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Maleus Maleficarum por KurageHime_

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Notas del capitulo:

Reita y Akira son dos personas diferentes en esta historia ;)

No está editado debidamente, así que seguro tiene muchos errores OTL

La rutina de Akira empezaba cuando a las siete de la mañana le despertaba una ruidosa canción de los Sex Pistols. Era  lo único que evitaba que lanzara el celular contra la pared más cercana para hacerlo callar. Estaba lejos de ser un chico violento, y su pequeño salario ya no podía seguir permitiendo que expresara de esa forma su poca tolerancia a madrugar; pero las bolsas moradas bajo sus ojos eran testimonio de que lo que requería eran horas efectivas de buen sueño. Su mañana continuaba con una ducha rápida y un desayuno tomado frío y a las prisas. El resto del día se dividía entre la escuela, el trabajo, y muchas horas alternadas entre la pantalla del televisor, mangas, y un block de dibujo.


Además, Akira no era demasiado observador. Tenía cierto talento para el dibujo y su sueño secreto era, algún día, convertirse en mangaka profesional y que esa afición que tanto dinero le había consumido de algún modo lograra, después, retribuírselo. Pero fuera de los límites del papel solía ser un poco distraído, casi rozando la torpeza. Le costaba dar importancia a los detalles sutiles y notarlos en su día a día. Y quizá si hubiese carecido de este defecto, o puesto un poco más de atención, habría podido prever que la catástrofe se avecinaba lentamente, frente a sus narices todos los días, cuando le daba un vistazo al espejo para  peinarse el cabello o asegurarse de que no tuviera los dientes sucios.

 

Podría decirse a su favor que las primeras señales se dieron de noche, mientras dormía: distorsiones momentáneas en la imagen reflejada, curiosas perturbaciones en la superficie brillante que la hacían parecer un velo fino en lugar de material sólido. Ambas se hicieron más comunes y duraderas conforme el mes de octubre se deshojaba en el calendario y la noche de brujas se acercaba. A veces el reflejo cambiaba, como una televisión mal sintonizada que varía entre un canal y otro, y en lugar de mostrar, de fondo, la pacífica y desordenada habitación del adolescente, exhibía un dormitorio totalmente distinto, incluso desde un ángulo diferente al que estaba colocado.

 

La madrugada del treinta y uno de octubre no transcurrió de forma demasiado distinta a la rutina del adolescente. Lo habían invitado a una fiesta de disfraces, pero prefirió quedarse en casa leyendo mangas y jugando videojuegos durante toda la noche. Alrededor de las siete de la mañana escuchó movimiento y supuso que su hermana mayor se preparaba para salir a trabajar. Como no quería que lo riñera diciéndole que era un perezoso, arrastró su desvelada adolescencia de la cama y tomó un baño que le permitiera tener un aspecto socialmente aceptable, o que por lo menos disimulara la noche en vela. Una vez cambiado y con el cabello húmedo mojándole la camisa, se plantó frente al espejo para acomodarlo en su habitual mohicano. Era una tarea tan cotidiana que casi conseguía hacerla con los ojos cerrados. Por eso cuando notó el primer indicio de movimiento antinatural, en lugar de alarmarse creyó que estaba durmiendo. 

 

Uno creería que está soñando si de pronto se mira al espejo y su cabello, en lugar del desteñido habitual, luce oscuro. Fuera de esa extraña diferencia, humano y reflejo se movieron al unísono por un par de minutos. Hasta que dejaron de hacerlo, y uno de ellos lo notó.

Akira observó con incredulidad cómo su reflejo se quedaba quieto, con las manos laxas, mientras él intentaba acercarse para poder ponerse las lentillas. La impresión le hizo picarse un ojo y que el lente blando cayera en algún lugar del piso.  Su reflejo lo observaba pasmado, incrédulo e inmóvil, a diferencia suya. Y antes de que Akira pudiera abrir la boca, pudo escuchar a ese otro gritando:

 

 

 

—OIGAN, NO SÉ QUÉ MIERDA ESTÁ PASANDO CON MI ESPEJO; PERO MI REFLEJO SE ESTÁ MOVIENDO AL OTRO LADO. 

 

A su edad y gozando de buena salud, Akira estaba lejos de experimentar en carne propia un infarto, pero podría firmar que se parecía mucho a esa punzada en el pecho que pudo percibir al ver a su propio reflejo hablando y moviéndose de forma independiente a él.  Abrió la boca con pánico, sin saber qué iba a decir, sin saber cómo reaccionar, pero pronto descubrió que era capaz de sentir aún más miedo cuando, del otro lado del espejo, pudo ver dos siluetas borrosas y oscuras acercándose. Había otras dos más al fondo, pero estas no se movieron demasiado.

“Es mejor que me aleje”
“Es mejor que me quede donde estoy” 


Ambos pensamientos cruzaron simultáneamente por su cabeza; su cuerpo intentó obedecer esas dos órdenes a la vez, y el resultado fue que al intentar moverse y al mismo tiempo, evitar el movimiento, Akira tropezara con sus propios pies y se precipitara hacia adelante. Puso sus manos al frente, intentando usarlas para amortiguar el golpe que se avecinaba, y pudo ver a su reflejo haciendo exactamente lo mismo. Suponía que la mueca de pánico que estaba dibujada en esa imagen era la misma que tenía en el rostro. Tocó la fría superficie del espejo, pero esta no era sólida como anticipaba, sino que la sintió transformarse bajo sus manos en una barrera elástica que cedió a su peso y se abrió para recibirlo en ella. Esta vez, Akira sí gritó. Y pudo escuchar su propia voz, segundos después, haciendo lo mismo como si se tratase de un eco. Sintió que atravesaba un tubo muy estrecho y flexible, que podía contener su cuerpo pero lo oprimía con violencia para hacerle ocupar menos espacio. Y cuando estaba seguro de que iba a morir asfixiado, sintió un duro golpe en todo el cuerpo: acababa de caer en un pulido piso de madera oscura. Uno que nunca había visto en su vida, uno que evidentemente, no pertenecía al de su habitación.

