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Atracción Inevitable por Nickyu

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VIII

Memorias

 

 

Jakurai cerró los ojos, cuando escuchó el plop húmedo que creó Ramuda, al sacar la piruleta de su boca. No supo cómo, pero se las había arreglado para seguirlos, después de que Ichiro llegara con el rostro completamente pálido, como una hoja de papel.

Saburo había mirado completamente asombrado cuando llegó el doctor a la casa, aunque se sorprendió más cuando vio a Amemura Ramuda  llegar con ellos.

Ichiro había dejado que se quede en la habitación de Jiro, mientras el doctor le tomaba los signos y evaluaba su condición. Ramuda se había mantenido extrañamente callado, mientras miraba todo el proceso.

—Entonces, ¿tendré que internar a Jiro en el hospital? —preguntó Ichiro, notablemente preocupado. Entornó los ojos, mirando con atención al alpha mayor.

Jakurai negó apaciblemente, sonriendo de forma tranquila.

—Estará bien si le da las medicinas que le voy a recetar —asintió el doctor, acabando de escribir en una libreta que había traído de su oficina—. También, quiero que le de éste antipirético. Escribiré unas recomendaciones más, pero le aseguro que su hermano estará bien. La fiebre no es una enfermedad, sino un síntoma, y veremos cómo ayudarle a recuperarse. Por ahora, sólo podemos esperar. Tengo uno de los medicamentos en la maleta. Iré a verlo ahora mismo.   

—¡Ichiro es un hermano suuuper genial~! —canturreó Ramuda, colgándose de uno de los brazos del mayor de los Yamada— Jiro-Chan estará bien, ya verás~ —le animó el omega, mientras caminaba junto a Ichiro, fuera de la habitación.   

Saburo sonrió inconscientemente, antes de acomodar bien las mantas de la cama de Jiro, y salir de la habitación, casi sin hacer ruido.

Cuando empezó a bajar las gradas, observó al grupo hablar animadamente… o bueno, a Ichiro hablar animadamente con Ramuda o con Jakurai. Nunca Jakurai con Ramuda.

Ahí estaba, el antiguo grupo de amigos, de su hermano.

Ahí sólo faltaba… Samatoki.

—I-Ichi-nii, yo… ¡yo puedo hacer el té, no te molestes! —dijo rápidamente, cuando Ichiro se disculpaba, para ir a la cocina.

—Saburo —murmuró Ichiro—… ¿Estás bien con eso?

—¡Claro que sí, Ichi-nii! —Se alegró Saburo, mientras terminaba de bajar todas las gradas—. Por favor, quédate aquí. Sé que no los has visto en tiempo… ¡para mí es un placer poder ayudarte! —dijo, con los ojos brillantes.

Ichiro le sonrió con calidez, despeinando con cariño su cabello negro.

—Gracias, Saburo… —Le sonrió, volviendo a la sala.

Saburo sintió sus mejillas adoptar calidez, mientras se dirigía a la cocina.

Su hermano era absolutamente increíble y lo amaba. Pero… ahora que se había reencontrado a Aohitsugi Samatoki, quería saber que fue lo que pasó para que ellos llegaran a odiarse. Samatoki no le pareció un mal hombre…  y su Ichi-nii era absolutamente perfecto.

Suspiró sin más, poniendo la tetera llena de agua, en la estufa, decidiendo que té usaría para servir a su hermano y los invitados.

Divagó unos instantes, que supuso fueron varios minutos, cuando la tetera chilló, logrando sobresaltarlo. Con rapidez sirvió las tazas de té, dirigiéndose a entregarlas.

—Gracias, Saburo~ —dijo Ramuda, inhalando el aroma del té—. Oh, cereza y fresa~ ¡Amo el té de cereza y fresa! —canturreó, dándole un suave sorbo.

El teléfono de Ramuda sonó, sacándole un bufido hastiado.  Todos creyeron que él iba a apartarse, diciendo una disculpa, pero eso no pasó. El diseñador de cabellos rosados sólo dejó la taza de té en la mesa de centro, ensombreciendo la mirada, mientras miraba el número del contacto que lo llamaba.

Y contestó.

—¿Qué mierda quieres? —dijo con tono brusco, apretando los dientes, hastiado—. Basta, sólo déjame en paz. Me tienes harto.

