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Atracción Inevitable por Nickyu

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XII

Imantación

 

 

Jakurai estuvo intranquilo, hasta que le llegó el mensaje de Doppo, en la madrugada. Fue repentino. Había enviado un montón de disculpas con varios emoticones espantados. Ya de por sí era raro verlo usar dichos  logaritmos entre sus conversaciones, el mensaje lo empeoraba todo: «Sensei, discúlpeme, por favor, lo siento si le preocupé. Ah, qué presuntuoso pensar que lo preocupé, lo siento, lo siento. Regresé con Busujima-San, estamos en mi casa… veíamos películas y nos quedamos dormidos en el sofá. Lamento no haberle escrito cuanto antes. Lamento todas las molestias. De verdad, lo siento.»

Ciertamente, aunque eran horas de la mañana y estaba saliendo de casa para cubrir sus horas en el hospital, el mensaje le produjo mucha intranquilidad, más porque Doppo no respondió posteriormente a eso.  Con Hifumi fue otro problema, pues le preguntó y al parecer, Doppo no le había contado  —supuso que se debía a la euforia del anfitrión rubio, y Doppo no quería ser invadido por su amigo en su casa con una visita inesperada—, así que… tuvo que arreglar la situación como pudo.

Un caos, sin duda. No podía explicar que estaba pasando, pero entendía que a Doppo le gustaba el alpha y, por lo tanto, era tan excesiva la complacencia, que había aceptado tener una reunión con él y, además, dejado pasar a su casa.

—Jinguji-Sensei, el próximo paciente está esperándolo. —Parpadeó con rapidez, dejando el teléfono a un lado y fijando los ojos en la mujer beta que lo llamó.

—Por supuesto. Hágalo pasar, por favor —pidió, pellizcándose el puente de la nariz, tratando de concentrarse.

Divagar en el trabajo no era una opción, así que debía calmarse. Estaba siendo paranoico, Doppo y Hifumi eran adultos… no debía sobreprotegerlos así, pero… sabía en qué clase de entorno vivían, había visto cosas desastrosas y él mismo las había hecho.

«No es una emancipación», resonó con claridad en su cabeza, el tono vipéreo de Ramuda, con ese tinte dulcísimo y falso que usaba, cuando desconfiaba de alguien. «Podrás ayudar a todo el mundo, eso jamás borrará lo que hiciste y eres consciente de ello, ¿no es así?».

Lanzó una risa quedita. Amemura casi siempre tenía razón y se salía con la suya, así que… no era una sorpresa que él  mismo haya quedado idiotizado, apenas lo vio.

Ah, maldita sea. Ojalá nunca hubiese conocido a Amemura Ramuda.

 

 

 

        

 

Un intervalo corto de descanso, en el que salió caminar.  En realidad, quería salir del hospital, para buscar a Doppo en su trabajo, o no iba a dejar de estar intranquilo.  El omega estaría bien, debía dejar ese estado negativo en el que se había sumido, misma actitud que le pedía a Doppo que repela.

Suspiró, encaminándose en el pasillo del piso en el que se hallaba el padre de Doppo. Si podía hablar con algún  colega a cargo, sería bueno, ya que los hijos de los Kannonzaka no estaban autorizados a las visitas, pues únicamente las podía hacer el conyugue del hospitalizado —ligeras intervenciones que aceptaba, eran su responsabilidad—.

No esperaba ver a Doppo ahí, acompañado del alpha que lo escoltó la anterior vez. Se hallaban hablando cómodamente en las sillas dispuestas en el pasillo, aun pese tener un deje de vergüenza. Oh, cierto. Ellos se acompañaron luego de su salida nocturna.

Como una corriente en la espina dorsal, dio un respingo, asociando todo lo que Doppo le contó. Ese era el alpha con el que Doppo se había encontrado «casualmente» días alternados, aquel con el que había salido a comer y que había dormido en su casa —hasta donde entendió—.