Hubo un tenso silencio que duró no más de tres segundos, pero que a él le parecieron infinitos, entonces escuchó una exclamación en varias voces (pero todas sonaban asustadas), y la carrera de varios pares de pies acercándose a él. Tenía miedo (y era muy hombre al admitirlo, ¿de acuerdo), y no se atrevió a levantar la mirada, pero quienes fueran que se habían acercado no parecían interesados sin él, sino que desesperadamente parecían golpear un objeto que estaba a sus espaldas. 

 

Con algo de temor se atrevió a dar un vistazo: eran cuatro muchachos de su edad, quizá alguno más grande y otro algo más pequeño. Analizaban un ornamentado espejo que estaba justo detrás de él mientras se decían a toda velocidad palabras que no alcanzaba a comprender. A él no le daban importancia, de hecho había uno que lo estaba pisando un poco en un intento de mirar más de cerca. Por entre los huecos de sus piernas pudo hacerse una imagen más completa del lugar en el que estaba: era un dormitorio comunal, porque tenía varias camas de madera. Estaba mucho más ordenado que su cuarto, pero no por eso se libraba de cierto caos de ropa en el suelo y objetos desparramados.

Y por supuesto, no era su hogar, lo que le hacía sentirse bastante aterrado. El doloroso golpe y lo incómodo de su posición le habían sugerido desde hace un buen rato que no estaba soñando. Y como si pensarlo fuera lo que necesitara para llamar la atención de quienes hasta entonces le habían ignorado, tuvo casi al instante ocho ojos sobre él. 

 

Volvió a hacerse el silencio, pero esta vez los pudo ver intercambiando miradas; como si se preguntaran qué hacer con él.

 

—Bueno… necesitábamos un sacrificio para la clase de invocaciones, ¿no? —rompió el silencio un muchacho de cabello negro. Obviamente, no fueron palabras que hicieran sentir tranquilo a Akira. 

 

—¡No podemos asesinarlo! —se escandalizó una segunda voz— ¡Fue un accidente, no una disputa territorial!

 

—¿No podemos? —Intervino una tercera, más grave que las demás. Sonaba incluso divertida, casi como si hubiera hecho una pregunta capciosa. 

 

—Es-un-mor-tal. —Insistió el primer chico, el que había hablado de los sacrificios—. En cuanto alguien más sepa que está aquí…


La última persona, que no había hablado aún, logró hacerlo callar con una simple mirada de circunstancias. Akira estaba impresionado por la naturalidad con la que parecían debatir sobre cometer o no un asesinato. Su asesinato. Pero sobre todo, le hubiera gustado averiguar qué era lo que sucedería si alguien sabía que él estaba ahí.


—Reita está en el mundo mortal.  —Esa fue la voz del muchacho que no había hablado aún, sonaba tranquila, demasiado tranquila  para esa situación. Akira lo envidió un poco, pues parecía tener idea de qué era lo que sucedía—. Tenemos que regresarlo.

 

—¿Tenemos? 

 

—¿Y si primero lo levantamos del piso?

 

Tres manos distintas se extendieron a él. Akira, a pesar de estar asustado, no quería ser descortés; su mamá se solía poner muy triste por esa clase de cosas,  y a pesar de que no estuviera presente no quería hacerla sentir que había fallado educándolo. Pensó que lo más correcto era tomar la mano más próxima, alargada y pálida; firme cuando le hizo contrapeso para que pudiera levantarse. Averiguó, al estar de pie, que le pertenecía al muchacho alto, de voz calmada y cabello castaño.

 

—Ay, míralo; pero si es igualito a Reita —exclamó un chico bajito de cabello rubio. Akira lo identificó como el de la voz grave y burlona—. Todo va a ser mucho más sencillo… ¿Nos lo podemos quedar?

 

Las situaciones sociales siempre le hacían sentir incómodo. Estar rodeado de extraños aumentaba esa incomodidad; pero aparte de ello, estar asustado y temer por su vida era algo que estaba lejos de todas sus habilidades de socialización. Los otros, por suerte, tampoco parecían saber cómo comenzar. 

 

—Kai, vigilando el pasillo. ¿Sí?

 

Un muchacho con dreadlocks asintió de manera amable y le hizo señas a algo que Akira no vio. Literalmente fue como si le pidiera a algo invisible que lo acompañara. Salió del cuarto y con la puerta entreabierta pareció dar indicaciones y señalar un lugar con el índice. Al terminar de hablar volvió a asegurar la puerta con todo y la pesada aldaba de madera, y se integró nuevamente al extraño círculo cuyo centro era Akira. 

 

—Aoi… —comenzó el bajito, pero fue interrumpido rápidamente. 

 

—Yo no estoy involucrado en esto. Cuando el consejo del aquelarre  interrogue para llevarlos a la hoguera, yo diré que no estuve aquí.

 

—Vale, entonces, ¿alguno tenemos idea de qué pasó? —Preguntó Kai. 

 

Los muchachos se miraron de forma alterna. Todos parecían igualmente confundidos hasta que el más alto del grupo tomó la palabra.

 

—Reita y yo…  —Las palabras se quedaron en el aire, el chico bajito le había dirigido una sonrisa chueca, parecía saber que estaba mintiendo—. Vale. Sólo fui yo. Encontré un ritual para adivinar el futuro a través de un espejo, en un libro de la biblioteca.  Las recomendaciones decían que no se usara en la víspera de Halloween ni en los días posteriores a él. ¡Pero ya lo había usado y no pasó nada! Pensé que sería divertido jugarle una broma a Reita y encanté su espejo desde hace algunos días.  Las indicaciones decían que si se hacía de forma descuidada, quien se observara en él tendría visiones de otras dimensiones y que muchas veces serían perturbadoras. Todos sabemos que es un miedoso, y…

 

—Abriste un puente a otra dimensión al hacerlo en estas fechas —exclamó el chico de las dreadlocks, Kai, se recordó Akira—. Es bastante impresionante. Peligroso también, pero no deja de ser impresionante. 

 

El muchacho alto se mordió los labios, como si sintiera culpa. 

 

—Y tuviste entonces la suerte de que el espejo conectara con el Doppelganger mortal de Reita. Uruha, por Baba Vanga, pudo ser mucho peor. Pudo haber entrado cualquier cosa —comentó el chico rubio—. Un mortal intruso es un problema menor.

