello que quizá en sus tiempos libres se dedicaba a ‘buscárselo’, con insinuaciones obscenas, y con tan mala suerte que justo por ahí estuviera Sirius, quien no tardó en recibir refuerzos y dejar bien en claro que nadie se podía meter con un Merodeador sin vérsela después con las consecuencias.

El no haber estado presente durante la pelea fue lo que salvó a Remus de estar cumpliendo horas de castigo con sus mejores amigos, y ya que se sintió culpable porque en parte era culpa suya por no haber estado presente para mediar aquella pelea y ponerle fin, optó por esperarlos a la hora en que su detención terminaba y agradecerles lo que habían hecho por él con una bolsa repleta de viandas que había conseguido directo de los elfos domésticos de la cocina.

Consigo traía cada uno de los postres favoritos de sus amigos, además de una buena dotación de chocolate para sí mismo, así como pay de manzana y un termo de té caliente que iría de maravilla una vez que estuvieran en el jardín haciendo lo más del clima y el fin de semana que tenían por delante.

Tras consultar su reloj y comprobar que todavía quedaban cinco minutos antes de que las puertas se abrieran (hechizadas por su maestra de Transformaciones, y por lo tanto, imposibles de cruzar hasta entonces), Remus sacó del bolsillo de su túnica una caja de chocolatinas de invención reciente, que tenían como atractivo un encantamiento de sonido que permitía emular el sonido de un animal apenas masticarla.

Tras relinchar como caballo, hacer cuac como un pato, y soltar un magnífico rugido de león, Remus examinó indeciso el resto de sus piezas de chocolate buscando alguna señal que indicara cuál sería el próximo animal que imitaría cuando a su derecha percibió movimiento. Y aunque en un inicio se asustó pensando que era McGonagall de vuelta para cerciorarse de que sus amigos hubieran cumplido con su detención, en realidad quien apareció era otro alumno como él. Un chico de Hufflepuff que más que tener un sitio en concreto a dónde dirigirse, iba mirando los muros y caminando a paso lento, por no mencionar que era una cara nueva a la que no había visto antes.

—Hola —atrajo Remus su atención—, ¿estás perdido?

El chico Hufflepuff sonrió al percatarse de que se dirigían a él, y se acercó a Remus con una sonrisa y la mano derecha extendida.

—Hola, uhm… ¿Algo así? Estaba de exploración por el castillo. Es enorme, ¿eh?

—Se podría decir —dijo Remus, quien gracias al mapa que entre él y sus amigos había fabricado ya no guardaba esa misma imagen del castillo de Hogwarts y sus alrededores, aunque podía comprender ese sentimiento abrumador de las primeras semanas, cuando el tomar la escalera equivocada podía ser la causa para llegar cinco minutos tarde a su próxima clase y ganarse con ello una reprimenda—. ¿Eres nuevo aquí?

—Sí. Mi familia y yo nos hemos mudado a Inglaterra este verano, y mis opciones eran asistir a Hogwarts o recibir educación en casa, así que heme aquí listo para aprender. Por cierto, mi nombre es Lawrence Perkins —se presentó el chico, de vuelta sujetando la mano de Remus mientras éste se presentaba.

—Yo soy Remus, Remus Lupin.

—¿Un… Gryffindor, correcto?

—Exacto. Y tú un Hufflepuff por lo que veo —comentó Remus al ver amarillo en los detalles de su uniforme.

—Y por poco, colega, que el sombrero seleccionador estaba indeciso entre esa casa y, ¿cómo era la otra?, ¿Slaytherin?

—Slytherin —le corrigió Remus, alzando las cejas porque si bien la decisión del sombrero seleccionador había permitido que Lawrence estuviera en Hufflepuff, no por ello había que desestimar del todo su segunda opción.

De hecho, Remus recordaba un poco el barullo que se había alzado a la hora de la ceremonia de bienvenida, pues aparte de los alumnos de primer año que habían estado presentes, había habido también un par de rostros nuevos de años superiores que de igual manera habían pasado por el proceso del sombrero seleccionador para recibir espacio en una casa. Remus no recordaba a Lawrence como tal porque justo dos noches atrás había sido luna llena y los estragos de esa última transformación le habían hecho presentarse con un ojo amoratado, cortesía de estrellarse contra la puerta de acero del sótano de sus padres, pero seguro que no tardarían en hacer migas porque tenían la clase de pociones en común.

—Por lo que he aprendido en esta semana no habría sido la mejor de mis opciones, ¿eh?

—No debería decirlo porque soy un prefecto, pero… Quizá no.

—En todo caso, todos aquí han sido en extremo amables conmigo, así que no puedo quejarme —dijo Lawrence, que sólo entonces soltó la mano de Remus aunque con reticencia—. ¿Tienes algún sitio a dónde ir o-…?

