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Atracción Inevitable por Nickyu

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Notas del capitulo:

Ya lo había colgado en AO3, me olvidé por completo que lo subía por acá también, lol. Sowwy~ 

IX

Ocho menos uno: Este mundo es para mí

 

 

 Ramuda sopló con lentitud el té, fingiendo no sentir la mirada de Ichiro, fijamente clavada sobre él.

—Hey, Ichiro —musitó con suavidad, sin atreverse a levantar la mirada—… ¿no es más fácil si llevas a Jiro-Chan al hospital? ¡Es decir, te ves muuuy tenso~! —comentó, ahora sí levantando la mirada hacia el mayor de los Yamada.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ichiro, curioso.

Eso se podría interpretar como si cuidar de Jiro fuese una carga para él, pero Ramuda sabía bien que no era así…  e Ichiro también.

—A que podrías internar a Jiro, si eso te deja más tranquilo. ¡Puedo correr los gastos! —se ofreció de inmediato, al ver la intriga en el joven alpha.

Ichiro sonrió, con calidez. Y aunque Ramuda ya debería saber por qué, esa paciencia que usualmente no tenía para con nadie que no fuese sus hermanos, parecía estar disponible para Ramuda.

Siempre para Ramuda, ¿eh…?

—Gracias —Ramuda sonrió, hasta que Ichiro miró en dirección de las gradas,  mismas que conducía hasta las habitaciones de cada miembro de la familia—, pero, no es precisamente por el dinero…

—¿No es el dinero…? —La frase susurrada con desconcierto,  hizo que Ichiro enarque una de sus cejas.

—El dinero en ésta casa, se distribuye de tal forma en que tenga un respaldo, por si mis hermanos llegasen a necesitar atención médica. Tú… ¿por qué pareces haberlo olvidado…? —El tono era tan apacible, que Ramuda sintió escalofríos.

¿Por qué lo había olvidado?: «¡Ah, Ichiro! ¡Si te contara! ¿Recuerdas tú, que conocí a Jakurai mucho antes de hacer nuestro grupo de amigos, pero nunca te dije cómo? Bueno, pues…». Ramuda dio un respingo, obligándose a acortar su propio intento de perorata interna, pronunciando lo primero que se le vino a la mente.

 —¿De qué hablas, Ichi-ro~? —El diseñador lanzó una risa nerviosa, intentando no temblar—. ¿De verdad crees que olvidé algo que tú me…?

—Sí —interrumpió Ichiro, resuelto—. Yo sé que lo olvidaste. Olvidaste algunas cosas. Y está bien, porque yo… te lo contaría una y otra vez… sin importar si lo vuelves a olvidar.

El omega dejó su taza de té, ahora tibio, sin tener idea de qué decir. Quería irse… quería irse, porque Ichiro de alguna forma había notado algo que los demás no. No le gustaba esa mirada. Como si fuesen extraños, como si… no se conocieran.

—En el accidente en el que mis padres murieron, Jiro…  Jiro estaba ahí —Ichiro no se detuvo, a pesar de ver la mueca compungida de Ramuda, como si estuviese enterándose por primera vez—… Un vehículo superior en tamaño, impactó al auto de mis padres, y la parte delantera quedó completamente aplastada. Jiro estaba en los asientos de atrás, y sobrevivió milagrosamente, con lesiones menores. Pero él lo vio todo, y debido a que se recuperó dentro del hospital, un tiempo… él… él lo odia.  Incluso en la enfermería del orfanato… gritaba y yo… yo no…

Ramuda separó los labios, sin saber que decir. Ichiro se había detenido, con la voz quebrada y la mirada perdida, sin poder articular más.

—Ichiro… —murmuró, buscando los ojos disímiles del muchacho alpha.

