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Con C de Cicatrices y Celos por Marbius

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Sin Sirius a la vista por el resto del paseo, Remus y Lawrence recorrieron Hogsmeade a sus anchas, deteniéndose en cada tienda hasta que se hizo tarde, y después haciendo una corta parada en Las Tres Escobas para beber una cerveza de mantequilla. Ahí habían quedado en reunirse los cinco cuando hubieran terminado con sus compras, y uno a uno fueron llegando después que ellos. Primero James, que había hecho lo posible porque Lily Evans se les uniera, pero la chica había prescindido de él y de su invitación, así que ahí estaba bebiendo su segundo tarro y maldiciendo su suerte. El siguiente fue Peter, que con mejor suerte en el amor que su compañero, venía regresando de una improvisada cita con una Ravenclaw de cuarto año con la que había bebido té y compartido un biscocho, además de hacer planes para verse también mañana.

El último fue Sirius, quien no sólo llegó después de la hora señalada, sino también cargando una bolsa repleta hasta el tope con objetos varios que dejó en la única silla libre que quedaba en la mesa.

De su exabrupto anterior y su mal humor no había ni rastros, y Remus estuvo agradecido que al menos aunque no era del todo atento con Lawrence, Sirius mantuvo sus ‘Larry’ al mínimo y no le dirigió ninguna mirada sucia.

Al momento de pagar las consumiciones, estalló un pequeño conflicto cuando por lo bajo Lawrence intentó pagar la parte de Remus.

—Oh, no te preocupes-… —Empezó éste a rechazar la oferta, pues si bien aunque en sus bolsillos no sobraba el dinero, tampoco quería depender de los demás para pagar sus propias consumiciones.

Esa era una regla que habían establecido entre ellos desde el inicio, y que sus amigos habían tenido que aceptar a rajatabla, pues Remus prefería pagar por sí mismo sus compras que permitir a alguien más encargarse de sus deudas. Con respecto a regalos y demás, era un poco menos estricto, pero igual prefería sentir que había ‘pagado’ que aceptar simple caridad. Y lo que Lawrence intentaba hacer en esos momentos entraba dentro de esa última categoría.

—Insisto —presionó Lawrence, que ya había sacado su saco con dinero y hacía tintinear un buen puñado de galeones que llevaba ahí dentro.

—A Remus no le gusta la caridad de extraños —gruñó Sirius, muy para mortificación de Remus, que en el lugar de plantarle el tercer codazo de la tarde, le metió un pisotón que acabó por lastimarlo más a él que a Sirius, ya que éste llevaba sus botas de corte industrial que había comprado en el Londres muggle y que de puntera llevaban una pieza metálica. “La dependiente me dijo que se utiliza en las manifestaciones punk, ¿a que es genial?”, había dicho Sirius apenas ponérselas una primera vez, pero Remus no había contado con que le lastimarían el talón al querer castigar su intromisión.

—Somos amigos —se defendió Lawrence de su decisión por pagar la cuenta, y tras una corta pausa en la que miró a Remus a los ojos, agregó—: Además, estamos aquí en una cita.

—¿Uh? —Remus se ahogó con su propia lengua—. ¡¿Q-Q-Qué?!

—Es lo que te dije cuando te pedí salir este fin de semana —dijo Lawrence en voz baja, mortificado.

—Yo pensé que… Estaba leyendo cuando me preguntaste, ¿recuerdas?, y creí que te referías a una cita, no una cita

En efecto, habían estado en la biblioteca leyendo acerca de una revuelta de centauros en el siglo VIII que Binns les había dejado como tarea, y al escuchar de una cita para el siguiente fin de semana en Hogsmeade, Remus había asumido que se trataba de una cita grupal, no un… Tête à tête entre ellos dos, que además tenía intenciones románticas. Porque las tenía, ¿o no? A eso se refería Lawrence con cita.

—Ouch —dijo Peter, y fue la señal para que James dejara un puñado de monedas sobre la mesa que cubriera los costos de su estancia, y tomando a Peter y a Sirius del brazo, se apresuró a sacarlos de ahí y darle a la pareja su bien merecida privacidad.

Si bien Sirius opuso resistencia, pronto consiguió James su cometido, y atrás quedaron Remus y Lawrence, viviendo un momento incómodo como pocos.

—Lawrence…

—¿Podemos marcharnos? —Le interrumpió éste, agregando al dinero de James unas monedas más para asegurarse de dejar una buena propina.

Aturdido, Remus le siguió al exterior, en donde para su sorpresa Lawrence le ayudó a colocarse su saco y también la bufanda que éste había llevado por si refrescaba.

En silencio cruzaron Hogsmeade y emprendieron la marcha de regreso a Hogwarts.

Consciente de que tenía que aclarar aquel malentendido lo antes posible, Remus intentó en repetidas ocasiones forzarse a hablar, pero cada vez que abría la boca las palabras se negaban a salir, y quedaba él como la excelente imitación de un pez.

En sí, el problema no era que a Remus le pareciera mal ser pretendido por otro chico, o las consecuencias que habría al respecto. En el mundo mágico no era mal visto que dos magos o dos brujas decidieran ser abiertos con su amor, y el consenso general dictaba que no era asunto de nadie más, así que Remus no temía de represalias ni de que aquello se le tomara en cuenta para ser víctima de más burlas, pero… Su conflicto interno tenía más que ver con el hecho de que hasta entonces no se había planteado en serio su sexualidad, y si tenía que ser honesto consigo mismo, aunque encontraba halagador el interés de Lawrence por su persona, eso no ponía mariposas en su estómago como se supone que debería ocurrir si sus sentimientos fueran recíprocos.