—De hecho…

Ambas oraciones se vieron interrumpidas cuando la puerta del aula donde se encontraban los amigos de Remus se abrió, y el primero en salir fue Sirius, seguido de James y atrás Peter.

—Hey, Moony, espero que no-… —Empezó Sirius a saludarlo cuando se dio cuenta de que tenían compañía y calló de golpe—. ¿Y quién eres tú?

—¡Sirius! —Le reprendió Remus su falta de educación, pues como prefecto de su año tenía ante sí la responsabilidad de los suyos—. Él es Lawrence, de Hufflepuff, y es nuevo.

—Ya decía yo que era demasiado alto para ser de primer año —bromeó James, quien a diferencia de Sirius, primero esperaba señales antes de atacar—. Somos amigos de Remus.

—Ah, cierto. Ellos son Sirius, James y Peter —los presentó Remus por turnos y señalándolos según el orden en que estaban parados, y aunque esta vez no hubo manos estrechadas, al menos ayudó a levantar los ánimos.

—Bueno, Larry —dijo Sirius, quitando el brazo que llevaba sobre los hombros de James y colocándolo mejor sobre los de Remus para atraerlo contra su costado—, estoy seguro de que tienes planes igual que nosotros, así que nos marchamos. Vamos, Moony.

Consciente de que convencer a Sirius de lo contrario era casi tan inútil como ponerle un fin a todas esas detenciones de inicio de año, Remus le dedicó una sonrisa tensa a Lawrence que dejaba en claro su buena voluntad para conocerse pero al mismo tiempo la imposibilidad de ese momento. Y que por fortuna Lawrence supo interpretar, a juzga por el gesto de ‘no te preocupes’ con el que lo despidió.

Luego agitaron las manos y se separaron.

 

Antes del lunes de su segunda semana de clases Sirius se las arregló para hechizar a un par de alumnos que por idiotez o descuido se le quedaron viendo a Remus durante la hora del desayuno. Bastó una fluorita de su varita para que el jugo que bebían les saltara proyectado al rostro, y Sirius rió entre dientes por su travesura bien realizada.

—No deberías hacer eso —le amonestó Remus, quien no tenía inconveniente cuando los agresores abiertamente se burlaban de él y obtenían lo que merecían, pero con críos de primer año y cuyo uno pecado era no poder apartar la mirada de sus incontables cicatrices le parecía excesivo.

—En algún momento tenían que aprender que lo que hacían no era correcto —dijo Sirius con naturalidad—, y no hay mejor momento que el ahora, ¿no crees, Moony?

—Mmm. —Sin responder tal cual a su pregunta, Remus prefirió cambiar de tema—. ¿Tienes planes para hoy? Escuché que te las arreglaste para concertar una cita con esa chica de Ravenclaw de sexto curso. ¿Michelle Atkins?

—Michelle, sí. De hecho fue ella la que me invitó a dar un paseo por los campos de Quidditch. Servirá para ver a James hacer su entrenamiento vespertino —dijo Sirius rascándose la esquina de la nariz—. ¿Irás tú también?

—¿Eh? —Confundido si se refería a su cita o al entrenamiento de James, Remus tuvo un sobresalto.

—Seguro que a Michelle no le molesta si te nos unes.

—Seguro que a Michelle le molesta si me les uno, Sirius —replicó Remus—. Y no, no estoy de humor para pasar mi tarde viendo el entrenamiento de Quidditch. Tengo cosas mejores que hacer con mi tiempo.

—¿Como qué?

—Como terminar ese ensayo de Transformaciones que nadie salvo yo y Peter hemos empezado.

—Ya habrá tiempo en la mañana.

—Es a primera hora.

—Uhm… —Que debido a los tiernos ojos que Sirius le dedicó a Remus, éste tuvo que ceder.

—Vale, te ayudaré cuando regreses de tu cita.

—Hecho, Moony. Eres el mejor —declaró Sirius, que para entonces ya había acabado con su ración doble de desayuno y bullía con energía extra para su cita de hoy.

Al salir de su asiento no se cortó ni una pizca en plantarle un ruidoso beso a Remus en la mejilla, y sin más se alejó alegre y cantarino hasta la salida del Gran Comedor, donde ya Michelle Atkins esperaba por él y por la cita que tendrían ese día.

Un tanto decepcionado porque todos sus amigos habían hecho planes sin él para todo el domingo, Peter incluido porque se había unido a un grupo de ajedrez mágico que justo tenían reunión a mediodía, Remus consideró el dejar su desayuno a medias y tan sólo regresar a su dormitorio para dormir un par de horas más cuando de la nada un proyectil hecho con pan duro le dio de lleno en la cabeza.

En sí, el daño fue mínimo. El pan no era ni sería jamás buena munición, pero el problema no era ese, sino la afrenta de haber sido atacado.