Hasta Jakurai, que conocía el lado desagradable de Ramuda, quedó mudo.  A Ramuda no pareció importarle el incómodo silencio que se había creado con la llamada, sólo volvió a asir la taza de té, y bebió, callado.

—Ra-Ramuda… ¿era esa una de tus citas…? —preguntó Ichiro, cuando salió de su estado afásico. 

Ramudo negó lentamente con la cabeza, bajando la taza y trazando una de esas hermosas sonrisas mentirosas que tenía.

—Mm-mm~ —tarareó el omega de cabellos rosáceos, bajando la mirada.

Ese rostro de despreocupación no le estaba saliendo. Probablemente, fue una mala idea contestar, frente a todos. Pero es que estaba tan harto…

—Si es una mujer que no te deja tranquilo, entonces sólo deberías recurrir a la policía, Amemura-San —propuso Saburo, mirando desconcertado al diseñador de modas, que aparentaba estar en calma.

—Nah~ —Ramuda dominó perfectamente el tono cantarín, mientras se libraba de la taza, sólo para agitar las manos—. ¡No hay forma de que una de mis Onee-Sans llegue a molestarme! —explicó rápidamente, mirando hacia el suelo—. ¡Es algo sin importancia! ¡Prestarle atención, definitivamente es un no-no~! —se encogió de hombros, volviendo a sostener la taza.

Jakurai entrecerró los ojos, atento al comportamiento del enano de cabellos rosas.

Ichiro también estuvo alerta. Ramuda actuaba siempre, eso no era sorprendente pero… ojalá él pudiera quitarle ese teléfono, para saber si esas llamadas eran lo que creía…

—De todos modos, es sólo Ramuda, Saburo —sonrió el omega de cabello rosado, sacando una piruleta de su bolsillo—. En fin~ ¿Quieres~? —musitó de forma alegre, ofreciéndole el dulce al menor, quien parpadeó, tan confundido como los demás.

 

 

 

 

 

—Jakurai-San… usted… ¿está seguro de esto? Si no le importa, a Ramuda, yo…

—Está bien. Si… Amemura-kun dice necesitar ir al hospital, yo también me dirijo hacia allá. Es preciso que yo lo acompañe —interrumpió con suavidad el doctor, controlando el tono de voz.

Ichiro notó un poco inquieto que Jakurai estaba irritado. 

—¡No quiero ir contigo, Jakurai! —se quejó Ramuda, frunciendo la nariz, cómo si la idea de viajar en el auto de Jakurai le desagradara, como si nunca lo hubiese hecho en el pasado—. ¡Prefiero morir, a ir con un vejestorio cómo tú! ¡Si me va a acompañar alguien, qué sea Ichiro~! —  se negó cruzándose de brazos, soltando un jadeo sorprendido, cuándo Jakurai lo tomó del hombro, con una fuerza descomunal  para  ser alguien que hablara con el efecto de un somnífero.

—Es preciso que luego de la visita médica, atienda los asuntos con el paciente, cómo encargado. Y nosotros, cómo adecuados adultos responsables, nos retiraremos, conscientes de que  está verdaderamente ocupado, Ichiro-kun.  

—Blehh, ¡eres tan irritante! —espetó Ramuda, disgustado—. Ichiro~ ¡Vendré a visitarte próximamente! —chilló emocionado, abrazando la cintura de Ichiro.

—De acuerdo, te estaré esperando. Ten un buen viaje, Ramuda —sonrió Ichiro, mirando los bonitos ojos brillantes de Ramuda.

—Dudo que exista complicación alguna. Pero de no ser el caso, por favor, llámeme. Me aseguraré de ayudarlo —musitó Jakurai, liberando al mayor de los Yamada del abrazo eterno de Ramuda.

—Lo siento por las molestias, Jakurai-San. Entonces, nos vemos, en serio le agradezco muchísimo —se despidió Ichiro, observando nostálgicamente a Ramuda tratando de zafarse del rígido agarre del alpha de cabellos largos, en su brazo.

Ramuda frunció el entrecejo, adentrándose en el auto de Jakurai, el cual también entró, silente.

No pensaba hablar con ese traidor, pero tampoco iba a preocupar a Ichiro, teniendo a uno de sus hermanitos enfermo en casa. Y la última vez que subió a un taxi…

—Así que —empezó Jakurai, con su voz calmada, mirando fijamente el recorrido que cursaban—… tiene asuntos en el hospital. Lamento la pregunta atrevida y desconsiderada, ¿está alguno de sus conocidos internado? —preguntó el galeno,  precavido. No sabía que era esa sensación horrible en el estómago, pero decidió no darle importancia. Por ahora.

