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Magnetismo animal por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito por diversión y sin fines de lucro~

1.- La repulsión de los animales.

 

Como si de un dato de cultura general se tratara, no había nadie entre los alumnos de Gryffindor que no estuviera al tanto de que Remus John Lupin y los animales no se llevaban bien.

Nada.

En lo absoluto.

Cero.

Para quienes habían estado en su curso desde el inicio, estaba la memoria del gato que los recibió en su primera noche como alumnos de Hogwarts, un ejemplar gordo y perezoso que según la alumna de cuarto año que era su dueña “era tan cariñoso que podía resultar empalagoso, así que mejor no hacerle mimos”, y que apenas ver a Remus en la habitación comenzó a sisear como tetera hirviendo.

Remus se quedó quieto detrás de otros alumnos de primer curso, pero el gato continuó con sus ruidos, lanzando zarpazos en su dirección y enseñando los dientes como si con ello quisiera demostrarle que no le tenía miedo y estaba dispuesto a enfrentarlo aunque así se jugara una de sus siete vidas.

—¿Lupin, cierto? —Le llamó la atención un compañero a Remus, un chico con gafas redondas y sonrisa fácil—. Parece que ese gato no quiere hacer migas contigo.

Remus se encogió de hombros. —Supongo.

—Oh, basta ya, Misifú —dijo la dueña del gato al ponerle un alto, y con un rollo de pergamino darle un golpecito al animal en los cuartos traseros.

Bastó eso para que el llamado Misifú pasara de bestia lista para defenderse, a esconderse debajo de uno de los sillones y no volver a salir de ahí por el resto de la noche.

La semana.

El año escolar.

Y los que le siguieron, hasta que su dueña por fin se graduó de Hogwarts y se llevó consigo a ese gato que sólo podía ser visto cuando Remus no estaba cerca, pues apenas volvía a la torre de Gryffindor, Misifú se escondía y no había premio o amenaza suficiente para convencerlo de salir.

 

Los incidentes como ese continuaron ocurriendo con una mayor frecuencia de la que a Remus le hubiera gustado para no destacar.

Además de los gatos como una mascota por demás común en el alumnado, Remus era también el terror de cualquier otro animal que osara haber acompañado a su dueño o dueña a Hogwarts.

Fue así como en más de una ocasión alguien se llevó un susto de muerte cuando su sapo aparentó estar muerto, fulminado por un repentino ataque que lo dejaba laxo apenas Remus entraba al cuarto y que desaparecía en cuanto se marchaba.

Y la mala suerte de Remus con los animales no se limitaba a mamíferos y reptiles, sino que abarcaba también a las aves, en concreto a los búhos encargados de llevar y traer el correo, y que siempre representaban un problema para él cuando debía enviar una carta y le resultaba imposible convencer a alguna de las lechuzas del colegio para que aceptara su encargo.

En más de una ocasión tuvo Remus que recurrir a la ayuda de alguno de sus tres amigos para que fueran ellos quienes convencieran al ave de bajar y enviar su mensaje, e incluso así siempre había un cierto grado de reticencia para cumplir con su encargo porque el pergamino traía consigo el aroma de depredador…

No mejor era su situación al recibir correos, pues los búhos se limitaban a sobrevolar su mesa, y a menos que se tratara de un paquete que ellos mismos pudieran soltar con sus patas justo sobre la cabeza de Remus, en lugar de hacer su entrega se quedaban planeando sobre el Gran Comedor hasta que alguien más se apiadaba y recogía el correo por Remus.

Por tanto, no fueron pocos los rumores que comenzaron a circular acerca de Remus conforme pasaban los años en Hogwarts.

Corriéndose la voz de que el chico Lupin aterrorizaba a los animales con su mera presencia a pesar de ser en realidad una persona encantadora, si no es que con un humor un tanto seco, no tardaron también en haber rumores acerca de cuántos animales había tenido que enterrar Filch en los jardines de Hogwarts, pues al parecer el terror que Remus les producía estaba acabando con la fauna local a un ritmo acelerado.