Dispuesto a hacerse valer no por sus amigos sino como persona, y de paso como prefecto para amonestarlos como era debido, Remus se giró para enfrentarse a sus agresores sólo para descubrir que ya alguien más se había tomado la labor como propia.

Resultó ser que sus atacantes no eran de Slytherin como se había temido en un inicio, sino un par de alumnos nuevos de Hufflepuff que se habían retado el uno al otro para atraer su atención sin ser atrapados, y aquel que los había regañado no era otro más que Lawrence.

—Lo sentimos —corearon los críos con la cabeza gacha por órdenes de Lawrence antes de retirarse, dejando atrás a los dos chicos de quinto año, que se sonrieron de buena gana por haberse vuelto a encontrar.

—No lo hicieron con tan mala intención, seguro —dijo Lawrence—. Creo que sólo estaban un poco curiosos de ti y no sabían cómo llamar tu atención.

—Uhm, seguro —masculló Remus, que por instante sintió pánico al tratar de dilucidar qué podría haberles llamado más la atención de su persona: ¿La cicatriz que tenía justo sobre el tabique nasal, esa otra que surcaba su mentón, o sería acaso la línea irregular que cortaba una de sus cejas en dos?

La mención de sus marcas le hizo sentirse incómodo, de pronto juzgado cuando Lawrence mantuvo la vista fija en él, pero Remus no se dejó vencer por algo con lo que venía lidiando día tras día desde que tenía memoria, así que enderezó los hombros y alzó el mentón.

—En todo caso, gracias —dijo por cortesía al favor recibido—. Fue amable de tu parte intervenir.

—Era lo menos que podía hacer. Eran de mi casa, y… Tú un amigo.

Parpadeando por la repentina declaración, Remus optó por cambiar de tema. —Y bien, ¿cómo te ha ido en esta primera semana en Hogwarts?

—No creo que un adjetivo bastara. Lo ha sido todo a la vez…

—Sé a qué te refieres.

—Ha sido genial a la vez que agotador. ¿Sabías que hay un Bosque Prohibido repleto de todo tipo de criaturas mágicas?

—Puedes apostar a que sí —murmuró Remus más para sí que para Lawrence, quien seguía hablando acerca de todas aquellas características que Hogwarts que para él eran nuevas pero no tanto para Remus, pues no sólo iba ya en su quinto año ahí, sino que no en balde una cuarta parte bien merecida del Mapa del Merodeador le pertenecía.

—Igual y tienes algo más que hacer esta tarde, pero si no es el caso, ¿te importaría hacerme compañía? —Propuso Lawrence cuando se les excedió el tiempo de permanecer parados en el Gran Comedor a pesar de que ya todos habían despejado la habitación y los elfos domésticos se afanaban en limpiar para la comida.

Remus se lo pensó unos segundos, pues bien podría dedicarse a un par de tareas que tenía atrasadas o de paso a estudiar los temas que verían la semana entrante, pero… ¿Qué daño podía tener un poco de diversión un domingo al mediodía cuando el clima de septiembre todavía era propicio para un largo paseo por los jardines? Que al fin y al cabo Lawrence era nuevo en Hogwarts, y como prefecto de Gryffindor era casi su deber ayudar a aquellos en necesidad. Si de paso él también se divertía, bueno… sería un plus y karma positivo por sus buenas intenciones.

—Ok, ¿a dónde quieres ir? —Aceptó Remus la propuesta de Lawrence, y en respuesta, éste sonrió con genuina felicidad. Y por un segundo, Remus se sorprendió correspondiéndole al ciento por ciento.

Era una apuesta segura que aquella sería una amistad para quedarse.

 

En un imprevisto paseo que se prolongó por horas sin fin conociendo no sólo los jardines de la escuela sino también el castillo y haciendo valer los conocimientos que la lectura de Historia de Hogwarts había dejado en él, Remus pudo poner al tanto a su nuevo amigo de los mejores sitios para descansar, aquellos otros que era mejor evitar, los pasadizos secretos que valía la pena memorizar (algunos con contraseña) y otros tantos corredores y pisos que más bien fueron el pretexto perfecto para conversar de todo y nada, y de paso conocerse mejor.

Así fue como Remus se enteró de que Lawrence provenía de la costa este de Estados Unidos, que ahí había asistido a clases hasta dos meses atrás, que su familia estaba compuesta por una madre bruja y un padre muggle que se habían conocido desde la infancia, y que además tenía dos hermanas pequeñas que eran gemelas idénticas y que el próximo año estarían con ellos en Hogwarts, además de cinco gatos, dos iguanas, una cacatúa, y una boa. Plus, era excelente en pociones, practicaba el Quidditch aunque quizá no al nivel adecuado para ingresar a uno de los equipos, y le encantaba leer novelas de misterio, un gusto que pronto descubrieron tener en común con Sherlock Holmes y sus aventuras con el doctor Watson.