Juntos tenían buenos momentos, y no dudaba que Lawrence sería un novio maravilloso, pero Remus no podía imaginarse siquiera besándolo, y una relación sin esa chispa física acabaría por estallarles en la cara a ambos igual que una partida de snap explosivo.

—Remus —interrumpió Lawrence sus meditaciones cuando ya se encontraron en los terrenos de la escuela y la despedida se hizo inminente.

Remus esperó alguna confesión de su parte, algo concreto que revelara en qué posición estaba, pero Lawrence se limitó a tomar su mano, y Remus se vio impelido a soltarlo porque le daba miedo ser grosero.

«Estúpida cortesía británica…», pensó él, todavía esperanzado de una rápida confesión que le permitiera un indoloro rechazo (al menos tanto como estuviera en sus posibilidades), pero Lawrence permaneció en silencio el resto del camino hasta llegar a la entrada del castillo, en donde hicieron un pequeño desvió para posicionarse a unos metros de la entrada, entre unos arbustos que le confirieron al momento la privacidad que tanto necesitaban.

—Me la pasé muy bien hoy en Hogsmeade contigo. Tus amigos son geniales…

—Seguro que no piensas en Sirius para decir eso.

—Bueno, no me desagrada tanto como yo a él —dijo Lawrence—, pero James y Peter son divertidos. Y, uhm, tú eres… tú.

«Oh, Merlín… Ahí viene».

—Uhm, compré algo para ti en Honeydukes —dijo Lawrence de pronto, sacando de su bolsillo una de esas tabletas de chocolate con mensaje secreto y se la extendió a Remus, que la tomó sin saber si el protocolo le obligaba a algo por aceptarla—. Creo que explicará más de lo que yo puedo hacer en estos momentos.

—Gracias —musitó Remus con un hilo de voz, la garganta seca y paralizada de miedo porque de repente Lawrence intentara besarle.

El entorno era perfecto en aquellas sombras y rodeados de setos que los protegían de miradas indiscretas, y aunque Lawrence sí fue a por todas al besarlo, la sorpresa de Remus radicó en que lo hizo sobre sus nudillos, alcanzo la mano que todavía le sostenía, y plantando un suave beso en sus falanges.

Luego le acompañó al interior del castillo, y cada uno tomó su propia ruta a la sala común que le correspondía.

 

A su llegada a la torre de Gryffindor (un viaje que Remus hizo por inercia, saltando los escalones falsos donde debía y evitando incluso a Peeves y a sus burlas sin estar atento de su alrededor), Remus eludió a sus tres amigos cuchicheando alrededor del fuego y subió a su dormitorio brincando los peldaños de dos en dos para ahorrarse cualquier conversación en donde quisieran incluirlo.

Con prisa se cambió de pijamas y consideró saltarse la cena para mejor caer de cara en la almohada, cerrar sus cortinas y dormir, o mejor aún, fingir que dormía y analizar su día, cuando de pronto se abrió la puerta del cuarto, y sin necesidad de girarse Remus supo de quien se trataba.

Ventajas de su licantropía eran sus sentidos ultradesarrollados que le permitían una excelente visión nocturna, más fuerza de la que se le podía dar crédito a pesar de su figura delgada, un agudo sentido del oído, pero también… Una nariz que podía detectar un sinnúmero de aromas. Y aquel que detectó al instante con su combinación de aceite para pulir escobas, cuero, productos para el cabello, y también menta y un ligero toque de sudor personal, no podía ser de nadie más que de Sirius.

—Moony…

—Ni una palabra.

—¿Tan mal fue?

—No, en realidad… no. —Remus se encogió de hombros y se giró para enfrentarlo, aunque ni por todo el oro de Gringotts pudo mirarlo a los ojos.

—¿Qué pasó después de que nos marchamos?

—Nada.

—Oh, vamos.

—En serio, nada. Lawrence no dijo nada, y cuando volvimos de regreso al castillo me llevó aparte y-…

—Lo voy a matar —gruñó Sirius, haciendo crujir sus nudillos.

—Me entregó una barra de chocolate y me besó.

—Maldito hijo de-…

—No tienes por qué ser tan dramático. Fue en los dedos —interrumpió Remus la tirada de Sirius, que se calló de golpe.

—¿En los dedos?

—Ajá.

—Eso es…

—No lo digas. Ni yo mismo lo entiendo. Ahora mismo sólo quiero recostarme y fingir que eso no pasó jamás.

—Entonces… Deduzco que Lawrence no te atrae de la misma manera que tú a él —aventuró Sirius sus conjeturas al aire.

Remus suspiró, y sentándose en su cama, volvió a encoger los hombros. —¿Y qué manera en esa? No me dijo nada más. Y me da miedo suponer algo que no es y hacer el ridículo frente a él. Es extranjero, quizá se confundió o-…

—Sus miradas de esta tarde y otras más dicen más de lo que crees, Moony —dictaminó Sirius, sentándose a su lado y pasándole un brazo por la espalda—. Pero lo vas a rechazar, ¿correcto?

—Eso si es que se declara en serio.

