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Atracción Inevitable por Nickyu

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VII

¿Inesperado?

 

 

La verdad, es que odiaba Ikebukuro en su totalidad. Los lugares, las personas… todo le causaba frustración. Y por supuesto, reconocía que era por una razón estúpida; Yamada Ichiro.

Recordar a ese malnacido, le causaba irritación… rabia, y no podía hacer nada al respecto. ¿Solución? A la mierda con eso, no la había, así que debía dejar de comportarse como un crío malcriado, pero no podía evitarlo. Menos cuando pasaba por el maldito barrio de Toshima, recordándole cuando Ichiro asistía al instituto...

—¡Argh, jodida mierda! —gruñó, cuando se sintió perdido.  Volvió a mirar su teléfono, sin encontrar la tienda que le había indicado el negociante. Si Jyuto estuviese ahí, le llamaría «pequeño niño»,  entonces pelearían, y cuando eso pasaba, llegaba Riou a amenazar con cocinar sus armas biológicas.  

Resopló, fastidiado. Si el estúpido  negociante aquel  le hubiera hecho caso, se hubieran simplemente reunido en el búho del Ikefukurō-zō. Iban a llamar la atención, pero, ¿qué más daba? Se hubieran ahorrado mucho tiempo vital, en vez de buscar una estúpida tienda de conveniencias, probablemente, de mala muerte, y ubicada en quién sabe dónde.

Rápidamente, marcó un número en su teléfono. Afortunadamente, le contestaron rápido.

—Corta esa mierda ya, sabes que soy yo —refunfuñó, irritado—. Dile al imbécil ese, que si apaga su maldito teléfono, no lo podré encontrar. Y si no lo encuentro, voy a mandar personalmente a buscarlo, y que haré que coma mierda, mientras le arranco las uñas, ¿entiendes? —Esperó que el ayudante le explicara algunas cosas, y lo interrumpió, enfadado—. Seré bueno, y mataré tiempo. Si no aparece hasta que me aburra, de verdad haré que él desee no haber nacido —Y colgó, resoplando.

Entró por un pasaje extraño, y recordó algo que no quiso: el atajo de Ichiro. Cerró los ojos, casi atormentado.

Esa era la razón por la que había salido solo, algo estúpido, por si trataban de emboscarlo enemigos. Pero no se iba a mostrar dubitativo frente a sus subordinados. Preferiría estar muerto.

Frunció el entrecejo, al distinguir otros olores. Alphas, betas y… ¿un omega?

Sólo por curiosidad, siguió los distintos aromas. Es que era obvio que se iba a interesar, ¿por qué el olor de un solo omega entre varios de alphas y betas?

Encontró el callejón, de dónde provenían los olores.

—Un grupo grande de idiotas. Son tan tontos, que se comportan como animales, y me dan la razón —sentenció una voz linda, pero notablemente engreída.

Samatoki entornó los ojos.

—¡Cállate, omega asqueroso! —le gritó alguien de vuelta.

—Oh —musitó la voz más dulce, divertida—. ¿Es ésta la parte en dónde tengo que alabarte por ser un glorioso alpha? —se rio él, y posteriormente, la risa fue quebrada por un golpe, supuso Samatoki.

—Los omegas se abren de piernas, cuidan la maldita casa y crían a los niños. Conoce tu lugar, zorra.

Samatoki resopló. Era claramente una pelea de niños, pero se estaban pasando. Empezó a caminar, para poder intervenir en esa mierda.

—Tenía entendido que los alphas eran seres destinados a la gloria —respondió el omega, lanzando una risa hastiada—. ¿Se supone que alguien de élite acosa a alguien, en un callejón? Patético. Eres tan idiota, para atacarme, mientras hablo contigo. Cómo una bestia tonta, que no entiende el lenguaje humano.

—Omega asqueroso…

Por un momento, el yakuza no escuchó nada, hasta oír forcejeos.

—¡¿Qué te sucede?! Vas a… —Se escuchó un gemido adolorido del omega.

—Eres arrogante, porque nadie te enseña tu lugar. Todo por tus imbéciles hermanos que te tratan como a un igual, cuando claramente no eres… —Un fuerte golpe del omega, hizo que el agresor  se calle.

—Mis hermanos no son imbéciles —sentenció la voz, llena de rabia.