—Se lo van a comer en cuanto lo descubran —rezongó el moreno que se había mostrado arisco desde el primer momento. Tenía los brazos cruzados y el entrecejo fruncido, y miraba a Akira como si, efectivamente, estuviera deseando comérselo—. Nos deshacemos del mortal, Uruha confiesa que todo fue una broma que salió mal, las brujas del aquelarre se encargan de traer a Reita de regreso, y todos contentos.

 

—Alguien viene —susurró Kai,  y todos callaron al instante. Akira no fue capaz de escuchar pasos ni a nadie acercándose; pero tampoco era capaz de pronunciar palabra, por mucho que hubiera intentado encontrar buenos argumentos para defender su vida. Con total franqueza no tenía idea de cómo las piernas le seguían sosteniendo, su estómago se había cancelado desde horas atrás, y sus manos se encontraban heladas. El mutismo de la pequeña asamblea duró lo que le pareció una eternidad,  y solo se rompió cuando una corriente de viento helado le rozó la nuca. Parecía que esa era la señal que todos esperaban para continuar. 

 

—No hay ninguna necesidad de matar al mortal —dijo Uruha en voz baja, como si aún sospechara que alguien pudiera rondar por la habitación—. Es, como dijo Kai, un accidente, no una disputa territorial ni justicia Kármica. Ni siquiera necesitamos carne mortal para la fiesta de la cosecha.

—A mí me parece mono —interrumpió el niño rubio, acercándose como un chiquillo al animal enjaulado de un zoológico—. Los chicos mortales son más divertidos que los hechiceros. ¿Cómo te llamas?

—Akira. —Fue toda una sorpresa que pudiera pronunciar la palabra completa sin tartamudear. Pero como cada que estaba nervioso, su cerebro se desconectó de su boca  y terminó hablando de más—. TienenUnDormitorioAgradable,HueleComoaTiendaNaturistaOAlgoAsí. 

 

Ni siquiera tuvo que terminar la oración para sentir que probablemente después de escucharlo ya se hubieran decidido a matarlo y sus huesos iban a terminar tirados quién sabe dónde. Las caras de incomodidad de todos los presentes lo evidenciaban. Estaba pensando por cuál era la forma más inteligente y convincente de rogar por su vida cuando un par de risas disimuladas le devolvieron la tranquilidad.

—Y es igual de imbécil que Reita, cosita —chilló el muchacho que le había preguntando por su nombre, de una forma que le hizo sentirse como un bebé gordo y sonrosado—. Yo soy Ruki, el idiota que te metió en este problema se llama Uruha. Ese otro de allá de sonrisa bonita y cabello escaso es Kai. —Mientras hablaba, iba presentando a cada uno con la mano—. Y la vieja bruja amargada que quiere matarte es Aoi. No es una mala persona, no lo juzgues mal. 

 

—Ya… seguro, mi error —susurró Akira a las apuradas.

—Estás en un problema, Akira —prosiguió Ruki con voz cantarina—. Verás… no es tu culpa, por supuesto, pero estás en algo así como terreno hostil para los de tu especie. Sobra decirte que no podrás volver a casa, por lo menos por un tiempo, porque esta dimensión no es la tuya, esta dimensión pertenece a las brujas, y no sabemos cómo devolverte a la tuya.

—Todavía —interrumpió Uruha.

—Todavía —accedió Kai.

—Ni lo vamos a averiguar —refunfuñó Aoi. 

 

—Pero… es importante que vuelva, es que, ¿saben? Tengo algunos exámenes importantes pronto y…

 

—Un amigo nuestro está en tu dimensión —intervino Uruha—. Tomando tu lugar, seguramente. Akira, no tenemos forma de saberlo, pero estamos seguros de que intentará pasar lo más desapercibido posible mientras conseguimos hacerlo volver. Entonces tu podrás regresar a casa y retomar tu vida normalmente. Sólo… sólo ayúdanos a mantenerte con vida mientras lo averiguamos.

Akira pensó en su mamá, incluso en su hermana con quien peleaba prácticamente todos los días, y sobre todo en su abuela. Se le encogió el corazón al pensar que tal vez no podrían hacer la limpieza de año nuevo juntos.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó derrotado.

—No lo sabemos aún, lo siento —respondió Uruha. 

 

—Tenemos que bajar pronto a desayunar —Intervino Kai. La puerta, que había asegurado previamente, se movía como si alguien tocara de forma furiosa para hacerla abrir—. Ya escuché, gracias. —El jovencito se dirigió a esa interrupción, y cuanto terminó de hablar, el golpeteó cesó—. Akira, sabemos que es complicado pedirte que confíes en nosotros dadas las circunstancias, pero es lo mejor que puedes hacer, de verdad. No es muy complicado hacerte pasar por Reita, eso es algo que simplifica tu situación. 

 

Mientras hablaba, Ruki y Uruha se movían por la habitación revolviendo por aquí y por allá. Le tendieron lo que parecían ser las prendas de un uniforme, todas en color negro, y casi a base de fuerza bruta le hicieron colocarse una especie de máscara negra que cubría su boca y nariz.

 

 

—No respiro… —se quejó el muchacho con voz ahogada, y quien fuera que estuviera haciendo presión para ajustarle la máscara, la aflojó hasta que en lugar de insostenible, simplemente fue incómodo vestirla. 

 

—Esto es turmalina negra —Le dijo Uruha mientras le colgaba una pesada piedra al cuello—.  Todos aquí nos lanzamos maleficios por la espalda todo el tiempo, es lo habitual. Lo más normal del mundo es invocar un conjuro de protección todas las mañanas para que simplemente reboten; pero tú no puedes invocar nada, así que…


Ignorar el hecho de que tuvieron que hacerle bajar las escaleras entre los cuatro (uno de ellos alegando que deseaba estar en cualquier otro lugar excepto ese), sería faltar a la verdad. Akira nunca supo como llegó al comedor ni cómo fue capaz de consumir alimento sin vomitar nada. Tampoco hubo tiempo de admirar la preciosa arquitectura de la escuela (después se daría cuenta de que era una escuela. Estaba asustado y luchando por convencerse a sí mismo de que se trataba de un sueño.