—No es de  tu incumbencia, Jakurai —soltó Ramuda, con el ceño aún fruncido, mientras miraba por la ventanilla—. Pero ya que me das un aventón, no. Sólo tengo que encontrarme con alguien ahí.

—Ya veo… —musitó el alpha, desconfiado.

Su frase fue lo último que se oyó en todo el tenso recorrido.

 

 

 

 

 

—Oh, Ramuda. Qué sorpresa —pronunció Gentaro, con la voz intrigada y curiosa—. Estoy tan feliz de verte, qué, probablemente, de no estar en un hospital, te besaría.

—¿Eh? ¡Qué cosas dices, Gentaro~! —Ramuda voceó, escandalizado—. ¡Ambos somos omegas! —se horrorizó, poniéndose de puntillas, para tocar la frente del escritor.    

—Por supuesto, era una mentira —contestó con simpleza, encogiéndose de hombros—. Veo que… vienes acompañado. Qué coincidencia… encontrarnos en un hospital de Shinjuku.

Ramuda miró disimuladamente, cómo Jakurai entornaba los ojos, a medida que se acercaba.

—¿De qué hablas, Gentaro? ¡Por supuesto vine a verte a ti! —canturreó Ramuda, abrazando al aludido.

—Claro —asintió el omega de ojos verdes, poco convencido—. Es un placer encontrarlo nuevamente, Jinguji-sensei. Le estoy muy agradecido, por ayudarme la otra vez —dijo, con voz suave.

Jakurai sintió alivio al oír esa voz aterciopelada, a diferencia de la agudísima y exageradamente adorable y falsa, de Ramuda.

—Es un gusto, igualmente —sonrió Jakurai, ocultando su confusión por la situación. No imaginó que el omega de vestimenta tradicional e inesperadamente estética, fuese amigo de… Ramuda.

—¿Ehh? ¡¿Ustedes ya se conocían~?! —indagó el diseñador, cruzando sus brazos por atrás de su espalda, mientras caminaba cual felino, alrededor de Gentaro.

—Así es  —asintió Gentaro, interesado en la actitud de Ramuda. Se veía fastidiado, y sonreía con notable falsedad, situación que no ocurría a menudo. Eso le causaba una inmensa curiosidad, pero no podría satisfacer su indagación, no frente a Jakurai—. Gracias a Jinguji-sensei, fui capaz de hacer una visita que creí imposible, ayer.

—Así que el viejo si puede hacer algo bien, después de todo… —murmuró Ramuda, con voz grave e irritada.  Gentaro le dirigió una mirada sorprendida, mientras que Jakurai, entornó los ojos, con notable molestia—. ¡Ahá~! ¡Ya veo! ¡Te debo una, Jakurai! Bien, los dejo, porque una Onee-san me ha informado que está por los alrededores, y nos vamos a encontrar.

—Este es un hospital, Amemura-kun —enunció Jakurai, enfadado, respirando profundamente, tratando de tranquilizarse. Gentaro entendió que no se necesitaba ser un genio, para notar que esos dos, simplemente no se soportaban… pero… ¿por qué?—. Recuerde ser bastante discreto, si planea encontrarse con esa conocida suya. Es irreverente para alguien de su edad que…

—¡Ay, ya basta, Jakurai! ¡Empiezas con una perorata aburrida que nunca entiendo~! —gimoteó Ramuda, arrugando la nariz, mientras se cubría los oídos—. ¡Nos vemos, Jakurai, Gentaro! —se despidió, mientras caminaba con rapidez.

Jakurai cerró los ojos, intentando calmarse y no seguir al enano, para continuar regañándolo. Gentaro suspiró, un poco sorprendido de lo que acababa de ver. Ramuda era un mentiroso y eso siempre lo supo, y se alegraba de al fin conocer ese lado oscuro suyo. Y Jakurai, sereno como una divinidad, se había casi enfurecido con la presencia del otro. 

No lo entendía.