—Y por supuesto que lo hará. Eres tú, Remus Lupin, así que puedes dar por sentado que antes de vacaciones de Navidad ya lo habrás mandado lejos igual que si de una bludger se tratara.

—No empieces con analogías de Quidditch. Eso es más del campo de James.

—Cierto, pero-…

—Además —agregó Remus con dolor patente en su voz—. ¿No es un poco engreído de mi parte pensar que Lawrence me ve de esa manera siendo que…?

No hubo necesidad de explicaciones, pues por inercia se había llevado Remus la mano al rostro, y se tocaba una de sus cicatrices más recientes.

Ya fuera porque en verdad las marcas de su cuerpo eran espantosas y aterrorizaban a cualquier potencial pareja o simplemente su vida amorosa todavía no había comenzado, a Remus le atacó de pronto el pánico de haberse dado más importancia de la que en realidad tenía con ese asunto, y-…

—Remus, respira —le dijo Sirius, moviendo la mano en movimientos circulares por su tensa espalda—. Te vas a provocar un síncope o algo así si entras en pánico.

—Pero…

—Aunque me pese decirlo —dijo, y en verdad dio la impresión de dolerle por el modo en que apretó los dientes para expresarse—, Lawrence no siente por ti sólo una amistad platónica. Me di cuenta desde aquella tarde que nos esperaste después de detención con McGonagall.

—¿A pesar de mis…? —Insistió Remus, que recorrió con el dedo índice su cicatriz más grande que le surcaba toda una porción de mejilla.

—¿Y por qué tendría que influir? Eres… —Sirius tragó saliva—. No me harás decirlo, ¿o sí?

Remus agachó más la cabeza.

—Vale, eres… Una de las mejores personas que jamás he conocido. Inteligente, divertido, interesante, y con un sentido del humor único. ¿Y qué si tienes un par de cicatrices aquí y allá? Eso no cambia quién eres en realidad.

—¿Sólo un par?

—Ok, una docena… o dos… Pero mi punto es que quien te quiera te apreciará por tus cualidades, y no tendrá tiempo para fijarse en tonterías como un par de marcas que tengas a la vista. Y si además es alguien como yo, sabrá encontrar la belleza en cada cicatriz, ¿ok?, porque tienen su encanto a su manera.

—La belleza, vale —resopló Remus con incredulidad, pero no ahondó en el tema ni en las posibles implicaciones de esas palabras porque no estaba de humor para hundirse en la conmiseración de sí mismo, y mejor optó por recompensarse de la mejor manera que conocía: Un chocolate.

Con un último suspiro volvió Remus a recuperar la tranquilidad, y Sirius no perdió oportunidad en darle un último apretón antes de soltarlo.

—Me imagino que esa es tu cara de ‘quiero un chocolate y lo quiero ahora mismo’, ¿eh? —Adivinó sin problemas.

—Exacto —dijo Remus, que sacó la barra que le entregara Lawrence antes de que Sirius pudiera hacer lo mismo con la enorme bolsa que de pronto apareció de entre los cortinajes de su cama—. Merlín… ¿Cuándo compraste eso?

Sirius balanceó la bolsa entre sus dedos y tuvo la decencia de lucir apenado. —Después de mi berrinche de esta tarde. Volví a Honeydukes para disculparme contigo —enfatizó—, pero ya te habías ido con Larry, así que pensé que mi mejor jugada sería comprar un kilo de chocolate y pedir por lo mejor.

—No debías de molestarte —dijo Remus, a quienes los regalos le ponían siempre en el apuro de no tener los fondos necesarios para corresponderle. Especialmente cuando se trataba de Sirius o de James, quienes provenían de hogares con abundantes galeones a su disposición para gastar.

—¿Qué, por un par de chocolates? No bromees, Moony.

—Guárdalos para la siguiente luna llena. Hoy ya tengo el mío —desestimó Remus su obsequio, e ignorando la expresión apaleada de Sirius, procedió a romper el empaque que recubría su barra de chocolate, sólo para descubrir que no podía—. Oh no…

—¿Qué ocurre?

—Es de esas barras con mensaje secreto, y el sello no se romperá a menos que lo adivine antes.

—¿De qué se trata? ¿Cuáles son las pistas?

Remus giró el empaque y leyó las instrucciones. Al parecer no era complicado. Lawrence había comprado la barra de ocho piezas, y eso le otorgaba una letra por cada una, así que era sólo un mensaje de ocho partes que tenía por delante para descifrar.

Pan comido, o mejor dicho, chocolate por comer.

Sobre el empaque, flotando por encima del celofán, había ocho letras listas para ser reacomodadas en orden.

—Sirius, Remus —interrumpió Peter su charla, abriendo la puerta y metiendo sólo la cabeza—. James y yo iremos a cenar, ¿nos acompañan?

Ante el prospecto de una cena sustancial en lugar de sólo chocolate, Remus cambió sus prioridades, y dejó la barra sobre su cama.

—¿No te interesa más ver qué mensaje secreto dejó Lawrence para ti? —Preguntó Sirius mientras que Remus se ponía la túnica encima de su pijama.

—Seguirá ahí en media hora cuando volvamos, así que en marcha.

Y a regañadientes, Sirius le siguió como perro fiel.