El bravucón gruñó de rabia, abalanzándose contra el omega. No pudo efectuar su ataque, por un firme agarre en su hombro.

—Es suficiente de tanta mierda clasista. Lárguense de aquí, mocosos.

El grupo de alphas y betas adolescentes pareció reacio a irse, hasta que depararon en que Samatoki era…

—U-Un yakuza… —balbuceó uno de ellos, empezando a correr, siendo seguido por el resto.  

Samatoki sonrió de lado, volviendo a enfocarse en el único olor presente.

Sí. Un omega.

—Oye, tú, ¿estás bien? —preguntó, viendo la ropa desacomodada. 

El omega no contestó. Incluso mordió su labio, hasta por fin levantar la mirada.

Cabello negro, lunares y… esos ojos inusuales.

Ojos heterocromáticos.  Justo como los de…

—Ichiro —No pudo evitar susurrar, confundido—. Eres el hermano de Ichiro —Entendió al fin, arrodillándose a la altura del adolescente—. ¿Está en los genes de su familia ser unos problemáticos de mierda? —preguntó, con aires de hostilidad, aunque con expresión relajada.

—No hice nada malo… —se defendió el niño, cerrando la cremallera de su suéter amarillo—. Sólo me defendí, ¡ellos me estaban molestando! —gruñó, aunque de forma adorable.

—Hah, viéndolo así, es razonable. ¿Pero estás bien, verdad? —volvió a preguntar.

—Gracias… —susurró el omega.

—¿Ah? No te pude oír —sonrió con burla Samatoki, irguiéndose, extendiéndole la mano al niño, quien la tomó al instante, para ponerse de pie.

—Gracias por ayudarme —sentenció el hermanito menor de Ichiro, pasando su lengua sobre su labio sangrante—. Y estoy bien, esto no es nada. Mis hermanos han tenido peleas peores.

—¿Ichiro? —se preguntó Samatoki, sacando un cigarrillo— ¿Eras tú el segundo hermano? Eres jodidamente alto…

—Soy el tercero —corrigió el menor, desviando la mirada.

—Ah, ¿Subaru?

—Saburo.

Samatoki sonrió por la corrección, y es que era obvio. Primer hijo, Segundo hijo, y Tercer hijo…

Entreabrió los labios por la sorpresa, dejando caer el cigarrillo.

¿¡Saburo!?

—¡¿Qué demonios?! —Se exaltó, Samatoki— ¿Cuándo creciste tanto? Tú eras… más pequeño.

—Oh, ¿es usted es Aohitsugi Samatoki? —preguntó Saburo, parpadeando con suavidad.  

El yakuza gruñó por lo bajo, volviendo a sacar otro cigarrillo. 

—Es Samatoki-San, para ti, mocoso, ¿son todos los Yamada unos mal educados?

—Ichi-nii no es maleducado —contraatacó Saburo, enojado.

A Samatoki le gustó la furia en los ojos bicolores. Y entonces, recordó la desmesurada adoración que tenían los hermanos menores por Ichiro… y por primera vez en la vida, entendió que no tenía sentido empezar una discusión.

El omega se asustó cuando Samatoki empezó a arrastrarlo, sujetando con firmeza su brazo.

—¿A dónde me…?

—¿Estás bien con el labio sangrando? Eso a mí me importa una mierda, pero en verdad, no es correcto dejarte ir así. ¿Hay alguna farmacia por aquí?

—Uhm… en… en unas calles más hay una tienda… —contestó el niño, siguiendo al yakuza.

Caminaron en silencio, hasta encontrar una gran tienda dispensadora.  Saburo esperó afuera, como le indicó el mayor, hasta que lo vio de regreso, con una bolsa plástica negra.

—Quédate quieto, no estoy de humor —advirtió Samatoki, con  fastidio en el tono, pero con el rostro relajado.

Saburo no dijo nada, y entonces sólo miró a detalle las facciones del alpha frente a él.

Aohitsugi Samatoki, el antiguo amigo de su hermano. Un hombre hostil, pero podía recordar con claridad que Ichi-nii le tenía una profunda admiración. Luego, repentinamente, dejaron de hablarse, hasta que lo único que se dirigían, fueran agravios y golpes.

No supo que ocasionó aquello. Y definitivamente, no iba a preguntarle a su hermano. Era su regla no escrita; no molestar a Ichi-nii. Él tenía suficiente con todas las cargas que llevaba como jefe de familia.