Ahora que lo miraba con más atención, era un alpha sumamente atractivo e imponente. De complexión desmesurada —podría asegurar que medía un poco menos que su propia altura—, estoico y atractivo. Miraba a Doppo con cariño, escuchando atentamente lo que éste le decía. El aroma del mismo también era imperante, y si él no fuera un alpha asimismo, seguramente no habría notado que aquel efluvio de feromonas, eran de pura atracción.

No había duda. Había que ser ingenuo para no notar que esos dos, simplemente, anhelaban la compañía juntos.

—Ah, Sensei… —Se sorprendió Doppo cuando lo vio, levantándose rápidamente del asiento. Riou siguió su ejemplo, poniéndose de pie, cauteloso—. Buenos días —saludó, inclinándose—, este es Busujima Mason Riou-San —presentó, dándole una rápida mirada cariñosa al alpha que lo acompañaba. 

—Es un placer, estoy a su cuidado. —Riou fue cortés, haciendo una ligera reverencia de igual modo.

—Soy Jinguji Jakurai, el gusto es mío. —Sonrió amablemente, aunque ocultando que lo estaba examinando.

Un alpha de esa distinción, con Doppo… Esto no debería caer en la malinterpretación, Doppo era un omega peculiar y sumamente estético, y si tuviese las agallas de conseguirse a quien quisiera, podría hacerlo sin problemas.  Era ciertamente inesperado, Doppo no era coqueto y carecía de ciertas habilidades sociales, como para proponerse a enamorar un alpha. Para empezar, él no era así, y esa inseguridad que lo acosaba diariamente, se encargaba incluso de  acortar su círculo social.

—Uhm… por favor, discúlpeme por no haber regresado el mensaje, creí que lo envíe antes de quedarme dormido, pero no fue el caso… luego, se apagó. Lamento que suene a excusa… —explicó Doppo, avergonzado, señalando el dispositivo que se hallaba conectado a un enchufe, cerca de las sillas.

Jakurai y Riou sonrieron inconscientemente, haciendo que Doppo desvíe la mirada, más cohibido.   

—No hay problema, me alegro que esté bien. —El médico hizo que sonara intrascendental, como si no hubiese estado muy preocupado, a punto de ir a buscarlo en su trabajo—.  ¿Está aquí su familia? —preguntó, queriendo desviar el tema, para que Doppo pudiese respirar con tranquilidad.

—Sólo mi papá, adentro. —El pelirrojo hizo una pausa, antes de completar la información—: Daichi tiene que ir a sus clases intensivas, así que vine a encontrarlo yo. Lo siento por las molestias.

—Al contrario, me parece muy conveniente que haya venido —pronunció cuidadosamente Jakurai, sonriendo conciliadoramente—. Me aseguraré de respaldarlo en lo que se pueda, así que no se exija mucho. Voy a pasar a la habitación, si le parece.  

—Se lo agradezco mucho, Sensei —retribuyó el omega, de forma sincera.

El galeno le sonrió, antes de ingresar en la habitación.  Tenía de algún modo, un mal presentimiento, y Riou lo notó, cuando observó, callado y sumamente concentrado. Sólo el papá había obtenido permiso para realizar visitas a su esposo, y no sus dos hijos. Jakurai le pareció sumamente sereno, y debía ser alguien demasiado importante en el hospital, si podía darse ciertas libertades, como adentrarse en la habitación dando un par de toques, y siendo el enfermero a cargo quién lo dejase pasar.

No debía entrometerse en la vida de Doppo —aunque básicamente, fue lo que hizo—, sin embargo, deseaba que no sufra. Sabía bien que en ese piso, estaban internados los pacientes con historias clínicas delicadas. El alpha médico que los había saludado, parecía tener sus sospechas. No quería que Doppo sufra, y no poder hacer nada al respecto, lo hacía sentirse intranquilo.

—¿Puedo invitarlo ahora yo, a una salida, apenas tengamos todo en orden? —Apenas dijo eso, Doppo lo miró sorprendido. 