—Sé  que eso fue hace mucho —El mayor de los Yamada contuvo unos segundos la respiración, trémulo—. No debería estar reteniendo a Jiro aquí, lo sé. Pero… si puedo evitarle esos recuerdos… no quiero que mis hermanos sufran… yo…

—Ichiro —lo llamó con determinación, Ramuda. Un tono nada risueño que estaba destinado exclusivamente para sus momentos de repentina sinceridad. Para su sorpresa, podía usarlo con Ichiro. Se acercó más, hasta estar sentado muy próximo a su dialogante—… Basta, déjalo. Todo va a estar bien; lo estás haciendo bien —sentenció el omega, con suavidad, dirigiendo sus manos a las mejillas del alpha, buscando sus ojos. 

Ichiro se inclinó lo suficiente para quedar tan cercano a Ramuda, mientras cubría las manos suaves del diseñador, con las suyas, más grandes y ligeramente ásperas. Apartó el toque de Ramuda para  que no lo dejara tan vulnerable, pero reconocía que lo necesitaba de todos modos, y rodeó con sus brazos el cuerpo menudo. Inhaló su aroma, rozando el cabello sedoso con la punta de su nariz, sintiendo una paz inconmensurable. 

Ramuda le correspondió como pudo, y en ese efímero abrazo  sintió que todo estaba bien y que Ramuda era suyo…

Sonrió de lo increíblemente estúpido que le parecía aquello. A los ojos de Ramuda, simplemente era un mocoso, y eso que el omega no era precisamente un individuo serio.

Basta ya, debía de dejar de pensar en idioteces.

Se separaron, mirándose sincrónicamente a los ojos, orbes que hablaban por su cuenta. Pero se entendían, y ambos sonrieron, por lo estúpido e increíble que resultaba.

—Después de todo, sé bien que odias demostrar tus sentimientos a desconocidos —La voz del diseñador salió suave, carente de mentiras.

—Así es… pero no estoy frente a un desconocido.   

Suspiró, capturando el dulce aroma omega de Ramuda,  no el de sus productos de belleza, sino el propio. ¿Así que… después de tanto tiempo, le seguía gustando Ramuda?

Qué tontería.

 

 

 

 

Saburo no esperaba encontrar a Ramuda en su casa otra vez, y difícilmente ocultó su fastidio. Sabía bien que él y su hermano eran amigos pero, Ichiro se hallaba más relajado que de costumbre. Además, las feromonas de ambos eran muy evidentes en la sala, de esa clase de aromas cuando hay un gusto mutuo en la compañía de parejas… como cuando existe una química inminente. Y es que… ¿por qué no, en primer lugar? Aunque Amemura no sea precisamente la mejor opción, tampoco era la peor, y… si a Ichi-nii le agradaba, ¿por qué no? Era sólo que no era tan fácil de aceptar. Cielos. Ichiro merecía un omega… increíble. No Ramuda, que era… tan… tan Ramuda…

—Bienvenido —dijo Ichiro, ladeando la cabeza con confusión—… Pareces particularmente preocupado hoy, ¿sucedió algo?

Saburo respiró, ignorando el dulcísimo aroma de Ramuda. Para ser un omega que tenía incluso pinta de ser idiota, aceptaba que esas feromonas eran… intensas.

—Estoy en casa —Se obligó a responder, tratando de no mirar al diseñador que le veía de forma escrutadora y divertida—. A-Ah, no, Ichi-nii. No sucedió nada importante hoy… —musitó lentamente, mordiendo inconscientemente su labio inferior.

Odiaba mentirle a su hermano, pero tampoco podía contarle que regresaba a casa, acompañado por  Aohitsugi Samatoki, y que, repentinamente, el seductor aroma de Ramuda, le produjo vértigo.

—Ah, ¡tienes un aroma conocido~! —Ramuda saltó del sofá, acercándose al adolescente.

Saburo quedó petrificado del miedo, con ganas de negarlo todo, ¿Ramuda notaba el aroma de Samatoki en él? Eso no era imposible… Samatoki tenía un aroma imponente, por ende, muy fuerte.