Por su parte, Remus también habló un poco de sí, aunque sobre todo de su tiempo en Hogwarts y de sus tres mejores amigos, a quienes consideraba como los hermanos que nunca había tenido al crecer.

—Debe ser genial tener hermanos —dijo Lawrence, mientras recorrían a paso lento el área detrás de los invernaderos, aprovechando que todavía había luz suficiente para ello—. Yo tengo a Phoebe y a Daisy, así se llaman mis hermanas, pero no es lo mismo. Ellas son más del tipo de tener fiestas de té entre sí, jugar a las muñecas y rizarse el cabello, y la diferencia de edades entre nosotros tampoco ayudó.

—Es genial, sí —confirmó Remus con una sonrisa tímida—. Aunque quizá no lo es tanto cuando no encuentro mi suéter favorito y descubro que uno de ellos lo utilizó antes sin pedirme permiso, o cuando James nos hace asistir a todos sus juegos de Quidditch, y ni hablar de Peter y sus calcetines sucios que colecciona al fondo de su baúl hasta que el aroma nos provoca arcadas, y Sirius…

Remus se calló de golpe, pues Sirius era… Sirius, y la lista de sus defectos y virtudes podía extenderse tan larga como un pergamino que llegara hasta sus pies.

—¿Sirius? —Inquirió Lawrence antes de recordar a quién se refería—. Ah, ya, el que me llamó Larry.

—¿No te gusta que te llamen Larry?

—Bueno… —Se tiró Lawrence del lóbulo de su oreja—. No precisamente. No lo odio tal cual, así me decía mi abuelo cuando era todavía un crío, pero… Prefiero Lawrence.

—Se lo haré saber.

—Gracias.

Rodeando un amplio campo de calabazas que con toda seguridad estaban ahí para el mes entrante cuando se celebrara la noche de Halloween, Remus tropezó con una raíz, y Lawrence tuvo la cortesía de ayudarle a recobrar el equilibro.

—Cuidado.

—Ops —dijo Remus al volver a estar en sus dos pies—. Gracias. Suelo ser un poco torpe, pero no a tal grado.

—¿Es por eso que-…? —Empezó Lawrence a formular su pregunta, por inercia señalando una de las tantas marcas que surcaban el rostro de Remus, y al instante se desapareció la sonrisa afable que éste llevaba en labios y apareció su máscara de fría cortesía—. Lo siento, pensé que-…

—Preferiría no hablar de eso —masculló Remus, a quien la repentina mención de sus cicatrices justo cuando casi había podido olvidarse de ellas se sintió expuesto y vulnerable. Cruzándose de brazos pidió volver al castillo, y su tarde de paseo llegó a su fin con la misma premura.

Cabizbajo siguió Lawrence a Remus de vuelta al castillo, y una vez ante las escaleras que separaban sus caminos Remus hizo amago de despedirse de Lawrence con un gesto vago y sin mirarlo a los ojos, pero éste lo retuvo por la manga de su suéter.

—Si antes dije algo inapropiado o que te molestara…

—Nada que no haya escuchado con anterioridad —replicó Remus con sequedad, quien estaba consciente de estar sobrereaccionando, pero luego de una vida de soportar toda clase de burlas y desprecios por su apariencia, creía estar en su derecho de al menos no tener que fingir felicidad para aplacar la consciencia de alguien más que la suya.

—Pero-…

—Hasta luego —dijo Remus antes de soltarse de su agarre y emprender la subida.

Un tanto desanimado por el cierre negativo de lo que en realidad había sido una tarde genial, Remus atravesó el retrato de la Dama Gorda y pasó de largo por la sala común en dirección a su dormitorio, pues nada le apetecía más que tenderse de cara sobre su cama, cerrar las cortinas de su dosel, y fingir que en lo absoluto le había herido descubrir una vez más que las marcas en su cuerpo eran lo que cualquier persona veía de él como carta de presentación.

Y en esas oscuras reflexiones habría seguido hasta que fuera hora de cenar cuando la puerta de su habitación volvió a abrirse, y a juzgar por el ruido de las pisadas y el que segundos después alguien se acostara a su lado sin más conflicto, no podía ser otro más que Sirius.

—Moony…

—¿Mmm?

—Te vi.

Remus giró la cabeza para verlo. —¿Uh?

—Te vi paseando con ese Hufflepuff cerca del lago.

—Su nombre es Lawrence.

—Claro —bufó Sirius—. Larry.

—No le gusta que lo llamen así.

—Vale, a Larry no le gusta que le digan Larry. Genial. Lo tomaré en cuenta cuando me importe un rábano.

—Sirius…

—¿Por qué tengo la impresión de que no lo pasaste tan bien con él? —Cambió Sirius de tema, atinando en el blanco justo en aquello que molestaba a Remus—. ¿O me equivoco?