Gimió, adolorido, cuando el alpha de cabellos blancos empezó a tratar la herida. Y volvió a inspeccionarlo. Los ojos rojos, que ahora transmitían cierta calidez, el gesto de genuina concentración y, misteriosamente, la agilidad y suavidad con la que le trataban esas manos  ásperas.

Saburo se preguntó por qué razones estaría él ayudándolo. Creía que Samatoki e Ichiro se odiaban mutuamente, hasta la médula.

Pero ahí estaba, dejándose ayudar por el enemigo de su hermano.

—Con eso, debería estar —musitó finalmente Samatoki, colocando una bandita bajo la comisura del labio.

—Gracias… —Apretó ligeramente los labios, el menor de los Yamada.

—Y ten más cuidado, joder, ¿quién pelea con un gran grupo? Hay límites, ¿sabes? Maldita sea, eres igual que tu hermano —se quejó Samatoki, sin atisbos de molestia.

En realidad, aquello no le molestaba.  Eso, quizá, era lo que más le gustaba de Ichiro.

—La verdad es que… yo no soy igual que él, aunque quiero —Saburo suspiró, mordiendo ligeramente su labio inferior. Sólo lo soltó, porque sintió la bandita despegarse de su piel.

Samatoki arqueó una ceja, confundido. ¿Qué no eran iguales, había dicho? Los hermanos tenían el cabello negro, ojos heterocromáticos, lunares, y eran jodidamente altos. Ya había hecho cuentas; Saburo debía tener unos catorce o quince años, y medía demasiado para su edad. Además, ahora que llegaba una memoria a su cabeza, Ichiro tenía un lunar bajo el ojo izquierdo, recordaba que el segundo tenía dos, y... éste tenía tres.  En definitivamente, esos tres eran una broma de la genética. Hasta Ichiro una vez se había reído sobre que se necesitaba únicamente contar los lunares de cada uno, para saber cuál era el mayor y menor.

Cómo sea.  De verdad no entendía de dónde había sacado el mocoso que no se parecía en nada a su hermano.

—¿En la actitud, te refieres? —Entendió entonces, guardando los productos sobrantes en la bolsa, y dándoselos al niño—. Que yo recuerde,  era igual de problemático que tú.

—Él… —balbuceó Saburo, inseguro—. Él es alpha.

—¿Y?

—Y… creo que todos tienen razón —confesó, al fin—. Yo quiero ser un hombre como mi hermano, pero… no puedo, porque él es alpha y yo omega.

Samatoki resopló.

—Esa mierda de las jerarquías me tiene harto —dijo entonces Samatoki, sacando un cigarrillo de la cajetilla—. En lo único que nos diferenciamos tú y yo, es en que tú te puedes embarazar. Fin. Si quieres asesinar, sólo pídeme un arma, y problema resuelto —murmuró, usando el encendedor para prender el cigarrillo.

—Ellos me atacaron hoy… porque mi segundo hermano enfermó y faltó —murmuró Saburo, más para sí mismo que para el yakuza—. Saben que… sin mis hermanos, no soy nada. Yo… soy inútil.

El albino expulsó el humo del cigarrillo, notablemente incómodo. Había llegado en un mal momento para el niño, y, precisamente, él no era alguien bueno con las palabras.

—Ellos son como las mierdas cobardes a las que estoy acostumbrado —recordó repentinamente, mirando el cigarrillo sostenido entre su dedo índice y medio—. Tú… eres un prodigio, ¿no? Esa es la respuesta que buscas. Te atacaron hoy, porque eres mejor que ellos, y además, no tenías la ayuda de tu hermano, es obvio que una sola persona no puede contra tantos. Te defendiste bien.  Es una pérdida de tiempo preocuparse por eso, ¿entiendes? Es sólo cuestión de…

Calló abruptamente, cuando su teléfono celular comenzó a sonar. Contestó, gruñendo por lo bajo. Odiaba cuando ese cachivache estúpido lo interrumpía.

—Joder, ¿qué quieres?  —Hizo una pausa, escuchando al dialogante—. ¿Y lo mencionas ahora? ¿De todos los lugares, precisamente en ese…? ¡Me importa una mierda! Dile que ya voy hacia allá luego, que tengo un asunto importante ahora mismo. Sí. Y que me espere… ¡Qué me importa un carajo si anda apurado, yo le dije bien que en un lugar conocido! Bien. Entonces, que me espere ahí, apenas me libre —Y colgó.