Lo había olvidado por completo.

—Eso… no es… —Saburo intentó decir algo, aunque no sabía qué.

—Ah, es verdad —musitó Ichiro, pensativo, haciendo memoria.

Saburo sintió escalofríos, sin poder pensar en algo que lo salve. No, no. Si su hermano descubría eso, sería el fin…

—¿Tal vez Kohitei~? —intentó Ramuda, dirigiéndose a Ichiro.

Saburo soltó el aire que contuvo en los pulmones, mareado. Kohitei,claro. Ramuda nombró el  local al que había ido junto a Samatoki. Ellos hablaban seguramente del aroma del café.

Qué alivio.

—Sí, es Kohitei —afirmó Ichiro—. No recuerdo haberte enseñado ese café, ¿sales más a menudo? —Quiso saber.

Saburo boqueó, como un pececito fuera del agua. No era bueno mintiendo, no a su hermano.

—Vamos, Ichiro —Ramuda lo llamó, sonriendo con diversión—. Es absolutamente normal que haya ido a un café —Se encogió de hombros, restándole importancia—. Es un estudiante.  Los estudiantes salen a socializar, es nor-mal~ —sentenció, con simpleza.

Saburo apretó el tirante de su bolso, nervioso.     

—Saburo no va a ningún bukatsu —Ichiro estaba intrigado—, y la Estación de Ikebukuro queda lejos de su institución…

—¿Y qué con eso? —preguntó Ramuda, arqueando una ceja—. Tú también estabas en el club de Los que no hacen nada, y ahí salías con Sama-Chan, Jakurai y conmigo, a lugares más lejanos que la Estación de Ikebukuro —enumeró Ramuda, con voz letal y venenosa, conservando el dulce tonecito juguetón.

Ichiro enrojeció, por la innecesaria confesión de Ramuda. No podía contra él, ¿por qué lo estaba contradiciendo? Saburo era su hermoso hermanito, ¡era obvio que debía protegerlo!

Saburo debía haberse enfadado por como Ramuda se entrometía en el papel de Ichiro como jefe de hogar. Pero en su lugar, quedó perplejo, por la mención a Samatoki. Sólo observó callado, como su hermano suspiró, resignado.

No era correcto enojarse si en verdad se sentía salvado.

—Ichiro también pide café helado, cuando está en ese local~ —informó Ramuda, sustrayéndole relevancia a su pseudo-discusión con Ichiro.

Ramuda tenía un olfato extremadamente bueno, ¿eh?

Saburo ladeó la boca, celoso de Ramuda, quien parecía conocer a profundidad a su hermano. ¿A Ichi-nii le gustaba el café helado? Pero si había sido Samatoki quién lo eligió… oh.

—Podemos ir la próxima vez —suspiró Ichiro, pasando sus dedos por su cabello oscuro, rendido—… cuando Jiro se recupere, puedo llevarlos a los tres, a otros negocios prometedores, de café.

El omega menor levantó la cabeza, radiante. Aunque ese  «los tres» arruine parte de la frase, ser invitado por su hermano era… increíble.

Asintió con la cabeza, sonriendo ampliamente, posteriormente dirigiéndose al baño para lavarse las manos.

 

 

 

 

 

—Es viral —Saburo decretó, rodando los ojos—. El doctor lo dijo, deja ya de decir tonterías. No puedes salir de aquí, hasta recuperarte de la gripe.

—No soporto estar aquí… ¿qué no era sólo fiebre por la lluvia? —Se frustró, bufando.

—No. Tuviste fiebre, un síntoma… y posteriormente, se manifestó la enfermedad viral —El hermano menor se detuvo, sonriendo, burlón—: Al igual que un bebé —se rio, apartándose un paso, cuando Jiro se estiró, para atraparlo.