Remus suspiró. —Todo iba bien hasta que preguntó por mis cicatrices, o al menos lo intentó… Tuvo el tacto suficiente para no terminar siquiera la oración, pero el daño ya estaba hecho, y no sé, de pronto ya no me apeteció continuar con nuestro paseo.

—Ya, sé bien a qué te refieres. —Ante la mirada curiosa de Remus, Sirius se acomodó mejor a su lado, y con naturalidad le pasó una pierna encima de las suyas—. Michelle tuvo la misma descortesía de preguntarme por qué tenías, ya sabes, así que tuve que embrujarla.

—¡No! —Exclamó Remus con incredulidad, porque Michelle era una chica preciosa que tenía varios pretendientes entre chicos de su grado y mayores, y el que Sirius consiguiera salir con ella a pesar de ser menor y luego lo hubiera lanzado todo por la borda con un hechizo no tenía sentido.

—¡Sí! —Confirmó Sirius con hosquedad—. De ahora en adelante se lo pensará mejor, y espero que el sabor a babosas le recuerde dónde no debe meterse. Ni con quién.

—Oh, Padfoot —musitó Remus, quien para nada condonaba el uso de la venganza para fines propios, pero al mismo tiempo sentía el corazón estallarle en el pecho al corroborar que tenía la espalda cubierta por sus amigos, quienes a pesar de haber salido de detención apenas dos días atrás, no habrían de dudar en caso de tener que repetirlo.

Y Sirius ahí a su lado y reconfortándole con su mera presencia era prueba de ello.

—Podría hechizar a Larry, ¿sabes? —Ofreció Sirius—. No me importaría otra tarde de detención con McGonagall si se trata de ti…

—Aunque tentadora la oferta, me temo que paso. Prefiero tenerte conmigo que en detención.

—Aw, ¿sólo a mí o-…?

—A todos, idiota —respondió Remus, y Sirius se abalanzó encima de él en una sesión de cosquillas que sirvió para que la expresión triste de su amigo cambiara y se transformara en una de felicidad.

Así los encontraron James y Peter, quienes de vuelta de sus respectivas actividades se sumaron a la batalla y acabaron por vencer las patas de la cama, que se vino abajo con el peso de los cuatro y causó un revuelo en la torre de Gryffindor por el estruendo que provocó.

Con veinte puntos menos a su casa y amonestados por destruir propiedad escolar a pesar de que bastó un simple movimiento de varita para dejar la cama como estaba antes, con todo consideró Remus que bien había valido la pena, que del pesar que antes sentía no quedaba nada, y en cambio, la gratitud por sus amigos le invadió de lleno.

Y que el resto, Lawrence incluido, se fueran al carajo con su maldita curiosidad.

 

Por supuesto, el asunto con Lawrence no terminó en aquella agridulce despedida, pues unas noches después Lily Evans se acercó al rincón de la sala común de Gryffindor donde los cuatro Merodeadores tenían una reunión para planear una próxima travesura que estaba en sus intenciones de implementar durante la clase de pociones, y pidió hablar con Remus.

—Ow, ¿mi futura esposa me está siendo infiel con uno de mis mejores amigos? —Rezongó James e ignoró tanto el gesto de hastío de su eterna amada pelirroja así como el dedo medio que ésta elevó en su dirección para mandarlo callar.

—¿De qué se trata, Lily? —Preguntó Remus, quien de buenas a primeras asumió que guardaba relación con sus asuntos de prefectos, pero no pudo estar más equivocado.

—Hay un chico Hufflepuff preguntando por ti en la entrada —dijo ella—. Creo que deberías salir.

—¿Y su nombre no es por casualidad Larry? —Inquirió Sirius con malicia y ojos entrecerrados.

—Lawrence, que para el caso es lo mismo —respondió Lily—. Yo sólo te paso el recado, pero harías bien de atenderlo antes de que se haga tarde y Filch o la Señora Norris lo encuentren fuera de su sala común y le den horas de detención.

Remus se puso en pie, y al instante ya tenía Sirius su mano entre las suyas y le pedía quedarse.

—No vayas —dijo en voz baja y con un dejo de súplica—. No vale la pena.

—Seguro querrá disculparse de vuelta.

—¿Y qué con eso? A menos que pienses perdonarlo.

—¿Qué pasó entre Remus y ese tal Larry? —Preguntó James.

—Lawrence —corrigió Remus, en tanto que Sirius se abocó a explicar el desaguisado que habían tenido antes.

—Todos merecen una segunda oportunidad —dijo Peter, que por su cuenta era de los cuatro el que más grande tenía el corazón cuando se trataba de perdonar, y porque James puso los ojos en blanco y Sirius torció la boca en una mueca, Remus tomó ahí mismo su decisión.