 

Aunque en el fondo sabía que no tenía tanta imaginación.

 

 

 

*****





Por fortuna, como pudo darse cuenta con el transcurrir de los días, no era nada difícil pasar desapercibido en un lugar como ese, donde todo mundo se esforzaba hasta las lágrimas por llamar la atención.

 

A veces no podía evitar que su mente viajara al intruso que debía estar ocupando su lugar en ese momento. ¿Cómo lo estaría llevando? ¿se estaría esforzando por encajar, o ya había arruinado su vida? Dioses, ojalá fuera amable con su madre y su hermana,  tratara bien a sus amigos, y no la jodiera aún más en matemáticas o sus posibilidades de graduarse de la preparatoria habrían desaparecido.  Ser Reita, en lo que concernía a su experiencia, no era muy complicado. Algunos profesores le mencionaron que su energía se sentía decaída en los últimos días, pero él simplemente respondía que se sentía un poco enfermo. Varias veces le sugirieron que fuera a la enfermería, pero no quiso asistir por miedo. En general, no se separaba más de lo estrictamente necesario del pequeño grupo de varones que había conocido en cuanto llegó a aquel lugar. 

 

El único grupo de varones en esa escuela. 

 

—Antiguamente se creía que la testosterona era un inhibidor de la magia —le comentó Uruha una noche que estaban todos cenando en el dormitorio—. Las familias no suelen educar a sus hijos varones en la magia, a menos que demuestren tener el mismo potencial que una bruja. Únicamente las brujas más poderosas son capaces de transmitir esa magia incluso a su descendencia masculina, por eso no son raro que sea una cosa muy arraigada a la familia. Prácticamente todos nosotros somos primos o tenemos parentesco aunque sea lejano.  Y Ruki es hijo de una alta sacerdotisa, así que…

 

—Con la orgía que hubo esa Walpurgisnacher, estoy muy feliz de no tener cuernos y rabo —respondió muy contento el mencionado, levantando la vista de un libro que examinaba cuidadosamente. Uruha le había dicho que lo habían robado a la madre del rubio, y que esperaban encontrar un ritual para volver a abrir un puente entre ambas dimensiones.

—En cierto modo, por eso nuestras habilidades son parecidas —continuó Uruha. A Akira le gustaba escucharlo hablar; por lo que no tenía inconvenientes en quedarse callado por largos periodos de tiempo—. Kai es un médium, los espíritus suelen sentirse atraídos a él.  Puede hablarles y pedirles ayuda con ciertas cosas, es muy útil tener cientos de ojos en un castillo tan poblado de fantasmas como éste. Probablemente va a tener una parálisis del sueño en…  ah, ya la está teniendo.

 

Ambos muchachos rieron en voz baja. Kai se había quedado dormido sentado, examinando unas notas que Ruki le había tendido. Y ahora se quejaba en gruñidos guturales y parecía luchar por despertar. Akira sintió algo de preocupación, pero si Uruha decía que estaba bien y era común, entonces estaba bien sólo dejarlo pasar. 

 

—¡Akira! ¿tienes una bañera en casa?

Su risa se detuvo de forma abrupta. Ruki prácticamente les había pegado el libro en las narices. Lo apartó de forma torpe, su cara redonda lucía demasiado entusiasmada.  Uruha lo colocó de forma elegante sobre su regazo, y leyó con atención.

—¿Un ritual en el río durante luna nueva?

 

—Reita flotará, de regreso a nosotros, y Akira se hundirá, de vuelta a casa. —Kai había logrado despertar y parecía comprender la lógica del plan. Se levantó, estirándose de forma ruidosa y exagerada,  y salió de la habitación sin agregar más. Akira dedujo que iría por algo de cena extra.

—Si nos descubren, todos estaremos muertos más rápido que en lo que un nigromante se tarda en levantar un muerto —suspiró Aoi, siempre pesimista, desde el centro de su cama. 

 

—Necesitamos que Reita esté preparado. —Uruha le devolvió el libro a Ruki, Akira observó que ambos habían tenido cuidado de no marcar la página y supuso que la dueña del libro era observadora y recelosa, y ellos estaban intentando no delatarse—. ¿Ruki, puedes…?

—Viaje astral a la dimensión de los mortales, de acuerdo. 

 

Tranquilamente, Ruki se acostó en su cama con los brazos cruzados por el pecho. Su respiración se volvió lenta, como la de las personas que se obligan a relajarse siguiendo esas indicaciones para meditar. A los pocos minutos, sus ojos se volvieron blancos.

—¿Ustedes pueden ir a la dimensión de los mortales? —preguntó Akira, asombrado. 

 

—Conocemos la dimensión de los mortales. Y también conocemos lo que pasó en Salem. Por eso La casa del sol naciente se creó en otra dimensión, una a la que sólo pudieran acceder las personas que poseyeran magia. Así estaríamos todos seguros… La Casa del Sol Naciente es el nombre de esta escuela  —aclaró al ver su expresión idiota. 

 

—Pero si viviéramos en la dimensión de los mortales, todo sería más fácil. —Suspiró Ruki, volviéndose a incorporar en la cama como si nada hubiera pasado— Podría rastrear las fases de la luna con una aplicación desde el móvil. O conseguir una cita. Los hechiceros son aburridos después de un rato. ¡Kai, basta con invocar espíritus por hoy! —Lo regañó al verlo entrar nuevamente a la habitación. Akira pudo volver a sentir ese frío espeluznante que parecía acompañarlo de forma perpetua.

—¡Éste me siguió desde el octavo piso!

 

 

—¿Podemos volver a la situación? —Pidió Aoi— Estamos encontrando una forma de librarnos del mocoso…

 

—Oh bueno, no hay mucho que hacer. Esperar la fecha, tener los elementos necesarios, a Akira  y a Reita en un medio acuoso a la hora deseada… el problema, ¿saben?  debe ser un ritual demandante y desgastante, por algo está en los libros de mi mamá.

 

Las miradas se pasearon de un lado a otro, como buscando quién sería el más apto para llevar la voz cantante. Aoi estaba descartado por su habilidad en sí misma, más allá de su apatía permanente. Y necesitaban a Kai atento a lo que pudieran susurrarle sus vigilantes invisibles, Ruki levantó la mano, pero Uruha lo interrumpió. 