 

A su vuelta al dormitorio y con los estómagos llenos luego de un delicioso estofado de cordero acompañado de pastel de calabaza como postre, ya habían olvidado Remus y Sirius la barra de chocolate de Lawrence, pero quiso la suerte que Peter vislumbrara el empaque y preguntara si ya habían resuelto el mensaje secreto.

—Todavía no —dijo Remus, aparentando normalidad, pero por dentro era un manojo de nervios—. Creo que lo haré mañana, porque ahora mismo estoy lleno.

—Tonterías —replicó Sirius, quien tenía mucha más curiosidad que nadie en la habitación y moría de ganas por resolver el acertijo.

Siendo más rápido que Remus para recuperar la barra de chocolate, Sirius le dio la vuelta y examinó el empaque donde había ocho letras flotando perezosas sobre el envoltorio a la espera de un acomodo que les diera sentido.

—No puede ser tan difícil —dijo Sirius—, son sólo ocho letras. Hay sólo 3 vocales.

—Espera, tengo una idea —dijo James, que conjuró un tablero, y con el dictado de Sirius fue haciendo aparecer las ocho letras que tenían que acomodar.

AEGMSSTU.

—Oh —exclamó Peter, que pese a no destacarse particularmente en nada más que herbología, sí era un asiduo fanático de los juegos de palabras, y al instante pudo leer el mensaje sin problemas.

—¿Qué dice, Pete? —Preguntó Sirius, a quien por el contrario no se le facilitaban esos juegos (lo suyo, cuando mucho, eran los crucigramas) y no tenía paciencia para resolverlo.

—Será mejor que lo dejemos para luego —intervino Remus, que hizo amago de retirar las letras de la pizarra, pero se vio impelido de ello por James, quien también estaba barajando posibilidades y se acercaba a pasos agigantados al resultado.

—Lo siento, Remus —dijo Peter, que con su varita realizó los ajustes necesarios, y el tan ansiado mensaje apareció sin más problemas.

ME GUSTAS.

—Con tan sólo ocho letras, las opciones eran limitadas —explicó Peter, y un silencio pesado se instauró entre ellos cuatro.

Para cerciorarse, Sirius acomodó las letras en el empaque de chocolate, y la magia se encargó del resto cuando la envoltura se abrió por sí sola y el contenido de chocolate apareció. En un plus que ninguno esperaba, las letras se habían ido a formar parte del relieve de la barra, así que cuando Sirius se la entregó de vuelta a Remus, éste tuvo frente a sí la prueba inequívoca de que Lawrence se le había declarado.

—Si no sabes qué decir-… —Empezó Sirius.

—No, no empieces —musitó Remus.

—No te sientas forzado a corresponderle —finalizó su amigo, que se había cruzado de brazos y lucía molesto—. No te puede forzar a corresponder a sus sentimientos, ¿vale? Tan sólo dile que los chicos no son lo tuyo, y que vuelva cuando las pociones de cambio de sexo sean perfeccionadas para uso cotidiano.

—Sirius, creo que ese no es el problema… —Dijo James en voz baja y tratando de apaciguar los ánimos.

—¿Ah no?

—No —secundó Peter, quien tampoco había pasado por alto algunas señales de Remus y tenía claro que un gran secreto estaba por salir a la luz en el ahí y ahora.

—Pues… no —confirmó Remus sin mirar a nadie en particular—. Resulta que ese no es el problema.

—Un momento… —Lento para procesar aquella información, Sirius se pasó los dedos por el cabello y recapituló—. Estamos hablando de que Remus puede no ser del todo indiferente a los encantos masculinos, ¿correcto?

—Bravo, Padfoot —ironizó James, pero éste lo ignoró.

—No es como si se los hubiera ocultado, ¿ok? —Dijo Remus con apuro—. A diferencia de mi licantropía, esto también es nuevo para mí y no había tenido la oportunidad de…

—¿Experimentar? —Sugirió Peter la palabra.

—Eso también, pero… No sabía cómo se lo tomarían. Ya de por sí es peligroso dormir con un hombre lobo a un lado todas las noches…

—Pero el lobo sale una vez al mes.

—Y puede que el gay los restantes días del mes.

—Alto, que nos estamos desviando del tema —intervino Sirius, a quien aquel asunto le afectaba sólo si estaba el nuevo amigo de Remus involucrado—. ¿Y qué si eres gay? Un poco de variedad en la cama no mató nunca a nadie. Pasemos a lo siguiente, ¿a ti también te gusta La-…?

—No soy gay —interrumpió Remus, a quien todo ese asunto le resultaba nuevo—. Y antes de que empiecen con su interrogatorio, no, no tengo claro lo que soy. Creo que me gustan los chicos y las chicas por igual.

—Bisexual entonces —dictaminó James subiéndose las gafas por el puente de la nariz—. ¿Y qué? Sigues siendo el mismo Remus de siempre. Igual que cuando nos enteramos que eras un hombre lobo, eso no cambia que igual eres uno de nuestros amigos y que te aceptamos de manera incondicional.

—Exacto —secundó Peter.

Sólo Sirius permaneció callado unos segundos antes de volver a la cama. —¿Pero todo este nuevo descubrimiento es por Larry?

—Joder, Sirius —rezongó James—, cualquiera diría que eres tú el que está enamorado de Lawrence. Tanta obsesión no puede ser normal.