—¡Maldito enano! —murmuró Jiro, ladeando la cabeza, frustrado—. ¿Cómo se supone que voy  a sobrevivir aquí? ¡Se me acabaron todos los mangas! ¡No se puede vivir en ésta clase de encierro!

—Oh, claro que se puede  —recitó de forma diabólica y suave, mientras mostraba lo que mantenía oculto bajo el brazo izquierdo,  que estaba atrás de su espalda. Jiro observó, frunciendo el entrecejo, con los ojos entornados por fastidio y  cansancio corporal—… Me tomé la molestia de ir a tu clase a pedirle a la delegada  que me diera copias de tus tareas, para que no seas un estorbo en casa y hagas algo productivo.

—¿¡Qué!? ¿Quieres que haga tareas en este estado? —gruñó Jiro, exasperado.

—¿Oh? ¿Entonces puedes leer manga y jugar videojuegos, pero no hacer tus tareas atrasadas?  Bruto —dijo, antes de que el mayor le gruñera, mientras veía al chiquillo insolente caminar hacia la  mesita de noche y depositar los materiales encima, posteriormente, yendo a la puerta, haciendo el gesto de un demonio, satisfecho.

Esto era una mierda. La televisión últimamente era basura, y muy rara vez pasaban algún anime de su interés.

Maldito Saburo… sabía bien que lo necesitaban, pero ese estúpido crío lo humillaría, si es que intentaba pedirle un favor.  

¿Qué podía hacer? ¿Qué podía hacer? Tomando en cuenta que Saburo últimamente llegaba tarde…  muchísimo más de lo usual, aunque no iba a un bukatsu —él le explicaba a Ichiro  que ninguno era de su interés, y estaban orientados a deportes que no llamaban su atención—, podría tener tiempo para escaparse de casa una hora exacta, a lo mucho, en lo que Ichiro iba a atender el negocio familiar y en lo que Saburo regresaba a casa, pues saldría nuevamente, con tal de ir a estudiar quien sabe qué. Además, era probable que Ichiro lo acompañara. En ese tiempo, si compraba lo que más podía, podría sobrevivir a ese despiadado encierro.  

Ahora que lo notaba, ¡Saburo llegaba más tarde…! El sólo recordarlo, le preocupó mucho… ¿por qué? ¿Era que ahora dejaba salir a flote su curiosidad de enano malévolo, y tramaba nuevas perversidades? Porque era lo único que explicara que se vea feliz, y más malvado, si es que eso era posible. Asintió, ignorando el montoncito de cuadernos que se hallaba posado en su mesita de noche: tenía que salir cómo fuese, y sólo debía esperar al momento oportuno.

Escuchó a sus hermanos despedirse. Así que Saburo sí salió por materiales, e Ichiro lo acompañó.  Sonrió, orgulloso de su bien planificado escenario. Sí, eso haría.

 

 

   

 

 

Desertar fugazmente de casa, resultó un casi desastre, pese a su muy bien planificado escape. Estar ridículamente abrigado, no ayudaba mucho y, además, porque había olvidado una convención hoy, y caminar particularmente lento, era una molestia. Aún así, logró comprar varios tomos nuevos, y figuras; de entre las que más lo hicieron feliz, estaba una exclusiva de Senko-San, de veintitrés centímetros, y otras de  siete centímetros, una Ohara Mari, nendoroid de edición limitada, de The School Idol Movie: Over the rainbow.

Sonrió para sí mismo, cuando sintió pesadas las bolsas de compra. Gastarse dinero así, sí que valía la pena. Sí, suficientes para sobrevivir un encierro exagerado y exigido. «¡Toma eso, maldito Saburo!», se murmuró, riendo, entusiasmado.