—Saldré a ver qué quiere.

Pese a los reclamos de Sirius contra Peter y la intervención de James para aplacar los ánimos, Remus se acomodó las mangas de su suéter antes de cruzar la sala común, y con el mentón en alto, salir por el retrato de la Dama Gorda al exterior del pasillo, donde a diferencia de la torre de Gryffindor, reinaba el frío y el silencio.

Y también había un Hufflepuff con aspecto contrito que abrió la boca apenas verlo pero no dijo nada.

—Entiendo que me buscabas…

—Sí, yo… —Lawrence se aclaró la garganta—. Quería disculparme como es debido por lo de…

—Mis cicatrices, vale. Puedes decirlo.

—Bueno, sí, pero también por ser tan insensible y puede que todo un patán. Lo hablé con uno de mis compañeros de dormitorio y me explicó que todo eso forma parte de una especie de código de honor que se debe respetar a menos que quieras ser hechizado por los Merodeadores, sean quienes sean.

—Uhm, mis amigos y yo —explicó Remus con apuro—. No es ninguna clase de pandilla que aterroriza los pasillos de Hogwarts por si te lo preguntas… Sólo es un bobo apodo. Y lo que ellos hacen no es enteramente con mi aprobación, pero hace tiempo que decidí rendirme porque igual lo van a hacer, sin importar qué diga yo o las horas de detención que tengan que cumplir. Al menos mantiene a los bravucones a raya.

Lawrence hundió el mentón. —Y de nuevo, lo siento. No era mi intención sacar a colación algo que te molestaba a tal grado. Prometo jamás volver a mencionarlo si me perdonas y volvemos a ser amigos.

—Oh. —Remus cambió el peso de un pie al otro, pues si bien aquella declaración de amistad le había sorprendido, a la vez le había hecho sentir un chispazo de alegría.

—Aceptaré cualquier embrujo que me toque, y no delataré quién fue por si te preocupas de eso de las detenciones…

—Creo que no será necesario —dijo Remus, aunque no estaba seguro de poder prometer nada al respecto, porque Sirius ya tenía entre su lista de pendientes de esa semana lanzar un conjuro a los pantalones de Lawrence para que se le cayeran a las rodillas en pleno Gran Comedor.

—¿Entonces me perdonas?

Remus suspiró. —Te perdono.

—Entonces sigamos siendo amigos —dijo Lawrence, y antes de que Remus pudiera siquiera formar algún pensamiento coherente, éste sacó de uno de los bolsillos de su túnica una barra gigantesca de chocolate que ni de broma reconoció Remus por el nombre—. Espero no tengas inconveniente en aceptar esto. Pregunté un poco entre tus conocidos y me dijeron que te gustaba el dulce, en especial el chocolate. No tenía manera de comprar nada, así que saqué algo de mi reserva especial. Tiene trozos de avellana, espero que no seas alérgico…

—No, yo… —La barra pasó de manos, y Remus abrió grandes los ojos cuando entre sus dedos sostuvo lo que fácilmente era medio kilogramo de chocolate—. Pero… ¿No es un poco grande?

—Así las venden en mi país —se excusó Lawrence—. Más para comer y para compartir con amigos, supongo…

—Gracias —susurró Remus, que indeciso de qué más decir, optó por sacar al prefecto que habitaba en él y mencionar que ya era tarde, y que Lawrence haría mejor en volver a su sala común antes de que alguno de los profesores lo atrapara en una de sus rondas y entonces le pusieran la detención que había acudido ahí a evitar.

Todo normal hasta ese punto, excepto que al despedirse, Lawrence le puso la mano en el hombro y apretó, dedicándole una sonrisa que le hizo sentir a Remus calor en el rostro, y luego se marchó.

De vuelta con sus amigos que esperaban impacientes por la resolución de aquel asunto, Remus los ignoró en pos de revisar en el mapa del merodeador los avances de Lawrence por los pasillos del castillo hasta cerciorarse de que en efecto hubiera cruzado la puerta que conducía a la sala común de Hufflepuff y estuviera a salvo.

—¿Y qué más da si Filch lo descubre? Eso se busca por estar fuera a estas horas —refunfuñó Sirius, quien era el único que no había aceptado de Remus un trozo de chocolate y permanecía malhumorado soltando chispas de la punta de su varita mientras se golpeteaba la rodilla con ella.

—Sé amable —dijo James.

—Eso, que este chocolate está increíble —secundó Peter.

—Las avellanas no son del todo lo mío pero debo admitir que está rico —dictaminó Remus, que mordisqueaba un trozo y hacía su mejor esfuerzo para pasar del mal humor de Sirius sentado a su lado.