—¡Yo no estoy obsesionado con él! —Rezongó Sirius, colmando así la paciencia de Remus, que se dio media vuelta y caminó en dirección a su cama—. ¡Hey, Remus!

—Buenas noches a todos —murmuró éste, y cerrando las cortinas de su cama, no volvió a hacer ningún otro ruido.

 

Horas más tarde, insomne por los hechos del día, Remus permaneció recostado de espaldas y contemplando las tenues sombras que se filtraban a través de los hilos de sus cortinas. Todavía procesando todo lo que le había tocado vivir en un periodo que ni siquiera superaba las 24 horas, Remus sopesaba sus opciones y se lamentaba su falta de tacto para haber llevado cada una de ellas a buen término.

Empezando y terminando siempre con la peor salida de clóset de la que jamás se hubiera tenido registro en Hogwarts seguramente, porque si bien Remus no se había sentido juzgado ni mucho menos rechazado por sus amigos (peor había sido confirmar años atrás que era un hombre lobo y ver sus expresiones solemnes), no por ello estaba seguro de obtener su aprobación absoluta. Después de todo, todavía tenían tres años de compartir habitación, y no quería que las interacciones entre ellos cambiaran.

De ser posible, Remus habría preferido guardarse su secreto por lo menos hasta la graduación, o si no hubiera sido posible, revelarlo de manera más tranquila y planificada, no como había ocurrido en realidad…

A grandes rasgos había sido culpa de Lawrence por ser el factor detonante con su regalo con mensaje secreto, pero Remus se negó a culparlo por algo que en realidad estaba fuera de sus responsabilidades. Él sólo se había confesado, y había sido Remus quien en lugar de mentir afirmando que su rechazo se debía a la falta de un hueso gay en su cuerpo, había hecho una salida triunfal del armario de escobas proclamando que si bien Lawrence no era el indicado, bien podría haber otro en el futuro…

Sufriendo lo que parecía ser el comienzo de una jaqueca provocada por darle vueltas a ese asunto sin parar, Remus consideró el rendirse con el sueño y permanecer el resto de las horas hasta el amanecer sufriendo en silencio, pero entonces el ruido de pisadas lo alertó, y antes de que tuviera tiempo de prepararse, las cortinas de su cama se movieron y sobre el colchón apareció un peso nuevo.

—¿Sirius?

—No te hagas el sorprendido, sé que tus sentidos lobunos te alertaron que era yo —dijo Sirius, metiéndose bajo las mantas con él y afianzando su decisión de quedarse ahí hasta que hubieran despejado el aire turbio entre los dos—. Tenemos que hablar, Moony.

—Preferiría que no tuviéramos que hacerlo.

—Ya, y yo preferiría no tener clases dobles de pociones los viernes con los Slytherin pero eso no va a ocurrir sólo por desearlo… —Bromeó Sirius, pero Remus no rió con él, y pronto quedó de vuelta esa barrera invisible que se había levantado entre ellos—. Di algo, lo que sea…

—¿Como qué? ¿Qué no me siento atraído por los chicos y que era una broma? Si eso aplaca tu molestia…

—No se trata de eso y lo sabes. No me molesta que te gusten los chicos, no podría ni en un millón de años. Pero en cambio… Tengo que saber… ¿Tú y Larry-…?

—Larry esto, Larry aquello —resopló Remus—, casi me hace pensar que eres tú el que está interesado en él y no sabe cómo manejarlo. Y por cierto, su nombre es Lawrence; ya deberías de saberlo, porque detesta que lo llamen Larry.

Sirius permaneció callado, y Remus tuvo un mal presentimiento.

—Se trata de eso, ¿verdad? A ti te gusta Lawrence y-…

—¡Claro que no! —Siseó Sirius, y luego bajó un poco más la voz—. Pero si tengo que ser honesto contigo, y conmigo mismo también… Uhm, resulta que…

—¿Sí?

—Tal vez no seas el único que… por su mismo sexo… siente un poco de… ¿Atracción?

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

Sirius se aclaró la garganta. —Quizá. ¿Te molesta?

—No. ¿Los demás lo saben?

—No, pero puede que sea algo nuevo para mí. Es difícil de explicar.

—¿Así que los dos somos…? —Remus se atrevió a esbozar una sonrisa—. Es lo mismo que con mi licantropía, no podías dejarme pasar por esto solo, ¿eh?

—Al menos esta vez no fue intencional —dijo Sirius, girándose de costado para ver a Remus a pesar de la escasa luz que reinaba detrás de las cortinas—. Y respecto al chocolate…

Remus se arrebujó más bajo las mantas. —Tendré que rechazar a Lawrence. Es un buen amigo, pero no lo veo de esa manera y sería injusto hacerle creer lo contrario.

—¿Y hay alguien a quien sí veas de esa manera?

—¿Lo hay para ti, Sirius? —Rebatió Remus de vuelta.

Guardándose bien de comentar que aquella revelación de sí mismo había ocurrido dentro de esas mismas cuatro paredes de su dormitorio, Sirius se fue por la tangente.

—Puede ser…

—En ese caso, para mí también puede ser también —respondió Remus a su pregunta de antes.

Y porque era tarde y el calor de sus cuerpos bajo las mantas ayudó a propiciar el sueño, no tardaron en quedarse dormidos después de eso.