—Uh, cuidado —bromeaban sus amigos al respecto—. Háganse a un lado porque Remus ‘La Parca’ Lupin viene pasando por aquí.

Por supuesto, Remus no se lo tomó a gracia e hizo varios intentos por congraciarse con las mascotas que había en Hogwarts, pero era imposible. Incluso si sus intenciones eran buenas y trataba de convencerlas de que era una buena persona, que sólo era un hombre lobo una vez al mes y los restantes veintisiete días una persona que jamás lastimaría a otro ser vivo, sus esfuerzos cayeron en saco roto.

Para su tercer año en Hogwarts, Remus ya se había fastidiado de provocarle caída de pelo por estrés a los gatos, incontinencia a los conejos, y más muertes falsas de las que podía contar a los sapos, así que acabó por rendirse y dejarlo estar.

 

También en tercer curso fue cuando la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas se sumó a su currículo académico y Remus descubrió con fastidio que el terror que las criaturas sentían por él no se limitaba a animales domésticos y comunes, sino también a aquellos mágicos, cuyas reacciones podían ser incluso más extremas y ocasionar daños a terceros cuando en estampida buscaban alejarse de él.

Al tanto de su ‘pequeño problema peludo’ como llamaban James y el resto de sus amigos a su licantropía, el profesor Kettleburn excusó a Remus de las partes prácticas de sus sesiones, por lo que éste pasó más tiempo observando a las criaturas mágicas desde una distancia prudente que interactuando con ellas.

Y para bien.

Que tras haber recibido algunos mordiscos, quemaduras, y hasta salpicaduras de ácido, Remus había quedado convencido de que lo suyo no tenía remedio y mejor así, por lo que se pasaba las lecciones que eran al aire libre a la sombra de un árbol leyendo su libro de texto y forzándose a no entrar en un estado de enfurruñamiento porque sí, sí le hería ser considerado un depredador sanguinario al grado en que ni siquiera los Gusarajos aceptaban la lechuga que les ofrecía, pero nada podía hacer para remediarlo.

En vano había buscado Remus una poción para matizar su aroma a lobo, que pese a ser imperceptible para cualquier humano o mago, era una potente advertencia para cualquier animal y los ponía en alerta acerca de la criatura temible que rondaba cerca. Simplemente no había cura, y lo mejor que podía hacer era resignarse de una vez por todas.

Y daba lo mismo que Sirius, siempre el muy ocurrente y bromista de Sirius se dedicara a olfatear a Remus en el cuello y a afirmar que olía delicioso y que no tenía nada de qué sentirse con respecto a su aroma corporal sólo porque un par de mascotas viejas habían estirado la pata en su presencia, que él era más que su esencia, y aunque sólo era un poco (una larga ristra de animales catatónicos en su haber era difícil de olvidar) Remus le creía.

Le creí en verdad.

 

A finales de su cuarto año en Hogwarts, el profesor Kettleburn anunció que iban a conocer al rebaño local de Thestrals, y la clase de dividió en dos grupos desiguales: Aquellos que podían verlos y aquellos que no.

Remus pudo, y lo mismo Sirius, pero no James ni Peter, quienes los acusaron de inventárselo.

—Oh, créeme, James —dijo Sirius con voz lúgubre—. No es el tipo de broma que quisiera jugarte en ningún día de mi vida…

—¿Cómo son? —Preguntó Peter con un hilillo de voz, pues no le había pasado por alto las cubetas repletas hasta el borde con carne cruda y vísceras que el profesor Kettleburn tenía para alimentarlos.

—Grandes —respondió Remus, con los ojos grandes e inexpresivos fijos en uno de los Thestrals—. Muy grandes…

—Y negros —agregó Sirius—. Como caballos sin piel y con alas… Reptilianos también.