 

—Yo presidiré el ritual.

 

 

 

*****

 

 

 

Pero las cosas no fueron tan sencillas. 

 

Uruha no estaba listo para asimilar y manipular ese nivel de magia. Por más que pasó los días aprendiendo el hechizo completo, por mucho que memorizó cada paso de la liturgia. Poco a poco se le veía cansado y consumido, como si su magia, para subsistir, estuviera devorando su carne y sangre desde adentro. Sus hechizos en clase comenzaron a ser más débiles y dejó de ser un estudiante destacado. Akira observó, impotente, cómo parecía marchitarse con cada hora transcurrida y su piel se volvía opaca.  

 

El fondo lo tocó cuando Ruki le encontró devolviendo en los baños lo poco y nada que había logrado comer. El rubio, como buenamente pudo, le intentó ayudar a hacer cómodo el proceso. 


—Esa magia no es para ti. Te está matando —dijo cuando Uruha pudo erguirse nuevamente.

—Lo sé. Pero tengo que regresarlo.—La voz de Uruha sonaba acongojada, como si realmente estuviera triste pero no por él y su fracaso mágico, sino por el mortal—.  Y Reita también debe volver, ¿no lo extrañas? 

 

—Esto no es tanto por Reita y el juramento de amiguísimos desde la infancia, ¿cierto? Te preocupa el mortal. 

 

Uruha meneó la cabeza, intentando lucir despreocupado. 

 

—Extraña a su familia, me contó que todos los años suele limpiar la casa con su abuela para recibir el año nuevo. Cree que su mamá está preocupada por él, aunque sé que Reita está en su casa fingiendo ser él. 

 

—Vale. Akira es el Dopplelganger de Reita. En el sentido más literal de la expresión: son idénticos. Están hechos del mismo material energético que al dividirse para la siguiente reencarnación, se bifurcó y convirtió en dos personas que comparten prácticamente la misma esencia. Excepto, claro, porque Akira es un mortal, y es mucho más inocente, más torpe, y más ingenuo que Reita, entonces, ¿por qué…? —Ruki pareció encontrar una epifanía en sus propias palabras, porque abrió mucho los ojos y detuvo su pregunta antes de terminar de formularla, observando a Uruha como si lo viera bajo una luz totalmente distinta—. Lucifer bendito, te gusta justamente porque es más idiota que tu amigazo del alma.

El alto muchacho no negó, ni afirmó esta sentencia. Simplemente frunció el entrecejo y clavó su mirada en el piso con algo que estaba cerca de la frustración. Ruki consideró eso como la confirmación que buscaba, y contrario a su costumbre, no mencionó nada más, ni hizo ningún comentario burlón o entrometido. ¿Qué podía decirle a Uruha que no supiera ya? ¿que el mortal tenía que volver, forzosamente, al mundo al que pertenecía, o todo terminaría mal para cada uno de los implicados?  Su expresión denotaba incluso algo de lástima, y haciendo uso de una empatía que nadie sabía que poseía, simplemente le dio un par de palmadas en el hombro a Uruha y abrió la llave del lavabo para que pudiera enjuagarse la boca.

—¿Crees que Reita esté bien?

Ruki encogió los hombros, un gesto vago. No parecía preocupado. 

 

—Sabe que debe mantenerse a salvo hasta que logremos volver a abrir el portal. Pero si tanto te preocupa, puedo hacer otro viaje astral a la dimensión de los mortales, yo lo vi bien la última vez.

 

Uruha asintió varias veces, y Takanori lo hizo también, confirmando que se encargaría de verificar que el extraviado brujo se encontrara a salvo.

 

—Gracias por esto, supongo —mencionó el más alto. Parecía algo abochornado. De nuevo, obtuvo un encogimiento de hombros. Era un gesto que en ese tiempo, Ruki usaba demasiado. 

 

—Una relación sana es esa donde te jalan el cabello cuando cogen, y te lo sostienen cuando vomitas.

—Pero tú y yo no cogemos.

—Gracias a Lucifer. 

 

Uruha rodó los ojos, pretendiendo lucir hastiado, pero no pasó desapercibido que, dentro de todo, sonreía.

—Mira, yo sé que crees que dado que técnicamente el mortal está aquí por tu culpa, es tu obligación personal hacer la reparación del daño tú solo. Pero la alta brujería no se llama “alta” por nada.

—Por ti, obviamente, no…

—Estúpido. Vale, dejando de lado que Aoi te pegó su sentido del humor y su homosexualidad, la idea principal es que no te mueras. Al menos no tan pronto. ¿Cómo crees que se sentiría tu amiguísimo del alma si vuelve y se encuentra un fiambre en lugar de a ti? ¿Y los sueños húmedos de Akira? Hermano, por favor, das asco. En su lugar, me sería muy incómodo  de manosearme pensando en lo viejo que luces ahora.

 

—¿Qué estás…?

—Le gustas al mortal. Fin del drama adolescente. Bésalo o dátelo o algo. Se va a ir frustrado y tal vez nunca vuelva a verte. Y deja de jugar con esto, yo iniciaré el ritual, para de joder. ¡Faltan varios días para la luna llena, aún puedes recuperar peso!

 

Cuando salió del baño, los ánimos de Uruha estaban más altos.  Tras una noche de sueño completo, sin miradas furtivas al libro de invocaciones y rituales, su semblante comenzó a mejorar. Un desayuno que terminó en su estómago y no en el inodoro hizo prácticamente un milagro, y para la noche, incluso sus labios dejaron de lucir resecos. Las últimas palabras de Ruki, sin embargo, no dejaban de darle vueltas por la cabeza.

Terminó invitando a Akira a dar una vuelta por el colegio. El parecía intuir que su estadía se acercaba al final. 

 

—¿Extrañas mucho a tu amigo? —preguntó luego de un rato de perorata impersonal de parte de Uruha, que le hablaba sobre los fundadores de la escuela.

—Cuando éramos niños… Esto suena como el comienzo de una historia cliché, ¿verdad?

A Akira le gustaba el sonido de la risa de Uruha. Se encontró riendo también.

—Sí, un poco.