 

Pese a sus buenas intenciones de hacer las cosas bien y de manera honesta, Remus no tuvo oportunidad de entablar con Lawrence una plática seria sino hasta casi finales de la semana entrante, cuando por fin en viernes se les facilitó la tarde libre para salir a pasear a los jardines y charlar a solas sin interrupciones, pero quiso su suerte que esa mañana el cielo amaneciera nuboso en el gran comedor, y que para mediodía se desatara una gran tormenta que con su consabido diluvio puso fin a sus planes incluso antes de que empezaran.

—No te preocupes, seguro que pronto escampa —intentó Peter consolarlo, pero su talento como hombre del clima era nulo a juzgar por las nubes que se arremolinaban en el cielo y la constante caída de agua que atronaba contra los cristales del castillo.

—No será fácil entrenar mañana con todo este lodo en el campo —dijo James, para quien su única preocupación era la temporada de Quidditch que estaba próxima a empezar—. ¿Y si citas a Lawrence en alguno de los invernaderos? Así tendrán privacidad y la lluvia no los molestará.

—¿Y dejar que Moony esté a solas con Larry? —Intervino Sirius en un tono un poco más alto que el resto, lo que le hizo ganador de una amenaza de detención si no prestaba atención en clase.

Alicaído porque no quería prolongar más aquel terrible asunto, Remus por poco pasó por alto la grulla de papel que se elevó desde el asiento de Sirius hasta el suyo, pero alcanzó a atraparla antes de que les volvieran a llamar la atención, y al desdoblarla encontró el mensaje que su amigo le había enviado.

“Después que termines con Lawrence vayamos por el pasadizo secreto a Honeydukes. Después de cada rompimiento, lo mejor es chocolate”, y más abajo, “p.d. Invito yo y no acepto excusas”.

Remus no escribió nada de vuelta simplemente porque no quería comprometerse a nada. Por todo lo que sabía, su reunión con Lawrence lo dejaría agotado, y sin ánimos como para una visita a Hogsmeade, incluso bajo la promesa de chocolate gratis.

Al final de la clase, Remus consiguió ser el primero en salir, y haciendo un excelente trabajo de evasión consiguió separarse de sus amigos y llegar con tiempo al sitio donde tenía previsto reunirse con Lawrence, que al igual que él ya se había desilusionado de su paseo por culpa del clima.

—Espero no te importe mojarte un poco —le advirtió Remus al tirar de su mano hacia el exterior, y porque la cabeza de Sirius entre el mar de alumnos resaltaba mientras los buscaba, no hesitó en guiarlo fuera del castillo, guarneciéndose bajo los costados del castillo mientras se dirigían a la carrera a los invernaderos.

Tal como había sugerido James, eran el escondite perfecto pues las plantas les protegían de miradas indiscretas, y adentro el repiquetear de la lluvia contra las paredes y el techo era casi rítmico.

—Lo siento —se disculpó Remus una vez estuvieron a resguardo—. Quería que saliéramos del castillo lo antes posible o…

—Era de Sirius del que huías, ¿o no? —Inquirió Lawrence, y Remus asintió.

De pronto Remus se percató de que su mano todavía sujetaba la de Lawrence, pero al querer soltarlo, éste se negó.

—Uhm, ¿pudiste resolver el mensaje secreto? Sé que no era nada fuera del otro mundo, pero…

—Sí. Respecto a eso… —El agarre de Lawrence se intensificó—. Lo siento. Yo-…

—¿No estás interesado en mí como hombre o en mí como persona? —Preguntó Lawrence, por fin dejando ir la mano de Remus y mirándolo directo a los ojos—. Espera, no me digas, creo que ya tengo la respuesta… Se trata de Sirius, ¿no es así?

Remus le miró con auténtica sorpresa. —¿Qué?

—¿Es Sirius quien te gusta, verdad?

Con la garganta seca, Remus apenas alcanzó a articular su siguiente pregunta. —¿Qué te hace pensar eso?

—Bueno, aparte del hecho evidente de que tú le gustas y yo soy un impedimento entre ustedes dos…

—¿Qué yo le gusto a Sirius? Por Merlín…

—Pero no dices nada respecto a si él te gusta —señaló Lawrence su omisión, y Remus sintió cómo la sangre se la agolpaba en las mejillas—. Está bien. Ya me habían prevenido de esto.

—¿Quién?

—Algunos compañeros de Hufflepuff, algunos Gryffindor y uno de tus amigos.

—¿Quién? —Volvió a insistir Remus.

—James —respondió Lawrence—. Me advirtió que todavía era pronto para ustedes dos, y que con el tiempo llegarían a ser conscientes de sus sentimientos. De paso me pidió que no interviniera, pero… Creí tener mi oportunidad y la tomé. ¿Hice mal, Remus?

Remus no encontró una respuesta razonable. —No lo sé… Yo a Sirius no-… —Pero se interrumpió, pues había faltado un pequeño tirón a la venda que llevaba sobre los ojos para que la verdad se revelara por sí sola, e igual que un botón de rosa esperando el momento para abrirse, el amor que Remus sentía por Sirius floreció de golpe en su pecho.

Pétalos y espinas en uno, en una epifanía que no pasó desapercibida para él.

—¿Al menos podemos ser amigos? —Pidió Lawrence, que a diferencia de Remus lo estaba llevando mejor que éste—. Seguro que a Sirius no le agradará, pero puedes tranquilizarlo, ya no iré detrás de ti.