—Terroríficos —finalizó Remus, que por una fracción de segundo supo lo que era encontrarse asustado de una animal igual que otras tantas mascotas lo habían estado de él en el pasado—. No quisiera encontrarme con alguno de estos en el Bosque Prohibido.

—Realmente es ahí donde se encuentran ubicados dentro de Hogwarts —dijo el profesor Kettleburn, levantando la voz para aplacar los murmullos entre los alumnos y retomar el control de la clase—. Muy bien, ¿cuántos de los aquí presentes pueden ver a nuestro rebaño de Thestrals?

Al instante, una quinta parte de los alumnos levantaron la mano, entre ellos Remus y Sirius, que miraron en ambas direcciones para cerciorarse de quién más podía hacerlo.

—Excelente —dijo el profesor Kettleburn como si aquella hazaña fuera digna de elogio—. Para aquellos que pueden verlos, deben de saber que es gracias a la muerte.

—¡Oh no! —Gimoteó una de sus compañeras de curso—. ¿Alguien va a morir?

—Más bien, alguien ya murió —corrigió su maestro con soltura—. La habilidad de ver a los Thestrals va ligada a la muerte, sí, a presenciar una muerte, lo cual seguro ha sido un evento en la vida de todos aquellos que hace un minuto levantaron la mano.

Remus asintió para sí, puesto que luego de haber sido mordido por un hombre lobo es que había pasado una larga estancia en St. Mungo recuperándose de sus heridas. Incluso aunque por aquel entonces era demasiado pequeño como para dilucidar qué hacían ahí y por qué la herida en su costado se mostraba renuente a sanar y dolía como los mil demonios, Remus había tenido consciencia suficiente para apreciar cómo algunos de sus compañeros de habitación (la mayor parte de ellos cerca de su edad, pues ese era el pabellón infantil) iban y venían sin ningún patrón específico, y mientras que algunos dejaban la sala con sonrisas y de la mano de sus padres, otros eran llevados cubiertos con sábanas blancas y llanto de sus familiares…

Que ni James o Peter hubieran presenciado jamás una muerte no sorprendió a Remus. Después de todo, James vivía en un hogar repleto de afecto y con dos maravillosos padres que podían llegar a sobreprotegerlo debido a la edad en la que lo habían concebido y a su estatus de hijo único. Peter era un caso similar, el menor de tres con dos hermanas mayores que lo habían protegido casi hasta el sofoco hasta que el año pasado la última de ellas se había graduado de Hogwarts y le había permitido con ello un poco más de libertad.

Así que no, no era ninguna sorpresa que para ellos los Thestrals fueran invisibles todavía, y en cambio con Sirius…

Remus miró a Sirius de reojo, y encontró a éste mirando con ojos fríos el trozo de carne que uno de los Thestrals comía con aparente calma de la mano con dedos faltantes del profesor Kettleburn.

—No sé si debería aterrarme más de verlos o no verlos —masculló Peter, que desde su visión sólo podía apreciar grandes porciones de carne desaparecer en el aire a mordiscos avorazados.

—Un poco de ambas, Pete —dijo Sirius con voz lúgubre—. Un poco de ambas…

Peter pareció estar de acuerdo con aquella afirmación cuando por turnos se acercaron al rebaño para alimentarlos, y en lugar de la reacción normal que su persona provocaba en los animales, Remus consiguió que el ejemplar que le había tocado comiera con naturalidad e incluso le lamiera los dedos buscando un poco de sangre que ahí hubiera quedado.

Con su otra mano, Remus tocó el flanco del Thestral y se maravilló por la textura lisa y ligeramente escamada que resultó de una leve rugosidad a la yema de sus dedos, y que de paso le cumplió la vieja fantasía de haber acariciado un animal que no huyera de su lado apenas percibirlo.