Sí, eso, precisamente. Al lado de Doppo, eran sus anhelos los que hablaban por él. Ni siquiera podía darse el lujo de pensar en algo, pues ya lo decía en voz alta.

Era el suplicio más hermoso de todos, sin duda.

—Es decir —corrigió, rascándose la nuca—… sólo si usted está disponible y lo desea… los días de descanso son sagrados, así que no debe aceptar si no…

—Sí quiero —aceptó Doppo, interrumpiendo, con el atisbo de una sonrisita burlona, apenas notoria—. Si la invitación está aún disponible, por supuesto… —El pelirrojo pareció recuperar un poco de su postura cohibida, mordiendo su labio.

Si Doppo supiera que Riou cumpliría cada uno de sus caprichos… juraba que lo dejaría aprovecharse si así lo desease.

 

 

 

 

Una habitación silenciosa y si se le permitiera la expresión, él diría que gélida en cierta medida. Si Gentaro tuviera que darle una definición, la nombraría una cámara del tiempo. Ahí, en donde los minutos parecían detenerse a su antojo, para que sólo así las ideas fluyeran como aguas de un manantial.  No era explicación suficiente, pero si estaba con él, muchas cosas parecían ser sencillas. Como por ejemplo, agrupar un torrente de ideas, para así redactar una historia fantástica, en donde seres de distintos lugares pudieran encontrarse y acoplar sus estilos de vida a uno solo. Si tan sólo pudiera pensar en un elemento significativo para los personajes…

—Un… recuerdo —decidió  entonces, su acompañante.

—Oh, entonces, ¿qué te parece un talismán? —aventuró Gentaro, mirando atentamente  al hombre frente a sí.

—Puede ser… —musitó sumamente despacio, con una voz casi extinta. Aún así, se esforzaba por sonreír.

Gentaro evitó quebrar su rostro pacífico, en su lugar, asintiendo con suavidad, mientras continuaba escribiendo. Antes de hablar, pasó saliva suavemente por su garganta, impidiendo que su voz saliera temblorosa.

—Entonces, escucha esto. —Aclaró su garganta, irguiéndose correctamente en la silla, y concentrándose  frente al libro—: Aquel peregrino, alma perdida que persigue sus sueños.  Rodeado por aquel infinito arenal, entornando los ojos, es persistente, todavía guiado por la estrella de la mañana. 

»Aún en evidente soledad, se sentía acompañado, en una suerte de terrible antítesis. Ecos cariñosos, voces apagadas, sutiles y casi vaporosas, le besaban con claridad el rostro; un canto. Panacea desértica, tarareo angelical y melancólico de las dunas: entes  mágicos y esquivos, seres huidizos y afines a la serenidad.

»Miró entonces hacia el firmamento jaspeado de cobalto. Así, inhaló con suavidad, suplicándole al astro magnífico que surcaba los cielos. Había perdido la cuenta de las veces en que se durmió en la cálida arena, susurrando, mientras contaba estrellas.

»—Ayúdame a encontrarte —rogó aquella noche, lleno de esperanza. Después de todo, ¿no giraba ese poderoso mundo en torno a las palabras? Existía una conexión especial, lo sabía. Aquello era…

Se detuvo, observando al otro hombre, quien mantenía los ojos cerrados. Con cuidado, se removió de la silla, con intenciones de cerrar las cortinas para que la luz no les golpease directamente en la cara.

—¿Qué era aquello…? —preguntó su acompañante, en un fino hilo de voz.

—Creí que ya estabas durmiendo… —Gentaro detuvo la operación, girándose hacia él.

—Tú sabes… yo nunca me he dormido con alguna de tus historias… —Le sonrió él, de manera débil y afectuosa—. Quiero saber qué pasa luego…

—Yo también. —El escritor, en cambio, levantó la comisura de los labios, formando una sonrisa triste.

—Y… quisiera escuchar el canto de las dunas.