—Creo que has malentendido todo entre Sirius y yo —farfulló Remus con dificultad—. Nosotros no somos… no tenemos esa clase de amistad… Y si fue James quien lo dijo, entonces James está equivocado.

Lawrence denegó con la cabeza. —No lo creo. Apenas tengo un mes en Hogwarts y puede que todavía no me haya memorizado la ruta más segura a todas mis clases, ni a dónde conduce cada escalera móvil, tampoco dónde está mi lugar en este sitio, pero… No estoy ciego. Desde aquella tarde que vi salir a Sirius de detención y la manera en que me miró como si no fuera digno de tu atención… De cómo te miró a ti… Podrías entenderlo.

—No lo creo —desestimó Remus la noción, que por haber recibido él mismo la repentina revelación de tener sentimientos por Sirius más allá de lo platónico, le costaba asimilar el caso contrario.

—Tal vez no ahora, y tampoco mañana. Pero pronto…

Al final, él y Lawrence se separaron en buenos términos. Seguro un poco de tensión se permearía en su trato por las siguientes semanas y les costaría volver a habituarse el uno al otro, pero con entereza saldrían adelante porque antes que nada habían sido amigos y en sus planes estaba el continuar siéndolos.

Que en el caso de él y Sirius… Remus se abstuvo de lanzar conjeturas y mejor esperar.

 

A su vuelta a la torre de Gryffindor, Remus se dirigió directamente a James y le pidió hablar a solas.

—¿Qué hizo James? —Preguntó Peter en voz baja a Sirius, quien se encogió de hombros porque ni él mismo sabía.

Entre tanto, Remus guió a James al otro lado de la sala, y arrinconándolo contra la pared, arqueó una ceja y espero a que fuera su amigo el primero en hablar.

—Vale, deduzco que Lawrence te contó todo y de paso muy inclusión en este asunto —dijo James, que para eludir la mirada salvaje y casi enloquecida de Remus se sacó las gafas y procedió a limpiar los cristales con la manga de su túnica—. ¿Qué puedo hacer por ti?

En un inicio, Remus había subido con intenciones de desmentir la loca teoría de James, de obligarlo a retractarse, de marchar con él a rastras de vuelta con Lawrence para aclarar aquel tonto malentendido con Sirius, pero… Una vez que el conejo estuvo fuera del sombrero, fue imposible volver a meterlo.

La verdad no era siempre tan conveniente ni tan fácil de ocultar, y una vez que las palabras llegaron a sus oídos el resto fue una simple sucesión de hechos.

En efecto, James podía llevar gafas y vérselas difícil en los días de lluvia cuando le humedad le obligaba a desempañarse los cristales cada cinco minutos, pero al parecer había sido de entre ellos cuatro quien mejor ojo tuviera para calibrar la situación en la que se encontraban, y había actuado motivado por la mejor de las voluntades para evitarles a la larga un sufrimiento mayor.

Lo que no evitaba que en ese mismo instante Remus se sintiera destrozado por dentro y listo para hacerse un ovillo en el piso y llorar.

—Quiero que te retractes y que hagas todo esto volver a ser lo que era antes —dijo Remus con la mandíbula encajada con su sitio y articulando con dificultad—. Hace una hora podía ser yo mismo, estar con ustedes actuando con normalidad, y en cambio ahora…

«No puedo ver a Sirius a la cara, ni estar con él en la misma habitación, ni soporto la idea de que…»

—No funciona así, Remus… —Dijo James, colocándose las gafas de vuelta y encontrando que la mirada que antes tenía Remus en el rostro, y que era más el lobo que habitaba en su interior que él mismo, había sido suplantada por esa otra que su amigo todavía conservaba, y que era idéntica a la que alguna vez puso cuando los tres se sentaron a su alrededor y le confirmaron estar al tanto de su licantropía.

—¿No? Pues debería, porque esto es… —Remus apretó las manos en puños a los costados—. ¿Cómo se supone que voy a vivir de esta manera?

—Mira, Remus… Estoy seguro de que Sirius siente lo mismo que tú, y es sólo cuestión de tiempo antes de que se dé cuenta y-…

—¡Pero es que eso no lo sabes! —Replicó Remus, y su exabrupto trajo como consecuencia que a su alrededor varios alumnos se giraran para verlos—. Mierda…

—¿Por qué no subimos a nuestra habitación y lo hablamos con más calma? —Sugirió James para evitarse dar una escena en plena torre de Gryffindor, pero para entonces tanto Sirius como Peter ya habían abandonado sus asientos y se habían unido a ellos.

—Cualquier cosa que haya hecho Lawrence sólo tienes que darme una señal y me encargaré del resto, Moony —dijo Sirius, que tomó del brazo a su amigo y no se percató del temblor que le atacó a éste por el roce de su mano, incluso tras varias capas de ropa.

—No es eso, Sirius —dijo James.

—¿Entonces qué-…?

—Prefiero estar a solas —murmuró Remus, que sacudiéndose la mano de Sirius y evitando la mirada atenta de James, eludió también a Peter y subió solo las escaleras a su dormitorio.

Un claro mensaje de ‘déjenme en paz’ que sus amigos interpretaron a la perfección.

 

Hizo falta varios días y mucha persuasión de Sirius para que Remus accediera a abordar el tema de Lawrence, y fue sólo porque de por medio su amigo lanzó una amenaza velada de hechizar al Hufflepuff y por medio de tortura obtener una confesión exacta de qué le había hecho.