—Está ocupado —afirmó Saburo, mirando con atención al alpha.

—Sí, por eso nos vamos.

—¿Nos? —se sorprendió el adolescente.

—Sí, te dejaré en tu casa antes de irme —le informó, levantándose—. Si esos críos idiotas son iguales a los dolores de trasero que conozco, en definitiva, van a volver.

Saburo entreabrió los labios, aunque finalmente, empezó a caminar junto al alpha de cabellos blancos, porque extrañamente… ese hombre aún recordaba el camino a su casa.

 

 

 

 

 

 

El menor de los Yamada, no supo porque se detuvieron una calle antes de entrar a la que llevaba a su casa. Luego, recordó que su hermano y Samatoki no se llevaban precisamente bien.

—¿Cuándo regresa? —preguntó Samatoki, ladeando la cabeza, como si estuviese reconociendo el vecindario.

—¿Eh? — Saburo emitió un pequeño sonido, confundido.

—El segundo hermano, ¿cuándo diablos regresa a clases otra vez? —completó la frase Samatoki, mirando la hora.

—Eh… él enfermó hoy, así que supongo en unos días más… —respondió el menor, confundido.

—Maldición —susurró Samatoki, pasándose una mano por su cabello blanco—. Más vale que esos días estés puntual en el lugar en que nos reunimos, si no quieres que te vaya a buscar en la entrada de la institución.

—¿Eh? ¿Por qué iba a…? —el muchacho abrió desmesuradamente los ojos, sorprendido.

—Cómo escuchas. Te voy a traer a casa esos días que no está tú hermano, en serio, odio las mierdas molestas con las que te vi —gruñó Samatoki, volviendo a mirar la pantalla de su teléfono, para revisar el calendario. Gracias al cielo, aún tenía negocios por el área—. Recuerdo aún esa adoración tonta que le tienen a Ichiro —Se detuvo, sonriendo, cuando vio a Saburo fruncir el entrecejo—. Es probable que no le digas nada a tu hermano, para no preocuparlo, y eso sólo empeorará más la situación. Bueno, nos vemos mañana —se despidió, despeinando los cabellos negros con su mano, de modo cariñoso.

Saburo no sabía que le pasaba. Debía portarse hostil, desconfiado, ¡era ese el enemigo de Ichi-nii! Pero en vez de apartar la mano grande, áspera y cálida, de su cabeza, se sonrojó frenéticamente. 

—G-Gracias por todo…. —murmuró Saburo, dirigiéndose a su casa.

Samatoki creyó que esos latidos rabiosos, eran del chiquillo. Saburo se alejó ya. Pudo ver como abría la puerta de su casa, de forma un poco torpe.

Y seguía escuchando los raudos latidos…

—¿Qué demonios…?

 

 

 

 

 

Saburo inhaló profundamente, antes de entrar. En otro momento, hubiera tropezado  estrepitosamente con un objeto aleatorio, regando las frutas cortadas que llevaba en los platos de la bandeja.  La habitación de Jiro no estaba usualmente desordenada, porque él había ayudado a limpiar, mientras Ichiro se aseguraba de darle las medicinas.

Jiro estaba dormido.

Rodó los ojos, fastidiado. La verdad es que atender a Jiro le quitaba tiempo para estudiar y jugar, pero no se quejaba. Jiro enfermo era… divertido y más soportable.

—Oye, despierta —le llamó, sacudiendo ligeramente el bulto de mantas que era su hermano—. Te traje algo de comer… —dijo, en voz baja.

—¿Sabu… ro…? —murmuró Jiro, entreabriendo los ojos. Saburo asintió con lentitud, apartando las hebras de cabello negro, del rostro enfebrecido y húmedo por el sudor—. ¿No deberías… estar en clases? —suspiró, con cansancio.   

—Son las tres de la tarde —rio Saburo, acomodando el paño empapado, sobre la frente de Jiro—. En definitiva, eres un tonto —musitó con burla, notando al instante más platos y un vaso de cristal, vacíos.

—Es que Nii-chan vino hace poco… y yo creí… ah, olvídalo —Cerró los ojos, adolorido—. ¿Esos son para mí? —sonrió burlón, haciendo luego una mueca angustiada.