 

—Pero de verdad, todo comenzó cuando ambos éramos niños. Reita tenía problemas para controlar su magia. Una cosa es nacer con ella y otra es aprender a usarla.  Al principio, cuando niños, en casa nuestra familia nos suele educar en las cuestiones más básicas de ella, incluso aunque tu magia sea tan débil que es claro que jamás podrás entrar a La Casa del Sol Naciente. Hay ciertas cosas que todos debemos saber: fechas de rituales, liturgia de los mismos, y lo más importante: no hacernos daño con nuestros poderes, ni hacerle daño a los demás. Al menos no de forma accidental. 

 

Suzuki debía admitir que aquellas palabras le daban miedo, le hacía pensar que en la sociedad de las brujas las personas eran intrínsecamente malvadas y buscaban provocar la desgracia ajena para su propio beneficio, incluso para su propio entretenimiento; pero razonándolo de una forma mucho más profunda, se dio cuenta de que era un homólogo de lo que pasaba en el mundo que él conocía. De donde él venía, la gente hacía exactamente lo mismo. La única diferencia es que no podían hacer magia; pero si pudieran, apostaría que todos la usarían del mismo modo.

—Cuando puedes hacer magia y eres niño, es común que pasen muchos accidentes divertidos mientras descubres tus poderes. En teoría, al llegar a la adolescencia ya deberías saber cuáles son las principales habilidades que posees, aunque dependiendo de tus raíces familiares, algunas personas aún se encuentran con cosas nuevas y poderosas de vez en cuando.

—Como Ruki.

—Sí, exacto, pero ese bastardo tiene ventaja genética. 

 

—Yo diría que necesita ser nerfeado. —Ante la mirada curiosa e interrogante de Uruha, Akira sonrió, contento de tener por primera vez algo que explicarle al castaño—. Es cuando en un videojuego reducen las habilidades de algún personaje que es demasiado poderoso, para equilibrarlo, ya sabes.

 

—Oh, comprendo. Bueno, eso no se puede hacer aquí. A veces algunas personas hacen pactos para ser más poderosos, cosas por el estilo; pero no podemos quitar el poder de otra bruja. ¿Te imaginas? Nos hubiéramos extinguido hace mucho tiempo.

—Uh, ¿sabes? No lo decía en forma literal. 


Uruha pareció avergonzado.

—Ya, lo siento. Se me da terrible captar chistes.

—Eso es incluso gracioso, a su manera. 

 

—Decía, que cuando Reita era niño, tenía problemas controlando su magia. Era un caos. Siempre que se enojaba, aunque fuera una tormenta mínima, ocasionaba huracanes, tormentas en el mejor de los casos. Una vez que estaba triste le siguió una nube de lluvia a él, y sólo a él, era un desastre, y era peligroso.  Mi mamá es profesora aquí, da clases de demonología. Sin embargo, también suele ser educadora particular en esa clase de casos complicados en infantes. No son tan comunes, así que puede disponer de tiempo para dar una atención personalizada. Cuando Reita llegó a mi casa a aprender cómo canalizar su magia, tenía más o menos mi misma edad. Mis hermanas ya eran demasiado mayores como para jugar conmigo, y nosotros nos hicimos amigos de inmediato. Entonces le prometí que siempre cuidaría de él. 

 

—… Sí sabes que lo enviaste a una dimensión diferente a la suya, ¿verdad?
 
—¡Bueno, no sabía que eso iba a pasar! —se defendió Uruha—. Pero hubo cosas positivas, ¿cierto? es decir, te conocí a ti… 

 

—¿Y eso fue algo bueno? 

 

—Asumiste de forma demasiado natural nuestra existencia. Nunca te cuestionaste si te estábamos diciendo una mentira. Ni nos sugeriste que estábamos locos. Sencillamente, te adaptaste.

—Soy un tipo aburrido que ha leído mil historias de cómo un sujeto normal como yo, de repente, obtiene una libreta del cielo y se convierte en dios.  Esta es la aventura de mi vida, la que algún día me hará rico en papel. —Bromeó como si hiciera la pose de un súper héroe—. ¿No irán tras de mí por revelar sus secretos, verdad? 

 

—Yo no puedo hablar por el consejo… la madre de Ruki es alguien más cercano a ese nivel.

—Uruha.

—¿Sí?

—De nuevo estaba bromeando. 

 

—Lo sé.

 

El paseo terminó cuando sintieron el típico frío de un espíritu rondar cerca de ellos, lo que les hizo suponer que o Kai les estaba buscando por algún motivo, o tenía ganas de cotillear. De mutuo acuerdo decidieron volver al dormitorio. Y esa noche, ninguno de los dos pudo dormir bien. 


 

 

*****




—Último día, ¿eh? Hoy nos vestimos de gala para la ocasión.

 

Ruki le dio un puñetazo que pretendía ser amistoso, pero notó con claridad como cada uno de los anillos vistosos del chico se le enterraban en la piel. Vestía una túnica negra. La prenda tenía una capucha puntiaguda pero el muchacho aún no la llevaba puesta.  Tras él caminaban los otros tres, vestidos de rojo. Akira llevaba una blanca, y francamente se sentía muy incómodo. El frío era casi intolerable, Kai le había dicho que todo el camino al río estaba flanqueado por tantos espíritus como consiguió reunir. 

 

Caminaron hasta la desembocadura del río. Le habían pedido que no hablara en el trayecto. Iban cantando una canción que nunca había escuchado, pero parecía un poco macabra. Ruki lanzaba una oración (bastante afinada, cabía mencionar), y el resto le respondía a coro. 

 

—Si consigues dormir, o si no lo haces, los gallos igualmente cantarán en la mañana. 

 

—¡El sol rojo se levanta como una alerta en el cielo!

 

—El señor vendrá por tu primogénito

 

—¡Su pelo en fuego y su corazón quemándose!

 

—Ve al río, donde el agua corre.

 

—¡Y deja que el río se seque! 

 

—Y si te caes… ¡Y si te caes!

 

Cuando llegaron a la parte más baja del pequeño riachuelo le empezaron a llenar los bolsillos de piedras. El cántico pareció volverse más solemne. La ausencia de la luna no le permitía a Akira ver más que lo que estaba frente a él. 