No sabía si éste, definitivamente, era su día de suerte. Ocho minutos antes de la hora estipulada, perfectos para regresar. En ocho minutos podía regresar a casa; en ocho minutos podía entrar a su habitación sin hacer ruido —era él quién tomaba los dulces que Saburo guardaba en el refrigerador, cuando se desvelaba— y en ocho minutos, también podía…

En ocho minutos, también podía encontrar a una belleza.  O bueno, a él le pareció que sí lo era. Sólo si no estuviera tendido en el suelo, con aires de frustración,  con el largo y azul cabello enmarañado sobre un rostro simétrico, con ojos que adivinaba, eran salvajes, entornados, cómo si se hubiese desplomado ahí, sin más.

O un cadáver, más bien.  Porque, aunque lo picaba cuidadosamente con el pie, no despertaba. Asustado, miró en todas las direcciones del callejón: estaba desierto, como su casa en ese mismo instante, y como encontrarían sus hermanos su habitación, si no se daba prisa. ¡Pero no podía dejar a un cadáver ahí tan solitario! ¡Eso era cruel!

¿Qué debía hacer? ¿Qué debía hacer? Sí, sí. Debía confirmar que esté vivo, porque como le recordaba el molesto Saburo, «La rana del océano  no sabe qué fondo del pozo es grande», o… bueno, algo así era.

—O-Oye —llamó, inclinándose, dejando las bolsas de compras alrededor del cuerpo desplomado—… Si te quedas aquí, podrías resfriarte y… —Se detuvo, recordando que los muertos no se enfermaban.

Meditó. Entonces, sólo debería llamar a la policía, avisando que encontró un cadáver.

Dejó junto al cuerpo, la bolsa que contenía  los panes de melón que compró en un konbini cercano, y sacó su dispositivo, dispuesto a llamar al número de emergencias. Eso iba a hacer, hasta que sintió una mano que agarró su tobillo. Lanzó un grito ahogado, casi aventando el teléfono.

Jiro se quedó quieto, helado, sintiendo que la mano lo soltaba lentamente.

—Pan… —jadeó una voz, ronca.

¿Pan? ¿El ente del callejón quería un pan? Tragó saliva, cerrando los ojos, y levantando la bolsa de pan para ofrecérselo al alma trashumante. Si así dejaba al fallecido y a él en paz, le daba incluso la figura de Senko-San si quería, pero no la de Mari-chan, porque ella, definitivamente, era su esposa.

Escuchó como abría la envoltura, y posteriormente, la devoraba. Contuvo la respiración, abriendo con lentitud los ojos, notando al cadáver sentado, comiendo del pan.

—¿¡Qué diablos, hombre!? ¡Me asustaste! ¡Pensé que estabas muerto! —reclamó el alpha, juntando nuevamente las bolsas.

El desconocido paró de masticar, mirándolo, indignado, con las mejillas aún llenas. Tragó, dirigiéndole una mueca molesta.

—¡¿Diosa está tan molesta, para que aparte de perder mi buena racha hoy, tenga que estar muerto?! —Le lloró el muchacho al dado que tenía en un adorno de cuentas en el cabello.

—¿Diosa? ¿Buena… racha? —preguntó Jiro, confundido.

Esto se había vuelto por demás extraño.

—¡Aposté el teléfono que me regaló mi amigo! ¡Pero peor aún! ¡Aposté sus píldoras, y ahora me va a matar!

—¡¿Cómo pudiste apostar sus píldoras?! —el estudiante se exaltó, aunque más le produjo impresión notar que el otro tipo…—. ¡Espera! ¡Eres un omega…!

—¿Y qué con eso? ¡No hace que deje de ser jodidamente bueno apostando! ¡Pude haberme puesto un negocio de venta de peluches que gané!*—se quejó el chico de cabello azul, abriendo otra bolsa de pan.

—¡Por eso no! ¡Es porque te moriste en medio de un callejón! ¿Estás loco? ¡Podrían haberte hecho daño!

—¡Eso ya no importa! ¡Va a ser peor cuando mi amigo se entere!

—¿Y si eres jodidamente bueno, por qué perdiste? —Jiro cuestionó, enarcando una ceja.

El omega se exaltó, ofendidísimo.