El omega sonrió con calidez. Su genial hermano mayor nunca los dejaría solos, así. Se había asegurado de alimentar y medicar a Jiro, antes de salir. Y supuso que esa era una situación grave, para que haya salido, dejando a uno de sus hermanos, enfermo. 

—Eran —bromeó Saburo, dejando la nueva bandeja con comida, dispuesto a llevarse los platos vacíos—. Cuando tengas hambre, te comes esto —ordenó, adentrando la mano bajo la remera de Jiro. Jiro se asustó por eso, y luego volvió a suspirar, aliviado, cuando se dio cuenta de que sólo sacó el termómetro que tenía bajo el brazo.

Podía sentirse enfermo y un poco solitario, pero jamás le contaría al molesto enano, que tuvo una pesadilla en dónde él lo torturaba.

Ah, maldita fiebre. 

Saburó miró con atención el termómetro, asustándose de inmediato.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —se exaltó Jiro, con voz aún débil y la mirada preocupada.

—Vas a morir —sollozó Saburo, sonriendo bajo la mano que cubría su boca. Estalló en una malvada risa, cuando Jiro mostró un rostro espantado—. Jiro, no seas tonto, no vas a morir —se rio, volviendo a acomodar la tela húmeda sobre la frente de Jiro—. Subió la fiebre —explicó ahora sí, serio—, ¿Ichi-nii te dijo algo antes de salir?

—Me dijo que lo espere, y no recuerdo lo demás —explicó él, parpadeando con lentitud, como si le costara enfocar la vista en algo.

—¿Cómo pudiste no atender lo que Ichi-nii te explicaba? —Saburo rodó los ojos—. Efectivamente, eres un animal tonto.

Jiro chasqueó la lengua, irritado.

—No es como si lo hiciera apropósito, enano —gruñó Jiro.

—Te enfermaste por tu estupidez —contradijo Saburo, acabando de recoger los platos y envolturas de medicamentos—. Ayer regresaste a casa en medio de las lluvias, a pesar de que te dije que yo tenía un paraguas y que esperes. ¿Ves qué tengo razón en decir que eres un descerebrado?

—¡Había un especial de PriPara! —explicó, como si fuera lo más obvio—. ¡Tú no lo entiendes! ¡No podía perdérmelo!

—Ya, pero luego, viste el programa, e inmediatamente, te dormiste con la ropa mojada y te rehusaste a despertar, cuando te lo dije —Saburo arqueó una ceja, cuando supo que había ganado la discusión—. Idiota. Sólo duerme, voy a escribirle a Ichi-nii, para ver qué me dice.

Jiro se hundió entre las mantas, sabiendo que aunque quería pelear, estaba cansado y no tenía las fuerzas suficientes. Esperaba que fuera su enfermedad, pero aceptaba que su molesto hermano tenía razón; era un tonto. Trató de enfocar la mirada en su hermanito que caminaba calmado hacia la puerta.

—¿Saburo…? —susurró Jiro, con la voz cada vez más adormecida.

—¿Qué quieres? —indagó Saburo, volteando la cabeza hacia él.

—¿Estás herido? —preguntó el segundo hermano, entornando los ojos, para así poder enfocar su nublada vista en él.

Saburo sintió que la mano que tenía levantada hacia el pomo de la puerta, temblaba.

—¿Ves que sí eres tonto? —vocalizó su tono más arrogante, mientras abría la puerta— Sólo asegúrate de descansar, tonto.

Escuchó a Jiro chasquear la lengua, y en seguida cerró la puerta.

Eso estuvo… muy cerca.

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

>El barrio de Toshima es aquel que alberga la mayoría de institutos educativos.

> El Ikefukur?-z? “Estatua del búho del lago”. Es un juego de palabras, referenciando Ikebukuro y Fukur? <búho>. Es equivalente a la estatua de Hachik?, de Shibuya, lugar para hacer encuentros. 

> Ichiro (Primer hijo), Jiro (Segundo hijo), y Saburo (Tercer hijo). Esos son literalmente los significados.  

>PriPara (abreviatura de Prism Paradise) es un anime/ video juego arcade de temática de idols, muy popular en Japón.    

Tengo sólo escrito hasta el 8, y ya me estoy empezando a preocupar, lol.

Gracias por leer~ <3


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