Esa noche al irse a dormir Sirius cerró las cortinas de su cama y no respondió al “Buenas noches” colectivo que se dieron entre sí sus compañeros de dormitorio, pero a la mañana siguiente fue el primero en estar listo y salir, lo que le hizo ganador de burlas por parte de James, pues por ningún motivo Sirius Black abandonaba su cama antes que los demás.

El misterio, si es que se le podía llamar como tal, se resolvió horas más tarde, cuando fuera de hora recibió éste un paquete vía lechuza directo de una tienda de caramelos que se encontraba en Londres, y sin molestarse siquiera en romper el empaque, Sirius se la extendió a Remus y masculló “Para ti”, en voz baja.

Anonadado, Remus rompió el papel que la envolvía, y comprobó que dentro había por lo menos dos kilos de dulces variados y amplia variedad de chocolates.

—Padfoot…

—No podía dejar que un simple Hufflepuff ganara, ¿de acuerdo? —Masculló él pasándose una mano por el cabello de pronto poniéndose en pie—. Ahora si me disculpan…

Y sin más se marchó en dirección a la salida que conducía a los jardines.

—Si no lo conociera… —Empezó Peter.

—Diría que está actuando por celos —finalizó James.

—Bah —desdeñó Remus la posibilidad, aunque no del todo.

Sin proponérselo, Sirius podía llegar a ser realmente posesivo de sus amigos y su tiempo, pero de ahí a llegar a sentir celos… No podía ser.

Ni aunque se tratara de chocolates de alta calidad ni pedido por mensajería exprés a juzgar por la nota de orden con fecha de esa misma mañana (eso explicaba la ausencia de Sirius en los dormitorios) para que estuvieran a más tardar ese mismo día, simplemente no… podía… ser…

O eso se empecinó a creer Remus.

Sin conseguirlo.

 

—Larry al acecho…

Un par de semanas después y los ánimos se habían aplacado en su mayoría entre Remus y Lawrence, quienes retomaron su reciente amistad y comenzaron a pasar una buena porción de su tiempo libre en compañía del otro. De aquel tropezón que habían tenido apenas conocerse no quedaban ni las huellas, y Lawrence se esforzaba cada día en mantener su trato con Remus natural y sin hacer mención a sus cicatrices, incluso cuando al cabo de la siguiente luna llena aparecieron más. Al respecto sólo preguntó si Remus estaba bien, y ya que éste desestimó hablar del tema, Lawrence no volvió a presionarlo al respecto.

Pese a la buena animosidad entre ellos, Sirius mantuvo su actitud de desagrado por Lawrence, llamándolo Larry a pesar de repetidas peticiones de éste en no hacerlo, y alegando cada vez olvido.

—Compórtate, Sirius —le codeó Remus, aprovechando que se habían sentado frente a frente en la mesa de Gryffindor—. Sólo viene a saludar.

—Eso crees tú… —Gruñó su amigo, y en efecto, sus palabras se volvieron realidad cuando Lawrence ocupó el otro lado de Remus y se quedó con ellos a desayunar.

—¿No les molesta a tus amigos en Hufflepuff que pases tanto tiempo con los Gryffindor? —Preguntó Peter, quien después de Remus era quien más le había dado la bienvenida a Lawrence dentro de su grupo como un amigo más.

—Para nada. Saben que me la paso genial con Remus y eso es lo que cuenta, ¿o no? Es el espíritu Hufflepuff al fin y al cabo.

Remus se atragantó con el trozo de tostada que comía en esos momentos, y fue Sirius quien le dio unos golpecitos en la espalda para ayudarlo.

—Uhm, gracias —alcanzó Remus a responder, y tuvo que parar a Sirius, quien le estaba aporreando y le impedía seguir hablando—. Yo también me la paso bien contigo.

Pasando de charla profunda a un tema más ligero como era el paseo que harían ese día a Hogsmeade, Lawrence recibió toda clase de consejos acerca de cuáles tiendas visitar primero, qué calles recorrer, en cuál sitio comer el almuerzo y las atracciones locales con las que contaban.

—Unos compañeros me hablaron de la Casa de los Gritos —dijo Lawrence al respecto, y pasó por alto la tensión que de pronto se instauró en el grupo—. Algo de que es el edificio más embrujado en toda Gran Bretaña y que no podía dejar de echarle un vistazo.

—No es tan increíble como lo pintan —murmuró Remus, quien tuvo que hacer un esfuerzo por mostrarse más tranquilo de lo que en realidad se sentía—. Nunca hemos visto nada sobrenatural ahí, ¿verdad, chicos?

—Nada —confirmó Peter.

—Ni un fantasma —secundó James.

—Ninguna criatura peligrosa —cerró Sirius, que por debajo de la mesa recibió dos pisotones, uno de James y otro de Peter por su desliz.

—En todo caso me gustaría ir ahí y comprobarlo por mí mismo. Así al menos tendría algo interesante qué contarles a mi familia en mi próxima carta.