 

Viviendo en la oscuridad, mientras demonios te desgarran, me llamas para resolver una rima torcida. Me estoy acercando, imponiéndome en tu letargo. Me llamas mientras las campanas empiezan a sonar. 

 

El agua del río comenzó a brillar, como si fuera plata líquida. Titilaba y palidecía, parecía ser débil. 

 

—¿Estás con nosotros? ¿estás al nivel? ¿Estás listo para jurar aquí y ahora, frente al diablo, que estás con nosotros, que estás al nivel? ¿que estás listo para soportar de pie, aquí y ahora? 

 

Cuando las voces de todos se unieron, el destello plateado pareció mucho más estable. Sabían que no debían desaprovechar el momento. Uruha dejó de cantar para besar a Akira, y al instante siguiente, le empujó dentro del río. “¡Baba Vanga bendita” escuchó exclamar a Ruki.  Sus ojos abiertos y la expresión anonada de una señora cotilla contemplando el chisme más jugoso del año fue lo último que pudo ver antes de que se hundiera y el agua se le metiera a la nariz. Sintió que se ahogaría y moriría, la luz deslumbrante que podía adivinar a través de sus párpados cerrados se lo confirmaba. Cuando no pudo mantener más la respiración, boqueó automáticamente en búsqueda de aire, y para su sorpresa lo obtuvo.

La luz que veía era el foco encendido del baño.

Se levantó de la bañera totalmente desorientado, confundido, y dando grandes bocanadas de aire. Las llaves seguían derramando agua y la bañera desbordaba, inundando el piso del cuarto. Se apresuró a cerrarlas y a destapar el drenaje del mueble para limpiar un poco aquello. No tenía el móvil en el bolsillo del pantalón, y la túnica blanca, que aún llevaba puesta, era la confirmación de que nada de eso había sido un sueño. 

 

Cuando salió del baño, tiritando de frío, se encontró a su hermana en el pasillo. 

 


—¿Te quedaste dormido con las llaves abiertas? Akira, eres un desordenado. Tú vas a limpiar todo esto. 

 


El rubio se quedó en silencio. Un centenar de emociones distintas se agolpaban en su pecho y no pudo más que mirar a su hermana mayor con pinta de estúpido. La abrazó con fuerza, sin importarle sus quejas porque le estaba mojando la ropa. A tropezones fue a su habitación a cambiarse la ropa y encontró, sobre la mesita de noche, una libreta. En ella estaba detallada en forma de lista cada una de las cosas que habían ocurrido en su vida durante el mes que no le perteneció, los acontecimientos relevantes en la escuela, y las citas médicas a las que por uno u otro motivo tenía que asistir en la siguiente semana. No protestó cuando su hermana le recordó que debía limpiar el agua que inundaba los pasillos y el baño. Y cuando terminó, fue a la habitación de su madre y de su abuela por la simple gratificación de mirarlas dormir.

Así fue como Akira poco a poco se reincorporó a su vida. Y le supo aburrida.  Llena de semanas interminables que se sucedían una a la otra. 

 

 

—¿Akira? —Algo de luz, proveniente del exterior, se coló a su habitación cuando su madre abrió la puerta, tenía el teléfono en la mano y se lo entregó—. Es para ti. —Estuvo tentando a decirle que no quería hablar con nadie, pero no tuvo valor para romperle el corazón: parecía contenta de que su hijo hubiera hecho un amigo nuevo. O que por lo menos tuviera alguien que le llamara en lugar de simplemente contactarlo por mensaje. 

 

—¿Hola? —preguntó arisco al aparato, una vez su madre se marchó para darle privacidad.

 

—¡Hola! ¿Akira? —Quien estaba al otro lado de la línea hablaba muy fuerte, como si temiera que no pudiera oírlo— ¿me escuchas?  ¿saludé correctamente a tu madre?

—¿Ruki? ¿cómo es que…?

—Estoy en una cabina de teléfono. —Conforme hablaba, Matsumoto fue modulando su voz hasta que llegó a un tono donde no le dejaba sordo—. No… sé muy bien en dónde estoy. Es un viaje rápido, de cualquier forma, por lo que dudo mucho poder verte. Pero quería saludarte, por lo menos. Todos queríamos. Kai te extraña tanto que los fantasmas le rehuyen a su ánimo depresivo. Incluso Aoi parece triste, y ya sabes, esa cosa ni sentimientos tiene. 

 

Ambos rieron a través del hilo telefónico. Entonces, Akira hizo la pregunta que tenía atorada en la punta de la lengua:

 

—¿Está Uruha contigo? 

 

No necesitó escuchar la voz de Ruki para conocer la respuesta. El tenso silencio, en el que pudo adivinar que la sonrisa en esos cachetes regordetes se había desvanecido, le dio la respuesta.

—No. Lo siento. Únicamente puedo viajar solo. —El brujo hizo una pausa, como si le estuviera dando un instante para procesar la noticia— Pero espera, tengo algo para ti, sólo tengo que averiguar cómo usar esto…

Durante unos dos minutos sólo pudo escuchar a Ruki maldiciendo en voz baja,  el tono automático de la operadora hablando en inglés cuando le informaba que debía ingresar más dinero si quería continuar con la llamada, y los bufidos molestos del bajito cuando le espetaba a esa voz incapaz de responderle que por favor se dejara de joder. 


—¡Ya está listo! Revisa tu almacenamiento en la nube. 

 

Ahora sabía en dónde había terminado su celular. Akira dio doble click en la notificación que le informaba que una nueva foto se había vinculado a su cuenta de almacenamiento personal. La vista previa del navegador le mostró la imagen que el brujo acababa de enviarle: parecían haberla tomado a escondidas en un rincón de la biblioteca. Kai estaba al fondo, sonriendo de esa forma suya tan encantadora, y con ambos brazos extendidos al techo como si intentara llamar la atención. Aoi, sentado en un extremo de la mesa, parecía esforzarse por pretender lucir relajado e indiferente; pero tenía los ojos rojos, así que Akira dedujo que tal vez había llorado un poco. De Ruki sólo se alcanzaba a ver, casi en primerísimo plano, su cabello y ojos; seguramente era él quien había tomado la selfie y ser el más bajo de todos no le había jugado a favor. 