—Yo también… —reiteró sin más Gentaro, cerrando las cortinas—. Pero ya tenemos un buen inicio, para haber acabado el horario de visita, ¿no crees? Estoy emocionado por saber qué pasa —comentó, intentando alegrar el tono, mordiéndose la cara interna de la mejilla.

—¿Nos veremos mañana?

—Siempre. —Le sonrió Gentaro, dejándole un libro que había traído junto a su libreta—. Recordé que querías releer éste, ¿por qué?

—Tiene… mucha carga sentimental, creo… —Su respuesta no contentó a Gentaro, quien entornó los ojos, con una sonrisa confundida, igual de mentirosa que sus oraciones—. Es mi favorita, pienso que estabas realmente feliz cuando… la escribiste —explicó, con lentitud.

—Vaya… —carraspeó Gentaro, encogiéndose de hombros, con la sonrisa resignada trazada de forma perfecta en sus labios—. Déjeme decirle que está errado, estimado colega —decretó, imitando la voz grave de un distinguido caballero—,  espero que desde ahora sea de su conocimiento que para mi persona, siempre es un júbilo escribir una novela.

El hombre en la camilla sólo rio, negando con exagerada suavidad.  

—Gentaro…

—Bueno, parece que me debo ir. Nos vemos mañana, eh. Tenemos mucho por hacer. —Intentó mostrar una sonrisa radiante, mientras con su mano hacía un ademán, dirigiéndose a la puerta.

Fingió verlo. Fingió estar proyectando los ojos en los de su acompañante, pero existía una parte de él que no era adepta para mentir, que no podía ni aunque tratase, contraria a la manera en la que de su lengua resbalaban mentiras creadas en fragmentos de segundos.

¿Qué era ese sentimiento de intranquilidad que presionaba su pecho, de forma agonizante?

Aún sabiendo la respuesta, no regresó hacia aquel que reposaba en la camilla, abriendo la puerta y saliendo con simulada parsimonia. No se iba a quebrar. No frente a él.

Su mayor temor, la fatídica manera en que se trisaría su vida, sería el día de su ausencia. No quería dejarlo. Y tampoco quería pensar en que fatalmente, se acercaba de forma pausada, el final. No quería perderlo. Ya le habían informado el horrible pronóstico, no había mucho por hacer.

Pero recordaba todo lo que pasaron juntos. Lo recordaba, siempre lo recordaría. Sabiendo eso, no quería perderlo.

Apretó los labios, angustiado, tapándose la boca, sofocando un sollozo. No, ahí no, de todos los lugares. Debía sonreír, como le sonreía él, como le incentivaba con lentitud a seguir mostrando felicidad. ¿Qué clase de persona era, que en su debilidad lloraba tras la máscara alegre y despreocupada que mostraba?  

Frustrado, se dirigió a las sillas plásticas que daban a una sala de espera. Haló aire por la boca, mareado, agitado, sin tener idea de cómo callar la estática que escuchaba en su cabeza, pero sobre todo… esa voz.

«Se está yendo. Él se está yendo, y no puedes hacer nada».

La quería callar, quería apagarla, ¿por qué desbordaba sinceridad? ¿Era esa su voz, la sincera y cruel, que era capaz de encararle las verdades?

Crujieron sus dientes, mientras trataba de frenar las lágrimas, sollozando suavemente.

«No pierdas el tiempo. Llora cuando lo pierdas. Disfruta el tiempo, hazlo, antes de que sea tarde».    

Despiadada y verídica, así era esa voz que no había usado hace tiempo. No le hacía bien escucharla. Aún si decía la verdad, no ayudaba.

—Yumeno-kun…

Ahora una voz atenuada y grave, le hizo sobresaltarse. Se apresuró  limpiando por inercia las lágrimas que se trazaban sobre sus mejillas, con las mangas de su ropa.