Porque daba la impresión de no querer romper la burbuja en la que se encontraba, Sirius le entregó a Remus su porción de carne, y así éste tuvo unos minutos más con el Thestral, olvidando con ello su apariencia terrorífica y en su lugar concentrándose en su cercanía y en el poder innato que tenía como para no salir huyendo de su lado. Si era porque el Thestral ostentaba mayor fuerza que el hombre lobo o porque lo reconocía como una bestia oscura por igual, a Remus no le importó en lo absoluto.

En su lugar siguió acariciando su costado, y así se quedó extasiado hasta el final de la clase.

 

Remus no tuvo oportunidad de preguntarle a Sirius que quería decir con aquellas palabras de horas atrás, y para después de la cena ya se había rendido de husmear donde no debía, convencido de que no era su lugar preguntar si antes su amigo no quería compartirlo con él, así que hizo sus abluciones nocturnas y se recostó en su cama con las cortinas cerradas.

No habían pasado ni cinco minutos después de que se apagaron las luces que la sibilante respiración de Peter se escuchó en la habitación, así como la pesada respiración de James que se le unió pasados otros cinco. A la espera de los leves ronquidos de Sirius, Remus obtuvo en su lugar al mismo Sirius metiendo la mano a través de sus cortinas y asiéndole el brazo.

—¿Moony?

—Entra, Sirius —dijo Remus para ahorrarles a ambos el diálogo que estaba por ocurrir.

De un brinco, Sirius se metió a su cama, y como era su costumbre con cualquiera que se dejara, le abrazó de lleno y exhaló un gemido de satisfacción.

—Ah, estás tan calientito, Moony.

—Lo usual para el cuarto creciente —le recordó éste, pues a partir de la luna nueva y hasta la luna llena, él se convertiría en un radiador humano que exudara calor hasta que después de la transformación y por los próximos quince días sería lo opuesto: Un carámbano de hielo imposible de derretir.

Sirius no dijo nada, y por largos minutos creyó Remus que su amigo sólo buscaba compañía pero entonces…

—Fue la abuela Melania Black.

—¿Uh?

—Madre la envenenó. Por supuesto —resopló Sirius—, nunca hubo pruebas. La abuela no era mejor que su familia, pero era vieja y no hacía daño a nadie, y Madre…

—Oh, Sirius… —Le abrazó Remus con fuerza.

—Madre me hizo esperar con ella en su habitación a que se comiera toda la sopa, e insistió tanto en que se la terminara… Que ese era mi trabajo, que debía cuidar que no se derramara ni una sola gota. Después… —Sirius se sorbió la nariz, y contra el cuello sintió Remus humedad—. La abuela murió.

Sin palabras de consuelo que le parecieran justas, Remus se limitó a abrazarle fuerte, y moviendo los labios contra su frente, recitar una y otra vez ‘ya pasó’.

Al menos ese era el único consuelo.

 

Conforme Remus fue creciendo, también lo hizo el lobo.

De un niño enclenque y con aspecto enfermizo al que una tormenta podría arrastrar, Remus se convirtió primero en un adolescente larguirucho al que las túnicas le quedaban cada vez más cortas en los tobillos y en las mangas, y después su espalda se ensanchó y en sus extremidades los músculos se fortalecieron.

El mismo proceso acompañó al lobo, quien duplicó su tamaño y también su ferocidad, por lo que Remus requirió en algunas lunas llenas encadenarse al muro y esperar por lo mejor.

A conocimiento suyo pero también desaprobación porque era riesgoso y tanto podía salir más, aquello contribuyó a que Sirius, James y Peter redoblaran sus esfuerzos en convertirse en animagos, y durante la última luna llena de agosto antes de volver a clases, lo consiguieron.

Un perro, un ciervo y una rata.

Los primeros tres animales además del fantasmagórico Thestral que no huyeron de su contacto, sino que establecieron contacto con Remus y le recordaron que estaban ahí por él, para él.

Que como vino a demostrarse después, fue tanto una bendición como una bendición para sus venideros años en Hogwarts…

 

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Notas finales:

Fic nuevo, con 4 capítulos en total que iré actualizando según vea el (des)interés por la historia~


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