Para que ese tipo de desagrado mutuo existiese, debió haber un acercamiento anterior…  uno que les permitiera conocerse a un nivel casi íntimo, para que actualmente, sabiendo la aversión que poseían mutuamente, el respeto fuese casi nulo —o al menos, por parte de Ramuda—.

—Me disculpo por lo que acaba de ver —musitó Jakurai, malinterpretando el silencio de Gentaro.

—Debería disculparme yo, en realidad… —negó Gentaro, suspirando largamente—. Ramuda es… un tipo muy especial.

—Lo sé.

—Y… también me disculpo, por llegar repentinamente, a su lugar de trabajo —Vio a Jakurai arquear una de sus perfectas cejas, necesitado de una explicación—. Ayer, en verdad me sentí salvado. Mucho. Somos completamente desconocidos, y sin embargo, accedió a ayudarme, y le estoy profundamente agradecido, incluso, pienso que esto se debe a que usted permitió que el costoso tratamiento de mi conocido disminuyera generosamente. Me informaron que usted intervino en el proceso. Mi amigo y yo estamos a su cargo, siento mucho las molestias —dijo con voz quedita, mientras se inclinaba levemente y le extendía una bolsa de regalo negra, que recién Jakurai notó, sujetaba entre sus estilizadas manos.

Jakurai lo tomó, notablemente sorprendido, porque nunca había recibido un regalo en medio del pasillo del hospital. También le sorprendió que la bolsa sea pesada, y que Gentaro la sostuviese con elegancia, cómo si el peso fuese menudo.

—No es nada, es mi deber ayudar —sonrió con calidez, tratando de tranquilizar a Gentaro, quién se veía evidentemente desesperanzado de estar en un ambiente pesado, como es un hospital.

Gentaro le sonrió también, tratando de ocultar la tristeza tras su bonita sonrisa.

—No es el horario de vistas, así que me temo que debo irme. Lo siento por todo… —sonrió por última vez Gentaro, haciendo una reverencia, antes de retirarse.

Jakurai bajó la cabeza, ante la ausencia del escritor. Debió entrar ya a su oficina, pero en cambio, se encontraba divagando.

Él estaba ahí para ayudar a sus pacientes, no para sentir lástima de nadie. Pero no era precisamente lástima lo que sentía, sino una profunda inquietud, cómo si la tristeza disfrazada en los ojos verdes del omega literato, fuese increíblemente contagiosa. Cómo si él pudiese hacer algo, por más mínimo que fuese, para levantarle el ánimo.

Leyó sus libros. Con escritura pulcra, trama envolvente y finales preciosos, que se desarrollaban de manera coherente, a pesar de que en sí, toda la obra gritaba en cada una de sus letras una intensa melancolía. Todo eso, escrito por una persona que reflejaba ser infeliz, y que, seguramente buscaba una absolución.

Estaba mal, lo sabía. Juzgar a un desconocido, en un ambiente que lógicamente denotaba que no estaba atravesando por un momento óptimo.

Le recordaba en parte, a Doppo. Ese tipo de personas, bellas y transparentes como el cristal, eran capaces de atraer, así como hacen los imanes a los metales, o el fuego a las polillas. Aunque luego sacudió la cabeza, sintiendo nefasta la última comparación. Gentaro no era fuego, así como él tampoco era una polilla.

La situación estaba rozando lo ridículo.

Estaba, quizá, tergiversando el gesto de agradecimiento del omega. Era probablemente una momentánea confusión, por ser muy sagaz e interpretar con rapidez a las personas. Lo mismo le pasó con Hifumi y Doppo, dos omegas inusuales, hermosos e increíblemente excéntricos. Pero con Gentaro… se sentía increíblemente involucrado, a pesar de que ni siquiera lo conocía. Él podía hacer algo. Cualquier cosa con tal de qué…

—¿Qué hace todavía aquí el viejo? —Escuchó el farfullo de la voz de Ramuda, o más bien, su voz verdadera—. ¿Qué diablos, Jakurai? ¿Tan prendado quedaste de Gentaro~? —se burló Ramuda, cuando se acercó completamente. Pareció dar una rápida mirada a la bolsa de regalo negra que Jakurai sostenía, antes de dar un brinco frente a él, con intenciones de escrutar cualquier cosa que le dé indicios de la situación.

—Su comentario es realmente inoportuno, Amemura-kun —Jakurai casi sentía un tic en su ojo. Sabía que solamente su mirada era capaz de denotar severidad, pero al parecer, no hacía efecto en Ramuda.