Con James dando unas vueltas en su escoba sobre el campo de Quidditch y Peter entablando conversación con una Ravenclaw de curso inferior que estaba en las gradas inferiores, Sirius y Remus subieron todos los peldaños hasta posicionarse en lo más alto, listos para la tan temida charla que por casi una semana habían conseguido evitar.

—¿Y bien? —Inquirió Sirius, que buscando calor humano se pegó a Remus muslo contra muslo.

El mismo Remus deseó hacer lo mismo con esa naturalidad. Después de todo estaban a considerable altura, y sin barreras ahí afuera el viento de octubre cortaba igual que navajas contra la piel. De poco les había servido enfundarse en sus capas y llevar puestas bufandas con los colores de su casa, porque el clima de ese otoño venía cargado con pronósticos de un invierno glacial, y en realidad no había sido su mejor idea mantener esa charla en el exterior.

—Remus —llamó Sirius la atención de su amigo, que había permanecido callado y con la mirada fija en sus rodillas—. Habla conmigo, dime qué pasó exactamente y así sabré qué medidas tomar en contra de quien te haya hecho cualquier daño.

—Si te refieres a Lawrence, él no ha hecho nada. O al menos nada que merezca tu intervención.

—¿Y se supone que debo de creer eso cuando en la última semana no te has vuelto a reunir con él?

—Nos… estamos dando un tiempo —dijo Remus emulando una calma que en realidad no sentía—. Aquel viernes que nos vimos en el invernadero…

—¿Sí? —Le presionó Sirius a seguir, y a Remus no le pasó por alto el brazo que éste le echó sobre los hombros para hacerlos entrar en calor.

—Lo rechacé.

—Oh.

—Y él lo tomó con calma porque…

—¿Porque…?

—Porque se percató de que me gusta alguien más.

Sirius soltó un quedo jadeo de sorpresa, y Remus se forzó a continuar incluso si el extraer cada palabra de su interior era como un cuchillazo.

—Ni yo mismo lo sabía, pero cuando Lawrence lo mencionó… Todas las piezas encajaron y…

—¿De quién se trata?

Remus ladeó el rostro en dirección opuesta a Sirius. —Preferiría no decirlo.

—Es alguien de Slytherin, ¿no es así? Porque si no entonces-…

—No, no es nadie de Slytherin —dijo Remus en un tono bajo—, y lo mejor será que no preguntes.

—Pero Moony…

—Basta, Sirius —dijo Remus, y su voz no admitió réplicas.

Consciente de que habían estado a punto de cruzar una línea, tanto Remus como Sirius se soltaron, y juntos aguardaron un par de minutos hasta que la tensión volviera a bajar a niveles soportables.

En el caso de Remus, también incluyó ponerle un alto a los nervios que se le arremolinaban en el estómago, y que tenían más que ver con la cercanía de su amigo, el aroma de su cabello ondeando al viento, y el calor que emanaba de su cuerpo y de manera indirecta le calentaba un poco más en el costado que tenía cerca de él que en ese otro que quedaba expuesto a la intemperie.

Porque lo amaba, sí, y resultaba casi ridículo haber albergado toda clase de sentimientos por Sirius sin haber sido consciente de ello hasta que Lawrence se lo había señalado. Él, un simple espectador a quien sólo le había bastado un mes de su compañía para leer como si de un libro se tratara, aquellas emociones que albergaba por uno de sus mejores amigos. Que fuera o no cierto que Sirius sentía lo mismo por él, a Remus le mortificaba la transparencia de su amor y la posibilidad de que más personas estuvieran al tanto de su secreto.

Había bastado sólo un pequeño movimiento para que bajo la luz de sus afectos más íntimos apareciera Sirius, que siempre había estado ahí, a la sombra, pero presente, y que ahora era el foco de atención de Remus, quien apenas meses atrás había creído que su atracción por su mismo sexo era fuerte, pero no había llegado siquiera a imaginarse la intensidad de su amor una vez que tuviera a una persona en concreto sobre quién enfocarse.

En una dualidad que lo incluía a él y al lobo que dentro de sí habitaba como un subalterno durante 27 días de cada cambio de luna, Remus se encontró deseando a Sirius en cada acepción de la palabra, y doliéndose también de cada manera posible porque no estaba en sus posibilidades hacerlo realidad.

Un gemido gutural escapó de los labios de Remus ante aquella triste resignación, y a Sirius no le pasó por alto aquello, pues era él antes que nadie más quien consideraba el bienestar de su amigo por encima del suyo propio y se tomó como tarea solucionarlo.

—¿Tienes frío? Porque podríamos bajar y-…

—No, se está bien aquí. —«No es lo ideal, pero es algo», pensó Remus, indeciso de si se refería a su entorno o a ellos dos.

—Pero tus labios están amoratados —lo sorprendió Sirius con su observación, y Remus se pasó la lengua por inercia sobre los mismos, aliviando la sequedad que sentía aunque fuera momentáneamente—. Igual tú.

—Cuando volvamos les pediré a los elfos domésticos que nos preparen una jarra con té.

—Y galletas de chocolate.

—Eso por descontado, Moony.

—Bien.

—Muy bien.

Y aunque en realidad estaban lejos de estar ‘bien’ entre sí, al menos fue un buen comienzo.


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