No levantó la mirada, a pesar de saber que era ése médico quien se hallaba frente a él. Sin embargo, el alpha no fue insistente y se sentó a su lado, extendiendo posteriormente un vaso con agua en el rango de visión permitido para su posición cabizbaja. El escritor no podía ni agradecerle, si abría la boca, juraba que iba a maldecir su suerte entre balbuceos.

—Nada de lo que le diga va a servir para ayudar su estado… —asintió Jakurai. Gentaro cerró los ojos, intentando calmarse—.  No puedo ofrecerle consuelo alguno. Aún así, tenga la seguridad de que estaré para apoyarlo cuando lo desee.

Gentaro bebió del agua, respirando de forma pausada, procesando las palabras del doctor.

—¿Ayuda psicológica del hospital? —bufó Gentaro, con voz taciturna.

Jakurai formuló en su cabeza una forma de decirle que a partir de ese momento, sería incondicional para él, si así lo llegara a desear. Pero… ¿por qué? ¿Hasta ese punto, el estético omega le resultó interesante?

—También estaré disponible para cuando usted lo desee. —Y calló, realmente ofuscado, sin saber que eran esos deseos difusos en su cabeza.

Jakurai suspiró. En verdad ya no existía una explicación para lo que estaba ocurriendo con su sentir. Aunque lograba sobrellevar sus instintos de alpha, mismos que ocurrían debido a su vínculo con los omegas, podía asegurar que este no era resultado de sus instintos primitivos y perfectamente reprimidos, pues él mismo presenció escenas similares o parecidas con un sinfín de individuos de castas ajenas a la suya. Jamás, con ninguno de ellos, sintió esta pesadumbre que era capaz de devorar todo a su paso.      

Y regresó rápidamente a la realidad, estando seguro de que un omega con semejante altivez, iba a declinar su propuesta y, si fuese posible, de la forma más grosera posible, por atreverse a hacer una propuesta así de íntima.

—Doctor, yo… —Gentaro mordió sus labios, pasando posteriormente su lengua sobre ellos, que estaban agrietados—. No soy capaz de procesarlo… no quiero, es injusto…

—Usted es fuerte —advirtió el alpha—, sé que es capaz de enfrentar esto. Su ser querido lo apreciará, él lo necesita.

Gentaro negó, y el galeno deseó poder encerrarlo entre sus brazos, para robarle un poco de esa tristeza que parecía desagarrarle, porque si de verdad fuese posible extraer sentimientos negativos de esa forma, él sería capaz de cargar con melancolía, si así no veía el alma turbada de ese inusual humano.

Vaya. Esto sí era serio.

Dudó, levantando apenas la mano y dirigiéndola vacilante, al hombro del omega. Apenas sintió el escritor el contacto en su hombro, se juntó más a aquella mano, apretando los labios, sin poder reprimir sus sollozos. Se odió, en serio se odió por eso. Y lo peor, era que el alpha le correspondía, le acunaba el rostro vergonzosamente empapado, mientras se aproximaba para juntarlo completamente a su cuerpo. La feromonas usualmente pesadas, atrayentes y predominantes del médico, le envolvieron y le relajaron a un nivel que no se tenía permitido. No así. No cómo si tuviese derecho a desplomarse entre los brazos de un desconocido increíblemente lenitivo.

Cometer errores de vez en cuando, no debería ser tan malo. No si sentía así de consolado en esa presencia que desde que apareció, parecía aliviarle a un nivel casi espiritual. ¿Si no podía negarse a la imantación, por qué no sólo sucumbir a ella? 

 

 

 

 

 

Notas finales:

>Quería hacer una alusión a Stella. En el escrito de Gentaro, se mencionan las dunas, que son agrupaciones de arena. Se afirma que se escuchan cantos de ellas, en tonos distintos, dependiendo de la zona geográfica. Realmente me sorprendí, porque yo sólo lo puse para hacer el uso de la personificación... fue una grande sorpresa. Me olvidé de que lo actualizaba por acá. 

Cuídense mucho, por favor.  


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