—Supongo que podríamos ir por ahí y… —Masculló Remus, para quien la noche que pasaba ahí cada mes era más que suficiente, y tener que regresar no le resultaba en lo absoluto interesante.

Acabando su desayuno para ser de los primeros en salir, pronto los cinco estuvieron rumbo a Hogsmeade, con Remus y Lawrence liderando la marcha, seguidos de Peter y James, y por último Sirius, que para ese día había elegido ropas muggle e iba enfurruñado con las manos dentro de los bolsillos de sus jeans.

De reojo, mientras escuchaba a Lawrence hablar de los dulces que había escuchado mencionar y que quería probar por su cuenta, Remus se mantuvo alerta de su amigo, que por regla general habría estado armando barullo y creando diversión durante el camino, pero en su lugar se mantenía taciturno y con un perpetuo ceño fruncido que le hacía parecer estreñido.

«Bueno, ¿pero qué le pasa? ¿Cuál es su problema?», pensó Remus contagiado de su mal humor, pues si bien no era ciego y entendía que a Sirius la presencia de Lawrence no le era del todo grata, no por eso tenía derecho a comportarse como un completo idiota. Si Sirius tenía algún problema con Lawrence, tenía que ser injustificado, pues si Remus había podido perdonarle su desliz anterior sin guardarle rencores, ¿por qué Sirius no podía hacer lo mismo y empezar desde cero en lugar de aferrarse a viejos rencores?

Dispuesto a no dejarse hundir por aquella extraña atmósfera que emanaba de Sirius y que contaminaba la armonía del grupo, Remus propuso separarse en grupos, pues ahí donde James quería surtir de vuelta su baúl con bombas apestosas para una broma que tenía planeada en contra de los Slytherins, él más bien tenía intenciones de darle las riendas a Lawrence y dejar que él decidiera por cuál tienda empezar.

Al hacer su propuesta, James y Peter se decantaron por Zonko, y atrás quedó Sirius rezagado.

—¿No vas a ir con ellos? —Preguntó Remus, pues él y Lawrence iban a Honeydukes y Sirius no había demostrado particular interés en ello.

—Nah, creo que mejor iré contigo, con ustedes —se corrigió en el acto, pero a Remus no le pasó por alto que Sirius se las arregló para posicionarse entre él y Lawrence, y que ahí se mantuvo hasta que llegaron a la tienda.

—Woah, sólo espero no gastarme el dinero de mi semana aquí —dijo Lawrence apenas entraron a la tienda y a su alrededor aparecieron docenas de estantes repletos con todo tipo de caramelos.

—Error de principiantes —dijo Sirius, y se ganó el segundo codazo del día por parte de Remus—. ¿Qué, es cierto? A todos nos pasó alguna vez.

—En realidad sólo quiero un par de caramelos y… —Revisando las etiquetas mientras hacía su selección, Lawrence se quedó ahí mientras Remus empujaba a Sirius a un par de metros y le echaba la bronca por sus descortesías.

—Si te ibas a comportar así, entonces no hacía falta que vinieras. Pudiste haber ido con James y Peter a Zonko.

—Pero Moony-…

—Oh no, llamarme así no te salvara de ésta, Sirius —replicó Remus en voz baja pero enojado—. ¿Podrías al menos ser amable? Lawrence es nuevo aquí, y apreciaría que no pusieras los ojos en blanco cada vez que habla. Es una terrible descortesía de tu parte comportarte como salvaje.

—Es que… Sucede que… Mira, pasa que… —Empezó Sirius varias veces sin ser capaz de continuar. Al final resopló, y un largo mechón de su cabello negro se alzó sobre su frente hasta caer sobre su mejilla—. No me agrada, ¿vale?

—Pues a mí sí —dijo Remus—, y si tanto te molesta Lawrence, bien habrías haberte ahorrado la visita a Hogsmeade del todo.

—¡Pero-…!

—Oh, miren —se les acercó Lawrence, que ajeno a la discusión que mantenían en ese momento, traía consigo una tableta de chocolate cuyo atractivo principal era escribir un mensaje secreto que después se mezclaría y había que jugar con las piezas hasta volverlo a armar—. ¿A que es genial? Tengo que comprar un par y enviárselos a mis hermanas, a ellas les parecerá increíble. En Estados Unidos no tenemos chocolates como éste.

Sirius gruñó, en tanto que Remus fingió interesarse. Pero un segundo estaba Remus diciéndole a Lawrence que quizá él también compraría una barra de ese chocolate, y al siguiente estaba buscando a Sirius, que en ese momento salió de Honeydukes y lo único que quedó fue el repiqueteó de la campanilla de la puerta que marcaba su salida.

—Supongo que fue a buscar un baño —dijo Lawrence al percatarse de su abrupta marcha, y Remus asintió con él.

—Puede ser…


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