—Si dejas de jugar al tonto, lo notarías. No eres perfecto, ni mucho menos un dios, Jakurai —El diseñador parpadeó con rapidez, apagando el teléfono del cuál recibía una llamada—. Te- gustó- Gentaro~ —canturreó, casi burlón, de forma adorable, y percibida como diabólica, para Jakurai.

—Eso es…

—Muy posible~ —asintió Ramuda, metiendo una piruleta de color rosáceo, dentro de su boca. Aún así, se las arreglaba para hablar de forma comprensible—. Aunque yo te deteste muchísimo, Gentaro es mi amigo ahora, y…  mm-mm~, ¡él no suele ser así, en absoluto~! —explicó Ramuda, pareciendo serio ante la situación.

Jakurai se sentía extraño. Si esto era obra de cansancio de sus turnos desmesurados, entonces ahí definitivamente sí tendría sentido que Ramuda esté aparentemente ayudándolo en una situación que parecía ser singularmente amorosa, sin ser tan insoportable, como lo era usualmente.

—¿No suele dar regalos de agradecimiento? Eso es… inesperado, pues parece un individuo que sigue la cultura social…

—¡Eso no, idiota! —lo interrumpió Ramuda, como si fuese muy obvio. Jakurai suspiró, ahí estaba—. Él no es… eh… no es muy afectivo con los… extraños. Es, en realidad, muy reservado. Pero en fin, no soy un informante de Gentaro, ¿entiendes? Eso sí, si comprendes todo lo que escribe, podrás notar que él no sólo es complejo, Gen-chan es… muy… singular —musitó, cuidando cada una de sus palabras.

Un montón de eufemismos. Justo como Jakurai habría esperado de Ramuda. 

—Oh, ¿Onee-san? —Oyó la voz de Ramuda, aguda y emocionada como era usualmente: falsa, más bien—. Síp, síp… ¡por supuesto! Dame cinco minutos, y estoy allá~ —afirmó, con voz dulzona, aunque con una mirada incomprensible. Jakurai   sintió un escalofrío al observar tan brutal antítesis.

Analizó, callado e intrigado, cómo Ramuda continuaba tratado de acortar la conversación con la mujer que lo había llamado. Amemura Ramuda, un excelente mentiroso: uno que lo había cautivado, por supuesto. Lentamente esa fascinación por lo inusitado que era Ramuda, lo mantuvo preso como en un hechizo, hasta que se volvió indescifrable y, cuando menos lo esperó, se sintió infectado por algo incomprensible: mentiras, tras mentiras, que nunca pudo resolver. Y es que era muy obvio que Ramuda era tan hipnótico, cuando con esa fachada de dulce angelito, había cautivado simultáneamente a Ichiro y a Samatoki.

Se lo quiso robar, lo aceptaba. Sus otros colegas alphas también se sentían atraídos hacia el diseñador, nunca fue una sorpresa, aunque ninguno de los tres se dejó notar como competencia para sus semejantes, jamás. El problema radicaba en que Ramuda era desinteresado y malvado, peligroso, como fuego somnífero de color rosa, danzante, cálido, con el cuál podrías sufrir graves daños si te acercabas lo suficiente.

Y él sí tomó el riesgo de acercarse; satisfizo su curiosidad, pero internamente, estaba herido, y esa hostilidad hacia Ramuda se debía a que…

—¿Hoooola? ¿Jakurai?

Jakurai parpadeó rápidamente, retrocediendo un paso de dónde se hallaba Ramuda, de pie.

—Dije que si ibas a visitar a Ichiro, mañana —repitió Ramuda, arqueando una ceja, intrigado con lo despistado que se encontraba el doctor.

—Sí —afirmó el galeno, sacando su teléfono para ver la hora. Tanto tiempo desperdiciado divagando, ¿eh?  

—Por qué… ¿por qué Ichiro… no? —detuvo su pregunta, cerrando los ojos con exasperación—. No, olvídalo. Nos vemos, Jakurai. 

Por el blanco pasillo, el médico observó a su dialogante retirarse, exasperado y nervioso. 

Sí, precisamente eso: Ramuda estaba agonizando, sin intenciones de dejarse ayudar.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Tarde o temprano, se tenía que meter drama de las novelas, ¿no? El capítulo se llama así por algo. x'D 


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