 

Cuando vio a Uruha en el centro de la imagen, saludando a la cámara con la mano, se sintió mareado. Quizá por la impresión, quizá porque —realmente— se olvidó de cómo se respiraba. Repasó su imagen en la pantalla como si esperara que saliera de ahí y le hablara. Y notó que ahí, justo al lado de Takashima, estaba Reita. Tenía el cabello azul oscuro y una máscara negra cubría casi toda su cara, pero reconoció sus propios rasgos en los pocos que pudo adivinar bajo ella. Su boca de labios delgados —como los suyos— estaba curvada en una pequeña sonrisa, y su mirada parecía amable.  Si la imagen de Uruha le había producido un vuelco en el corazón que podía catalogarse como agradable, esa le causó desasosiego, uno inmenso. Sentía curiosidad por esa otra parte suya (así lo había asumido) que pertenecía a un mundo en el que él no podía volver a entrar. Y viceversa. Ambos eran líneas paralelas: idénticas, pero que no poseían ningún punto de convergencia. 

 

Tragó saliva, intentando disolver el nudo que se formó en su garganta. Sentía los ojos húmedos, pero las lágrimas no traspasaron el límite de sus párpados. 

 

—¿Les ha contado Reita si fue bueno con mi familia y mis amigos? —preguntó esforzándose porque su voz no saliera entrecortada.

—Tú dime. ¿La gente parece molesta contigo? 

 

Akira guardó silencio y pensó en la sonrisa amorosa de su mamá cuando lo vio levantarse en la mañana, en el típico bullying cariñoso de su hermana, en las caras relajadas de sus amigos cuando le vieron durante la escuela, y sobre todo, en la libreta llena de notas en su buró. 

 

—No. Creo que lo hizo bien. 

 

—Eso es. Nuestro Reita también puede ser un buen chico, como tú.

 

—¿Eso fue un halago? 

 

—No lo sé. Yo te diría que deberías comenzar a portarte un poco mal. Tu vida necesita un poco de emoción. 

 

La risa les volvió a acompañar por el lugar común convertido en consejo que Matsumoto acababa de ofrecerle. Y cuando ésta se detuvo, los envolvió un silencio nostálgico que fue roto por el brujo.

 

—Debo irme, Akira, creo que se han dado cuenta de que no estoy. 

 

A pesar de que Ruki le había dicho que se trataba de una visita rápida a la dimensión de los mortales, no pudo evitar sentirse triste porque ésta acabara tan pronto. Sentía que todas las cosas que hacían tangible que todo aquello realmente había pasado, que de verdad había conocido a todas esas personas, poco a poco comenzaban a desvanecerse, y que con el tiempo, terminaría por olvidarlas. Incluso que tal vez algún día se cuestionaría si todo lo vivido no había sido más que una fantasía. 

 

Y pese a todo, intentó asumir la despedida con serenidad. 

 

De cualquier forma, de Uruha no había podido despedirse como hubiera querido. 


—¿Tendrás problemas?

—No. Los adultos no suelen ser demasiado duros conmigo. Les da miedo hacerme enojar y que descubra una nueva habilidad incontrolable y peligrosa.  —Se imaginó a Matsumoto encogiendo los hombros, como tanto acostumbraba hacer—. Sé que es difícil, pero no me extrañes demasiado.  Nos volveremos a escuchar en cuanto me levanten el castigo. Tal vez encuentre una manera de traer a los demás. Y a Uruha. 

 

Que ese nombre sonara tan cargado de intenciones quizá fuera únicamente sospecha suya; pero igual le pareció notar cierto tinte burlón, como el que utiliza un amigo para molestar con la persona que te gusta. Como fuera, no tuvo oportunidad de preguntarlo (y honestamente, no sabría cómo)  porque pronto se encontró solo con el sonido de que la llamada había sido finalizada. No supo por qué se quedó tanto tiempo escuchándolo. 

 

Aquella noche no pudo dormir.  Pensó en Uruha, y se dio cuenta de que él también era una de esas líneas paralelas con las que nunca volvería a cruzarse. Era la primera vez que se enamoraba, y en el espacio de un mes, más o menos, había terminado con el corazón roto.

 

Tal vez, se dijo, en alguna parte del mundo al que pertenecía, Uruha también tenía un doble; alguien que compartía su misma cara y su misma esencia. Y entonces, esa persona, mortal como él, sí podría cruzarse en su camino de manera más duradera. Abrazó a su almohada en silenciosa resignación, y cuando llegó el amanecer tuvo que levantarse para poner su computadora en el escritorio y conectarla al cargador. En la pantalla se había quedado, abierta, la fotografía recibida la noche anterior.   Volvió a observarla, deteniéndose deliberadamente en la figura estilizada de Uruha, y entonces reparó en un detalle que no había notado. 

 

 

En la otra mano, el joven sostenía un trozo de pergamino, casi como si fuera de manera descuidada, pero al hacer zoom en la imagen pudo darse cuenta de que tenía algunas palabras escritas. Entrecerró los ojos y las transcribió con su caligrafía descuidada en un cuaderno, y al terminar, las releyó cuidadosamente varias veces: no le hacían ningún sentido. 

 

Tardó en reparar en que se trataba de un hechizo.  Acompañado de una fecha y hora: 31/10 3:33 am.

 

Observó, varias veces y de forma alternada, la fotografía y las letras escritas en el papel. ¿Estaba Uruha entregándole una llave para que pudieran volver a verse? 

 

Tal vez la próxima noche de brujas reuniría el valor suficiente para pronunciar las palabras frente al espejo. 

 

Notas finales:

La canción que cantan cuando llevan a Akira al río es Bottom of the river, de Delta Rae; y la oración del ritual es Square Hammer, de Ghost c:

Baba Vanga fue una bruja rusa muy popular. Hizo un montón de predicciones que siguen vigentes aún en la actualidad y para el futuro.

 

El ritual para devolver a cada Reita a su dimensión correcta está inspirado en los juicios de brujas de la edad media: lanzaban a la acusada al agua y si flotaba, era quemada por bruja, y si se hundía, tenía el placer de tener una muerte cristiana.

 

 

Creo que eso es todo c: muchísimas gracias por leer. 


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