—¡Por no consultarle! ¿Puedes creerlo? ¡Se enfadó por no consultarle! —exclamó de forma disgustada, pero a su vez culpable. Jiro trató de ver a quien señalaba, entornando los ojos—. Aquí —señaló, agitando un dado rojo entre sus dedos—… tenía una increíble racha en el pachinko,hasta que me fui a una casa de apuestas cercana, y me olvidé de consultarle. Maldición…

—Consultarle… ¿a un dado…? —jadeó el adolescente, exasperado.

—¡Si lo hubiera hecho hubiese sabido que no iba a ser buena idea! Aún así, me encontré contigo luego de salir y preguntar si debía irme, así que no es tan malo. ¡Y me diste pan! —Meditó un largo momento, sonriendo de forma salvaje. Jiro parpadeó, enajenado, aceptando que esa sonrisa felina y los ojos brutales no eran habituales en los omegas—. ¡Por supuesto no es tan malo! ¿Crees que puedas ayudarme?

—¿Y-Yo…?

—Si estoy recuperando mi suerte, sólo necesito que me prestes dos de esas bolsas que tienes ahí, te las devolveré, lo juro —explicó, mientras se ponía de pie—. ¿Puedes acompañarme? Voy a recuperar mis cosas, ¡no tomará mucho! —profirió, poniéndose de pie, halando al muchacho alpha, que estaba aún tan confuso por la recóndita fiebre y la situación. Apenas pudo tomar todas las bolsas, antes de que el extraño empiece a arrastrarlo, afuera del callejón.

—¿Qué demonios? —notó Jiro, mientras era arrastrado—. ¿A dónde me llevas? ¡Ni siquiera sé tu nombre!

—Arisugawa Dice —respondió el otro chico, sin soltarlo, volteando a mirarlo con una sonrisa increíblemente magnética.  Jiro notó algo indómita y exótico en ese omega, quedando embelesado, sin oponerse—. Parece que hoy, tú eres mi amuleto de suerte.

Amuleto de suerte, claro.

Otra vez Jiro caminaba sintiéndose idiotizado —mucho, mucho más de lo normal—.       

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

>Kohitei es un local de café tradicional, muy cercano a la Estación de Ikebukuro.

>Bukatsu: “La asociación de actividades”. Actividades extracurriculares grupales: clubes, para ser más específicos.

>Adaptado al japonés como ?????????’???, la frase que menciona Jiro, es un proverbio chino que reza: “La rana en el fondo del pozo no sabe qué grande es el océano”, lol.  

>Pachinko: Juegos casino en Japón, muy parecidos al pinballs, una especie de tragaperras de allá, lol. Aunque los juegos casino están prohibidos en Japón, puedes reclamar regalos ganados en este juego y venderlos en lugares adyacentes al pachinko. De entre los regalos habituales, se encuentran los peluches. Por eso Dice menciona que pudo vender sus peluches*, claro.

>Ocho menos uno: El mundo es para mí. Ocho, el número de la suerte en Japón debido a su escritura, y el menos uno, porque a Dice le van los sietes, quería referenciar a la suerte para cada uno. “El mundo es para mí”, acortado del título Kono fuzaketa subarashiki sekai wa, boku no tame ni aru que el seiyuu de Jiro cantó. Necesitaba meterlo por ahí, porque sin ella no hubiera escrito esto, claro, desde Jiro y Dice.   Pueden oír la canción acá  --> Kono fuzaketa subarashiki sekai wa, boku no tame ni aru

Lo siento el retraso, fue mi universidad. ¡Al fin parece saldré de vacaciones! Tuve unos fallos de cálculo en la cita de Riou y Doppo, y eso que apunté los días en que suceden los capítulos, mátenme otra vez. Me aseguraré de arreglar eso.

Psdta: ¿Qué DaiJiro e IchiRamu  sí son comunes? Siguen sin ser canon.


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